CAPÍTULO V

Ira reprimida: El tigre en el depósito de su saboteador

CUANDO no nos gusta algo de lo que está pasando en nuestra vida, la intensa emoción que se apodera del niño que llevamos dentro es la ira. La ira nos anuncia que tenemos la necesidad de expresar de algún modo que nos sentimos heridos, que nadie atiende nuestras necesidades y deseos, que se ignoran nuestros sentimientos y que se han violado nuestros límites. Igual que el dolor moral, la ira nos anuncia que algo va mal. Nos señala que debemos prestar atención a lo que sucede en nuestras relaciones con los de más y que debemos aceptar nuestras propias necesidades y sentimientos, valores y creencias, o hacer frente a alguien que se ha entrometido en nuestra vida haciéndonos sentir incómodos y posiblemente también haciéndonos daño.

La ira surge cuando el niño que llevamos dentro no acepta lo que hay en nuestra vida. Nos enfadamos cuando nos enfrentamos con la muerte, la pérdida o la separación de aquellas personas que amamos y necesitamos. Nos disgustamos cuando otras personas no resultan ser como pensábamos o cuando no hacen lo que pretendemos que hagan. Nos enojamos cuando ofrecemos nuestro poder a otras personas y luego acabamos sintiéndonos impotentes, dependientes y convertidos en víctimas. Nos encolerizamos cuando la sociedad, las reglas, las leyes y las estructuras interfieren en nuestra libertad para hacer, ser y experimentar todo lo que elijamos. Nos ponemos furiosos cuando descubrimos ciertas limitaciones o nos topamos con límites que nos separan de los demás y también cuando observamos cualidades en otras personas que tememos no encontrar en nosotros mismos.

Los problemas derivados de la ira son persistentes en nuestra cultura porque no hemos aprendido, y por lo tanto no hemos podido enseñar a nuestros hijos, a dominar esta exaltada emoción que todos experimentamos. La ira es tan natural y humana como los brazos y las piernas, los dedos de las manos y de los pies; pero pretendemos ignorarla y hacerla desaparecer. En efecto, rechazamos al niño que hay en nosotros y que experimenta esta intensa emoción. Lo que comienza como un autorrechazo en el esfuerzo por ignorar la ira, termina en relaciones frustradas, divorcios, jaquecas y migrañas, úlceras, diarrea y cáncer. Ofrecernos al Saboteador un arma poderosa para que la utilice en contra de nosotros mismos cuando negamos al Niño Interior y sofocamos la cólera en vez de aprender a expresarla, aclararla y liberarla. Cuando le permitimos actuar fuera del campo de nuestra conciencia, el Saboteador utiliza la cólera reprimida para destruir nuestros sueños, minar nuestras relaciones y dañar nuestra salud física.

El Saboteador expresa inconscientemente la ira reprimida en modos que no somos capaces de planificar ni dirigir, por ejemplo, cuando se las arregla para hacemos llegar tarde, olvidar o perder objetos, apartamos de las relaciones, comportamos de un modo desagradable con los demás; cuando nos impulsa a lloriquear, comer en exceso o bloquear nuestra sexualidad; o nos convence de que no tenemos el menor deseo de comunicamos. Cuando el Saboteador infiltra la ira reprimida, el cuerpo físico lo percibe de inmediato y crea un dolor físico que refleja esos sentimientos negativos que están bloqueados en nuestro interior sin posibilidad de expresión. Dichos sentimientos, almacenados durante años, pueden atentar contra la salud o incluso contra la vida misma si no somos capaces de aprender a detener al Saboteador y dominar al monstruo de la «noción para que en vez de atacamos, trabaje para nosotros.

La cólera reprimida también alimenta explosiones volcánicas que hacen erupción cuando algunos incidentes, ya sea graves o nimios, nos desbordan y el Saboteador ocupa nuestro lugar. Entonces nos convertimos en un monstruo enfadado determinado a forzar a los demás a que presten atención a las necesidades y sentimientos que nosotros hemos ignorado. Pretendemos asustarlos para que cambien o acepten nuestra propuesta. Con una aparentemente justificada indignación proyectamos nuestros problemas sobre los otros, los culpamos y exigimos que cambien para que nosotros podamos ser felices. Ignoramos que la fuente del dolor reside dentro de nosotros mismos. En ese momento creemos fervientemente que los otros son la causa de todas nuestras tribulaciones.

