capítulo veinte
Milord Caedus, desobedecí sus instrucciones sobre dónde buscar al Consejo Jedi, y regresé a los lugares donde Luke Skywalker tuvo escondites en sus días como rebelde. Ahora estoy en Endor. Aquí hay una vieja base imperial, está llena de energía de la Fuerza, a pesar de que el campamento ha sido abandonado. Los Jedi han estado aquí hace muy poco tiempo, pero no sé adónde han ido… todavía.
—Mensaje de comunicador de Tahiri Veila, aprendiz Sith, a Darth Caedus, Señor Oscuro de los Sith y Jefe de Estado de la Alianza Galáctica
KELDABE, MANDALORE: UNA SEMANA DESPUÉS
Mirta y Orade habían intercambiado los votos matrimoniales esa mañana, dijo Vevut, por lo que ya era hora de tomar unas copas y celebrar.
Fett lo oyó de Beviin. Si se permitía pensar demasiado en ello, lo comería por dentro. Se quedó en la cabina del Esclavo I escuchando a medias las noticias financieras de la NEH mientras hacía el mantenimiento de su pantalla integrada. Mandalore, autosuficiente y bien capaz de ocuparse de sí mismo sin Fett, continuaba prosperando todo a su alrededor.
Tienes que darle la piedra. No va a cambiar nada, pero al menos la puede vender, e incluso podría escuchar lo que tiene que decir.
Rebuscó en la bolsa de su cinturón y sostuvo la piedra ovalada a la luz de la pantalla visora; un corazón de fuego azul real de los más raros que había, cinco centímetros de largo y magníficamente cortado. Su agente había hecho un muy buen trabajo al encontrarlo. Lo sostuvo para que el arco iris de colores quedara completo. Miró en su corazón con el amplificador de la caja de herramientas de su pantalla integrada y admiró el juego del fuego interno que creaba la iridiscencia. Los geólogos decían que era debido a las burbujas microscópicas de pinaclita atrapadas cuando el cristal se formó en primer lugar, y la sustancia también podría haber explicado la capacidad de la piedra para almacenar datos de las personas que la habían poseído.
Los kiffar preferían la explicación más mística, de que atrapaba un poco del alma del que la daba y del que la recibía. Definitivamente grababa algo. Gotab —el barve era un Jedi, y Fett lo había deducido, incluso si Beviin se negaba a hablar de ello— sin duda pudo vislumbrar algo de la infeliz historia conyugal de Fett en ella en dolorosos detalles. Se preguntó cuánto le habría pesado a Sintas si algo de su alma quedó atrapada en la magnífica piedra azul.
Sabes que realmente lo hace. Tuviste la prueba.
Un fuerte martilleo en la pantalla visora lateral lo hizo alzar la mirada. Beviin estaba parado sobre el casco, haciendo gestos impacientes.
—’ta abierto —dijo Fett.
—Mueve tus shebs a la fiesta de boda de tu nieta, Bob’ika. —Beviin estaba parado en la escotilla en su armadura azul cobalto, con un kama de cuero azul marino oscuro, el tradicional medio kilt mandaloriano. Normalmente no lo usaba. Esto era lo mejor para un día especial de fiesta—. Sería una desgracia si no lo haces.
Fett sostuvo la gema entre el pulgar y el índice.
—Hace juego con tu beskar’gam.
—¿Para Mirta?
—Sin.
—¿Crees que es una buena idea?
—Es una despedida. No estoy delirante.
Beviin se limitó a sacudir la cabeza.
—Ella probablemente preferiría una de tus propiedades.
—Ya lo había pensado. —Fett metió la mano en su bolsa y sacó un sobre de flimsi, del tipo que usaban los abogados pasados de moda—. Aquí hay una cartera de acciones y propiedades. Nunca tendrá que volver a preocuparse por cazar recompensas. Cuando se lo des, dile que…
—Shab, Bob’ika —dijo Beviin—. Díselo tú mismo. Es un recado que no voy a hacer por ti. Pero cuando tú quieras contarme lo que sucedió, me refiero a lo que realmente sucedió, entonces ya sabes dónde estoy.
Beviin saltó del fuselaje, con el kama ondeando contra sus placas, y se alejó. ¿Cómo creía que Fett podría aparecer para celebrar su matrimonio, con lo que Sintas le había contado? Era mejor que la chica tuviera un nuevo comienzo y fuera aceptada en un clan que no tenía una reputación como la del Fett, o su notable mala suerte.
A Sintas no le faltará nada. Ni a Mirta. Es lo menos que puedo hacer.
Fett continuó jugando con su casco y se preguntó si Jaina Solo tenía lo que se necesitaba para encargarse de su hermano.
