El número 9, sorprendido, devuelve el saludo al chulo y le pregunta:
—¿Conoces a los Cebolletas?
—He seguido vuestros partidos en la parroquia —contesta Aquiles—. Sois estupendos, aunque no todos. Por ejemplo, yo a las chicas no las dejaría jugar. Vuestro portero está demasiado gordo y la pulga con gafas es demasiado delgada.
Nico hace una mueca. Fidu está a punto de replicar, pero se acuerda de las uñas de Tino y prefiere guardar las manos en los bolsillos y morderse la lengua.
—Tú eres el mejor, Tomi —continúa Aquiles—. Me encantan tus fintas, eres el único del barrio que juega casi tan bien como yo. ¡Pero esta vez la final la tenéis que ganar! A esos pencos de los Tiburones Azules tenemos que aplastarlos así.
Aquiles se saca el martillo del bolsillo y se da un golpe seco con él en la palma de la mano.
Fidu aprieta los puños en los bolsillos del pantalón. Nico traga un poco más de saliva.
Tomi respira profundamente y toma la palabra:
—Por eso hemos venido a buscarte. Faltan cinco días para la final y nuestro entrenador quiere que echemos un partido mañana por la tarde para poner a prueba los planes. Un ensayo general, por decirlo así. Estamos buscando a gente que quiera jugar con nosotros, ¿te apetece?
—¿Saltar al campo con los Cebolletas? —pregunta Aquiles intentando que no se le note lo contento que se ha puesto—. Si no tengo nada mejor que hacer, a lo mejor voy. Hasta luego.
Dicho lo cual, entra en el salón de juegos.
Los Cebolletas se miran y sueltan un suspiro de alivio.
—Has llegado justo a tiempo, capitán… —murmura Nico, arreglándose el cuello de la camiseta, que está arrugadísimo.
Lucía se ha puesto un vestido de lo más elegante. Hoy es su cumpleaños.
Hasta Tomi, que en verano solo se pone camisetas de colores, ha sacado del armario una camisa blanca de manga corta y se ha pasado un poco de brillantina por el pelo, como hace en las grandes ocasiones. Esta noche, Armando lleva a la familia a un restaurante, pero no al Pétalos a la Cazuela. Será una cena sorpresa.
Una vez en la calle, Lucía alarga la mano con la palma hacia arriba. El marido, preocupado, le pregunta:
—¡No irás a conducir tú!
—Claro que sí —responde la madre de Tomi—. Hoy es mi día de fiesta y todos mis deseos son órdenes.
—¡Pero si es un coche nuevo! —intenta oponerse Armando—. Tú estás acostumbrada a llevar bicis…
—Yo, querido mío, conduzco mucho mejor que tú. ¡A ver esas llaves! —concluye Lucía.
El padre de Tomi las deja caer sobre la palma de la mano de su mujer, sin ninguna convicción.
Durante el viaje no para de dar indicaciones a la conductora: «¡Cuidado!», «¡Hay un stop!», «¿Has visto ese coche? ¡Se nos está echando encima!», «¡Más despacio, que vas a toda máquina!», «¡Frena, está en rojo!».
Hasta que Lucía pierde la paciencia.
—¡No estaba rojo, estaba ámbar y en ámbar se puede pasar! ¡Déjame conducir en paz, me estás dando dolor de cabeza! ¡Así nos arriesgamos a tener un accidente!
Mientras sus padres discuten, Tomi intenta en vano averiguar adónde van.
—¿Se puede saber adónde vamos?
—No, lo siento. Es una cena sorpresa —contesta el padre, que va indicando a su mujer dónde tiene que girar y por qué calles entrar.
Al final, con un suspiro de alivio porque su coche nuevo está sano y salvo, Armando exclama:
—¡Aparca, cariño, ya hemos llegado!
Lucía observa una especie de templo oriental decorado con dragones dorados y grita alborozada:
—¡Un restaurante chino! ¡Adoro la cocina china!
—Yo en cambio la detesto —le hace eco Tomi.
—¡Pero si nunca has comido en un restaurante chino! —rebate Armando.
—Tampoco he comido barro —contesta el capitán—, ¡pero estoy seguro de que está asqueroso!
