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Tomi se despierta con una sonrisa en la boca, pero de repente la cara se le pone seria, casi aterrada.

Piensa: «¿No habrá sido todo un sueño?».

Gira la cabeza y ve la copa sobre la almohada. Parece que se haya quedado dormida. El capitán sonríe, la aferra, se pone en pie sobre la cama y la alza hacia el techo.

En esa postura lo sorprende Armando cuando se asoma a su habitación.

—En mis tiempos, los chicos se iban a dormir con un osito de peluche.

—Con una copa como esta se duerme mucho mejor, papá —contesta el delantero.

Tomi ha pedido permiso para quedarse la copa una noche y, naturalmente, sus compañeros no han tenido nada que objetar. Saben que es él quien más se merece el trofeo, porque ha hecho nacer el equipo, lo ha hecho crecer a base de goles y, sobre todo, porque ha renunciado al Real Madrid en bien de los Cebolletas.

Por la tarde, Tomi pasa por el Pétalos a la Cazuela y le devuelve la copa a Gaston Champignon, quien la coloca sobre una repisa, al lado de la pizarrita.

—¿Te acuerdas, Tomi, de cuando escribimos aquí tu nombre, luego el de Fidu y el de Nico y, poco a poco, pusimos en pie el equipo? —pregunta el cocinero-entrenador.

—Sí —responde Tomi sonriendo—. ¿Y recuerda usted cuando fuimos al Retiro a buscar los jugadores que nos faltaban?

—Había un zurdo que driblaba a todos y pensamos enseguida que ese era el que nos hacía falta por la banda izquierda: ¡João! —continúa Champignon, acariciándose el bigote por el lado derecho.

—Tengo que admitir que si por entonces alguien me hubiera dicho: «Los Cebolletas llegarán enseguida a la final y el año próximo ganarán el campeonato», lo habría tomado por un chiflado —confiesa el capitán.

—Pues yo no —replica el cocinero—. Le habría respondido: «¡Querido señor, estoy totalmente de acuerdo con usted!». En la cocina he aprendido que con buenos ingredientes puedes preparar estupendamente cualquier plato. Mira estas flores, por ejemplo: son bellísimas. En la fiesta de esta noche os daré a probar una pasta griega a la flor de calabaza que está para chuparse los dedos. Pero hay que prepararla con cuidado. Lo primero que hay que hacer, después de lavar las flores, es extraer el pistilo amarillo, así…

Gaston Champignon coge unas tijeras y empieza a trabajar sobre el mármol blanco de la cocina.

—Mientras acabo —propone el cocinero—, tú podrías batir los huevos que ya he cascado en ese plato hondo. ¿Quieres echarme una mano?

—Encantado —contesta Tomi.

El capitán se pone manos a la obra agitando el tenedor en el plato.

Desde el Pétalos a la Cazuela, Tomi va a la parroquia de San Antonio de la Florida pedaleando con su bicicleta rosa. Al final ha decidido no pintarla. A Eva le gusta así. Hasta la ha bautizado con el nombre de Merengue.

Se encuentra a sus amigos pegados al tablón de anuncios, leyendo el número especial del MatuTino, que Tino muestra con mucho orgullo.

—¡Aquiles ha sido una verdadera sorpresa! —exclama el periodista—. Ha escrito unos comentarios a las notas de lo más divertidos.

—¡Pues a mí no me hacen gracia! —rebate Fidu, furioso—. Escuchad lo que ha escrito sobre mi nota ese Cara de Piña: «Además de un buen dietista que le haga perder unos kilitos, a nuestro portero le haría falta un buen oculista… A lo mejor no ve bien por culpa del hambre. Nota: 5». ¿A vosotros estas cosas os dan risa?

—Pues la verdad es que sí —farfulla Sara riendo.

—¡Pues ese Aquiles es un incompetente! —estalla el portero—. ¡He hecho paradas decisivas! Me han metido un gol por mala suerte y otro por culpa del sol y de ese maldito Napoleón, que ha dejado el barrio en el que acampó hechizado.

