Capítulo X
La posibilidad de evolución en el hombre

En la reunión siguiente Ouspensky nos recordó lo que nos había dicho anteriormente: que el hombre tal como es cumple con sus deberes como transmisor de ciertas energías que tiene, y que no hay necesidad alguna de cambiar. Pero un hombre puede desear el cambio por razones personales. Por cierto, de muy poco podría valernos este intensivo estudio de nosotros mismos que estamos realizando, si al final de todo no existiera ninguna posibilidad de convertirnos en algo superior a lo que somos.

«Todo el tiempo he venido señalándoles —continuó diciendo Ouspensky— que una de las características que distingue a la psicología de G., de todos los sistemas occidentales de psicología, es que proclama esta posibilidad de efectuar un cambio radical en el hombre. Por medio de prolongados esfuerzos y luchas interiores, un hombre puede convertirse en algo distinto de lo que es por nacimiento».

Ouspensky nos dijo que una vez G. había descrito a los hombres como seres que viven en el sótano de una casa, sin la menor idea del hecho de que hay habitaciones mucho mejores arriba, y que les es posible entrar allí. Pero para que eso suceda, los moradores del sótano tienen que llenar varias condiciones:

  1. Darse cuenta de cómo y dónde están viviendo, y de que existen arriba cuartos mucho mejores.
  2. Segundo, conseguirse la ayuda de alguien que conozca el camino que lleva a esos recintos.
  3. Y tercero, tienen que estar dispuestos a hacer el esfuerzo correcto durante un largo período de tiempo.

Con tal que se satisfagan estos requisitos, el cambio es posible.

Desde los tiempos más remotos se ha proclamado que existen tres caminos clásicos para poder producir este cambio:

  • El del faquir.
  • El del yogui.
  • Y el del monje, respectivamente.

Cada uno de estos tres senderos hacia la perfección está adaptado a las necesidades de un determinado tipo de hombre:

  • El del faquir es adecuado para el hombre en quien predomina el centro motor.
  • El del yogui llena las necesidades del hombre de intelecto.
  • Y el del monje atrae el tipo de hombre emocional.
  • El faquir lucha con su cuerpo, y después de aguantar intensas dificultades a menudo llega a obtener la voluntad, pero sin haber desarrollado ni la mente ni las emociones. Como consecuencia de ello es capaz de hacer cosas, pero no sabe qué hacer.
  • El camino del yogui es el camino del conocimiento, y aquí la atención está dirigida principalmente al desarrollo de la mente y la conciencia. En el sendero del religioso las emociones juegan un papel predominante.
  • El monje pasa muchos años difíciles luchando con sus deseos mundanos, y a veces logra el dominio sobre ellos gracias a su fe, sacrificio y devoción.

Ouspensky destacaba que todos los senderos clásicos que llevan al desarrollo exigen de los que transitan por ellos dos cosas: total obediencia a la autoridad y retiro del mundo.

Se prueban medidas a medias en los senderos del monje y del yogui, pero raramente dan un resultado verdadero. Para que ocurra cualquier cambio verdadero el devoto tiene que estar dispuesto a abandonar a su familia, sus amigos y su hogar, renunciar a todas sus posesiones e ingresar en una escuela yogui o en un monasterio. Ouspensky nos contó que, después que G. hubo discutido los tres métodos clásicos de desarrollo con los miembros de su grupo de Moscú, les dijo que existe aún un cuarto camino, conocido a veces por el nombre de camino del hombre astuto. Se le dio ese nombre porque aquellos que lo siguen entran en posesión de cierto conocimiento que no conoce el faquir, el yogui ni el sacerdote, y que le rinde enorme provecho. Este cuarto camino tiene ciertas ventajas sobre los métodos tradicionales de desarrollo:

  1. No exige un retiro total del mundo.
  2. Sustituye la comprensión por la obediencia a la autoridad.
  3. Ventaja que se agrega a este método, y es que opera simultáneamente sobre los tres centros, de modo que es fácil que el progreso sea más rápido que en los caminos más conocidos del yogui y del monje.
  4. Además, el maestro de este cuarto método de desarrollo siempre toma cuidadosas notas de las características personales de sus discípulos, y eso lleva a que se les preste mucha más atención individual.

