Capítulo XIII
La religión

La actitud de Ouspensky hacia la enseñanza de G., era primordialmente la del científico y el filósofo, y exigía de nosotros que evitáramos mezclar términos religiosos con lo que llamaba «el lenguaje del sistema». Por ejemplo, cuando se hablaba del «Rayo de Creación», no debíamos sustituir el término religioso «Dios» por la palabra filosófica «Absoluto», por muy tentados que nos sintiéramos de hacerlo. Y Ouspensky estaba muy acertado al mantener la pureza del lenguaje del sistema, pues era un instrumento excelente para la expresión de nuestros pensamientos. Adulterarlo con términos derivados de otros sistemas de conocimiento, hubiera terminado en una falta de precisión, y en la confusión del pensamiento.

Pero la relación de la enseñanza de G. con otras de naturaleza francamente religiosa, era tan íntima que aun cuando utilizábamos el lenguaje del sistema, nuestros pensamientos corrían con frecuencia en el sentido religioso. Lo quisiéramos o no, las ideas psicológicas del sistema, habían revivido en nuestras mentes recuerdos de los dichos de Cristo y Buda, y Madame Ouspensky reforzó esta tendencia de nuestros pensamientos a desviarse en sentido religioso, al organizar lecturas los fines de semana de los distintos libros sagrados de todas partes del mundo. Por un mes o dos estuvimos escuchando en la casa de campo del «trabajo» en Lyne una traducción que ella había hecho de la Philokalia, la colección rusa de los escritos de los primitivos padres cristianos, y nos quedábamos asombrados ante la visión psicológica demostrada, por esos primeros cristianos, en las distintas etapas de la profundización de la «identificación». Después, como un alivio de las austeridades de los monjes del desierto, disfrutábamos de los sermones tan verdaderamente amables e infinitamente compasivos de Gautama Buda, y descubríamos lo llamativas que eran las analogías entre sus palabras y las ideas que estudiábamos durante el resto de la semana.

Venían después las lecturas de la fascinante colección de relatos, que se hallan en aquella obra del genio Sufí, el Mathnawi de Jalal’uddin Rumi, historias que nos hacían reír de nuestras propias flaquezas, y que eran casi idénticas a las que exhibían los absurdos tipos descritos en el libro. También se incluían lecturas de Lao Tsé y el Tao en este simposio de lecturas dominicales, y cada vez penetraba más fuertemente en nosotros la unidad subyacente de todas las grandes fes del Mundo.

Fue de las lecturas de Gautama Buda de donde surgió en mí ese interés que ha ido siempre en aumento desde entonces: mi interés en la antigua literatura tradicional de la India. Los Vedas, los Upanishads, y ese sublime comentario de los Upanishads: el Bhagavad Gita, se han convertido para mí en las más grandes de las expresiones literarias del mundo, a la misma altura de los Evangelios Cristianos. Y de ahí ha surgido a su vez la convicción de que dondequiera que miremos, todos estamos dedicados a la búsqueda de la misma Verdad Eterna, esa Verdad a cuya luz, todas las otras formas de conocimiento se ubicarán donde les corresponde y nos revelarán sus secretos.

Pero lo que usualmente no llegamos a ver es que aunque la verdad que estamos buscando es Eterna e Inmutable, tiene que encontrar su expresión en el Tiempo, por medio de la mente del hombre y esto significa a su vez que debe expresarse en muchas formas distintas. Por consiguiente puede considerarse que las escrituras sagradas del mundo, están constituidas por dos elementos: uno Eterno e Inmutable, y el otro transitorio, perecedero y dependiente del período y el lugar, en el que el elemento Eterno halle su expresión. Lo que varía es solamente el vehículo en que se presenta la verdad: la Esencia eterna de las grandes religiones es siempre la misma.

No es solamente la relación entre las distintas religiones, lo que la enseñanza de G. me ha aclarado más, sino también la relación existente entre su enseñanza y la que se adquiere por la vía del monje. G. jamás le reveló a ninguno de nosotros la fuente de su conocimiento, sino que solo hablaba en forma más bien vaga de ciertas hermandades y monasterios en el corazón de Asia, que él había visitado en compañía de otras personas.

