—El mismo resultado que vosotros… —contesta el brasileño.
—¿Habéis ganado? —insiste Sara, admirada.
—No, los cinco goles los hemos encajado —precisa Lara.
—Hemos perdido por 5-1 —confirma Dani con una mueca de desilusión.
Sara e Ígor se ven nuevamente ante Lara y Pavel como ante un espejo y esta vez tampoco se reconocen en la imagen proyectada. Se ven al revés: dos gemelos han ganado por 1-5 y dos han perdido por 5-1.
Un hombre de baja estatura, con espeso bigote negro y cabello ralo sobre las sienes, entra en el taller de Charli, donde solo está Fernando, que está poniendo a punto la minimoto de Issa. La carrera del día anterior no fue demasiado bien. El hijo adoptivo de Gaston Champignon se tuvo que retirar después de unas vueltas, debido a una avería en el motor, y Fer intenta averiguar la causa. Está tan concentrado que no se ha dado cuenta de la entrada del hombre.
Después de carraspear un poco para llamar la atención, el cliente se decide a hablar:
—Buenos días, ¿me puede atender?
—Claro —contesta el hijo de Charli—. Déjeme adivinar: su coche está averiado.
—No era demasiado difícil —replica el hombre con una sonrisa—. Si hubiera necesitado dos filetes habría ido a una carnicería.
—Me temo que ha tenido mala suerte —explica Fernando, mirando aún la minimoto—. Tengo un montón de trabajo y por hoy no puedo coger más. Lo siento.
—Solo tendría que echarle un vistazo rápido a mi coche —insiste el hombre del mostacho negro—. Acabo de hacer un largo viaje y me gustaría comprobar que todo está en orden.
—O sea que no tiene el coche averiado. ¿Funciona?
—Sí, pero me quedaría más tranquilo si le hiciera una revisión. De aquí a unos días tendré que regresar a casa y volver a hacer un montón de kilómetros.
—De acuerdo, se lo miraré mañana o pasado —decide Fer.
—¿No podría dedicarle media hora antes de esta noche? —insiste el hombre, cada vez más impaciente.
—¿Ve todos los coches que tengo aquí dentro? —rebate el hermano de Pedro—. Tienen que estar listos para mañana. Tengo la impresión de que esta noche, mientras usted se pone el pijama, yo seguiré aquí con la cabeza metida en un motor.
—¡Pues entonces deje de jugar con maquetas!
—Esto no es un juguete, sino una joya de las pistas que he construido con mis propias manos. Y, si me lo permite, es más valiosa que su coche.
—¡Es usted un maleducado! —estalla el cliente.
—¿Me pasa esa llave inglesa, por favor? —pregunta el mecánico, imperturbable.
El hombre, pillado por sorpresa, va a coger una herramienta cuando Fernando trata de impedirlo.
—¡No, esa no, la otra! Esa está llena de grasa.
El hombre acaba con las manos negras. Se las limpia nerviosamente con un trapo y se dirige furioso hacia la salida.
—¡Voy a buscar un mecánico educado y que tenga ganas de trabajar!
Fernando levanta los hombros y sigue estudiando el motor de la minimoto de Issa.
Tino ha colgado del tablón de anuncios de la parroquia de San Antonio de la Florida los resultados de la primera jornada de la liga autonómica y está acabando la última edición del MatuTino.
—¡Somos el único equipo que ha ganado a domicilio! —salta Nico.
—Así que en realidad vamos los primeros, aunque otros tres equipos tengan tres puntos, ¿verdad? —pregunta Becan.
—Me parece demasiado pronto para preocuparnos por la clasificación —comenta Tomi.
—El capitán tiene razón —aprueba Sara—. Será mejor mirar la próxima jornada. Nos enfrentaremos a los chicos de Móstoles, que han ganado su primer encuentro, como nosotros.
—En cambio, nosotros jugaremos contra los Corzos de Alcobendas, a los que derrotasteis este domingo. ¿Qué tal juegan? —pregunta Dani.
