Capítulo
9

Gabe estaba tumbado junto a Mia mientras escuchaba los suaves sonidos de su respiración. La sentía cálida y suave contra él, y además notaba que estaba colmado de una extraña… felicidad. La cabeza la tenía apoyada sobre su brazo como si de una almohada se tratara y, aunque se le estuviera quedando dormido, Gabe rehusaba moverse porque le gustaba sentirla acurrucada a su lado.

Él no era un tipo al que le gustara estar abrazado a nadie en la cama. Tras su matrimonio, nunca le había dedicado tiempo a esas partes más íntimas de hacer el amor. No es que no hubiera permitido que algunas mujeres se hubieran quedado a dormir en su casa, pero siempre había una clara separación, casi como si hubiera una barrera invisible entre ellas y él.

Mia no le había dado mucha más opción en el asunto. Justo después de que Gabe saliera de su interior y de que se hubieran relajado, Mia se había acurrucado a su lado y se había quedado dormida. Y él tampoco había hecho nada para cambiar ese hecho, sino que se había quedado ahí tumbado reflexionando sobre la volatilidad de su relación.

La culpabilidad lo atormentaba. Le había prometido que sería paciente y que la introduciría lentamente en los aspectos físicos de su relación, y no lo había hecho. Debería haber ido más lento y haber sido mucho más suave. Debería haberse asegurado de que tenía mucho más control sobre sí mismo.

Pero la pura verdad era que, desde el momento en que Mia había entrado en su apartamento, la urgencia primitiva de tenerla se había apoderado de él al instante. Nada de su encuentro sexual había sido lento o suave. Se la había follado con fuerza y con una urgencia que no podía siquiera explicar.

Le echó un vistazo a sus ojos cerrados, a su cabello enmarañado y a su redondeado pecho, que se hallaba firmemente pegado contra su costado. Gabe se había imaginado que, tras haber saciado su inicial deseo sexual por ella, recuperaría el control sobre la aparente obsesión que tenía con la joven, que sería capaz de serenarse y de comportarse en esta relación de la misma forma que se comportaba en cualquier otra. Pero, si acaso, lo único que había logrado con el primer encuentro era aumentar la magnitud de su deseo. Tenía hambre de más. Ni mucho menos había disminuido su ardiente necesidad de ella tras haber hecho el amor. Gabe la quería tener otra vez. Y, maldito fuera, pero la quería ahora.

Olvidadas se quedaban todas las promesas de introducirla lentamente en su forma de vida y de tomárselo con calma con sus exigencias. La quería atar y se la quería follar hasta que ambos se desmayaran. Quería hacer un millón de cosas con ella, y ninguna de ellas incluía el ir despacio o el introducirla con suavidad en nada. Lo único que quería era introducirse él en su interior, pero no iba a ser tan sencillo. Él se la quería follar con fuerza y bien profundo durante todo el tiempo que quisiera hasta que a ella no le quedara duda alguna de que era suya.

Mia se movió a su lado e hizo un sonido adormilado mientras deslizaba el brazo por encima del pecho de Gabe. Este bajó su propia mano y le acarició el brazo. La simple necesidad de tocarla lo estaba arrollando. Ella abrió los ojos con varios parpadeos y alzó la mirada hacia él. La visión aún la tenía medio borrosa.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida?

—No mucho. Una hora quizá.

Mia comenzó a incorporarse en la cama con cierta inseguridad acechando en sus ojos.

—Lo siento. No tenía intención de quedarme dormida. Probablemente sea mejor que me vaya.

Gabe soltó un gruñido y volvió a tumbarla bruscamente junto a él. Su mano viajó por todas las curvas de su cuerpo y finalmente se posó sobre uno de sus pechos. No se iba a ir a ninguna parte. ¿Qué era lo que no había entendido sobre el hecho de que ella era suya? Ser suya no incluía que se fuera de la cama un minuto después de que el orgasmo se hubiera terminado.

