Al levantarse el telón se verá que los TRAMOYISTAS y DEPENDIENTES habrán desmantelado el primer simulacro de escena y que, en cambio, habrán colocado una pequeña fuente de jardín. En una parte del escenario estarán sentados en fila los ACTORES y, en la otra, los PERSONAJES. El DIRECTOR estará de pie en mitad del escenario, agarrándose la barbilla con el puño cerrado, pensando.
EL DIRECTOR. (Reaccionando después de una breve pausa.) —Entonces… ¡Veamos el segundo acto! ¡Déjenme, déjenme hacer a mí, como había establecido desde un principio! ¡Irá de maravillas!
LA HIJASTRA. —Ahora vendría nuestra entrada en su casa (señalará al PADRE), ¡a despecho de él! (Señalará al HIJO.)
EL DIRECTOR. (Impaciente.) —Eso está bien, pero deje que yo me encargue. ¿De acuerdo?
LA HIJASTRA. —¡Pero que quede claro su desprecio!
LA MADRE. (Titubeando con un movimiento de cabeza.) —Para todo lo que nos ha servido…
LA HIJASTRA. (Dirigiéndose a ella de manera tajante.) —¡No importa! ¡Cuanto más daño para nosotros, más remordimiento para él!
EL DIRECTOR. (Impaciente.) —¡Lo comprendo, lo comprendo! ¡Y se lo tendrá en cuenta! ¡No lo dude!
LA MADRE. (Suplicante.) —Pero hágalo entender bien, se lo ruego, señor, por mi conciencia, que yo busqué de cualquier modo…
LA HIJASTRA. (Interrumpiendo despectivamente, retomando la palabra.) —… ¡Calmarme, aconsejarme que no lo menospreciara! (Al DIRECTOR) Déle el gusto, complázcala, ¡porque es verdad! Yo disfruto muchísimo porque, mientras tanto, a la vista está: ¡cuanto más ella suplica o trata de conmoverlo, tanto más se aleja él, se «ausenta»! ¡Qué maravilla!, ¿no?
EL DIRECTOR. —¿Vamos empezar de una vez el segundo acto?
LA HIJASTRA. —No digo ni una palabra más. ¡Pero tenga en cuenta que desarrollar todo en el jardín, como quiere, no será posible!
EL DIRECTOR. —Y ¿por qué no?
LA HIJASTRA. —Porque él (señalará de nuevo al HIJO) está siempre encerrado en su habitación, ¡apartado! Luego, como le he dicho, habrá que desarrollar todo el papel de ese pobre muchacho confundido en casa.
EL DIRECTOR. —¡Sí, pero como comprenderán, no podemos colgar cartelitos o cambiar el escenario a cada momento!
EL PRIMER ACTOR. —Antes sí se hacía…
EL DIRECTOR. —¡Cuándo el público era quizá como esa niña!
LA PRIMERA ACTRIZ. —¡E incluso era más fácil lograr la ilusión!
EL PADRE. (Levantándose de golpe.) —¿La ilusión? ¡Les suplico que no hablen de ilusión! No usen esa palabra. ¡Es demasiado cruel para nosotros!
EL DIRECTOR. (Sorprendido.) —¿Se puede saber por qué?
EL PADRE. —¡Es cruel, muy cruel! ¡Debería entenderlo!
EL DIRECTOR. —Entonces, ¿cómo deberíamos llamarla? ¿Cómo llamar a la ilusión de crear, aquí, a los espectadores…
EL PRIMER ACTOR. —… con nuestra representación…
EL DIRECTOR. —… la ilusión de una realidad!
EL PADRE. —Comprendo, señor. Quizá sea usted quien no nos comprende. ¡Tiene que disculparme! Para usted y sus actores todo esto no es más que un juego, y no lo critico.
LA PRIMERA ACTRIZ. (Interrumpiendo ofendida.) —¡De qué juego habla! ¡No somos niños! ¡Aquí se actúa de verdad!
EL PADRE. —¡Sí, no lo niego, no! Y comprendo, justamente, que el juego de su arte tiene que lograr, como dice el señor, una perfecta ilusión de realidad.
EL DIRECTOR. —¡Eso es exactamente!
EL PADRE. —¡Pero también tiene que pensar que nosotros (se señalará a sí mismo y rápidamente a los otros cinco PERSONAJES) no tenemos otra realidad más allá de esta ilusión!
