Capítulo
25

Dale las gracias a Jace por investigar a Brandon por mí —le dijo Caroline mientras las dos se dirigían en taxi hasta Vibe—. Ha sido muy amable por su parte. Me siento supermal por haberte dejado que hicieras esto por mí, pero tras lo ocurrido con Ted… tengo esta sensación tan horrible y enfermiza cada vez que miro a un tío con interés, ¿sabes?

Mia alargó la mano para apretar la de su amiga.

—Irá a mejor, cariño. Pero, bueno, según todo lo que ha dicho Jace, Brandon parece ser un chico trabajador y honrado. Y lo más importante, está soltero y vive solo.

El alivio que se reflejó en el rostro de Caroline fue bastante evidente; y la joven se movió llena de nervios y de entusiasmo conforme fueron acercándose al club.

—Sí, eso ayuda bastante. Supongo que ya veremos lo que pasa, ¿verdad?

Mia le sonrió mientras el taxi se detenía. Eran las nueve de la noche y estaba cansada tras el día de trabajo que había tenido. Prefería estar con Gabe en su apartamento, cenando tranquilamente o haciendo cualquier otra cosa que él le tuviera preparada para la noche. Odiaba haberle tenido que mentir sobre qué planes tenía para esta noche. No es que le hubiera dicho una mentira, pero no había sido muy abierta sobre el tema. Sin saber por qué, decirle que se iba a ir de discoteca la preocupaba por la reacción que pudiera tener. ¿Qué pasaba si le decía que no?

No es que ella no hubiera ido de todas maneras. De acuerdo, tenían un contrato… Dios, qué cansada estaba de esa palabra. Estaba llegando al punto de odiarlo cada vez que ese papel que había firmado se le metía en la cabeza. No porque se arrepintiera lo más mínimo de su relación con Gabe, sino por lo que ese contrato representaba. O mejor dicho, lo que no representaba.

Mia sencillamente no había querido tener una confrontación con Gabe. Ella no iba a ir a la caza de hombres esta noche. Iba a divertirse con sus amigas y a pasar tiempo con ellas. Tiempo que valía oro desde que Gabe se había adueñado de su vida.

Sí, podía ver claramente por qué Caroline se preocupaba. Si una de sus amigas hubiera empezado una relación en la que pasara todo su tiempo libre con la pareja hasta el punto de excluir a todos de su vida, Mia también se preocuparía. Se cuestionaría si esa relación era sana para su amiga.

Y quizá la suya con Gabe no lo era del todo. Sabía perfectamente bien que su dependencia emocional hacia él no lo era. Estaba a punto de enamorarse, y, cuando eso sucediera, necesitaría a sus amigas más que nunca, y por ese motivo no podía alejarlas de ella en estos momentos.

Pero sea lo que sea que hubiera entre ella y Gabe era lo que Mia quería. Lo deseaba. No iba a negar las circunstancias. Se hacía una idea bastante clara de lo que iba a ocurrir llegado a un punto, pero iba a disfrutar de cada momento, saborear cada minuto que tuviera hasta que llegara la hora de que él la dejara.

Sobreviviría. O quizás esa era la parte del asunto que se negaba a aceptar. En realidad no sabía a ciencia cierta si podría sobrevivir cuando Gabe se alejara de su vida.

—Eh, estamos aquí —le comunicó Caroline—. Tierra llamando a Mia.

Mia parpadeó y levantó la mirada para percatarse de que todas estaban ya fuera del taxi. Se metió la mano en el bolsillo para sacar el dinero suelto que tenía para pagar al conductor y seguidamente se apresuró a seguir a Caroline.

Chessy, Trish y Gina estaban esperándolas fuera del club en el Meatpacking District, en cuya entrada se había formado ya una larga cola a lo largo de la manzana. Las tres se echaron encima de ella y la abrazaron mientras gritaban en su oído. Mia alegremente respondió al afecto de sus amigas y parte de sus nervios se extinguieron. Iba a pasárselo bien. Una noche separada de Gabe probablemente era lo mejor. Era muy fácil quedarse prendada dentro de un universo alterno que él había creado para ambos. Pero esto… esto era real. Estas eran sus amigas y esta era su vida.