—Llama a tu compañera de piso y dile que te prepare una bolsa para pasar la noche. Enviaré un coche para que la recoja y mañana podemos ir al trabajo juntos.

La expresión de Mia se llenó de preocupación.

—¿Qué es lo que va a parecer si entramos juntos en la oficina?

Él frunció el ceño.

—No va a parecer nada. Solo que hemos quedado para desayunar y discutir el asunto de tu contratación y hemos entrado juntos al trabajo.

Ella se calló pero asintió con la cabeza.

—Usa el teléfono que hay cerca de la cama y llama a Caroline.

Aflojó los brazos que tenía a su alrededor para que pudiera rodar sobre la cama y se detuvo a observarla durante un largo rato. Se la comía con los ojos ante la imagen de su espalda desnuda y de su culo tan redondito. Dios, era preciosa.

Obligándose a apartar la mirada, él también se giró para coger su teléfono móvil. Mientras ella hablaba en voz baja con su compañera de piso, él llamó rápidamente a su chófer y le dio instrucciones para que fuera a recoger las cosas de Mia a su apartamento.

Cuando se giró de nuevo, Mia estaba sentada en la cama con una expresión en el rostro aún de inseguridad e incomodidad.

Lo que él quería hacer era colocarla bajo su cuerpo y hundirse en ella. Estaba duro como una roca, pero al menos las sábanas estaban amontonadas alrededor de su cintura y Mia no podía ver lo excitado que estaba. Aunque no es que no se fuera a enterar muy pronto… pero, aun así, no quería ponerla debajo de su cuerpo en este preciso instante. Y ni podía siquiera explicar de dónde había salido ese pensamiento tan particular ya que la necesidad arrolladora que tenía era de volver a estar en su interior tan pronto como pudiera extender esos muslos tan preciosos y dejar a la vista esa carne tan bonita que tenía entre las piernas.

Si fuera cualquier otra mujer Gabe se lanzaría a satisfacer su necesidad o sugeriría que ambos durmieran. En el segundo caso Gabe se daría media vuelta y se aislaría de cualquier intimidad personal con la mujer, pero con Mia se estaba dando cuenta de que tenía otras… necesidades. Necesidades que ni siquiera entendía, ni tampoco era que particularmente quisiera analizarlas o investigar mucho sobre ellas. No estaba seguro de gustarle lo que podría descubrir.

—Ven aquí —le dijo mientras le ofrecía el brazo para que se tumbara como lo había hecho antes.

Mia atrajo la colcha hacia sí y se acurrucó a su lado mientras descansaba la cabeza en el hombro de Gabe.

Durante un largo momento ambos se quedaron en silencio, pero luego Mia se movió y giró la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—No vas a hacer que te llame «amo» ni nada parecido, ¿verdad?

Él arqueó una ceja y bajó la mirada para ver cómo sus ojos parpadeaban con un aire travieso. Él sacudió la cabeza. Mia le divertía y sentía que tenía ganas de reír.

—No. Suena ridículo, ¿verdad? No soy mucho de seguir el estereotipo ni las apariencias de una cierta forma de vida.

—Entonces, ¿no tendré que responderte ni con «sí, señor» ni «no, señor»?

Gabe se rindió ante la charla juguetona que ambos estaban compartiendo y le dio un cachete en el culo. Se sentía cómodo estando con ella, y descubrió que sí que estaba disfrutando de este… momento. O lo que sea que fuera. Debería estar follándosela otra vez, y, en cambio, ahí estaba, saboreando el simple hecho de estar tumbado en la cama y de estar viéndola sonreír y flirtear con él. Dios bendito, como Mia le sonriera de esa manera tan inocente y coqueta a cualquier otro hombre, Gabe no sería responsable de sus actos.

