Capítulo
16

Qué imbécil —dijo Caroline—. No me puedo creer que dejara que esa zorra se le acercara de esa manera. ¡Especialmente cuando te tiene a ti!

Mia sonrió ante la fiera lealtad de su amiga. Las dos se encontraban tiradas en el sofá después de haberse desecho del vestido que solamente servía como burla y recordatorio de la noche que había pasado. No estaría tan espectacular con ese vestido cuando el interés de Gabe se había centrado en una zorra.

Nadie estaba al corriente de su relación con Gabe, lo que significaba que nadie sabía realmente la vergüenza que había pasado, pero eso no la había librado de sentir la gran humillación que había sentido.

—A saber qué es en lo que estará pensando —dijo Mia con pocas energías—. Pero yo no me iba a quedar allí viéndolos a los dos haciéndose ojitos el uno al otro. Era asqueroso.

—¡Y no deberías! —exclamó Caroline.

Sus ojos brillaron entonces con una luz repentina, señal más que evidente para Mia de que probablemente lo más seguro hubiera sido salir corriendo.

—¿Y es tan bueno en la cama como me imagino?

Mia suspiró de exasperación.

—Por el amor de Dios, Caro.

—Eh, dame algo por donde empezar. Lo único que tengo yo son tus fantasías y tú ya tienes al de verdad.

—Es un dios, ¿de acuerdo? Me dejó fascinada y muerta. Nada ni nadie con quien poder compararlo. Y eso que yo creía que había tenido buen sexo en el pasado, salvo que nunca había sido nada tan intensamente bueno como para compararlo con esto.

—Joder —dijo Caroline con un tono de voz apenado—. Sabía que algo fuerte estaba pasando cuando me llamaste para que te preparara la bolsa. No llevabas ni un solo día trabajando para él y ya te quedabas a dormir en su casa. El tío se mueve rápido. Eso se lo tienes que reconocer.

—Sí, moverse rápido lo hace estupendamente —dijo Mia con el ceño fruncido.

—¿Quieres que pidamos algo fuera y luego nos atiborramos del helado que hay en el congelador? ¿O ya has comido? —Mia sacudió la cabeza.

—Supuestamente íbamos a cenar después de la fiesta. Eso fue hasta que la rubia siliconada entrara en escena.

Caroline alargó la mano para coger el teléfono.

—¿Pizza te parece bien?

—Divinamente —dijo en voz baja.

Mientras Caroline buscaba el teléfono en la agenda, el timbre de la puerta sonó. Mia se levantó y le hizo un gesto con la mano a Caroline para que no se moviera.

—Encarga tú la comida. Yo voy a ver quién es. Se fue hacia el portero y presionó el botón.

—¿Sí?

—Mia, mueve el culo hasta aquí ahora mismo.

La furiosa voz de Gabe inundó el apartamento. Caroline soltó el teléfono con los ojos abiertos como platos.

—¿Para qué, Gabe? —dijo ella dejando que su irritación saliera a la luz.

—Te juro por Dios que si no mueves ese culo hasta aquí abajo ahora mismo, subiré y te sacaré de ahí yo mismo, y no me importa una mierda si estás vestida o no. Tienes tres minutos para aparecer por la puerta.

Mia colgó el portero automático con indignación. Caminó hasta donde estaba Caroline y se dejó caer en el sofá.

—Bueno —dijo Caroline atreviéndose a hablar—, si está aquí, exigiendo tu presencia, será que no está con la rubia siliconada, obviamente.

—¿Estás sugiriendo que le haga caso a ese arrogante? —le preguntó Mia con incredulidad.

Caroline se encogió de hombros.

—Bueno, expongámoslo de este modo. Yo de verdad creo que encontrará la manera de subir hasta aquí y de sacarte de este apartamento. Es mejor que vayas pacíficamente y soluciones la situación de la rubia siliconada de primera mano. Al fin y al cabo, él está aquí, y ella no —entonces bajó la mirada hasta su reloj—. Y yo creo que ahora solo te quedarán unos dos minutos antes de que eche el edificio abajo.