Ya era hora de soltarse y divertirse durante la noche.

Caroline las condujo hasta la entrada vip y fue entonces cuando vio por primera vez a Brandon. Era alto y bastante musculoso. Calvo, con perilla y un pendiente en la oreja izquierda. En el mismo momento en que su mirada recayó sobre Caroline, esa apariencia amenazadora y de chico duro desapareció, y su expresión cambió a la de alguien que contemplaba a un cachorrito.

Se pudo ver claramente lo pillado que estaba. Si a Mia todavía le quedaba alguna duda de que estuviera verdaderamente interesado en Caroline, esta se esfumó de inmediato.

Brandon se puso entre la gran cola de gente y la puerta y le hizo un gesto con la mano a Caroline.

Mia y las otras la siguieron y Brandon se metió la mano en el bolsillo para sacar cinco pases vip.

Se inclinó hacia delante y le dijo algo a Caroline en el oído. Mia no pudo escuchar lo que le dijo debido al ruido que había en la calle, pero fuera lo que fuere consiguió sacarle los colores y que los ojos le brillaran con deleite. Él le sonrió ligeramente y luego les indicó a ella y a sus amigas que pasaran al interior.

—¡Está muy bueno, Caro! —exclamó Chessy cuando entraron en la discoteca.

Gina y Trish seguidamente coincidieron con ella, aunque sus miradas estuvieran desperdigadas por todo el abarrotado club. La música vibraba y retumbaba en las paredes. La pista de baile era enorme, y estaba llena. El lugar tenía un aspecto y un aire eléctrico; en su mayor parte oscuro, pero con luces de neón en las mesas y en la barra. Los haces de láser recorrían toda la pista y alumbraban todos los cuerpos que se movían y bailaban sin parar.

—Yo voto por que nos emborrachemos —dijo Trish—. Buena música, baile, bebidas y, si Dios quiere, chicos buenorros.

—Me apunto —declaró Chessy.

—Yo también —contestó Gina.

Todas se giraron para mirar a Mia.

—A por todas —fue lo que dijo.

Todas gritaron emocionadas y se mezclaron con la multitud para encontrar la mesa que Brandon les había reservado.

Caroline agarró a Mia del brazo para retrasarla y luego se acercó a su oreja para que la pudiera oír.

—Yo me voy a casa de Brandon cuando acabemos. ¿Te parece bien? ¿Vas a estar bien si vuelves al apartamento sola? Dijo que te pediría un taxi.

Las cejas de Mia se alzaron.

—¿Estás segura, Caro?

Ella asintió.

—Ya hemos estado hablando durante un tiempo. No estoy diciendo que vayamos a acostarnos. Nuestros horarios de trabajo son completamente opuestos, así que no habíamos tenido la oportunidad de vernos hasta ahora.

—Entonces ve. Pero ten cuidado, ¿de acuerdo?

Caroline sonrió y asintió.

Encontraron su mesa, pidieron sus bebidas y luego esperaron. El ritmo frenético de la música invadió a Mia, y se encontró medio bailando mientras estaban de pie alrededor de la mesa. Chessy se unió a ella, y poco después todas las chicas se habían adueñado de una pequeña parte de la pista de baile junto a la mesa.

Antes de que la camarera trajera las bebidas, dos tíos se acercaron con unas sonrisas encantadoras en la cara, y empezaron a hablar con Chessy y Trish. Mia se quedó a propósito al fondo de la mesa, que limitaba con la barandilla que daba a la pista de baile. No quería bajo ningún concepto que se le diera demasiado bombo a que se estuviera limitando a observar, y tampoco quería tener que rechazar a nadie de manera incómoda. Así que, para evitar eso mismo, se giró hacia la pista y empezó a moverse al ritmo de la música.

Unos pocos minutos después, les trajeron las bebidas y los dos chicos desaparecieron. Cogieron los vasos de la bandeja y luego Caroline alzó el suyo para proponer un brindis.

—¡Por una noche fabulosa! —gritó.

Hicieron chinchín con los vasos y luego comenzaron a beber.

Mia se moderó; no tenía la misma tolerancia al alcohol que sus amigas. Se quedaron toda la noche yendo de la mesa a la pista de baile y de la pista a la mesa mientras la camarera seguía trayéndoles bebidas a un ritmo considerable.