EL DIRECTOR. (Aturdido, mirando a sus actores también perplejos y desorientados.) —¿Y eso qué quiere decir?
EL PADRE. (Después de observarlos minuciosamente, con una leve sonrisa.) —¡Por supuesto que sí, señores! ¿Qué otra realidad? Lo que para ustedes es una ilusión a crear, para nosotros es la única realidad. (Breve pausa. Dará unos cuantos pasos en dirección al DIRECTOR y proseguirá.) ¡Y no solamente para nosotros, créame! Piénselo bien. (Lo mirará fijamente a los ojos.) ¿Podría decirme quién es usted? (Y se quedará apuntándolo con el dedo.)
EL DIRECTOR. (Turbado, sonriendo a medias.) —¿Cómo que quién soy?… ¡Soy yo!
EL PADRE. —¿Y si le dijera que no es verdad, porque usted es yo?
EL DIRECTOR. —¡Le diría simplemente que está loco! (Los ACTORES reirán.)
EL PADRE. —Tienen razón para reírse: esto es un juego (al DIRECTOR) y usted, por lo tanto, puede objetarme que sólo por un juego ese señor, allá (señalará al PRIMER ACTOR), que es «él», tiene que ser «yo», que sin embargo soy yo, «éste» ¿Se da cuenta cómo ha caído en la trampa? (Los ACTORES reirán de nuevo.)
EL DIRECTOR. (Cortante.) —¡Ya hemos hablado de esto! ¿Se lo repito de nuevo?
EL PADRE. —No, no. No quería decir eso precisamente. Incluso lo invito a salir de este juego (mirando a la PRIMERA ACTRIZ, como anticipándose) —¡teatral, teatral!— que usted acostumbra hacer aquí con sus actores. Pero vuelvo a preguntarle en serio: ¿quién es usted?
EL DIRECTOR. (Dirigiéndose, maravillado y fastidiado, al mismo tiempo, hacia los ACTORES) —¡Vaya si se puede ser descarado! ¡Uno que se da ínfulas de personaje tiene el atrevimiento de preguntarme quién soy!
EL PADRE. (Con dignidad pero sin soberbia.) —Un personaje, señor, siempre puede preguntar a un hombre quién es. Porque un personaje tiene realmente una vida, con sus propios atributos, por los que siempre es «alguien». Mientras que un hombre —y no estoy hablando de usted ahora— un hombre cualquiera puede que no sea «nadie».
EL DIRECTOR. —¡Claro! ¡Pero usted me lo pregunta a mí, que soy el Director! ¡El Director de la compañía! ¿Se da cuenta?
EL PADRE. (Casi susurrando, con una meliflua humildad.) —Sólo lo hago para saber, señor, si verdaderamente usted puede verse cómo es ahora mismo… y como ve, por ejemplo, con la distancia del tiempo, a aquel que fue, con las ilusiones que tenía entonces; con todas las cosas, dentro y a su alrededor, de acuerdo a cómo las veía entonces —y que eran realmente así para usted—. Pues bien, señor. Recordando esas ilusiones que ya no se plantea, todas aquellas cosas que ahora ya no le «parecen» como «eran» hace un tiempo para usted, ¿no siente como si faltara, no digo estas tablas del escenario, sino un piso firme, el suelo bajo sus pies, sobre todo si piensa que de igual manera «esto» que siente ahora, toda su realidad actual, tal como es, también está destinada a parecerle una ilusión el día de mañana?
EL DIRECTOR. (Sin haber comprendido muy bien, aturdido por la densa argumentación.) —¿Y? ¿Adónde quiere llegar?
EL PADRE. —A ningún sitio, señor. Tan sólo hacerle ver que si nosotros (se señalará a sí mismo otra vez, así como a los otros PERSONAJES) no tenemos otra realidad más allá que la ilusión, también sería bueno que usted desconfiase de su realidad, de la que usted hoy respira y toca, porque, como la de ayer, está destinada a revelársele el día de mañana como una ilusión.
EL DIRECTOR. (Volviendo a tomárselo en broma.) —¡Tiene toda la razón! ¡Ahora sólo falta que usted diga que con esta comedia que viene a representarme es más verdadero y real que yo!
EL PADRE. (Decididamente serio.) —¡No tengo la menor duda, señor!