Ouspensky comenzó a hablarnos en las reuniones siguientes de este cuarto camino, y una de las cosas que dijo sobre él, fue que se trata de un camino difícil de encontrar. Las escuelas del cuarto camino aparecieron de repente. Llevaron a cabo su trabajo durante cierto tiempo y después desaparecieron, de modo que cualquier hombre que hubiera podido descubrir una de esas escuelas beneficiándose con su existencia, podía considerarse verdaderamente muy afortunado. Aun cuando Ouspensky jamás lo dijo directamente, muchos de sus seguidores sospecharon que las reuniones que estábamos celebrando eran los pasos preliminares para la apertura de una escuela de esa clase en Londres.

No importa saber si tenían razón o no al llegar a esa conclusión. Lo que sí tenía importancia para nosotros era que estábamos trabajando con métodos propios de escuelas.

  • En primer lugar, estábamos reemplazando ideas reprimidas y erróneas en nuestro centro intelectual, por otras que creíamos que estaban mucho más cercanas a la verdad, y al hacerlo así, íbamos adoptando muchísimas actitudes y puntos de vista nuevos.
  • Luchábamos también contra nuestras identificaciones y emociones negativas.
  • Y, finalmente, aprendimos los complicados movimientos y las danzas orientales que enseñaba G. en el Castillo de Fontainebleau.

Debemos tener presente que G. trajo, al regreso de sus extensos viajes, dos cosas además del sistema de ideas que estábamos estudiando; una cantidad de complicados ejercicios y danzas religiosas, y música que había adquirido en numerosas y diversas fuentes. Consideraba que estas tres importaciones de Oriente tenían mucha importancia y eran dignas de estudio. Lo cierto es que en la mayoría de los círculos europeos, se consideraba a Gurdjieff no tanto un filósofo sino uno de los más grandes expertos vivos en materia de danzas clásicas de Oriente. Hay algo que puede ser de mucho interés para una gran cantidad de lectores, y es que Madame Blavatsky en una carta dirigida a uno de los primeros miembros de la Sociedad Teosófica, predice que el próximo gran maestro de las ideas orientales en Europa, será un instructor de danzas orientales.

Hace mucho tiempo Ouspensky nos habló del Cuarto Camino, y nos señaló que cuando la gente habla de la mayor evolución del hombre, lo hacen sin detenerse a definir qué es lo que realmente quieren decir con eso. No tienen idea de qué es lo que podría parecer un superhombre, pero proyectan sobre él lo que cada uno admira más: brillo intelectual, genio creador, gran sensibilidad, valor o espiritualidad. En otras palabras: son completamente incapaces de decir qué línea tomaría la evolución en el hombre. Del mismo modo la gente es incapaz de expresar qué significa el término «gran hombre».

El sistema de G. da un conocimiento exacto de ambos temas. Empieza por declarar que existen, en total, siete categorías de hombres, las tres primeras de ellas incluyen hombres que están en un nivel humano común, quedando las últimas cuatro reservadas para hombres que han alcanzado un nivel más alto que el común. En otras palabras: los números uno, dos y tres, son todos hombres en los cuales no se ha producido absolutamente ninguna clase de evolución; y para poder diferenciarlos, hay que saber cuál es el centro más activo en ellos; el hombre número uno es aquel en quien predomina el centro motor; el número dos aquel que está gobernado por el centro emocional, y el tres es el hombre en el cual tiende a predominar el centro intelectual. Todos los hombres nacen como hombre uno, dos y tres, pero en algunos individuos la preponderancia de uno de los centros sobre los otros es tan leve, que es difícil ubicarlos en sus debidos grupos. Las personas de esa clase son bien equilibradas, pero es importante recordar que todos ellos están en un mismo nivel en cuanto a su ser.

Los hombres cuatro cinco y seis, son completamente distintos de los hombres uno, dos y tres, jamás aparecen en forma natural, sino que son siempre el producto de un conocimiento especial, trabajo interior y lucha. Al hombre número cuatro lo describiré más tarde, pero el cinco es un hombre que ha alcanzado la unidad, que está en posesión de un «Yo» permanente, y que como consecuencia de esto no cambia a cada hora, ni aun minuto a minuto, como nos ocurre a las personas comunes. Según dice G., el hombre número cinco es aquel en el cual se ha producido la «cristalización» alrededor de un solo motivo, y como es un hombre que tiene una sola aspiración permanente, su conocimiento también participa del mismo carácter uniforme. El hombre número cinco posee, además de esto, verdadera conciencia de sí mismo y la capacidad para hacer uso de uno de los dos centros superiores, V. gr. su Centro Emocional Superior.

