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¿Quién dice que los objetos no hablan?

Lo hacen, pueden hacerlo a través de sus mínimas grietas, de los sitios donde están desgastados. Hablan a través de los matices del color que, alguna vez, tuvieron.

Cuentan sus historias como si fueran antiguos mapas que los expertos deben descifrar.

Esto es bien sabido por los arqueólogos. Y por los poetas.

El pequeño espejo de ébano lustroso, que había nacido en el África como un regalo de boda que Imaoma hizo para Atima, tenía mucho más para contar.