Detalles

El viejo portero del palacio llega a casa temblando. Como sucede siempre que hay baile en el palacio, su esposa lo espera con un desayuno bien completo. Pero esta vez él ni siquiera mira la taza humeante, la torta, la mantequilla, las mermeladas. Va directo al aguardiente. Se deja caer en su poltrona cerca de la chimenea toma un largo trago de la bebida, directamente de la botella.

—Helmuth, ¿qué pasó?

—Espera. Helga. Permíteme tranquilizarme un poco primero.

Toma otro trago de aguardiente.

—¡Cuenta, hombre! ¿Qué te pasó? ¿Sucedió algo durante el baile?

—To-todo comenzó bien. Las personas llegaban, todo el mundo engalanado, todos con invitación, todo correcto. Como siempre, claro, estaban los hijitos de papá sin invitación que trataban de convencerme para que los dejara pasar, pero ya estoy acostumbrado. De repente, llega el mayor carruaje que haya visto. Enorme. Y todo de oro. Conducido por tres parejas de caballos blancos. ¡Caballotes! ¡Elefantes! De adentro del carruaje salta una mujer. Sólita. Una belleza. Yo me dispongo a impedirle la entrada porque mujer sola no entra en baile de palacio. Pero esta mujer es tan bonita, tan... yo que sé, radiante, que no le digo nada y la dejo entrar.

—Bien, Helmuth. Hasta ahí...

—Aguarda. El baile continua. Todo normal. A veces rueda algún borracho por la escalera, pero nada extraño. Y entonces da la media noche. Hay un bullicio en el palacio. Miro para atrás y veo una mujer andrajosa bajando las escaleras, corriendo. Pierde un zapato. El príncipe la persigue.

—¿El príncipe?

—El mismo. Me grita que atrape a la desharrapada. "¡No la dejes ir! ¡No la dejes ir!". Me dispongo a atraparla cuando oigo una especie de "bum" acompañado de un resplandor. Me doy vuelta y... —¿Y qué, Dios mío?

El portero vacía la botella de un último trago. —No me lo vas a creer. —¡Cuenta!

—El tal carruaje. El de oro. Se transformó en una calabaza.

—¿En una qué?

—Te dije que no me ibas a creer —¿Una calabaza? —Y los caballos eran ratones. —Helmuth...

—¿No hay más aguardiente? —Me parece que ya bebiste suficiente por hoy. —¡Te juro que no había tomado nada! —Ese trabajo en el palacio te está matando, Helmuth. Mañana mismo pides transferencias para el Depósito.

—Buenos días. Nos gustaría hablar con su hijo.

—¿Mi hijo? ¿Quienes son ustedes?

—Llame a su hijo, por favor.

—Pero se trata de un niño, está...

—Si usted no lo llama, iremos a buscarlo.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Usted bien sabe lo que hizo. Queremos saber por qué. ¿Alguien le pagó por decir que el rey estaba desnudo?

—No. Claro que no. Nosotros fuimos a ver el rey desfilando su traje nuevo. Hasta llegamos temprano, para tener lugar adelante. Y cuando el rey pasó, lo dijo, solo eso.

—¿Por qué?

—Porque el rey estaba desnudo.

—Eso no viene al caso. ¿Qué lo llevó a manifestarse?

—No sé. El estaba sorprendido y...

—Una educación normal. Somos gente pobre. En fin...

—¿Quienes son sus amigos? ¿Pertenece a alguna organización? ¿Qué acostumbra a leer? ¿Recibe publicaciones extranjeras?

—¡Todavía no sabe leer? Es inocente.

—Inocente útil tal vez. Tendremos que llevárnoslo para el interrogatorio. Prepare sus cosas.

—Pero...

—Vaya y búsquelo, por favor.

—Pero él dijo la verdad. El rey estaba desnudo. Todo el mundo lo vio.

—Pero únicamente él lo dijo. Esos son los que dan trabajo.

—Liselotte. —¿Qué te pasa?

—Tú sabes que yo solo vengo a esta cervecería por tí. Tú eres la mesonera más bonita de Munich.

—Estupideces. Tú vienes con tus amigos. Se quedan bebiendo hasta emborracharse, haciendo discursos...

—Si te casas conmigo, lo abandono todo, Liselotte. Amigos, política... —¿Y te quitas ese bigotito ridículo? —Hago lo que tú quieras, Liselotte. Cásate conmigo. Si no te casas conmigo soy capaz de hacer una locura. —¡Ay, por favor! —Liselotte... —No me molestes.