—¿Dónde nos sentamos, chicas? —pregunta Clementina parándose en el pasillo.
—A mí no me gusta estar demasiado cerca de la pantalla —contesta Fabiana.
—Ahí hay tres asientos libres —indica Serena—. Una posición central, en medio de la sala. Me parece perfecto.
—Por mí está bien —aprueba Clementina.
—Bueno —acepta Fabiana—, aunque tendremos demasiada gente alrededor. Habría preferido un puesto más discreto, así, si me entran ganas de llorar, no molesto a nadie.
—Te recuerdo que es una película cómica, no melodramática —replica Serena.
—Puede que me entren ganas de llorar de tanto reír —puntualiza Fabiana—. Yo en el cine siempre lloro.
Las amigas rompen a reír y toman asiento.
En efecto, la película es muy divertida, está llena de golpes de efecto y salidas brillantes, que habría apreciado Armando. Como es tan larga, hay un intermedio. En cuanto se encienden las luces, las tres amigas comentan satisfechas las mejores escenas.
—Qué sed me ha entrado… —dice Serena, que trata de llamar la atención del chico que vende las bebidas y los helados.
—Un zumo de naranja, por favor —pide la compañera de universidad de Clementina al camarero.
El chico destapa una botellita, vierte la naranjada en un vaso de cartón y lo entrega a Serena, diciendo:
—Tu amiga es una preciosidad… ¿Crees que aceptaría un cucurucho de regalo?
Clementina reconoce la voz, se da la vuelta de golpe y se topa con Fernando, que lleva puesta una chaqueta blanca de camarero y sujeta la bandeja de las bebidas.
—¿Puedo regalarte un helado? —pregunta el hermano de Pedro.
—¡Si lo quisiera, me lo compraría! —responde con aspereza la prima de Tomi, antes de darse la vuelta.
—Me encantaría invitarte —insiste Fernando con paciencia—. A lo mejor el chocolate te vuelve aún más dulce y vuelves a sonreírme.
—¡Olvídalo! —estalla Clementina—. ¿Quieres un consejo? Regala los helados a tus amigos, esos con los que te fuiste de vacaciones. Y ahora, déjanos en paz, que está a punto de empezar la segunda parte.
Una señora que está sentada cerca pide a Fernando:
—Perdone, muchacho, ¿puede darme una botellita de agua natural?
Fernando ni siquiera la oye, ocupado como está hablando con Clementina.
—¿Cuándo volverás a dirigirme la palabra y a cogerme el teléfono?
—Y, usted, ¿cuándo me va a responder y darme la botellita de agua? —insiste impaciente la señora del asiento de al lado.
Fernando, todavía más agitado, le responde:
—Escuche, señora, estoy tratando de hacer las paces con mi novia, que no me habla y no me quiere volver a ver. ¿Cree que puedo perder el tiempo con su agua mineral?
—Pero… ¿cómo se atreve a hablarme con ese tono? —exclama indignada la señora—. Supongo que le han contratado en este cine para hacer caso a los clientes y no para hablar con las chicas.
—Mire, si tiene sed, sírvase usted misma: ¡es todo gratis! —refunfuña Fernando, dejando en el suelo la bandeja para seguir intentando ablandar a Clementina.
Un grupo de chavales, que ha oído las palabras de Fernando, salta por encima de las butacas y se echa sobre la bandeja, saqueando caramelos, helados y palomitas. Inmediatamente llegan dos empleados, que agarran a Fernando por los brazos y lo arrastran hacia la salida.
—¡Esperad! ¡Un segundo! —protesta el mecánico dando voces—. ¡Todavía no he acabado de hablar con mi novia! ¡Soltadme, esto es un secuestro!
Clementina, roja como un tomate, abochornada, se deja caer butaca abajo para que nadie la vea.
—Tierra, trágame. Qué vergüenza…
—Pues a mí me encantaría tener un novio capaz de disfrazarse de chico de las bebidas para regalarme un helado de cucurucho —suspira Serena.
—Sí, a un novio así hay que tenerlo bien agarrado, no maltratarlo —le aconseja Fabiana—. Además, Fernando es un tipo encantador…
—Ya lo sé —contesta Clementina—. En realidad, no quiero deshacerme de él… Lo tendré un tiempo más en ascuas y luego a lo mejor le perdono.