El hombre número seis tiene todas las cualidades del hombre número cinco, y ha alcanzado un nivel de conciencia aun más elevado, de modo que trabaja en él no solo el Centro Emocional Superior, sino también el Centro Intelectual Superior, como consecuencia de ello, está capacitado no solo para observarse a sí mismo, sino también al Universo en forma objetiva. Sin embargo, hasta un hombre tan altamente desarrollado como él puede perder todo lo que ha logrado, y solamente es en el hombre número siete —el nivel más elevado de ser que un hombre puede alcanzar— donde el conocimiento y el ser son permanentes, nunca pueden perderse. El hombre número siete ha sido también definido por G. como «inmortal dentro de los límites del sistema solar».

El hombre número cuatro podría ser considerado como un hombre en estado de transición, entre el nivel de la tierra del hombre número uno, dos y tres, al nivel del hombre número cinco. En él no hay nada que sea permanente más allá de su aspiración. Él, igual que las categorías superiores de hombres, nunca aparece en forma natural, sino que es producto de un conocimiento especial, esfuerzo consciente y lucha interior. Ouspensky nos decía que puede decirse del hombre número cuatro que está empezando a conocerse a sí mismo, y que sus centros están más equilibrados y funcionan mejor que los de los hombres números uno, dos y tres. Otra ventaja a favor del hombre número cuatro es que ha desarrollado dentro de sí un punto fijo al que Ouspensky llama «centro de gravedad permanente», al cual está referido todo lo que hay en él. Se asemeja, por lo tanto, a un hombre dueño de un compás y una brújula confiables, y esto es sumamente beneficioso para él, pues aun cuando no llegue a realizar lo que se ha propuesto y emprendido, conoce de cualquier modo la dirección en que tiene que luchar.

Ouspensky agregó otro detalle interesante a la descripción anterior sobre las siete categorías de hombres. Nos dijo que G., había declarado que a veces sucede que un hombre se salte la etapa transitoria de hombre número cuatro, y se cristalice directamente como hombre número cinco. Ese hombre ha alcanzado la unidad, pero puede ser una unidad que se apoye sobre una base completamente insatisfactoria, y G. daba como ejemplo de esta equivocada forma de cristalización los bandidos caucásicos que había visto con frecuencia en su juventud, en las montañas. Estos hombres podían estar pacientemente parados detrás de una roca, sosteniendo listos sus rifles, torturados por las moscas y el calor del sol, más de ocho horas de un solo tirón, sin quejarse. Podían tolerar toda clase de incomodidades y torturas, y habían adquirido una gran unidad interior y fuerza, pero teniendo como único fin el bandidaje, una cristalización errónea como esa tiene consecuencias muy trágicas.

Después de haber discutido con nosotros las distintas categorías de hombres. Ouspensky repetía la afirmación que tantas veces había hecho antes, que el conocimiento de un hombre depende de su nivel de ser. Por consiguiente el conocimiento, el arte, la ciencia, la filosofía y la religión, pertenecientes a cada una de estas distintas categorías de hombres, son conocimiento, arte, ciencia, filosofía y religión de muy distintos niveles también.

Existen la religión y el arte del hombre número uno, dos y tres, y la religión y el arte de los hombres números cinco, seis y siete; y al hablar, por lo tanto, de temas tales como arte, cultura, conocimiento y religión, siempre es necesario establecer primero el nivel de la religión o el del arte al cual nos estamos refiriendo. Esto es de aplicación no solo a cualquier discusión sobre las diferentes religiones que existen en el mundo, sino también a una discusión sobre una sola religión, tal como el Cristianismo, pues hay muchos diferentes niveles de Cristianismo, así como hay diferentes niveles de hombres. A nivel de tierra está el Cristianismo puramente imitativo del hombre número uno, el hombre dominado por su centro motor; el Cristianismo altamente emotivo y con frecuencia fanático del hombre número dos; y el Cristianismo intelectual del hombre número tres, esa especie de Cristianismo basado en argumentos, dialéctica y abstrusas teorías teológicas. También está el Cristianismo del santo, es decir, del hombre que ha alcanzado la unidad y logrado un nivel superior de ser. Un hombre de la clase de este último, es capaz de saber hacer las cosas, que están muy lejos del poder que tienen para saber y para hacer los hombres comunes. Solo el santo tiene la capacidad para vivir de acuerdo con los sublimes principios que Cristo estableció para guía de su pequeño grupo de discípulos, y es absurdo, por lo tanto, hablar de Cristianismo como si existiera solamente una forma de Cristianismo o de Cristianos, como si todos ellos fueran igualmente Cristianos.

