Capítulo VIII
Pensamientos sobre el rayo de creación

¿Quién conoce el secreto? ¿Quién puede desnudarlo?

¿De dónde surgió verdaderamente este Todo Múltiple?

Los Individuos Divinos fueron posteriores a su nacimiento.

¿Quién puede, entonces, decir de dónde surgió esta Gran Creación?

Si hay más allá de ella una Voluntad o si no hay ninguna

Solo Él, que es la Conciencia de todo lo que Existe,

¡Solo Él sabe —y puede ser que ni aún Él lo sepa—!

Eso recitaba el autor del Rig Veda, o Himno de la Creación, unos 1500 años antes de la venida de Cristo, pues los Vedas fueron pasando de unos a otros por medios orales, mucho antes de haber sido confiados al papel, y habiendo expresado sus dudas sobre si aun «El que es la Conciencia de todo lo que Existe», conoce a fondo la historia de la Creación, el Rig Veda nos dice que antes de la manifestación del Universo fenomenal… «no había ni no entidad ni entidad, ni atmósfera, ni cielo más atrás. No había muerte, ni por lo tanto inmortalidad; ni día ni noche, Solo el Uno, sin aliento por su esencia. No había nada que fuera distinto de él, ni que estuviera más allá. De este germen manaron poderosos poderes productivos, la naturaleza abajo y la energía arriba».

El Universo siempre ha sido y siempre será un misterio para el hombre, No hay nada con lo que se lo pueda comparar, pues lo es todo y no deja lugar para ninguna otra cosa. En algunas personas ha muerto el asombro, pero aquellos que aún ponderan los misterios de su propia existencia y de su relación con el Universo, se asemejan a niños que, habiendo tropezado con algo que es sorprendentemente extraño, buscan de aminorar el misterio de todo el asunto, contándose a sí mismos historias sobre él, que les infunden coraje. Tenemos muchos relatos distintos, de entre los cuales podemos elegir. Está la inteligente narración que hacen los científicos, pero es una historia exasperante que se derrumba antes de haber empezado. Heráclito, el Padre de la Ciencia, empezaba y terminaba cada una de sus narraciones con una sola exclamación: «No hay otra cosa que átomos y espacio».

Y esta misma historia truncada, ocasionalmente con ligeros agregados, sigue siendo narrada aún por algunos de nuestros actuales hombres de ciencia, «No existe nada —murmuran— salvo partículas danzantes o electricidad positiva y negativa. Es completamente inútil ponerse a especular sobre la naturaleza de tales cosas».

Pero en el Rayo de Creación de G., se me había proporcionado nuevo material para poder pensar, de incalculable interés.

Era la historia de la Creación del Universo narrada por un vidente en estado superior de conciencia, y lo primero que me impresionó de él, fue su parecido, con la historia contada por los rishis autores de los Vedas Hindúes, historia que ha sido simplificada en la medida de lo posible para adaptarla al diario. Al ir haciéndome más viejo voy confiando cada vez menos en la capacidad de mi mente, o de cualquier otra mente humana, para ver las cosas tal como verdaderamente son. En la juventud me veía a mí mismo escalando temerariamente grandes pináculos de pensamiento, trepando cada vez más alto, y más aún, hacia el Empíreo, en busca de la verdad, y tendiendo finalmente la mano para capturarla, Con la edad, este cuadro mío ha perdido todo su heroísmo y su grandeza. Ya no veo más a un intrépido trepador, sino a un niño de corta edad en su lugar, sentado en una especie de jardín de infantes y garabateando palabras sencillas en una pizarra. Las cosas tienen que sernos presentadas en forma muy fácil para mí y mis compañeros, pues por más que finjamos, nuestras mentes son capaces de entender muy poco acerca de todas las cosas que son de verdadera importancia para nosotros. No podemos esperar verlas nunca tal como realmente son, y tenemos que contentarnos solamente con aproximaciones a la verdad. De ese modo, durante todas las interesantes disertaciones de Ouspensky sobre el Rayo de Creación, y particularmente cuando se anunciaba algo de naturaleza muy desconcertante, yo me oía a mí mismo murmurando: «No exactamente eso, sino algo muy semejante. Naturalmente, todas estas cosas tienen que sernos presentadas en forma muy fácil, y esa era la forma más simple de expresar lo que los creadores del sistema pudieron proyectar».

