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El entrenador de los Águilas de Torrejón no ha hecho un solo cambio, lo que perjudica a su equipo, porque los cuatro centrocampistas azulones, que tanto han corrido durante el primer tiempo, no tienen el mismo empuje que antes. Además, el campo está pesado por la lluvia de los últimos días y la fatiga se nota aún más.

Los Cebozetas logran detener mejor las oleadas de los Águilas y, una vez mediado el segundo tiempo, se hacen claramente con el control del encuentro, atacando cada vez con más peligro. Es mérito sobre todo de Becan y Morten, que están frescos y suben imparables por las bandas.

Hasta ahora la defensa rival siempre ha conseguido despejar los pases cruzados que llueven sobre el área, pero da la sensación de que el gol de los Cebozetas está en el aire. Bongos y bocinas arman un estruendo ensordecedor, como si la música tuviera que dar el empujón definitivo al balón para que este entre en la red contraria.

Morten se deshace de tres adversarios, entra en el área y cede a Ángel, que dispara al vuelo con la derecha: el número 22 salva sobre la línea al portero, que había sido batido.

Diouff crea la jugada siguiente, con una galopada por la derecha que acaba con un pase cruzado perfecto, que Pedro alcanza con la cabeza: la pelota rebota contra el travesaño y vuelve a los pies del de la coleta, que golpea al vuelo con la derecha. El balón choca contra el poste y sale por la línea del fondo.

—¡Dos palos al precio de uno! —exclama Charli en el banquillo, decepcionado.

—La portería de los Águilas parece hechizada —comenta Augusto.

Fabio rompe el asedio echando a correr solo a contrapié. Toma velocidad con una aceleración imparable, supera la mitad del campo y poco después lanza un zurdazo durísimo, que Fidu bloca arrodillándose.

El peligro que han creado infunde nuevos bríos a los hinchas de Torrejón y hace que los Cebozetas se muestren más prudentes. El partido vuelve a ser equilibrado, aunque disputadísimo y la mar de entretenido.

Solo faltan cinco minutos para el final cuando Morten provoca una falta a su favor por la banda y se prepara a sacarla con la bota roja, la que lleva en el pie izquierdo, su favorito. La bota derecha es blanca. El rojo y el blanco son los colores de la bandera de Dinamarca.

Diouff y Pedro están marcados de cerca por sus respectivos defensores, que hasta ahora no les han dejado moverse apenas. ¿Sabes por qué está sonriendo el delantero africano de la cara pintada? Porque se le acaba de ocurrir una idea cómica.

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Los chicos de Torrejón persiguen al árbitro para quejarse de la broma.

El colegiado extiende los brazos.

—Lo siento, chicos, pero no ha habido ninguna falta. El reglamento no prohíbe que se le bajen los calzones a un compañero de equipo. Vamos, llevad el balón al centro del campo y reanudemos el partido.

Los Águilas se lanzan al ataque, en busca del empate en los últimos minutos, pero la defensa de los Cebozetas resiste y el resultado no cambia: ¡el equipo surgido de la fusión se destaca solo en cabeza de la clasificación!

Bongos y bocinas celebran la victoria, montando un estrépito infernal.

Fidu da un abrazo a Diouff.

—¡Fabuloso! Tu broma ha sido genial. Mucho mejor que la pimienta en los merengues.

Sara y Elvira felicitan a Pedro, que les contesta enojado:

—¡No tengo nada que ver con el gol!

—¿Cómo que no? —rebate la gemela—. ¡Si no te hubieras quedado en calzoncillos, no habríamos ganado en la vida!

Las chicas ríen con ganas.

Al volver al vestuario, su alegría desaparece de golpe al ver el rostro serio de Gaston Champignon, que, a pesar de la victoria, se está atusando el bigote por la punta izquierda.

—A mí el gol de la victoria no me ha gustado en absoluto —comunica el cocinero-entrenador—. No ha sido un ejemplo de juego limpio.

—Pero he respetado el reglamento, míster —rebate Diouff—. Hasta el árbitro ha tenido que reconocerlo.

—Es posible que sea un gol reglamentario, pero con la broma a Pedro has engañado al adversario, que no ha podido defender como habría querido —explica Champignon—. Lo bonito es ganar cuando los rivales están en condiciones de impedírnoslo. De lo contrario no hay placer ni lealtad deportiva.

—Pero este truco lo aprendí de un equipo de primera división —insiste Diouff.

—No todo lo que nos llega del fútbol de máximo nivel tiene que tomarse como ejemplo —replica el míster—. Es más, desde el punto de vista del juego limpio, es más probable que sean ellos los que tengan que aprender de nosotros.

—Pero ese gol lo merecíamos —interviene Charli—. ¡Hemos ganado y vamos los primeros!

—Tienes razón, Charli. Hemos jugado un gran partido y creado ocasiones de más peligro que ellos, así que no les hemos robado los tres puntos —reconoce el cocinero francés—, pero no quiero volver a ver el truco de los calzoncillos, ¿vale, chicos?

Los Cebozetas tratan de aparentar seriedad mientras intercambian miradas divertidas.

—De acuerdo —promete Diouff.

—Entre otras cosas, porque Pedro lleva unos calzoncillos horrorosos —añade Fidu.