—¿Qué te pasa, Bo? —dijo una voz detrás de él—. ¿Ya no te preocupas por la seguridad?
Se detuvo. Sintas estaba justo detrás de él. No iba a irse de su vida de una forma ordenada y anestesiada. Había sido ingenuo al pensar que podía evitar el dolor.
—Aquí puedo dejar la escotilla abierta. No tengo que preocuparme por los Mandos, Sin.
—Eso es lo que decía Jaster y mira lo que le pasó… así que, tan pronto como recupero la memoria y puedo ver, te vas de nuevo… ¿sigues enojado?
—No. —Esperó a que ella avanzara hacia la parte delantera de la cabina y lo mirara, pero se quedó en la popa—. Me alegro de que estés bien.
—Y ¿por qué no has aparecido en la celebración de Mirta?
—Cobardía.
—Le dije la verdad a Mirta. Está devastada.
—No debiste haberlo hecho antes de la boda.
—Bo, yo nunca hice que Ailyn te odiara. Yo nunca le conté nada. Ese fue el problema. Ella llenó demasiados de los huecos. Debería habérselo explicado, pero yo quería seguir adelante con nuestras vidas… olvidar… eh, ya sabes.
—Lo sé. —Pero Fett sabía que podría haberse mantenido en contacto, o ido de visita, y entonces, Ailyn, por lo menos hubiera visto que él seguía ahí, y que no era totalmente insensible… sólo muy insensible. Podría no haber hecho ninguna diferencia al final—. Yo tampoco soy bueno en contarle cosas a la gente.
—Si le hubieras dicho al juez por qué le disparaste, nunca te habría condenado.
—¿Y hacer que todo el mundo supiera lo que te hizo? Tú no se lo dijiste a nadie. No querías que saliera en público.
Sólo había una cosa que Fett podría haber hecho con una bolsa de escoria como Lenovar. Él no era sólo un violador cualquiera, aunque eso hubiera sido bastante malo; él era un Oficial Protector, el oficial superior de Fett en Concord Dawn, un agente que debería haber estado haciendo cumplir la ley, y no traicionando su uniforme y la confianza de Fett. Si pudiera haberlo matado un par de veces más, lo habría hecho. No, lo único que Fett lamentaba eran las estúpidas discusiones con Sin, las cosas crueles que había preguntado acerca de que si Ailyn era realmente hija de él, y todas las palabras que ahora no podía borrar. Ella nunca le habría contado sobre Lenovar; averiguarlo por sí mismo había sido el punto de inflexión.
Impenitente, dijo el juez. Apuesta que lo era.
Con las peleas y recriminaciones, y todo lo que poseía tomado por los tribunales y entonces el exilio… ¿cómo podría alguien reparar un matrimonio después de eso? Los mejores hombres lo hacían, todo el tiempo, pero él no sabía cómo.
Sintas se acercó más por detrás del asiento del piloto. Fett pensó que sería mejor si no le arruinaba otra ilusión.
—Hubiera ido a cualquier lugar contigo, Bo —dijo ella—. No me importaba si lo perdíamos todo.
—Lo sé. Yo fui el que no tenía lo que hacía falta.
—La última vez que vi tu rostro… ¿cuántos tenías, diecinueve?
—Lo suficientemente cerca.
Ella estaba desesperada por verlo. Cincuenta y tantos años. Él entendió por qué ella lo necesitaba, pero aún así era una mala idea para los dos.
Siendo Sintas, lo hizo de todos modos.
Dio la vuelta hasta delante de su asiento y lo miró a los ojos; ella, a mitad de sus treintas, perfecta, él, de más de setenta, y con una vida salvaje en esos años ausentes que se había grabado en cada uno de sus poros.
—Oh, Bo… ¿qué te pasó?
—Sobreviví.
Ella podría haber parecido más sorprendida. Parecía desgarrada por el remordimiento, pero ni la mitad que él. Tocó las cicatrices en su mejilla, cicatrices que habían sido grabadas por el ácido del Sarlacc. Esa era otra historia que necesitaba contarle.
—Ven a ver a Mirta —dijo ella—. ¿Por favor?
—Ella me va a dar el número completo de por qué fue culpa mía por no contárselo.
—No, ya es una niña grande. Sabe que las cosas nunca son tan en blanco y negro como queremos que sean.
Sintas nunca había esperado que él fuera elocuente, lo que era una bendición en ese momento. Le entregó el sobre. Esa era la parte más sencilla.
—Tengo un par de cosas para ti.
—Bo, no tienes que hacer esto.
—Sólo cállate y tómalo. —Shysa lo hubiera hecho mucho mejor. Él podía hacer cualquier cosa con una sonrisa y ese acento—. Y yo debería haberte comprado uno de estos en ese momento… y esto es tuyo de todos modos.
