Capítulo IX
La fábrica de tres pisos

Había pensado interrogar más a Ouspensky sobre los dos movimientos contrarios que tienen lugar en el Rayo de Creación: es decir, sobre la octava descendente por la cual se van formando materias cada vez más densas, y sobre otro movimiento ascendente que podría con el tiempo hacer que la Luna se asemejara a la Tierra, y la Tierra más al Sol. Pero no pude hacer mi pregunta, pues al comenzar la reunión siguiente, Ouspensky anunció que, habiendo dado ejemplos de la acción de las dos grandes leyes cósmicas operando en una escala inmensa, se proponía ahora mostrar cómo operan en la escala mucho menor del hombre. El hombre —nos recordó— es un modelo del Universo, un microcosmos en el macrocosmos, y muchas afirmaciones que son de aplicación al Universo, también sirven para él.

Además, una larga escala de las materias o hidrógenos halladas en el Rayo de Creación, se encuentran también en el hombre. Su ser contiene materias que vienen del nivel del Sol y hasta de un nivel más alto aun, y su posesión de hidrógenos tan altos, es uno de los factores que posibilitan su evolución. Ouspensky dijo que hasta ahora habíamos estado estudiando la creación y la conservación del Universo, pero que había llegado el momento de que hiciéramos un estudio parecido de la conservación del hombre.

El hombre —comenzó diciendo Ouspensky— gasta una gran cantidad de energía todos los días para vivir, y esta energía deriva de su alimentación. De acuerdo con el sistema, ingiere no una, sino tres clases de alimentos:

  1. La comida común que se pone en la boca.
  2. El aire que introduce en los pulmones.
  3. Y las impresiones que recibe por medio de sus órganos sensorios especiales.

Es sumamente fácil aceptar la idea de que el aire es un alimento del cual depende, en mayor proporción, que la comida que mastica y come, pero la idea de que nuestras impresiones sensorias son también alimento, nos resulta extraña. No obstante, las impresiones que nos llegan del mundo externo son todas ellas porciones de energía, ya sea que nos lleguen en forma de ondas de luz que atraviesan nuestra retina, como de ondas sonoras que nos alcanzan a través de los oídos, o como rayos de calor que nos golpean la piel. Además como ya nos lo había señalado, son estas impresiones del mundo exterior las que nos activan y nos ponen en movimiento, en la misma forma que la polea pone en movimiento el torno en un taller mecánico. Si todas las impresiones del mundo exterior llegaran a cesar —y hay otras además de la luz, el calor y las ondas sonoras— nos sumergiríamos directamente en un estado de coma, y moriríamos rápidamente. De las tres variedades de alimento, las impresiones son en gran medida las más importantes para nosotros, y solo podemos sobrevivir a su pérdida por un lapso muy breve.

Ouspensky dibujó después en el pizarrón un nuevo diagrama, que dijo que representaba al hombre como una fábrica química de tres pisos. El trabajo de esta fábrica es convertir las materias más groseras en otras más finas, constituyendo las materias más groseras, la materia prima que ingerimos como comida, y las materias más finas los variados materiales que necesitamos para la conservación de nuestra maquinaria y para el combustible que se consume para hacerla funcionar. Ouspensky dijo que una de las razones de que seamos incapaces de recordarnos a nosotros mismos, y que los Centros Superiores en nosotros no funcionen, es que los combustibles más finos que poseemos son insuficientes.

El hidrógeno 12 es necesario tanto para el Centro Emocional, como para el Emocional Superior, e invariablemente nos falta este espíritu de alta octava, de modo que el Centro Emocional en nosotros tiene generalmente que trabajar con Hidrógeno 24.

Hay dos formas de aliviar esta falta:

  1. Dejando de gastar Hidrógeno con fines inútiles.
  2. Produciendo mayor cantidad.

La elaboración de hidrógenos más finos era el tema sobre el que ahora quería hablar.