Las amigas sonríen divertidas. Las luces de la sala se apagan y empieza la segunda parte.
Tomi, sentado a una mesita del Paraíso de Gaston, observa el gran reloj que cuelga de la pared y tiene las dos manecillas en forma de margarita.
—Fidu ya tendría que estar aquí —comenta nervioso el capitán.
—Que llegue tarde es buena señal —contesta Nico—. Eso quiere decir que ha encontrado a Aquiles y están discutiendo.
—Tienes razón —confirma Tomi—. Aquiles no es un tipo que cambie fácilmente de idea. Ya se ha saltado tres entrenamientos.
—¿Crees que volverá? —pregunta el lumbrera.
—Creo que sí —contesta el delantero—. Se dejó la piel para ganar la liga, así que lo lógico sería que quisiera disputar con nosotros la nueva liga autonómica.
—Oye, capitán, tú y yo siempre hemos sido partidarios de la fusión —recuerda Nico—. ¿Sigues convencido de que teníamos razón? A mí me asaltan las dudas de vez en cuando. Primero los nervios de João por la elección, luego la cantada de Aquiles…
—O tú, que has perdido el número 10… —añade el capitán.
—También. —El centrocampista sonríe con amargura—. Bromas aparte, pienso en todos esos años en que siempre que nos hemos preparado para los campeonatos estábamos contentos. ¡Ahora en cada entrenamiento hay más tensión que en los exámenes del cole!
—Es verdad —reconoce Tomi—, pero creo que es inevitable. Somos treinta, y Champignon y Charli tienen que escoger a dieciocho. En cuanto se haya formado el equipo, verás como vuelve la tranquilidad. Si no hubiera habido fusión, las tensiones serían mayores. Los Zetas nos habrían declarado la guerra, como siempre. En cambio, mira ahora a Vlado, a César y a Pedro: parecen corderitos. La fusión responde sobre todo a la intención de acabar con la rivalidad entre nosotros y los Zetas. Aunque cree algunos problemas, sigo convencido de que hemos tomado la decisión correcta.
—Sí, es posible que tengas razón —dice Nico con convicción—. Además, ya he encontrado una solución para los números de las camisetas.
—¿A saber? —pregunta el capitán con curiosidad.
—Jugaré con el número 100 —replica el centrocampista—, así seguiré llevando un uno y un cero a la espalda. Y haré como si el segundo cero no existiera.
—¡Genial, colega! —exclama Tomi—. ¡Una idea digna de un auténtico número 10! O, más bien, ¡de un número 100!
Los dos se «chocan la cebolla». Tomi saca del bolsillo de sus vaqueros una baraja de Ziao y reta a su amigo:
—¿Una partidita?
—¡Vamos allá! —acepta Nico.
El capitán baraja las cartas, da cinco a su compañero de equipo, cinco a sí mismo y deja el mazo sobre la mesa.
Nico no ha tenido suerte. No tiene en la mano ni un solo portero… Pero tiene buenas cartas de ataque.
—Defensa, centrocampista, delantero: trío —anuncia, colocándolas sobre la mesa.
—¡Parada! —se defiende Tomi mientras echa la carta del portero.
—¿No tendrás otro por casualidad? —reta Nico, mostrando la carta del penalti.
—¡Claro que sí! —contesta el capitán, que muestra un segundo portero.
Nico se ha quedado con una sola carta en la mano y no puede tirar a puerta.
Tomi echa una carta de penalti junto a otra de centrocampista.
—¿Cómo andas de porteros?
—Mejorable… —tiene que admitir el lumbrera—. Me has marcado, ¡o no! Acaba de entrar un portero: ¡me juego a Fidu!
Los dos amigos interrumpen su partida de Ziao y escuchan el relato del portero, que vuelve de su misión de paz.
—No hay nada que hacer, chicos. Aquiles no quiere volver a jugar —anuncia Fidu—. No ha digerido bien la fusión y no le han gustado los primeros entrenamientos de los Cebozetas.
—¿Por qué? —pregunta Tomi.
—Dice que no es justo que algunos Cebolletas no entren en los dieciocho escogidos después de haber ganado la liga —explica Fidu—. Además, no le gusta que Morten le birle el puesto a João, que Ángel se haya quedado con la camiseta de Nico y que hayamos tenido que cambiar de nombre y colores por culpa de un equipo que siempre ha estado en contra de nosotros, también fuera del campo.