Tenemos, por ejemplo, esa afirmación un tanto asombrosa y desconcertante de G., de que todo, incluyendo el conocimiento es material. Al principio mi mente se retraía ante esa declaración, pero indudablemente se podía sacar muchas ventajas aceptando esa idea, si de un examen más detenido resultaba que pudiera ser posible. La relación entre mente y materia, y la forma en que estas entidades, que son radicalmente diferentes, se las arreglan para encontrarse y actuar la una sobre la otra, como por cierto lo hacen, ha sido un enigma antiquísimo para los filósofos, y aquí se nos presentaba una forma excelente de salir del problema. Nadie puede dudar en lo más mínimo de que la mente afecta al cuerpo; y la mejor forma de resolver el enigma de cómo se las arregla para hacerlo, es sustituir una filosofía monística por una dualística. Se obtienen grandes ventajas considerando al Universo como compuesto de una sola materia, se tome ese material como mente o como materia. Al principio yo sentía que hubiera preferido un monismo idealista antes que materialista, pero el materialismo propuesto por el sistema de G. era tan totalmente distinto del materialismo científico ordinario, que yo no tenía ahora la menor voluntad de aceptar a este último.

Obviamente quedan ahora dos métodos posibles de cerrar la grieta entre mente y materia, siendo la primera aquella que utilizan los hombres de ciencia materialistas: el método de rebajar la mente al nivel de la materia: y el segundo, el de elevar la materia hasta el nivel de la mente. Éste era el método que los autores del sistema de G., habían elegido y llevado a cabo con mucho éxito. Uno de los beneficios inmediatos derivados de esta maniobra suya, fue que restituyeron al Universo lo que tanto los materialistas como los dualistas le habían quitado: la vida, el propósito, la inteligencia. El sistema considera el Universo, y todo lo que en él hay, como algo vivo, y vivir significa tener un intercambio incesante entre el organismo y su ambiente, un comercio de energías tan notable que es difícil decidir dónde termina el organismo, y dónde empieza su ambiente. El sistema implica también que todo lo que hay en el Universo está mucho más íntimamente ligado con todo lo demás, que lo que se supone, de modo que, como había dicho Ouspensky, un cambio que se produjera aquí en la Tierra ha de tener algún efecto inesperado en un mundo muy distante. Al hablar del Rayo de Creación también describió el espacio existente entre los variados mundos del Rayo de Creación, diciendo que está cargado de fuerzas que pasan en distintas direcciones, y estas energías son algo así como un volcamiento de energías de las cosas vivientes en su medio ambiente.

Lo que me interesa en este preciso momento en que estoy sentado en mi escritorio tratando de recordar las ideas que aprendí de Ouspensky en la habitación de Warwick Gardens durante veinte años, es que al paso que esas ideas carecían entonces completamente de ortodoxia, algunas de ellas gozan ahora de apoyo científico. Por ejemplo, fue de Ouspensky y no de ningún libro científico, que aprendí por primera vez que la materia y la energía son realmente una y la misma cosa, y que el Universo está en proceso de crearse a sí mismo. Sé muy bien que esta última idea no ha sido todavía aceptada generalmente por los astrónomos, pero hay muchos que ahora están de su parte, y consideran al espacio interestelar como la matriz de donde proviene el material que requiere el Universo para crear más. De acuerdo con Hoyle, la cantidad de hidrógeno existente en el espacio excede con creces la cantidad que puede encontrarse en las galaxias estelares del Universo, y los nuevos mundos se están elaborando con este hidrógeno sobrante. En otras palabras: el espacio interestelar está tan abundantemente cargado de energía, que algunos astrofísicos lo consideran la matriz de la que nace toda nueva energía, Adoptando esta idea en sus Conferencias de Gifford, Macneile Dixon declara que las energías creadoras de la Naturaleza residen en esta gran red de radiaciones existentes en el espacio, y no en la condensación de materia en las estrellas y nebulosas. «Las cosas visibles y tangibles no son más que los polos o terminaciones de estos campos de energía no percibida. La Materia, si es que existe en cualquier sentido, es un socio durmiente en la firma de la Naturaleza». (Macneile Dixon, The Human Situation).

