Nada más volver al campamento, Nico va corriendo con Chen a la tienda de Otto, para ver si ha resuelto el problema del avión. Se encuentra al alemán sentado a la mesa de trabajo con la cabeza entre las manos, mirando apesadumbrado su aeromodelo. Se diría que le está preguntando por qué no vuela.
—¿No ha habido progresos? —pregunta el número 10, sorprendido.
—Ninguno —confirma Otto—. Lo he desmontado, he verificado todas las piezas y lo he vuelto a montar. No hay nada que hacer… He entrado en Internet para comprobar que el circuito eléctrico del mando no estaba averiado. ¡Pero está todo en orden! No logro comprender por qué no se pone en marcha…
—¿Puedo echarle un vistazo? —pregunta Chen—. Mi abuelo es inventor de juguetes y entiendo un poco de estos temas.
—Ojo, que esto no es un juguete —precisa Nico—. Es una joyita de alta tecnología.
—Y si nosotros no hemos logrado averiguar qué falla… —añade Otto, resignado—, no creo que tú lo consigas.
La muchacha estudia la caja de todas formas, abre la puertecita de la parte trasera del avión, la vuelve a cerrar y mueve la palanca de encendido. De repente se ilumina una luz verde. Chen empuja el tirador, ¡y el avión se eleva tras un despegue perfecto!
Otto y Nico se han quedado tan asombrados que observan las evoluciones de su modelo sin lograr articular palabra.
El avión sube hasta la punta de un mástil, da tres vueltas alrededor de la bandera de Alemania, sube aún más y luego baja en picado hacia Otto, que instintivamente se protege la cabeza con los brazos.
A pocos centímetros de la pelambrera rubia del germano, el avión retoma altura con una pirueta espectacular, hace el giro de la muerte y aterriza suavemente sobre la mesa.
—¡Fabuloso, Chen! —lo celebra Nico.
—Pero ¿cómo lo has hecho? —pregunta Otto, entre avergonzado y sorprendido.
—Bastaba con recolocar las pilas —responde la muchacha china, mientras le devuelve el mando a distancia—. Las habíais puesto al revés.
Otto coge el avión y corre hacia la playa.
—¡Venid, vamos a hacerlo volar sobre el lago! —grita—. Tenemos poco tiempo, los partidos van a empezar enseguida.
Los tres chicos juegan un rato.
Cuando le toca a Nico, el Cebolleta envía el avión en picado hacia la colchoneta de João, que no se da cuenta hasta el último momento y se tira al agua, asustado.
La diversión acaba cuando la primera piedra se cruza por delante de la trayectoria del aeroplano. La segunda le pasa más cerca…
—¡Son los Terribles! —avisa Chen, señalando a los hermanos ingleses, que están sentados en el muelle con una honda en la mano y una pila de piedras a su lado.
—¡Rápido, tráelo a la orilla antes de que le acierten! —le ordena Otto.
Nico echa la manija atrás apresuradamente y aprieta el pulsador que regula la velocidad. El avión vira bruscamente en el aire y se dirige hacia la playa, pero, a una decena de metros de la orilla, es alcanzado de lleno por una piedra, pierde un ala y cae al agua.
—Yes! —aúllan a coro Terry y Billy, con los brazos levantados, antes de huir corriendo.
João nada hasta los restos del modelo, los recoge y los lleva a la orilla.
—Estoy seguro de que lograremos repararlo —asegura Nico para animar a su amigo alemán.
Otto observa el ala rota meneando la cabeza y sin abrir la boca.
—Verás cómo se lo hago pagar hoy en el campo —le promete João.
Los Cebolletas se reparten por las gradas de los dos campos. Hoy solo harán de espectadores.
Nico y Rafa van al campo 2 para seguir el partido entre Alemania y África, mientras los demás se quedan mirando a los equipos de su grupo.
Ni los alemanes ni los africanos han ganado aún un partido en el Minimundial. Para el equipo de Nadira es la última oportunidad, porque se trata del cuarto encuentro de los Leones, ya que mañana descansarán y ya saben que no se pueden clasificar para las semifinales.