Lucía entra en el restaurante riendo, divertida.
La sala es muy elegante, está decorada con tapices rojos que cuelgan del techo y tiene una fuente en medio. Se llega a la cocina atravesando un puentecito de madera. Una camarera graciosa, vestida con una túnica de raso rojo, les da la bienvenida con una inclinación y los acompaña hasta su mesa.
Armando se sienta y coge los palillos de madera que los chinos usan como cubiertos.
—Te he traído aquí para que empieces a practicar y, cuando vayamos a China a ver a Eva, puedas lucirte con los palillos.
—¿Cómo sabes lo de Eva? —pregunta atónito Tomi.
—Nos lo ha dicho la señora Sofía —contesta Lucía.
—¿En serio que me llevaréis a China para que pueda verla? —pregunta el capitán.
—Completamente en serio —asegura Armando—. Desde la plaza de San Ildefonso, se dobla a la derecha tras el primer semáforo y luego, todo recto, se llega a Pekín. Con mi autobús solemos tardar un par de días…
Tomi no puede evitar soltar una carcajada.
Armando le enseña los palillos y pregunta:
—¿Sabes cómo toman los chinos la sopa con palillos?
El capitán sacude la cabeza. Está a punto de nacer una de las famosas ocurrencias de su padre…
—Muy fácil —explica—. ¡Hacen un agujero en el interior y los usan como pajitas!
El camarero, que se ha acercado para dejarles la carta, lo corrige:
—Le recuerdo que en China inventamos también la cuchara. —Y se aleja, enfadado.
Lucía y Tomi se echan a reír.
—¡Felicidades, papá, te has lucido! —exclama el capitán.
«Es imposible estar triste con un padre como el mío —piensa Tomi—, aunque tu bailarina favorita se vaya a vivir a la Luna.»
Entrenamiento del día siguiente.
Aquiles no se ha dejado caer.
—Sabía que ese matón no vendría —dice Fidu.
—Mejor así —afirma Sara—, visto lo que opina sobre las chicas que juegan al fútbol…
—Y visto lo que opina de mí —añade el portero—. Cuando ha dicho que estoy demasiado gordo, ¡he estado a punto de tumbarlo con una llave de lucha libre! Me ha costado mucho contenerme.
—Pues a mí me ha parecido que te has contenido muy bien. Del miedo que tenías no has sacado las manos de los bolsillos… —se carcajea Nico, que tiene que echar a correr por el campo, porque Fidu se ha puesto a perseguirlo con la cadena de plástico en la mano, mientras los demás Cebolletas disfrutan de la escena.
A pesar de la ausencia de Aquiles, el entrenamiento de ese día es especial, ¡porque ha vuelto al campo Gaston Champignon!
El cocinero-entrenador se ha recuperado ya de la operación y puede volver a dirigir a su equipo.
En cuanto los Cebolletas lo han visto entrar en la parroquia con su elegante chándal blanco y blandiendo su cucharón de madera en la mano, han corrido a abrazarlo.
Champignon, con los ojos húmedos por la emoción, intenta rebajar el tono de las celebraciones.
—Queridos amigos, no me hagáis emocionar demasiado. Mi corazón es nuevo y todavía está en rodaje. Además, dentro de cuatro días tenemos la final. Solo nos faltan dos entrenamientos. Intentemos dejarnos la piel a partir del partido de hoy, que será el ensayo general. Pero antes, para calentar los músculos, juguemos un poco. ¡Todos al campo de baloncesto!
El equipo que se enfrentará hoy a los Cebolletas estará compuesto por el Gato, Liao (el amigo chino de Fidu), Vicente y Dudú, que jugaban con Tomi en el Real Madrid, y Elvira y Regina, dos jugadoras del Rosa Shocking.
El séptimo tenía que ser Aquiles, que no se ha presentado, así que irá con ellos un Cebolleta, para formar dos equipos de siete jugadores.
Mientras el otro equipo calienta en el terreno, Gaston Champignon forma dos grupos y les explica el juego:
—Tenéis que pasaros la pelota sin que caiga y, cada cinco toques, intentar meter canasta con los pies o la cabeza. ¿De acuerdo?