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Por sorpresa, Pedro cambia de diana en el último tiro.

Apunta al colador, suelta un tremendo chut con el empeine y lo acierta de lleno.

Los Zetas se abrazan como si acabara de marcar el gol decisivo. Los Cebolletas menean la cabeza con resignación, como si lo acabaran de encajar.

—¡Cincuenta puntos! ¡Pedro se pone con noventa! —proclama Champignon.

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Superbe! —exclama Gaston Champignon—. ¡Cien puntos! ¡Tomi gana el torneo por cien a noventa!

Nico se echa a la espalda de su amigo, felicitado por todos los Cebolletas.

—Pero ¿se puede saber por qué has corrido tantos riesgos? —pregunta Fidu.

—De pequeño, mi madre me repetía siempre que usara los cubiertos, porque comía con las manos —contesta Tomi—. Y tenía razón. Ya habéis visto lo bien que se me dan los cubiertos.

Los Cebolletas se tronchan mientras Pedro, que ya sentía el número 9 en la espalda, se aleja furioso.

—O me equivoco, o te acabas de pelear con Armando —inquiere Clementina.

—Pelear no es la palabra apropiada —contesta Lucía, furibunda—. ¡Ha encargado una máquina para practicar fútbol! ¡Cualquiera diría que tenemos sueldos de futbolistas! Me gustaría saber qué tenía yo en la cabeza cuando me casé con él… ¡No volveré a dirigirle la palabra hasta 2032!

—Pero ¿no os va a llegar una caja de oro? —pregunta su sobrina.

—¿Tú también lo sabes? —pregunta Lucía, sorprendida.

—Algo he oído… —se justifica Clementina.

—Me gustaría verla. De todas formas, aunque estuviera llena de lingotes, me parece una locura gastar tanto dinero por una estúpida máquina.

—A propósito de cacharros, ¿no habrás visto por ahí las llaves de la Cafetera? —le pregunta Clementina mientras rebusca nerviosamente en su bolso.

Como recordarás, la Cafetera es el pequeño coche rojo con el que la prima de Tomi llegó a Madrid desde Málaga.

—No, pero ayer las vi en las manos de Tomi —replica Lucía.

—¿Y qué hacía Tomi con las llaves de mi coche?

—Pues no lo sé, la verdad.

—Llevo un retraso enorme y tengo una cita de lo más importante en la universidad… —se lamenta Clementina—. Si no las encuentro enseguida, me muero. ¡Ah, ahí están! ¡Salvada! ¡Adiós, tía, nos vemos esta noche!

La prima de Tomi se lanza escaleras abajo como una exhalación, saltando los escalones de dos en dos. Sube a su coche e intenta ponerlo en marcha, pero la Cafetera no quiere arrancar.

—Por favor, cochecito mío, hoy no… —suplica Clementina apretando el volante—. No puedes dejarme tirada, siempre te he querido mucho…

Fernando se acerca y ofrece su ayuda.

—Creo que necesitas a un buen mecánico.

Clementina sigue enfadada con su novio, pero por una vez está contenta de verlo.

—Voy con retraso y tengo una cita importantísima —explica—. Si me ayudas, me harás un gran favor, tengo los minutos contados.

—No te preocupes, por el ruido del motor creo que sé de qué se trata —asegura Fernando—. Un buen mecánico tiene que tener buen oído, como un gran director de orquesta.

El hermano de Pedro abre el capó y al cabo de unos segundos concluye:

—¡Hecho!

Clementina trata de poner en marcha el coche y el motor arranca.

—¡Gracias, me has salvado la vida! No sé cómo agradecértelo…

—Pues yo sí lo sé —la corta el mecánico—. Podrías volver a responder a mis llamadas telefónicas, o aceptar una cita para el sábado por la tarde…

Clementina sonríe y está a punto de contestar, pero Tomi sale corriendo del Pétalos a la Cazuela, y pregunta:

—Vaya, ¿has reparado la avería?