—Tendréis que marcar de cerca al número 17, el extremo derecho —sugiere César—. Es rapidísimo y regatea muy bien.
—Tendréis que jugar mucho mejor que el domingo, sobre todo en defensa —añade Elvira—. A juzgar por la crónica de Tino, en Torrejón no hicisteis precisamente un partidazo.
—No —admite João—. Los Águilas no nos dejaron tocar bola. No recuerdo haberme topado nunca con un equipo tan bueno.
—Además, somos un equipo nuevo y todavía tenemos que aprender a jugar juntos —explica Aquiles—. Y tenemos compañeros con un año o dos menos de edad que los rivales.
—¿Ya te arrepientes de no haber seguido jugando con nosotros? —le pincha Becan.
—¡De ninguna manera! —contesta el exmatón—. Es verdad que tenemos que mejorar, pero nuestros compañeros se dejan la piel y estoy seguro de que pronto se verán los frutos en el campo. Los trillizos, por ejemplo, tienen garra para regalar.
—¿Trillizos? —repite Sara, sorprendida.
—Sí, tienen nombres bastante parecidos —replica Lara—. Marcos, Mario y Marta. Uno juega en defensa, el otro en el centro del campo y la última es delantera. En el entrenamiento lo dan todo, pero es la primera liga de verdad que disputan y todavía cometen muchos errores. Aunque podéis estar seguros de que mejorarán partido a partido. Y nosotros también.
—Así que tenemos que preocuparnos… —le pincha una vez más Becan.
—Mucho —asegura João—. Nos enfrentaremos en la última jornada y para entonces ya estaremos en condiciones de derrotaros.
Mientras los muchachos charlan, Eva lee con mucha atención las valoraciones del MatuTino hasta que salta:
—¡Esta no tiene ni idea de fútbol!
—Esta ¿quién? —pregunta Fidu, lleno de curiosidad.
—Adriana —contesta la bailarina—. ¡Ha escrito el artículo sobre vuestro partido y le ha puesto un 7 a Tomi!
—¿Y te quejas? —pregunta el capitán—. Me parece buena nota.
—¡Justamente por eso, porque no te la merecías! —protesta Eva—. ¡Te comiste tres goles chupados! Te tendría que haber puesto un 4 en lugar de un 7…
Los Cebozetas intercambian miradas divertidas mientras Tomi pone cara de vergüenza.
—Oíd lo que escribe esa incompetente —continúa la bailarina—: «Tomi ha jugado bien, pero ha tenido mala suerte: ha estado a punto de marcar tres goles, pero ha sido decisivo porque, gracias a su sustitución, los Cebozetas han ganado en el segundo tiempo».
Pero ¿cómo que ha estado a punto de marcar goles? ¡Lo que ha hecho ha sido fallarlos!
—Eva tiene razón —se lamenta Pedro—. Yo he marcado tres goles y solo he sacado medio punto más que él: 7,5. ¿Os parece justo?
—Yo creo que Adriana ha escrito eso porque tiene debilidad por el capitán —suelta Fidu con tono provocativo.
Los Cebozetas ríen con ganas. Todos menos Tomi.
—¡Pues claro que la italianita siente debilidad por él! —insiste Eva—. ¡Tendría que ocuparse solo de su arco y sus flechas! No sé cómo se le ha ocurrido a Tino ponerla a hacer de periodista.
—Vamos, chicos, es hora de entrenar —dice el capitán, recogiendo a toda prisa su bolsa para evitar complicaciones.
Al final del partidito y antes de enviar a todos a la ducha, Gaston Champignon organiza un ejercicio adrede para Tomi.
El cocinero-entrenador, que tiene mucha experiencia con el fútbol, sabe bien que no hay mejor terapia para un delantero que está pasando una pequeña crisis que llenar una portería de balones.
Naturalmente, es un ejercicio muy especial, como todos los que se inventa Champignon.
El cocinero francés pide a Augusto que vaya a por el pequeño tobogán que hay en la zona de juegos infantiles. El chófer del Cebojet lo lleva junto a la portería de Fidu y lo coloca con la escalera del lado de la línea de meta.
