Del campo 2 salen las camisetas verdeoro de Brasil.
Tomi va a buscar a João y le pregunta:
—Entonces, ¿te has comido a los Leones o Diouff se te ha comido a ti?
João suelta un gran suspiro de alivio y anuncia:
—Ha sido duro, pero Brasil lo ha vuelto a conseguir: ¡hemos derrotado a África por cuatro a tres! ¿Y vosotros?
—Cebo-España ha dado una paliza a China, tres a uno —responde Tomi.
Los dos Cebolletas se «chocan la cebolla», un puño contra otro con los pulgares levantados, y se dirigen juntos hacia el vestuario.
La velada está dedicada a Inglaterra.
Son los cocineros ingleses los que tienen que preparar la cena en la carpa-restaurante. Y, a juzgar por la mueca que ha hecho Sara al hundir su tenedor en el plato, no han tenido demasiado éxito.
—¡Pero si es mermelada! —salta la gemela—. ¡Puaj! ¿Cómo se les ocurre untar la carne con mermelada?
—Mermelada de naranja y mostaza sobre jamón cocido —aclara Nico—. Es uno de los platos típicos de la tradición inglesa: glazed ham. Lo comí muchas veces cuando estuve en Londres aprendiendo inglés.
—¡Felicidades! —exclama otra vez Sara—. En ese caso, ya que hablas inglés, ¡intenta explicar a tus amigos que la mermelada sirve para untar tostadas por la mañana y no jamón por la noche!
—Cada uno tiene sus tradiciones, Sara —rebate el número 10—. Y no hay que pensar que solo son valiosas las nuestras. A lo mejor a los ingleses les dan asco los callos a la madrileña…
En ese momento interviene Fidu, que habla con un pedazo de jamón metido en la boca:
—De todas formas, si tu comida no te gusta, Sara, ¡dímelo, que la hago desaparecer de dos bocados!
Los Cebolletas se echan a reír.
João y Rogeiro describen a sus amigos el disputadísimo encuentro contra África.
—¿Está en forma Diouff? —pregunta Becan.
—Yo creo que sí, porque ha marcado dos goles —responde el extremo izquierdo—. Pero la que nos ha hecho sudar ha sido Nadira…
—¿La chica del sorteo? —pregunta sorprendida Lara.
—Sí, es extremo derecho y no paraba de regatear y correr —contesta Rogeiro—. Ha dado las tres asistencias de gol. ¡Nuestros defensas no han conseguido detenerla nunca!
—¿Quién ha marcado de vosotros? —inquiere Pavel.
—Rogeiro ha metido dos goles, Calderilla uno y yo el cuarto —responde João—. Somos un tridente asesino, casi como Didí-Vavá-Pelé.
—Así que ya hemos marcado los dos en el Minimundial —comenta Tomi, guiñándole el ojo a su amigo brasileño—, mientras que Rafa todavía está seco.
El Niño suspira y exclama:
—¡El problema es que sigo seco también durante la cena! ¿Cómo se puede comer jamón con mermelada?
Toda la mesa suelta una carcajada.
Sara también se divierte pinchando al pobre Rafa.
—Nuestro gran campeón del Roma sigue con cero goles, mientras nuestra amiga Chen ya ha estrenado su casillero: ¿no te da un poco de vergüenza, Niño?
La chinita interviene para justificar al italiano:
—¡Mi gol ha sido exclusivamente un golpe de suerte! Yo no sé jugar, mientras que Rafa es un as.
—¡Qué golpe de suerte ni qué narices! —rebate Sara—. Marcarle al Gato no tiene nada de fácil. Para sacar una falta como lo has hecho tú, hay que tener clase.
—No sé… —comenta Chen—. Yo me he limitado a estudiar a Nico cuando ha marcado de saque en la primera parte y he intentado hacer lo mismo. El mérito es suyo, entre otras cosas porque por la mañana me ha enseñado un montón de cosas con el balón.
—Y porque en la primera parte Nico fingía errar sus pases para darte el balón —añade Dani con una carcajada.
Nico se rasca la cabeza, algo turbado.
—Claro, ¡sus compañeros no se lo pasaban nunca!
Después de la cena, todo el equipo inglés sube al estrado del anfiteatro para contar la historia de su selección nacional en la Copa del Mundo.
Los que toman la palabra son precisamente los dos defensas pelirrojos, que se presentan con la misma ropa: vaqueros, camiseta negra y gafas de sol, aunque sea de noche.
—Hola a todos —saluda el pecoso—. Me llamo Billy, y esta es mi hermana, Terry. Todos dicen que somos insoportables porque nos gusta gastar bromas, y probablemente tengan razón…
El público ríe con sorna.
—Pero también somos la mejor pareja de defensas de Inglaterra —añade Terry—. Esta tarde, por ejemplo, no le hemos dejado tocar el balón a un italiano que decía que había jugado en el Roma.
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
Todos menos Rafa, que comenta:
—Esos dos tipos son más indigestos que el jamón con mermelada.
—Como sabéis —continúa Billy con el micrófono en la mano—, los ingleses inventamos el juego del fútbol, por lo que siempre nos hemos sentido los maestros legítimos en este arte. De hecho, Inglaterra no participó en las primeras ediciones del Mundial porque se sentía campeona del mundo sin que fuera necesario demostrarlo.
—Qué presumidos… —observa Sara.