La teoría de la creación continua, defendida por científicos de la talla de Bondi, Golde y Hoyle, postula que la materia interestelar del Universo se mantiene a un nivel constante, por la aparición de un nuevo átomo de hidrógeno, en el curso de un año, en un volumen de espacio igual al que ocupa la Catedral de San Pablo. A primera vista, esta cantidad de material nuevo podría parecer muy escasa para hacer frente a las necesidades de la construcción del Universo, pero cuando se recuerda la inmensidad del espacio y se tiene presente que constantemente se está elaborando material nuevo en toda su extensión, da vértigos pensar cuánta puede ser la cantidad total creada. Además de eso, muchos astrofísicos creen que la creación de este nuevo material proporciona la fuerza ampliatoria que determina la expansión del Universo. Al mismo tiempo que mundos enteros son echados hacia los límites más lejano del espacio y se pierden para siempre, se forman otros nuevos que ocupan sus lugares.

La insistencia de G. sobre la vinculación que existe entre todas las cosas y su afirmación de que la humanidad es susceptible de influencias que le llegan desde los planetas, dio origen a las preguntas que se le hicieron a Ouspensky en la reunión siguiente, sobre el tema de la astrología. «¿Hay algo de verdad en eso?», preguntó alguien, a lo que Ouspensky contestó que existió, alguna vez una ciencia verdadera de la astrología, pero que este antiguo conocimiento se había deformado. También le recordó al que le interrogara, el hecho de que la única parte de la psiquis del hombre sobre la que influyen los planetas es su esencia, y que en el hombre occidental moderno, es muy raro encontrar alguien en quien la esencia se haya desarrollado adecuadamente. Era por eso que G. hablaba de masas de humanidad, más que de hombres y mujeres afectados individualmente por influencias planetarias. Ouspensky nos contó una historia con el propósito de mostrarnos más claramente, cómo había contestado una pregunta similar sobre astrología que le hicieron en el grupo de Moscú. Nos dijo que G. y algunos de los integrantes del grupo salieron a dar un paseo por el parque, y que G. estaba un poco adelantado mientras ellos caminaban detrás suyo, profundamente abstraídos en una conversación sobre el tema de la astrología. G. dejó caer de repente su bastón y uno de ellos, agachándose, lo levantó y se lo entregó. G. siguió andando delante de ellos por uno o dos minutos como lo había hecho antes, y entonces se volvió y dijo: «Eso era astrología». La astrología tiene que ver solamente con la esencia, y es también su esencia la que determina el tipo de un hombre. Explicó que todos ellos lo habían visto dejar caer su bastón, y sin embargo solamente uno se había agachado para levantarlo y devolvérselo. Entonces les pidió que, cada uno de ellos le describiera por turno qué había sentido y cómo había reaccionado interiormente al ver caer el bastón. El primero dijo que como estaba mirando en ese momento en otra dirección, no había notado siquiera que G. había dejado caer su bastón. El segundo dijo que en ese momento estaba mirando muy fijamente a G., y que había llegado a la conclusión de que la caída del bastón no era casual, sino que G. lo había arrojado muy deliberadamente. Por esa razón se había quedado esperando para ver qué sucedía. El tercero dijo que había estado tan absorto en sus pensamientos sobre el tema de la astrología, que jamás se le había ocurrido detenerse a pensar en levantar el bastón del suelo. La reacción del cuarto había sido tan lenta, que antes de que tuviera tiempo de decidirse a actuar, algún otro había hecho lo que con tanta seguridad hubiera hecho él mismo, si hubiera dispuesto de tiempo suficiente y describiendo en esta forma sus variadas reacciones, los seguidores de G. le mostraron a éste también sus tipos, tema en el que G. estaba particularmente interesado. Ouspensky nos dijo que alguna vez existió una ciencia antigua de los tipos, pero, como él personalmente sabía muy poco del asunto, no se proponía extenderse sobre ese tema.