También se refería con frecuencia a una banda de «buscadores de la verdad», que volvían a reunirse después de sus andanzas, con el expreso propósito de juntar sus descubrimientos en forma tal, que resultara conveniente para el consumo occidental. Y eso ¿podría estar mejor adaptado a las actuales necesidades del hombre occidental, viviendo, como vive ahora, en una época científica, que el sistema de conocimiento con que G. regresó después de sus reuniones a Rusia, y que enseñó a sus grupos de Moscú y San Petersburgo? Se trata de un sistema perfectamente bien adecuado a las necesidades de hoy. Todas las endurecidas doctrinas teológicas habían sido segregadas de él, y llevaba en su lugar todas las reconfortantes galas del materialismo, pero de un materialismo que, examinado de más cerca, demostraba ser completamente distinto del de la ciencia. Otra ventaja del sistema, es que difería tanto de la religión institucional, que ni siquiera el más rabioso de los reaccionarios de la religión ortodoxa podría sentirse ofendido por él, y sin embargo subían desde sus profundidades resplandores de las mismas Verdades Eternas que brillan a través de las galas externas de la religión. No podría haberse elegido mejor vehículo para su presentación a un mundo occidental intimidado por la religión, que el que fuera diseñado por G. y sus compañeros buscadores.

Nunca había reaccionado yo contra el cristianismo ortodoxo, como muchos de mis compañeros, pero los términos que emplea la religión, se habían vuelto tan desagradables y tan sucios, que yo vacilaba antes de usarlos. Pronunciaba la palabra Dios en esas ocasiones tan raras, o cuando no había otro remedio, en forma torpe y siempre como disculpándome, pues conjuraba en mi mente viejos cuadros de escuela dominical de un viejo sheik judío enojado, con una larga barba igual a la que llevaban sus esbirros, Moisés y su hermano Aarón. Menos aun ha servido la palabra, para esa emoción que es la verdadera savia de vida de todas las religiones, la palabra amor. «Pregonada desde millones de púlpitos, lujuriosamente canturreada desde millones de altoparlantes, se ha convertido en una injuria al buen gusto y los sentimientos decentes». Comparto los sentimientos de Huxley respecto de esta desfigurada palabra amor; y durante muchos años he evitado usarla. Pero dentro del sistema de Gurdjieff era un medio de expresar ideas, que yo sabía que eran verdaderas sin tener que hacer uso de esa maltratada palabra, y para mí, por lo tanto, G. ha actuado no solo como fuente de sabiduría, sino como el medio para hacerme volver, luego de larga ausencia, a la religión.

La conclusión a la que hacía mucho tiempo había llegado, de que G. era de una naturaleza mucho más religiosa que la de Ouspensky, quedó confirmada muchos años después, cuando conocí al primero en París. Es cierto que en algunas ocasiones G. había formulado observaciones desdeñosas refiriéndose a los sacerdotes, pero cuando lo hacía, los criticaba por sus defectos, y no por su vocación. Siempre hablaba con respeto de los grandes conductores religiosos, llamándolos los Divinos Mensajeros de Dios. También procedía de ese modo cuando hacía uso más libre de los conceptos, prácticas y símbolos de la religión.

«Existen dos grandes errores —decía— en el enfoque popular de la religión».

  • «El primer error está en el fracaso de los hombres para comprender que la religión consiste en “hacer” y no en “pensar”. Un hombre debe vivir su religión tan plenamente como esté dentro de su poder hacerlo, pues de otro modo su religión no es más que una fantasía o una filosofía. Lo queramos o no, ponemos en evidencia nuestra religión por nuestras acciones, y ese es el único medio por el que somos capaces de revelarla».
  • «El segundo error reside en que el hombre no alcanza a comprender que su religión habrá de depender del nivel de su ser, y que la forma de religión que más le conviene, no es forzosamente la forma que más se adapta a las necesidades de otra persona».

De ahí el completo fracaso de la humanidad para ponerse de acuerdo en cuanto a las galas externas de la religión.

Dos ejemplos habrán de ser suficientes para mostrar cómo la enseñanza de G. explicaba muchas cosas de los evangelios que anteriormente poco o nada me importaban, siendo la primera de ellas la de la muerte y el renacimiento. La creencia en la necesidad del renacimiento es común a todas las grandes doctrinas del mundo, y es el origen del término hindú «el nacido dos veces».

