Nico recoge el balón y da una palmada amistosa al Gato.
—No pasa nada. Ahora vamos a empatar.
Pedro tiene una reacción completamente distinta. Pega un puñetazo al banquillo y exclama:
—¡Igual que contra los Genios de la Colina! ¡No para ni una!
—Hasta los platos de merengues se le caen de las manos… —añade Vlado, que está a su lado—. ¿Cómo vamos a ganar con un portero así?
El error del Gato no desmoraliza lo más mínimo a los Cebozetas. Sus compañeros tratan de empatar cuanto antes para que su amigo violinista no se sienta culpable. Rafa, en particular, parece tener su día.
El italiano recibe un pase de Nico en el centro del campo y deja tirados a dos rivales. Tomi, que ocupa el puesto de delantero centro, se le acerca. El Niño finge cederle el balón y, cuando el defensa se desplaza para interceptarlo, Rafa se cuela por el hueco, penetra en el área y fulmina al portero: ¡1-1!
El italiano no deja de correr: atraviesa el campo y va a celebrar el tanto con el Gato. Un detalle que a Champignon le gusta más que el gol.
—Superbe! —salta el cocinero-entrenador—. Tendré que cocinar más pasta en honor a ese chico.
En cambio, Sara no está demasiado contenta: le cuesta un montón frenar al número 11, que se le escapa por todas partes. Ahora se ha vuelto a desmarcar y puede centrar: el número 9 de los Miau salta altísimo y cabecea. La pelota se dirige hacia el ángulo inferior de la portería, pero el Gato la despeja a córner con reflejos propios de un felino.
—¡Genial, Micifú! —lo celebra Fidu en el banquillo.
—El gol de Rafa le ha devuelto la confianza —comenta Ángel.
—Nooo… —se vuelve a desesperar Pedro—. ¡Eso no es un portero, sino un colador!
Champignon lanza una mirada inquisitiva a Augusto, el entrenador de los porteros, que se encoge de hombros.
—No comprendo qué le pasa.
El Gato se mira los guantes, abatido, cierra dos veces los puños, los vuelve a abrir y estudia otra vez el interior de las manoplas, procurando descifrar el misterio de esas manos que ya no consiguen detener los balones.
Los Cebozetas intentan empatar de nuevo. No es fácil, porque el entrenador del Atlético Miau ha pegado al número 4 a Rafa, que ahora no logra desmarcarse. A cambio de eso, Tomi tiene más protagonismo.
El capitán persigue a un Miau, le arrebata el esférico y cede inmediatamente a Becan, que galopa por la banda derecha.
Tomi se echa en plancha para llegar al pase del extremo, encajonado entre dos rivales, y logra adelantarse a ellos con la punta del pie, pero la pelota toca el travesaño y cae en brazos del guardameta, que enseguida lanza el balón lo más lejos posible, para iniciar el contraataque.
El número 11 dribla una vez más como una exhalación a Sara, que se ve obligada a zancadillearlo al borde del área. El árbitro pita la falta.
—Hoy Sara también parece un colador —comenta Vlado en el banquillo.
El tiro del número 11 es potente, pero poco colocado. El Gato se arrodilla para blocar el balón, pero se le vuelve a escapar de las manos. El número 9 de los Miau llega a la carrera y empuja el esférico al fondo de la red: ¡3-1!
Tercera metedura de pata del Gato. Increíble.
El público del Atlético Miau lo celebra en el graderío soltando un enorme gato hinchable blanquinegro.
En ese momento, el árbitro pita para indicar el final del primer tiempo.
El Gato se queda un rato de rodillas, con la cabeza entre las manos. Luego se levanta, se quita los guantes, entra en el vestuario masculino y, en medio de un silencio de plomo, se quita la camiseta y los calzones, se pone el albornoz y se dirige hacia la ducha.
Nadie se atreve a decirle nada. Fidu se prepara para ocupar su puesto.
En el segundo tiempo, Gaston Champignon se juega el todo por el todo.
Hace entrar a Pedro, Diouff y Morten por Ígor, Becan y Nico. Vlado sustituye a Sara, agotada de tanto perseguir al número 11.