Ouspensky empezó su descripción del trabajo de la fábrica, diciendo que el proceso alquímico por el cual los materiales más densos se transforman en otros más finos está gobernado, al igual que todos los demás procesos, por la ley de octavas. Explicó que empleaba el término «alquímicos» en vez del término más común, «químico», porque lo que estaba a punto de describir estaba más estrechamente vinculado con la antigua ciencia de la alquimia, que con la ciencia moderna de la química.

Las palabras «Aprendan a separar lo fino de lo grosero» están inscritas en las Tablas de Esmeralda de Hermes Trismegisto, y ya veremos que esas palabras se adecuan al funcionamiento de la fábrica de tres pisos. El piso superior de la fábrica corresponde aproximadamente a la cabeza, el piso del medio al pecho y el más bajo al estómago, la espalda y la parte inferior del cuerpo. La comida física común que ingerimos por la boca es H 768 en la escala cósmica de hidrógenos que nos había dado antes, y, después de comerla, este material grosero entra en el piso más bajo del abdomen como do 768. Como está actuando aquí en tarea de conductor de la fuerza pasiva de una tríada, no debiera ser llamado Hidrógeno 768, sino Oxígeno 768. Después de entrar en el cuerpo se encuentra con el carbono 192 (la saliva y los fermentos que contiene) y se transforma rápidamente en Nitrógeno 384 (ver fig. 4).

Ouspensky nos señaló entonces que las tres sustancias, Oxígeno 768, Carbono 192 y Nitrógeno 384 que muestra el diagrama, forman una tríada, y que siguiendo el progreso de los tres alimentos a través de la fábrica de tres pisos, tenemos excelentes ejemplos de la forma en que trabajan al unísono las dos leyes cósmicas fundamentales, la Ley de Tres y la Ley de Siete.

Fig. 4 – Las primeras dos tríadas en la octava de la digestión de comida (H 768). El carbono, portador de la fuerza activa en estas tríadas, está representado por los círculos sombreados.

El diagrama que Ouspensky dibujó en el pizarrón, y que mostraba el funcionamiento de las dos leyes fundamentales dentro del cuerpo humano, era extremadamente complicado, y no nos proponemos reproducirlo aquí. A fin de que las cosas sean más simples, solo se han expuesto en la fig. 4 las primeras tríadas de las series de tríadas. En las figs. 5 y 6, la transformación de los hidrógenos más groseros en otros más finos se muestra solo como una octava ascendente, no estando marcadas las tríadas.

Volviendo a la octava del alimento que se ingiere por la boca, el do 768 se convierte, con ayuda de ciertos jugos digestivos, primero en re 384 y después en mi 192 (ver fig. 5) Aquí el proceso de refinación llegaría a su fin si no fuera por el hecho de que la octava de la comida recibe la ayuda de otra octava para llenar el intervalo mi-fa. La octava que proporciona esta ayuda tan necesaria es la segunda, u octava de aire. Ésta penetra en la fábrica de tres pisos por el segundo piso, se encuentra allí con la octava de comida, y le concede un poco de su energía superflua, de modo que mi 192 pasa a fa 96, sol 48, la 24 y si 12. Aquí llega a su fin frente al intervalo si-do. Seguimos ahora el avance de la segunda octava, o de aire, y ahí nos encontramos con que do 192 se convierte en re 96 y en mi 48. Como no recibe ayuda externa en el intervalo entre mi y fa, su avance queda detenido ahí. La tercera octava, o de impresión, se detiene aún más pronto. Suena la nota do 48 en el piso más alto o principal, pero tan débilmente que no llega más lejos.

Habiendo completado el dibujo de la fábrica de tres pisos, Ouspensky destacó que la octava de la primera clase de alimento era solo una para producir algo del tan necesario H 12, y que las otras dos octavas solo alcanzaban a llegar hasta mi 48 y do 48. Si, por lo tanto, queremos fabricar más H 12, tendríamos que hacer que las octavas de aire e impresiones fueran más lejos.

