La tarde siguiente, Tomi sale de casa con la mochila a la espalda y monta sobre su bici rosa. Todavía no ha tenido tiempo de volverla a pintar, pero lo hará pronto.
En la mochila no lleva botas de fútbol, sino un traje de baño, toalla, esponja y chancletas de goma. Las gemelas han organizado una merienda en la piscina de su nueva casa de La Florida. Hace un día de lo más caluroso, ideal para jugar en el agua.
Pero antes el capitán tiene que resolver un asunto.
Deja atrás el Retiro y da una vuelta por el barrio de Tino, buscándolo. Se lo encuentra sentado en un banco de la parroquia de San Antonio de la Florida, el mismo donde se sentaron para la entrevista. Pero esta vez el periodista no lleva su bloc en la mano. No tendrá que hacer preguntas, sino dar respuestas.
—Hola, Tino —lo saluda Tomi.
—Hola —responde el chico, sin levantar la mirada.
Probablemente se avergüenza de mirar a los ojos de su amigo, que lo ha sorprendido robando.
El capitán espera que sea Tino quien empiece a hablar. En efecto, después de unos segundos de silencio se decide.
—¿Conoces a Aquiles? —pregunta.
—¿El chico al que suspendieron el año pasado porque había inundado los baños de la escuela? —pregunta a su vez Tomi.
—Sí —confirma Tino—. Primero me pidió cinco euros, se los di y desde entonces no ha parado de pedirme dinero. Me ha amenazado. He estado a punto de coger el dinero del monedero de mi madre, pero he tenido miedo de que se diera cuenta. Así que cuando vi vuestro vestuario abierto entré…
—Pero ayer el vestuario estaba cerrado —objeta el capitán.
—Fui a ver a don Calisto, le conté que habíais perdido la llave y él me dio la de reserva —explica Tino.
—¿Por qué no se lo has contado a nadie? —pregunta Tomi—. A una maestra, al director del colegio, a tus padres… te habrían ayudado.
—Pero ¿has visto lo enorme que es Aquiles? —exclama el periodista—. Y tiene un hermano en la cárcel… ¿Sabes que siempre va por ahí con un martillo en el bolsillo? Me ha amenazado y he tenido miedo.
—¿Ha sido él quien te ha machacado las uñas? —pregunta Tomi.
—Sí, y me ha dicho que si se lo cuento a alguien me machacará las demás. — Tino suspira, metiéndose las manos en los bolsillos.
Mientras va pedaleando hacia La Florida, Tomi piensa en lo que tiene que hacer.
«Lo primero que haré —decide— será hablarlo con los Cebolletas.»
Cuando llega a casa de las gemelas, sus amigos ya están tumbados al sol en el césped o jugando en el agua.
—Pero ¿dónde te habías metido, capitán? —pregunta João—. Creíamos que te habías perdido y estábamos a punto de contratar a un detective para buscarte.
—Pues ver a un chico sobre una bicicleta rosa no es tan difícil —comenta Pavel, mientras los Cebolletas sonríen burlones.
Eva está sentada al borde de la piscina, con los pies en el agua. Lleva un traje rosa y blanco muy bonito. Dedica una sonrisa a Tomi, que piensa en China, a una distancia diez veces más grande que la longitud de España, y siente una especie de tirón en el estómago, como cuando la maestra mira la lista de alumnos y dice: «Hoy voy a preguntar a…».
Pero el tirón se le pasa enseguida, porque Fidu grita desde el trampolín:
—¡Mira qué zambullida, capitán!
—Si pega otro par de saltos iguales, me vacía la piscina —comenta Sara.
Después de cambiarse en la casa, Tomi vuelve junto a sus amigos y los reúne en el césped.
—Tengo algo importante que deciros.
Y les cuenta lo ocurrido. Todos lo escuchan pasmados. Nadie quiere creer que el ladrón fuera Tino…
—¡Por eso no escribió una sola línea sobre el tema en el MatuTino! —exclama Lara.
—Tenemos que ayudarle —propone enseguida Sara.
—Sí, pero ¿cómo? —pregunta Nico—. Aquiles da miedo de verdad.
—Yo todavía no me he enterado de quién es ese tal Aquiles —dice Dani.
—Seguro que lo has visto —interviene Becan—. Es ese tipo que lleva un escorpión tatuado en el brazo y que calza siempre botas de punta afilada.
—Debe de jugar bien al fútbol, porque una vez lo vi pelotear con las botas —comenta João—. Yo no sería capaz…
—Si es tan bueno, ¿por qué no se apunta nunca a los partiditos que jugamos durante los descansos? —pregunta Dani.
—Porque nadie quiere jugar con él —responde Nico—. Es un mandón y tiene un hermano en la cárcel.
—Tenemos que pensar cómo ayudamos a Tino —toma de nuevo la palabra Tomi.
—¡Que nos devuelva enseguida nuestro dinero! —exclama Fidu.
—¡Qué cabezota eres! ¡El problema no es nuestro dinero, sino cómo echarle una mano! —le regaña Nico.
—Tenemos que denunciar a Aquiles al director y hacer que lo suspendan —propone Sara.
—Hacer de chivato no me gusta —observa Becan.
—Hacer de acusica no está bien cuando se pone en apuros a alguien injustamente —rebate la gemela—, pero así protegemos a un amigo que está siendo chantajeado.
—Sara tiene razón —aprueba Nico—. No tenemos que avergonzarnos de pedir ayuda a los adultos.
