En la carpa-restaurante, los padres de los chicos argentinos han preparado un delicioso asado, es decir, una parrillada de carne, en la que son auténticos maestros, porque la velada está dedicada a la nación de Mara y el Monito Hernán.
Pero casi todos los muchachos prestan más atención al tablón de anuncios con los resultados que a los suculentos trozos de carne de vaca que llevan en los platos. Aparte de Fidu, por supuesto…
Hernán ha dudado antes de sentarse a la mesa de su amigo Dani.
—A lo mejor deberíamos guardar las distancias… —ha farfullado—. Mañana en el campo seremos rivales.
El defensa andaluz le ha hecho sitio.
—Los Cebolletas no tenemos enemigos —ha contestado—. Como mucho, ¡amigos que intentan marcarnos goles! Siéntate aquí…
Hernán ha tomado asiento y le ha hecho una promesa:
—¡Que no te quepa la menor duda de que soy un amigo que mañana te meterá un gol!
—No me lo creo —ha replicado el Cebolleta—. ¡Después de cuatro partidos, mis medias han adquirido grandes poderes mágicos!
—¿Qué quieres decir? —ha preguntado Mara, llena de curiosidad.
—Al principio de la liga o de un torneo importante como este —ha aclarado Dani—, escojo un par de medias y siempre me pongo las mismas, pero sin lavarlas.
—¡Tienen que apestar a ratón podrido! —ha exclamado Billy, que lo ha oído desde la mesa de al lado.
—Así es —ha confirmado Dani al defensa inglés—. ¡La peste es el poder mágico que mantiene alejados a los adversarios!
Los ingleses y los argentinos han soltado una carcajada.
—Pues mañana tendré que jugar con una pinza en la nariz —ha concluido el Monito.
Dani y sus amigos argentinos todavía hablan sobre el partido que decidirá cuál de las dos selecciones nacionales del grupo A irá a las semifinales. Francia, con diez puntos, ya ha superado el turno. A Argentina le basta con empatar, mientras que Cebo-España está obligada a ganar.
La situación del grupo B es aún más complicada: ningún equipo está clasificado todavía. Brasil parecía que no iba a tener problemas, pero el empate contra Inglaterra ha trastocado por completo el panorama.
João está haciendo cuentas en la mesa de los italianos y los africanos.
—Si perdemos contra vosotros —explica a Rafa— e Inglaterra derrota a Alemania, nos quedamos fuera, porque tendremos siete puntos, mientras que Italia e Inglaterra se pondrán con ocho puntos y nos superarán. ¡Como mínimo tenemos que empatar!
—Lo siento, João, pero con un empate podríamos quedar eliminados —rebate el Niño—, así que mañana no tendré más remedio que ganarte…
—A menos que Otto nos haga un regalo y tumbe a Inglaterra… —aventura João—. ¡En ese caso pasaríamos los dos del brazo a las semifinales!
—Parece difícil —rebate Rafa, agitando la cabeza—. Alemania todavía no tiene ningún punto. A Otto y a sus amigos se les dan mejor las matemáticas que el balón.
Después de la espectacular parrillada, los equipos se trasladan al anfiteatro.
Hernán empieza el relato de las proezas de Argentina:
—Queridos amigos, os hablaré brevemente de la Copa del Mundo que ganamos en casa, en 1978. Como sabéis, siempre ha existido una gran rivalidad futbolística entre Argentina, Brasil y Uruguay. Pues bien, nosotros éramos los únicos que no habíamos ganado aún un título mundial, y eso nos parecía intolerable. Uruguay había ganado la primera Copa del Mundo, Brasil ni más ni menos que tres… ¡El Mundial organizado en Argentina tenía que ser nuestro! Teníamos una selección maravillosa, que reposaba sobre dos pilares, uno en defensa y el otro en ataque. El zaguero se llamaba Daniel Passarella, apodado El Gran Capitán. No era alto ni grande, pero tenía un carácter de hierro. No tenía miedo a nada y bastaba una orden suya para que el equipo se pusiera a su mando. El pilar de la delantera era Mario Kempes, un armario con el pelo hasta los hombros. Fue el pichichi del Mundial, y sus seis goles nos llevaron al triunfo. Dos los marcó contra la Holanda de Johan Cruyff, que ha sido uno de los mejores futbolistas de la historia. Kempes puso por delante a Argentina en el primer tiempo. Holanda empató a pocos minutos del final, cuando nuestros hinchas empezaban a celebrar la victoria, pero Kempes volvió a marcar en el tiempo suplementario, y luego llegó un gol más: ¡3-1 a nuestro favor! Por fin Argentina podía mirar a los ojos a Brasil y Uruguay sin avergonzarse.
Cuando el Monito se dispone a ceder el micrófono a Mara, se eleva de las gradas la voz de Giorgio.
—¡Te has olvidado de precisar que en ese Mundial Argentina solo perdió un partido, Hernán!
—Sí, es verdad, contra Italia —precisa el Monito—, en el último partido de la fase de clasificación, pero mañana, contra España, no caerá esa breva…
El público del anfiteatro se carcajea.
Luego Mara empieza su relato.
—Yo os hablaré de nuestro segundo título mundial, que ganamos en México en 1986. Fue una aventura espléndida, ligada sobre todo a un nombre, el de Diego Armando Maradona, ¡el mayor fenómeno de la historia!
—¡El mayor fue Pelé! —aúlla Rogeiro, provocando los aplausos del sector brasileño.
—Ahora os enseñaré un gol de Maradona —continúa Mara— y luego dejaremos que sea el público el que decida si es más bonito que los que hemos visto de Pelé.
El señor Demetrio pone en marcha el proyector y se ve a Maradona, con el pelo muy rizado, corriendo hacia el área de penalti para recoger un pase.