Fett volvió a calibrar su pantalla integrada sólo para no tener que mirar. Sin podía hacer la rutina de fuerte y silenciosa tan bien como él, mientras sus miradas no se cruzaran.
—Ya sé lo que hay en esta lata —dijo ella— y no puedo mirarlo ahora mismo. —Era la única holoimagen de los tres juntos como una familia, en ese corto e idílico tiempo antes de que todo se derrumbase—. Pero estás loco por comprarme la piedra. Yo nunca valí tanto.
—Véndela. Es tuya.
—Tengo la primera.
—La mitad. Y ha pasado mucho desde entonces, por lo que habrá un conjunto diferente de recuerdos Fett en la piedra azul. Si alguna vez quieres ponerte al día.
Fett se preguntó si Mirta ya la había llevado a visitar la tumba de Ailyn. El problema con que Mirta le contara a Sintas que él se había tomado tantas molestias para recuperar el cuerpo de Ailyn y luego la había enterrado con la mitad del corazón de fuego, era que lo hacía parecer como un buen padre normal y amoroso. Y a pesar de lo decentes que hubieran sido sus motivos cuando destruyó su matrimonio, nunca había sido lo suficientemente hombre como para visitar a su familia en los años que siguieron y tratar de reparar la brecha. Se necesitaban más agallas que para enfrentar a un ejército.
Obtienes la vida que te mereces, Fett. Todos lo hacen.
—Sin, después de que yo me fui… ¿encontraste a alguien más?
Ella tenía el corazón de fuego azul entre las dos palmas, una plana por arriba, una por abajo, casi como si estuviera haciéndolo rodar, sus ojos estaban un poco distantes, como si ya hubiera comenzado a escuchar su voz silenciosa.
—Lo hice, Bo, más de una vez —dijo al fin—. Pero en nuestra línea de trabajo, nunca dura, ¿verdad? ¿Y tú?
—No lo recuerdo —mintió. Ella se daría cuenta de todos modos.
—Entonces vamos a ir a hacer lo de la familia. ——Sintas puso la piedra en el bolsillo de cadera de sus pantalones—. Sólo por esta vez.
Él no había terminado de calibrar la pantalla integrada, pero se puso el casco de todos modos. Y una vez que lo tuvo puesto, se veía como el Bo que ella conocía y amaba, y los años perdidos se desvanecieron por un rato. Fueron a la fiesta de Mirta.
Tal vez Sintas haría esa cosa kiffar con el nuevo corazón de fuego, y leería y descubriría todo lo que le había ocurrido mientras ellos estuvieron separados, y que él no podía lograr contarle, ni siquiera ahora.
Eran apenas tres palabras. Pero eran tres más de las que Boba Fett podía decir.
CASA NOVOC VEVUT, KELDABE: BANQUETE DE BODAS DE MIRTA GEV Y GHES ORADE
—¡He encontrado un uso para los Jedi! —vociferó Carid—. ¡Sabía que lo haría un día! ¡Miren!
La línea de botellas de cerveza se extendía por toda la longitud de la mesa de caballetes de duraplast en el atestado patio de Vevut. Jaina se concentró, sabiendo lo crítico que sería el tiempo. Entonces inhaló lentamente, dio un paso atrás, y con un tirón de la Fuerza sacó las treinta tapas en una secuencia rápida que estalló y se sacudió como unos fuegos artificiales de Luit. La espuma brotó de los cuellos de las botellas; los invitados mostraron su aprobación con gritos de «Oya» y «¡Kandosii!» martilleando los puños contra las placas de armadura de sus muslos.
Jaina hizo una reverencia.
—Ahora saben por qué los aprendices Jedi pasan años de tranquila contemplación y serio estudio en la academia.
La fiesta de celebración estaba abarrotada; los invitados habían sobrepasado la baja pared perimetral del patio hacia la hierba de afuera. Un hombre de armadura gris tenía con él un animal, un depredador con pliegues en su piel peluda y seis patas. Cuando ella pasó, levantó la mirada bruscamente como si la reconociera, e hizo unos gruñidos lastimeros, golpeando su cola en forma de látigo contra el suelo. Mirta se abrió paso a través de la multitud hacia ella, sin verse radiante o ruborizada.
Jaina podía sentir su miseria, pero también sabía su causa específica, porque Sintas se la había contado: un único evento traumático cuyas consecuencias se habían salido de control y, finalmente, alimentaron la crisis que ahora envolvía a la propia familia de Jaina, y a gran parte de la galaxia. No era una cadena de causalidad directa, pero ahora era tan cercana y personal que bien podría haberlo sido.
