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Hace bastante tiempo que no vemos a Tino en acción. Creo que ha llegado el momento de hablar un poco de él. El aprendiz de periodista ha colgado del tablón de anuncios una nueva edición del MatuTino y los Cebozetas que estaban en la parroquia han ido corriendo a leerla.

¿Qué esperas que haya colgado: artículos simpáticos que todos leerán con agrado, o artículos polémicos que pondrán furioso a más de uno?

La segunda opción, ¿verdad? Pues sí, has dado en el clavo.

Tino ha dedicado este número a los entrenamientos que servirán para seleccionar a los dieciocho Cebozetas que participarán en la liga autonómica y, después de las primeras pruebas, ha intentado hacer balance de la situación.

El titular de la primera página es cuando menos curioso: «João está medio Morten».

En el subtítulo se lee: «El brasileño se expone a no formar parte de los dieciocho».

En cuanto lo leen, los Cebozetas sueltan una carcajada. Todos menos João.

—Pero ¿qué título es este? —protesta el brasileño.

—Un juego de palabras —contesta Nico—. A mí me parece de lo más simpático.

—¡Y un cuerno, simpático! —exclama João—. ¡Yo estoy vivito y coleando!

—Ya lo sé —se justifica Tino—. ¡No he escrito que estuvieras muerto! «Medio Morten» significa que en los primeros retos el danés ha demostrado que vale el doble que tú. Eso es todo. Acabó segundo en la prueba de eslalon y tercero en la de peloteo, mientras que tú fuiste eliminado las dos veces en el primer turno.

—Pero además has escrito que corro el riesgo de quedar fuera de los dieciocho —observa João, dolido.

—Claro. Si acabas el último en todas las pruebas y juegas mal los partiditos, ¿por qué habrían de escogerte Champignon y Charli? —pregunta el periodista.

—¡Porque saben cómo juego y los numeritos que monto! —salta João con orgullo—. ¡Llevo cuatro años dando espectáculo! ¿Te parece justo echarme solo porque me he tropezado con un cordón?

—No, pero si los entrenadores hubieran hecho la selección de acuerdo con vuestro nivel de juego en el pasado ¡no les habría hecho falta organizar entrenamientos para elegir! —rebate Tino—. De hecho, lo más probable es que hayan preferido que salierais en igualdad de condiciones y escoger en función de lo que vean en los entrenamientos, sin hacer caso al pasado.

—¿Dónde hay un zurdo como yo? —insiste João.

—Te recuerdo que el pie favorito de Morten es el izquierdo —responde el periodista— y me parece que el rubiales lo está haciendo bastante bien… ¿Ves como he escrito la verdad? João, tienes que ponerte las pilas o perderás el puesto.

El meninho se gira y se aleja furibundo, sin dignarse responder.

—Es verdad que deberías mojar de vez en cuando tu pluma en un poco de tinta, además de en veneno… —comenta Tomi.

—Pero si nunca la mojo en veneno —se defiende Tino.

—¿Cómo que no? —rebate el capitán—. ¿Y te parece que este artículo está escrito con tinta?

Tomi le señala el artículo de la segunda página del MatuTino, que lleva el titular «Los Cebozetas montan el número» y reza lo siguiente: «Las camisetas número 9 y 10 provocan disputas. A pesar de la fusión, la rivalidad entre Cebolletas y Zetas sigue viva».

—No es verdad que nos hayamos peleado —objeta Tomi.

—¿Habéis llegado a un acuerdo sobre los jugadores que lucirán el 9 y el 10? —pregunta el aprendiz de periodista.

—Todavía no —contesta el delantero centro.

—¿Ves como tengo razón? —rebate Tino—. ¡En mi pueblo cuando hay dos que no están de acuerdo es que se han peleado!

—Pues en mi pueblo podemos no estar de acuerdo y luego llegar a un pacto sin pelearnos —explica Tomi—. De hecho, hemos decidido jugarnos las camisetas en los próximos concursos que organice Champignon.

—Entendido, pero de todas formas no creo que haya escrito comentarios demasiado feroces —sigue justificándose Tino—. Me he limitado a poner un poco de pimienta en el MatuTino, para que fuera más interesante. A juzgar por el número de chicos de la parroquia que lo están leyendo y por lo mucho que hemos discutido, creo que lo he conseguido… ¡Nos vemos pronto, Cebozetas, no quiero perderme ni uno solo de vuestros entrenamientos!

Lucía observa a su marido y su hijo sentados ante la pantalla del ordenador en el despacho de Armando y menea la cabeza, desconsolada.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo? La cena ya está puesta.

—Navegando un poco —contesta el conductor.