—¡Claro! —exclama Fernando—. Tengo manos mágicas, como sabes.

Clementina se pone de repente pensativa.

—Perdona, Tomi, cuando has salido del restaurante la Cafetera ya estaba en marcha. ¿Cómo has sabido que estaba averiada?

—¿Quién, yo? ¿Qué avería? Ah, sí… claro —balbucea el capitán—. He visto a Fernando y he supuesto que habías tenido algún problema con el coche.

—Pues yo creo que ayer me cogiste las llaves y se las diste a mi ex novio. Él desconectó algunos cables, ahora los ha vuelto a conectar y no ha parado de vanagloriarse: «director de orquesta», «manos mágicas»,…

Tomi, rojo como la tarjeta de las expulsiones, se queda sin palabras.

Fernando se apresura a negarlo todo.

—¡No es verdad! ¡Te equivocas! He pasado por aquí por pura casualidad…

—¡No te voy a dirigir la palabra en los cinco próximos años! —concluye Clementina, antes de poner el intermitente y salir pitando.

—Vaya, lo siento —comenta Tomi—. Lo he echado todo a perder.

—Me ha llamado «ex novio» —observa apesadumbrado el mecánico—. ¿Te das cuenta, ex novio?

—No te deprimas, lo ha dicho por decir —le conforta Tomi—. El enfado se le pasará enseguida y todo volverá a ser como antes. Tengo que salir corriendo, me esperan en la parroquia, adiós.

—Un segundo, quiero pedirte otro favor. ¿Sabes qué me gustaría comprar? Una buena autocaravana para Issa, como las de los pilotos de verdad. Así podría descansar y comer en los circuitos entre una carrera y otra. Yo convertiría una parte en taller para poder intervenir rápidamente si hace falta hacer algunos retoques.

—Me parece una idea excelente —coincide Tomi—, pero ¿por qué me lo cuentas a mí?

—Porque, si te sobra una moneda de oro, podrías ayudarme a comprarla —responde el mecánico—. Una autocaravana es carísima.

—¿Tú también has oído hablar de la caja? —pregunta sorprendido el capitán.

—Pues sí —contesta Fernando—. Sara se lo dijo a Ángel, que se lo chivó a Pedro, que se lo dijo a mi padre, que me lo ha dicho a mí.

—Menos mal que todos iban a quedarse callados como tumbas… —masculla Tomi.

—No te preocupes —asegura Fer—, ¡no le diré nada a nadie!

Estamos a punto de disputar el primer amistoso de la temporada. ¡Por fin saltan los Cebozetas al campo!

Ahora veremos cómo evoluciona el equipo surgido de la fusión.

En el vestuario reinan la concentración y la tensión. Todavía no se han tomado las decisiones definitivas y no está claro que los titulares de hoy lo sigan siendo durante la liga, pero las conclusiones del amistoso contra el Rosa Shocking serán, sin duda, importantes.

Gaston Champignon, que como sabes es un fino psicólogo, ha intuido el estado de ánimo de sus jugadores y usa las palabras adecuadas en el discurso que pronuncia como casi siempre antes del partido:

—Queridos amigos, después de los agotadores entrenamientos de preparación ha llegado el momento de que nos divirtamos en el campo. Se acabaron las carreras cuesta arriba, las flexiones, los saltitos y demás ejercicios… ¡Ahora solo habrá balones! ¡Que nadie se sienta examinado! ¡A divertirse todos! Algunos entrarán enseguida y otros después. Somos muchos y el árbitro no nos dejaría que saliéramos los treinta al campo. Pero todos tendréis ocasión de divertiros. No está de más repetirlo otra vez: ¡quien se divierte siempre gana! Era verdad con los Cebolletas y sigue siéndolo para los Cebozetas. Antes de repartir las nuevas y preciosas camisetas, con los números que me habéis dado, escribiré en la pizarra la formación que saldrá al campo, con la siguiente alineación: 4-2-3-1.

