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—Solo nos aguantan el ritmo los Águilas de Torrejón —observa Ígor ante el tablón de anuncios de la parroquia—. Tampoco han perdido ni un punto.

—Ya os decía que son un equipazo —añade Lara—. Cuando jugaron contra nosotros dieron un recital —comenta abatido João—. Menos mal que también han perdido los Guantes Blancos de Aranjuez, porque así no somos los únicos con cero puntos.

Nico intenta levantar la moral de su amigo:

—Ánimo, João, el míster Champignon está seguro de que mejoraréis deprisa y que podéis incluso ganar la liga.

—La única manera que tenemos de ponernos primeros es dar la vuelta al panel de clasificación —contesta João.

—Pues yo creo en lo que ha dicho Champignon. Dentro de unos cuantos partidos más mis medias se volverán realmente apestosas —asegura Dani—. ¡Y entonces liberarán todos sus poderes mágicos!

—En ese caso confiaremos en tus medias providenciales —suspira Julio—. El domingo vamos a Móstoles. Si el Dínamo juega tan bien como contra los Cebozetas, no tendremos ninguna posibilidad.

—A nosotros también nos espera un encuentro muy duro contra los Genios de la Colina. No han ganado todos los puntos, pero son muy resistentes —señala Tomi.

—Tienes razón —coincide Vlado—. Si nos ganan se pondrán por delante de nosotros. Nos espera una dura batalla.

Todos estudian con atención los resultados y la clasificación.

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De pronto, la voz de Eva, que lee y comenta en voz alta las notas y los comentarios de Adriana en el MatuTino, llama la atención de los Cebozetas y los chicos de la parroquia.

—Pero ¿cómo es posible? ¡Decidme si es posible algo así! —repite la bailarina, mirando a su alrededor hecha una furia.

—¿Qué? —pregunta Sara con curiosidad.

—¡Le ha puesto un 11 a Tomi! —exclama Eva.

—Pero si el 11 no existe —observa Nico—. Las notas van de 0 a 10.

—Justo —continúa la bailarina—. Pero mirad lo que escribe la italianita: «La actuación del capitán ha sido magnífica. Tomi ha derrotado él solo a los adversarios. ¡Un partido digno de un 8, que con los tres goles marcados dan 11!». No comprendo cómo le permiten escribir estas tonterías.

—Es una nota simbólica —la justifica Tino—. Para dar a entender que ha jugado de maravilla. A mí me ha parecido una idea muy bonita. Y el hecho de que esta semana volvamos a estar todos discutiendo sus notas es señal de que Adriana ha hecho un excelente trabajo.

—Pero ¿qué gran trabajo es ese? —protesta Pedro—. ¡Yo también marqué tres goles en Alcobendas y solo me puso un 7,5!

—Y esta vez te has quedado en 5 —le azuza Fidu.

—¡Exactamente! —estalla el hijo de Charli—. En Alcobendas Tomi falló tres goles, fue sustituido en el segundo tiempo y Adriana le puso un 7. Yo, contra el Dínamo de Móstoles di a Tomi el balón del segundo gol, salí en el descanso y me pone un aprobado pelado. ¿Os parece justo?

—Puedes preguntárselo a tu compañero Tomi —sugiere Eva.

—¿Dónde está el capitán? —pregunta Sara, mirando a su alrededor.

Tomi está jugando al baloncesto en la pequeña cancha de la parroquia. Después de leer las notas de Adriana y ver a Eva por allí, ha decidido cambiar de aires con el mayor sigilo posible.

Martes a última hora de la tarde.

Los Cebozetas y los Cebolletas que juegan en los Sobresalientes se encuentran delante del Pétalos a la Cazuela. Gaston Champignon ha organizado una gran cena de inicio de temporada para reunir a los chicos que han acabado en distintos equipos después de la fusión.

Inesperadamente se presenta también Fernando, vestido con chaqueta y corbata, y con un ramo de flores en la mano. Acostumbrados a verlo con su mono de mecánico, lleno de grasa, a los chicos les cuesta reconocerlo.

—¡Qué elegante vas, Fernando! —salta Sara—. ¿Te has casado en secreto?

—No, he quedado a cenar con Clementina —contesta el mecánico.

—Estás tan guapo que podrías presentar la gala de los Premios Goya —bromea Fidu.

—¿No habrán venido por casualidad mis tíos, los padres de Clementina? —pregunta Tomi.

—Pues sí —afirma Fernando—. Me los va a presentar esta noche y espero causar buena impresión.

