Capítulo
18

El interfono del despacho empezó a sonar y Gabe frunció el ceño por la interrupción. Mia estaba sentada al otro lado de la sala, en su mesa —ella era una completa distracción—, y él estaba revisando unos informes financieros sobre un resort que tenía intención de abrir en una isla. Por ese motivo, le había dicho claramente a Eleanor que no quería que lo molestaran.

—¿Qué pasa? —soltó con brusquedad por el interfono.

La voz nerviosa de Eleanor se escuchó al otro lado de la línea.

—Sé que dijo que no quería que lo molestaran, señor Hamilton, pero su padre está aquí para verlo. Dice que es importante. No creí que fuera inteligente echarlo.

Gabe arrugó la frente y acentuó su gesto de malhumor. Al otro lado de la habitación, Mia levantó la vista de sus quehaceres y lo miró con preocupación.

—Yo saldré —dijo Gabe tras un momento de vacilación. No quería que lo que fuera que su padre tenía que decirle se aireara delante de Mia.

—Puedo irme, Gabe —dijo Mia con suavidad cuando él se levantó.

El hombre sacudió la cabeza; prefería que ella se quedara en la oficina alejada de los rumores y de la especulación de los demás. Gabe ya había descubierto a la persona responsable de entrar en su oficina —en realidad no le había costado tanto esfuerzo por su parte conseguir que sus compañeras de trabajo soltaran prenda— y la había despedido sin darle ninguna carta de recomendación. Quería a Mia tan lejos de esa clase de ambiente como fuera posible.

Gabe salió hasta la recepción y vio a su padre a poca distancia de la mesa de Eleanor. Se lo veía pensativo y cohibido. Gabe nunca lo había visto tan incómodo, especialmente a su alrededor.

—Papá —dijo Gabe como saludo—. ¿Qué puedo hacer por ti?

La expresión de su padre se hizo incluso más sombría. Había un deje de arrepentimiento que ensombrecía sus ojos.

—Hubo un tiempo en que venía y no me preguntabas eso. Te alegrabas de verme. La culpabilidad apagó parte de la irritabilidad que gobernaba a Gabe.

—Normalmente me avisas antes de venir. No te esperaba. ¿Va todo bien? —dijo Gabe.

Su padre vaciló por un momento y luego metió las manos en los bolsillos de sus caros pantalones.

—Hay algo que va mal. ¿Podemos ir a algún lado y hablar? ¿Has almorzado ya? Tenía la esperanza de que tuvieras tiempo para mí.

—Siempre tengo tiempo para ti —dijo Gabe con suavidad ofreciéndole el mismo comentario que a su madre. Antes podía pasar tiempo con los dos a la vez y no tenía que repartirlo entre ambos.

El alivio mitigó parte de la preocupación que inundaba los ojos de su padre.

—Déjame que llame a mi chófer —dijo Gabe. Entonces se volvió hacia Eleanor.

—Dile que nos recoja fuera. Y asegúrate de que Mia almuerce. Hazle saber que no sé cuándo volveré y que, si no he regresado a las cuatro, puede irse por hoy.

—Sí, señor —le contestó Eleanor.

—¿Nos vamos? —le preguntó Gabe a su padre—. El coche estará esperándonos en la puerta principal del edificio.

Los dos entraron en el ascensor en silencio. Fue un momento incómodo y poco natural, pero Gabe no hizo nada para remediarlo. No estaba seguro de qué sería lo que conseguiría cerrar el gran precipicio que se había formado entre ellos. Gabe había actuado como un cabrón en el cóctel y su padre estaría probablemente avergonzado porque lo hubieran abandonado tan pronto, lo cual no había sido la intención de Gabe. A pesar de estar enfadado y confundido con su padre, lo seguía queriendo y no había tenido intención de herirlo. Solo quería que su padre viera la clase de mujer con la que había elegido relacionarse.

Esperaron un breve instante antes de que el coche apareciera y los dos hombres entraran en él. Gabe le dio indicaciones al conductor para que los llevara a Le Bernardin, uno de los sitios favoritos de su padre para comer.

Hasta que ambos no estuvieron sentados a la mesa y hubieron pedido, el padre de Gabe no rompió el silencio. Era como si no pudiera quedarse callado ni un solo segundo más y las palabras le salieran de sopetón. Su rostro era una máscara de tristeza y de arrepentimiento.

—He cometido un error terrible —admitió su padre.

Gabe se quedó de piedra y cogió la servilleta con la que había estado jugando solo para tener algo que hacer bajo la mesa.