Ella suspiró y a continuación salió disparada hasta su cuarto sin estar muy segura de saber por qué obedecía a Gabe tras la humillación que había sentido al presenciar la escenita de la fiesta, que era más que suficiente para que le revolviera de nuevo el estómago. Sin embargo, se dio prisa en ponerse unos vaqueros y una camiseta, y, por si acaso, cogió una muda para ir al trabajo al día siguiente y la guardó en la bolsa. Mejor que sobrara que no que faltara.

Tras coger todos sus productos de aseo, se precipitó de nuevo al salón y le lanzó un beso a Caroline mientras se dirigía a la puerta.

—Mándame un mensaje diciéndome que aún sigues viva o asumiré que te ha matado y empezaré a buscar el cuerpo —dijo Caroline.

Mia sacudió la mano por encima del hombro y salió del apartamento para dirigirse rápidamente al ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Gabe estaba solo a unos pocos pasos de distancia con la mandíbula apretada y los ojos llenos de furia.

Se abalanzó hacia ella sin darle ninguna oportunidad de avanzar. Gabe era un macho alfa muy cabreado y venía a por ella.

La joven dio un paso para salir del ascensor y Gabe la agarró de la mano y la arrastró hasta la entrada del edificio ante un portero que parecía alarmado ante la escena que estaba presenciando. Mia consiguió sonreírle al portero para tranquilizarlo —no quería que llamara a la policía— antes de dirigirle toda su atención a Gabe. Sentía su mano intransigente y bien agarrada a la suya; el enfado que tenía hacía mella en todo su cuerpo.

¿Por qué narices estaba él tan enfadado? No es que ella se hubiera ido con otro tío en sus narices en una fiesta en la que estaban juntos.

Mia suspiró cuando él la metió en la parte trasera del coche y luego caminó para llegar al otro lateral. En el mismo momento en que Gabe se deslizó a su lado, el coche comenzó a moverse.

—Gabe…

El macho se giró hacia ella con una expresión fiera en el rostro.

—Cállate, Mia. No me digas ni una maldita palabra ahora mismo. Estoy demasiado enfadado contigo como para ser razonable. Necesito calmarme antes de que pueda siquiera pensar en discutir esto contigo.

Ella se encogió de hombros como si no le importara y le dio la espalda, se negaba a seguir mirándolo a los ojos. Podía sentir la ola de frustración que provenía de él, escuchó el pequeño gruñido de impaciencia e irritación que soltó, pero lo ignoró y siguió fijándose en las luces que pasaban y en el titileo de colores nocturnos que la ciudad reflejaba.

Debería haberse quedado en su apartamento, pero quería que llegara esta confrontación. Había estado toda la noche hirviendo de la rabia y, ahora que Gabe estaba forzando la situación, ella estaba más que armada y preparada.

El coche seguía andando en silencio, aunque solo el enfado de Gabe ya era más que suficiente para llenar ese abismo que había entre los dos. Mia no miró ni una sola vez en dirección a Gabe, se negaba a mostrar debilidad alguna. Y ella sabía que eso solo conseguía enfurecerlo más.

Cuando llegaron al edificio de Gabe, abrió la puerta con fuerza y la agarró de la mano para tirar de ella hasta fuera. Con los dedos bien firmes alrededor de su antebrazo, la condujo hasta la entrada y luego hasta el ascensor.

Justo cuando la puerta del apartamento se cerró detrás de él, juntó sus labios con más fuerza —parecía estar intentando mantener su temperamento a raya— y la miró fijamente a los ojos.

—Al salón —le ordenó—. Tenemos mucho de lo que hablar.

—Como quieras —murmuró.

Ella se deshizo de la mano que la tenía agarrada y se encaminó hacia el salón. Se dejó caer en el sofá y luego lo observó con expectación.