Un aspecto del relato de G. sobre la creación que me atrajo muy fuertemente, fue la idea sobre la función de la vida, en este planeta. Describió la vida orgánica como una película que abarca la tierra y que posee ciertas propiedades importantes. Absorbe algunas de las energías que le llegan del espacio, las transforma y luego las proyecta hacia la Tierra. De acuerdo con G., la vida sobre la tierra no es producto de la casualidad, sino algo que es muy necesario para el bienestar de la Tierra.

Ésta, vez me pregunté a mí mismo si habría algo que apoyara esta teoría. Cuando uno toma en consideración el bullente mundo de microorganismos que pululan en la tierra, y la vida del plancton de los océanos, igualmente abundante, no era irracional comparar la Vida Orgánica a una película que cubre la Tierra, ¿pero existe algo que confirme la ingeniosa idea de que esta película es un transformador de energías?

He dedicado muchos pensamientos a esta idea desde que oí hablar de ella hace unos treinta años, y el ejemplo más evidente de que la vida sobre la Tierra actúa como un transformador de energía, está dado por las plantas. Una gran parte de la luz ultravioleta que nos llega del Sol, es absorbida por la estratósfera, en la cual ocasiona ciertos cambios en el sentido de ionización, y también da origen a dos fenómenos: La Aurora Boreal y la Luz Zodiacal. Pero es el destino de la luz que penetra la estratósfera lo que más interesa, pues esta luz es la causante de los fenómenos de fotosíntesis en las plantas, que es una industria química de la que depende enteramente la vida animal. En las hojas de las plantas, la luz suministra la energía para la transformación de las moléculas más pequeñas de agua y dióxido de carbono en moléculas más grandes de almidón, azúcar y celulosa. En otras palabras, las plantas reciben energía de la luz, la transforman en energía química, y los productos de esta incesante industria eventualmente regresan al suelo. Puede muy bien ocurrir que muchas otras transformaciones estén realizándose por medio de la Vida Orgánica, y de las cuales nosotros hasta ahora no sepamos nada.

De una cosa, sea como sea, podemos estar seguros, y es que la Vida Orgánica ha jugado, y sigue jugando todavía, un rol muy importante en el desenvolvimiento de la Tierra. Estoy en deuda con el muy interesante libro de Vernadsky, Le Biosphère, por lo que voy a relatar a continuación sobre el rol que juega la vida en la evolución de la Tierra. Al emplear el término biosphère, Vernadsky se refiere a la película de vida que se extiende sobre la superficie de la Tierra, y que penetra las capas más superficiales de su corteza. Considera a esta película como un agente muy activo, o, para emplear sus propias palabras, como «una… continua, permanente y poderosa perturbadora de la inercia sobre la faz de nuestro planeta…», descripción de la Vida Orgánica que es muy parecida a la que diera G.; Vernadsky opina que la vida tiene un efecto tan profundo sobre los procesos químicos que se desarrollan sobre la corteza terrestre, que si toda vida muriera súbitamente, muchos de esos procesos químicos se detendrían. Los minerales de las capas más altas de la corteza, el alumbre libre, todos los ácidos silicáceos y los hidratos de hierro y aluminio no se formarían más en ellos, porque los elementos de los que surgen estos compuestos, se hubieran combinado para formar otros compuestos químicos. Un estado de equilibrio químico sería impuesto por lo tanto sobre la Tierra, una calma química que solamente sería trastornada por alguna proyección hacia arriba de material proveniente de las capas más profundas de la corteza, por ciertas emanaciones gaseosas y por escasas erupciones volcánicas. Tan lentos serían todos los cambios químicos en la corteza de la Tierra, que solo serían notados después del transcurso de largos períodos de tiempo geológico. También serían considerablemente reducidos en la atmósfera el oxígeno libre y el ácido carbónico, y, a causa de esta pobreza de oxígeno, los procesos de oxidación sobre la superficie de la Tierra, cesarían, a todo fin y propósito.