—De lo contrario te puedes olvidar de casarte con ella —comenta Lara.

—Supongo —coincide el mecánico—. Estoy muy nervioso. Las buenas maneras no son mi fuerte. A mí se me dan de fábula los destornilladores, pero no tanto los cubiertos en la mesa. A propósito, el vaso grande es para el agua y el pequeño para el vino, ¿verdad?

—Exacto —confirma Becan, que de mayor quiere trabajar de camarero en un restaurante famoso—. Si quieres puedo echarte una mano.

—¿Cómo? —pregunta Fernando.

—Puedo pedirle a Champignon que me deje servir tu mesa —propone el extremo derecho—, así te ayudaré si te metes en líos. Por ejemplo, podrías fingir que eres un gran experto en vinos, y yo alabaré los que escojas de la carta.

—¡Gracias, Becan! —dice el mecánico, exultante—. Eres un amigo de verdad. Te hincharé las ruedas de la bicicleta un año entero y, si me la dejas en el taller, ¡te la trucaré y la convertiré en una bomba de bicicross!

Pero la velada todavía no ha acabado de provocar sorpresas.

Augusto detiene el Cebojet delante del Pétalos a la Cazuela. Una decena de chicos bajan de la furgoneta.

—¡Pero si son nuestros compañeros de equipo! —exclama João.

De hecho, el domingo pasado Gaston Champignon invitó al entrenador de los Sobresalientes a su restaurante, diciéndole que una velada divertida y una buena cena pueden unir más a un equipo que cien entrenamientos. Como sabes, los Sobresalientes han nacido en situación de emergencia, reuniendo hasta el último minuto a muchachos llegados un poco de todas partes. Es natural que todavía no se conozcan, como han demostrado en los dos primeros partidos de la liga. Pasar un poco de tiempo riendo juntos les ayudará a unirse y sentirse menos pétalos sueltos y más una sola flor.

Por eso el entrenador de los Sobresalientes, el señor Juan Fontana, le dio las gracias y aceptó encantado la invitación de su colega madrileño. Y, al ver el menú, no se ha arrepentido lo más mínimo.

Los platos a base de flores, preparados por el cocinero para la ocasión, tienen un éxito espectacular. De aperitivo se sirve una terrina de queso de cabra sobre ensalada de flores y luego llegan a la mesa raviolis de carne con mantequilla a la flor de tomillo y parmesano, seguidos por medallones de cordero envueltos en hojaldre de lavanda. El apoteósico postre, por supuesto, consiste en merengues con rositas glaseadas, la especialidad de la casa, que enloquece a Fidu.

Aparte de las exquisiteces de Champignon, la velada es realmente divertida, porque los Sobresalientes se entienden a la primera con los muchachos de Madrid capital y resultan ser muy simpáticos, empezando por los trillizos.

—Nuestros padres se llaman Marina y Mateo —explica Marcos—, dos nombres que empiezan por la misma sílaba, «ma».

—Y nos han puesto nombres que empiezan igual —prosigue Mario—: Marcos, Mario y Marta.

—¿Sabéis cuál fue la primera palabra que aprendimos? —pregunta Marta—. Ma… má…

Todos rompen a reír con ganas.

João y Dani han presentado uno a uno a sus excompañeros de equipo, Tomi y Nico han contado a sus invitados la historia de los Cebolletas, que comenzó precisamente en el patio del Pétalos a la Cazuela con la prueba de Fidu y del número 10. Ahora los chicos se han puesto a hablar de la liga en curso y a opinar sobre los equipos a los que ya se han enfrentado.

En cambio, no se puede decir que la cena de Fernando haya comenzado igual de bien.

Todo se ha torcido desde el primer momento, cuando Clementina ha llegado al restaurante acompañada por sus padres.

—Hola, Fernando —le ha saludado la prima de Tomi—. Me imagino que esas flores que llevas son para mí. ¿Tendré que esperar todavía mucho tiempo a que me las des?

—Ah, sí… claro… Aquí las tienes… —balbucea el mecánico, pálido como el círculo de penalti.

—¿Has acabado de arreglar la moto de juguete? —pregunta el padre de Clementina.

La madre de Clementina comprende inmediatamente la situación y pregunta a su marido:

—Vaya, ¿o sea que el mecánico maleducado que se negó a hacerle una revisión a tu coche es el aspirante a casarse con nuestra hija?

—¡Se equivoca, señora, yo no me negué a hacer lo que me pedía! —se apresura a explicar Fernando—. Lo único que pasó es que tenía mucho trabajo en el taller y le supliqué a su marido que volviera a pasar.