—Ya eres una pequeña bruja irrespetuosa. Y no, no me llames «señor». Me hace sentir como si fuera tu padre y ya tengo demasiadas reservas en lo que respecta a nuestra diferencia de edad como para darle más atención a ese hecho.

Mia se enderezó y dejó que el pelo le cayera en cascada sobre su pecho mientras lo miraba a los ojos. Dios, qué guapa estaba con todo el pelo cayendo sobre él. De repente, Gabe sintió que se estaba alejando de la zona de flirteo y se vio asolado una vez más por la necesidad de atraparla bajo su cuerpo y de penetrarla durante cuatro horas más.

—¿Te molesta mucho mi edad? Si es así, por qué querías tener… esto. Quiero decir, que nosotros…

Gabe suspiró y se resignó a controlarse durante al menos unos minutos más. Su miembro le estaba gritando, pero Mia tenía ganas de hablar y por ahora Gabe se adaptaría a ella.

—Me molestaba antes. No me molesta tanto ahora, pero aun así hay catorce años de diferencia entre nosotros. Eres mucho más joven que yo, todavía te hallas muy lejos de estar donde yo estoy en mi vida.

Ella frunció el ceño ligeramente y se quedó con ojos pensativos.

—¿En qué piensas? —le preguntó, curioso ante su vacilación. Mia se llenó los pulmones de aire con fuerza.

—Has dejado caer que me habías deseado durante… mucho tiempo. ¿Cuánto, Gabe?

Él se quedó en silencio por un momento mientras le daba vueltas y buscaba la mejor manera de expresar las palabras. El giro que había tomado la conversación lo ponía incómodo, pero él solito se lo había buscado. No podía negarse a darle una respuesta cuando él había sido el que la había animado a hablar.

—Creo que fue cuando volviste de Europa, cuando te tomaste un descanso en los estudios para irte fuera. No te había visto mucho en esa época, solo cuando estabas con Jace de vacaciones. Luego te graduaste, y ya no te podía mirar como si fueras una niña, como si fueras la hermanita pequeña de Jace, sino como a una mujer deseable. Una a la que quería poseer. Me cogió completamente por sorpresa.

—¿Por qué ahora? —le preguntó con suavidad—. Si no te decidiste entonces, ¿por qué ahora sí?

Gabe no tenía respuesta para eso, solo que la había visto en la calle el día en que le había tomado la foto. La imagen le había llegado a las entrañas. Todo el deseo y la necesidad que había reprimido con los años habían vuelto a salir a la luz. Mia era como un picor bajo la piel del que no podía deshacerse. Incluso ahora que la tenía, ese picor no se había aliviado, sino que lo sentía más intenso que nunca.

—Había llegado el momento —le respondió simplemente—. ¿Y tú, Mia? ¿Cuándo decidiste que me deseabas?

Ella se ruborizó y desvió la mirada. El color inundó sus mejillas e hizo que se pusieran de un encantador tono rosado.

—Fuiste mi amor platónico en la adolescencia. He fantaseado contigo durante años pero siempre has estado bastante fuera de mi alcance.

Algo en el tono de su voz lo alertó. Lo afectó. Y se dio cuenta de lo desastroso que podría terminar siendo todo si ella no era capaz de separar sus emociones de la relación carnal que compartían. A lo mejor esa era la razón por la que se había contenido tanto como lo había hecho. Además de la diferencia de edad también estaba el hecho de que era una muchacha. Una mujer joven que no había tenido la experiencia emocional de otras mujeres con las que él sí que se relacionaba.

—No te enamores de mí —le advirtió—. No te tomes esto como algo más de lo que en realidad es. No quiero hacerte daño.

Ella hizo una mueca de desdén con los labios y entrecerró los ojos además de echarse hacia atrás para poner más distancia entre ambos. Eso a él no le gustó. Gabe la quería cerca de él, que lo tocara; quería sentir la suavidad y el calor de su piel contra la suya.