—A ver si lo adivino. Estáis buscando en internet qué os podríais comprar con la caja de oro que está a punto de llegar —aventura la cartera.

—¡Exacto, mamá! Y…, ya que hablamos de navegar, acabamos de ver una lancha motora que es una auténtica maravilla. ¿Qué te parece? ¿Te imaginas a papá al timón mientras los dos vamos tumbados tomando el sol? Luego, mar adentro, nos damos un baño refrescante y yo me pongo a pescar.

—¿No me digas que no te gustaría una casa así, a la orilla del mar? —prosigue Armando.

El capitán mira la imagen que acaba de aparecer en la pantalla y exclama:

—¡Guau! ¡Hasta tiene una piscina, como el chalet de las gemelas! Podría hacer unas fiestas increíbles. ¿No costará demasiado? ¿Nos lo podremos permitir?

—Dependerá del tamaño de la caja del abuelo Octavio —contesta Armando.

—¿Y qué le compramos a mamá? —inquiere Tomi.

—Tienes razón —aprueba el padre—. Nos hace falta algo especial también para mamá. Veamos, un abrigo de piel no, porque nos gustan demasiado los animales. Quizá una joya bonita…

—Justo lo que nos hace falta —coincide el capitán—. Un hermoso collar de diamantes. ¿Cómo dice el anuncio? «Un diamante es para siempre». Busca en Google cuánto cuestan los diamantes.

—Escuchadme, navegantes —interviene Lucía—. Olvidaos de las joyas y los diamantes, y ocupaos de mis espaguetis, que se están enfriando. Si de verdad queréis hacerme un regalo, os pido uno muy especial: olvidaos de esa caja, o por lo menos no habléis de ella cuando esté yo en casa. Me parece de pésimo gusto perder el tiempo soñando cómo malgastar el dinero.

Tomi ve a su madre salir enfurruñada del despacho y comenta apenado:

—Creo que se ha enfadado.

—Ya verás como cambia de idea cuando lleve puesto nuestro collar —asegura Armando, colocando el puntero del ratón sobre la palabra «diamantes».

La tarde siguiente, cuando el capitán está entrando en la parroquia de San Antonio de la Florida lo detiene Fernando.

—Perdona, Tomi, ¿puedo hablar un rato contigo?

—Dime, Fer —contesta el delantero centro.

—¿No te habrá hablado estos días Clementina de mí? —pregunta el mecánico.

—Sí —responde Tomi—, pero mejor será que no te cuente lo que me ha dicho.

—¿Insultos? —inquiere el hermano de Pedro.

—Más o menos… —confirma el capitán.

—Lo sabía —dice abatido Fernando—. Tomi, me tienes que ayudar a hacer las paces con Clementina.

—Encantado, pero ¿qué puedo hacer?

—Decirme dónde la puedo encontrar, por ejemplo. No me habla y no quiero ponerla en evidencia en la universidad. Si te enteras por casualidad de que va a algún lugar del barrio o de donde sea, intentaré hacerme el encontradizo con ella para pedirle perdón.

—Si te interesa, sé que mañana por la tarde irá al cine con dos amigas —revela Tomi.

—¿Mañana? ¿Y sabes adónde?

—Creo haber oído que a los cines de Princesa —contesta el capitán.

—¡Perfecto! —el mecánico celebra alborozado la noticia—. ¡Me has hecho un favor enorme! No sé cómo agradecértelo. Ya te diré si las cosas se arreglan. ¡Adiós!

Tomi se despide y observa divertido a Fernando salir corriendo por la verja con su mono de mecánico para regresar al taller de su padre.

Para el entrenamiento de hoy Gaston Champignon ha vuelto a organizar un juego de parejas.

Esta vez se trata de un concurso de puntería.

—Como veis —explica el cocinero-entrenador—, el centro de la diana es esta olla. Tendréis que disparar desde unos veinte metros. El que acierte se llevará cien puntos. Alrededor de la olla hay una serie de círculos concéntricos que he pintado con yeso. Si le dais al más cercano a la olla os llevaréis cincuenta puntos, luego cuarenta, treinta, veinte y diez puntos para los círculos más alejados. ¿Está claro?

—Sí, entrenador —replica Elvira—. ¿Cuántos tiros podremos hacer?

—También será un concurso eliminatorio —explica Champignon—. Un tiro por cabeza y el que saque más puntos pasa al siguiente turno. Los dos finalistas dispondrán de tres disparos. La precisión en el lanzamiento es un arma importantísima, sobre todo para nosotros. Tenemos arietes veloces y, si les damos buenos pases en el momento oportuno, marcaremos un montón de goles. Ahora buscad a vuestro adversario en el cuadro y preparaos. ¡Empezamos!

