—¡Carámbanos! ¡Al primer intento! —lo felicita Tomi.
—¿Por qué no juegas contra nosotros? —pregunta Nico.
—Claro que juego, he venido para eso —responde Aquiles.
—¿Y dónde está la bolsa con las botas y la ropa deportiva? —insiste el número 10, mirando a su alrededor.
—No me hacen falta —responde el matón, quitándose la chaqueta—. Ya estoy listo. Como habéis visto, con mis botas disparo estupendamente.
—¡Yo no quiero jugar contra alguien que usa esos zapatones tan puntiagudos! ¡No quiero quedarme sin piernas! —exclama Lara, adelantándose.
—En realidad, las niñas no deberían jugar al fútbol, porque se hacen pupa… —rebate Aquiles.
Sara también da un paso adelante. Los ojos le echan chispas.
—¡No sé si sabes, Cara de Piña, que estas dos niñas han ganado el Tenedor de Oro en París y son campeonas del mundo! ¡Es un honor para ti enfrentarte a nosotras!
Las gemelas se miran y se «chocan la cebolla», muy satisfechas.
En ese momento interviene Gaston Champignon:
—Calma, chicos, no es momento de pelearse. ¿Qué número calzas?
—El treinta y nueve —responde Aquiles, aún sorprendido por la reacción de las gemelas. Todo el mundo suele tenerle miedo y nadie se atreve a replicarle.
—Es tu número, ¿verdad, Dani? ¿Puedes conseguir un par de botas para Aquiles? —pregunta el cocinero-entrenador.
—Aquí tengo un par de tenis, podría jugar con ellas —responde el andaluz.
—¡Soy yo quien decide qué me pongo en los pies! —exclama Aquiles.
—Como quieras —concluye Champignon—. Si cambias de idea, en el vestuario encontrarás medias, calzones y camisetas. Con esas botas no puedes jugar. Nosotros vamos a prepararnos para el partido.
Aquiles mira cómo los Cebolletas se dirigen hacia el campo. Se encamina hacia la salida de la parroquia. Se detiene pensativo, se da la vuelta, da marcha atrás y grita:
—¡Dani!
Echa a correr y lo alcanza en la pista de baloncesto.
—Déjame probar tus zapatillas —le pide.
Dani lo acompaña al vestuario.
—Nadie se había atrevido jamás a llamarme Cara de Piña —farfulla Aquiles.
—Pues, en realidad, con esos pelos que llevas, algo sí que te pareces a una piña —comenta Dani.
Y hasta a Aquiles le entran ganas de reír.
El partido es muy disputado y útil para los Cebolletas, que prueban todos los planes para la final del domingo. Dudú y Aquiles son delanteros de primera y hacen trabajar a fondo a las gemelas. Para la defensa es una prueba muy valiosa. Y también para el ataque, porque Elvira es una marcadora muy dura y el Gato, como ya sabes, es un portero casi imbatible.
Champignon sigue las jugadas a pie de campo acariciándose el extremo derecho del bigote. Está satisfecho por el entrenamiento, pero sobre todo porque Aquiles corre, lucha y se divierte con sus nuevos amigos.
Tino observa el partido desde detrás de un árbol. A pesar de las apariencias, el pequeño periodista no se fía del chuleta… Tomi le ha explicado el plan de los Cebolletas para neutralizarlo, pero no le ha revelado que le contó a Champignon la historia del chantaje.
El encuentro termina con un empate a 5.
De los Cebolletas han marcado Tomi, dos veces, Nico, João y Pavel. Por el equipo contrario, Dudú, Julio dos veces, el Gato, de penalti, y Aquiles.
Cuando pita Augusto, los jugadores se reúnen en medio del campo para saludarse.
Aquiles choca la mano a las gemelas:
—Tengo que reconocer que, para ser chicas, estáis en forma.
—Solo nos has podido marcar de falta directa —responde Lara—, pero has jugado mucho mejor de lo que nos esperábamos.
—Es por culpa de las zapatillas de Dani —se justifica Aquiles—. Con mis botas juego mucho mejor y os habría metido un par de goles más.
—La próxima vez te dejaremos jugar con tus botas —replica sonriendo Sara—, así no tendrás excusa.
Champignon, que se ha unido al grupo en el centro del campo, les propone:
—Chicos, antes de acabar el entrenamiento, practiquemos un poco las faltas directas.
Pero Aquiles se despide, porque tiene una cita.
—¿Puedo volver? —pregunta.
—Pasado mañana haremos nuestro último entrenamiento antes de la gran final —explica el cocinero-entrenador—. Será divertido, te esperamos.
Aquiles se va y los chicos colocan la barrera con las figuras de madera al borde del área.
Fidu y el Gato se turnan bajo los palos, mientras los Cebolletas y los demás empiezan a disparar a puerta.
Tomi y Nico están volviendo de la escuela.