—Te escucho.

Su padre se pasó una mano por encima de la cara y fue entonces cuando Gabe pudo apreciar lo cansado que se le veía. Parecía incluso mayor, como si hubiera envejecido de la noche a la mañana. Tenía ojeras, y las arrugas de alrededor de sus ojos y de su frente estaban más pronunciadas.

Su padre se movió con nerviosismo por un momento y luego respiró hondo al mismo tiempo que ponía cara larga. Entonces Gabe se percató con angustia de que unas lágrimas estaban brillando en los ojos de su padre.

—Fui un tonto al dejar a tu madre. Es el peor error que he cometido en mi vida. No sé en lo que estaba pensando. Me sentía tan atrapado e infeliz que reaccioné contra ello. Pensé que si hacía esto o lo otro o que si empezaba de cero todo se arreglaría, que sería más feliz.

Gabe soltó su propia respiración.

—Mierda —murmuró. Eso era lo último que esperaba oír.

—Y no fue culpa de tu madre. Ella es una santa por haber lidiado conmigo todos estos años. Creo que me levanté un día y pensé que me había convertido en un viejo. Me di cuenta de que ya no me queda mucho tiempo. Me asusté y me volví loco, porque empecé a culpar a tu madre. Dios, ¡tu madre! La única mujer que me ha aguantado todo este tiempo, que me ha dado un hijo maravilloso. Y la culpé porque vi a un hombre viejo devolviéndome la mirada en el espejo. Un hombre que pensó que tenía que darle la vuelta al reloj y recuperar todos esos años. Quería sentirme joven otra vez, y en su lugar me siento como un cabrón que ha engañado a su mujer, a su familia, y a ti, hijo. Os engañé a ti y a tu madre y no puedo decirte lo mucho que me arrepiento de ello.

Gabe no sabía siquiera qué decir. Tenía mucha curiosidad por todo lo que su padre le acababa de soltar. ¿Así que todo se debía a que había tenido una maldita crisis de edad? ¿Por lidiar con la inevitable vejez? Jesús, María y José.

—Odio venir a ti con todo esto, pero no sé qué más hacer. Dudo de que Matrice me dirija la palabra siquiera. Le hice daño, lo sé. No espero que me perdone. Si la situación fuera al contrario y ella me hubiera hecho todo el daño que yo le he provocado, dudo de que la pudiera perdonar nunca.

—Maldita sea, papá. Cuando la jodes, la jodes bien.

Su padre se quedó en silencio con la mirada clavada en su bebida y con los ojos llenos de tristeza.

—Yo solo quiero volver a… Me gustaría poder borrarlo y hacer como que nunca ha ocurrido. Tu madre es una buena mujer. La quiero. Nunca dejé de quererla.

—Entonces, ¿por qué mierdas te has empeñado tanto en poner a todas esas otras mujeres no solo ante sus narices sino también ante las mías? —gruñó Gabe—. ¿Te haces una idea de cuánto daño le has hecho?

El rostro envejecido de Hamilton adoptó incluso un tono más sombrío.

—Me hago una idea. Esas mujeres no significaron nada para mí.

Gabe levantó la mano de disgusto.

—Para. Déjalo, papá. Dios, estás soltando el cliché más antiguo de todos los tiempos. ¿Te crees que a mamá le va a importar una mierda que esas mujeres no te importaran ni un pimiento? ¿Te piensas que le va a hacer sentirse mejor por las noches saber que mientras te estabas tirando a una mujer a la que le doblas la edad, o simplemente más joven, estabas en realidad pensando en lo mucho que la quieres?

Su padre se ruborizó y miró a su alrededor, hacia las otras mesas del restaurante, cuando la voz de Gabe comenzó a subir de volumen.

—No me acosté con esas mujeres —dijo en voz baja—. No es que Matrice me vaya a creer nunca, pero te estoy diciendo que no traicioné mis votos.

El cabreo de Gabe no hacía más que aumentar y este no tuvo más remedio que contenerlo para que no se hiciera evidente.

—Sí, papá, sí lo hiciste. Te acostaras con ellas o no, traicionaste a mamá y tu matrimonio. Solo porque no fuera adulterio físico no significa que no lo fuera emocionalmente. Y algunas veces los emocionales son los que más cuestan de superar.

Su padre se restregó los ojos con las manos y una pesarosa resignación se instaló en su rostro.

—Así que no crees que tenga ninguna oportunidad de volvérmela a ganar.