Gabe comenzó a caminar de un lado a otro delante de Mia, pero se detuvo un momento para fulminarla con la mirada. Respiró hondo y, a continuación, sacudió la cabeza.

—No puedo siquiera hablarte ahora mismo de lo enfadado que estoy.

Ella arqueó una ceja, poco impresionada por el hecho de saber que él era el que estaba enfadado. Porque la que realmente estaba enfadada era ella. Tenía todo el derecho de estarlo.

—¿Que tú estás enfadado? —le preguntó con incredulidad—. ¿Por qué narices, si es que se puede saber? ¿Al final la zorra esa te dijo que no? No creo que ese sea el caso, estaba bastante dispuesta a meterse en tus pantalones.

Gabe arrugó la frente, confundido.

—¿De qué narices estás hablando?

Aunque estaba más que dispuesta a explicarle de qué era de lo que estaba hablando, él levantó la mano y la cortó.

—Primero me vas a escuchar tú para que te explique por qué estoy tan enfadado. Después, cuando haya tenido oportunidad de calmarme, te voy a dejar ese culo rojo como un tomate.

—Y una mierda —le soltó.

—Desapareciste —le contestó mordaz—. No tenía ni puta idea de dónde estabas, de lo que te había pasado, de si algún cerdo te había llevado con él o de si estabas enferma o herida. ¿En qué narices estabas pensando? ¿No se te ocurrió en ningún momento concederme al menos una explicación? Si hubieras dicho que te querías ir a casa, te habría llevado yo mismo.

Mia se levantó enfadada por su ignorancia. ¿De verdad era tan tonto?

—Si no hubieras estado tan pegado a la pareja de tu padre, ¡a lo mejor te habrías dado cuenta!

La comprensión inundó sus ojos, y entonces sacudió la cabeza mientras suspiraba.

—Así que de ella es de lo que va la cosa. Stella.

—Sí, Stella. O como sea que se llame.

Él sacudió la cabeza de nuevo.

—Estabas celosa. Por el amor de Dios, Mia.

—¿Celosa? Eres tan arrogante y egocéntrico, Gabe. No tiene nada que ver con los celos, sino con el respeto. Tú y yo estamos metidos en una relación. Puede no ser una tradicional, pero tenemos un contrato. Y me perteneces. No te voy a compartir con ninguna rubia siliconada.

Él pareció quedarse completamente sorprendido por su vehemencia, pero luego echó la cabeza hacia atrás y se rio, lo que solo sirvió para que ella se enfadara aún más. Todavía algo agitado, dijo:

—Has conseguido apaciguar mi enfado lo suficiente como para poder azotar ese culo tan bonito que tienes. Vete al dormitorio, Mia. Y desnúdate.

—¿Qué carajo?

—Y vigila esa boca. Jace te la lavaría con jabón.

—No seas hipócrita. Jace y tú las tenéis muy sucias.

—Al cuarto, Mia. Ya. Por cada minuto que te retrases, te llevarás cinco azotes más, y si te piensas que no voy en serio, ponme a prueba. Ya te has ganado veinte.

Ella se lo quedó mirando boquiabierta, pero, cuando Gabe bajó la mirada para controlar su reloj, salió pitando hacia el dormitorio. Estaba loca. Debería estar yendo en la dirección contraria, y, aun así, ahí estaba, desnudándose en su cuarto para que pudiera azotarla.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. La expectación comenzó a instalársele en el vientre. ¿Expectación? No tenía ningún sentido. La idea de que la azotaran era repugnante, y, aun así, no sabía por qué parecía también ser muy… tentadora y erótica. La mano de Gabe iba a tocar su culo, a marcarla, a ejercer su dominación sobre ella…

Estaba como una cabra. Pero, bueno, eso tampoco era nuevo. Haber firmado un contrato ya hacía que su cordura fuera cuestionable.