Todos rompen a reír, incluido Gaston Champignon, que aparta el dedo de la punta izquierda de su bigote y lo lleva al extremo derecho.

Martes por la tarde en la parroquia de San Antonio de la Florida.

Tino acaba de colgar los resultados de la cuarta jornada y el último número del MatuTino, que los muchachos de la parroquia leen con cierta decepción.

—¿Por qué ya no están los comentarios y las notas de Adriana? —pregunta un lector—. Eran muy divertidos.

—Tomi me ha pedido que los suspendiera y yo, por el bien del equipo, he aceptado —aclara Tino.

—¡Pero si eran geniales! —protesta otro—. ¡Los tuyos son muy aburridos!

—Muchas gracias, eres un amigo de verdad —contesta Tino.

—Gracias a ti por la foto que has publicado en primera plana —tercia Pedro, resentido.

—No tenía opción —aclara Tino—. Era la foto del día.

En la primera página del MatuTino, bajo el titular «Un gol en calzoncillos», se ve a Pedro aguantándose los calzones en medio del área grande.

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—Tino tiene razón, somos realmente el «equipo de ensueño» —comenta satisfecho César, que para variar tiene un dedo metido en la nariz—. ¡Solo nos han hecho falta cuatro jornadas para dejar a todos atrás!

—Me estoy viendo ya en la liga nacional… —añade Tamara.

—Despacio, despacio, sigamos con los pies en la tierra —aconseja Nico—. Tres puntos de ventaja no son más que un partido. Si perdemos el domingo, los Águilas y el Dínamo podrán alcanzarnos.

—Y el partido de Leganés no será ningún paseo —recuerda Becan—. El Atlético Miau ganó el domingo y casi ha empatado a puntos con los Genios de la Colina.

—¡Pues nosotros hemos logrado otro punto y ya no somos los últimos de la tabla! —precisa João.

—Felicidades, ya solo estáis a ocho puntos de nosotros —le toma el pelo Fidu.

—Eso es, tú búrlate —rebate Aquiles—. También disputamos un gran partido contra los Genios de la Colina. Merecimos ganar. Si tuviéramos a un delantero que jugara bien de cabeza… Pero vamos mejorando y te lo repito: ya volveremos a hablar del tema otro día, cuando nos veamos las caras.

Tomi está entrando en la parroquia con Eva, que parece entusiasmada.

—¡Hoy hemos ensayado un paso realmente espectacular! —explica la bailarina—. Cuando veas las pruebas te quedarás boquiabierto.

—¿Qué paso? —pregunta el capitán.

—Sorpresa…

—Venga —insiste Tomi—. Ahora me lo tienes que decir, no me puedes dejar así, muerto de curiosidad.

—Solo un poquito, en ese caso —concede la bailarina—. Me pongo a bailar sobre un columpio, oscilo, me doy un empujón, salto en el aire y Sergio me recoge en sus brazos.

—¿No es peligroso?

—No, solo es cuestión de practicar. Hoy lo he ensayado cinco veces y siempre me ha salido bien. Ya verás como te quedas boquiabierto.

Tomi saluda a sus amigos y se acerca al tablón de anuncios sumamente preocupado. Tino ha cumplido su promesa: Adriana no ha puesto notas ni escrito comentarios. El capitán se relaja.

Domingo por la mañana.

Los Cebozetas y sus hinchas se instalan en el Cebojet. El partido contra el Atlético Miau se disputará por la tarde. Gaston Champignon explica por qué se ha adelantado la salida.

—Queridos amigos, conozco un restaurante en Leganés casi tan bueno como el mío, y me gustaría presentaros a su dueño. Luego nos podríamos dar una vuelta por el pueblo y visitar el museo de escultura, que tiene muchas obras de autores de los siglos XIX y XX. Seguro que os gustan.

—¡Claro que nos gustarán! —salta el número 10—. ¡Cómo no iban a gustarnos las esculturas de Ángel Ferrant, Gabino o Chirino!

—¡Yo a ti sí que te «enchirino» como sigas dándome la murga con tus escultores! —salta Fidu, provocando una carcajada general.

El grupo de vacaciones organizadas realiza una visita gastronómica y cultural a este gran municipio de Madrid, uno de los que más han crecido desde 1970. Comentan en particular una escultura anónima titulada La caída de los gigantes, que el museo tiene en préstamo.

Después de la comida, en la que han podido degustar las mejores especialidades asturianas, como la fabada o el botillo, porque en Leganés hubo muchos inmigrantes de esa región, los Cebozetas salen del restaurante y se dirigen al campo del Atlético Miau.

Esta será la formación que saldrá al campo, con un esquema 4-2-3-1:

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El Atlético Miau, que ha adoptado la alineación 4-4-2, viste una camiseta muy original: blanca con topos negros. Las manchas, en realidad, son huellas de gato.

Cuando han pasado siete minutos desde el pitido inicial, su número 11 sube por la banda izquierda, dribla a Sara y hace un pase cruzado a su delantero centro, pero la parábola cae demasiado cerca de la portería. El Gato grita «¡mía!» y da un paso adelante.

Parece una parada cómoda: el guardameta coge el balón sin problemas, pero en lugar de apretarlo contra el pecho como iba a hacer, se lo echa por encima del hombro y la bola entra dando saltitos en la portería. Increíble.

¡Atlético Miau 1 – Cebozetas 0!