Ouspensky atrajo nuestra atención al hecho, de que Cristo hablaba a sus discípulos en forma completamente distinta a la que Él empleaba cuando se dirigía a las muchedumbres. También esperaba de ellos un nivel muy superior de comprensión y conducta, que el que pudiera exigir de las muchedumbres que lo seguían solo con el fin de ver milagros o ser curados de sus enfermedades. Cuando en una ocasión los discípulos se acercaron a Cristo después que la multitud lo había dejado solo, y le preguntaron por qué hablaba a la gente solo con parábolas. Él les contestó y les dijo:

«Porque os es dado a vosotros conocer los misterios del Cielo, pero a ellos no les es dado». (Mateo XIII 11).

Y también:

«A vosotros os es dado conocer los misterios del Reino de Dios; pero a otros en parábolas; que viendo, no pueden ver, y oyendo no pueden entender». (Lucas VIII 10).

Ouspensky decía que hay otra diferencia más entre los hombres comunes y los más altamente evolucionados, o como los llamaba frecuentemente G., los hombres «en el verdadero sentido de la palabra». A fin de comprender esta diferencia, sería necesario referirnos a la antigua doctrina de los cuatro cuerpos del hombre. La idea de que el hombre posee cuatro cuerpos, es antigua y común a muchas religiones, y en un tiempo constituyó una doctrina importante, tanto en el Cristianismo como en el Hinduísmo.

El primero de los cuatro cuerpos es el cuerpo físico común, conocido entre los Cristianos primitivos como cuerpo carnal. Los otros tres cuerpos están compuestos de materia que va siendo cada vez más delicada, impregnando cada una de ellas a las otras, en la forma en que él anteriormente describió, como los hidrógenos más finos impregnan a los más groseros. Nos recordaba el hecho importante de que, según el sistema de G., la materia posee atributos cósmicos y psíquicos, y, siendo esto así, estos cuerpos más finos poseen propiedades cósmicas y psíquicas particulares. La conciencia de cada uno de los sucesivos cuerpos, es capaz de controlar no solo a sí mismo, sino también al cuerpo más grosero en el cual se ha formado.

En la terminología cristiana los nombres de estos cuerpos más finos son: el natural, el espiritual y, el más fino y más elevado de todos, el cuerpo divino. Los Teósofos, que se han apoderado de la idea de los cuatro cuerpos, tomándola de una enseñanza Hindú más antigua, los llamaron cuerpo físico, astral y causal.

«Pero —continuaba diciendo Ouspensky— existe una diferencia importante entre la enseñanza de los Teósofos y las de G., sobre este tema de los cuatro cuerpos. Los Teósofos presumen que el hombre posee ya estos cuerpos más finos, mientras que G. afirmaba claramente, que existen solo en los hombres más plenamente desarrollados, y los cuatro en total solamente en el hombre número siete. Estos cuerpos finos son completamente innecesarios para la vida corriente, y dado que podemos cumplir con nuestras funciones cósmicas sin ellos, no hay necesidad de que nadie los adquiera. Un hombre puede parecer hasta espiritualmente desarrollado sin ellos, pues los materiales finos de que están hechos los cuerpos superiores, existen ya en él, aun cuando no se hallan organizados como cuerpos. Por fuera, el hombre común y el más desarrollado, pueden parecer iguales, advirtiéndose la diferencia que existe entre ellos, en el hecho de que mientras las actividades del hombre que está en posesión de los cuatro cuerpos son determinadas por sus cuerpos superiores, las del hombre común están determinadas por su cuerpo físico».