Gabe suspiró.

—Eso no es lo que he dicho. Pero tienes que entender qué es lo que le has hecho antes siquiera de pretender empezar a arreglar las cosas. Ella también tiene su orgullo, papá. Y se lo hiciste pedazos. Si lo que quieres es una reconciliación, entonces tienes que currártelo con tiempo. No te va a perdonar de la noche a la mañana. No te puedes rendir tras el primer intento. Si significa algo para ti, entonces tienes que estar dispuesto a luchar por ella.

Su padre asintió.

—Sí, lo sé. Y la quiero de verdad. Nunca hubo ningún momento en que no la quisiera. Todo es una estupidez. Soy un imbécil. Un imbécil viejo y crédulo que la ha jodido bien jodida. Gabe suavizó el tono.

—Habla con ella, papá. Dile todo lo que me has dicho. Y tienes que ser paciente y escucharla cuando te reproche tu actitud. Tienes que escucharla aunque de su boca salga toda su furia y su frustración. Te lo mereces. Tienes que concederle eso y tragártelo.

—Gracias, hijo. Te quiero, lo sabes. Odio no solo el daño que le he hecho a Matrice, sino también a ti. Eres mi hijo y os he decepcionado a los dos.

—Solo te pido que lo arregles —dijo Gabe con suavidad—. Haz que mamá sea feliz otra vez, y con eso será suficiente para mí.

—Eh, Gabe, tengo que hablar contigo de…

Mia alzó la mirada para ver a Jace justo en la puerta de la oficina de Gabe. El corazón le dio un vuelco y la adrenalina empezó a recorrer todo su organismo. Se suponía que no tenía que llegar todavía. Así no era como ella había tenido intención de darle la noticia de que estaba trabajando para Gabe.

Ash empujó a Jace por la espalda y alzó las cejas cuando vio a Mia sentada tras su mesa.

El rostro de Jace se ensombreció y lanzó miradas tanto a su mesa como a la de Gabe como si esperara que todo tuviera sentido.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le preguntó Jace.

—Encantada de verte a ti también —le respondió Mia con sequedad.

Jace se encaminó con pasos largos hacia su mesa.

—Maldita sea, Mia. Me has pillado con la guardia baja. No esperaba verte aquí —se sentó en el borde de su escritorio y comenzó a examinar los papeles que estaban esparcidos por la mesa y el portátil con el que estaba trabajando.

Ash se acercó a Jace con tranquilidad, pero se quedó a cierta distancia de ellos, aunque no menos interesado que Jace.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde demonios está Gabe?

La confusión era evidente en su voz. Mia respiró hondo y se lanzó, sabía que era mejor quitárselo ya de encima con total normalidad para que nada pareciera sospechoso. De todos modos, cuanto más lo atrasara, más culpable parecería. Mia no era capaz de poner cara de póquer, un hecho que la había metido en más de un problema en sus años de adolescente. Nunca había podido mentirle a Jace a la cara, así que rezaba para que su interrogatorio no tuviera muchos grados o si no estaría perdida.

—Estoy trabajando para él —dijo calmadamente.

Ash hizo un gesto de sorpresa con los labios y luego se dirigió hacia la puerta.

—Esperaré fuera.

La cara de Jace era la misma que la del icono famoso de What the fuck? En el mismo momento en que la puerta se cerró tras salir Ash, él se dirigió hacia Mia con la mandíbula apretada.

—Veamos, ¿qué demonios está pasando aquí? ¿Estás trabajando para él? ¿En calidad de qué? ¿Y por qué me estoy enterando ahora?

—Lo que pasa es que Gabe me ofreció un trabajo. Estoy trabajando como su asistente personal. Y tú te habías ido, esta clase de noticias no es de las que se dan por teléfono.

—¿Y por qué narices no me lo has contado?

Ella puso los ojos en blanco.

—Porque habrías reaccionado tal y como lo estás haciendo ahora y te habrías vuelto en el primer vuelo que hubiera disponible decidido a aclarar la situación.

—¿Cuándo ha ocurrido esto? —le preguntó abruptamente. Ella se encogió de hombros.

—Cuando tú y Ash os fuisteis a California. Me encontré a Gabe en la gran inauguración y me pidió que viniera a su oficina. Voilà. Aquí estoy.

—Así, sin más —dijo con escepticismo.

Entrecerró los ojos y la estudió con intensidad como si estuviera intentando arrancarle la piel para ver lo que tenía dentro de la cabeza.

