Prólogo

PRÓLOGO

No escribí este diario español con premeditación y menos con alevosía. Nunca me dije: falta este aspecto, vamos por él. A pesar de mi condición de autor dramático (lo que se puede discutir) no suelo hacer sinopsis de mis libros —desgraciadamente—; lo digo a cuenta de que no viví para este texto. Boceto de gentes, paisajes, conversaciones mal recordadas o reproducidas al pie de la letra; dependió —como tanto— de la casualidad. El índice, las repeticiones, las faltas me las dieron las fallas de mi agenda. ¿Qué no hubiese dado por volver a Sevilla o a Santander?, y quien dice Sevilla nombra Granada; quien Santander, Santiago o Pamplona. Urgía la caducidad de mi visado.

Éste que debiera ser un libro escrito para muchos no llegará a tanto, ni convencerá a nadie; tan desigual. ¿Por eso había de callar? Jamás estuve tan inseguro frente a un manuscrito, no a mi obligación. Mas la sinceridad no es prenda literaria. Y esto —a mi pesar— quedará en literatura. De este desajuste no me importaría salir mal parado, si saliera; mas quedo preso.

Al fin y al cabo sólo vivimos para con quienes convivimos; los demás, la inmensa mayoría, están fuera de nuestro radio de acción. Sabemos que existen, nos enteramos —mal— del quehacer de los más destacados, pero nos son ajenos. Sólo nos tocan, influyen, los que de una manera u otra —hay muchas— amamos, aun odiándolos o, si llegamos a tanto, despreciamos. No se influye en quien no tiene afinidad con nosotros y menos sobre quien detenta un concepto distinto de la vida.

¿Qué son estas páginas? Diario sólo hasta cierto punto, porque éstos suelen limitarse a anotación de sucesos, reflexión sobre lo inmediato. Interesa en ellos lo inesperado, la gracia del aire; no tiene éste ninguna: leo una tesis que lleva como apéndice una conversación grabada en mi casa, meses antes del viaje aquí anotado: en ella encuentro, a priori, las consecuencias que pueden sacarse de estas páginas. ¿Quiere decir que fui a España con la idea preconcebida del estado actual de la península? Es posible. Doy mi palabra que deseaba lo contrario. Sencillamente: no vivía a oscuras; lo que no quiere decir —ni mucho menos— que diera en el blanco de la razón.

No pretendo la menor objetividad. Escrito día a día tampoco quiere dar una impresión de conjunto. No quiero hacerlo porque la que fuese sería falsa. Comprendo que, para la mayoría, las impresiones de un turista o del ansioso esperanzado vuelto a su patria, España sea la imagen primera del Paraíso. No soy sectario; pero, aunque parezca mentira, no sé mentir; inventar, de cuando en cuando. Pero no se trataba de eso ni hubiese podido.

Publico este libro porque creo que debo hacerlo. Desgraciadamente no servirá para maldita la cosa. Lo siento: mal de muchos no es consuelo de uno. No intenté ser imparcial. ¿Soy acaso crítico? ¿Vine a juzgar, a dar fallo? No nací para juez sino para parte. Además, ¿quién puede sentenciar? Buscándola suprema los hombres se han entrematado desde que se le ocurrió a la faramalla que había quien podía discernir —fuera de sí— la razón de cada quien.

Vi, oí, digo lo que me parece justo. No busco acuerdos. Una vez más testigo no hago sino dar cuenta sin importarme las consecuencias. Irresponsabilidad suelen llamar a esa figura serenos, barbas y condecorados. Tal vez.

Me hirvió la sangre ante la indiferencia. Me parece que, a menos que se toque a los vivos directamente en algo que les ataña (no precisamente en las ideas, mal repartidas), el aguantar es achaque, por lo menos, del mundo occidental incluyendo naturalmente el soviético.

Indiferencia callejera del pueblo español; con sus rechinamientos; mas ¿quién está libre de no decir esta boca es mía si, además, encubre el poco saber?

Me hubiese gustado escribir y publicar estas páginas en España. No puede ser. Las edito en México mejor que guardarlas en un cajón. Podría vivir callado en una agradable casa española, comer y beber según los permisos de los facultativos. ¿Para qué entonces?

Publicar mañana lo de hoy, tampoco vale la pena. Ya sé que oficialmente no ha de llegar este libro a artículo de consumo, pero algún ejemplar se perderá por Sevilla o Bilbao, Valencia o Santander. Por esa decena de volúmenes escojo seguir mi camino, acompañado por las sombras de algunos amigos. Nada digo que no se haya dicho, lo repito para que quede otra constancia de lo que algunos suponen la verdad. Sin contar que, como español, no me da la gana «de hablar con el portero».