EL DIRECTOR. —¿Ah, sí?
EL PADRE. —Supuse que usted lo había comprendido desde un principio.
EL DIRECTOR. —¿Más real que yo?
EL PADRE. —Si su realidad puede alterarse de un día para el otro…
EL DIRECTOR. —¡Pero claro que puede cambiar! ¡Y continuamente! ¡Cómo todos!
EL PADRE. (Dando un grito.) —¡Pero la nuestra no, señor! ¿Entiende? ¡Ésa es la diferencia! No cambia, no puede cambiar ni ser otra, jamás, porque ha sido fijada, así, «ésta», y para siempre. ¡Y eso es terrible, señor! ¡Es realmente inalterable! ¡Hasta deberían sentir un escalofrío cerca de nosotros!
EL DIRECTOR. (Tajante, colocándose delante por una idea que se le ocurrirá de improviso.) —Yo quisiera saber, sin embargo, ¿cuándo se ha visto a un personaje salir de su papel para dedicarse a ponderar como lo hace usted, exponiendo y explicando sus ideas? ¿Me lo podría decir? ¡Jamás lo he visto en mi vida!
EL PADRE. —No lo ha visto, señor, porque los autores esconden con mucha frecuencia las inquietudes de su creación. Cuando los personajes están vivos, verdaderamente vivos delante de su autor, éste no hace otra cosa que observar las palabras y los gestos que ellos proponen, y es necesario que él los acepte tal como son, porque ¡mucho cuidado si no es así! Cuando nace un personaje, éste adquiere de inmediato una independencia tal, incluso frente a su propio autor, que puede ser imaginado en muchísimas otras circunstancias que el autor ni siquiera imaginó. ¡Y, con eso, incluso adquiere, en ciertas ocasiones, un significado que el autor jamás soñó!
EL DIRECTOR. —¡Por supuesto que lo sé!
EL PADRE. —Entonces, ¿por qué se asombra de nosotros? Imagine la desgracia que es para un personaje todo lo que le he dicho, haber nacido vivo de la fantasía de un autor que luego quiso negarle la vida. Y luego dígame si este personaje, abandonado de esa manera, vivo y sin vida, no tiene razón para hacer lo que nosotros estamos haciendo, en este momento, frente a ustedes, luego de haberlo hecho muchas veces, créame, delante de nuestro autor, todo para animarlo, compareciendo unas veces yo, otras ella (señalará a la HIJASTRA), otras esa pobre madre…
LA HIJASTRA. (Adelantándose, ensimismada.) —Es verdad. Yo también, señor, yo también lo tenté muchas veces en medio de la melancolía de su escritorio, al atardecer, cuando él, derrumbado en su sillón, no se animaba a encender la luz y dejaba que las sombras invadieran la habitación, y que nosotros pululáramos en ellas, tratando de persuadirlo… (Como si todavía se viera allá en ese escritorio y le fastidiara la presencia de todos los ACTORES) ¡Si todos se marcharan! ¡Si nos dejaran a solas! Esa madre, con ese hijo. Yo con esa niña. Ese muchacho siempre sólo. Y después yo con él. (Señalará apenas al PADRE) Y luego yo sola, sola… en esa sombra. (Se sobresaltará, como si quisiera agarrarse de la visión que tiene de sí misma, luminosa y viva en esa sombra.) ¡Ah, mi vida! ¡Qué escenas, qué escenas le sugeríamos! ¡Era yo, yo quien más lo provocaba!
EL PADRE. —¡Sí! ¡Pero quizá fue por tu culpa, por esas insistencias tuyas, por tu excesivo descontrol!
LA HIJASTRA. —¡No es cierto! ¡Si él mismo quiso que yo fuera así! (Irá hacia el DIRECTOR para hablar en confidencia.) Yo, señor, creo que se debió al envilecimiento y al tedio debidos al tipo de teatro que al público le gusta y pide ver…
EL DIRECTOR. —¡Avancemos, por Dios! ¡Y vamos a los hechos!
LA HIJASTRA. —¡Me parece que hechos hay demasiados desde que entramos en su casa! (Señalará al PADRE) ¡Decía usted que no podía colgar cartelitos o cambiar el escenario cada cinco minutos!