Morten estrella un balón contra un poste y Pedro hace intervenir dos veces al portero enemigo, pero un equipo tan lleno de atacantes, tan desequilibrado, se expone inevitablemente al contrapié. Y, en efecto, los Miau logran dos nuevos tantos.
Resultado final: ¡Atlético Miau 5 – Cebozetas 1!
La imbatibilidad de los madrileños acaba aquí, con su primera derrota en la liga.
El gato hinchable que los hinchas de casa arrastran por el campo, parece el más feliz del mundo. En cambio, el esqueleto Socorro pone cara de entierro.
Martes por la tarde en la parroquia de San Antonio de la Florida.
Nico mira la primera página del MatuTino y se le escapa una sonrisa.
—Tengo que reconocer que a veces Tino tiene unas salidas geniales.
El aprendiz de periodista ha puesto el siguiente titular en primera plana: «La caída de los gigantes». Y debajo una foto de la escultura que los Cebozetas comentaron proféticamente en el museo de Leganés, al lado de uno de los goles de los Miau.
—¿O sea que los gigantes somos nosotros? —inquiere Fidu.
—Éramos nosotros —puntualiza Nico—. Íbamos solos en cabeza, como los gigantes de la liga, y caímos en Móstoles. No es mal titular, ¿verdad?
—Perdimos y yo no le veo la gracia —rebate Fidu.
—Ni la desgracia —insiste el número 10—. En el deporte se puede ganar y perder. Nosotros solemos ganar y por una vez hemos perdido. ¿Por qué iba a ser un drama?
—Los Águilas de Torrejón nos han alcanzado —observa Sara.
—De acuerdo, pero seguimos los primeros —precisa Rafa—. Y todavía queda mucha liga.
—Tienes razón —aprueba Morten—. Yo quiero ir el primero en primavera, en noviembre me da igual.
—¡Nos hemos puesto por delante de los Corzos de Alcobendas! —se alegra João.
—¡Chócame esos «diez»! —exclama Aquiles.
João abre las manos y el exmatón las palmea con las suyas.
—¿Es vuestro saludo? —pregunta Tamara, con curiosidad.
—Sí —confirma Dani—. Nos llamamos los Sobresalientes porque, en vez de chocarnos esos cinco, nos chocamos esos diez.
—Felicidades, habéis ganado vuestro primer partido de la liga —se alegra Sara.
—Gracias, tigresa —responde Pavel—. Es verdad que estamos haciendo grandes progresos. Mejoramos con cada partido. João ha marcado un gol de auténtico brasileño, aunque hemos jugado sobre la nieve.
—¿Con nieve? —se extraña Sara.
—No es raro que en Aranjuez nieve a destiempo —aclara el gemelo—. Tienen dos campos: uno cubierto, por si nieva demasiado, y otro al aire libre. Pero, aunque habían quitado la nieve con palas, el campo seguía blanco. Tuvimos que jugar con un balón rojo y trazar las líneas con serrín en lugar de yeso. Es divertido, pero hay que acostumbrarse: te resbalas sin parar. De todas formas, los Guantes Blancos no son demasiado buenos. Si les hemos metido tres goles, vosotros les podréis marcar el doble. Solo tienen un punto en la clasificación.
—Nos habéis arañado tres puntos —comenta Elvira.
—¡Pero si tenéis el doble que nosotros! —replica Dani—. De todas formas, no pasa nada. Nosotros lo que queremos es mejorar, divertirnos y demostrar que estamos a la altura de los demás equipos.
Tomi recoge su bolsa de deportes y se dirige con Nico hacia el vestuario, para prepararse para el entrenamiento.
—¿No te parece un poco extraño? —pregunta el número 10—. Vamos los primeros de la clasificación y nos hemos desmoralizado por una derrota. En cambio, el equipo de João tiene la mitad de puntos y sus miembros están felices de la vida.
—Tienes razón. Tengo dos dudas —confiesa el capitán—. Es posible que los Sobresalientes sean más equipo, más flor que nosotros. Siempre los he visto unidos. Mira en cambio cómo han atacado Pedro y los demás al pobre Gato después de sus errores en Móstoles.
—¿Y la segunda duda? —pregunta Nico.
—No sé si Champignon bromeaba cuando decía que los Sobresalientes podían ganar la liga —prosigue Tomi—. Nadie sabe mejor que él dónde puede aparecer una flor.