Los Cebozetas miran la pizarra conteniendo la respiración.

El cocinero-entrenador va escribiendo los nombres:

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La cara que pone João no es precisamente la viva imagen de la alegría.

Pese a las palabras de Champignon, ver al danés Morten ocupar su puesto en la banda izquierda le molesta soberanamente.

Becan se da cuenta y anima a su amigo:

—No te enfades, que entraremos más tarde y les demostraremos quiénes somos. En las películas los protagonistas nunca son los primeros en salir en la pantalla, ¿a que no lo sabías?

El brasileño sonríe y le «choca la cebolla» al extremo derecho.

El cocinero-entrenador da vueltas por el vestuario distribuyendo las camisetas nuevas, que todos admiran con satisfacción.

—Pero ¡qué elegantes que son! —salta Ígor.

—Sí, aunque todavía me hará falta mucho tiempo para acostumbrarme a llevar una Z en el pecho… —bromea Dani.

El único que tiene cara de perplejidad es Nico. Observa su número 100 con una sensación extraña, como cuando te tienes que tragar una pastilla que no quiere bajar por la garganta. Está ya resignado a ponerse la camiseta cuando Ángel le detiene:

—Espera, he pensado una cosa. Tú tienes la espalda estrecha, así que no puedes lucir tres cifras. Es mejor que me quede yo con el 100, si no te molesta.

—¿Me dejas realmente el número 10? —pregunta Nico con los ojos iluminados de alegría.

—Sí, después de hablar con Sara he comprendido que ese número es mucho más importante para ti que para mí —explica Ángel—. Además, vista la alineación de la pizarra, siempre tendré el 10 al alcance de la mano, porque jugaremos muy cerca.

Nico se viste la camiseta, entusiasmado.

—¡Seremos la mejor pareja de la liga: 100 y matrícula de honor!

Luego va corriendo a darle un beso a Sara.

—¡Gracias, gemelita!

A pie de campo, entre los espectadores está Eva. Tomi la ve durante el calentamiento y se acerca.

—Hola, no sabía que ibas a venir. Creía que tenías clase de baile.

—He preferido venir al partido —responde la bailarina—. Tenía ganas de ver a tu amiga Victoria…

¿Te acuerdas de Victoria? Es la portera del Rosa Shocking, que Eva llamaba «la Calzones», porque volaba en su monopatín con sus pantalones bombachos de surfista. Victoria, rival de los Cebolletas en la liga entre equipos de siete jugadores, sentía gran simpatía por el capitán.

En efecto, en cuanto lo reconoce, va corriendo a su encuentro y lo abraza dándole un beso en la frente.

—¡Hola, Tomi! ¿Qué te cuentas? ¡Hacía siglos que no nos veíamos!

Un huracán de entusiasmo…

El capitán, cohibido por las miradas que le está echando Eva, siente las mejillas calientes y responde:

—Pues sí… así es… todo bien… ¿Y tú, cómo estás?

Tiene suerte de que el árbitro pite en ese momento para reunir a los jugadores y dar inicio al encuentro.

Al cabo de diez minutos, los Cebozetas ya se han adelantado y van 3-0.

Nadie esperaba un comienzo tan fulgurante por parte de un equipo que acaba de nacer.

A juzgar por la complicidad de que hacen gala, se diría que los chicos llevan años jugando juntos. Todo funciona a la perfección.

En defensa, el larguirucho David es insuperable de cabeza, mientras Sara, más ágil y rápida, sigue a Beba una pequeña delantera con una diadema de felpa en la frente, muy dotada para los regates y los peloteos. César, que ha desbancado a Lara por la banda izquierda, defiende con su garra habitual y en cuanto puede sube al ataque y da buenos pases.

En el centro del campo, Ángel se harta de recuperar balones, que cede a Nico para que este ponga en movimiento a los delanteros con sus pases precisos.

La jugada del primer gol es fantástica.