—Gabe tenía razón. Trabajar en La Pâtisserie era echar a perder mi educación y todo el dinero que te has gastado para que fuera a la universidad. Me sentía cómoda en la pastelería y quizá me daba miedo salir al mundo real. Este trabajo me da la oportunidad de tantear el terreno.

La expresión de Jace se suavizó.

—Si querías un trabajo, ¿por qué no viniste a mí? Sabes que yo me habría ocupado de ti.

Mia eligió sus palabras minuciosamente, porque no quería que sonaran desagradecidas. Quería a Jace con locura. Él había sacrificado mucho por ella y, aun así, había sido capaz de montar una empresa de mucho éxito mientras lidiaba con una hermana mucho más pequeña.

—Quería hacer esto yo sola —le dijo en voz baja—. Sé que tú me habrías dado un trabajo. Y quizá no es que sea muy diferente a que Gabe me haya contratado. Estoy segura de que todo el mundo dirá lo mismo que si hubieras sido tú, que soy la hermana pequeña de Jace Crestwell y esto es un nepotismo en su máxima expresión. Además, no podría trabajar para ti y lo sabes —Mia le sonrió con picardía—. Nos mataríamos al segundo día.

Él se rio entre dientes.

—Quizás, es posible. Pero solo porque eres muy cabezota. Mia sacudió la cabeza.

—Yo no soy cabezota. Mi forma de hacer las cosas siempre es mejor.

—Por cierto, me alegro mucho de verte, peque. Te he echado de menos en California.

—Y esa es la razón por la que me vas a invitar a cenar mañana por la noche —le dijo echándole cara.

Él hizo una mueca.

—¿Puede ser pasado mañana? Ash y yo tenemos este asunto por medio, que es parte de la razón por la que hemos regresado antes de lo previsto. Tenemos una cena con los inversores. Un plan de lo más aburrido y habrá un montón de peloteo.

—De acuerdo, pues quedamos para cenar pasado mañana —le dijo—. Y no te vas a librar.

—Por supuesto que no. Es una cita. Después del trabajo, ve a casa a cambiarte, si quieres, y te recogeré en tu apartamento.

Entonces frunció el ceño.

—Por cierto, ¿cómo te organizas para ir y venir al trabajo?

Ella tuvo mucho cuidado para que su voz pareciera informal, como si fuera perfectamente normal que Gabe le proporcionara transporte.

—Gabe manda un coche a recogerme y luego me lleva a casa.

Por supuesto, obvió el hecho de que la mayoría de las veces se iban del trabajo juntos y de que estaba pasando algunas noches en el apartamento de Gabe. Ahora que Jace había vuelto, tendrían que ser mucho más cuidadosos. A Jace le daría un ataque si se enterara de lo que estaba pasando a puerta cerrada entre ella y Gabe.

Jace asintió.

—Me parece bien. No quiero que camines sola o cojas el metro —comprobó su reloj y entonces volvió a mirarla—. ¿Sabes a qué hora tiene previsto volver Gabe? Y ya puestos, ¿sabes dónde leches está? Pensaba que su agenda estaba libre hoy.

—Él, eh… se fue con su padre. No sé con seguridad cuándo volverá, o si volverá. Jace hizo otro mohín por la contrariedad.

—No digas más. Esa es una situación jodida.

Y Jace no sabía ni la mitad.

Entonces alargó la mano para alborotarle el pelo.

—Dejaré que vuelvas al trabajo. Es duro trabajar para Gabe. Espero que sepas en lo que te estás metiendo. A lo mejor te tendríamos que haber puesto a trabajar para Ash. Tiene una enorme debilidad por ti.

Ella se rio.

—Estaré bien. Deja de preocuparte. ¿No tenéis ni tú ni Ash a nadie más a quien molestar?

—Sí, inversores —murmuró Jace—. Cuídate, peque. Estoy deseando que llegue nuestra cena. Tenemos mucho de lo que ponernos al día.

Justo en el momento en que salió de la oficina de Gabe, ella se hundió en su silla, llena de alivio. El pulso le iba a mil por hora; entonces se echó hacia delante y se llevó las manos a la cara. Había ido mejor de lo que había esperado.

Cuando Gabe se bajó del coche que lo había dejado ante la puerta principal de su edificio de oficinas, no había dado siquiera tres pasos hacia la entrada cuando Jace salió con el entrecejo bien fruncido. Era obvio que había estado esperándolo. Mierda. Se suponía que no iba a llegar hasta mañana. Esperaba por su madre que Mia hubiera manejado bien la situación entre ellos dos. Pero a juzgar por la expresión de su rostro, lo que sea que ella le hubiera dicho o como sea que hubiera explicado la situación no lo había convencido del todo.