En los Evangelios, Cristo le dijo a Nicodemo: «A menos que un hombre nazca otra vez no podrá ver el Reino de Dios», y Nicodemo, que era un hombre número tres, que todo lo tomaba literalmente, quedó apabullado ante esa declaración. No fue Nicodemo la única persona que encontró difícil este dicho, pues para comprender qué es lo que se quiere expresar con la idea del renacimiento, hay que ligarla con otras dos ideas: la del «despertar» y la de «morir para uno mismo». El Dr. Maurice Nicoll dice de estas tres ideas, tan estrechamente vinculadas entre sí, lo siguiente:

«Cuando un hombre despierta, puede morir; cuando muere, puede nacer… “despertar”, “morir”, “nacer”: son tres etapas sucesivas. Si se estudian con atención los Evangelios, se verá que con frecuencia se hace referencia a la posibilidad de “nacer”; se hacen distintas referencias a la necesidad de “morir”; y hay muchas más a la necesidad de “despertar”». (Maurice Nicoll, «Psychological Commentaries on the Teaching of Gurdjieff and Ouspensky», Vol. I).

  1. Despertar para uno mismo y ver los millares de diminutas identificaciones que lo esclavizan a uno es el primer requisito.
  2. Morir a esta multitud de identificaciones y también a los muchos falsos «yoes» creados por la imaginación es el segundo requisito.
  3. Nacer de nuevo es el tercero, y en el léxico del sistema de G., nacer de nuevo acarrea consigo el crecimiento de la esencia y la formación de un «yo» permanente y real.

Esta doctrina de la muerte y el renacimiento en una nueva forma, era parte de una enseñanza que existía muchísimo tiempo antes de la venida de Cristo. Existen buenas razones para creer que los iniciados en las ceremonias de los misterios que se celebraban tanto en Eleusis como en la Isla de Filas en el río Nilo, simbolizaban las ideas de la muerte y el renacimiento, llevando en las manos granos de trigo. Estas semillas debían ser arrojadas a la tierra, donde, a todo fin y propósito, morían como semillas antes de que les fuera posible renacer en un nuevo mundo en su nueva forma de brotes verdes y vigorosos.

El segundo tema religioso sobre el que la enseñanza de G. arrojó nueva luz para mí fue el de la oración. Antes de conocer el trabajo, me parecía que la oración era apenas un poco más que pedirle al Todopoderoso favores a los que de ningún modo tenía derecho. Fue por lo tanto con particular interés que esperé la respuesta de Ouspensky a la pregunta: «¿Son contestadas alguna vez las oraciones?». En lugar de recurrir, como yo esperaba, a un terminante «sí» o «no», contestó:

«Depende de la oración. G. nos enseñó que tenemos que aprender a orar exactamente como tenemos que aprender a hacer todas las cosas. La mayor parte de las oraciones no son otra cosa que pedidos para que dos y dos sumen cinco, en lugar de sumar, como de costumbre, cuatro; en otras palabras: que las acciones de un hombre no produzcan el resultado acostumbrado. Pero —agregó Ouspensky— cualquiera que sepa cómo hay que orar y mantenga su atención fija en su oración, ese hombre habrá de obtener lo que haya pedido».

Maurice Nicoll nos ayudó a comprender la naturaleza y la función de la oración desde el punto de vista de la enseñanza de G., en «The New Man» dice que los Evangelios nos enseñan que en el mundo espiritual e invisible, existen niveles más altos y más bajos, que son distintos entre sí, y están dispuestos en un orden de «arriba» y «abajo». «El de abajo no está en contacto directo con el de arriba, del mismo modo que el piso más bajo de la casa no está en contacto con el superior. Y así, para alcanzar lo que está arriba, se presentan muchas dificultades en el camino, que lo hace aparecer como si hubiera mala disposición de parte del nivel superior para responder al inferior. No es una cuestión de mala gana… El hombre tiene que persistir en su oración, en su propósito, en su pedido; tiene que seguir, a pesar de que no se le conteste… Como dice Cristo:

«“tiene que orar continuamente y no desfallecer”. Para orar —para entrar en contacto con un nivel superior— un hombre tiene que saber y sentir que no es nada en comparación con lo que está por sobre él».

Nicoll hace también un comentario interesante sobre las muy exactas instrucciones que les dio Cristo a sus discípulos sobre la forma de orar:

«Pero tú, cuando oras, entra en tu cámara íntima, y cerrando la puerta ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en secreto te habrá de recompensar». (Mateo VI, 5,6).