Situándose delante del cuadro del torneo, Ángel propone el reto.

—Creo que ha llegado el momento de jugarnos el número 10.

—Estoy de acuerdo —aprueba Nico—. Es un concurso para auténticos números 10.

—Tú estás en la parte alta del cuadro y yo en la baja —observa el Zeta—. Si no nos eliminan antes, nos vemos en la final.

—En cualquier caso, el que pase más turnos jugará la liga autonómica con la camiseta número 10, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —acepta Ángel, antes de estrechar la mano de su compañero.

Los primeros en concursar son Dani y César.

Gaston Champignon dibuja una especie de punto de penalti, deja al lado el cubo de yeso y da unas instrucciones:

—Se disparará desde este punto, pero antes de hacerlo tendréis que meter el balón en el cubo, como se hace con la carne empanada, que hay que rebozar con pan rallado. Así el balón dejará una marca blanca en la diana y será más fácil ver en qué círculo ha acabado. ¿Alguna duda?

El tiro de Dani es demasiado alto y pasa por encima de la diana. César dispara fatal, toca el suelo con la punta de la bota y el balón ni siquiera se eleva…

No consiguen acertar a ningún círculo en los dos tiros siguientes.

—A lo mejor os lo tendríais que jugar a pares o nones —propone Fidu—. Si no, a este paso se nos va a hacer de noche…

Todos echan a reír al unísono.

Finalmente, al tercer intento, Dani logra dar al círculo de diez puntos, pero inesperadamente César se hace con cuarenta puntos entre los aplausos, de modo que pasa al siguiente turno.

João, como de costumbre, quiere lucirse. Dispara de rabona, es decir, pasando el pie izquierdo por detrás de la pierna derecha. La pelota se eleva suavemente y deja en su lugar una mancha blanca en el círculo de treinta puntos.

El brasileño hace una reverencia para agradecer los aplausos espontáneos de sus compañeros. Está convencido de que pasará de turno porque David, que es tan alto como una jirafa, suele jugar más con la cabeza que con los pies. De hecho, el tiro del defensa le sale poco brasileño, pero la pelota coge una trayectoria extraña, sube muy alto y cae en picado. Aunque parezca increíble, da de lleno en el círculo de cincuenta puntos, a un pelo de la olla.

João extiende los brazos abatido y se lleva las manos a la cabeza.

—No me lo puedo creer… ¡Otra vez eliminado en el primer turno!

Tino, desde el borde del campo, toma apuntes y ríe entre dientes: «Ya decía yo que estaba medio Morten»…

En los cuartos de final se enfrentan las siguientes parejas: Ángel-Morten, Rafa-Pedro, Tomi-Bruno y Nico-Becan. Pasan a semifinales Ángel, que se las verá con Rafa, y Tomi, que se enfrentará a su amigo Nico. Tres Cebolletas y un Zeta.

El Niño se acerca al círculo de yeso, prepara con gran atención el tiro y dispara con la derecha. La pelota vuela por el aire y cae muy cerca de la olla: cuarenta puntos. Un buen disparo.

El italiano guiña el ojo a Nico, que le sonríe. Solidaridad entre Cebolletas.

Si Ángel es eliminado, a Nico le bastará con llegar a la final para hacerse con la camiseta número 10. ¡Pero el tiro de Ángel es casi perfecto: cincuenta puntos!

Los compañeros aplauden al primer finalista del torneo, que da las gracias y guiña el ojo a Rafa.

El resultado del Zeta somete a una gran presión al pobre Nico, que se enfrenta al mejor jugador del equipo y sabe que tiene que batirlo como sea si no quiere pasar la temporada con un número distinto del 10 a la espalda.

La tensión juega una mala pasada al lumbrera, que efectúa el peor lanzamiento de todo su torneo. De repente le pesan las piernas, como si se las hubieran llenado de hierro. Golpea débilmente la pelota, que a duras penas llega al primer círculo: diez puntos.

Le toca a Tomi. El capitán sabe perfectamente lo importante que es para su amigo Nico la camiseta número 10, la de un director del juego con una técnica sumamente depurada.

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Tomi finge desesperarse llevándose las manos a la cabeza, mientras mira a hurtadillas entre sus dedos la expresión de la cara de Nico, que se jugará la camiseta contra Ángel en la final.

Gaston Champignon sonríe y se atusa el bigote por el lado derecho. Ha comprendido perfectamente que el capitán se ha equivocado aposta para hacerle un regalo a su amigo Nico. Para el míster, ese error es tan hermoso como una flor.