—Cuando dos se pelean, si uno no da el primer paso de renunciar a algo, la pelea no se resolverá nunca —observa Tomi.
—Evidentemente, Aquiles no está de acuerdo —responde Fidu.
—¿Crees que no va a cambiar de idea? —pregunta Nico.
—Esta vez creo que no —replica el guardameta.
—El problema es que, además de cambiar de idea, tiene que hacerlo rápidamente —apunta Tomi—, porque si no participa en los entrenamientos de selección, no entrará en el grupo de los dieciocho.
—Intentaré hablar con él todos los días, a ver si lo convenzo —promete Fidu—. No me gustaría perderlo.
—Vale —aprueba Tomi—, pero ahora nos tenemos que ir, o llegaremos tarde al entrenamiento.
—Esperad un segundito —les retiene Fidu—. La misión de paz ha sido agotadora y me ha dado mucha hambre. Voy a la cocina a ver si sobra algún merengue…
Tomi y Nico ríen con ganas y siguen con su partida de Ziao, a la espera de que su amigo vuelva con la panza llena.
Al final, Fidu solo consigue sacar del Pétalos a la Cazuela un par de galletas. Mejor, porque el entrenamiento estará centrado esta vez en los porteros, los protagonistas de la jornada.
—Hoy daremos a los guardametas la posibilidad de ganar algunos puntos en la clasificación general —explica Gaston Champignon a los Cebozetas—. Fidu, el Gato y Edu se alternarán entre los palos y vosotros tiraréis a puerta. Sin contar a los tres porteros, hoy somos veinticuatro. Formaréis seis grupos de cuatro jugadores. Los cuatro colocarán por turnos sus balones al borde del área, de derecha a izquierda, y en cuanto pite dispararán todos a la vez. Cada portero tendrá que enfrentarse a dos cuartetos, es decir, a ocho tiros. Los dos que más paren disputarán luego la gran final. ¿Alguna duda?
El Gato se instala en la portería.
Sara, Diouff, Tamara y Becan colocan sus balones con cuidado, dan algunos pasos atrás y esperan a oír el silbato del cocinero-entrenador. ¡Ya está!
Con una mirada de lo más sagaz, el Gato intenta descubrir quién va a disparar el primero. Se prepara para el tiro de Diouff, que lanza un potente derechazo, aunque va por el centro.
Mientras lo rechaza con los puños unidos, estudia el segundo chut que tiene que interceptar. Es un tiro raso de Becan, que se dirige hacia un ángulo inferior.
El Gato se lanza en una plancha prodigiosa y logra rechazar el balón en la línea de meta. Se pone de nuevo en pie y vuela hacia el poste contrario. Bloca el tiro de Sara y, mientras vuela, desvía con la rodilla el disparo de Tamara por encima del travesaño.
¡Cuatro tiros y ningún gol!
—Superbe! —aplaude Champignon.
Fidu ayuda al Gato a levantarse y lo felicita:
—¡Estás en forma para disputar un Mundial mañana, Micifú!
Y se instala entre los palos. Es su turno.
Cuatro tiros, un gol.
Augusto acude corriendo a socorrer al portero.
—¿Todo bien?
—Todo en orden —confirma Fidu—. Aparte del cañonazo…
Edu detiene los disparos de Pedro e Ígor, pero los balones de Lara y Rafa besan la red.
Así que, en la primera ronda, el Gato (cero goles encajados) va por delante de Fidu (uno) y de Edu (dos).
Pero la buena suerte echa una mano a Fidu en la siguiente fase. El Gato se enfrenta a tiradores temibles, como Tomi, Nico, Ángel y João, y encaja tres goles, porque solo falla Ángel. En cambio, solo entran dos balones en la portería de Fidu, que detiene uno y da las gracias al larguero por despejar el chut de Elvira.
Edu también encaja dos goles, de modo que la clasificación decisiva es: el Gato y Fidu (tres goles encajados) y Edu cuatro.
—El Gato y Fidu se disputarán la victoria en la prueba final —anuncia Champignon—. Y será una prueba muy especial…
Los Cebozetas se acercan a la portería, curiosos. Saben que la fantasía del míster es como una caja de sorpresas que no se acaban nunca.