Según Nicoll, «entrar en tu cámara íntima y cerrando la puerta…», es penetrar en el recinto más íntimo de nuestro ser, y habiéndole cerrado la puerta a todas las distracciones, orar desde ese lugar pequeño, íntimo, de nosotros mismos, que es la única parte de uno capaz de comunicarse con algo que está en un nivel superior, o de recibir algo de éste. El lado externo, mundano, de un hombre, la parte que finge, la que generalmente está presente en él, es totalmente incapaz de orar.

Pero una dificultad teórica se interpone en el camino que nos lleva a recibir ayuda del nivel más alto. Al describir el Rayo de Creación, Ouspensky señaló que es imposible para el Absoluto interferir en los acontecimientos que ocurren en un nivel inferior sin destruir toda la maquinaria interviniente entre Él Mismo y ese nivel inferior. ¿Cómo puede haber, por lo tanto, una respuesta directa desde arriba, a una oración que viene desde tan abajo como la Tierra? Esta dificultad ya no me perturba más, pues no espero establecer contacto, cuando rezo, con una Inteligencia tan sublime como la del Ser Supremo. Tampoco siento que esto sea necesario para mí. Me basta con saber que en este Universo existe una jerarquía de seres superiores, con quienes me resulta posible comunicarme en ciertas ocasiones, y cuando este sublime acontecimiento tiene lugar, cuando he podido llegar a acercarme más a una inteligencia que está en un nivel superior al mío, entonces mi oración ya ha sido contestada.

G. decía que uno tiene que saber orar, y Jacob Boehme nos dice en «The Signature of all Things», cómo hay que encarar la oración. Sus instrucciones están dadas en forma de conversación entre un discípulo y su Maestro:

  • «Señor, ¿cómo puedo llegar a la vida suprasensual, de modo que pueda ver a Dios; y pueda oír hablar a Dios?», pregunta el discípulo.
  • Contestó el Maestro diciendo: «Hijo, cuando puedas arrojarte dentro de aquello donde no mora criatura alguna aunque sea por un solo instante entonces escucharás lo que Dios habla».
  • Discípulo: ¿Eso donde no mora criatura alguna está al alcance de la mano; o está muy lejos?
  • Maestro: Está dentro de ti, y si tú puedes, hijo mío, dejar por un rato de pensar y querer, entonces oirás las inexpresables palabras de Dios.
  • Discípulo: ¿Cómo puedo oírlo hablar a Él, cuando dejo de pensar y de querer?
  • Maestro: Cuando te quedes quieto sin pensar en el yo, y tener voluntad personal; cuando tanto tu intelecto como tu voluntad estén quietas y pasivas a la impresión de la Palabra y el Espíritu Eternos; y cuando tu alma cobre alas que te lleven por encima de lo que es temporal, los sentidos externos, y la imaginación quede encerrada por la abstracción sagrada, entonces el oír, el hablar y el ver eternos te serán revelados.

Si queda alguna duda en cuanto a la necesidad de detener el «pensamiento y la voluntad personales», cuando se trata de orar, la confirmación de Meister Eckhart ayuda a disiparla:

«La oración más poderosa, trabajo casi omnipotente y digno entre todos, es el resultado de una mente serena. Mientras más tranquila esté, más poderosa, más merecedora, más profunda, más elocuente y más perfecta será la oración. Todas las cosas le son posibles a la mente tranquila. ¿Qué es una mente serena? Una mente serena es aquella a la que nada le pesa ni le preocupa, la que libre de toda atadura y toda búsqueda de si misma, está totalmente mezclada con la Voluntad de Dios, y muerta a la propia». (The Works of Meister Eckhart, en la traducción de C. de B. Evans).

G. adelanta una idea novedosa e interesante en su libro «All and Everything», que puede llamarse la teoría de la Conciencia Sepultada. Dice que en un tiempo el hombre estaba en comunicación directa con niveles más altos de pensamiento y sentimiento, gracias a que poseía, en esos tiempos, una Conciencia Real y Objetiva, pero que ahora ha perdido contacto con todo lo que está sobre él. Su pérdida de contacto con niveles superiores, se debe en gran parte al hecho de que su Conciencia Objetiva se ha sumergido en las regiones subconscientes de su mente, de modo que no ejerce ya más ninguna influencia en su vida diaria. Como sustituto de esta Conciencia Sepultada, ha desarrollado una conciencia artificial y subjetiva, la que ha prescripto distintos códigos de conducta en diferentes periodos de la historia y en distintas partes del mundo. Pero si el hombre quiere desarrollarse, tiene que ingeniarse para despertar la Conciencia Real que duerme dentro de él, y este despertar es muy difícil y tiene que realizarse por etapas. Todo trabajo, incluyendo este Despertar de la Conciencia, comienza en el Centro Intelectual, con la adquisición de nuevas actitudes y formas de pensar, pero la parte emocional del Centro Intelectual es demasiado débil para contrarrestar al díscolo Centro Emocional, y es dudoso que esta tarea de despertar a la Conciencia pueda realizarse, de no ser por el hecho de que la Conciencia Real está cerca del Centro Emocional Superior que comienza a prestar ahora su ayuda más poderosa.

