—Sí, querido Nico —responde Gaston Champignon atusándose el extremo derecho del bigote y abrazando a la señora Sofía—. He adelgazado y mi corazón funciona ahora mejor que un reloj suizo. Mi mujer tiene un marido flamante, ¡tan bello como un actor de cine!
La señora Sofía sonríe.
—Siéntate y no te canses demasiado, actor de cine… —dice—. Te prepararé una taza de té al jazmín. ¿Quieres tú también una, Nico?
—Gracias, señora, encantado —responde el número 10, que se sienta en un sillón delante de Champignon y dispone las piezas sobre el tablero.
El cocinero-entrenador observa a Nico y dice:
—Llevamos dos jugadas y ahora me toca a mí, ¿no?
—Exacto —confirma el Cebolleta.
Tienen que acabar la partida que comenzaron en la clínica, la que sirvió a Nico para atar a su entrenador a la vida antes de su operación de corazón.
Es una partida muy disputada, pero al cabo de una hora el cocinero parece en apuros. El ajedrez es un deporte para lumbreras y Nico, el primero de su clase, suele salir airoso. Monsieur Champignon, de lo más concentrado, con la punta izquierda del bigote entre los dedos, observa cómo van cayendo sus piezas una tras otra. Se ha quedado solamente con el rey, un caballo y unos pocos peones.
Nico está buscando el jaque mate.
Parece que el destino de la partida está sellado hasta que, por sorpresa, el cocinero levanta el caballo, lo cambia de lugar y anuncia tranquilamente:
—Jaque mate.
Nico no se lo puede creer. Mira atentamente todas las piezas y al final no le queda más remedio que aceptar que ha perdido una partida que estaba convencido de que iba a ganar. Al levantar la vista del tablero se cruza con la sonrisa de su entrenador, que da un sorbo al té al jazmín y luego se acaricia el bigote por el extremo derecho.
—No lo olvides nunca, Nico —le dice—. A un rey le basta con su caballo para ganar la batalla.
Tomi regresa a casa y saluda a su madre, que está preparando la cena.
—¿Dónde has estado hoy? —le pregunta Lucía—. Me he encontrado con Becan y me ha dicho que no te ha visto en la parroquia.
—He salido a dar una vuelta —contesta Tomi, que no tiene demasiadas ganas de hablar.
Por la tarde ha ido en bici a la escuela de danza para dar una sorpresa a Eva, pero la bailarina no estaba. Hace unos días que su amiga no se deja ver por la parroquia y ni siquiera telefonea. No hay duda de que no echa mucho de menos a Tomi…
El capitán está pensando en ello cuando se le acerca Armando que, con el teléfono pegado a la oreja, va diciendo:
—¿Tomi? Sí, hoy ha estado en el Retiro con una amiga… una tal Kasi… Sí, la de los ojos verdes… ¿Tú también la conoces? De acuerdo, Eva, se lo diré…
El delantero pone unos ojos como platos y se lanza a la espalda de su padre, tratando de arrebatarle el teléfono de las manos.
Armando se zafa del ataque y concluye la conversación:
—No te preocupes, Eva, se lo contaré todo. Los tacos también…Tienes toda la razón del mundo… Adiós, Eva, y buenas tardes.
Tomi se ha quedado pálido.
—Pero ¿qué narices le has contado? —estalla—. ¿Te has vuelto loco?
—Eres tú el que ha empezado con las bromas, yo me he limitado a replicar —contesta el padre extendiendo los brazos.
El capitán arranca el teléfono de las manos de Armando, llama inmediatamente a Eva y sin respirar le suelta una parrafada:
—¡Era una broma! ¡Mi padre te ha contado un montón de mentiras! ¡Hoy no he ido al Retiro y hace siglos que no veo a Kasi! Por si fuera poco, te he ido a buscar a la escuela de danza porque tenía ganas de verte, pero no estabas. ¡La señora Sofía podrá confirmártelo, porque me ha visto! ¿Cómo dices?