—Antes de pedir la ayuda de los adultos, podríamos ir a hablar con Aquiles —sugiere João—. Vayamos todos juntos. Si ve que Tino tiene tantos amigos, a lo mejor lo deja en paz.
—O a lo mejor nos ataca a todos con su martillo… —farfulla Lara.
Los Cebolletas discuten un buen rato. Todos dan su opinión y, al final, aceptan la propuesta de Tomi:
—Vayamos a hablar antes que nada con Champignon, él sabrá darnos un buen consejo.
Una vez tomada la decisión, el equipo organiza un partido de waterpolo en la piscina.
—¡Antes de empezar, admirad mi superzambullida, que me ha hecho famoso en el mundo entero! —anuncia Fidu.
Los Cebolletas se echan a reír en la piscina. Todos menos Fidu, que sale a la superficie rojo como la tarjeta de las expulsiones, y balbucea:
—Lo siento, señora, no la había visto…
En su habitación, Tomi tiene algo esférico en las manos. Pero por una vez no se trata de un balón. Es un globo terrestre.
Cuenta todos los países que hay que atravesar para llegar hasta China, luego mide la distancia con los dedos y calcula qué está más lejos: China o América. Al ver que con una sola mano consigue llegar desde Madrid hasta Pekín se alivia un poco. En el fondo, Eva no estará tan lejos…
—¿Qué haces? —le pregunta su padre asomándose a la puerta.
—Estudio geografía —responde enseguida el capitán—. Mañana tengo examen.
—¿Puedes hacer una pausa y ayudarme a escoger el regalo de mamá? —pregunta Armando—. Se está acercando el día de su cumpleaños.
—¿Vamos con el coche nuevo? —inquiere Tomi.
—¡Pues claro! —responde orgulloso su padre.
Durante el viaje hacia la joyería, Armando está de lo más nervioso. A medida que se acercan al centro el tráfico es cada vez más denso y el padre toca el claxon a cada rato, aullando a todos: «¡Cuidado!», «¡Mira por dónde vas!», «¿No ves que tengo un coche nuevo?», «¡No te me eches encima!»…
Tomi lo observa preocupado.
—Papá, ¿no te parece que exageras un poco?
—No soy yo el que exagera —responde Armando—. Son ellos, que se han puesto de acuerdo para abollarme el coche nuevo. ¡Qué envidiosos!
En la joyería del centro, Tomi escoge un bellísimo par de pendientes que le encantarán sin duda a su madre.
—Se los daremos en el restaurante —decide Armando—. ¡El sábado, cena sorpresa para mamá!
Tomi y Nico llaman a la puerta de Gaston Champignon, que va a abrirles y les dedica una gran sonrisa.
—¡Vaya, qué bonita sorpresa! ¿Cómo están mis Cebolletas?
—Estupendamente —contesta Nico—, ya casi estamos listos para la gran final.
—Pero tenemos un pequeño problema que le queríamos consultar —añade Tomi.
—En ese caso, pasad al salón —propone el cocinero-entrenador, que viste su elegante chándal de raso con el escudo de los Cebolletas.
El capitán le cuenta toda la historia de Tino y Aquiles, mientras Gaston Champignon lo escucha muy atentamente, atusándose ambos extremos del bigote por turnos. Al final se queda unos minutos en silencio, rascándose la cabeza con su cucharón de madera y mirando el techo.
Tomi y Nico se miran un poco cortados.
De pronto, el cocinero separa la espalda del sillón y propone lo siguiente:
—Creo que hay que invitarle a los entrenamientos.
—¿A quién? —preguntan a coro los dos Cebolletas.
—A Aquiles —responde Champignon—. Habéis dicho que juega bien al fútbol. Solo quedan cinco días para la gran final y tenemos que echar un partido de prueba. Formad un equipo rival con amigos que jueguen contra nosotros. Y avisad a Aquiles.
—¿Le vamos a dejar que entre en nuestro vestuario? —pregunta Nico, sorprendido.
—¡Pero si ese tipo es capaz de entrar en el campo con su martillo y dejarnos a todos baldados! —se queja Tomi.
—Escuchad una cosa. No es raro que un chico se convierta en un matón porque no tiene amigos, y su soledad se transforma en maldad —explica el cocinero-entrenador—. Tener un hermano en la cárcel no es culpa de Aquiles, y no es una buena razón para no dejarle jugar al fútbol con nosotros. A lo mejor, si encuentra a unos compañeros que lo aceptan cambia de comportamiento. Se dará cuenta de que Tino tiene muchos amigos y dejará de amenazarlo. ¿Qué os parece?
—Podemos intentarlo —comenta Nico.
El capitán de Los Cebolletas da su aprobación con una inclinación de la cabeza.
—Si esta solución no funciona, hablaré con los padres de Aquiles y juntos encontraremos otra forma de proteger a nuestro amigo Tino —concluye el cocineroentrenador, después de lo cual saca todas las piezas del tablero de ajedrez menos el caballo blanco.
—¡El caballo que me hizo perder la partida! —comenta Nico, con una sonrisa.
—Pero que podría hacerte ganar la próxima —añade Champignon, acariciándose el extremo derecho del bigote—. Y, ahora, pon mucha atención, que te voy a explicar la falta del caballo.
Esa misma tarde, durante los entrenamientos, Nico y Tomi ponen a prueba el nuevo método de sacar faltas de Champignon.
Fidu coloca la barrera de madera al borde del área y se pone entre los palos.
La mitad de la portería está cubierta por las figuras de madera; la otra, por el guardameta.
Al lado del balón está Tomi. A su derecha, Becan. Un poco por detrás espera Nico, listo para chutar.