Hace cincuenta y tantos años, ¿qué nos estaba sucediendo en ese momento? Mamá estaba creciendo en Alderaan. El tío Luke estaba en Tatooine, sin tener ni idea de lo que vendría dentro de diez años. Papá… papá probablemente estaba aprendiendo a robar deslizadores. Y Sintas, a quien ninguno de nosotros conocía o en quien ni siquiera pensé hasta este año, era una adolescente con una hijita que pasaba por el peor momento de su vida. Y ninguno de nosotros sabía que acabaríamos en este curso de colisión.
Mirta finalmente se abrió paso entre el mar de cuerpos y llevó a Jaina a un rincón más tranquilo.
—Ba’buir estuvo aquí con la abuela hace un rato, pero ahora no puedo encontrarlos —dijo Mirta.
—Probablemente tienen mucho de qué hablar.
—Todo lo que puedo pensar ahora es, ¿y si lo hubiera matado?
—Pero no lo hiciste.
—No lo entiendes, Jaina. Ahora es todo lo que puedo recordar con mi mamá. Ella construyó toda su vida en torno a odiar a Fett y hacerle pagar, desde el trabajo que eligió hasta el hombre con el que se casó. Y todo lo que me enseñó a mí. Yo fui criada con odio.
—Pero tú cambiaste todo eso, Mirta —dijo Jaina—. Paraste ese ciclo, ¿verdad? Para eso se necesita algo de trabajo. Déjalo atrás. Vive tu vida. Creo que Fett quiere que seas feliz, aunque él no te dé ninguna pista.
—Estoy hablando de lo que casi hago. Iba a matarlo. Si tu madre no hubiera desviado mi bláster allá en Corellia, ahora él estaría muerto.
Mirta no le había parecido a Jaina como el tipo de mujer que se preocupaba por esas cosas. Ella era dura; pura y simplemente, una mujer poco sentimental e implacable. Pero en toda esa lucha por sobrevivir, y toda la violencia que había infligido, quedaba alguien que podía cuestionar lo que había aprendido desde niña. Era una fuerza extraordinaria.
—Los qué-tal-sí pueden ser corrosivos —dijo Jaina—. Deberías…
—No se trata de mí, Jaina. Es acerca de ti. ¿Cómo crees que se siente cuando te enteras de que ninguno de los acontecimientos sucedieron como pensabas, o incluso sucedieron en absoluto? ¿Pero estabas dispuesta a matar a tu propia carne y sangre por la fuerza de ellos?
—¿Crees que yo voy a matar a mi hermano?
—Creo que tienes que escuchar a alguien que casi mata a su propio abuelo. Piensa en lo que te va a hacer a ti.
—Mirta, él asesinó a tu madre. Mató a mi tía. —Jaina tuvo una imagen mental de Jacen como había sido una vez, y luego se imaginó a sí misma cortándole el cuello con un sable de luz. Eso la dejó insegura por un momento—. ¿Estás diciendo que debo perdonarlo? ¿De eso se trata todo esto?
—No, creo que hay cosas que no puedes perdonar. Pero ejecutar a alguien es ir un paso más allá, y si estás pensando en ello… sólo acuérdate de mí.
En ese momento Jaina consideró seriamente usar un poco de influencia mental cuidadosa sólo para que Mirta dejara de sentirse desolada y culpable el día de su boda. Sin embargo, dada la fortaleza de voluntad de Mirta, Jaina estaba segura de que iba a rebotarle. Ni siquiera lo intentó.
—Sin faltar el respeto a tu abuelo —dijo ella—, pero él no estaba totalmente libre de culpa, ¿verdad? Puedo imaginarme todo el daño que le hace a un matrimonio cuando sucede algo tan malo. Pero otras personas lo manejan de forma diferente. Él también podría hacerlo. Pudo haberse mantenido en contacto, por lo menos.
—Cuando tienes la pistola en la mano y su espalda alineada en tu mira, no se siente así. Y le sucedieron cosas para hacerlo sentirse así. Tal vez también le sucedieron cosas a tu hermano.
—No puedo creer que estés apoyando a Jacen —dijo Jaina—. Si él entrara aquí ahora, ¿no lo matarías por lo que le hizo a tu madre?
—Sí, lo haría. —Mirta tenía algunas flores silvestres trenzadas en el cabello, pero todavía usaba la armadura de combate amarilla. Era incongruente y muy mandaloriana—. Sin pensarlo dos veces. Soy la nieta de Fett en todos los sentidos. Pero eso no quiere decir que sea correcto que tú lo mates. Haz todo lo que puedas para que sea encerrado y tratado o lo que sea. Tal vez deja que el destino siga su curso y deja que otra persona… lo mate.
