—Vosotros concentraos para los tiros. De preparar el filete empanado ya me encargo yo —propone Fidu, pasando la pelota por el yeso y colocándola sobre el círculo para el primer intento de Nico.
Sus compañeros, que se han acercado a la zona de la diana, ven volar la parábola del Cebolleta y aplauden cuando la pelota deja una señal en el círculo de cuarenta puntos.
Ángel replica con un disparo que vale treinta.
Nico, concentradísimo, es regular como una máquina: otra vez logra cuarenta puntos.
Esta vez quien parece acusar la presión es Ángel, pues su segundo intento es el peor que ha hecho en el torneo: tan solo veinte puntos.
Los compañeros lo acogen con muestras de decepción.
Fidu mete el balón en el cubo de yeso y lo coloca cuidadosamente sobre el círculo, murmurando:
—Vamos, lumbrera, un tiro más y la camiseta es tuya.
Nico estudia la diana, toma una breve carrerilla y dispara. Su tiro es menos preciso, pero vale treinta puntos y es casi una garantía de éxito. Tiene un total de ciento diez puntos, mientras que Ángel se ha quedado en cincuenta y, aunque acertase al círculo más pequeño, solo llegaría a cien.
—¿Qué haces? —le pregunta Fidu.
Ángel se ha sentado en el suelo y se está quitando las botas y las medias.
—Voy a intentarlo descalzo —contesta el Zeta—. La derecha me apretaba demasiado y me hacía daño en el talón. Para salvar la camiseta me hace falta un truco de magia a la brasileña, y los brasileños siempre juegan en la playa descalzos…
Sara contiene la respiración a la espera del tiro. Es una Cebolleta, siente cariño por Nico y sabe lo importante que es para él el número 10, pero también quiere a Ángel, con el que se ha estado entrenando después del verano.
Los compañeros corren a felicitar a Ángel por su proeza. Le abrazan y corean su nombre.
Fidu consuela a Nico, que parece una estatua de mármol. Observa la olla con la boca abierta y no mueve un solo músculo. Ya se veía con la camiseta en el bolsillo…
—Lo siento, pero creo que he conquistado la camiseta número 10 —le dice Ángel.
El sabelotodo se despierta y responde:
—Te la mereces. Bravo, yo ya buscaré otro número. No será difícil encontrarlo, mi padre es profesor de matemáticas…
Intenta sonreír, aunque no le apetece nada.
Tomi está acompañando a Eva a su clase de danza.
—¿Hay algún regalazo que te gustaría recibir? —le pregunta el capitán.
—¿Un regalazo? No sé —contesta la bailarina—. Una bicicleta nueva, a lo mejor. La que tengo ha pasado demasiado tiempo en el patio y está toda oxidada.
—¡Pero eso es un regalito! —exclama Tomi—. Yo me refiero a algo enorme, como una barca o una casa.
—Caramba, ¿un regalo de ese tipo? —pregunta Eva con cara de sorpresa—. Pero ¿para qué me voy a poner a soñar en cosas que luego no podré tener?
—Es un juego —explica el capitán—. Los juegos no sirven para nada, pero divierten.
Eva sonríe.
—Tienes razón. Sí, hay un regalazo con el que sueño. Si tuviera un montón de dinero, me gustaría dar la vuelta al mundo: salir por un lado y volver por el opuesto. Y aprender un baile diferente en cada país que visitara. Así volvería a casa con la maleta llena de bailes y, al bailar cada uno de ellos, ¡daría la vuelta al mundo otra vez!
Eva gira sobre sí misma, levanta los brazos y esboza un paso de danza, apoyándose en un semáforo como si fuera un bailarín.
Tomi aplaude divertido, admirando a su gran amiga. Le gusta porque es hermosa, pero sobre todo porque a veces tiene ideas curiosas, dulces y poéticas, y es capaz de ponerse a bailar así, de golpe y porrazo, sobre una acera.
—Dime la verdad, Tomi —pregunta Eva—. ¿Me ocultas algo? Hace unos días que me preguntas todo el rato lo mismo: regalos, cosas caras que comprar…
—¡Qué idea! ¿Qué te iba a esconder? —salta el delantero, pillado por sorpresa.
—Te conozco mejor que a mi propio dormitorio, capitán —asegura la bailarina—. Hay algo que no puedes o no quieres decirme.
—No puedo… —confiesa Tomi, acuciado por la mirada de Eva.
—¿Ves como estaba en lo cierto? —suelta la bailarina—. Pues si has decidido no compartir tu secreto conmigo, puedes volverte a casa, ¡porque a mí no me acompañan personas que no se fían de mí!
—¡Sabes perfectamente que sí que me fío de ti! Pero le he dado la palabra a mi padre que no iba a revelarle a nadie nuestro secreto —explica el capitán—. Compréndelo…
—Lo he comprendido todo —responde Eva—. He comprendido que no te fías de mí y que a partir de ahora iré a mis clases de baile sola.