Después de descargar nuestra ira y observar el daño que hemos hecho a las personas que hemos atacado, experimentamos remordimiento y horror por la intensidad y el carácter destructivo de nuestros sentimientos En este momento acaso solo deseemos ocultar y reprimir estos monstruosos sentimientos para no volver a sentimos culpables por una actitud tan desmedida. El Saboteador se regocija mientras seguimos dando vueltas en este círculo vicioso que creamos nosotros mismos: represión, explosión, remordimientos, culpa, represión explosión, remordimientos, culpa. No se ha resuelto nada. Nada ha cambiado. Nuestros cuerpos y nuestras relaciones aún sufren, a pesar de que aliviemos ocasionalmente el montante de presión que hay en nuestro interior por medio de esos estallidos de rabia.

Aprender a reconocer la cólera cuando la experimentamos es el primer paso para dominarla y controlar su expresión sin la intervención del Saboteador Interno. Esto parece sencillo, pero si ha pasado usted años ignorando la ira, tendrá usted una gran experiencia en reprimir ese sentimiento con tanta rapidez que simplemente ni siquiera advierte su presencia.

Una forma de quebrar este hábito es revisar las actividades de cada día reflexionando sobre qué es lo que le ha hecho enfadarse. ¿Por qué motivo o situación se sintió disgustado? Su objetivo es reconocer su enfado sin juzgarse ni criticarse. Esto supone todo un desafío porque acaso haya creído usted durante años que la ira es algo malo y se haya sentido a disgusto por experimentarla. (Puede usted analizar sus propias ideas sobre la cólera haciendo el ejercicio que presentamos al final de este capítulo.)

Para su salud física y su bienestar emocional es fundamental que decida aceptarse tal cual es, incluido el niño que lleva dentro y que con frecuencia se enfada. Cuando deje de juzgar y rechazar esta parte de usted, dispondrá de más energía, tendrá menos tendencia a la depresión y se sentirá más fuerte. También tendrá más oportunidades de expresar sus sentimientos con absoluta sinceridad y de este modo modificará las relaciones que mantiene con otras personas.

Recuerde que su intención es aprender a expresar su ira con eficacia, ya que hacerlo de un modo destructivo es tan problemático como no expresarla en absoluto.

Cuando reconozca su ira (y no experimente rechazo al descubrirla), debe usted aclarar por qué motivo se ha disgustado y luego pensar de qué otro modo podría haber expresado sus sentimientos. Practique la forma correcta de expresarse cuando se encuentre a solas y pueda analizar los sentimientos sin proyectarlos en otra persona. Recuerde que cuando exprese cómo se siente, es importante hacer afirmaciones en primera persona, como, por ejemplo, «Me enfadé... porque...». Esto resulta mucho más efectivo y adecuado que atacar a otra persona haciendo juicios de valor sobre ella o criticándola abiertamente.

También puede usted escribir cartas aunque no tenga la intención de enviarlas. Es una forma de conectar con sus sentimientos volcándolos en el papel. Luego decidirá si desea o no hablar directamente con la persona con la que se ha enfadado.

Gradualmente, comenzará a reconocer su cólera en cuanto surja. Ahora tiene la opción de expresarla francamente durante la situación conflictiva. Como si fuera un niño que está aprendiendo a andar, acaso se muestre usted un poco torpe para expresarse en esta etapa de su proceso de crecimiento. El reto es aprender de cada experiencia y rentabilizar los propios errores. Su meta es hacerse responsable de su cólera; responsable de reconocer y aceptar el niño que habita en usted y que experimenta estos sentimientos, y responsable de manejar eficazmente dichos sentimientos. El objetivo es impedir que el Niño Interior enfadado domine su vida. Debe estar muy atento, pues en esta etapa el Saboteador está deseando persuadirlo de que abandone este proceso de aprendizaje.

Mientras continúa analizando su cólera, acaso descubra que sus sentimientos corresponden a situaciones mucho más profundas de las situaciones que experimenta día a día. Si usted se encoleriza con facilidad, su ira se alimenta de sí misma y se toma desmedida para la situación, con toda certeza se trata de sentimientos del pasado que ha reprimido durante años. Pregúntese qué refleja la situación actual de su pasado. ¿Es la furia que siente contra su marido un reflejo de la ira que sentía por su padre cuando se relacionaba con él hace años? ¿Acaso su jefe lo irrita de la misma forma que lo irritaba su madre cuando intentaba controlar su conducta? ¿Su hijo o hija le despierta la misma cólera que le provocaban sus padres a la hora de resolver un problema que nunca solucionó con ellos?