Cuando Gabe entró en el dormitorio, Mia ya estaba desnuda y sentada en el filo de la cama. Se encontraba vacilante y preocupada y la cabeza parecía no querer funcionarle debido a lo que estaba a punto de pasar. No estaba del todo segura de que le fuera a gustar esto. Mejor dicho, estaba bastante segura de que no le iba a gustar, pero una pequeña parte de su ser estaba intrigada y excitada por la idea de que Gabe la fuera a azotar en el culo.

El corazón se le instaló en la boca de la garganta cuando Gabe se quedó plantado justo enfrente de ella, con toda su presencia poderosa y arrolladora.

—Levántate, Mia —le ordenó tranquilamente, sin rastro de enfado en su rostro.

La joven se puso de pie, vacilante, y él se subió a la cama. Se pegó con rapidez al cabecero con las almohadas tras la espalda y luego extendió la mano hacia ella. Mia se subió también a la cama mirando su mano con vacilación. Gabe la puso boca abajo encima de su regazo, el vientre encima de sus muslos y sus nalgas en pompa a una distancia de relativamente fácil acceso.

Le masajeó los cachetes de forma que no dejara ni un trozo de piel sin tocar.

—Veinte golpes, Mia. Espero que los cuentes. Al final, me darás las gracias por haberte azotado y entonces te follaré hasta que ni siquiera recuerdes tu nombre.

Su mente se vio desbordada por expresiones como «joder», «qué cojones» y «oh, sí, por favor». Todas al mismo tiempo. Se estaba volviendo loca, no tenía otra explicación.

El primer golpe la sorprendió y Mia soltó una ligera exclamación. No estaba segura de si fue porque le dolió o si es que solamente la sorprendió.

—Te has ganado uno más —le dijo con seriedad—. Cuéntalos en voz alta, Mia.

«Oh, mierda».

Gabe le pasó la mano por el trasero y volvió a azotarla.

—Uno —consiguió articular sin respiración.

—Muy bien —le dijo con un ronroneo en la voz.

Le acarició la zona que había recibido el golpe con la palma de la mano y luego azotó otra parte diferente de su trasero. Mia casi se olvidó de contar, pero luego se precipitó a decir «dos» antes de que le añadiera otro.

Todo el culo le hormigueaba, pero cuando ese primer ardor remitió, todo lo que pudo sentir fue la intensa y placentera excitación adueñándose de su vientre. Su sexo se contrajo, y Mia se movió inquieta en un intento de aliviar el incesante dolor.

Tres. Cuatro. Cinco. Cuando llego a la docena, se encontró sin aliento y totalmente recalentada… retorciéndose encima del regazo de Gabe. Las caricias que le regalaba la estaban volviendo loca, además de que contrastaban perfectamente con los golpes más fuertes que le proporcionaba. Pero aun así, nunca le golpeaba demasiado fuerte. Le daba lo justo para tenerla al límite, así que, para el azote número dieciséis, Mia no hacía más que suplicar que le diera más… y más fuerte.

Todo el culo lo tenía ardiendo, pero el calor era maravilloso. Sumamente placentero. Nunca antes había experimentado nada como aquello. Estaba muy cerquita del orgasmo, y nunca se hubiera imaginado poder encontrar alivio con meros azotes, o realmente poder disfrutar de la experiencia.

—Quédate quieta y no te atrevas a correrte —la advirtió Gabe—. Te quedan dos, y si te corres, me aseguraré de que no disfrutes tanto la próxima vez.

Mia respiró hondo mientras cerraba los ojos y ponía todo el cuerpo tenso para mantener a raya el orgasmo que amenazaba con absorberla entera.

—Diecinueve —dijo apenas en un susurro, ya no tenía ni aliento.

—Más alto —le ordenó.

—¡Veinte!