Y eso también era incongruentemente mandaloriano. La familia —no el linaje, sino el tejido viviente de ser una familia— significaba mucho para ellos, y tal vez esa era la raíz de la angustia de Mirta.
Se preocupa por que yo pase por lo que ella casi pasó. Jaina se quedó atónita. Esa mentalidad dualista mandaloriana —violencia extrema, amor profundo— siempre la desconcertaba.
—Nunca olvidaré lo que estás tratando de hacer por mí —dijo al fin.
Mirta pareció repentinamente avergonzada, como si no quisiera que la atraparan siendo amable.
—Es curioso cómo sólo he llegado, realmente, a manejar a mi propia familia desordenada desde que he estado hablando con una shabla Jedi.
—Yo he aprendido más de lo que nunca pensé de todos ustedes, y tampoco me refiero a tácticas de sable.
No había nada como vivir cerca de alguien que quería matar a su abuelo para hacerte ver el sable de luz en tu propia mano y preguntarte si realmente podrías utilizarlo contra tu propio hermano. Aquí Jaina había sido arrojada contra las elecciones y consecuencias de una manera que nunca habría experimentado en su propia familia Jedi educada, refrenada y razonable. También tenía mucho más claro lo que significaba ser un Jedi, por el espejo que le mostró Mandalore. Todo el mundo necesitaba verse a sí mismo como lo veían los demás.
Pero ella aún no sabía exactamente qué debía hacer cuando llegara el momento de detener a Jacen en su precipitada carrera hacia el desastre.
—Volveré más tarde —dijo Jaina—. Tengo que reflexionar sobre lo que me has dicho. Pero por favor, vuelve a la fiesta y sé feliz hoy. ¿Lo prometes?
Mirta no tenía una gran cantidad de genes de felicidad, eso era obvio, pero consiguió esbozar una sonrisa y estrechó el brazo de Jaina.
—Nunca estemos en ejércitos opuestos, pero si lo estamos, nos aseguraremos de evitarnos mutuamente. ¿Es un trato?
—Trato hecho —dijo Jaina.
Jaina sabía que no lo habría entendido un par de semanas atrás, pero ahora sin duda lo hacía. Pasó junto a Sintas que caminaba por el camino de tierra hacia la casa de Vevut desde el centro de Keldabe. Aferraba algo en una mano derecha muy apretada mientras deambulaba lentamente, mirando abajo hacia su puño como si ahí tuviera un comunicador, pero cuando Jaina se acercó pudo ver que tenía que ser algo mucho más pequeño que eso.
Sintas levantó la mirada como si no hubiera visto venir a Jaina, y casi se apartó de su camino. Había lágrimas en sus ojos; Jaina se habría asombrado si no las hubiera. Perder la memoria ya era bastante malo, pero tener que recuperar recuerdos tan malos como los de ella era tener que vivir el dolor dos veces.
—Lo siento —dijo Sintas, estirando los dedos. Había una enorme gema azul profundo en su palma, que refulgía con los brillantes colores del arco iris, cuando reflejaba la luz—. Sólo he estado poniéndome al día.
Sintas siguió caminando. Jaina se maravilló por la capacidad de los seres para recuperarse de las peores experiencias, y esperaba que su propia familia fuera capaz de encontrar algo de esa resistencia.
Todavía podía oír a los invitados de la boda cantando, esa misma balada lastimera que había oído la otra noche. Ella optó por escucharla como una canción de amor y nostalgia. A ella siempre le sonaría así mientras viviera.
CAFÉ OYU’BAAT, KELDABE
Si Fett hubiera querido tomar una copa en el café hoy, habría tenido que obtenerla él mismo desde detrás de la barra.
Todo el mundo estaba en la fiesta de bodas de su nieta, incluyendo al tabernero, Cham. Fett esperaba a la almirante Daala, pensando que estar esperando aquí por negocios mientras su nieta y su ex-esposa estaban haciendo lo correcto y celebrando el matrimonio era una imagen congelada perfecta de su vida.
Vio a Daala entrar caminando por las puertas, reflejada en el panel espejado junto a su mesa.
—He estado organizando el entierro de Gil con Reige —dijo ella.
—¿Eso incluye una pasada de bombardeo sobre Bastión?
—El Consejo de Moffs estuvo un poco decepcionado de que no pudiéramos liberar el cuerpo para un funeral de estado. Les di unos cuantos moffs muertos para enterrar en su lugar.
—Corellia, entonces.
—Reige dijo que Gil lo hubiera preferido de todos modos.
—Puedes invitar a Jacen Solo. Es un hombre muy popular en Corellia. Le darían una cálida bienvenida… con un misil buscador de calor, tal vez.
Daala no se sentó. Se veía como si tuviera otro sitio donde ir.