Afortunadamente es posible producir un desarrollo más completo de esas octavas creando una sacudida artificial o consciente en el lugar adecuado, es decir, en el punto en que se está haciendo sonar la nota do 768. Este punto coincide en el tiempo con el momento en que las impresiones están a punto de penetrar en nuestra conciencia y si el nivel de nuestra consciencia, se elevara en ese momento por la recordación de sí mismo, las impresiones habrían de golpearnos con fuerza adicional. Como resultado de ello, do 48 sonaría mucho más fuerte en el piso superior, pasaría primero a re 24 y luego a mi, en donde se detendría en el intervalo. (ver fig. 6).

Fig. 5 – Las tres clases de comidas, H-768, H-192 y H-48. La transformación de H-768 en hidrógenos más elevados es ayudada por la sacudida mecánica importada por la entrada de la octava de aire, do 192. Esta sacudida mecánica está representada por la línea ondulada.

En razón del sonido más claro de do 48, éste posee energía suficiente para establecer contacto con mi 48 de la octava de aire, e impartirle la fuerza adicional necesaria para que pueda pasar a fa 24, sol 12 y hasta la 6, que es el mejor hidrógeno que la fábrica humana es capaz de elaborar.

Ouspensky dio fin a su descripción de la fábrica de tres pisos diciendo que la producción de hidrógenos superiores podría ser aumentada aun más por la producción de otra sacudida consciente en el organismo humano. Como la naturaleza precisa de esta segunda sacudida artificial, es más difícil de describir, que la primera sacudida consciente de la recordación de sí mismo, propuso que en ese momento no lo discutiéramos.

La lección más importante que puede extraerse del estudio del diagrama de la alimentación, fue que nosotros somos empresas químicas muy mal dirigidas, fábricas que llegan a producir, solamente los productos terminados necesarios en forma de materiales más finos, con el solo fin de mantener la maquinaria en movimiento… Sería por cierto más correcto admitir que no hemos alcanzado ni siquiera este standard de producción, pues mientras que el Centro Emocional debiera de ser provisto de H 12 como combustible, se ve sin embargo obligado a funcionar con H 24, que es el mismo combustible que utiliza el centro motor, y la explicación de este pésimo estado de cosas, es que se perdieron por algo así como agujeros, cantidades muy grandes de productos más finos, o fueron quemados en actividades inútiles, tales como:

  • Identificaciones.
  • Charlas insustanciales.
  • Tensión muscular.
  • Emociones negativas.

Fig. 6 – Transformación más completa en hidrógenos superiores, producida por la intervención de una segunda sacudida consciente, en el momento en que entran en la conciencia las impresiones sensorias. Esto está representado por la segunda línea ondulada.

Unos pocos minutos perdidos en enojos o desesperación, son suficientes para destruir lo que le ha costado a la fábrica muchas horas hacer, de modo que nos sentimos completamente desprovistos de energía. Sería sumamente inconveniente para nosotros, aumentar la producción de productos más finos de la fábrica, antes de haber dado los pasos necesarios para reducir tan enorme cantidad de desperdicios.

Ouspensky nos aconsejó que comenzáramos este proceso de ahorro, descubriendo cuáles son nuestros métodos favoritos de malgastar energías, pues aun cuando todos nos parecemos a los demás por ser empresas altamente antieconómicas, diferimos en los métodos que empleamos para disipar energías; una persona utiliza un gran caudal de energía en:

  • Charlas insustanciales.
  • En soñar despierto.
  • En consideraciones interiores.
  • En emociones negativas.

Nuestras observaciones en la materia durante los pocos meses siguientes, rindieron resultados muy interesantes, y con el tiempo descubrimos no solo muchas de nuestras filtraciones, sino que hasta experimentamos la sensación, de que volcábamos energía fuera de nosotros, en el momento en que se estaba produciendo el desperdicio. La idea del inútil derroche de energía pasó de ese modo del ámbito de la teoría al de la práctica, de modo que ya no fue posible dudar más de su verdad.

