La solución

Ya lo decía un graffiti en el baño. Es curioso como, en cualquier país del mundo, las únicas personas que saben cómo gobernar el país están conduciendo taxis o trabajando en barberías. Los choferes de taxis tienen soluciones para todos los problemas del país o —dependiendo el tamaño del viaje— del mundo. Los barberos también aprovechan el acceso sin obstáculos a nuestros oídos para exponer sus programas de gobierno. Y ni siquiera piden nuestra opinión —como los dentistas, adeptos al diálogo, que nunca dejan de esperar un comentario nuestro antes de proseguir su exposición.

—¿Que le parece mi plan para acabar con la deuda externa en un día?

—Arkwarrak.

—Exactamente lo que yo pienso. Y hay más...

Un día, cuando los políticos y tecnócratas hayan fallado completamente y nos encontremos ante la inminencia del caos, una revolución popular colocará a los hombres correctos en las posiciones correctas. Los choferes de taxi y los barberos asumirán el poder y estaremos salvados. Finalmente se les dará la oportunidad de poner en práctica sus teorías y resolver todos nuestros viejos problemas. Pero entonces nos hallaremos ante un problema completamente nuevo. Con todos los choferes de taxi y los barberos administrando el país, ¿quién conducirá nuestros taxis y cortará nuestros cabellos? Exactamente. Los políticos y tecnócratas desempleados. Las consecuencias de esto serían demasiado terribles.

—Me temo que no me ha comprendido. Yo quiero ir para el aeropuerto.

—Ya lo sé. Lo que pasa es que vamos a pasar por mi

casa primero.

—¿Cómo?

—Tengo un cuñado que también necesita ir al aeropuerto y le prometí que...

Al final no es solamente el cuñado. Es la hermana, dos sobrinos y la madre. En el taxi no hay lugar para usted. Pero es usted quien paga.

Con los políticos sustituyendo a los choferes la confusión será tal que solo restará una solución: la intervención militar. Generales y coroneles, y no más políticos incompetentes y corruptos, dirigirán el destino de los taxis. La confusión será la misma, pero con un agravante: ya no será usted quien dicidirá adonde quiere ir.

—Lléveme para...

—Yo doy las órdenes en este taxi. Vamos al aeropuerto.

Pero el verdadero peligro estará en las barberías abandonadas por los barberos y ocupadas por los tecnócratas.

—Quiero cortarme el cabello, por favor.

El comienza a llenarle el rostro de crema de afeitar.

—Ya me afeité. Solo quiero cortarme el cabello.

El no le presta atención. De acuerdo con su flujograma, uno de cada tres clientes se afeita en vez de cortarse el cabello, y usted es su tercer cliente. Además, se equivocó en la proporción de agua y jabón y como resultado todo su rostro estará cubierto por la espuma, incluyendo la boca, la nariz y los ojos. Desde el interior de esta máscara blanca usted escucha el sonido de la navaja siendo afilada con la misma sensación en la barriga que tenía cuando el gobierno anunciaba un nuevo paquete económico. Finalmente, él comienza a rasurarlo, pero, como no ve su rostro, comienza por el lugar equivocado.

—¡Mi oreja!

—¿Qué pasó?

—¡Usted acaba de arrancarme la oreja!

Antes de reconocer que se equivocó, él contra-ataca.

—También, qué lugar para tener una oreja.

—¡Todo el mundo la tiene allí!

El suspira, impaciente por la intervención de tanta ignorancia en su trabajo. Pero usted no se da por vencido.

—Esto no puede quedarse así. ¿Usted piensa dejarme con una oreja nada más?

—Está bien, está bien —dice él, reconociendo que así no puede quedarse. Y le arranca su otra oreja.

Pensándolo bien, es mejor que todo continúe como está. Los choferes de taxi y los barberos fuera del poder, contribuyendo apenas con sus sugerencias espontáneas.