Hablando a sus grupos rusos originales, G. les dijo una vez que toda verdadera religión está constituida por dos partes:

  1. Una de esas partes enseña qué hay que hacer. Esta parte se transforma en conocimiento común, y con el transcurso del tiempo se deforma y aparta de su forma original.
  2. La otra parte enseña cómo hay que hacer lo que ha sido determinado por la primera parte.

Esta parte era mantenida en secreto en escuelas especiales, y con su ayuda siempre fue posible rectificar lo que se había deformado en la primera parte, y restituir lo que se había olvidado. Esta parte existía tanto en el cristianismo como en otras religiones, y nos enseñaba cómo realizar los preceptos de Cristo, y cuál era su verdadero significado.

De lo que antecede, podemos darnos cuenta de cuál fue la verdadera actitud de G. hacia el cristianismo, y si alguna duda queda todavía sobre este punto, habrá de disiparse con la respuesta que él le dio a alguien que le formuló la siguiente pregunta:

«¿Cuál es la relación entre la enseñanza que usted expone, y el cristianismo tal como lo conocemos?», a lo que G. respondió:

«Yo no se qué sabe usted sobre el cristianismo. Sería necesario hablar muchísimo y durante largo tiempo para poder aclarar qué es lo que usted entiende con ese término. Pero para beneficio de los que ya saben, les diré que, si quieren, éste es cristianismo esotérico».

Algunos lectores deben disgustarse ante la idea misma de que exista una cosa tal como el cristianismo esotérico. Se ha dicho con frecuencia que el cristianismo no posee secretos de ninguna clase, y que la humanidad puede aceptar o rechazar su mensaje. Siempre he oído decir que los Evangelios son libros sencillos, y que resultan comprensibles para todo el mundo. A todos los que piensan de ese modo, la idea de que existió alguna vez una cosa tal como los misterios cristianos, les resultará repelente, y sin embargo el término «Los misterios de Jesús» era muy familiar a los cristianos que vivieron en los primeros dos siglos. Muchas de las ceremonias y formas de culto utilizados en esos tiempos por la Iglesia Cristiana, eran ceremonias y rituales que habían sido tomados de lo que ahora llamaríamos paganismo. La primitiva iglesia cristiana fue una gran pedigüeña, y el antiguo Egipto contribuyó en gran medida a sus servicios. La religión en Egipto siempre estuvo vinculada con los «misterios», y la idea de que el Cristianismo es una religión sencilla, comprensible hasta para el nivel de inteligencia más inferior, es una idea comparativamente moderna, una idea que fue promovida por los protestantes en tiempos de la Reforma. Pero los primeros Padres cristianos tenían una opinión completamente distinta del Cristianismo. San Clemente de Alejandría no albergaba dudas de que existía un lado oculto del Cristianismo, como también otro lado que quedaba abierto al público, y hablaba con considerable acaloramiento sobre este tema. Después de referirse a los misterios cristianos dijo:

«Aun ahora temo, como se dice, “arrojar perlas a los cerdos”, por miedo de que las pisen con sus patas, y se vuelvan y nos hagan pedazos. Pues es difícil exhibir las palabras realmente puras y transparentes respecto de la luz verdadera, a oyentes cochinos y mal dispuestos».