Ouspensky explicó después cómo se forman en el hombre los cuerpos superiores. Comenzó diciendo que en el estado de vigilia —que es el estado en que vivimos— gastamos tal cantidad de los hidrógenos más finos que producimos, en actividades erróneas, tales como nuestras variadas identificaciones, que lo que nos queda es insuficiente para el propósito de vivir una vida correcta, y ni hablar de trabajos tan poco esenciales como la formación de cuerpos superiores. Pero, si un hombre trabaja sobre sí mismo por un período de tiempo muy largo, puede eventualmente acumular materiales más finos de esta clase, en cantidades suficientes, primero para permitirle despertarse a sí mismo del sueño, y después para establecer dentro de sus tejidos ordinarios, el primero de estos cuerpos más finos. Si continúa trabajando en esa forma, puede ser que se repita el mismo proceso. Ahorrando y produciendo cada vez más dentro de sí los hidrógenos y energías más finos, puede almacenar una cantidad suficiente de ellos, que le permita la formación del tercer cuerpo dentro del segundo, y eventualmente la formación del cuarto cuerpo dentro del tercero. Ouspensky nos dijo que en ciertas otras enseñanzas orientales, el primer cuerpo es el «carruaje» (el cuerpo), el segundo es el «caballo» (las emociones y los deseos), el tercero el «conductor» (la mente), y el cuarto el «amo» (la conciencia, el «Yo» permanente y la voluntad) (ver fig. 7).

«Pero —concluía— lo importante es recordar que estos cuerpos más finos, nunca aparecen en forma natural, sino que son siempre resultado del desarrollo espiritual. Ellos, junto con los cambios psicológicos internos que les están vinculados, son la marca distintiva del hombre más altamente evolucionado, el hombre en el pleno sentido de la palabra».

Ouspensky dibujó entonces dos diagramas en el pizarrón, con el fin de ilustrar la diferencia que existe entre las obras de un hombre mecánico común y las de un hombre desarrollado, en posesión de los cuatro cuerpos. El hombre mecánico común se pone en acción por el impacto de las influencias externas sobre su cuerpo físico, lo que evoca en él variadas emociones —«me gusta», «me disgusta», «quiero», «no quiero»—. Esas variadas emociones producen sus pensamientos —en tanto la «voluntad» está completamente ausente de él—. Todo lo que posee en lugar de voluntad es una cantidad de deseos de mayor o menor duración. Si sus deseos son de un carácter más duradero, se le considera como un hombre de voluntad fuerte, y si son fugaces, se lo considera como un hombre de voluntad débil. La fuerza controladora de un hombre que está en posesión de los tres cuerpos más finos se mueve precisamente en la dirección opuesta. Está originada en su cuarto cuerpo que posee un «Yo» permanente, conciencia plena y voluntad. Sus pensamientos obedecen las órdenes de su cuarto cuerpo, y sus deseos son sencillos y están en armonía con sus pensamientos. Finalmente, su cuerpo físico es el instrumento obediente a sus pensamientos y sus emociones.

Ouspensky nos dijo que G. había hecho uso de dos parábolas con el propósito de mostrar la forma como actúan las funciones de los cuerpos más finos, en un hombre totalmente desarrollado. La primera de estas dos parábolas es la tan antigua del carruaje, el caballo, el conductor y el amo. El cuerpo físico ordinario está representado por el carruaje, el segundo cuerpo es el caballo (los deseos y las emociones), el tercer cuerpo el conductor (la mente) y el cuarto cuerpo el amo (plena conciencia y voluntad).

Fig.7 A: Esto representa el funcionamiento del hombre mecánico común que posee solamente cuerpo físico. Todas sus funciones dependen de las influencias externas, que actúan sobre su cuerpo físico. B: Representa el funcionamiento de un hombre desarrollado, que posee cuatro cuerpos. En este caso las funciones comienzan desde la conciencia y la voluntad. C: La misma idea del funcionamiento del hombre desarrollado expresada en la parábola oriental del amo, el caballo y el carruaje.

El maestro le da instrucciones al conductor, el conductor escucha estas órdenes y maneja al caballo, y el caballo tira del carruaje en la dirección que se le indica.

La parábola alternativa de ésta es la historia del hombre que vive en la casa de cuatro habitaciones. Al principio habitaba en la más pobre de ellas y no sabía, hasta que se lo dijeron, que había tres habitaciones más en la casa que estaban llenas de tesoros, con la ayuda de un maestro, eventualmente encontró las llaves de estas otras habitaciones, pero solo cuando pudo entrar en la cuarta que era la más importante de ellas, se convirtió en el dueño verdadero de la casa. Ouspensky nos dijo que todas las religiones y otras formas de perfección, apuntan a conseguir la entrada a la cuarta habitación.

G. agregó que existen ciertas formas artificiales de obtener la admisión temporaria a la cuarta habitación. Existen también métodos completamente ilegítimos de lograrlo, los que pueden llevar a malos resultados. Lo que encuentra el hombre que se ingenia para penetrar en la cuarta habitación apelando a esos métodos, varía con los distintos casos, pero puede suceder que se encuentre con que la habitación está totalmente vacía de tesoros.