EL DIRECTOR. —¡Sí, exacto! Prepararlos, agruparlos en una acción simultánea y compacta, y no como pretende usted, que quiere ver primero a su hermanito regresando de la escuela y deambulando como una sombra por las habitaciones, escondiéndose detrás de las puertas para meditar en un propósito en el cual… ¿cómo había dicho?
LA HIJASTRA. —¡Se abstrae, señor, se abstrae todo!
EL DIRECTOR. —¡No había escuchado nunca esa palabra! Da igual: un muchacho al que se le están «abriendo los ojos», ¿verdad?
LA HIJASTRA. —Sí, señor. ¡Ahí lo tiene! (Lo señalará junto a la MADRE)
EL DIRECTOR. —¡Muy bien! Luego, al mismo tiempo, quisiera también a esa niña que juega, incauta, en el jardín. Uno en la casa y la otra en el jardín. ¿Es posible?
LA HIJASTRA. —¡Al sol, señor, y contenta! Su alegría, su fiesta en ese jardín es mi mejor recompensa. Sacada de la miseria, de la sordidez de un horrible dormitorio en el que dormíamos los cuatro, y yo con ella. ¡Yo, imagínelo! Con el horror de mi cuerpo pecaminoso junto a ella, que me abrazaba con fuerza con sus bracitos amorosos e inocentes. En el jardín, apenas me veía, corría a tomarme de la mano. No miraba las flores grandes, pero en cambio descubría todas las flores «pequeñitas, pequeñitas», como las llamaba. ¡Y me las quería mostrar, con una alegría, como si fuera una fiesta! (Hablando así, desgarrada por el recuerdo, romperá a llorar largamente, con desesperación, reclinando la cabeza entre los brazos extendidos sobre la mesita. Todos acabarán dominados por la conmoción.)
(El DIRECTOR se le acercará paternalmente, y le hablará para confortarla.)
EL DIRECTOR. —¡Haremos ese jardín, lo haremos, no lo dude! ¡Ya verá como se pone contenta! ¡Agruparemos allí las escenas! (Llamando por su nombre a un MONTADOR.) ¡Que traigan unos apliques de árboles! ¡Dos cipreses pequeños para colocarlos delante de la alberca! (Se verán bajar desde lo alto un bastidor con la imagen de dos cipreses. Se acercará el MAQUINISTA para fijarlos al piso.)
EL DIRECTOR. (A la HIJASTRA.) —Ahora lo dejaremos así, sólo para dar una idea. (Llamará de nuevo al MONTADOR.) ¡Dame un poco de cielo!
EL MONTADOR. (Desde arriba.) —¿Cómo?
EL DIRECTOR. —¡Un poco de cielo! ¡Un fondo de cielo para colocar detrás de la alberca! (Se verá descender desde la parte superior del escenario una tela blanca.)
EL DIRECTOR. —¡Blanca no! ¡Te dije color cielo! No importa, déjalo. Yo me encargaré. (Llamando.) ¡Electricista! ¡Apague todas las luces! Quiero algo parecido a una atmósfera lunar… sí, lunar… luces azules, luces azules sobre la tela… con el reflector… ¡Eso! ¡Así está bien! (Se compondrá, de acuerdo a lo solicitado por el DIRECTOR, una misteriosa iluminación lunar, que inducirá a los ACTORES a hablar y moverse en el jardín como si fuera de noche, bajo la luna.)
EL DIRECTOR. (A la HIJASTRA.) —¡Mire! ¿Qué le parece? Y ahora el muchachito, en vez de esconderse detrás de las puertas de las habitaciones, podría venir al jardín y esconderse detrás de los árboles. Pero debe tener en cuenta que será difícil encontrar a una niña que haga bien la escena con usted, cuando le muestre las flores. (Dirigiéndose al MUCHACHO.) ¡Ven, ven acá! ¡Concretemos un poco lo que hay que hacer! (Y viendo que el muchacho no se mueve.) ¡Vamos, vamos! (Lo irá a buscar, tratando que mantenga la cabeza erguida a pesar de que el muchacho la deja caer.) ¡Vaya problema, este chico! ¿Cómo se puede hacer, Dios mío? Es necesario que por lo menos diga algo… (Le pondrá las manos sobre los hombros y lo conducirá detrás del bastidor de los árboles.) Colócate aquí, eso… Así… Escóndete un poco… Así… Trata de asomarte un poco, como si espiaras… (El DIRECTOR se alejará un poco para evaluar el efecto. Apenas el MUCHACHO se asoma, los ACTORES quedan impresionados.) ¡Muy bien!… Eso está muy bien… (Dirigiéndose a la HIJASTRA.) Y si la niña lo descubriera espiando de esa manera, ¿no cree que podría acercarse y hacerlo hablar aunque sea unas cuantas palabras?