Justo cuando el árbitro pita el inicio del partido Guantes Blancos de Aranjuez – Cebozetas de Madrid se pone a nevar. Juegan al aire libre, sobre hierba sintética cubierta por una fina capa de aguanieve blanca.
Aranjuez es una preciosa ciudad que se encuentra en el extremo de la Comunidad de Madrid. Es uno de los Reales Sitios de la Corona de España, tiene el título de villa desde hace más de un siglo y es famoso por su palacio real, sus jardines y sus huertas de espárragos y fresas. Curiosamente, no muchos de sus habitantes juegan al fútbol, aunque son hinchas acérrimos de los equipos madrileños.
Para ellos es el último partido de la fase de ida, antes del descanso invernal, por lo que quieren regalar un gran espectáculo a sus seguidores, que agitan vigorosamente los cencerros que llevan las vacas atados al cuello cuando van a pastar.
Los Cebozetas, recién llegados de la capital y en el primer puesto de la tabla, son los adversarios ideales para una gran hazaña.
Así se explica la salida en tromba de los jugadores de casa, que visten camiseta, calzones y medias de color naranja.
En cambio, los Cebozetas tienen que acostumbrarse al terreno resbaladizo: les cuesta controlar el balón y no logran salir de su campo.
Gaston Champignon, que va tocado con un curioso sombrero polar ruso en lugar de su gorro habitual de cocinero, ha cambiado a muchos de los titulares en Leganés, como acostumbra a hacer, y ha hecho salir esta formación al campo, con un esquema 3-4-2-1.
La capitana de los Guantes Blancos es Deborah, la número 8, que juega con unas orejeras blancas y tiene muchas pecas en la cara.
Es la única en el campo que juega con zapatillas de gimnasia en lugar de botas de tacos.
Parece increíble que no pierda el equilibrio, pero al cabo de un cuarto de hora de partido puede intuirse por qué usa suelas planas.
El número 3 de los anaranjados se libera en ataque, hace una pared con la número 11 y pasa hacia el centro. Deborah corre al área a por el balón, que cae en picado del cielo hacia el punto de penalti. Ángel la persigue, pero le cuesta alcanzarla porque no para de resbalar sobre la nieve.
A un metro del borde del área, Deborah deja de correr y se desliza sobre sus suelas como si fueran una tabla de surf.
Se zafa así del marcaje de Ángel y alcanza la pelota como un rayo, antes de rematar de cabeza y colar el esférico por debajo del larguero.
Fidu se queda helado, como un muñeco de nieve: ¡Guantes Blancos 1 – Cebozetas 0!
Los cencerros de los hinchas de Aranjuez tocan a fiesta. En cambio, los bongos no hacen tanto ruido como de costumbre, porque Karim tiene las manos congeladas y apenas las saca de los bolsillos.
Su hijo Diouff, cubierto por un gorro de lana, guantes y bufanda, también está paralizado por el frío y es incapaz de dedicarse a sus correrías habituales.
Mucho mejor se mueve por la banda izquierda Morten, acostumbrado a la nieve, pero hoy sus pases son curiosamente muy imprecisos. Cuando falla el cuarto, Pedro pierde la paciencia.
—¡Me haría falta un San Bernardo para recuperar los balones que tiras por ahí! ¡A ver si consigues mandar uno al área!
El extremo rubio le pide perdón, confuso. No logra explicarse por qué falla tanto, porque golpea el balón como ha hecho siempre: no todo será culpa de la nieve.
Sin pases de las bandas, la defensa de los Guantes Blancos se hace más difícil de superar, porque se ha atrincherado en el área para proteger su ventaja en el marcador.
Gaston Champignon agita su cucharón en el banquillo.
—¡Más pases! ¡Que ruede el balón!
Pero, por su obsesión de empatar, en cuanto se hacen con la pelota, los Cebozetas intentan subir inmediatamente al ataque y su ímpetu hace que resbalen, como si se encontraran sobre un suelo recién encerado.
Tomi es el único delantero que logra mantenerse en equilibrio, el más peligroso por lo tanto, hasta el punto de que el entrenador de los Guantes le pone dos guardianes, uno a cada lado.
Todos van rápidamente a beber una infusión calentita, que les sabe a gloria.