II
DORINA y NARDI, paseando.
NARDI. —¿Sabe usted que su papá está enamorado como un loco de la chanteuse del Cabaret?
DORINA. —¿Papá? ¿Qué me dice?
NARDI. —Papá, papá; se lo aseguro yo; por lo demás, lo sabe toda la comarca.
DORINA. —¿Pero lo dice usted en serio? ¿Papá enamorado? (Una carcajada que hace volverse a todos los espectadores vecinos.)
NARDI. —¿No vio usted que estaba allí, en el Cabaret?
DORINA. —¡Por Dios, que no se entere mamá! ¡Lo descuartizaría! ¿Pero quién es esa chanteuse? ¿Usted la conoce?
NARDI. —Sí, la he visto una vez. Una loca afligida.
DORINA. —¿Afligida? ¿Cómo…?
NARDI. —Dicen que llora cuando canta, con los ojos cerrados; lágrimas auténticas; y algunas veces, se cae al suelo, anonadada por la desesperación que la hace llorar, borracha.
DORINA. —¡Ah!, ¿sí? ¡Entonces será el vino!
NARDI. —Quizá. Pero parece ser que bebe porque está desesperada.
DORINA. —¡Dios mío! ¿Y papá…? ¡Pobrecito! ¿Sabe usted que papá es verdaderamente desgraciado, el pobre? No, no, yo no lo creo.
NARDI. —¿No lo cree? ¿Y si yo le dijera que una noche, quizá un poco alegre él también, dio el espectáculo en el Cabaret, yendo con un pañuelo en la mano y las lágrimas en los ojos a enjugárselas a la que cantaba con los ojos cerrados?
DORINA. —¡Oh, no! ¿En serio?
NARDI. —¿Y sabe cómo le contestó ella? ¡Propinándole una solemnísima bofetada!
DORINA. —¿A papá? ¿También ésa? ¡Le da tantas mamá, al pobre papá!
NARDI. —Y eso mismo le dijo él, allí, delante de los clientes que se reían: «¿También tú, ingrata? ¡Me da tantas mi mujer!». (En este momento están cerca del bar. DORINA ve a sus hermanas y corre hacia ellas con NARDI.)