Frases

Sentí que algo andaba mal conmigo cuando dije, con respecto a no me acuerdo quién, que tenía una paciencia de Lot, y se hizo un silencio en el grupo. Todos se miraron entre sí y noté que algunos se esforzaban para no reír.

—¿Dije alguna cosa equivocada? —pregunté.

Nuevo cambio de miradas. Finalmente, alguien habló:

—No es paciencia de Lot. Es paciencia de Job.

Me detuve, estaba confundido. Era la primera vez que me sucedía aquello. Siempre había tenido seguridad en lo que decía y confianza en mi cultura. Luego de algunos segundos de apremio, recuperé mi soltura proverbial.

—La paciencia es de Lot. Job es otra cosa.

—Lot es el de la mujer que se convirtió en estatua de sal. Job es el de la paciencia.

¿Sería posible? Pero no entregué los puntos.

—Es al revés.

—No es.

—Es.

Fui tan incisivo que logre convencer a algunas de las personas del grupo. Se quedaron dubitativos, como Macbeth. ¿Era o no era? Se inició una discusión. Pedí silencio y me dirigía a la única persona del grupo que hasta entonces no se había manifestado. El daría el voto de Mecenas.

—Al final —le dije sonriendo, seguro de la victoria—> sé que serás justo como Moisés.

—Salomón.

—¿Perdón?

—Quisiste decir "justo como Salomón".

Me estremecí. Todo el apoyo previo que había logrado se vino abajo. Sin embargo hubo uno que todavía trató de ayudarme:

—Moisés también era justo... Pero la cuestión no era esa. La cuestión era que había una forma correcta de decir las cosas y una forma equivocada. Miles de años de civilización nos habían legado ejemplos y frases para todas las circunstancias. Olvidarlas sería traicionar nuestra herencia. La cultura helénica, la romana, nuestras tradiciones judeo-cristianas, los clásicos, el propio don de la comunicación entre los pueblos. Volveríamos a la torre de Babilonia. Me fui a mi casa sintiéndome derrotado como Napoléon después de Watergate. No sería necesario mucho más para convencerme a tomar cicuta, como Aristóteles.

¿Qué estaría sucediendo conmigo? Nunca había fallado antes. Y de repente, aquella crisis. La noticia se esparciría. Mis frases equivocadas me convertirían en un ser vulnerable. Serían mi talón de Ulises. Mi fama de erudito estaba amenazada. Nadie más diría, con admiración, "el doctor es un hombre cultísimo". Dirían "el doctor está más prestado que nuestro". Como si, en vez de un hombre de mediana-edad, ya fuese un viejo como... ¿Cómo quién era? Como Mateo.

Aquella noche repasé todas las frases que habían forjado mi reputación.

Presente sirio.

Victoria de Príapo.

Beso de Juno.

Sonrisa enigmática como la Maja Desnuda, de Velázquez.

¿O sería presente de Pirro, victoria de Judas y beso de griego? Me desperté en medio de la noche, aterrado. El talón no era de Ulises. ¿Cómo podía haberme equivocado así? ¿De quién era, al final, el maldito talón? Sólo después de media hora de angustia logré recordarlo. Atila. Talón de Atila. Dormí aliviado.

Decidí que no debía desesperarme. Tendría paciencia como... Bien, tendría paciencia. Poco a poco, recuperaría mi erudición y la seguridad en mis frases. Al fin y al cabo, Esparta no fue hecha en un día. En poco tiempo, todo sería como antes del cuartel de... de... ¡Dios mío, era insoportable!

Fui a consultar a un médico. Le conté todo lo que estaba sucediendo. El hizo oído de ebanista a mis quejas. Aún cuando estuviese, como Nerón, más allá de cualquier sospecha.

—Usted está perfectamente bien.

—Esclerosis precoz, lo sé.

—Imaginación suya.

—Sueño de una tarde de otoño —le dije amargamente.

—O de una noche de verano.

—¿Por qué dice eso? —le pregunté desconfiado.

—¿Qué cosa?

—Noche de verano en vez de tarde de otoño.

—Por nada. Es igual.

—Por supuesto que no es igual. ¿Cuál es el correcto?

—No existe correcto o equivocado. Cada uno lo dice como quiere...

—¡Usted no sabe lo que está diciendo! Sólo hay una forma de decirlas cosas. La forma correcta. ¡Obligatoria!

—Escuche...

—¿Usted no me va a recetar nada?

—Nada.

—Estoy con una salud de... de...

—De hierro.

—¿Quiere decir que usted se lava las manos?

—Como Pilatos.

—Como Herodes.

—Pilatos.

—¡HERODES!

Me recetó un calmante.

No salgo más de casa. No me comunico con nadie. No abro más la boca con miedo de traicionarme y traicionar mi formación. El silencio es de plata.