—Niathal ha declarado formalmente el gobierno en el exilio de la Alianza Galáctica en Fondor.
—¿Quién dijo que los mon cals no tienen sentido del humor?
—Y los fondorianos. El perdón es algo maravilloso.
—Toma asiento.
—Tú dijiste, si me permites recordártelo, que podría tomar una cerveza en la boda de Mirta.
—Lo hice.
—Pareces renuente. ¿Es porqué tu ex-esposa estará allí?
—Hoy mi ex-esposa vio mi rostro por primera vez en cincuenta y dos años.
—Yo nunca te he visto sin el casco.
—Hubo un tiempo en que decía que este era mi rostro.
—Si has visto a un Mando, los has visto a todos.
Fett apretó las manos sobre las carrilleras del casco, con los pulgares bajo el borde, y lo giró levemente mientras levantaba el casco apartándolo de su cabeza. Daala lo contempló en silencio con los brazos cruzados. El silencio continuó por demasiado tiempo para que él se sintiera cómodo.
—No se trata de las cicatrices —dijo.
Daala lo miró a la cara, cerrando una fracción los párpados, y con la más leve de las sonrisas esbozándose en sus labios.
—Te aseas bien para un viejo, Fett. Apuesto a que rompiste un par de corazones en tu época.
Si lo había hecho, fue sólo una admiración distante.
—Siempre fue sólo Sintas.
—Ah.
—Hago un trabajo bien, o no lo hago en absoluto.
Ella comprendía.
—Ah.
Daala era tan dura como el corazón de un hutt el día de pago; ella no había llegado a almirante imperial en una armada dominada por hombres lloriqueando sobre su pañuelo. Pero algo había roto esas placas de cubierta de beskar en ella, y su mirada parpadeó un momento.
—Eso es mucho tiempo para dedicar al… perfeccionismo.
—Me ahorra problemas por los que no me pagan para manejar.
—Y problemas que nunca se pueden volver a comprar.
—Gracias por recordármelo.
—La perfección no siempre es todo lo buena que dicen que es, Fett. A veces lo suficientemente bueno es todo lo que necesitas. No tiene sentido sobrevivir si no vives.
Cincuenta y dos años solo. No es que lo haya planeado, pero podrían haber sido cincuenta y dos años de miseria, con mala compañía. Sé cuál duele menos.
—En realidad, esa cosa no es tu rostro. —Daala se detuvo un poco antes de realmente tocarle la mandíbula, pero él pensó que ella iba a girarle la cabeza hacia el panel espejado y hacer que se viera a sí mismo como un torpe adolescente tímido al que le decían que estaba bien tal y como era—. Y ese tampoco es el rostro de tu padre.
Fett nunca se había encogido ante su reflejo, ni por una conciencia adolorida, ni por inseguridad, ni porque también era el rostro de Jango Fett. Siempre había sido capaz de mirar la mirada que le arrojaba… hasta hoy. El petulante y estéril juicio kaminoano de Koa Ne se deslizó a su cerebro: Pero ¿de qué te sirven tus riquezas ahora? Quizás Daala tenía razón. Él ya estaba muerto, y vencer a sus tumores sólo le había dado más años para contemplar lo muy muerto que estaba.
—Tienes razón. Es el mío. —Fett volvió a mirar el reflejo, y sobrevivió a ver que el tiempo hacía caso omiso de su súplica de detenerse, al igual que él había ignorado las súplicas de tantos de sus objetivos—. ¿Y tú eres otra que piensa que es injusto que yo recibiera una bendición que no pude usar, igual que Jaina Solo?
—Yo tuve mi segunda oportunidad con Liegeus. La tomé.
—Pero Liegeus nunca dejó de amarte.
—Yo tampoco hice que dejara.
Daala se paró en las puertas del Oyu’baat, con las manos en los bolsillos y la mirada hacia el cielo sin nubes.
—Es un día precioso. Necesito hacer ejercicio. Estoy encerrada en una nave la mayoría de los días. —Extendió la mano hacia él, con la palma hacia abajo, como si le dijera a un niño holgazán que se aferrara a ella para no perderse en la multitud—. ¿Vienes?
Fett se colgó el casco del cinturón, sintiéndolo golpear contra la parte baja de su espalda cuando se movía. Era una sensación extraña, como si alguien tratara de llamar su atención.
—Listo cuando estés lista, almirante.
—Es Natasi —dijo ella—. Natasi Daala. Un buen y viejo nombre renatasiano.
Ahora Keldabe ya lo había visto sin el casco con la frecuencia suficiente. Nadie se inmutaría, ni sobre el casco y ni sobre la almirante Daala.
BRALSIN, MANDALORE: AL DÍA SIGUIENTE
—Sabía que no podías dejarlo tranquilo —dijo Gotab.