Debe tenerse presente que gran parte del trabajo de la biosfera es tan discreto que pasa inadvertido. Si no fuera por las investigaciones de los bacteriólogos y los químicos, las diversas actividades de los microorganismos del suelo serían completamente desconocidos. El trabajo que hacen otras formas pequeñas de vida es mucho más espectacular, porque se realiza en escala verdaderamente colosal. Tan inmensas son las labores que realizan las Foraminiferas y las Radiolarias, que producen cambios en el paisaje, tales como la formación de colinas y depresiones.

En vista de todo lo que, ha sucedido, y está aun sucediendo, con la corteza de la Tierra desde que la vida apareció por primera vez en el planeta, es difícil seguir ya poniéndose de parte de la opinión científica, que dice que la vida tropezó con la Tierra solo por casualidad. Estoy convencido de que G. está en lo cierto, cuando declara que todo depende de todo lo demás, en escala mucho mayor que lo que creen los hombres de ciencia.

Así, creo también que el Universo es manejado por el principio de alimentación recíproca, de automanutención, y que la vida depende de la Tierra, tanto como la Tierra depende de la vida.

Había muchas cosas en la descripción que G. hacía del Universo, que debieran de haber provocado una fuerte resistencia en una persona criada, como lo había sido yo, en base a una dieta estrictamente científica; una de ellas, sus ideas sobre las respectivas «inteligencias» de la Tierra y del Sol. Pero en realidad yo no reaccionaba a estas extrañas ideas, en la forma que hubiera esperado reaccionar, pues jamás he aceptado entusiastamente la idea de los científicos de que «el Universo es una máquina». Me ha parecido sencillamente natural que en la edad de las grandes máquinas, los hombres consideren que el Universo es una gran maquinaria, así como en una época primitiva lo habían considerado el hogar de dioses y demonios. Pero la alegoría de una maquinaria que va gastándose, apoyada por científicos del siglo diecinueve, y la alegoría de la danza de partículas que ha tomado ahora su lugar, proporcionan una vista muy unilateral del Universo. Personalmente, prefiero la descripción de Whitehead, de un organismo vasto, vivo e inteligente.

La cuestión de los virus, y de si son organismos vivos o solamente fermentos, preocupaba a los bacteriólogos en los tiempos que estudiaba el Rayo de Creación; yo estaba convencido de que no existía una verdadera división entre lo que llamamos animado y lo que llamamos inanimado. Todo lo que los diferencia es que lo animado es más dinámico, con un equilibrio más precario, más sensible y en consecuencia más rápido que lo inanimado para responder a los cambios ambientales. Hasta las piedras mismas gozan de una especie de vida rudimentaria, y están en constante intercambio con lo que las rodea; cosa de que los hombres de ciencia se han percatado al estudiar las cosas en términos de campos de fuerza. No, no hay nada en el Rayo de Creación que ofenda a la razón y hay muchísimo en él que está en armonía con la Philosophy of Organism, de Whitehead.