Ouspensky nos dijo, que la energía que elaborábamos hoy era para utilizarla mañana, y nos aconsejó que cuando ese «mañana» llegara, lleváramos una especie de cuenta sencilla de la forma en que la gastábamos. Si procedíamos así, podríamos descubrir hasta dónde somos imprudentes en nuestro gasto de este material tan valioso. Nos asemejamos a esas personas que cuentan con un poco de dinero del cual dependen para vivir, y lo gastan por completo durante las primeras horas de la mañana, en cosas completamente innecesarias, de modo tal que no les queda nada para vivir el resto del día. Los hidrógenos superiores son la cosa más valiosa que poseemos, necesaria no solo para la vida corriente, sino también para el crecimiento y el desarrollo interiores. Ouspensky nos recordó entonces, lo que nos había dicho anteriormente, sobre la formación de los cuerpos más finos, en los hombres más evolucionados, V. gr. que estos cuerpos están formados por las reservas acumuladas de hidrógenos superiores.

No existe —dijo— posibilidad alguna de que se realice en nosotros ningún cambio verdadero, a menos que ahorremos y elaboremos mucho más de esas valiosas sustancias.

Ouspensky estaba particularmente interesado en los escritos de los viejos alquimistas, de los que se creía popularmente que solo se ocupaban del estudio de métodos de transformación, de los metales más bajos, en oro. Pero este trabajo nominal suyo era frecuentemente una pantalla que ocultaba sus actividades secretas. En la Edad Media era extremadamente peligroso que alguien mostrara interés en sistemas de filosofía y psicología que no estuvieran aprobados por la todopoderosa, y a veces tiránica, Iglesia. Cualquier sospecha de que un hombre estaba entrometiéndose en esas prácticas paganas, proporcionaba excusa suficiente para arrestarlo de inmediato y ser sometido a juicio por herejía, por lo que la ocupación de transformar metales ordinarios, en metales más finos, proveía a los pensadores de una fachada conveniente, detrás de la cual trabajaban tranquilos. El interés del mejor tipo de alquimista, no residía tanto en el cambio de plomo en oro, sino en la transformación del hombre en una especie nueva de hombre. Ouspensky nos decía que era probable que algunos de los alquimistas fueran estudiantes de ideas muy parecidas a las que ahora nos interesaban a nosotros.

Mientras me dirigía a casa después de la reunión, iba pensando si toda esa conversación sobre la transformación de sustancias más groseras en materias más finas, y sobre la conversión de do 48 en la octava de impresiones, en re 12 por medio de una sacudida consciente, tendría para mí algún valor práctico.

En lo que a mí respecta, el principal interés del diagrama del hombre, como una fábrica de tres pisos, reside en el hecho de que une y muestra la relación que hay entre dos partes del hombre, que jamás habían sido combinadas antes en un solo diagrama; V. gr. la comida física que ingiere por su boca y las impresiones psicológicas que recibe por los órganos de los sentidos. Por vez primera en mi experiencia dos pedazos muy incompatibles del hombre, se ajustaban: su fisiología y su psicología. Esto es, naturalmente, el resultado de lo que se ha hecho anteriormente: V. gr., la sustitución de una filosofía monista por una dualista.

¿Es justificable —pensaba yo—, considerar las impresiones como alimento? La idea no carece de razón si por comida nos referimos, a materia prima que tiene que ser ingerida para conservar la vida y el crecimiento. Lo que Ouspensky dijera acerca de la necesidad vital de tener impresiones era probablemente cierto, y recordé una referencia hecha en Phisiology, de Michael Foster, sobre un muchacho que padecía cierta enfermedad nerviosa que había destruido todas sus sensaciones táctiles, el oído y la vista de un ojo, y que de inmediato caía dormido, cuando el otro ojo, el sano, se cerraba. Si lo que el sistema dice es cierto —en cuanto a mí, ahora me parece cierto—, que los mensajes del mundo exterior actúan sobre nosotros como una polea actúa sobre un torno, entonces es completamente lógico considerar a las impresiones como alimento.