Entonces se levantó ligeramente para rodearla con un brazo y tirar de ella hasta hacerla caer sobre su pecho. Si a ella no le gustaba no era su problema, podía decirle todo lo que quisiera mientras él la seguía tocando.

Ella entonces arrugó los labios. Estaba tan graciosa y adorable, pero claro, se enfadaría si se lo decía. Gabe torció la boca en un intento de reprimir la sonrisa que amenazaba con instalarse en sus labios y se la quedó mirando mientras esperaba a escuchar lo que tenía que decir.

—Eso ha sido increíblemente descarado por tu parte, Gabe. Además de arrogante y de hacerte quedar como un cabrón. Has sido muy claro con las expectativas de nuestro acuerdo. No soy idiota. ¿Te crees que todas las mujeres que conoces están enamoradas locamente de ti y que no pueden vivir sin ti?

Gabe no pudo aguantarse más y sonrió. El problema fue que Mia no pareció estar muy contenta con su reacción, sino que parecía una gatita enfadada que acababa de sacar las garras. Sin embargo, el alivio se asentó en su pecho. Sí, se había desvivido por asegurarse de que conociera los términos de su acuerdo, pero aun así no le gustaba la idea de hacerle daño. Su amistad con Jace podría no recuperarse si le rompía el corazón a Mia. Pero realmente no quería rompérselo. Ella era más de lo que ninguna mujer con la que había tenido sexo hubiera sido nunca.

—Tienes razón —admitió—. No volveré a sacar el tema.

Ella volvió a fruncir el ceño y metió las manos entre ambos para poner un poco de espacio entre los dos. Oh, de ninguna manera. Él la volvió a empujar para que cayera directamente sobre su pecho y se quedaron con las bocas separadas a pocos centímetros de distancia.

Gabe la besó y seguidamente soltó un gruñido al encontrarse con sus labios firmes e inamovibles. Deslizó una de sus manos por su vientre y llegó hasta la suave y delicada carne de entre sus muslos. Le acarició el clítoris hasta que ella no tuvo más remedio que jadear y abrir la boca para poder darle acceso a su lengua.

—Eso está mejor —le dijo contra su boca antes de devorar esos dulces labios una vez más.

—¿Qué pasa con el chófer? —dijo jadeando entre beso y beso.

—Tenemos tiempo.

Él alargó la mano para colocarla sobre su cadera y la levantó para ponerla a horcajadas sobre él. A continuación, arrancó las sábanas de la cama y las quitó de en medio. La necesidad que sentía por ella era feroz. Dolorosa.

—Apóyate en mis hombros e impúlsate —le dijo con un gruñido.

Cuando ella obedeció, él se agarró el pene con una mano y le colocó la otra en la cadera para ayudarla a bajar y a acoger su dura erección en su interior.

—Cabálgame, Mia.

Ella parecía estar tan insegura que Gabe movió las manos hasta su cintura y entonces se arqueó para embestirla hasta bien adentro. Mientras la mantenía agarrada por la cintura, Gabe estableció el ritmo de sus movimientos y la ayudó a encontrar el suyo propio. Sabía que sería rápido, caliente y descontrolado. Gabe no parecía tener ningún control en lo que a ella se refería.

—Eso es, cariño —dijo en voz baja—. Perfecto.

Él la fue soltando conforme cogía más confianza en sí misma y empezaba a tomar las riendas de la situación. Gabe la sentía caliente, mojada y suave en torno a él. Tan apretada que dolía. Estaba más que preparado para correrse y sabía que ella no lo estaba ni de cerca.

Como si le leyera la mente, ella se echó hacia delante y lo besó en los labios. Era la primera vez que tomaba la iniciativa, y, Dios, fue tan dulce. Podía sentir su sabor en la lengua, sus deliciosos y suaves labios pegados a los suyos. Ella era suya, claro que sí. De eso no cabía duda alguna y Gabe no tenía pensado dejarla ir hasta que no estuviera completa y totalmente saciado de ella.

