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Gaston Champignon ha reunido a todos los Cebozetas en el Paraíso de Gaston, la tetería, donde la hermosa Elena ha preparado una merienda táctica. Me explico: es sábado, víspera del importante encuentro contra los Águilas de Torrejón, y el cocinero-entrenador ha convocado al equipo para explicarles cómo quiere que disputen el partido, pero sobre todo es un pretexto para sacar del horno unos deliciosos merengues a la rosa.

Mientras los chicos se deleitan con los dulces, Champignon y Charli, los dos técnicos de los Cebozetas, ilustran en la pizarra magnética el plan táctico. El padre de Pedro empieza dibujando con ayuda de imanes la formación de los Águilas y escribiendo con el rotulador: 4-1-4-1.

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—João y nuestros amigos de los Sobresalientes, que ya se han batido juntos —explica Charli—, nos han contado que los Águilas utilizan este esquema: un defensor de corte por delante de la defensa y un solo delantero, velocísimo, por delante de los cuatro centrocampistas.

—Fabio, el que tiene un aire a Cristiano Ronaldo —precisa Sara, que recuerda los consejos de su gemela.

—En realidad, Fabio no ataca solo —prosigue Champignon—, porque dos centrocampistas suben por turnos a ayudarle.

—O sea que atacan siempre de tres en tres —deduce Tomi.

—Exacto —confirma Charli—, pero, aunque sabemos que uno de ellos es Fabio y lo podemos vigilar atentamente, los otros dos subirán cuando menos nos lo esperemos y por lo tanto será mucho más difícil interceptarlos.

—La fuerza de los Águilas está precisamente en el centro del campo —concluye Champignon—. Los cuatro chicos que lo componen no están nunca quietos, corren arriba y abajo del primer al último minuto.

—¿Y cómo nos alinearemos para tratar de cerrarles el paso? —pregunta Nico.

Charli mueve los imanes por la pizarra y los coloca según el esquema 4-3-3, escribiendo el nombre de un Cebozeta titular bajo cada uno de ellos.

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—Perdone, míster —observa Ángel, levantando la mano—, pero si en el centro del campo hay cuatro y son tan buenos, ¿cómo vamos a pararlos si solo tenemos a tres en esa zona?

—Una pregunta inteligente —aprueba Champignon—. De hecho, el plan prevé que, cuando perdamos el balón y tengamos que defender, Tomi y Rafa bajen por las bandas, para ponerse junto a Bruno, Nico y Ángel. Así formaremos un dique de cinco jugadores contra sus cuatro mediocampistas. ¿De acuerdo?

—Me parece un buen plan —comenta Becan.

—La segunda parte del plan se pondrá en marcha en el segundo tiempo —continúa Charli—. En el primero les habremos metido bastante presión con nuestros tres delanteros, intentando que corran mucho. Si conseguimos ponernos por delante en el marcador, en la reanudación les remataremos al contraataque con Diouff y Morten, y así cerraremos el partido. ¿Alguna duda?

Fidu levanta inesperadamente la mano.

—Dime, Fidu —le anima Champignon.

El portero, con una mano delante de la boca y la cara roja como un tomate, farfulla:

—¡Agua!

—¿Cómo dices? —pregunta Charli.

—¡Agua! —repite el guardameta, antes de estirar la mano para tratar de alcanzar la botella y llevársela a la boca.

—¿Qué mosca te ha picado? —se extraña Nico.

—¿Desde cuándo pone pimienta en los merengues, míster? —inquiere Fidu.

—Nunca he puesto… —responde Champignon, sorprendido.

—Yo sí —admite Diouff, con el bote de pimienta negra en la mano—. He metido algunos granos en un merengue para ver quién tenía la mala suerte de dar con él.

—Según el cálculo de probabilidades, tenía que ser por fuerza Fidu, porque come sin parar —comenta Nico.

Y todos sueltan una gran carcajada.

Vuelve a llover a cántaros.

Fernando ha ido a buscar a Clementina en coche a la parada de metro de Moncloa, para evitar que se moje bajo la lluvia. El hermano de Pedro tiene la moral por los suelos.

—Me podrías dedicar una sonrisa de vez en cuando, ¿no? —le sugiere la prima de Tomi.

—No tengo motivos para sonreír. Ahora no hay dudas —explica Fernando—, tus padres te van a prohibir que salgas conmigo. Y de casarnos ni hablar.

—¡Pero qué dices! Te has hecho una idea equivocada de mis padres. No son tan intransigentes —asegura Clementina—. Y tú no has matado a nadie.

—No, pero eché a tu padre del taller sin mirar su coche y luego me cargué el sello más precioso de su colección —recuerda el hermano de Pedro.

—Son accidentes que le pueden ocurrir a cualquiera —replica la estudiante—. Estoy segura de que lograrás que te perdonen. Se van a quedar en Madrid unos días más. Y se me ha ocurrido algo.

—Cuenta, cuenta —la apremia Fernando.

—Me he enterado de que mi madre quería ir al supermercado del paseo de la Florida —explica Clementina—. ¿Por qué no la llevamos en coche, para que no se moje y tú quedes bien?

—¡Buena idea! —aprueba Fer—. A lo mejor así gano algunos puntos.

El mecánico acelera y se dirige hacia la casa de Tomi, tranquilizado por el plan de su novia. Está tan entusiasmado que no advierte que está a punto de meterse en un charco gigantesco.

—¡Cuidado, frena! —le avisa Clementina.

Pero Fernando no logra desviarse a tiempo y levanta una ola de agua que se abate sobre la acera.