LA HIJASTRA. (Poniéndose de pie.) —¡Ni lo sueñe! ¡No hablará mientras esté aquí él! (Señalará al HIJO.) Primero sería necesario que lo sacara de aquí a él.
EL HIJO. (Encaminándose resuelto hacia una de las dos escalerillas.) —¡De inmediato y con gusto! ¡No espero otra cosa!
EL DIRECTOR. (Reteniéndolo al instante.) —¡No, no! ¿Adónde va? ¡Espere un momento!
(La MADRE se levantará asustada y angustiada sólo por la posibilidad de que se vaya de verdad, así que instintivamente alzará los brazos como para retenerlo, aunque no se mueva de su sitio.)
EL HIJO. (Ya en el proscenio, dirigiéndose al DIRECTOR, que lo retiene.) —¡Yo no tengo nada que hacer aquí! ¡Déjeme ir, por favor! ¡Deje que me vaya de una vez!
EL DIRECTOR. —¿Cómo que no tiene nada que hacer?
LA HIJASTRA. (Plácidamente, irónica.) —¡No lo retenga, no! ¡No se irá!
EL PADRE. —¡Tiene que representar la terrible escena del jardín junto a su madre!
EL HIJO. (De inmediato, resuelto y furibundo.) —¡Yo no haré nada! ¡Lo dije desde un comienzo! ¡Nada! (Al DIRECTOR.) ¡Déjeme ir!
LA HIJASTRA. (Acercándose al DIRECTOR) —¿Me permite, señor? (Aflojará los brazos del DIRECTOR que retienen al HIJO) Déjelo. (Luego, dirigiéndose al HIJO, apenas lo suelte el DIRECTOR.) Ya está. ¡Vete! (El HIJO permanecerá quieto junto a la escalerilla. No podrá bajar los escalones como si estuviera retenido por un oculto poder. Luego, ante el estupor y la sorpresa de los ACTORES, caminará a lo largo del proscenio hacia la otra escalerilla del escenario. Se detendrá de nuevo y tampoco podrá bajar. La HIJASTRA, que lo habrá seguido con la mirada, estallará en carcajadas.) ¿Lo ve? ¡No puede hacerlo, no puede! Tiene que quedarse aquí por fuerza, encadenado irremediablemente. Si yo, señor, cuando ocurra lo que tenga que ocurrir, levanto el vuelo —justamente por el odio que siento por él, para no tener que verlo más—, si incluso yo me quedo todavía aquí y soporto sus miradas y su presencia, ¡imagine si va a irse él que tendrá que permanecer con su maravilloso padre, y con esa madre que ya no tiene otros hijos que él!… (Dirigiéndose a la MADRE.) ¡Ven mamá, ven!… (Señalándosela al DIRECTOR) Mire. Se había levantado, se había levantado para retenerlo… (A la MADRE, casi atrayéndola como por efecto de magia.) Ven, ven… (Luego, al DIRECTOR) Imagine la resistencia que puede tener ella como para mostrar a sus actores lo que está sintiendo. Es tanto el anhelo por acercarse a él… ¡Ahí lo tiene!… ¿Lo ve?… ¡Tanto que está dispuesta a vivir su escena! (Efectivamente, la MADRE se habrá acercado, y apenas la HIJASTRA termine de decir sus últimas palabras, abrirá los brazos para dar a entender que asiente a lo dicho.)
EL HIJO. (De inmediato.) —¡No me puedo ir! ¡No! ¡Si no me puedo ir, entonces me quedaré aquí! ¡Pero le repito que no representaré nada!
EL PADRE. (Al DIRECTOR, agitado.) —¡Usted puede obligarlo, señor!
EL HIJO. —¡Nadie puede hacerlo!
EL PADRE. —¡Lo haré yo, entonces!