Oh, Dios… se había terminado. Mia se hundió en la cama con todo el cuerpo tenso por la presión de haber tenido que contener la respiración y haber intentado no correrse con desesperación. Tenía la entrepierna ardiendo. Era como si la hubiera azotado ahí mismo, como si hubiera sentido cada golpe en el clítoris. Le palpitaba y se le contraía en exceso. Sabía que, con el solo roce de su respiración, sería capaz de despegar hasta el cielo como un cohete.

Y eso la enfadaba. Su falta de control. El hecho de que le había hecho querer algo que debería encontrar aborrecedor.

Gabe la dejó tumbada ahí por un momento hasta que la respiración se le calmara y no estuviera tan al borde del orgasmo. Entonces la levantó con suavidad y la puso de espaldas en la cama mientras él se tumbaba encima de ella, se bajaba la bragueta e intentaba quitarse los pantalones y la camisa.

Su boca encontró los pechos de Mia. Los chupó y les dio pequeños tirones con los labios mientras seguía peleándose con la ropa. Cuando consiguió quitarse la camisa, Mia esperaba que le extendiera las piernas y se la follara con fuerza, pero Gabe solo se bajó de la cama y la agarró de las piernas para traerla hasta el borde.

Entonces sí que se las abrió para colocarse justo en la entrada de su cuerpo y mirarla con ojos brillantes e intensos.

—¿Has disfrutado de los azotes, Mia?

—Que te jodan —le dijo esta con rudeza, aún enfadada por su reacción. Gabe la perturbaba. Le hacía cuestionarlo todo sobre sí misma y a ella ese sentimiento no le gustaba ni una pizca. Él apretó la mandíbula ante la evidente falta de respeto que denotaba su voz.

—No, Mia, cariño. Es más bien que te jodan a ti.

Gabe se hundió bien adentro de ella con una fuerte sacudida. La joven ahogó un grito y arqueó la espalda mientras los puños se le cerraban y agarraba las sábanas con los dedos.

—Dame las gracias por haberte azotado —le insistió.

—Vete a la mierda.

Se retiró de ella hasta tener solo la punta de su miembro en su interior para provocarla y excitarla.

—Respuesta equivocada —replicó con un ronroneo—. Dame las gracias y hazlo bien.

—Acaba con esto ya de una vez —dijo Mia con la desesperación intensificándose. No quería ser esa persona tan débil y suplicante, pero se encontraba peligrosamente cerca de mandarlo todo a la mierda y perder cada ápice de orgullo que tenía cada vez que se encontraba con él.

Gabe la besó, pero era un beso castigador, uno que le había dado con el único propósito de recordarle que ella no estaba en ninguna disposición de mandar. Aun así, lo que conseguía era fomentar un hambre voraz hacia él. La necesidad que sentía era intensa y la estaba volviendo loca.

—Te olvidas de quién es el que manda aquí, Mia, cariño —le murmuró mientras delineaba su barbilla con un dedo—. Me perteneces, lo que significa que lo que tú quieres no importa. Solo lo que yo quiero.

Mia entrecerró los ojos y frunció la boca.

—Gilipolleces, Gabe.

Él se retiró lentamente de su carne hinchada.

—Tengo un contrato que lo confirma —le dijo con voz sedosa. Luego se hundió en ella una vez más, Mia se quedó sorprendida por la fuerza y la rapidez de su embestida.

—Puedo romper ese contrato cuando quiera —le contestó ella airadamente. La verdad era que estaba muy tentada de hacerlo ahora mismo solo para hacerle enfadar tanto como ella lo estaba. Pero no era lo que quería, y ambos lo sabían.

El cuerpo de Gabe se quedó completamente paralizado y tenso sobre el suyo y sus labios se movieron vacilantes sobre su cuello hasta deslizarse finalmente por sus pechos. Los pezones se le endurecieron por el deseo y la espalda se le arqueó a modo de súplica. Quería que posara la boca sobre su piel. Estaba a punto, muy preparada y también muy enfadada.