Era al caer de la tarde, y, en la distancia, una neblina se estaba asentando sobre el valle Kelita. Jaina ayudó al anciano a sentarse en un gastado afloramiento de granito gris pálido. El césped muy corto rodeado por piedras lo suficientemente grandes como para sentarse en ellas le daba al lugar un aire de pequeña arena. Gotab apoyó su casco y cerró los ojos, enfrentando a la brisa, como para saborearla en el rostro.
—Necesito orientación —dijo Jaina.
—Entonces Fett sigue demasiado ocupado… discutiendo vitales temas comerciales con la almirante Daala.
—La que necesito no es la experiencia de Fett. Es la tuya. —Lo que dijera a continuación o cambiaría la forma del futuro de la galaxia, o haría que Gotab se fuera asqueado—. Necesito escuchar esto de un Jedi.
—Un ex-Jedi. Tienes a todo el Consejo Jedi para preguntar, Jaina. Apuesto a que responderán tu llamado en forma inmediata.
—Tal vez, pero ninguno de ellos ha visto a la galaxia de ambos lados. Nunca he hablado con un Jedi que dejara la Orden, pero que tampoco se volviera un Sith.
—Yo no simplemente dejé la Orden… no ejercí el Derecho de Negación. Dejé de ser un Jedi. —Gotab rió—. También conozco el lado oscuro. Viví junto a él durante muchos años, y no puedo decir que siempre fuera algo malo. Pero tienes razón, no soy un Sith. Sólo soy un hombre.
—¿Piensas en ti mismo como Gotab? —Jaina miró sobre su hombro, sabiendo que Venku estaba en alguna parte.
—En cierto modo. Sólo significa ingeniero. Siempre fui bueno arreglando cosas. Y gente. —Sacó su espada de luz y sostuvo la empuñadura en su mano, sopesándola—. Mi nombre solía ser Bardan Jusik, pero dejé de usar mi segundo nombre en caso de que me hiciera matar después de la Purga. En privado, para todos los que me importan, sólo soy Bard’ika.
—¿Tienes una familia?
—Sí. Pero sé lo que realmente estás preguntando. ¿Engendré más pequeños mandalorianos usuarios de la Fuerza, y los entrené como una especie de Jedi en armadura? No. Tuve un montón de hijos adoptivos que cuidar… e hijas. Mi esposa, que encuentre descanso en el manda, pensaba que era lo mejor.
—Podrías haber tenido hijos a través de un donante. Las clínicas pueden hacer cosas ingeniosas.
—Los Mando’ade adoptan. Elegí la mejor familia que un hombre pueda tener. ¿Por qué habríamos querido concebir un hijo a través de un donante?
Gotab —Bard’ika— no se puso de pie para irse, ni le había dado un rodeo. Su impresión en la Fuerza era relajada y un poco triste, de una forma agridulce que Jaina envidiaba; era como si él estuviera mirando atrás a una vida sustancialmente feliz que, no obstante, había tenido sus momentos de dolor. Ella estaba intentando mantenerse separada de las emociones en ese momento, porque si ella sentía las cosas buenas de la vida —y todavía parecía haber muchas—, entonces también sentía el dolor que le recordaba que Mara estaba muerta, que Jacen era el responsable, y que Jaina había jurado que se encargaría del problema. Las cosas estaban bien, siempre y cuando mantuviera a raya esos eventos, y los viera como si fueran un holovid inquietante. En el momento en que dejaba que atravesaran su guardia y se fundieran con la realidad, eran casi demasiado angustiosos para soportarlos.
—Tengo una terrible elección que hacer —dijo—. Tengo que detener a mi hermano. Creo que soy la única que puede hacerlo. Mirta Gev, de todas las personas, me rogó que lo piense dos veces antes de matarlo y que se lo dejara a alguien más. No hay nadie más.
—¿Ni siquiera el Maestro Luke Skywalker? Vaya, vaya. Así que este es más grande que Palpatine, ¿verdad?
—Suenas muy amargado acerca de la Orden, señor.