LA HIJASTRA. —¡Un momento, un momento! ¡Primero tiene que estar la niña en la alberca! (Correrá a coger a la NIÑA, se arrodillará delante de ella y le sujetará el rostro entre las manos.) Pobrecita mía, miras todo esto asustada, con esos lindos ojitos. ¿Qué pensarás de todo esto? Estamos en un teatro, preciosa. ¿Qué es un teatro? ¿Lo ves? Es un lugar donde se juega a fingir las cosas en serio. Se representan las comedias. Y nosotros haremos ahora la comedia. ¡Pero de verdad! Y tú también lo harás… (La abrazará, apretándola contra su pecho y meciéndola un poco.) ¡Cariño mío, cariño mío, qué fea comedia te va a tocar! ¡Qué cosa horrible han pensado para ti! El jardín, la alberca… Es falsa, por supuesto. Lo terrible es eso, querida: ¡que aquí todo es falso! Aunque quizá te guste más una alberca falsa que una verdadera. ¿Para jugar, no? Pero no, el juego es para los demás, no para ti, que eres real, cariño, y que juegas de verdad en una alberca de verdad, una alberca grande, verde, con tantos bambús que dan sombra, reflejándose en el agua, y muchos patitos que nadan en ella, atravesando las sombras. Tú quieres atrapar a uno de estos patitos… (Con un grito que sorprende a todos.) ¡No, Rosetta, no! ¡Mamá no se ocupa de ti por el canalla ése de su hijo! ¡Y yo estoy con todos mis demonios en la cabeza!… Y él… (Dejará a la NIÑA y se dirigirá con el mismo tono al MUCHACHO) ¿Qué hace aquí, siempre con ese aire de mendigo? También será por culpa tuya si esa pequeña se ahoga. ¡Por quedarte así, de esa manera, como si yo no hubiera pagado por todos el ingreso en esa casa! (Agarrándolo de un brazo para obligarle a que saque la mano del bolsillo.) ¿Qué guardas? ¿Qué escondes? ¡Saca la mano! (Lo obligará a sacar la mano y se descubrirá, en medio del horror de todos, que empuña un pequeño revólver. Lo mirará satisfecha por su descubrimiento, pero luego añadirá de manera sombría.) ¿Dónde, cómo la has conseguido? (Sin embargo, el MUCHACHO, intimidado, siempre con la cabeza gacha, no responderá.) ¡Tonto! En vez de matarte, yo habría asesinado a cualquiera de esos dos, o a los dos: ¡al padre y al hijo! (Lo llevará de nuevo detrás de los árboles desde los que espiaba. Luego tomará a la NIÑA y la introducirá en la alberca, de tal manera que quedará oculta, y yacerá así, con el rostro entre los brazos, que permanecerán apoyados sobre el borde de la alberca.)
EL DIRECTOR. —¡Magnífico! (Dirigiéndose al HIJO.) Y al mismo tiempo…
EL HIJO. (Desdeñoso.) —¡Nada de al mismo tiempo! ¡Nada de eso es verdad, señor! ¡No hubo ninguna escena entre ella y yo! (Señalará a la MADRE.) Que ella misma le diga lo que ocurrió. (Entretanto, la SEGUNDA ACTRIZ y el GALÁN JOVEN se habrán separado del grupo de los ACTORES. Ella se habrá puesto a observar con mucha atención a la MADRE, que estará enfrente, y él al Hijo, de manera que sabrán después cómo interpretar sus papeles.)
LA MADRE. —¡Es verdad, señor! Yo había entrado en su habitación.
EL HIJO. —En mi cuarto, ¿se da cuenta? ¡No en el jardín!
EL DIRECTOR. —¡Eso que importa! ¡Hay que reagrupar los acontecimientos, ya lo dije!
EL HIJO. (Percatándose de que el GALÁN JOVEN lo observa.) —¿Y usted qué quiere?
EL GALÁN JOVEN. —Nada, observo.
EL HIJO. (Dirigiéndose al otro lado, a la SEGUNDA ACTRIZ.) —¡Ah!… Y allí está usted. ¿Seguro que para interpretar el papel de ella? (Señalará a la MADRE.)
EL DIRECTOR. —¡Justamente! ¡Por eso mismo! ¡Debería agradecer la preocupación que tienen!
EL HIJO. —¡Ah, sí! ¡Gracias! Pero ¿todavía no se da cuenta de que no puede representar esta comedia? Nosotros no estamos dentro de usted, y sus actores lo ven todo desde fuera. ¿Le parece posible que se viva delante de un espejo que, a lo más, no satisfecho con devolvernos la imagen de nuestra misma expresión, nos la devuelva como una mueca irreconocible de nosotros mismos?