Eva consigue finalmente meter baza y, con tono de enfado, rebate:
—Pero ¿qué puñetas me estás contando? ¡Tu padre no me ha telefoneado!
Tomi se da la vuelta y sorprende a su padre riéndose como un loco en el sillón. Había fingido hablar con Eva: ¡esa era la verdadera broma!
El delantero explica con calma lo ocurrido a la bailarina y al final añade:
—Últimamente estás desaparecida. La señora Sofía me ha dicho que te has saltado muchas clases y que no pareces muy alegre, así que he pensado que si tenías un problema igual te gustaría hablarme de él…
—No, no tengo ningún problema —responde Eva—. Bueno, sí… pasa algo, pero no tengo ganas de hablar del tema… Perdóname…
Y cuelga. Sin despedirse siquiera.
Tomi está casi seguro de que Eva estaba llorando.
La gran final se acerca. Los Cebolletas se entrenan con empeño. Las ganas de revancha son cada día más fuertes. La noticia de que el partido se disputará en el campo de la Estrada, el viejo estadio que albergó un día al Real Madrid, les emociona todavía más.
Mientras esperan que Champignon vuelva al campo a dirigir al equipo, Augusto organiza una vez más el entrenamiento, con la ayuda de Tomi. El capitán explica los ejercicios a sus compañeros y el chófer se dedica a Fidu, que se ha puesto entre los palos y sonríe, sorprendido:
—¿Hoy cambiamos de deporte, míster?
Y es que Augusto lleva en las manos una pelota ovalada de rugby.
—El balón de rugby es de lo más útil para ejercitar los reflejos de un guardameta, porque sus rebotes son imprevisibles —dice al número 1—. Te lo lanzaré desde el borde del área y tú, después del primer rebote, tendrás que tratar de blocarlo. ¿Listo?
Augusto sonríe.
—No es tan fácil como parece, ¿verdad?
Fidu se vuelve a colocar entre los postes y lo intenta de nuevo. Esta vez, en lugar de lanzarse enseguida, espera a averiguar la dirección del rebote y luego se tira y logra aferrar el balón.
—¡Misión cumplida! —exclama triunfalmente.
Después de varios ejercicios con la pelota de rugby, Augusto cambia de deporte y lleva al borde del área una gran cesta llena de pelotitas de tenis amarillas.
Luego coge una raqueta y explica al portero:
—Ahora te bombardearé con las pelotas de tenis. Tú intenta rechazar todas las que puedas. Ya verás como, después de entrenarte con pelotas tan pequeñas, despejar el balón de fútbol te parecerá mucho más fácil. ¿Estás listo?
Augusto saca la primera pelota de la cesta, la lanza al aire y la golpea con la raqueta. Fidu la intercepta en la escuadra estirándose impecablemente, y la rechaza con el puño. En cuanto se levanta ve dos puntitos amarillos que se dirigen contra él a toda velocidad…
—¡Mirad! —avisa Lara.
Los Cebolletas interrumpen su entrenamiento para observar de lejos a Fidu, que parece asaltado por un enjambre de abejas… Va volando de un palo al otro y despeja una nube de pelotitas amarillas.
Cuando Augusto silba para indicar el final del ejercicio, los Cebolletas estallan en un aplauso:
—¡Magnífico, Fidu! ¡Estás preparado para ir a Wimbledon!
Los chicos vuelven hacia las duchas comentando el divertido entrenamiento del guardameta, pero en cuanto descubren la desagradable sorpresa dejan inmediatamente de reír.
—¡Me han robado el dinero! —exclama João.
—¡A mí también! —dice Dani con la cartera vacía en la mano.
—A pesar de que la puerta estaba cerrada con llave… —observa Nico.
—Y la banda de Pedro hoy no se ha dejado ver —añade Tomi.
Los Cebolletas se miran sin saber qué decir.
Nadie se atreve a sospechar que entre ellos pueda haber un ladrón.
Pero hay un ladrón, no cabe duda.