—¿Cuántos segundos duran dos años? —pregunta el capitán.
—¡Caray, qué pregunta más extraña! —contesta el número 10—. Pero el cálculo es sencillo. Veamos… en un minuto hay sesenta segundos… sesenta minutos hacen una hora… un día está compuesto por veinticuatro horas… que hay que multiplicar por trescientos sesenta y cinco… y luego por dos años…
El lumbrera calcula con más rapidez que un ordenador y al final exclama:
—¡63.072.000 segundos!
Tomi mira a su amigo con cara de sorpresa:
—¡Uala! Sesenta y tres millones… —Pero luego se vuelve pensativo y hace otra pregunta—: ¿Cuántas veces tengo que atravesar nuestro campo para recorrer diez mil kilómetros?
—¡Capitán, la clase de mates se acabó hace tres horas! —resopla Nico.
—Es por simple curiosidad —explica Tomi—. Para hacerme una idea de lo lejos que está China.
El lumbrera se pone otra vez a trabajar.
—Veamos… el campo tiene una longitud de cincuenta metros… hay que transformar los diez mil kilómetros en metros y luego dividirlos por cincuenta…
Tomi tiene la impresión de que, detrás de las gafas de Nico, han aparecido números, como en la pantalla de las calculadoras.
—¡Doscientas mil! —exclama al final del cálculo el director de juego de los Cebolletas—. Para llegar hasta tu Eva tendrías que correr de portería a portería doscientas mil veces… Me parece que vas a tener que entrenar mucho.
—Ya —sonríe Tomi—. Le pediré prestados los pulmones a Sergio Ramos.
Por la tarde, el capitán pasa a buscar a Eva con la bici y la lleva a clase de danza.
—¿Por qué has decidido volver a clase? —pregunta con curiosidad el capitán.
—Porque me he dado cuenta de que es una tontería pasarme el día pensando en China —responde la bailarina—. Así estropeo también el tiempo que nos queda para estar juntos. ¡Tenemos un largo verano por delante! ¡Quiero bailar, cantar, ir a la playa y divertirme todo lo que pueda!
—Tienes razón —aprueba Tomi con una sonrisa.
—Y tú tienes que hacer lo mismo —prosigue Eva—. Quiero que te concentres al máximo en la gran final, porque este año tenéis que ganar. Luego, al final del partido, me regalarás tu camiseta número nueve, yo la lavaré y la utilizaré en China de pijama. Así, todas las noches, antes de dormirme, pensaré en ti y en los Cebolletas.
Al capitán la idea le parece maravillosa. Sin darse cuenta, ha ido aumentando el ritmo de las pedaladas. Es gracias a la alegría que le ha bajado del corazón a las piernas.
Antes de despedirla delante de la escuela de baile, Tomi le explica los cálculos que le ha hecho hacer a Nico.
—Será como si jugáramos al escondite. Yo me escondo. Tú cierras los ojos y te pones a contar. Cuando llegas a 63.072.000, los vuelves a abrir y vienes a buscarme —replica Eva con una sonrisa.
Va a empezar el último entrenamiento antes de la gran final.
Ya solo faltan dos días para el enfrentamiento con los Tiburones Azules, una revancha que los Cebolletas llevan un año entero esperando.
Tomi y sus compañeros van dando vueltas al campo sin hablar, concentradísimos.
Todos piensan en las cosas que tendrán que hacer durante el partido y en los adversarios a los que se van a medir: César, Pedro, el misterioso Flecha Negra… En el grupo corre también Tino, el periodista.
Aquiles sale del vestuario con la chaqueta vaquera sobre la camiseta, los calzones blancos y sus botas de punta. Se sienta en el banquillo, junto a Gaston Champignon, y lo saluda.
—Hola, Aquiles —le responde el cocinero-entrenador—. ¿No te apetece correr un poco?
—No, gracias, detesto correr, es demasiado cansado —responde el chico de los pelos de piña—. A mí solo me gusta divertirme durante los partidos.
—¿Y tienes intención de jugar con esas botas? —pregunta Champignon.
—Claro. No me las quito casi nunca. Eran de mi hermano —explica Aquiles—. Cuando tenía mi edad, se metía incluso en la cama con ellas.
—Como quieras. Yo te había traído estas… —murmura el cocinero-entrenador, mostrándole un par de botas de fútbol.
Aquiles las agarra, se las arranca prácticamente de las manos y las mira por todas partes:
—¡Están nuevas! —exclama—. Número treinta y nueve, mi talla… ¿Me las regala?
—Sí —responde Champignon.
Aquiles se saca sus botas, se pone las de fútbol, da unos saltitos para probarlas y comenta satisfecho:
—¡Me van que ni pintadas! Nunca he tenido unas botas de fútbol. ¿De verdad que no se las tengo que pagar?
