CAPÍTULO XIII
SU cuerpo físico refleja la armonía o la inarmoonía que existe en la orquesta que forman sus subpersonalidades. Aceptarlas, apreciarías y reconocer sus sentimientos mejorarán su salud física y su bienestar.
Antes de aprender a identificar y reconocer mis sub— personalidades y sus sentimientos padecía diversos problemas físicos, como jaquecas, una úlcera, diarreas, cansancio e insomnio. Ahora que tengo cuarenta y tres años me siento más sana que cuando tenía veintitrés. Rara vez me encuentro enferma o tengo alguna afección física, y cuando las padezco generalmente se debe a que he ignorado a mi parte vulnerable y a sus sentimientos y necesidades durante un periodo de tiempo. Enfermarme era la única excusa por la que yo me permitía faltar a mi trabajo o descansar. Ahora que he aprendido a relajarme y disfrutar del tiempo de ocio ya no dudo en tomarme un día libre para equilibrar el tiempo para el trabajo y el tiempo para relajarme. Ya no me obligo a seguir adelante sin descansar hasta que me detiene una enfermedad. Respeto mis límites y la necesidad que tengo de encontrar equilibrio en mi vida.
Cuando aparece una enfermedad, es importante aceptarla y rendirse ante el cuerpo físico que necesita descansar y curarse. Enfermarse no es un signo de debilidad ni de fracaso, sino una señal de que necesitamos un tiempo de reposo para recuperar el equilibrio. Quizá estemos ante un proceso de limpieza después de haber experimentado grandes cambios de consciencia La enfermedad puede ser un indicativo de la necesidad de un cambio radical que estábamos evitando o negando. El descanso que nos vanos obligados a aceptar nos ofrece un tiempo para reflexionar en lo que hemos ignorado. Cuando reconocemos a qué se debe el desequilibrio y decidimos corregir el problema, la curación es normalmente rápida y completa. La enfermedad es una experiencia necesaria y útil, un proceso de limpieza que nos ayuda a centramos una vez más.
Con frecuencia, toda enfermedad refleja la dificultad de decir «no» a los demás. Sin esta opción, nos agotamos y también agotamos nuestros recursos haciendo lo que en realidad no deseamos hacer. El cuerpo físico parece decir: «¡Eh tu, presta atención! Nos estás haciendo daño y ni siquiera te preocupa lo que sentimos. Si sigues ignorándonos, nos marcharemos». Si nuestro cuerpo consigue atraer nuestra atención y realizamos los pasos necesarios para corregir nuestros problemas y expresar los sentimientos que hemos ignorado, la enfermedad ya no resulta necesaria y nuestra salud mejorará.
LA HISTORIA DE CAROL
Carol era una mujer que tenía aproximadamente mi misma edad y a la que conocí hace ocho años. Vino a consultarme después de enterarse de que padecía un cáncer de mama con metástasis. Me comunicó que sus padres habían muerto de cáncer en los últimos cinco años y que ella los había cuidado durante la enfermedad.
Carol tenía tres hijos adolescentes y una hija de dos años que no había proyectado tener y que se había presentado justamente después de otro embarazo que había culminado con un niño que había nacido muerto. Carol jamás había hablado de sus sentimientos —ni siquiera los había reconocido—en relación con el bebé que había perdido ni de la niña que ahora tenía. Tampoco se había permitido expresar sus sentimientos durante la enfermedad y la muerte de sus padres.
Además de atender a su familia, Carol trabajaba en un turno nocturno en una empresa local de electrónica con el fin de aumentar los ingresos familiares. Su matrimonio era tenso; ella asumía todas las responsabilidades de la casa y rara vez permitía que nadie le ayudara.
Mientras hablábamos sobre su vida y su enfermedad, Carol reconoció que la muerte era la única salida que encontraba para sus dificultades. Expresó claramente que deseaba ayuda para su familia, pero tenía poca esperanza o deseo de realizar los cambios que fueran necesarios para aclarar sus problemas y transformar su vida.
Trabajé con Carol y su familia para ayudarles a afrontar la enfermedad y aprender a hablar, compartir y ayudarse mutuamente en esta penosa\ experiencia. La transformación de Carol se produjo un año más tarde con su muerte. La transformación de su familia se realizó mientras compartían la enfermedad y la muerte de Carol, etapa en la que aprendieron a expresar el amor que sentían por ella y por cada uno de los miembros de la familia.
LA HISTORIA DE BEA
La historia de Bea tiene un final diferente. Bea desarrolló un cáncer cuando tenía poco más de treinta años. Su reacción fue luchar por su vida con todos sus recursos. En el proceso se vio obligada a enfrentarse a sí misma, incluyendo la parte de ella que quería morir. Decidió emprender grandes cambios y tomó la decisión de divorciarse tras quince años de relación. Tenía cuatro hijos.
Bea buscaba su alma y afrontaba la forma en que había ignorado sus necesidades, sus talentos y su creatividad, los sentimientos que le despertaba su matrimonio y la ira que sentía contra su exigente y a veces poco sensible marido. Fue entonces cuando aprendió lo que debía hacer y tuvo el coraje de realizar los cambios que tanto necesitaba. Tuvo la valentía de afrontar una vida sin su pareja, con sus cuatro niños y el cáncer. Bea decidió vivir de acuerdo con sus necesidades.
Ahora, quince años más tarde, es una mujer sana y feliz. Vive en otra ciudad, se ha casado otra vez y disfruta escribiendo, ilustrando y publicando libros para jóvenes. Sus propios hijos son felices y tienen éxito.
La enfermedad nos indica que hemos saboteado nuestra vida de alguna forma y necesitamos transformación y limpieza. La transformación puede manifestarse a través de la decisión de vivir o de morir. Esa opción solo puede realizarla la persona que está enferma.
Maggie Creighton, directora del Centro de Información y Ayuda para el Cáncer de Palo Alto de California, comunica a los enfermos de cáncer «Tengo dos manos. Con una puedo ayudarlo a vivir y con la otra puedo ayudarlo a morir. La elección es suya y, cualquiera sea, la aceptaré y la respetaré».
Esto es el amor incondicional. Te quiero y trabajo contigo para ayudarte a elegir el resultado final de lo que podemos hacer juntos. Respeto los límites que nos definen como individuos. Y aunque mi propio deseo sea que tú elijas vivir, entiendo que se trata de tu elección y no de la mía. De cualquier modo, te quiero.