A lo mejor es esa perspectiva la que infunde hoy a los africanos un ardor especial. El equipo de Otto pone el empeño habitual y corre como siempre, pero le cuesta frenar los ataques veloces e imaginativos de sus adversarios. Nadira está hecha una fiera.
Hace un pase de la muerte a Yadiz y luego marca el 0-2 tras una jugada diabólica: se dirige hacia el número 3, que está en la banda derecha. En cuanto el alemán intenta quitarle el balón, aleja el cuero con un golpecito y salta por encima de la pierna extendida de su rival. Hace lo mismo con el número 5 cuando intenta cerrarle el paso al área: se detiene, lo espera, da un golpecito y salta por encima de su pierna… Al llegar ante el portero dispara un tremendo derechazo que entra por debajo del travesaño.
—¡Nadira, eres un auténtico fenómeno! —vocifera el Niño, mientras los tambores africanos se vuelven locos de alegría.
—Esa chica hace unas fintas increíbles… —comenta admirado Nico.
—Le pediré que me las enseñe —decide Rafa.
Alemania marca un gol al principio del segundo tiempo y ataca hasta el final, pero no logra empatar.
Alemania 1 - África 2.
El primer partido del campo 1 apenas tiene interés.
Francia marca casi enseguida gracias a una falta sacada impecablemente por Petit Alain, el rubio, y redobla la ventaja antes del descanso por obra de Tití, que marca con un gran zurdazo al borde del área y luego recorre el campo a la carrera para besar a su portero en la coronilla.
En la reanudación, Jérôme hace que entren todos sus reservas, y China logra crear un poco de peligro, pero encaja el tercer gol tras el clásico cabezazo de Valéry, el altísimo número 5, después de un saque de esquina.
Al acabar el partido, los chicos franceses responden a los aplausos del público saludando con los brazos levantados en dirección a la tribuna.
—Tití está mirando hacia nuestro sector. A lo mejor te quiere dedicar el gol… —bromea Tomi con Eva.
—Por lo menos él los penaltis no los falla —contesta rauda la bailarina, que está sentada a su lado.
Sara y Lara ríen entre dientes, procurando que no las vea el capitán.
En el segundo encuentro del campo 1 tampoco se dan sorpresas.
Gracias a los consejos del Gato, Wollo parece un portero completamente distinto al del primer partido. Realiza de nuevo maravillosas paradas, premiadas con grandes aplausos, pero la magia del didgeridoo apoyado en el interior de la portería resulta inútil ante los ataques del Monito Hernán y de Mara.
La número 10 es quien crea el primer gol con un pase de veinte metros que deja a Hernán solo en un contraataque. El Monito podría disparar, pero, para no correr riesgos inútiles, cede el balón a un lado cuando sale Wollo, y Patricio, el número 8, que lleva un pañuelo atado a la muñeca, empuja la pelota al fondo de la portería.
El 2-0 se debe a un gol en propia puerta del número 4 de Oceanía, Frank, un defensa enorme como un jugador de rugby, y con dos pies… ¡de jugador de rugby! Quiere desviar un pase de Hernán, pero en lugar de eso lanza un zambombazo dirigido a su propia portería, y golpea de lleno el didgeridoo de Wollo…
Frank marca en el segundo tiempo de cabeza: 2-1. Mara cierra la cuenta con un saque de falta perfecto.
Argentina 3 - Oceanía 1.
Los jugadores saludan al público de la tribuna.
—Mara está mirando hacia aquí… ¡a lo mejor te quiere dedicar el gol! —bromea esta vez Eva.
—Tienes razón —replica Tomi, que se pone en pie y grita—: ¡Fabuloso, Mara!
La argentina de ojos verdes sonríe y da las gracias con una reverencia.
Eva se levanta enojada y se aleja hacia las tiendas, mientras las gemelas vuelven a reír entre dientes.
El mejor partido de la jornada es el que disputan en el campo 2 Brasil e Inglaterra.
En cuanto recibe el primer balón, João sale corriendo para encararse a los Terribles.