Las entidades de que se ocupan los hombres de ciencia no son las únicas realidades, ni siquiera las realidades más genuinas, pues existen muchas cosas en el Universo que son incapaces de ver, y ni hablar de medir. Para conveniencia del estudio han hecho ciertas abstracciones del total, pero, como lo ha señalado Whitehead, estas abstracciones «…no son más que omisiones de parte de la Verdad». Sin embargo mucha gente se extravía por las abstracciones de los científicos, y creen que ellas son los ladrillos y la argamasa con que se ha construido el Universo. Habiendo aceptado mucho de la Philosophy of Organism de Whitehead, estaba interesado y contento a la vez de descubrir que G., tenía la misma perspectiva del Universo que Whitehead, y sentía, como él, que no seríamos capaces de encontrarle ningún sentido hasta tanto le hubiéramos devuelto la inteligencia y la vida de que la ciencia lo había privado.

Mientras más pensaba sobre el Rayo de Creación de G., más riqueza adquiría para mí su significado. Era el símbolo de muchas ideas distintas. Mostraba, que todo el Universo está estrechamente entrelazado con todo lo demás y entre las otras relaciones descritas, se encuentra la que existe entre las diferentes densidades de la materia. En el Rayo puede encontrarse toda clase de materia, desde el material más fino en el Absoluto, hasta la más densa de todas las materias posibles en la Luna, y dado que la materia posee propiedades psíquicas, así como también físicas, el Rayo representa una escala de Ser, así como una escala de materia, escala en la cual todo nivel de conciencia es posible y la inteligencia está marcada. Todas las cosas pueden ser halladas allí; desde la Inteligencia Suprema, la Conciencia y la Voluntad del Absoluto, hasta las tinieblas y el tosco mecanismo de la Luna.

En una de las reuniones dedicada al Rayo de Creación, Ouspensky le hizo un agregado extremadamente interesante.

Dijo que todas las notas de cualquier octava, y en este caso particular todas las notas de la gran octava Cósmica, podrían actuar como el do de alguna nueva escala lateral que emanara de ella. Como ejemplo de ello, colocó al lado del sol (el Sol) en la octava Cósmica una nueva nota do; al lado de fa (la esfera de los planetas) colocó una nueva nota si; y después insertó tres notas —la, sol, fa— entre el fa de la Octava Cósmica y el mi de ella (la Tierra). (Ver figura 3).

Dijo que estas tres notas insertadas entre los planetas y la tierra constituían la Vida Orgánica sobre la Tierra. Señaló después que el mi de esta nueva escala lateral, se unía con el re de la Luna. Agregó que podía aprenderse muchísimo de esta escala lateral más pequeña, y que quizá la lección más importante de todas las que pudieran derivar de ella es que la octava de vida empezó no en la Tierra sino en el Sol. Aquí habló otra vez G., como en muchas ocasiones anteriores, de cosas que nos llegan desde arriba, mientras que todo el pensamiento moderno tiende a derivar lo más alto de lo más bajo, en vez de lo más bajo desde lo más alto.

Fig. 3 – El Rayo de Creación muestra la octava lateral de vida que comienza en el Sol. Las tres notas de esta octava de vida menor, la, sol, fa, representan la vida orgánica, y llenan el intervalo entre mi y fa en la escala más grande del Rayo de Creación.

