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Fidu asoma lentamente por debajo de la almohada, con los ojos todavía cerrados, y pregunta:

—¿Se puede saber adónde vas a estas horas de la noche, pulga?

—¡Cómo que de la noche! —salta Nico, que está acabando de vestirse—. ¡Son casi las ocho de la mañana! Me voy a correr con los alemanes. Esta tarde no jugamos y quiero mantenerme en forma.

—Me juego algo a que luego te quedas con tu amigo Otto a hacer unos pocos deberes… —refunfuña el portero.

—¡Exacto! —confirma el sabiondo—. Esta mañana tengo que estudiar matemáticas y me apetece poner en orden algunos números… Luego tenemos que seguir con la construcción del modelo teledirigido. Nos vemos en el Cebojet —añade antes de irse—. ¡No te olvides de que hemos quedado a las diez en punto en el aparcamiento, lavado, vestido y con el desayuno en la barriga!

—Ya lo sé, por eso he programado el despertador a las diez menos un minuto. ¡Buenas noches! —concluye el guardameta antes de volver a refugiarse bajo la almohada.

Hoy descansan España e Italia, que no juegan por la tarde. Gaston Champignon ha tenido la idea de aprovecharlo para organizar una travesía en barco por el lago de Como. Una buena oportunidad de distraer a los chicos, que después de la derrota con Francia y el empate con Oceanía tienen la moral bajo mínimos…

En el campamento de Alemania tampoco reina la alegría. Después de la jornada de descanso y dos derrotas, los alemanes siguen sin puntos. Por eso corren por la orilla del lago con gran denuedo, siguiendo a su maestro, que los precede en bicicleta y de vez en cuando toca el timbre para que aprieten el paso.

—Si hoy Brasil para los pies a Inglaterra y nosotros ganamos a África, todavía podemos clasificarnos, ¿no te parece? —le pregunta Otto a Nico durante la carrera—. Los brasileños son muy buenos, seguro que acaban los primeros del grupo, pero si ganamos mañana a Inglaterra en nuestro encuentro directo, ¡todavía podemos acabar segundos! ¿Qué opinas? ¿Por qué no dices nada? ¿Crees que no lo vamos a conseguir? ¿Nos ves ya eliminados?

—No… no estoy callado por eso… —contesta el Cebolleta, resoplando como una locomotora—. Es que si hablo… me falta oxígeno para correr.

Como sabes, el número 10 nunca ha sido un gran atleta y tiene problemas para seguir el ritmo de los germanos, que en cambio tienen pulmones para regalar…

Nico se encuentra mucho más a gusto ante la pizarra una hora más tarde, después de la ducha y el desayuno. El equipo de Otto tiene que resolver un problema de geometría y el lumbrera explica a todos el mejor modo de hacerlo, trazando líneas y anotando números con su tiza blanca. Por algo su padre es profesor de matemáticas.

En cambio, el problema del avión parece del todo irresoluble.

El modelo está montado y todas las piezas se encuentran en su sitio, pero el avión no vuela.

Otto acciona una vez más las manijas del mando a distancia y resopla.

—No entiendo… Tendrían que encenderse los pilotos luminosos y luego el avión debería despegar.

Nico mira y remira el folleto con las instrucciones y menea la cabeza.

—Yo tampoco lo entiendo. Hemos seguido todos los pasos al pie de la letra… A lo mejor es un defecto de fábrica.

—Podría ser —asiente Otto—. Voy a volver a comprobar una a una todas las piezas.

—De acuerdo —aprueba Nico—. Me tengo que ir. Volveremos hacia las tres de la tarde, antes de que empiecen los partidos. Vendré enseguida a ver si has resuelto el problema. ¡Adiós!

En el Cebojet, que se dirige hacia el embarcadero de Como, los Cebolletas charlan sobre el Minimundial. Solo falta João, que se ha quedado en el campamento con sus compañeros de equipo, mientras que Rafa se ha apuntado a la excursión, porque hoy también es jornada de descanso para Italia.

Todos se han agrupado en torno a Tomi, que lleva en la mano una hoja con los resultados, las clasificaciones y las próximas fases.