—Tenemos que hablar —le soltó secamente cuando Gabe llegó casi a su misma altura.

—De acuerdo —respondió Gabe con calma—. ¿Qué pasa? ¿Problemas en California?

—No te hagas el tonto conmigo. Me cabrea. Sabes perfectamente bien por qué te he esperado aquí.

—Mia —contestó Gabe con un suspiro.

—No me jodas. ¿Qué narices está pasando, Gabe? ¿Hay alguna razón por la que no me hayas dicho que planeabas contratar a mi hermana pequeña?

—No voy a conversar esto contigo en la calle —le soltó.

—Mi despacho servirá —dijo Jace.

Gabe asintió y entonces los dos hombres entraron de nuevo en el edificio y subieron en el ascensor. Había otras personas con ellos, por lo que se quedaron en silencio hasta que llegaron a su planta. Cuando salieron, Gabe siguió a Jace hasta su despacho, que se encontraba antes que el suyo.

Jace cerró la puerta a su espalda y, a continuación, se fue caminando hacia la ventana, se dio la vuelta y se quedó mirando fijamente a su amigo.

—¿Y bien?

—No entiendo por qué estás tan enfadado —le dijo Gabe con suavidad—. Te dije que me la encontré en la inauguración. Te estaba buscando. Bailé con ella, hablamos, le dije que plantara su culo en mi oficina a la mañana siguiente y entonces la mandé a casa en coche.

—Me podrías haber dicho todo eso. Joder, si te vi la misma mañana que le dijiste a Mia que viniera a tu oficina. Gabe asintió.

—Pero no tenía ni idea de cómo respondería a mi oferta. No tenía ningún sentido decírtelo y cabrearte si al final resultaba que la rechazaba. No necesito tu permiso para contratar a una asistente personal. La expresión en el rostro de Jace se ensombreció.

—No, pero sí que necesitas mi maldito permiso en lo que concierne a Mia. Ella es mía, Gabe. Todo lo que me queda. La única familia que me queda, y la protegeré hasta mi último aliento. Ella no juega en tu liga.

—Oh, por el amor de Dios. No soy ningún cabrón sin corazón que quiere comérsela viva. Yo también la he visto crecer, Jace. No voy a ser borde con ella.

Incluso mientras lo decía, la culpabilidad se adueñó de él. Se iba a ir derechito al infierno. Iba a arder en él durante toda la eternidad.

—Pues asegúrate de que no le haces daño —le dijo Jace con una voz cuidadosamente controlada—. Y me refiero a todas las formas posibles, Gabe. Mantén las manos alejadas de ella. La respetarás completa y absolutamente. Ni se te ocurra pasarte de la raya con ella. De lo contrario, responderás ante mí.

Gabe se tragó el arrebato de ira que se le formó ante la amenaza de Jace. No podía culparlo por proteger a Mia. Él en su lugar estaría haciendo lo mismo. Pero le irritaba que Jace tuviera tan poca fe en él, que pensara que podría destrozar a una inocente.

Pero bueno, ¿no era eso lo que estaba haciendo? ¿Usarla para su propio placer? ¿Indiferente a cualquier cosa que no fuera poseerla?

—Entendido —le dijo con los dientes apretados—. Ahora, si has terminado, tengo trabajo que hacer.

—Ash y yo tenemos una cena bastante temprano esta noche. De negocios. Creo que acabaremos pronto. ¿Quieres venir a tomar algo después? —le preguntó Jace con tono informal.

Era una propuesta de paz. Tras el rapapolvo, Jace estaba intentando suavizar las cosas. Dejarle saber a Gabe que todo iba bien. Maldita sea. Gabe tenía planes con Mia. Una cena encantadora, y por supuesto el sexo también estaba en la agenda.

Maldición. Pero tampoco quería empeorar las cosas con Jace y Ash. Si quería que esto funcionara tenía que encontrar la delicada balanza entre no alejarse de Jace y Ash y mantener el tiempo que pasara con Mia en secreto.

—Mejor más tarde. Alrededor de las nueve —dijo Gabe mientras le daba vueltas en la cabeza a la idea de cómo iba a explicárselo a Mia. Jace asintió.

—Me va bien. Se lo haré saber a Ash.