—¿No le parece que somos un poco grandes para jugar con el tobogán, míster? —pregunta César con una sonrisa.
—No es para vosotros, sino para el balón —explica Champignon—. Tomi, ponte en el borde del área y dispara a puerta todo lo que te llegue a los pies.
—Superbe! —exclama Champignon, que ya ha dejado caer otro balón por el tobogán.
Augusto los va sacando del saco. El capitán no tiene tiempo de levantar la cabeza: dispara como una metralleta con la derecha, la izquierda, la derecha, la izquierda… Después del último balón, Tomi puede respirar por fin y, con una sonrisa de satisfacción, observa la portería de Fidu llena de pelotas.
—¿Ves como ha hecho bien mi periodista Adriana en ponerle un 7? —pregunta Tino a pie de campo.
Eva se levanta del banquillo y se aleja enojada, sin dignarse contestar.
Segunda jornada de liga.
La tribuna de la parroquia de San Antonio de la Florida está llena a rebosar de público, que ha acudido a presenciar el debut en casa del equipo nacido de la fusión. Todos los vecinos del barrio que participaron en el referéndum han ido a conocer el fruto de su votación.
Equipo nuevo, camiseta nueva y muchas novedades entre los hinchas. Ya no están los tambores brasileños de Carlos ni los parientes de João, que se ha pasado a los Sobresalientes, pero están los bongos africanos y los tambores de madera y piel de cabra que Aída y Karim, los padres de Diouff, tocan con las manos. Para la ocasión lucen largas túnicas de colores vivos.
—¡Qué bien lo hacéis! —les felicita Armando—. ¿Puedo unirme a vosotros con mis platillos? No sé si sabéis que toco en la banda de tranviarios…
—¡Encantados! —asiente Karim—. Nosotros también queremos formar una banda: cuanto más ruido hagamos, ¡más eficaz será la danza del gol! Reparte esto y diles a todos que soplen.
Armando coge una bolsa de tela llena de objetos de colores y exclama:
—¡Las míticas vuvuzelas!
¿Te acuerdas de las estruendosas trompetas que todos tocaban durante los partidos del Mundial de Sudáfrica? Hacían tanto ruido que incluso los jugadores se quejaban en el campo.
Daniela, Lucía, Sofía y los demás padres de los Cebozetas se hacen con una por cabeza y se ponen a tocarlas. Armando coloca otra entre los dientes del esqueleto Socorro.
En la formación hay novedades.
Como había prometido, Gaston Champignon hace salir de titulares a muchos jugadores que no lo fueron en Alcobendas: Fidu, Vlado, Elvira, Bruno, Tamara, Ígor, Diouff…
Este es el equipo que se medirá con el Dínamo de Móstoles con una formación 4-2-3-1:
Los chicos de Móstoles, que visten camiseta y medias amarillas y calzones azul oscuro, adoptan en cambio el esquema 4-3-1-2.
Quizá son las trompetas y los bongos africanos los que transmiten su energía a las piernas de Diouff, porque sale como una bala por la banda derecha, donde parece imparable.
Pero tampoco se quedan de brazos cruzados los mostoleños, empujados por Patricio, el capitán y número 10, que juega por detrás de los dos puntas.
Tiene un buen regate y una poderosa zurda. Es él quien recibe el balón, marcado por Tamara y Bruno, y de espaldas a la puerta. Supera a los dos Cebozetas con una delicada chilena, se da la vuelta como una exhalación, recupera el balón sin dejar de correr y dispara al vuelo.
Fidu ve el misil en el último momento, se lanza hacia su derecha y logra interceptarlo en la misma línea de meta: ¡saque de esquina!
Los bongos y las vuvuzelas celebran la proeza del portero. El partido no podía empezar de manera más espectacular.
Bruno rechaza de cabeza el córner, Tomi recoge el balón y lo pasa a toda velocidad a la banda derecha, donde Diouff, el antiguo León de África, hace un nuevo esprint.