—Vale, ahora te cuento el secreto —se rinde Tomi—, pero prométeme que no se lo dirás a nadie por ninguna razón. ¿Prometido?
—Claro, prometido —asegura la bailarina—. ¿Te parezco alguien capaz de ir por ahí contando secretos?
Tomi le cuenta la historia del testamento del abuelo Octavio.
Eva se queda boquiabierta.
—¡Carámbanos, una caja de oro! ¡Así que podrás llevarme de verdad a dar la vuelta al mundo y aprender todos los bailes de la Tierra!
El capitán observa a la bailarina, que se ha vuelto a poner a danzar con el semáforo, y le gustaría tener ya en la mano las monedas de oro de Octavio para poder contestarle que sí.
Elvira y Tamara son quizá las Cebozetas más entusiastas de la fusión. Las dos chicas, que jugaban en el Rosa Shocking y el Súper Viola, pasaron luego a los Cebolletas y los Tiburones Azzules, respectivamente.
Entran en el vestuario femenino y dan una gran noticia:
—El domingo jugamos por fin. ¡Será el debut oficial de los Cebozetas!
—¡Magnífico! —lo celebra Sara—. ¿Y contra quién jugamos?
—Contra su antiguo equipo —contesta Tamara, señalando a Elvira.
—¿El Rosa Shocking? —inquiere Lara.
—El partido lo hemos organizado nosotras —explica Elvira—. Ellas también se han pasado al campeonato entre equipos de once jugadores. Tengo curiosidad por ver la calidad del equipo fusionado.
—A mí lo que me preocupa es quiénes serán los titulares —añade Sara—. No podrán jugar todos, especialmente en ataque: Tomi, Rafa, Pedro, Diouff, João, Becan, Morten… Y creo que los que se queden fuera no se lo van a tomar demasiado bien.
—Estoy de acuerdo… —viene Tamara—. Los entrenamientos para la elección de los dieciocho jugadores y los concursos de Champignon han intensificado la rivalidad. Por si fuera poco, Tino atiza la polémica, como de costumbre. Creo que hasta el final habrá mucha tensión.
—João, por ejemplo, me parece que está muy nervioso —apunta Lara.
—Y no es el único —asegura Elvira—. Nico ha encajado fatal el duelo que perdió contra Ángel por la camiseta número 10.
—Es verdad —confirma Sara—. He intentado explicarle a Ángel lo importante que es esa camiseta para Nico. Pero estoy segura de que con el paso del tiempo las cosas irán mejorando. Nos conoceremos mejor y, como dice Champignon, los Cebozetas se convertirán también en una flor unida y triunfadora.
—Yo también estoy convencida —afirma Tamara—. No he jugado nunca en un equipo tan bueno. Estoy segura de que disputaremos un gran campeonato.
—Vamos, chicas —anima Sara—. Los demás ya están en el campo para entrenar.
Gaston Champignon está repartiendo los chalecos de colores para formar los equipos mientras Augusto coloca cuatro porterías pequeñas. Las pone en el centro de los lados de un cuadrado dibujado con yeso, para formar dos campos que se cruzan, uno en sentido vertical y otro horizontal.
El cocinero-entrenador explica las reglas del juego:
—Hoy somos veinticuatro, más los tres porteros, que se entrenarán aparte con Augusto. Os he dividido en ocho equipos de tres jugadores cada uno. Disputaréis un torneo eliminatorio. Pasa turno el equipo que primero mete dos goles. Se jugarán dos partidos a la vez, uno a lo largo y el otro a lo ancho. Así será más difícil y divertido, porque no tendréis que evitar solo a vuestros rivales, sino a los jugadores del otro partido. Los tres vencedores del torneo ganarán diez puntos para la clasificación general de los concursos, los segundos ocho, los terceros seis, y así hasta los últimos, que recibirán un punto. Que salgan al campo los rojos contra los azules y los amarillos contra los verdes.
João, David y Pavel, con chaleco rojo, se enfrentan a Tamara, Vlado y Morten, que van de azul. Aquiles, Julio y Diouff, de verde, se medirán a Lara, Pedro y Dani, de amarillo.
¿Ves con qué saña juega João? Después de sus fracasos en los concursos de eslalon y puntería, quiere una revancha cueste lo que cueste. Entre otras cosas porque, por una extraña fatalidad, está luchando otra vez contra el zurdo Morten, que, como ha escrito Tino, es su adversario directo por un puesto de titular en el equipo.
Está tan exaltado que le gustaría coger el balón y marcar sin ayuda de nadie… De hecho, a pesar de que David y Pavel se desgañitan pidiéndole un pase, el brasileño agacha la cabeza e intenta regatear a todos.
En cambio, los azules se han organizado estupendamente, adoptando una alineación triangular: Tamara y Vlado por detrás, Morten más adelantado. Avanzan y retroceden de manera compacta, sin descomponer en ningún momento la formación, intercambiando constantemente el balón con pases rápidos.