El público de las gradas tiene las manos enrojecidas de tanto aplaudir, y los tambores de Carlos tocan a carga. Los verdeoro quieren resolver lo antes posible el encuentro.
João pasa por delante de los dos hermanos pelirrojos y les desafía.
—¿Os han gustado mis regates? ¡Esas son las bromas que gasto yo!
Sus compañeros comprenden que tiene un día glorioso y le pasan el balón constantemente. En lugar de correr por la banda, el Cebolleta se interna por el centro y se dirige sistemáticamente contra los Terribles.
Levanta la pelota con la finta del pingüino y se cuela entre los dos ingleses, que lo persiguen y lo tumban lanzándose con las cuatro piernas a la vez.
De las gradas se elevan gritos y silbidos de protesta.
—¡Árbitro, esto es un partido de fútbol y no un combate de kárate! —aúlla Nico, que se ha puesto en pie, inquieto por su amigo.
El colegiado pita y amonesta a los dos hermanos.
João se levanta cojeando y abronca duramente a Terry y a Billy.
—¡Primero habéis destrozado el ala de un avión y ahora queréis destrozar a un ala de Brasil!
El Cebolleta esperaba que los Terribles respondieran con una risita desafiante o alguna amenaza, pero los dos hermanos le piden perdón uno después del otro y le chocan la mano.
El público aprecia el gesto y aplaude.
El partido se reanuda con el saque de la falta a cargo de Calderilla, que supera la barrera y parece destinado a entrar por el ángulo inferior. Sin embargo, el guardameta inglés lo intercepta con una magnífica estirada.
El público, que se está divirtiendo a lo grande, vuelve a aplaudir.
El asedio brasileño se ve roto a mitad del primer tiempo por un contraataque lanzado por el número 2, que echa a correr por la banda derecha con la cabeza gacha. Parece una señal de ataque, porque todo el equipo lo acompaña y llega hasta la defensa enemiga, cogida por sorpresa, en superioridad numérica.
El número 7 pasa, y Gordon, el largo número 9, estrella el balón contra el travesaño.
El susto fuerza a los brasileños a dar muestra de una mayor prudencia en sus abordajes, y el partido se vuelve más equilibrado.
El primer tiempo acaba en empate a cero.
—Esos ingleses son duros de roer —comenta Rafa durante el descanso.
—¡En dos partidos y medio solo les han marcado un gol! —observa Nico—. Lo que tienen no es una defensa, sino una caja fuerte…
—No sabes cuánta razón tienes —dice el Niño—. Yo he jugado contra ellos. Puede que sean insoportables, pero en el campo son dos grandes defensas. ¡No me dejaron tocar el balón y siempre jugaron con corrección!
Nico tiene que reconocerlo.
—Es cierto. Incluso hoy, después de que les sacaran la tarjeta, no han vuelto a cometer una sola falta…
En la reanudación, las cosas no cambian.
Es un partido equilibrado: Brasil ataca más, Inglaterra es peligrosa al contraataque, y cada vez que João y Rogeiro se dirigen hacia la portería, Terry o Billy, o los dos juntos, desbaratan sus jugadas.
João ha reconocido a Otto en la tribuna. El alemán, que se ha duchado después de perder el partido contra África, está sentado junto a Nico.
El brasileño le había prometido que les iba a dar una lección a los ingleses por haber hundido en el agua sus piezas de ajedrez y haber bombardeado su avión. Quiere cumplir su promesa. Hace todo cuanto puede por superar a los pelirrojos, meter gol y dedicárselo a Otto, pero la pareja siempre logra detenerle, ya sea con la cabeza, los pies, anticipándose, robándole la pelota, tirándose a sus pies… No logra quitárselos de encima, como un chicle cuando se pega a la suela de un zapato en verano.
El partido acaba en empate a 0.
Por primera vez en el torneo, Brasil, la gran favorita, no ha ganado y no ha marcado un solo gol. Los tambores de Carlos no tienen nada que celebrar.
Otto, Nico y Rafa esperan juntos a João a la salida del campo.
El meninho brasileño mira al alemán y extiende los brazos.
—Lo siento. Quería vengarte, pero no me había topado nunca con dos defensas tan duros…