—No te enfades, Fidu… —le consuela Nico—, mejor que pegue con la pluma que con el martillo, ¿no?

—¡Que conste que yo no le tengo miedo a su martillo! —rebate el portero—. ¡Soy un especialista en lucha libre! En cuanto lo vea, puedes estar seguro de que le cantaré las cuarenta, ¡porque estos comentarios no me han gustado pero que nada!

—Tienes suerte, Fidu —comenta Tomi—, no tendrás que esperar. Aquiles ya está aquí…

Los Cebolletas vuelven la mirada hacia la verja y ven a Cara de Piña entrando en la parroquia con las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y sus inseparables botas puntiagudas.

—¡Hola, chicos! —les saluda Aquiles—. ¿Os han gustado mis comentarios?

—¡Maravillosos! —contesta Sara con una hermosa sonrisa—. Gracias por la nota y por las felicitaciones. Nadie me había llamado nunca «pantera con ojos de azúcar». Eres un verdadero poeta.

Aquiles sonríe complacido.

—Fidu tiene algo que decirte… —interviene Tomi.

Aquiles se gira hacia el portero:

—¡Dime, Fidu!

El número 1 se toca la cadena de lucha libre que lleva al cuello, se rasca la cabeza y luego se mete las manos en los bolsillos y farfulla:

—Sí… bueno… verás… Quería decirte que esta noche celebramos la copa en el Pétalos a la Cazuela y que, si te apetece, puedes venir…

Los Cebolletas se miran entre ellos y tienen que hacer grandes esfuerzos para no soltar una carcajada.

—¿Me invitáis? ¿En serio? —pregunta Aquiles, sorprendido.

—Claro, en el restaurante de Champignon se come estupendamente —dice Tomi—. Luego habrá un concierto de Los Esqueléticos y vendrán las jugadoras del Rosa Shocking. Bailaremos y nos lo pasaremos en grande.

—¡Fabuloso! —exclama Aquiles, entusiasmado—. Claro que iré. Y ahora me voy enseguida a casa a avisar a mi madre de que esta noche ceno fuera. ¡Hasta luego, chicos!

Se aleja corriendo una decena de metros y luego se da la vuelta y grita:

—¡Ah, Fidu, te aconsejo que vayas pidiendo hora para el oculista!

Los Cebolletas sueltan el trapo.

Sara da una palmada al hombro al número 1 y comenta:

—Bravo, Fidu, ¡no hay duda de que le has cantado las cuarenta!

El portero se rasca el cabezón y masculla:

—Por esta vez le he perdonado. Ha tenido suerte…

Armando está acabando su turno de trabajo. Es su último recorrido al volante del autobús número 18.

Un pasajero entrado en años se acerca al puesto del conductor y le pregunta:

—Perdone, ¿sabe dónde tengo que bajar para ir a la calle Treciados?

—No conozco la calle Treciados —responde el padre de Tomi—. A lo mejor ha querido decir «Preciados».

El pasajero lee un trozo de papel hecho un guiñapo y repite:

—Aquí pone calle Treciados…

Armando mira las gruesas lentes que lleva el señor en las gafas y le pregunta:

—¿Le molesta que lea su folleto?

El padre de Tomi comprueba la dirección y la confirma:

—Creo que es la calle Preciados. Es la primera parada después del semáforo.

—Gracias, muy amable —dice el pasajero.

El semáforo está en rojo. En cuanto cambia a verde, Armando pone en marcha el 18, pero en mitad del cruce se le echa encima un coche que viene por la derecha y que, evidentemente, se ha saltado su semáforo.

Los pasajeros gritan asustados. Armando verifica que nadie se haya hecho daño y luego abre las puertas del autobús.

En cuanto pone el pie en la calle, se queda pálido como el papel de fumar y exclama:

—¡Lucía!

El nuevo cochazo de Armando está parado en mitad de la calle con los faros rotos y un gran abollón en la parte delantera.

