Se toca el bigote por el lado derecho con aire pensativo y anuncia:

—Dos minutos y veintiún segundos. Podéis hacerlo mucho mejor, chicos. Tenéis que estar más concentrados cuando recibís y pasáis el balón. Un pase es tan importante como un tiro a gol, ¡no lo olvidéis! Hacer que la pelota circule velozmente es el secreto de un equipo ganador, porque cuanto más rápidos y precisos son los pases, más rápido se llega a la portería. Ya se lo he dicho un montón de veces a los Cebolletas: ¡nosotros sudamos, pero el balón no! Así que es mejor que sea él quien corra. Ahora repitamos el ejercicio más concentrados. Ya veréis como logramos mejorar el tiempo. ¿Listos?

Los Cebozetas se vuelven a instalar sobre las manchas de yeso.

El cocinero-entrenador pone el cronómetro a cero y da la señal de salida. Se ve enseguida que el balón viaja más rápido y que los pases son más precisos. Nadie tiene que salir a perseguir la pelota como había hecho antes Nico. Al final, el míster puede anunciar:

—¡Un minuto veintisiete segundos! Superbe! ¡Habéis rebajado casi un minuto! Y estoy seguro de que aún lo podéis hacer mejor.

—¿Por qué no probamos a hacer solo pases de primeras, sin detener la pelota? —propone Nico—. Así ganaríamos un montón de tiempo.

—Sí, pero no es fácil —rebate Rafa—. Los centrocampistas y los delanteros no tenemos problemas, pero a los defensas con pies de pato como Sara les cuesta jugar de primeras…

—¡Cuidado, italianito, que te voy a comer crudo! —vocifera la gemela con una mirada asesina.

Y sueltan todos el trapo.

—Venga, chicos, todos a sus puestos —ordena el míster—. Probemos lo que ha dicho Nico, a pasar de primeras. Y mucho cuidado: si tenéis que pasar a João, que es zurdo, pasádsela al pie izquierdo, así podrá disparar más fácilmente. ¡Cuanto más os conozcáis, más fácil os resultará ganar! ¿Listos?

Fidu lanza el esférico a Sara, que lo cede al vuelo a César, que lo prolonga hasta Bruno sin detenerlo. El balón corre como una flecha hacia la portería del Gato, rebotando de bota en bota, como en un pinball. Con la misma velocidad llega a los pies de Fidu.

Superbe! Superbe! —exclama Champignon, mientras mira el cronómetro con cara de incredulidad—. ¡Cincuenta y siete segundos! ¡Menos de un minuto!

Los chicos lo celebran como locos, «chocándose la cebolla» y felicitándose.

El cocinero-entrenador se atusa el bigote por el lado derecho, no por el excelente crono que han conseguido, sino porque en las celebraciones el equipo se ha fundido en un solo movimiento de alegría. Por fin en el campo ya no se ve a un monstruo de dos cabezas, sino a un solo grupo.

Por ese motivo ha renunciado hoy a los concursos, como la última carrera de eslalon, que atizan la rivalidad entre Cebolletas y Zetas, y se ha inventado un ejercicio para que participaran todos los chicos en el mismo bando. También hay que entrenar todos los días el espíritu de equipo.

Los Cebozetas de momento siguen siendo un amasijo de pétalos blancos y azules. Todavía tienen que convertirse en una sola flor, como lo fueron los famosos Cebolletas.

Lucía entra en casa y anuncia:

—Ha llegado otra carta para ti de Australia.

Armando la coge, saca una hoja y la lee.

Tomi se le acerca, lleno de curiosidad.

El rostro de su padre empalidece de golpe. Armando abre la boca como si le costara respirar y se tumba en el sofá.

—¿Estás bien, Armando? —le pregunta su mujer, asustada—. ¿Qué te pasa? ¡Responde! ¡Tomi, vete a por un vaso de agua!

El capitán va corriendo a la cocina.