Así también es razonable suponer que mientras más profundamente estemos dormidos en el sentido que el sistema da a la palabra, nuestras impresiones habrán de ser menores. Aquí, de todos modos, había algo que podía ser sometido a una prueba práctica, y yo lo hice así, tratando de recordarme a mí mismo mientras recorría la larga extensión de la calle Harley. Después de varias pruebas de esta clase quedé convencido de que las impresiones que recibía en instantes de recordación de mí mismo, eran a la vez numerosas y más nítidas que las que recibía en otros momentos. Existían muchos mensajes del mundo exterior que jamás alcanzaban mi conciencia anteriormente, pese a mis esfuerzos por autorecordarme, y esto ocurría así particularmente cuando se trataba de ruidos. Cuando empecé a recordarme a mí mismo, todo un mundo nuevo de sonido nació a mi alrededor, un mundo que anteriormente yo había ignorado casi por completo. De inmediato advertí el murmullo del tránsito, el sonido que hacían mis propios pasos; la charla de la gente que pasaba a mi lado, el cerrar de puertas y el distante barullo de los vehículos. También es cierto que vi cosas que antes no había advertido, pero el cambio de no ver a ver fue menos impresionante que el de no oír a oír. Estos experimentos me convencieron de que lo que Ouspensky había dicho era cierto, y que un esfuerzo consciente realizado en el momento de recibir impresiones, aumenta enormemente su nitidez. No quedaba la menor duda sobre eso.

Yo estaba ahora dispuesto a aceptar que las impresiones fueran alimento, entonces, tal como ahora hay cosas como carne buena y carne mala, también tiene que haber impresiones que sean adecuadas para el consumo humano e impresiones que no lo sean, y hay que ver de qué miserables impresiones tiene que subsistir alguna gente, y particularmente las que viven en las grandes ciudades; impresiones que les llegan de sombríos callejones y de monótonas calles en las que se alinean casas tristes, todas ellas hundiéndose lentamente en la decadencia; de estrechos bloques de oficina que ocultan el cielo, y de chimeneas de fábricas que arrojan humo. No hay en ninguna parte nada fresco salido de la mano de ese sublime artista, la Naturaleza; nada que no sean las obras chillonas y faltas de inspiración del hombre dormido.

Sin embargo, por grises que pudieran ser las impresiones recibidas de estas abominaciones industriales, no son forzosamente venenosas para aquellos que las absorben, como algunas impresiones indudablemente lo son. Pensé en las Cámaras de los Horrores en lo de Madame Tussaud, en las delicias enlatadas de Hollywood y de la televisión, en los avisos que se enfrentan con uno en los subterráneos y en los titulares trágicos de los diarios de la noche… ¡Qué material corrompido para alimentar las almas! Y entonces el verdadero significado de aquellas palabras que muchas veces debo haberles dicho a mis pacientes, se me presentó claramente: «Lo que usted necesita es un cambio de aire». No un cambio de aire, sino un cambio de impresiones, era lo que necesitaban esos pobres pacientes empobrecidos. Si se sacaran muestras del aire de Shoreditch, del cual viven, y se lo analizara y se comparara con el aire de Sandgate, adonde iban a dirigirse, se encontraría poca a ninguna diferencia entre ellas, excepto, quizá, una pequeña preponderancia de polvo en el aire de Shoreditch. Sin embargo una quincena en Sandgate le reporta al paciente inmensos beneficios. Cuando nos quedamos demasiado tiempo en un mismo ambiente las impresiones que recibimos en él se debilitan y dejan de nutrirnos, pero si somos transportados a otra parte súbitamente; digamos de Shoreditch a Sandgate, entonces vemos todo como nuevo y resplandeciente. Bebemos en el mar, las rocas y el cielo, oímos las ásperas protestas de las gaviotas mientras se precipitan sobre el muelle en busca de los despojos de animales, olfateamos alquitrán y algas marinas en el aire y después, inundados con todas estas impresiones nuevas y nítidas, nos sentimos revivir.

