CAPÍTULO X
EL miedo consigue descentrarlo y desequilibrarlo. _|Lo convence de que protegerse de los demás estableciendo límites es peligroso. Después de todo, si usted sabe cuidar de sí mismo y se hace valer, probablemente será rechazado y abandonado por las personas que son más importantes en su vida. El miedo le recuerda una y otra vez que el amor de dichas personas es endeble y que puede desaparecer si usted osa no complacerlos.
El miedo es el lado oscuro de la vida. Sirve de alerta cuando se encuentra usted frente a un peligro real y necesita realizar alguna acción para protegerse. Sin embargo, también se apodera de su mente cuando no existe ningún riesgo real y lo anima a crearse problemas generando pensamientos que producen temor.
El miedo es la energía que se oculta tras la duda, el maltrato, las conductas destructivas y la violencia. Constituye el arma más poderosa del Saboteador. Cuando usted está asustado, su aprehensión distorsiona sus pensamientos y sus acciones. Si usted está cada vez más atemorizado, produce cada vez más pensamientos negativos que pueden terminar en una espiral de conductas destructivas. Luego se sentirá impotente para poner freno a la marea de terror que el Saboteador Interno ha producido con su autorización.
Atrapado en esta trampa fabricada por usted mismo, no es difícil que pierda de vista a su ser superior y que tenga problemas para detener los pensamientos negativos y las conductas destructivas. Usted está descentrado, y aunque se dé cuenta de ello, posiblemente se sienta incapaz de volver a encontrar el camino.
El miedo le enseña a esperar el peor resultado posible en cualquier circunstancia, a dudar de los demás y a dudar de sí mismo. Le exige que se someta a sus presunciones y que favorezca los resultados negativos que él predice. Lo paraliza y lo mantiene bloqueado en situaciones dolorosas de las que usted necesita liberarse.
El miedo lo obliga a no reconocer ni respetar los límites. También le impide establecerlos. Lo sabotea convenciéndolo de que si usted no se muestra indulgente con lo que los demás desean, ellos pueden rechazarlo, abandonarlo o de alguna manera hacerle daño.
El miedo lo conduce a abusar de usted mismo. Lo arrastra más allá de los límites de su resistencia física y emocional porque usted se dice que no podrá lograr el éxito sin sufrir ni trabajar en exceso.
Debido al miedo usted se aprovecha de otras personas. El miedo le hace creer que no puede tener éxito ni ser económicamente independiente. Al creer esto usted depende de personas que le parecen indispensables y a las que, sin embargo, no tiene en cuenta —como tampoco a sí mismo— en el proceso. Usted considera que para ganar tiene que estafar a alguien porque el miedo lo ha convencido de que sus recursos personales no son suficientes ni adecuados para los desafíos que debe afrontar.
Cuando se rinde ante el Saboteador, usted expresa su terror mediante conductas destructivas. Cuando el miedo se hace cargo de la situación, usted permite que sus impulsos lo controlen.
El miedo sabotea sus relaciones en todos los casos en que usted admite las conductas destructivas de otras personas y las apoya a pesar de que le hacen daño; y no solamente a usted, sino también a la persona en cuestión. Sin embargo, usted considera que está actuando acertadamente al no asumir el riesgo de oponerse a dicha conducta o retirar su apoyo.
Usted proyecta sus necesidades y recursos sobre los demás cuando se siente atemorizado. El miedo consigue que usted se aproveche de la otra persona o, por el contrario, que la proteja, ignorando lo que cada uno de vosotros podría hacer por sí mismo.
Cuando usted siente miedo, se desplaza desde el momento actual hacia el futuro y prevé problemas. El miedo también lo saca del presente para llevarlo al pasado con el fin de que recuerde antiguos sufrimientos y decepciones y que alimente la idea de que se repetirán en el futuro.
Cuando advierta que está asustado y que el Saboteador lo está dominando, céntrese. El miedo actúa entonces como una señal que indica que usted ha perdido su equilibrio y necesita centrarse otra vez.
Su centro está siempre presente y disponible. No olvide que ese centro está cerca de su corazón. Imagine la energía amorosa que se irradia desde esta región, envuelve su cuerpo físico en una espiral en expansión
y lo trasciende introduciéndose en el reino de las dimensiones etéricas y espirituales. Afirme: «Ahora me estoy centrando» mientras imagina esa magnífica espiral. Relaje su respiración mientras regresa al momento actual y libérese del miedo.
En cada momento de la vida usted elige estar centrado en la energía del amor o descentrado y actuando con su Saboteador en la energía del miedo. Independientemente de cuántas veces necesite usted hacerlo, puede elegir el amor al miedo y volver a centrarse en esa energía sanadora. De este modo usted se liberará del Saboteador que le despierta temor en vez de quedarse fijado a él y permitir que lo domine cada vez más.
Arlene era la única hija de una familia temerosa. Sus padres la sobreprotegían y evitaban todo aquello que pudiera disgustarla. Ellos tenían la esperanza de que, como compensación, ella, a su vez, los protegiera. Esto quería decir que no hiciera nada que ellos no aceptaran o aprobaran.
En esta familia abundaban las preocupaciones. Los padres de Arlene le enseñaron a preocuparse por todas las cosas malas que le podían suceder. Esta familia consideraba que la vida era dura y difícil de soportar.
Cuando Arlene se convirtió en una persona adulta (cronológicamente), emocionalmente seguía siendo una niña. Tenía grandes dificultades para tolerar los momentos buenos y malos de la vida ordinaria. Se preocupaba en exceso de sí misma tal como habían hecho sus padres, se sentía desdichada y frustrada y le atemorizaba cualquier cosa que hacía. Permitió que sus miedos la dominaran sin ser capaz de realizar ciertas acciones que podían haber convertido su vida en algo más gozoso y que le deparara éxitos. Siempre temía fracasar.
Cuando Arlene y yo trabajamos juntas, insistí en que asumiera la responsabilidad de estar asustándose a sí misma al convertirse en la parte Saboteadora de sí misma que producía sus miedos. Cuando afirmaba: «Me da miedo», le solicitaba que cambiara su afirmación por «Asusto a Arlene con que...». Entonces ella decía: «Me da miedo hacer eso», y yo le preguntaba: «¿De qué modo estás asustando a Arlene?». Al apropiarse de esa parte Saboteadora que producía sus miedos y modificar de este modo su forma de expresarse, tomó consciencia de su poder; el poder de asustarse o de reafirmarse. Una vez que reconoció su responsabilidad en la creación de su ansiedad, se encontró ante una opción que nunca antes había vislumbrado. Podía seguir asustándose a sí misma o podía alentarse y consolarse.
Gradualmente comenzó a experimentar su fortaleza. Yo me mostré firme con ella negándome a compadecerla cuando afirmaba con impotencia: «Pobre de mí». Aprendió a tomar consciencia de las ocasiones en las que se escapaba del momento presente para aterrorizarse con algo que había sucedido en el pasado o que podía acontecer en el futuro.
Mientras realizaba estas modificaciones, una parte de Arlene estaba muy enfadada. Su parte disgustada deseaba que la trataran como la niña indefensa que siempre había sido. Cuando me negué a representar el papel complementario de compadecerme de ella, se puso furiosa porque había descubierto su juego. Sin embargo, su cólera también fue un gran adelanto. Ella necesitaba la energía y la potencia de la rabia que había reprimido durante tanto tiempo para liberarse de la prisión en la que había vivido toda su vida debido al miedo.