Poco tiempo después las reuniones en Warwick Gardens fueron suspendidas por una semana o dos, y esto me dio la oportunidad de reflexionar sobre la cuestión de la evolución del hombre.

¿Qué tenían que decir los científicos sobre este importante tema?

Hasta donde yo pude saberlo, la mayoría de los biólogos y antropólogos creen que la evolución mecánica, como la describe Darwin, ha llegado a su fin en el hombre, y que él ya ha logrado por este medio todo lo que puede esperar alcanzar. Cuando uno mira el proceso evolucionario como un todo, advierte que trabaja inyectando vida en lo que puede ser llamado espacios evolucionados vacíos; es decir, en esas regiones en las cuales las variadas posibilidades de los diferentes tejidos de un animal pueden ser efectivizadas.

Pero, como lo ha destacado Julián Huxley, todas las tendencias evolucionarias eventualmente alcanzan sus límites y se estabilizan. Por consiguiente, cuando se examinan los grupos mayores de animales, se ve que se separan en un número de tipos diferentes pero estrechamente aliados, que están todos en un mismo nivel de evolución. Es muy raro que algún grupo llegue a realizar lo que ha realizado el hombre, V. gr., atravesar el techo y alcanzar de ese modo un nivel de evolución superior.

Una irrupción de esa clase en un plano más elevado, ocurrió cuando el hombre conquistó la capacidad de hablar, pues esto le permitió transmitir a su descendencia ideas heredadas, abriéndole de ese modo una forma enteramente nueva de evolución. También es posible que otra irrupción en un plano superior haya tenido lugar cuando el hombre de Cromagnon ascendió a un mundo completamente extraño de valores religiosos y estéticos, hace unos quince mil años, pues fue por ese tiempo cuando el hombre comenzó a embarcarse en actividades que no poseían en absoluto un valor de supervivencia, tales como el adorno de sus armas, la decoración de su cueva y la práctica de los ritos.

¿Es posible que la humanidad esté en vísperas aún de otra irrupción en un nivel más elevado, producido esta vez por sus esfuerzos interiores y no por las circunstancias externas? Ésta es una pregunta fundamental, que Lowes Dickinson quizá tuvo in mente cuando escribió lo siguiente:

«El hombre está en formación, pero de aquí en adelante tiene que formarse a sí mismo. Hasta ese punto lo ha llevado la Naturaleza del barro primitivo. Le ha dado miembros, le ha dado un cerebro, le ha dado los rudimentos de un alma. Ahora le corresponde a él formar o deshacer ese espléndido torso. Que no vuelva a llamarla en su ayuda; pues es la voluntad de la naturaleza crear a quien tenga el poder de crearse a sí mismo». (Lowes Dickinson, A Modern Symposium).

Las palabras de Lowes Dickinson nos recuerdan las que usó Ouspensky cuando insistía en que la Naturaleza no exige del hombre ninguna evolución, y hasta se opone a ella. Siendo así, cualquier evolución posterior tendría que ser una evolución consciente, y la conciencia nunca puede evolucionar mecánica e inconscientemente. El progreso a lo largo de esta línea comprende también la evolución de la voluntad del hombre, y la voluntad no puede nunca evolucionar involuntariamente. Como siempre lo hacía después de estudiar las ideas del sistema, busqué entre mis libros hindúes y en el Yajur Veda hallé la siguiente referencia a la evolución del hombre: «He surgido de la tierra al mundo medio; he llegado del mundo medio al cielo; del nivel del firmamento del cielo, he ido al mundo del sol, la luz».

Sri Aurobindo comenta este pronunciamiento concerniente a las varias etapas de la progresión del hombre, y afirma que la tierra representa el mundo de la «materia», el bajo nivel del cual comenzó el cuerpo del hombre, y que el mundo medio representa el logro del nivel de la «vida». Con las palabras «firmamento del cielo», quiere decirse el plano de la «mente pura», y por nivel del sol, el logro de la «Supermente o Conciencia Superior». Y mientras pensaba en estos misterios, me vinieron a la mente las palabras utilizadas por G. muchos años antes, al responder una pregunta formulada por un miembro de su grupo de Moscú: «En comparación con la inteligencia de la Tierra, la inteligencia del Sol es divina». También recuerdo cómo se enojó Plotino con los gnósticos, por negar estos la divinidad del sol y las estrellas, las que él creía muy superiores, en la escala del ser, a los seres humanos.