Durante el año 1949 hubo lecturas en el departamento de París, del manuscrito de G., «All and Everything», y se nos dijo a algunos de nosotros que G, atribuía especial importancia a los capítulos en donde se describe la misión del Divino Mensajero Ashyata Sheyimash al planeta Tierra. Se dijo, y creo que con verdad, que G. reconocía una estrecha relación entre los métodos que él empleaba, y los que utilizaba Ashyata Sheyimash. En «All and Everything», G. describe cómo antes de dar comienzo a su misión ante la humanidad, Ashyata Sheyimash meditó durante cuarenta días sobre la forma que debía dar a su mensaje. Por fin decidió que los habitantes de la Tierra entendían tan mal la naturaleza verdadera de la Fe, el Amor y la Esperanza —los tres grandes principios que habían sido utilizados por todos los maestros religiosos anteriores— que sería completamente inútil que él volviera a emplearlos una vez más. Pero afortunadamente sobrevive todavía en el inconsciente del hombre algo verdadero y sin mancha, es decir, el «sagrado ser impulso de la Conciencia», que permanece intacto, gracias al hecho de que está muy profundamente enterrado en el inconsciente del hombre, protegido de los malos pensamientos y los malos sentimientos. Por lo tanto Ashyata Sheyimash apeló a la Conciencia Sepultada del hombre, con el resultado de que en muchos de sus oyentes se despertó este impulso del sagrado ser, y comenzó a participar de… esa conciencia por medio de la cual fluye su existencia despierta. (G. Gurdjieff, «All and Everything»).

La humanidad está ahora en una situación crítica en lo que se refiere a la religión. Todas las religiones se basan en la creencia de que el individuo es lo más importante, pero dos gigantescos Poderes Mundiales desafían ahora a estas doctrinas y tales poderes afirman que lo cierto es lo opuesto de esto, y que el individuo existe solamente en beneficio de la comunidad, como la hormiga existe solamente en beneficio del hormiguero, y la abeja de la colmena. He allí una doctrina que es incompatible con todas las creencias religiosas que difieren de las de esa seudoreligión del comunismo que la proclama doctrina, que se está extendiendo en el momento en que un gran historiador nos asegura que las perspectivas de los poderes occidentales son muy pobres, a menos que se produzca una reactivación espiritual. De acuerdo con Arnold Toynbee, solo esto será capaz de resolver nuestras dificultades y de unir a las naciones del mundo. Ahora bien; si estamos de acuerdo con el veredicto de este historiador, tenemos también que aceptar con él que es sumamente improbable que el mundo sea alguna vez conquistado y unido por alguna de las creencias religiosas, sean éstas la Cristiana, la Islámica, el Hinduismo o el Budismo. Esta esperanza, que fue alguna vez resueltamente sostenida por cristianos y mahometanos, tiene que ser ahora abandonada.

Pero esto no excluye la posibilidad de un resurgimiento religioso de otra especie, pues las religiones, en el sentido más amplio en que Toynbee emplea la palabra, pueden adoptar muchas formas, y sería erróneo que la expansión de una de las antiguas creencias del mundo, pudiera ser el único remedio para nuestras actuales enfermedades. G. señalaba que existen varios caminos para la evolución humana. Existen hombres a quienes el camino del monje podría parecerles un sendero inconveniente hacia la perfección, posibilidad ésta que ha sido más ampliamente reconocida en Oriente que en Occidente. Por tal razón se proporcionan distintas especies de yoga para diferentes tipos de hombres; para los religiosos el Bhakti Yoga; el Jnana Yoga, o Yoga del conocimiento para el hombre de tipo filosófico; el Karma Yoga para el activo, y el Raja Yoga para el contemplativo. Todos estos son reconocidos como caminos hacia la perfección, y en el Bhagavad Gita, Krishna promete que cualquiera sea el camino elegido, siempre que se lo siga con devoción y sinceridad, al final llevará a la misma meta:

«Si ustedes no pueden absorberse en mí, entonces conságrense a obras que me satisfagan. Pues trabajando solamente por mí podrán ustedes lograr la perfección. Si no pueden hacer ni siquiera esto, entonces sométanse a mí totalmente. Controlen las lujurias de su corazón y renuncien a los frutos de todas las acciones».(En esta forma aconseja Krishna a Arjuna).

Se habrá notado que hay elementos de todas estas clases de Yoga en el método de desarrollo descrito en esta obra, y el acento, colocado sobre cada uno de estos elementos, variará de acuerdo con el tipo de persona de que se trate. Ningún lector se acerca a éste, ni a ningún otro libro, con mente amplia, sino con una mente que ha estado previamente sujeta a muchos años de condicionamientos. Su reacción frente a la enseñanza de Gurdjieff dependerá, por ello, no de las impresiones del momento, sino de una cantidad de factores de su pasado condicionamiento. Dependerá, entre otras cosas, de su nacionalidad, de si es occidental u oriental, de su educación, de su crianza, y de mil y una influencias a las que ha estado expuesto anteriormente ¿Cómo puede una mente que ha estado soportando tanto condicionamiento previo, considerar cualquier cosa con criterio fresco y sin prejuicios? Evidentemente es imposible para cualquiera de nosotros opinar sobre lo que leemos de otra forma que no sea a través de creencias, ideales y experiencias pasadas.