—Estaba en ámbar —intenta justificarse Lucía—, así que he acelerado antes de que se pusiera rojo…

—¡Te he dicho mil veces que con el ámbar hay que frenar, no acelerar! —protesta Armando, que se ha arrodillado por tierra para ver los desperfectos de su coche—. ¡Si yo he pasado con el semáforo en verde, eso quiere decir que el tuyo estaba en rojo!

La madre de Tomi se excusa, avergonzada.

Algunos pasajeros han bajado del autobús.

El anciano se acerca a Armando con el billete en la mano y le susurra a una oreja:

—Es usted amable, pero se preocupa demasiado por el automóvil de la señora. Ha pasado con su semáforo en rojo. Es culpa suya. Además, estos coches tan grandes contaminan mucho. ¡Yo acabaría con todos!

—Yo no, porque sé cuánto me ha costado… —comenta Armando, acariciando el capó de su todoterreno como si fuera un perro herido.

La fiesta del Pétalos a la Cazuela es un exitazo.

La pasta griega a la flor de calabaza deja prendados a todos.

Antes del postre viene la distribución de premios.

Gaston Champignon pide silencio golpeando un vaso con el cuchillo, y anuncia:

—Ha llegado el momento de dar las gracias a nuestros chavales uno a uno, porque han disputado un campeonato espléndido. Lo recordaremos siempre, no por la victoria, sino porque nuestra trayectoria ha sido emocionante, la hemos recorrido con amistad y alegría, respetando las reglas y a los rivales. Por eso estoy tan orgulloso. Y por eso quiero darles las gracias a mis jugadores entregándoles una cebolleta de oro.

Los invitados aplauden calurosamente.

Uno a uno van desfilando delante de Gaston Champignon todos los Cebolletas: Tomi, Fidu, Sara, Lara, Dani, Becan, Nico, João, Ígor y Pavel.

Todos le «chocan la cebolla» a su entrenador y toman la medallita de oro, que lleva por un lado una cebolleta y por el otro la siguiente inscripción: «Quien se divierte siempre gana».

Además de la medalla, los chicos recogen un librito: la crónica de los partidos de la temporada y las notas y comentarios de Tino. Así los Cebolletas podrán leer de un tirón toda la historia del campeonato, guardando para siempre el recuerdo de su hazaña.

Después del aplauso al último Cebolleta, sobre la mesa se ha quedado una medallita de oro.

Gaston Champignon la coge y aclara:

—Esta es para Pedro, que ha sido nuestro delantero centro y ha demostrado ser un buen Cebolleta incluso cuando ha jugado contra nosotros.

El capitán de los Tiburones se levanta de su mesa un poco cohibido, pero luego, empujado por los aplausos de todos, sonríe convencido y le «choca la cebolla» al cocinero.

Los premios inesperados no acaban ahí.

Nico se acerca a Gaston Champignon, coge un paquete y anuncia:

—Queremos hacerle un regalo especial a nuestro capitán, para darle las gracias por haber dejado el Real Madrid por nosotros. Si no hubiera vuelto no habríamos ganado en la vida el campeonato. ¡Tomi, eres un crack!

Estalla un estruendo atronador de gritos, silbidos y aplausos.

Tomi no se lo esperaba. Está tan emocionado que no logra levantarse de la silla. Le tiene que dar un empujón Fidu, que lo catapulta al centro de la sala…

El capitán da las gracias y abre el paquete. Es un libro. Sobre la portada se puede leer: Los viajes de Marco Polo.

—Lo ha escrito un italiano que hace muchísimos años logró llegar hasta China —explica Nico—. Te servirá para aprenderte el camino, capitán.

Todos se echan a reír y estalla un nuevo aplauso.

Tomi, como un tomate, busca con la mirada a Eva, que le dedica una sonrisa alargándose los ojos con los dedos.

Después de la cena, Augusto, Dani, el Gato, las gemelas y Eva van a cambiarse a la cocina y vuelven con sus camisetas de tirantes que llevan estampada una calavera. Preparan los instrumentos. Eva coge el micrófono y comienza el desenfrenado concierto de Los Esqueléticos.