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—No vamos bien… —dice Becan—. Hoy Francia ganará a China y se pondrá con diez puntos, Argentina derrotará a Oceanía y tendrá siete. En cambio, ¡nosotros descansamos y nos quedamos con cuatro!

—Sí, pero, si mañana ganamos a Argentina en el último partido del grupo, nos clasificaremos nosotros —observa Bruno—, porque también nos pondremos con siete puntos y, en caso de empate, pasa el que ha ganado el encuentro directo.

—Es verdad, pero ¿tan fácil te parece ganar al equipo de Hernán y Mara? —Dani suspira—. ¡Yo he seguido todos sus partidos y te aseguro que son muy buenos!

Rafa es el único que estudia la otra mitad de la hoja, la del grupo B.

—Chicos, si os sirve de consuelo, os diré que nosotros también lo tenemos muy complicado… —anuncia el Niño al final.

—¡Pero si solo estáis a un punto del primero! —rebate Elvira.

—Parece un buen puesto, pero no lo es —aclara Rafa—. Hoy descansamos y mañana nos veremos las caras con Brasil, que es el mejor equipo del torneo, sin Giorgio, que ha sido descalificado. Lo que significa que podríamos quedarnos con los cinco puntos. En cambio, Inglaterra, aunque pierda hoy con Brasil, mañana derrotará sin problemas a Alemania, que no tiene ningún punto, ¡y nos adelantará! Chicos, tengo la fuerte impresión de que João será el único Cebolleta que llegue a una semifinal.

—¿Puedo pediros una cosa? —tercia Sara de repente—. ¿Podéis dejar ya de hacer cálculos? Con tanto «si… si… si» me habéis dado dolor de cabeza. Hoy es nuestro día de descanso, así que ¿por qué no descansamos? Disfrutemos del paisaje y pensemos en otra cosa. Del torneo ya nos ocuparemos mañana.

—¡Exacto! —aprueba Fidu—. A Tomi le sentará bien distraerse y no pensar en el penalti que ha fallado contra Oceanía. Aunque lo más probable es que ese funesto penalti, que ha fallado dos veces además, en el tiro y tras el rechace, nos cueste el Minimundial.

—Gracias por recordármelo. Tú sí que eres un amigo de verdad… —comenta Tomi mientras los Cebolletas ríen entre dientes.

Al llegar al puertecito de Como, los chicos se encuentran con algo que al fin logra quitarles el torneo de la cabeza.

Gaston Champignon guía al grupo ante un embarcadero y pregunta a sus pupilos:

—¿Qué os parece?, ¿os gusta?

Atracado ante los chicos hay un buque de vapor fascinante, largo y bajo, de otra época, como los que se ven en las películas antiguas, con una chimenea humeante y dos ruedas enormes hundidas en el agua.

—¡Qué maravilla! —exclama Fidu.

—¡Un barco de vapor accionado por aspas! Madre mía, es una preciosidad… —comenta Nico—. Creía que ya no había ninguno en funcionamiento.

—Es uno de los pocos que continúan en servicio —explica el cocinero-entrenador—. Se llama Concordia y fue construido en 1926. Así que hace más de ochenta años que está en el agua, pero lleva su edad con mucha dignidad… La decoración interior, de época, es fascinante. Subir al Concordia es como montarse en una máquina del tiempo. ¿Os apetece dar una vuelta en él?

—¿Se puede? ¿En serio? —tercia Aquiles, asombrado.

—Pues claro —asiente Champignon, sacándose del bolsillo un fajo de entradas—. ¡Basta con que cada uno coja un papelito de estos!

Los Cebolletas se lanzan al descubrimiento del antiguo barco de vapor.

Nico baja inmediatamente a la sala de máquinas y acribilla a preguntas al pobre maquinista: «¿Cómo se accionan las grandes ruedas aspadas? ¿Qué combustible utiliza? ¿Qué velocidad puede alcanzar el Concordia?».

Las señoras también se muestran entusiasmadas ante la sorpresa de Champignon.

Como dice Daniela, la madre de las gemelas: «¡Unas reinas como nosotras nos merecemos una embarcación a nuestra altura!».