—Luego, cuando la Copa del Mundo fue adquiriendo importancia —prosigue Terry—, también intervino Inglaterra y, en 1966, jugando en casa, demostró a todos lo que nosotros ya sabíamos: que éramos los mejores.
—Es de ese Mundial del que os queremos hablar —continúa Billy—. ¡El triunfo inglés de 1966! Todos apostaban por el gran Brasil, que había ganado en 1958 y 1962, como nos contaron ayer nuestros amigos brasileños. Era el equipo favorito. Pero los supuestos fenómenos se dejaron derrotar por equipillos como Portugal o Hungría y fueron eliminados en la primera vuelta…
—Por no hablar de España… —prosigue Terry—. Los españoles no tuvieron opciones ante Argentina y Alemania. ¡España continuaba con su amarga andadura por el Mundial!
—Qué tíos más simpáticos —comenta Nico en la tribuna.
—En cambio, Inglaterra llegó triunfalmente a la final —cuenta Billy— y ganó en un partido épico a la gran Alemania. Esa selección nacional contaba con unos artistas inolvidables, empezando por Bobby y Jack Charlton, dos hermanos que eran tan buenos como nosotros. Además, estaba el delantero Geoff Hurst, el único futbolista de la historia en marcar tres goles en una final del Mundial.
—Pero nuestro jugador favorito sigue siendo Bobby Moore —precisa Terry—, porque jugaba en nuestra posición. Alto, grande, fuerte y correcto. ¡El mejor defensa de la historia del fútbol inglés!
—¡Después de vosotros, por supuesto! —aúlla Rafa en la tribuna, provocando una oleada de risas.
—Por supuesto… —Billy sonríe—. Pero veamos la final, que se disputó en el maravilloso estadio de Wembley delante de noventa y tres mil espectadores. Alemania se pone por delante después de tan solo doce minutos de juego. Pasan seis minutos más hasta que el legendario Hurst, tras un pase espléndido de nuestro Bobby Moore, empata a uno. Inglaterra marca el gol que le pone por delante a diez minutos del final. Parece que la suerte está echada…
—¡Pero esos cabezotas de los alemanes no se rinden y empatan justo en el minuto noventa! —completa Terry—. Hay que disputar dos tiempos de prórroga. A los once minutos Hurst marca su segundo gol, el más hermoso de la historia del fútbol: ¡3-2! Ahora os lo enseñamos, atentos…
El señor Demetrio pone en marcha el proyector y en la pantalla del anfiteatro aparecen las imágenes en color de la gran final de 1966. Inglaterra viste de rojo; Alemania de blanco. El balón es de color amarillo claro y de cuero.
Los jugadores ingleses celebran el gol, los alemanes no dejan de agitar los brazos y de jurar que el balón no ha superado la línea de meta.
El árbitro está indeciso, mira a su alrededor y va corriendo junto al juez de línea para pedirle consejo. El linier está seguro de que la pelota ha entrado, así que el árbitro pita y decreta que ha sido gol: ¡3-2 para Inglaterra!
Del sector de la tribuna ocupado por el equipo alemán salen silbidos.
Un muchacho con el pelo rubio cortado a tazón y gafas de montura negra, quizá demasiado grandes, baja los escalones del anfiteatro y sube al escenario a protestar:
—Nosotros también hemos estudiado con atención la historia de ese Mundial. El árbitro era suizo y el juez de línea turco. Explícame cómo se entendieron.
—Tú eres alemán y yo inglés, y a pesar de ello nos estamos entendiendo —contesta enseguida Billy.
—Nos hablamos en español porque vivimos en España —rebate el alemán—. ¡Todos los libros sobre historia del fútbol recogen que el linier solo hablaba ruso y turco! ¡No podía comunicarse con el árbitro suizo!
—¡Tampoco hacía falta que se contaran sus vidas! —insiste el inglés—. El linier asentiría con la cabeza y el árbitro comprendería que era gol.
—¡No fue gol! —exclama acalorado el rubio gafotas—. ¡El balón no superó la línea de meta! Basta con ver la jugada a cámara lenta…
El señor Demetrio rebobina la cinta y detiene la jugada en el momento en que la pelota se estrella contra el travesaño y rebota en el suelo.
—¡Mirad, el balón toca la línea de yeso! —exclama el alemán—. Os recuerdo que, para que sea gol, la pelota tiene que superar del todo la línea de meta. No hay duda: ¡no fue gol!
Billy, con una sonrisa astuta, responde:
—Tienes razón, el tiro del legendario Hurst no fue gol. Por eso lo considero precisamente el gol más bello de la historia del fútbol: ¡es la broma más divertida que los ingleses hayamos gastado jamás en un Mundial!
—Y a nosotros nos encantan las bromas, ¿verdad, Billy? —pregunta Terry y le choca los cinco a su hermano.
El pequeño alemán baja del estrado furioso, mientras la mitad del anfiteatro suelta una carcajada y la otra mitad silba y protesta por ese gol ilegal.
—Estos ingleses me recuerdan a alguien cuyo nombre empieza por «Pe» y acaba por «dro» —comenta Tomi.
—Pues sí —conviene Nico—. Tendrían que jugar con una Z pintada en la barriga.
—¡Un momento, amigos, calma! —grita Billy al micrófono, tratando de acallar los pitidos y las protestas—. Todavía no hemos acabado el relato. Como os decía… Después del 3-2, Alemania se lanza al ataque, en busca del empate. Inglaterra sufre defendiendo su ventaja.