Veríssimo y sus Crónicas
El presente volumen no es una antología. Conozco a Luis Fernando Veríssimo como lector, y como lector traduje su obra y seleccioné sus textos. Jamás lo he visto y, apenas unos días atrás, vine a escuchar su voz por primera vez. Sin embargo, si alguna vez alguien me tuviese algún tipo de afecto como escritor, me gustaría que fuese del mismo tipo del que yo le profeso a Veríssimo.
Sé que no soy quién para hacerlo, pero voy a decirlo de todas maneras: Veríssimo es un señor cronista, un verdadero maestro. Si bien le reconozco altibajos, considero que su poder de síntesis, su capacidad para crear ambientes, diálogos y personajes y, particularmente, sus primeros párrafos, son excepcionales. A menudo su genialidad sobrepasa los límites del género. En un estudio sobre su obra, María da Glória Bordini dice que las crónicas de Veríssimo son pequeñas y elegantes trampas. Según ella el arma de Veríssimo radica en su capacidad para despistar al lector, ya sea presentándonos cuentos con la apariencia de crónicas, o crónicas bajo el título de cuentos. Al comentario anterior le agregaría la capacidad que demuestra Veríssimo para hacer de una situación social o política determinada, una parábola que transciende al hecho en cuestión, originando una historia independiente y de valor universal.
Sin embargo, debo admitir que no todo en la obra de este gaucho es superlativo. Temo que la afirmación sostenida anteriormente acerca de sus primeros párrafos, no siempre es aplicable a los últimos. Confieso que más de una vez, al concluir alguna de sus crónicas me quedé con sed, me hizo falta un poco más, que no siempre las expectativas fueron del todo satisfechas. Pero, por otra parte, reconozco que en gran medida esta sensación es el resultado de una manera particular de enfocar la exposición. Y es que Veríssimo no llega a agotar los temas, en todo caso, no de la manera que uno lo desearía. El los deja allí, para que floten, para que puedan prestarse a discusiones, desarrollarse y crecer. En ocasiones, se limita a desviar nuestra mirada hacia aspectos que, de otra manera, posiblemente no habríamos considerado y luego se va. Nos abre los ojos y cuando lo buscamos ya se fue. Sin embargo, cuando uno comprende todo lo que mostró en ese parpadeo, en ese relámpago de palabras, percibe que no todo ha sido en vano. Es más, uno termina por darse cuenta de que lo más difícil acaba de escribirse.