Cuando usted tome consciencia de que su pasado está vulnerando el presente, permítase expresar sus antiguos sentimientos. Puede usted hablar con su padre como si estuviera presente. Ofrézcale una silla y diríjase a él directamente. Incluso puede ocupar su lugar, representar su papel y responderse tan intuitivamente como respondería él si estuviera físicamente presente. Continúe con este encuentro, representando ambos papeles hasta que sienta que está preparado para desahogar su cólera y deshacerse de esa vieja situación con comprensión y perdón.

Si no le gusta el role playing2, escríbale una carta a su padre comentando todo lo que necesite decirle. Cada vez que se deshaga de su ira relacionada con una experiencia pasada, se sentirá más libre, más ligero y más vital. La depresión se desvanece cuando usted se libera de las cargas del pasado, enterradas y petrificadas dentro de sí durante años. ¡Qué alivio!

Mientras usted continúe evolucionando en su proceso de crecimiento, conseguirá dominar su cólera que será cada vez menos intensa. Al liberarse de la ira acumulada, el presente se toma más agradable, tranquilo y satisfactorio. Está usted superando su miedo al niño que habita en usted y que siente ira. Estar furioso o encontrarse con alguien que está francamente enfadado ya no es una situación de emergencia. La ira es simplemente una emoción que es preciso aceptar, reconocer y liberar.

Abandonarse a la ira, una vez que la ha reconocido y expresado, es esencial para su felicidad y bienestar. Sin embargo, se trata de un paso que acaso le parezca difícil. Quizá la idea de abandonarse le provoque temor si usted imagina que en el proceso perderá algo o se descontrolará. La verdad es que abandonarse, igual que exhalar, es sencillamente un proceso de limpieza, necesario para su salud y su bienestar. Si descubre que está bloqueado y no puede deshacerse de su cólera, respire profunda y lentamente. Exhale lo máximo posible contrayendo sus músculos abdominales y luego observe cómo sus pulmones se llenan completamente de aire fresco. Exhale una vez más mientras visualiza sus pulmones llenándose totalmente.

Continúe respirando e imagine que puede ver cómo su enfado se desplaza hacia el exterior de su cuerpo y se transforma en una luz blanca y pura que lo rodea con amor. Usted se siente abierto y puro. Abrace al niño que habita en usted y prepárese para el cambio. El pasado es el pasado y el ahora es ahora. Perdone y olvide. Abandónese. Recuerde que el Saboteador Interno lo empuja a quedarse fijado a viejos resentimientos y a recuperar antiguos enfados. El desea que usted mantenga vivos esos antiguos sentimientos con el fin de que alimenten los ataques que lanza sobre usted y sus relaciones con los demás.

La ira es una herramienta poderosa para conocerse más. Al aceptarla y aprender de ella, usted verá con claridad quién es y qué es lo verdaderamente importante para usted. Su ira le ayuda a conocerse y respetarse.

Con frecuencia, lo que lo lleva a enfadarse con los demás refleja algo que usted teme y que no logra reconocer en sí mismo. Cuanto más se acepte usted sin juzgarse ni rechazar sus partes humanas menos perfectas, menos cólera experimentará en relación con las demás personas cuando le muestren sus imperfecciones.

El camino para que exista menos cólera en su vida no es el de la negación ni el rechazo de sí mismo. Afrontar y aceptar esta emoción lo liberará de su miedo y le permitirá aprender lo que cada escalada de cólera puede enseñarle. Paradójicamente, este sentimiento desaparece cuando dejamos de luchar «con lo que hay» (incluida la cólera) en nosotros y en los demás y aprendemos a aceptar con amor todos los retos que nos impone la vida.

EJERCICIO

Haga una lista de todas las ocasiones en que hoy se encolerizó. En el transcurso de la semana. Durante el último mes.

Pregúntese qué fue específicamente lo que desató su ira en estas situaciones. Aclare sus sentimientos.

¿Expresó directa o indirectamente esos sentimientos?

¿Qué modelos reconoce en su forma de responder y expresar su enfado?