¿Qué podía significar esta idea de que la vida comenzó a nivel del Sol? G., había hablado anteriormente de que el Sol es divino en comparación con la Tierra, y trataba de conciliar estas dos afirmaciones en lo referente a la llegada de la vida a la Tierra. Me figuraba a la gran Artista Naturaleza trabajando, construyendo pacientemente las moléculas de carbono, nitrógeno, oxígeno, potasio, fósforo, calcio, junto con pequeños trozos de otros elementos, elaborando moléculas más grandes, que crecían no solo en tamaño, sino también en complejidad. El carbono era evidentemente el más útil de estos elementos rústicos de los cuales manaba la vida, por su habilidad para mantener aferrados otros cuatro átomos. En esta forma sería posible tejer esas largas cadenas químicas de carbohidratos, de los que la vida depende tanto. Pero a esta altura de elaboración de la vida se requerirían nuevos accesos de energía que juntaran en algún modelo vital estas moléculas en tan rápido crecimiento, que también dieran al nuevo modelo la capacidad de dividirse, y reproducirse de ese modo. Tal vez nunca sepa la ciencia cómo fue cumplido este paso final, pero algunos de los libros que he consultado, y que son autoridades en la materia, sugieren que con toda seguridad «…aquellos gránulos de energía más vivaces…» que vienen del Sol (los fotones) pueden haber hecho una contribución sumamente importante a la elaboración de la vida en esta etapa. En otras palabras, el Sol completó su obra final y se convirtió en padre de la vida sobre este planeta, así como la Tierra había sido su madre. Pero fue realmente el Sol el que inició todo el proceso de creación de la Vida Orgánica en este planeta.

La reunión de el mi de la octava lateral de vida de G., con el mi de la Octava Cósmica, no puede explicarse con facilidad, pues cuando las criaturas vivas conectadas con la idea de que la Vida Orgánica actúa como alimento para la Luna, liberan alguna energía con su muerte, y, según G., esta energía va a la Luna. Esta idea estaba, por supuesto, vinculada con la idea de que las series de mundos que componen el Rayo de Creación forman una rama creciente, y que la Luna, si está debidamente alimentada, se asemejará con el transcurso del tiempo a la Tierra, y la Tierra al Sol.

Repasando, como lo hago ahora, estos viejos recuerdos de los tiempos de las reuniones de Ouspensky, me viene a la memoria que cuando Ouspensky dibujó por vez primera el Rayo de Creación en el pizarrón, lo miré con considerable interés, pero pensé que los acontecimientos en una escala tan enorme, tenían para mí, personalmente, tan poca importancia que no interesaba mucho qué sistema de cosmología pudiera aceptar. Pero gradualmente fui dándome cuenta de que los distintos sistemas cosmológicos tienen implicancias filosóficas distintas, y que sería una equivocación, por lo tanto, considerarlos a todos con indiferencia. Por ejemplo, está la gran cuestión de quién nació primero, si la materia o la mente. Platón dividía al hombre en dos grupos: los que eran de opinión de que la materia había dado origen a la mente, y los que opinaban completamente al revés, es decir, creían que la mente había dado origen a la materia. Aun desde entonces los filósofos se han ubicado bajo esos dos rubros, buscando algunos de ellos derivar lo superior de lo inferior, y explicando los otros, lo inferior en términos de lo superior. Hablando en términos amplios, Occidente se ha inclinado por la primera opinión, de que lo de abajo da origen a lo de arriba, y el Oriente por la última opinión, o sea que es lo superior lo que da origen a lo inferior.

Hasta la época del Renacimiento, las ideas orientales y las occidentales sobre esta materia eran muy parecidas, pues la Iglesia Cristiana enseñaba que todas las cosas vienen de Dios, que está allá arriba. Pensar en forma distinta de ésta era una herejía, y por consiguiente hubo que poner en línea todos los conocimientos científicos con las normas de la Iglesia sobre el particular. Pero durante el Renacimiento, tuvo lugar una gran reacción entre esta dominación eclesiástica sobre las mentes de los hombres, y muchas creencias respaldadas por la Iglesia, tales como la de que todo baja desde arriba, fueron arrojadas al canasto. En esta época de investigación y revaluación, los filósofos naturales, como los llamaban entonces a los científicos, estaban empezando a descubrir las leyes que rigen al Universo, y esto quería decir que la gran era de la ciencia no estaba muy distante. Los intelectuales de este período se inclinaban, por lo tanto, a revocar las normas anteriores y colocar en su lugar la que estaba más de moda, de que lo alto había derivado de lo de abajo. En su entusiasmo por este patrón materialista de pensamiento, la mente fue expulsada del Universo, y la materia entró a gobernar en su lugar.