Clementina mira por el retrovisor qué ha pasado y se tapa los ojos con la mano.

—Has duchado a alguien… Demos marcha atrás para pedirle perdón y ofrecernos a llevarla a su casa.

Fernando da marcha atrás, se pega a la acera y se encuentra ante una mujer que carga con dos bolsas de la compra, empapada de la cabeza a los pies, como un pollo recién salido de una bañera.

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—Madre mía… —balbucea Clementina, atónita.

La mujer lanza al conductor una mirada furibunda, como la que las gemelas suelen emplear en el campo de fútbol.

A Fernando le gustaría encontrarse otra vez en la isla de Bonga, en medio del océano Índico.

La hora del encuentro cumbre ha llegado.

Las gradas de la parroquia de San Antonio de la Florida están abarrotadas de gente, como era de esperar. Un nutrido cordón de espectadores rodea el perímetro del campo. Bongos y vuvuzelas arman un estruendo infernal. También son numerosos los hinchas procedentes de Torrejón de Ardoz.

Los Águilas lucen una camiseta azul y llevan una numeración original: cifras que van del 1 al 11, pero duplicadas. Es decir, el portero lleva el número 11; el lateral derecho, el 22; los cuatro centrocampistas, el 44, 66, 77 y 88, respectivamente. Fabio, el delantero centro de color, lleva a la espalda el número 99.

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Tino, con el cronómetro en la mano y el bloc sobre las piernas, se prepara para tomar nota de las jugadas más importantes y recoger información para los comentarios. Adriana está sentada a su lado, pero no va a escribir nada. Tomi ha logrado convencer al aprendiz de periodista de que suspenda la colaboración de la hermana de Rafa, para no crear demasiadas tensiones en el vestuario de los Cebozetas. Y para que Eva pueda relajarse.

El partido es tan bonito como todos esperaban. Y el mérito es sobre todo de los Águilas, que, como había previsto Champignon, mantienen un ritmo trepidante y controlan el juego durante el primer tiempo. Los cuatro centrocampistas de Torrejón no son muy altos, pero no paran ni un segundo y están de lo más compenetrados. Cuando dos suben al ataque, los otros dos se quedan para ayudar a la defensa. En la jugada siguiente, los dos que han subido descansan, dejando que suban los otros dos.

De esta forma los Águilas siempre tienen a tres chicos dispuestos a atacar a Fidu, como olas azules que partieran del centro del campo.

Para detenerlos, Tomi y Rafa tienen que retroceder continuamente, a fin de ayudar a los tres centrocampistas y formar un dique de cinco personas.

El encuentro resulta de lo más equilibrado e intenso, sin un solo minuto de pausa. Parece que todos van a doble velocidad, como cuando se hace avanzar el aparato de vídeo. Por eso se divierten y aplauden tanto los espectadores, aunque haya pocas ocasiones de gol.

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Los Cebozetas replican con un cabezazo de Pedro que sale rozando el larguero. Fabio, que tiene una especie de seto de pelo en la cabeza rapada, hace estremecer a todos tras una carrera en la que deja plantados a tres Cebozetas y dispara por debajo del travesaño. Fidu logra interceptar de nuevo el balón al vuelo.

Nuevos aplausos en el graderío. Explosiones de bongos y bocinas.

—Si siempre va a parar así, pondré otra vez pimienta en los merengues —comenta Diouff en el banquillo.

Una jugada en tándem de Tomi y Rafa deja franco al capitán para el disparo, cuyo chut se estrella contra un poste. Con este sobresalto concluye el primer tiempo: 0-0, pero se ha visto un gran partido y los hinchas lo celebran en pie, aplaudiendo.

—Así es como deben jugar los chicos de la parroquia de San Antonio —comenta don Calisto, satisfecho.

Nico, agotado, se tumba en el banco del vestuario:

—Caramba, hay que ver cómo corren estos Águilas.

—La verdad es que sí —coincide Bruno—. Parecía que eran el doble que nosotros, como los números que llevan a la espalda.

—Ahora comprendo por qué son los primeros —añade Sara.

—Sí, pero los hemos controlado bien —tercia Champignon—. Habéis jugado un primer tiempo estupendo, chicos. ¡Y en el segundo intentaremos sorprenderles con nuestros Fabios!

—Entrarán Becan y Morten por las bandas —explica Charli—. Salen Tomi y Rafa, que se han agotado ayudando al centro del campo. Sale también Nico, y Diouff será la pareja de ataque de Pedro. Pasamos a la formación 4-4-2, para tener también cuatro centrocampistas y tratar de ganar aprovechando la velocidad de Becan, Morten y Diouff. A medida que pase el tiempo empezarán a sentir el cansancio, y la frescura de los recién entrados marcará la diferencia. ¿De acuerdo, chicos?

El brazalete de capitán pasa al brazo de Fidu, que comunica al árbitro las sustituciones de los Cebozetas. El portero está a punto de volver entre los palos cuando ve a Diouff arrodillado junto a la banda lateral y le pregunta:

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

El delantero africano, que ha metido un dedo en el yeso y se ha pintado con él rayas blancas en el rostro, explica:

—Ayer por la tarde vi una película sobre indios. Se pintaban la cara antes de las batallas. Veamos si a mí también me da suerte.

Fidu suelta una risotada, mete un dedo en el yeso, se pinta la punta de la nariz y corre hacia la puerta que tendrá que defender en el segundo tiempo.

Quién sabe si es por las pinturas de guerra que se ha hecho en la cara, pero el caso es que Diouff será un gran protagonista en el segundo tiempo. No puedes imaginar de qué manera.