Tampoco puede una aceptación intelectual de ciertos nuevos ideales, por nobles que sean, tener un efecto radical o duradero sobre una persona. Los ideales existen solo en la mente, y agregar algunos a los que se han recogido, no es otra cosa que continuar la línea de nuestro pensar, desde el pasado hasta el futuro.

Todo lo que está sucediendo en realidad, es que está vistiéndose con un traje nuevo a un individuo que sigue llevando el mismo viejo cuerpo y la misma cara vieja. Para producir en nosotros un cambio radical y duradero, se requiere algo mucho más revolucionario que estos agregados superficiales. Estamos aprisionados dentro de nuestras propias mentes, y por mucho que las extendamos, y por mucho que las adornemos, seguiremos permaneciendo dentro de sus muros. Si es que alguna vez podemos escapar de nuestras prisiones, el primer paso que demos será percibir cuál es nuestra verdadera situación, viéndonos al mismo tiempo a nosotros mismos como realmente somos, y no como imaginamos que somos. Esto puede hacerse, manteniéndonos en un estado de conocimiento pasivo, un estado en el que la limitación de la mente y del yo aprisionado, se ven y se sienten al máximo. Pero al llegar a este punto tenemos que ponernos en guardia. Cuando, probablemente por primera vez en nuestra vida, nos percatamos de nuestra propia pequeñez, nuestra vanidad, nuestro egoísmo, nuestra indiferencia hacia los demás y nuestra codicia, nos lanzamos a explicar, a juzgar, a condenar, o a excusar las cosas que han sido expuestas, y de ese modo nos identificamos de inmediato con ellas. Reacciones mecánicas como éstas tienen que ser dejadas de lado en forma tranquila, pero firme; pero solo cuando hemos dejado de condenar o de justificar, y somos capaces de aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, solo entonces puede aparecer algo proveniente de un nivel superior. Si podemos ingeniarnos para reconocernos en nuestra totalidad sin hacer ningún comentario y sin mencionar siquiera lo que hemos visto, entonces una desacostumbrada quietud puede descender sobre nosotros, en la cual queda trascendido el estrecho yo de nuestra vida diaria, y desaparecen los muros de nuestra prisión. Es en ese momento de quietud interior, de libertad recién revelada, de realzado ser, cuando hace sentir su presencia algo que tiene una naturaleza mucho más real. Tal vez hemos estado buscando la verdad toda nuestra vida, o pidiendo que nos dirigiera algún maestro de quien creemos que sabe mucho más que nosotros, pero no hemos podido encontrar lo que buscábamos y ahora, en este momento tranquilo, como ya estamos preparados para la verdad y hemos trascendido lo que hasta ahora se erguía entre la verdad y nosotros, la verdad se acerca a nosotros sin que la invitemos, confiriéndonos también felicidad con su mágico toque.

Una cosa es meditar solo, en el corazón del bosque o a solas en nuestra habitación, pero la experiencia nos demuestra que otra cosa muy distinta es mantener este estado de tranquila vigilancia en compañía de nuestros semejantes; y esto es lo que los maestros del Cuarto Camino exigen a los que los siguen. Aquellos que persiguen este sendero no son monjes o anacoretas que le han dado la espalda al mundo, sino hombres y mujeres completamente comunes, que usan en forma especial la materia prima de la vida. No es debajo del árbol Bodhi sino en el espejo de nuestras relaciones con la gente, los animales, la propiedad y las ideas, donde nosotros, la gente común, estamos mejor capacitados para echar una mirada sobre nosotros mismos con mayor claridad. Es un trabajo difícil el que ocupa a los que siguen la enseñanza de Gurdjieff, pero es esencial para el logro del conocimiento de sí mismo, y si es que hay más sabiduría en un dicho que en otro, ésta se encuentra seguramente en aquella vieja orden: Conócete a ti mismo. Este estudio de la enseñanza de Gurdjieff empezó con esas palabras, y es con ellas que termina.