Es verdaderamente cierto, como me lo señaló solemnemente un miembro mayor del grupo, que si estuviéramos menos dormidos, podríamos extraer toda la nutrición que necesitamos en forma de impresiones, observando una mancha de tinta en un papel secante, pero el hecho es que no estamos despiertos, y por consiguiente se nos hace necesario ir periódicamente a lugares tales como Sandgate. Es necesario tomarnos la medida y darnos cuenta de lo poco que somos capaces de hacer, y de que es sumamente inservible tener una opinión exagerada de nuestras capacidades.

Aunque nadie engulle a sabiendas comida mala, sino que la aparta a un lado, pocos de nosotros consideramos necesario rechazar las impresiones malas. Sin embargo, es tan importante protegernos a nosotros mismos de las películas, juegos, libros y cuadros venenosos, como lo es protegernos de comer alimento podrido. A veces no podemos evitar entrar en contacto con impresiones malas, pero es posible, con un poco de práctica, negarnos a identificarnos con ellas y, por así decirlo, hacernos a un lado.

Del mismo modo también puede hacerse algo para absorber en forma más plena las impresiones que recibimos. Como ya se ha dicho, la intensidad de las impresiones es aumentada por la autorecordación, y así también, pueden ser fortalecidas recibiéndolas como las recibe un niño, con la esencia. En este momento estoy mirando la biblioteca que está frente a mí y recibo impresiones vívidas de colores brillantes que vienen de las tapas y particularmente de una de color azul oscuro. Pero inmediatamente el pensamiento asociativo comienza a funcionar en mi mente en relación con este libro en particular —el nombre del editor, ciertos recuerdos de uno de los directores de la firma— una docena de otros pensamientos fútiles han capturado mi atención, y ¡zas!, los colores brillantes de la biblioteca se han desvanecido, y desaparecen después del todo. Veo todo ahora no como lo vería un niñito, sino como está condenado a verlo un adulto maltrecho, «achacado con el pálido tinte del pensamiento». Es como si la niebla de Londres hubiera invadido mi habitación, despojando a todas las cosas de su frescura.

El niño pequeño y lo mismo el visionario, ven el mundo en colores puros, desnudos, no manchados por los beiges y grises sombríos del centro formatorio; «Ojos de tigre ardiendo brillantes, en la tiniebla de la noche»; sí, no solo amarillo puro y negro, sino amarillo iluminado desde adentro. Aldous Huxley ha señalado que «la luz sobrenatural y el color son comunes a toda experiencia visionaria» e ilustra esta tesis con un extracto de Candle of Vision, de George Russell. El poeta irlandés dice de su propia experiencia:

«Estaba sentado a la orilla del mar, escuchando a medias a un amigo que discutía violentamente sobre algo que me aburría. En forma inconsciente miraba una película de arena que había levantado con la mano, cuando repentinamente vi la exquisita belleza de cada uno de sus granos; en lugar de ser opaca, vi que cada partícula estaba construida según un perfecto modelo geométrico con ángulos agudos que reflejaban, cada uno de ellos, un brillante rayo de luz, mientras que cada uno de los diminutos cristales brillaba como un arco iris… Luego, repentinamente, mi conciencia fue alumbrada desde adentro, y vi en forma nítida a todo el universo compuesto de partículas de material que, por opacas y muertas que pudieran parecer, estaban no obstante repletas de intensa y vital belleza. Por uno o dos segundos el mundo entero apareció como un destello de gloria».

Funcionaba en ambos sentidos, Atravesado súbitamente por un destello de belleza, el hombre puede desconcertarse momentáneamente, saliendo de su sueño; o al revés, por medio de la recordación de sí mismo el mundo exterior adquiere luz y color.

Es en tonalidades nítidas y frescas como ve a menudo un objeto común el artista inspirado, y yo ya no protesto mas contra las extravagancias de nuestras modernas escuelas de pintura. Sus cuadros son a menudo infantiles y rústicos, pero es que luchan por retratar lo que verdaderamente han visto, cuando se liberan de los anteojos oscuros del pensamiento asociativo.