Sobre las doce de la noche, Mia ya empezaba a sentir los efectos del alcohol, así que redujo el ritmo mientras las otras seguían sin freno. Chessy se quedó con un tío que parecía no despegarse de ella durante toda la noche. Allá donde iba, él la seguía, y además se aseguraba de que las chicas tuvieran lo que quisieran.

Brandon se pasó por la mesa un rato después para ver cómo estaban, y luego habló con Caroline durante unos pocos minutos a solas. Cuando se fue, la sonrisa de Caroline era enorme y los ojos le brillaban. Estaba emocionada, completamente excitada ante la novedad de tener ante sí una posible relación donde todo parecía ser increíble y excitante. Mia estaba feliz por ella. Caro se merecía la felicidad tras su última relación, y a lo mejor Brandon era el chico adecuado.

Cuando dieron las dos de la mañana, Mia ya estaba lista para retirarse. Estaba más que un poco ebria. Y como Caroline se iba a ir a casa de Brandon, no vio razón alguna por la que quedarse más tiempo. Apartó a Caroline a un lado y le dijo que se iba a casa. Chessy y las otras aún estaban en la pista de baile; todas habían ligado y estaban ocupadas con sus maromos, así que no la echarían de menos.

—Déjame que se lo diga a Brandon y te acompañaremos hasta el taxi —dijo Caroline por encima de la música.

Ella asintió con la cabeza y esperó mientras Caroline serpenteaba entre la gente. Un momento más tarde, volvió escoltada por Brandon y Mia los siguió hasta fuera del club. Brandon le hizo un gesto con la mano a uno de los taxis que estaban aparcados en la esquina y luego le abrió la puerta para que entrara.

—Te llamaré mañana —le dijo Caroline inclinada hacia delante para poder ver el interior del taxi.

—Ten cuidado y diviértete —añadió Mia.

Caroline sonrió de oreja a oreja y cerró la puerta.

Le dio la dirección al conductor y luego se acomodó en el asiento. La cabeza aún seguía dándole vueltas aunque había dejado de beber casi una hora antes. Su móvil sonó, y ella frunció el ceño. Eran las dos de la mañana pasadas. ¿Quién le podría estar mandando un mensaje a esas horas?

Sacó el teléfono del bolsillo donde se había quedado olvidado durante toda la noche y una mueca apareció en el rostro cuando vio que tenía más de una docena de llamadas perdidas. Y todas de Gabe. Además, tenía mensajes. El último acababa de llegar justo hacía unos segundos.

¿Dónde coño estás?

Aunque no había forma alguna de distinguir el tono de voz en un simple mensaje de texto, Mia podía imaginarse perfectamente a Gabe echando humo por la nariz de lo enfadado que estaría. Había otros cuantos mensajes, todos ordenándole que le dijera dónde estaba y cómo iba a volver a casa.

Mierda. ¿Debería llamarlo? Era tremendamente tarde —o temprano, depende de cómo se mire— pero era obvio que estaba despierto y evidentemente muy enfadado, o preocupado, o ambas cosas. Por ella.

Esperaría hasta que llegara a casa y luego le mandaría un mensaje. Al menos entonces podría decir que ya estaba en su apartamento.

El camino de vuelta a casa fue mucho más corto que la ida, ya que el tráfico no era un factor importante a esas horas de la madrugada. No pasó mucho tiempo hasta que el taxi se acercó a su edificio. Mia le pagó y luego se bajó del coche. El equilibrio pareció fallarle un poco una vez consiguió ponerse en pie.

El taxi se marchó y ella comenzó a dirigirse hacia el portal de su edificio. Y entonces lo vio.

La respiración se le cortó, y el pulso se le aceleró hasta que el alcohol no hizo más que darle vueltas en el estómago y provocarle náuseas.

Gabe estaba ahí, frente al portal de su edificio, y parecía cabreado. Se encaminó hacia ella con una expresión seria y los ojos brillándole de forma peligrosa.

—Ya era hora, joder —soltó mordazmente—. ¿Dónde mierdas has estado? ¿Y por qué no has respondido a mis llamadas o mis mensajes? ¿Te haces alguna idea de lo preocupado que he estado?