EL PADRE. —¡Eso es verdad! ¡Eso es verdad! ¡Acéptelo!
EL DIRECTOR. (Al GALÁN JOVEN y a la SEGUNDA ACTRIZ) —¡Está bien, pero háganse a un lado!
EL HIJO. —¡Es inútil! Yo no me presto.
EL DIRECTOR. —¡Quédese callado, por ahora, y déjeme escuchar a su madre! (A la MADRE) ¿Entonces? ¿Había entrado?
LA MADRE. —Sí, señor. Entré en su habitación porque no resistí más. Tenía que desahogar toda la angustia que me oprimía. Pero apenas él me vio entrar…
EL HIJO. —¡Ninguna escena! Me fui, me fui porque no quería hacer una escena. Porque yo nunca he hecho escenas, ¿comprende?
LA MADRE. —¡Es verdad! ¡Fue así! ¡Fue así!
EL DIRECTOR. —¡Pero ahora es necesario hacer esa escena entre usted y él! ¡Es indispensable!
LA MADRE. —¡Aquí me tiene, señor! Aunque a lo mejor debería permitirme hablar un momento con él para revelarle mi corazón.
EL PADRE. (Acercándose al HIJO de manera agresiva.) —¡Lo tienes que hacer! ¡Por tu madre! ¡Por tu madre!
EL HIJO. (Más convencido que nunca.) —¡No haré nada!
EL PADRE. (Agarrándolo por los hombros y sacudiéndolo.) —¡Por Dios, obedece! ¡Obedece! ¿No escuchas cómo te está hablando? ¿No tienes entrañas?
EL HIJO. (Agarrándolo también.) —¡No! ¡No! ¡No insistas! (Agitación general. La MADRE, temerosa, tratará de interponerse y separarlos.)
LA MADRE. —¡Por favor! ¡Por favor!
EL PADRE. (Sin soltarlo.) —¡Tienes que obedecer! ¡Tienes que obedecer!
EL HIJO. (Luchando con él, terminará por tumbarlo cerca de la escalerilla, entre la consternación de todos.) —¿Qué locura te ha dado? ¡No tiene dignidad como para dejar de mostrar a todos su vergüenza y la nuestra! ¡A eso no me presto! ¡Eso no! ¡Así interpreto la voluntad de quien no quiso hacer de nosotros un espectáculo!
EL DIRECTOR. —¡Pero si han venido todos!
EL HIJO. (Señalando al PADRE) —¡Él, no yo!
EL DIRECTOR. —¿No está usted también aquí?
EL HIJO. —¡Fue él quien quiso venir, arrastrándonos a todos y prestándose para arreglar con usted, no sólo lo que ocurrió, sino también lo que no ha ocurrido, como si aquello fuera insuficiente!
EL DIRECTOR. —¡Entonces dígame, dígame qué fue lo que ocurrió! ¡Dígamelo! ¿Se fue de su habitación sin decir nada?
EL HIJO. (Después de un momento de indecisión.) —¡Nada. Justamente nada, para no dar pie a ninguna escena!
EL DIRECTOR. (Incitándolo.) —Bien, ¿y luego qué hizo?
EL HIJO. (En medio de la angustiosa atención de todos, que incluso se aproximan sobre el escenario.) —Nada… Crucé el jardín… (Se interrumpirá, hosco, absorto.)
EL DIRECTOR. (Empujándolo para que hable, impresionado por su contención.) —¿Y? ¿Cruzó el jardín y…?
EL HIJO. (Exasperado, escondiendo el rostro con el brazo.) —¿Por qué quiere que hable, señor? ¡Es horrible!
(La MADRE se estremecerá toda, con gemidos sofocados, mirando la alberca.)
EL DIRECTOR. (Despacio, consciente de la mirada, se dirigirá al HIJO con aprensión creciente.) —¿La niña?
EL HIJO. (Mirando hacia delante, hacia la sala del teatro.) —Allá, en la alberca…
EL PADRE. (En el suelo, señalando de manera compasiva a la MADRE.) —¡Y ella lo seguía, señor!
EL DIRECTOR. (Al HIJO, con ansiedad.) —¿Y entonces, usted?