Entre todos colocan las mesas junto a las paredes y se ponen a bailar en medio de la sala: Cebolletas, padres, Rosa Shocking, Champignon y la señora Sofía…

De vez en cuando, Augusto, sentado a la batería, golpea al esqueleto Socorro, que está colgado del perchero, para que parezca que baila.

Aquiles se lo está pasando bomba.

En determinado momento ve a Gaston Champignon dirigirse hacia la cocina para preparar los merengues y lo sigue.

—¿No te gusta el concierto de Los Esqueléticos? —le pregunta el cocinero-entrenador.

—Sí, pero he venido a entregarle esto —explica Aquiles, tendiéndole un manojo de billetes.

—¿Has logrado recuperar el dinero que le robaron a Tino? —pregunta Champignon.

—Bueno, no ha sido demasiado difícil, puesto que se lo había robado yo… —confiesa Aquiles—. Y me juego algo a que usted lo sabía desde el principio…

—Efectivamente —responde el cocinero rascándose la nariz.

—Usted sabía que soy un ladrón y que mi hermano está en la cárcel por haber robado. Y a pesar de todo, me ha dejado jugar con los Cebolletas. Es algo que no me entra en la cabeza —murmura Cara de Piña.

—Es muy simple —explica Champignon—. Tu hermano está pagando el error que ha cometido, pero tú no tienes ninguna culpa por ello. Tú te has equivocado, pero todavía estás a tiempo de demostrar que has comprendido tu error. Creo que todo el mundo merece una oportunidad para hacerse perdonar. Por eso te he dejado jugar con los Cebolletas.

—Sabe, señor Champignon —comenta Aquiles—, cuando estás siempre solo y los demás cambian de acera en cuanto te ven llegar o interrumpen su partido en cuanto les pides que te dejen jugar, al final te vuelves un poco arisco… Pero he comprendido que ir de chulo es un error y que tener amigos como los Cebolletas es lo más bonito del mundo. Tino tiene mucha suerte…

Gaston Champignon sonríe. Luego mete una cucharilla en un plato hondo y la tiende a Aquiles acariciándose el bigote por el lado derecho, el de la satisfacción:

—Prueba esta pasta y dime si no está para chuparse los dedos…

—¡Fabulosa! —exclama Aquiles después de probarla.

A mitad del concierto, el cocinero-entrenador toma prestado el micrófono a Eva y anuncia una grandísima sorpresa:

—Tengo algo que anunciaros. En Italia se celebra un torneo anual nacional con los campeones de cada provincia, y todos los años invitan a un equipo extranjero. Este año, como campeones de la provincia de Madrid, os han invitado a vosotros. ¿Qué me decís, Cebolletas? ¿Os apetece ir a jugar a Roma?

Los chicos se miran boquiabiertos y luego estallan a coro:

—¡Sííí!

Y se abrazan de alegría, como si acabaran de marcar un gol.

—El Coliseum, los foros imperiales, la Basílica de San Pedro… —grita de contento Nico—, ¡veremos cosas maravillosas!

Fidu agita su cabezón, desconsolado.

—Ya he entendido que nos tocará una nueva lección de nuestro empollón.… ¡Esperemos que no se cuele Napoleón!

En la pausa del concierto se distribuye merengue para todos.

Eva y Tomi ayudan a Champignon a llevarlos a las mesas.

Luego el capitán abre la puerta de la cocina que da al patio y llama a la bailarina.

—Mira, ¿las reconoces?

Eva sale a su lado al patio.

—Son las estrellas de París —dice Tomi, señalando el cielo.

La bailarina sonríe y da al delantero centro un beso dulcísimo.

No importa que China esté tan lejos.

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¿Qué tal irá el torneo de Roma?

¿Serán los Cebolletas campeones de Italia?

¿Serán unas vacaciones tan divertidas como las de Río de Janeiro y París?

¿Entrará Aquiles en el equipo?

¿Se quedará Pedro con los Tiburones Azules?

¿Se irá de verdad Eva a China?

En el próximo libro te lo contaré todo.

¡Hasta pronto! O, más bien, ¡hasta prontísimo!