—Este es el partido de cuartos de final entre Inglaterra y Argentina —explica Mara—. Atención, mirad lo que va a ocurrir…
—¡Ha marcado con la mano, no vale! —protesta Billy como un rayo, poniéndose en pie—. ¡Nos robasteis el partido!
—¿Por qué? ¿Acaso vosotros no se lo habíais robado a Alemania en 1966 con un gol fantasma? —rebate Otto desde otro lugar del anfiteatro—. Has dicho que es tu gol favorito porque te gustan las bromas pesadas, ¿verdad? ¡Pues entonces a mí me encanta la bromita que os gastó Maradona metiéndoos un gol con la mano!
El comentario del alemán provoca una ovación cerrada por parte de todo el público del anfiteatro. Está claro que los Terribles, a base de gastar bromas a lo largo y ancho del campamento, no se han granjeado demasiadas simpatías…
—Es verdad —admite Mara— que ese gol no fue un ejemplo de deportividad, pero os enseño el del 2-0 y luego me diréis si habéis visto uno más bonito.
En la megapantalla vuelven a proyectarse las imágenes del Argentina-Inglaterra.
Se ve cómo Maradona recibe la pelota en su campo, se deshace de un inglés y luego de otro, entra en el campo contrario, regatea a un adversario y luego a otro, acelera, supera a otro inglés, dribla al portero y marca.
Una jugada increíble. Mara tiene razón: ¡es el gol más bonito de la historia del fútbol!
Todos los chicos del anfiteatro se ponen en pie para aplaudir, exaltados por esa jugada prodigiosa.
—¡Diego, Diego, Diego! —gritan los argentinos.
Los hinchas del Barça se unen a sus cánticos, porque el astro militó también en las filas del club catalán.
—En la semifinal, disputada contra Bélgica, Maradona marcó otros dos goles —prosigue Mara—. En la final, Argentina se enfrentó a Alemania. Los alemanes, claro, estaban aterrados ante Diego e hicieron que lo marcara una especie de carro de combate, que tenía unas piernas como troncos de árbol: Lothar Matthäus. El alemán se pegó a Maradona como un sello y no se separó ni un instante. Argentina gana por 2-0, pero Alemania no se rinde y, a diez minutos del final, logra empatar. Aquí es cuando se ve la gran inteligencia de Maradona. Diego comprende que con ese gigante encima no logrará hacer nada. ¿Y cómo resuelve el problema? Baja al centro del campo, dejando espacios a sus compañeros, marcados menos estrechamente, que pueden abrir huecos y disparar a gol. Y, a pocos minutos del final, el gran Diego da un pase de oro al pequeño número 7, Jorge Burruchaga, apodado Burru, que se planta en solitario ante el portero y marca el gol de la victoria: 3-2. ¡Argentina se ha proclamado campeona del mundo!
El público vuelve a aplaudir, mientras las luces se atenúan.
—Antes de despedirme, quiero que veáis otros dos goles —anuncia Mara.
En la pantalla aparece Leo Messi, el pequeño argentino del Barça, que echa a correr desde el centro del campo y marca después de haber driblado a un montón de adversarios.
—¿No os parece un gol idéntico al de Maradona contra Inglaterra? —pregunta la muchacha argentina—. Y es que Messi, apodado la Pulga, tiene tanta clase como Diego. Ahora es él quien lleva el número 10 de nuestra selección nacional, que hasta el último Mundial había entrenado Maradona. Pero, como sucede a menudo, no por ser un jugador genial tiene uno que ser un buen entrenador. Y la pareja Messi-Maradona, que tantas esperanzas había despertado para el Mundial de Sudáfrica, ha resultado un desastre. En fin, ahora os mostraré el último gol de la jornada…
Inesperadamente aparece en la pantalla la selección nacional italiana. Un delantero argentino de pelo largo y rubio se adelanta al guardameta y marca de cabeza.
—Esto que acabáis de ver —explica Mara— es el gol que eliminó a los azzurri en el Mundial de 1990, que se celebró en Italia, como nuestro Minimundial. Y es que mañana Argentina también va a eliminar a un antiguo rival, como España. No está Maradona, pero estoy yo, Mara, ¡diminutivo de Maradona!
Al concluir la velada argentina, los equipos se van enseguida a dormir. Mañana será un día lleno de partidos decisivos.
En cuanto se apaga la luz de la tienda española, Eva aguza el oído y pregunta:
—Chicas, ¿no oís un ruido extraño?
—Sí, una especie de silbido —confirma Sara.
—Y parece muy cerca… —añade Elvira.
Lara enciende la linterna y sobre la pared de la tienda se dibuja una silueta larga y estrecha.
—¿Estáis pensando en lo mismo que yo? —pregunta Chen con voz de preocupación.
—Yo estoy pensando en Johnson… —murmura Sara.
En cuanto oyen el nombre de la pitón, las chicas se ponen a chillar todas a una.
—¡Socorrooo!
Rápidamente se enciende la luz de la tienda de los chicos.
—¿Qué pasa? —pregunta Fidu al despertarse.
—¡Las chicas! —dice Nico—. Están en peligro… Aquiles es el primero en saltar de la cama y salir corriendo a ayudar a sus amigas.
Abre la tienda femenina y pregunta:
—¿Todo en orden?
—¡Hay una pitón encima de nuestra tienda! —chilla Eva, de la que solo asoman los ojos por un extremo del saco de dormir.
El antiguo matón le enseña un cinturón de cuero y la tranquiliza.
—He encontrado esto apoyado sobre vuestra tienda. ¡Si es una pitón, entonces yo tengo el armario lleno de serpientes!
Una nueva broma de los Terribles, como habrás imaginado…