Ella comenzó a andar dando tumbos y Gabe maldijo por lo bajo mientras la agarraba del brazo para impedir que se cayera al suelo.

—Estás borracha —le dijo con seriedad.

Mia sacudió la cabeza aún sin poder encontrar la voz.

—No —consiguió pronunciar finalmente.

—Sí —insistió Gabe.

Él la arrastró hasta dentro cuando el portero abrió la puerta, y luego la condujo hasta el ascensor. Le quitó las llaves de las manos, entraron al ascensor y pulsó el botón para subir a su planta con demasiada fuerza.

—¿Puedes siquiera caminar? —le preguntó mirándola de arriba abajo como si de un látigo recorriendo su piel se tratara.

Ella asintió aunque no estaba ahora tan segura. Las rodillas le temblaban y a cada segundo que pasaba sentía más ganas de vomitar. Palideció y el sudor comenzó a caerle en goterones por la frente.

Gabe maldijo de nuevo mientras las puertas del ascensor se abrían. La agarró de la mano y luego la atrajo hasta su costado, manteniéndola en pie mientras ambos caminaban hasta la puerta de su apartamento. Metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la llevó rápidamente al interior. Después cerró la puerta de un portazo y la acompañó sin perder tiempo al lavabo.

Y no le sobraron ni dos segundos. Llegó al váter justo cuando el estómago comenzó a rebelarse contra ella.

Gabe le recogió el pelo con las manos y se lo echó hacia atrás para que no lo tuviera en la cara. Luego deslizó una mano por su espalda para tranquilizarla y calmarla.

No dijo ni una palabra —un hecho que Mia agradeció— mientras vaciaba todo el contenido de su estómago en el retrete. Una vez los vómitos por fin terminaron, la dejó sola durante un breve instante para poder humedecer una toalla en el lavabo, y luego volvió para pasársela por el rostro y la frente.

—¿En qué narices estabas pensando? —le exigió—. Ya sabes que tu cuerpo no tolera el alcohol tan bien.

Ella se hundió contra su pecho y descansó la frente contra él mientras cerraba los ojos y respiraba hondo. Lo único que quería hacer era tumbarse. Incluso después de vomitar tanto, seguía encontrándose fatal. Y no estaba segura de por qué. No había bebido tanto… ¿no?

Tenía las imágenes de la noche un tanto borrosas en la cabeza. Había bailado, bebido, y bailado un poco más. O a lo mejor había bebido más de lo que recordaba.

—Quiero lavarme los dientes —murmuró Mia.

—¿Estás segura de que puedes estar en pie tanto tiempo?

Ella asintió.

—Iré a prepararte la cama para que te puedas echar —le informó.

Gabe salió del cuarto de baño aún con la ira recorriéndole las entrañas. Más que ira, no obstante, había sido miedo. Una sensación que aún lo tenía sobrecogido.

Si no estuviera tan bebida, le estaría dejando el culo rojo como un tomate precisamente en ese momento por todas las cosas irresponsables y estúpidas que había hecho.

Le retiró la colcha, le colocó bien las almohadas y luego le arregló las sábanas para que pudiera deslizarse perfectamente dentro de ellas. Si no se sintiera tan mal, la arrastraría hasta su apartamento en estos momentos y se quedaría allí hasta que tuvieran que salir para París.

Gabe volvió al cuarto de baño con el ceño fruncido al no escuchar ningún ruido proveniente del interior.

—¿Mia? —preguntó mientras entraba por la puerta.

Y entonces sacudió la cabeza al ver la imagen con la que se topó; Mia estaba sentada en el suelo frente al retrete, con un brazo por encima de la tapa y la cabeza apoyada contra él. Dormida como un tronco.

Con un suspiro, Gabe se agachó y la levantó en brazos. La llevó al dormitorio y la dejó encima de la cama para poder desvestirla. Cuando estuvo desnuda, retrocedió un paso para poder quitarse la ropa él también y quedarse en bóxers, y luego se metió en la cama con ella. La puso de manera que estuviera pegada cómodamente contra su cuerpo, y que la cabeza usara su brazo a modo de almohada.

Los dos iban a tener una charla muy larga por la mañana. Con resaca, o sin ella.