Navegar por el sector occidental del lago es una experiencia inolvidable: el barco se desliza a lo largo de la costa, permitiendo ver unas villas preciosas y aldeas arracimadas a la orilla o en las laderas de las montañas como rebaños de ovejas.

Violette, sentada sobre las rodillas de Augusto en el puente del Concordia, saca fotografías.

—¡Estos paisajes deliciosos merecen plasmarse en cuadros! —dice.

—Supongo que pronto tendré que pelarte calabacines y zanahorias, cariño… —contesta el chófer del Cebojet.

Como sabes, Violette, una artista de fama internacional, la inventora de la revolucionaria «pintura a la verdura», utiliza hortalizas en lugar de pinceles.

El grupo de los Cebolletas desembarca en Bellagio para visitar uno de los pueblos más bonitos del lago de Como, que se encuentra justo en la bifurcación de las aguas, rodeado de montañas. Un lugar espléndido.

Todos se dirigen hacia las callejuelas de la aldea. Las señoras se detienen ante las tiendas y Nico, que naturalmente ayer estuvo estudiado una guía, lleva a sus amigos a visitar las salas suntuosas de Villa Melzi y Villa Serbelloni, dos de los edificios más hermosos de toda la zona. El número 10 hace de cicerone por los jardines espectaculares, las elegantes fuentes y los arriates de flores de todo tipo, que entusiasman a Gaston Champignon.

—Esta góndola veneciana —explica el empollón en el parque de Villa Melzi— la trajo aquí nuestro amigo Napoleón.

—¡No pronuncies ese nombre! —exclama enseguida el supersticioso Dani—. En París nos trajo muy mala suerte.

El grupo de Champignon come en el centro de Bellagio y luego se dirige hacia el puertecito para tomar un barco más rápido que los lleva de vuelta a Como.

De improviso la madre de las gemelas se queda con la boca abierta y levanta ligeramente un brazo. Lucía se asusta.

—¡Daniela! ¿No te encuentras bien?

—Pero… ¡pero si ese es George! ¡En serio! ¡Tiene una casa en el lago Como! —exclama la madre de Sara y Lara señalando a un hombre con una chaqueta vaquera y un casco de moto en la mano.

—¡Es él! ¡George Clooney! ¡El actor americano! El hombre más fascinante del mundo —confirma Sofía.

—Pero si tiene el pelo blanco… —observa Armando.

—¡Precisamente por eso es tan fascinante! —explica Lucía.

—Entonces el abuelo también tiene que ser irresistible —insiste el padre de Tomi—. Tiene el pelo mucho más blanco que ese tipo.

Los Cebolletas sueltan una carcajada.

Daniela saca un rotulador de su bolso y mira a sus amigas.

—¿Quién se atreve a pedirle un autógrafo? A mí me da vergüenza…

—A mí también —admite Lucía.

En ese momento llega Violette, que se había apartado para sacar una foto, y exclama:

—Pero si es George… ¡Eh, George!

El actor, que se disponía a subir a su moto, se detiene y reconoce a la hermana de Champignon.

—¡Violette!

Los dos se dan un abrazo e intercambian unas palabras en inglés. Luego Violette presenta a todo el mundo a George Clooney, que les saluda con amabilidad y se aleja en su moto.

—¿Habéis visto qué sonrisa más fascinante? —suspira Lucía.

—¡George Clooney me ha dado la mano, no vuelvo a lavármela! —bromea Daniela, todavía arrobada.

—Pero ¿cómo te las has apañado para conocerlo, Violette? —pregunta Sofía.

—Lo invité a una exposición en Nueva York —explica la pintora—. Cuando vivía en Los Ángeles nos veíamos a menudo. Es un tipo muy divertido.

—¿No estás celoso, Augusto? —tercia Sara—. ¡Tu Violette se divertía con el hombre más guapo del mundo!

El chófer del Cebojet sonríe y contesta:

—Si al hombre más guapo del mundo le gustaba mi Violette, eso quiere decir que me he casado con la mujer más hermosa del mundo. Pero eso ya lo sabía yo antes de encontrar al señor Clooney.

Violette se pone de puntillas y besa a su querido Augusto.

Los Cebolletas aplauden como si acabaran de ver un gol.