Las impresiones del mundo exterior nos llegan atenuadas y distorsionadas por los obstáculos que han encontrado al fin de su viaje. Algo se yergue entre ellas y nosotros, y ese algo es una capa de fantasías e imágenes en nuestras mentes, una capa que tiene que ser rasgada antes de que las impresiones puedan ser registradas por nosotros. Nos engañamos a nosotros mismos si nos imaginamos que nuestras mentes están tan abiertas a las impresiones como la mente de un niño, pues siempre está ahí esta capa enredadora de ruidos y distracciones. Solo en el sueño sin ensueños se detiene esta secuencia de desordenadas palabras y murmullos en esta región de la mente, de modo que las murmurantes galerías de la mente están completamente silenciosas. Esto significa que en nuestro estado ordinario nunca podemos recibir impresiones en toda su pureza, sino que vemos las cosas como la gente las ve al amanecer, antes de que el sol haya tenido tiempo de dispersar las neblinas de la mañana. «Si se limpiaran las puertas de la percepción» veríamos las cosas en forma mucho más nítida y como realmente son, o como supone Aldous Huxley que la vio Adán cuando en la mañana de su creación miró «este milagro, momento a momento, de la existencia desnuda».

Y si las cosas se vieran puras e incontaminadas de pensamientos asociativos, una resonante impresión de do 48 golpearía las cámaras interiores de nuestras mentes, nota que pasaría sin la menor dificultad a mi 12.

Una de las razones por las que este resonante do 48 suena tan raras veces en Occidente, es nuestra verdadera fiebre de acción, de modo que nunca estamos dispuestos a entregarnos enteramente a «ser», sino que en lugar de eso tratamos de hacer varias cosas al mismo tiempo. Charlamos con nosotros mismos o con alguna otra persona mientras contemplamos un cuadro y, cuando comemos, acomodamos un libro sobre la mesa para poder leer. Por causa de este deseo de «hacer», nuestras impresiones raras veces nos llegan puras e incontaminadas, sino que generalmente están revueltas y borroneadas. Lo que tenemos que aprender es no tanto cómo «hacer», sino cómo «no hacer», y los libros del Budismo Zen están llenos de consejos sobre la necesidad que hay de «ser» antes que de «hacer». En The Supreme Doctrine, Hubert Benoit transcribe la siguiente conversación entre un monje budista Zen y su maestro:

MONJE: Para poder trabajar en el Sendero, ¿hay una forma especial?

MAESTRO: Sí, hay una.

MONJE: ¿Cuál es?

MAESTRO: Cuando uno tiene hambre, come; cuando está cansado, duerme.

MONJE: Eso es lo que todos hacen: ¿es el sistema de ellos igual al suyo?

MAESTRO: No es lo mismo.

MONJE: ¿Por qué no?

MAESTRO: Cuando comen, no solamente comen, sino que tejen toda clase de fantasías. Cuando duermen dan rienda suelta a miles de pensamientos inútiles. Es por eso que su sistema no es el mío.

Ouspensky y Gurdjieff enseñaban una lección similar, y la mayor parte de nuestra tarea en las primeras etapas del trabajo estaba dedicada más a tratar de no hacer algo que generalmente hacíamos, que a tratar de hacer algo nuevo. Que Gurdjieff tenía métodos en común con los del maestro budista Zen está confirmado; también por la historia siguiente, que me contó Maurice Nicoll hace mucho tiempo. Una vez, muy tarde, en una noche iluminada por las estrellas, se acercaron para disfrutar de una comida que necesitaban mucho, a un espacio de hierba al costado del camino, y Gurdjieff esparció el contenido de su canasta de picnic sobre la tabla del coche e invitó a Nicoll a que se sentara y comiera con él. Así lo hizo, pero mientras comía empezó a recitar sobre la cúpula estrellada que se cernía sobre sus cabezas. Gurdjieff lo llamó seriamente al orden. Estaban ocupados —le dijo— comiendo, y no en la fabricación de malos versos. Hay un tiempo para cada cosa, y éste era el momento de entregarse a los placeres y las impresiones derivadas de la comida.