—No me esperes —le susurró.

Él le tocó la cara con una mano y la mantuvo en su sitio mientras sus bocas se fundían con vehemencia. Arqueó las caderas en busca de más, queriendo más, a la vez que ella se elevaba y se volvía a deslizar sobre su miembro. Gabe apartó las manos de su cara y las llevó hasta las caderas. Sabía que iba a llevar las marcas de su posesión al día siguiente, pero la idea solo hacía que su deseo aumentara incluso más. Era un infierno tan intenso que lo quemaba desde adentro hacia fuera.

Gabe estalló dentro de ella con una intensidad que dolía. Apenas pudo contener un grito de satisfacción y de triunfo, como si hubiera conquistado por fin a su presa. La tenía ahí, entre sus brazos, con la polla bien hundida en su interior. Suya. Sin tener que esperar más, sin esa obsesión primitiva. Gabe se había hecho con ella por completo y ahora estaba a su merced, a su disposición para hacer lo que él quisiera.

Un montón de pensamientos que sonaban a locura comenzaron a invadir y a inundar su mente. Imágenes de Mia atada de manos y piernas mientras él saciaba su lujuria, de él penetrándola por detrás, hundiéndose en su boca, devorándola hasta que ella no pudiera pensar en nada más que en el hecho de que le pertenecía.

Gabe la rodeó con sus brazos y la atrajo de nuevo hasta su torso. Ella se elevó y cayó con la fuerza de su respiración al mismo tiempo que el pelo se le enredaba en el rostro de Gabe. Él deslizó una mano hasta su trasero y entonces arqueó las caderas una vez más hasta hincarse mucho más en su interior, dejándolos a ambos unidos de la forma más íntima posible.

Dios, no tenía defensa alguna contra ese deseo tan poderoso. Él nunca había experimentado nada que se le comparara y no estaba seguro de que realmente le gustara. Se sentía inquieto e inseguro de sí mismo por el hecho de tener que adivinar todas sus intenciones.

Era un cabrón egoísta, no cabía ninguna duda. Buscaba su placer y se apropiaba de lo que le daba la gana. Siempre. Pero Mia hacía que quisiera ser mejor. No quería ser ese monstruo salvaje que tomaba sin dar nada a cambio. Quería ser suave con ella y asegurarse de que su placer estaba por encima del suyo. No estaba seguro de cómo, pero quería intentarlo.

Si Mia no huía de su cama tras esta noche, no se podría explicar por qué. La había asolado no una, sino dos veces; se la había follado brutalmente y sin consideración alguna, y la segunda vez no había encontrado ni su propia satisfacción.

Gabe cerró los ojos e intentó recomponerse mientras seguía ahí tumbado con Mia encima de él, y con los brazos rodeando su dulce y suave cuerpo de mujer.

Cuando finalmente lo consiguió, rodó por la cama llevándosela a ella con él y se salió de la caliente abertura de su sexo. La besó torpemente en la frente, no muy seguro de qué decir, y entonces se bajó de la cama, aún en silencio.

Ella lo siguió con la mirada hasta que se quedó de pie, desnudo, junto a la cama. Gabe no pudo percibir nada en sus ojos; no lo estaba juzgando ni condenando, pero tampoco mostraba aceptación alguna. Ella simplemente lo estaba observando, y esa mirada pensativa estaba haciendo que la piel le hormigueara.

—Quédate aquí. Yo iré a recoger tus cosas cuando las traigan —le dijo mientras se daba la vuelta y se agachaba para recoger su ropa.

—De acuerdo —le respondió Mia con suavidad.

Él se puso los pantalones sabiendo que debía parecer una completa ruina, lejos de la persona distante e intocable que siempre le dejaba entrever a todo el mundo. No quería que nadie lo viera en ese estado. Y especialmente no quería que lo viera Mia.