Clementina interviene para desembrollar la situación.

—Fue sin duda un malentendido. Agua pasada no mueve molino. Entremos a cenar. Tengo un hambre de lobo.

Pero poco después las cosas se tuercen de nuevo.

Becan, con una chaqueta blanca de camarero, se acerca a su mesa, les saluda, entrega los menús y toma los pedidos de las bebidas.

Fernando finge estudiar con mucha atención la carta de los vinos y luego anuncia teatralmente:

—Este Ribera del Duero de 1993 es excelente.

Becan finge leer el nombre indicado por el mecánico y exclama:

—¡Óptima elección! Una añada excepcional para esta denominación y un caldo de gran calidad. Se nota que es usted un experto.

Fernando sonríe complacido a Clementina, pero el padre de la muchacha, que se ha puesto las gafas, escruta la carta y emite un veredicto:

—Este chico probablemente sea un gran entendido en gasolinas, pero de vino no tiene ni idea. La añada de 1993 fue bastante regular para los Ribera del Duero. En agosto cayó granizo en la región y se echó a perder gran parte de la cosecha, así que los caldos de ese año no son especialmente buenos. Tráenos este Rioja del año pasado, que es más barato y excelente. Será mucho mejor, gracias.

—Como usted diga, señor… —responde enseguida Becan, confuso.

A Fernando, todavía más confuso, le gustaría que se lo tragara la tierra.

En la mesa de los chicos, en cambio, todo va sobre ruedas, entre chistes y bromas. Al final, después de que Fidu haya despachado el último merengue, se disputa un concurso.

Todo surge de una observación de Tino, que está contando a los Sobresalientes la final de la liga pasada y define a Tomi como «técnicamente, el mejor jugador del campeonato».

João interviene para hacer una puntualización.

—Quiere decir el mejor jugador español, porque los brasileños técnicamente somos de otro planeta…

—¿Eso significa que te consideras el mejor de la liga? —pregunta Fidu.

—Desde el punto de vista técnico, sin duda alguna —replica el brasileño.

—¿Qué opinas, Tomi? —se interesa enseguida Fidu, que cuando puede pinchar a alguien no se lo piensa dos veces.

—Si él lo dice… —comenta el capitán.

—Pues yo digo que hay que comprobarlo inmediatamente —decide el guardameta—. Poneos en pie, necesito diez sillas.

El portero forma dos filas de cinco sillas, una junto a la otra, y explica:

—Os la jugaréis a pares o nones. El que gane pasa a la siguiente silla, y el primero en llegar a la quinta gana el concurso.

—¿Y qué tienen que ver los pares y los nones con la técnica? —protesta João.

—Déjame acabar —le corta Fidu—. Mientras jugáis a pares o nones y pasáis de una silla a otra, tenéis que ir peloteando un balón. Si se le cae a alguien, este vuelve a la primera silla.

—¡Magnífica idea, Fidu! —salta Nico con entusiasmo, antes de ir a por dos pelotas al coche de Gaston Champignon, que está aparcado delante de la entrada del Pétalos a la Cazuela.

—¡A la una, a las dos y a las tres! —cantan los dos concursantes antes de enseñar los dedos.

Fidu cuenta y anuncia el resultado:

—Tres más dos dan cinco: nones. ¡Avanza João!

El brasileño levanta el balón de un taconazo, se lo coloca en la frente y sube a la primera silla peloteando.

—¡A la una, a las dos y a las tres! —repiten João y Tomi.

—Cuatro más uno, cinco: ¡otra vez nones! —anuncia Fidu.

João pasa de la primera a la segunda silla teniendo siempre la pelota en equilibrio sobre la frente.

La tercera jugada favorece a Tomi, que sube a la primera silla; la cuarta de nuevo a João, que pasa a la tercera; la quinta, la sexta y la séptima son para Tomi, que supera al brasileño y se coloca sobre la cuarta.

—¡Tomi está a un paso de la victoria! —anuncia Fidu.

Pero el turno siguiente gana João, que pasa a la cuarta silla, como el capitán.

Los dos están frente a frente. Todavía no se les ha caído el balón. El brasileño pelotea con la cabeza, Tomi con los dos pies, alternativamente.

Los chicos, que hasta ese momento han gritado y animado a sus amigos, se callan de golpe y esperan en un silencio de plomo el sorteo decisivo.

Tomi y João cierran el puño, lo agitan en el aire y extienden los dedos de golpe.