—Es un regalo —explica Champignon—, y los regalos no se pagan. A cambio solo te pido un pequeño favor, si tú quieres.
Aquiles se vuelve a sentar en el banquillo.
—¿Ves a ese chico que está corriendo junto a Fidu? —pregunta Monsieur Champignon.
—Si, claro, Tino —responde Aquiles—. Le conozco, va a mi colegio.
—Hace un tiempo que lo veo preocupado, extraño… Creo que tiene problemas con algún compañero de la escuela —continúa el cocinero-entrenador—. He intentado hablar con él para ver si podía ayudarle, pero me ha dicho insistentemente que no es un chivato.
—Ha hecho bien —comenta Aquiles.
—Bueno, pues a mí me parece que en estos casos los amigos pueden ser de mucha ayuda —prosigue Champignon—. Ya se lo he dicho a los Cebolletas, pero si también tú le echas una mano y le ayudas en el colegio si ves que tiene problemas, por ejemplo, estoy seguro de que recuperará la tranquilidad de antes y de que nadie le hará daño.
Aquiles se queda mirando a Gaston Champignon y le hace una promesa:
—Me ocupo yo del tema, míster.
—¿Me puedo fiar de que realmente lo harás? Es importante —insiste el entrenador.
—Nadie volverá a tocar nunca jamás las narices a Tino —declara solemnemente Aquiles, «chocándole la cebolla» a Champignon, quien sonríe atusándose el bigote por el lado derecho.
—Pues ahora vamos a divertirnos —concluye el cocinero-entrenador.
El primer ejercicio es realmente divertido.
Los chicos se dividen en dos equipos y empiezan a disputarse el balón. La particularidad del partido es la portería: se trata de una calabaza metida dentro de una olla, que va atada a la bicicleta de Augusto, quien va pedaleando alrededor del campo. El que acierta a la diana en movimiento mete gol. El ejercicio es útil para entrenar los reflejos de los delanteros, que así se acostumbran a chutar con un ojo puesto en la pelota y el otro en el objetivo que hay que alcanzar.
Champignon ha puesto a Aquiles y Tino en el mismo equipo, pero el pequeño periodista no está tranquilo y trata de mantenerse lo más alejado posible de Cara de Piña.
El partido es divertido y de lo más disputado. Logran acertar a la olla Tomi, Ígor, Lara y Dani.
Cuando van empatados a 2, Champignon anuncia:
—¡El que marque gana!
Los chicos se lanzan al ataque para marcar el gol decisivo.
Tino, muerto de miedo, no para de repetir:
—Perdona, perdona, perdona…
Gaston Champignon decide que el partido ha acabado en empate y propone que cambien de ejercicio.
El nuevo juego es todavía más extraño y divertido.
Champignon coloca dos pequeñas porterías dentro de un rectángulo de cinco metros de largo y explica:
—¡Será un minitorneo de dos contra dos! Con una particularidad: ¡cada pareja tendrá tres piernas!
Los chicos se miran con aire interrogativo.
—Augusto y yo os ataremos con una cuerda: la pierna derecha de uno con la izquierda del otro —prosigue Champignon—. Si no coordináis bien los movimientos no os será fácil correr. Este ejercicio sirve para que controléis vuestros pasos, pero también los de vuestros compañeros. Tendréis que razonar como si fuerais un solo cuerpo. ¿No decimos siempre que somos una sola flor? El torneo os ayudará a no ser demasiado egoístas. Ahora formo las parejas. Sara con Nico, Tomi con Ígor, Lara con Becan…
En cuanto oye «Tino con Aquiles», el periodista palidece y siente muchas ganas de escapar corriendo.
Pero no lo consigue, porque enseguida se le acerca Augusto con la cuerda.
—Yo soy diestro, ¿y tú? —pregunta Aquiles.
—Yo zurdo —responde Tino, con un hilo de voz.
—Vale —comenta Aquiles—. Entonces ataremos tu pierna derecha a mi pierna izquierda, así podremos chutar con nuestro mejor pie. ¡Y ponte las pilas, porque este partido lo quiero ganar!
—Haré lo que pueda… —promete el periodista.
Es posible que los Cebolletas hayan dejado ganar a Tino y Aquiles, o a lo mejor esa extraña pareja ha sido realmente la que mejor ha jugado. Sea como fuere, logran llegar a la final.
Aquiles y Tino han eliminado a tres parejas muy peligrosas: Sara y Nico, Dani y Pavel y, en la semifinal, Fidu y João, que acaban el partido tumbados como dos alfombras. El portero le ha dado un empujón un poco demasiado enérgico al pequeño brasileño…
—¡Fabuloso! —exclama Aquiles, que felicita a su compañero «chocándole la cebolla».
Tino da un salto de alegría y sonríe satisfecho: es la primera vez que alarga la mano hacia Aquiles y la retira sin que le duelan las uñas…