EL HIJO. (Lentamente, siempre mirando hacia delante.) —Me di cuenta y me precipité a salvarla… Pero me detuve en seco porque detrás de los árboles vi algo que me heló la sangre: era el muchacho, el muchacho que estaba allí quieto, con ojos enloquecidos, mirando a la hermana ahogada en la alberca… (La HIJASTRA, todavía inclinada sobre la alberca para esconder a la NIÑA, responderá con un sollozo amargo, profundo como un eco. Pausa.) Me aproximé a él, y entonces… (Estallará un disparo detrás de los árboles, donde el MUCHACHO permanecía escondido.)
LA MADRE. (Dando un grito desgarrado, se acercará junto con el HIJO y con todos los ACTORES en medio de la conmoción general.) —¡Hijo! ¡Hijo mío! (Luego, en medio de la confusión y los gritos incoherentes de los demás.) ¡Auxilio, auxilio!
EL DIRECTOR. (En medio de los gritos, tratará de abrirse paso mientras levantan al MUCHACHO y lo llevan detrás de la tela blanca.) —¿Está herido? ¿Está herido de verdad?
(Todos, salvo el DIRECTOR y el PADRE, que yacía en el suelo, desaparecerán detrás de la tela blanca que hacía de cielo, y permanecerán un rato comentando desesperadamente lo ocurrido. Luego reaparecerán en escena, saliendo por ambos lados de la tela.)
LA PRIMERA ACTRIZ. (Saliendo por la derecha, apenada.) —¡Está muerto! ¡Pobre chico! ¡Está muerto, Dios mío!
EL PRIMER ACTOR. (Saliendo por la izquierda, riendo.) —¡Qué muerto ni qué nada! ¡Un simulacro, nada más! ¡No lo crean!
LOS ACTORES DE LA DERECHA. —¿Simulacro? ¡Es la pura realidad! ¡Está muerto!
LOS ACTORES DE LA IZQUIERDA. —¡No es cierto! ¡Es un simulacro! ¡Un simulacro!
EL PADRE. (Poniéndose de pie y gritando en medio de todos.) —¡Ningún simulacro! ¡Es la pura realidad, señores, es la realidad! (Y desaparecerá, alterado, detrás de la tela.)
EL DIRECTOR. (Sin contenerse.) —¡Ficción! ¡Realidad! ¡Váyanse todos al diablo! ¡Luces! ¡Luces! ¡Luces! (Al mismo tiempo, todo el escenario y todo el teatro se iluminarán intensamente. El DIRECTOR suspirará como si se hubiera librado de una pesadilla, y todos se mirarán entre sí, perplejos y desorientados.) ¡Nunca me había ocurrido algo así! ¡Me han hecho perder un día entero! (Mirará el reloj.) ¡Váyanse, váyanse! ¿Qué más quieren hacer ahora? Ya es muy tarde para retomar el ensayo. ¡Nos veremos por la noche! (Apenas los actores se marchen, saludándolo, añadirá:) ¡Electricista! ¡Apáguelo todo! (A continuación, el teatro caerá en una oscuridad total durante pocos segundos.) ¡Por Dios! ¡Al menos déjeme una lucecita para ver por dónde camino!
(Enseguida, detrás de la tela, como por error, se encenderá un reflector verde que proyectará, aumentadas y espigadas, las sombras de los PERSONAJES, salvo el MUCHACHO y la NIÑA, El DIRECTOR, al verlos, huirá aterrado del escenario. Al mismo tiempo se apagará el reflector detrás de la tela, y volverá a iluminarse el escenario con la luz nocturna, azulada, del comienzo. Lentamente, del lado derecho de la tela, saldrá primero el HIJO, seguido por la MADRE, con los brazos tendidos hacia él; luego, por la izquierda, el PADRE. Se detendrán en el centro del escenario y se quedarán allí como seres fantasmales. El último saldrá por la izquierda, la HIJASTRA, que correrá hacia una de las escalerillas. Se detendrá en el primer escalón para mirarlos y estallará en una estridente carcajada, para luego precipitarse por la escalera. Correrá a lo largo del pasillo de butacas, se detendrá otra vez y reirá de nuevo mirando a los tres personajes que permanecen arriba, en el escenario. Saldrá de la sala y todavía se escuchará su risa.
Poco después caerá el
TELÓN