Pero aquí, en el Rayo de Creación de G., habría de llegarse a una reconciliación de los modos de pensamiento occidental y oriental. Al restablecer la vieja norma de que todo viene originalmente de la Inteligencia Suprema del Absoluto, el principio de la mente fue admitido nuevamente en un reino en el que se lo necesitaba en forma apremiante, y al mismo tiempo se encontró un lugar en el grandioso esquema de las cosas para la manifestación de las leyes mecánicas de la ciencia. Me di cuenta con el correr del tiempo de cuánto más hay en el Rayo de Creación de lo que yo había pensado originalmente.

Mientras me ocupaba en el estudio del Rayo de Creación, me encontré con el siguiente pasaje de la obra de Aurobindo, Life Divine:

«Hablamos de la evolución de la Vida en la Materia, la evolución de la Mente en la Materia; pero evolución es una palabra que no hace más que exponer el fenómeno sin explicarlo. Parece no haber razón alguna para que la Vida tenga que emanar de elementos materiales, o la Muerte de formas vivientes, a menos que aceptemos la solución de la Vedanta, de que la Vida está ya involucrada en la Materia y la Mente en la Vida, porque en esencia, la materia es una forma de Vida velada, y la Vida una forma de Conciencia velada y luego, parece haber poca oposición a un paso más en la serie, y la admisión de que la conciencia mental puede ser, ella misma, solo una forma y un velo de estados superiores, que están más allá de la Mente».

Aurobindo sigue diciendo después que ésta es la explicación de la inconquistable lucha del hombre hacia algo siempre superior, hacia Dios, la Luz, la Bienaventuranza, la Libertad, y hasta la Inmortalidad, y no hay la menor duda de que el incansable impulso del hombre hacia algo que está en un nivel superior a él mismo, requiere una explicación. Freud lo rechazaba todo diciendo que es la gran ilusión del hombre, la neurosis obsesiva de la cual nace el sufrimiento de la humanidad, pero no es posible deshacerse de ella en esta forma incontrolada. El hombre posee una facultad, un órgano especial para manejarse con valores espirituales, y la Naturaleza jamás desarrolla órganos inútiles en sus criaturas. No hubiera dotado de ojos a los animales, a menos que ya hubiera existido la luz a la cual habrían de hacerse sensibles esos ojos. Ni hubiera puesto en el hombre un apetito por algo más elevado que él mismo, si no hubiera existido nada con lo que ese apetito hubiera podido aplacarse.

Pese a la advertencia de los intelectualistas de que es inútil formular preguntas que no pueden ser contestadas; los hombres continúan con su búsqueda de verdades espirituales, y como resultado de su insistencia surgen religiones nuevas que reemplazan a las antiguas, destruidas por el escepticismo. Según G., el hombre cumple con las necesidades del cosmos siendo tal como es, de modo que no tiene necesidad de adelantar más, pero el hecho de que tantos hombres estén obsesionados por este vehemente impulso de indagación y esta inapagable intuición de la existencia de algo más elevado que ellos mismos, es seguramente una señal de que se han tomado disposiciones en el Gran Plan para la posibilidad de la evolución espiritual del hombre[2].

Está implícita también en los escritos de Aurobindo, pues finaliza su capítulo sobre las aspiraciones humanas con estas palabras:

«Y si existe alguna luz de intuición iluminada o de verdad autoreveladora que esté ahora obstruida en el hombre, o sea inoperable, o trabaje con miradas intermitentes como a través de un velo… entonces no debemos tener temor de alentar aspiraciones, pues es probable que sea ese el próximo estado superior de conciencia del que la Mente es solo forma y velo; a través del esplendor de esa luz puede hallarse el sendero de nuestro autocrecimiento progresivo, a cualquier estado superior que sea el lugar final de descanso de la humanidad».