—Sí, sí que puedes —le dijo con confusión—. ¿Es eso lo que quieres, Mia? ¿Quieres romper el contrato e irte ahora mismo? ¿O quieres que te folle?

Maldito fuera, la volvía loca. Gabe sabía perfectamente bien lo que quería, pero la iba a obligar a decirlo en voz alta. Quería que ella le suplicara.

Su mirada se volvió mucho más intensa; la embistió con fuerza y se quedó quieto dentro de ella. Mia estaba palpitante y tensa, una súplica sin voz para que continuara. Pero, sin embargo, se mantuvo quieto, esperando.

—Dilo, Mia.

Ella estaba a punto de llorar de la frustración. Estaba tan cerca… tan al límite que no podía quedarse quieta. Su cuerpo estaba alerta a cualquier movimiento que él hiciera.

—Gracias —murmuró.

—Gracias, ¿por qué? —la animó.

—¡Gracias por azotarme!

Él se rio entre dientes.

—Ahora dime lo que quieres.

—Quiero que me folles, ¡maldita sea!

—Pídemelo por favor —le dijo con una sonrisa de suficiencia en los labios.

—Por favor, Gabe —le suplicó con voz ronca. Odiaba la desesperación tan obvia que salía de su garganta—. Por favor, fóllame. Termínalo de una vez, por favor.

—Cosas buenas pasan cuando me obedeces. Recuerda eso, Mia. Recuérdalo la próxima vez que pienses en irte sin haberme dicho ni una palabra.

Gabe se inclinó hacia delante y enterró los dedos en su pelo. La agarró durante un instante pero luego deslizó las manos por sus hombros para empujarla contra él y así hacer sus fuertes embestidas mucho más profundas. Se introducía en su interior con un ritmo tan impaciente que ella solo podía concentrarse en él y nada más que en él mientras su miembro entraba y salía de su cuerpo.

Mia no tenía ni idea de lo que estaba gritando. «Para». «No pares». Estaba suplicándole, rogándole con la voz ronca mientras las lágrimas le caían por las mejillas y arqueaba la espalda de una manera tan exagerada que no estaba tocando ni la cama siquiera.

Y entonces Gabe la rodeó con los brazos y la estrechó contra sí. Le murmuró palabras tranquilizadoras y suaves, le acarició el pelo mientras se vaciaba en ella y la dejaba empapada.

—Shhh, Mia, cariño. Ya está. Ya ha terminado. Te tengo, déjame cuidar de ti.

Estaba completamente agotada y desorientada por lo que acababa de ocurrir. Ella no era esa persona. A ella no le iban esas perversiones, ni los azotes, ni el sexo duro, sino que le gustaba hacerlo despacito y con delicadeza. Sin prisas. Tomándose su tiempo. Tener sexo con Gabe era como un infierno, una fuerza como nunca antes ella había experimentado y que sabía que nunca más volvería a experimentar sin él.

Gabe la estaba desnudando capa a capa. Le estaba dejando expuestas partes de ella con las que no se encontraba familiarizada. La hacía sentir vulnerable e insegura. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que hacer con esta nueva Mia?

Él se quedó tumbado encima de ella mientras le besaba la sien y le acariciaba el pelo con movimientos reconfortantes. Mia se arrimó a él en busca de su calor y de su fuerza. Era un refugio seguro cuando tantas cosas estaban tan confusas. Su mente, su cuerpo, su corazón.

Cuando encontró sus labios, esta vez la besó con exquisita ternura en vez de ser tan controlador y posesivo como antes. Fue dulce, muy dulce. Como si fueran amantes reconectando de nuevo tras haber hecho el amor. El problema era que ella apenas podía contar como hacer el amor el que la hubiera azotado en el culo y luego la hubiera poseído lentamente y con rudeza.

Sexo. Solo era sexo. Sexo increíble, bochornoso, caliente y sin emoción de ningún tipo. Pero sexo al fin y al cabo. Y sería un error muy peligroso considerarlo algún día algo diferente.