—Puedo ser anciano, pero no soy un oficial. Bard’ika, por favor. —Unas criaturas voladoras que Jaina no podía identificar daban vueltas y bandazos en lo alto del cielo del atardecer como naves caza; Gotab las observó en silencio por un momento—. La Orden se ha preocupado desde hace mucho tiempo por justificar su propia existencia, por adquirir y acumular poder, y por lo que veo ahora, nada ha cambiado mucho desde mis días. Sé lo que juré hacer como Jedi, y no tenía nada que ver con hacer la vista gorda ante los males sociales porque los Sith eran un mal mayor. Pero cada acto de maldad que cometemos crea un ambiente donde pueden existir los Sith. Así que un Jedi que reduce costos —una Orden Jedi que reduce costos— pierde su derecho a ocupar una posición moral superior. Sí, estoy amargado. Es por eso que dejé de ser un Jedi y me convertí sólo en alguien que tenía habilidades de la Fuerza y no quería hacer ningún daño. He matado… y no me arrepentí de ello. Nunca me retorcí las manos mientras me quejaba de mi conciencia. Así que si realmente quieres mi consejo, bueno, escuchar mi punto de vista, porque eso es todo lo que es, entonces, Jaina Solo, hablamos puramente como individuos que pueden utilizar la Fuerza. No voy a ayudar a la Orden Jedi.
Jaina seguía siendo consciente de Venku deambulando por la colina, vigilándolos. No podía verlo. Pero estaba allí.
—Esto es acerca de Jacen y yo —dijo ella finalmente.
—Y podrían haberlo detenido, cualquiera de ustedes, si se hubieran unido contra él. Un Sith no puede enfrentar a cientos de Jedi. Tu problema es que él es de tu propia carne y sangre, y ninguno de ustedes ha tenido el coraje de hacer el trabajo. Han estado esperando que él vea la luz y se detenga de modo que ustedes no tengan que hacer el trabajo sucio. ¿Cuántos seres ordinarios han muerto mientras que ustedes daban excusas por él porque era de la familia?
—Lo sé. De acuerdo, lo sé. —Las entrañas de Jaina volvieron a retorcerse de culpa. Sí, si Jacen hubiera sido cualquier otro Sith con el mismo historial de Jacen, lo hubiera matado y sin pensarlo dos veces. ¿Había alguien intentado redimir a Palpatine, o a ese aprendiz que apareció en Naboo? No. Pero Vader… Vader había resultado ser familia. El tío Luke se había molestado en buscar lo bueno en él—. Vas a darme ese discurso sobre el apego, ¿verdad?
Gotab se volvió hacia ella y sonrió. La luz estaba disminuyendo. Él todavía parecía tener una luminosidad a su alrededor, la dulzura de la edad avanzada, a pesar de la dureza de sus palabras.
—Si tienes apegos, inevitablemente usarás tus poderes para servir a tu propia familia, o en tu caso… evitarás usarlos —dijo él—. Si evitas el apego, te conviertes en un promulgador de rituales, una criatura estéril incapaz de verdaderamente comprender el amor y el sacrificio. No hay respuesta fácil para un usuario de la Fuerza excepto el rígido autocontrol, y no me refiero a evitar el lado oscuro. Me refiero a no usar la Fuerza en absoluto.
—Eso no va a ayudar a nadie a impedir que Jacen se convierta en un tirano galáctico.
—Ese es un título precioso para un trabajo. Se busca Tirano Galáctico: enviar solicitud.
—Te burlas de mí.
—¿Quieres saber lo que yo haría en tu lugar?
—Sí.
—Lo mataría, por amor.
La respuesta impresionó a Jaina porque la sintió. Lo decía en serio. No estaba sereno; estaba lleno de pasiones arremolinadas, con toques de oscuridad en alguna parte, pero él había amado profundamente, y todavía lo hacía. Era vívido en su interior.
—No puedo evitarlo, ¿verdad? —dijo ella.
—Es mucho más común de lo que crees. La gente mata al que ama todo el tiempo. El motivo puede ser cualquiera, pero al final… terminas con la vida por la que habrías hecho cualquier cosa para preservar, y entonces…entonces sigues viviendo. Puedes matar por celos, pasión, venganza, misericordia, deber, justicia, codicia, o descuido. ¿A cuántas personas has matado en combate? ¿En la guerra? Apuesto a que más de una. Tú no amas a esas personas, pero no están menos muertas, por lo que la única diferencia es la forma en que lo cuadras cada día con tu conciencia. Aquí estamos hablando de egoísmo: ¿cómo me voy a sentir? ¿Cómo se va a sentir Jaina?
—Y el resto de mi familia…
—Oh, lo siento. Pensé que estábamos hablando del bienestar de la galaxia. Qué tonto he sido.
—¿Puedo preguntarte por qué has matado tú?
—Deber, miedo, supervivencia animal, y protección de aquellos que he amado. En su mayoría, para comer. —Gotab la miró y asintió—. Se trata de todos los seres vivos, no lo olvides. No sólo de los que reconocemos como de nuestra clase.
No se estaba volviendo más claro para Jaina.
—Pensé que estaba decidida tantas veces, pero hoy Mirta me paró en seco. Mi hermano mató a su madre, y ella todavía me rogó que no lo matara, por si acaso estaba equivocada.
—¿Y qué si lo dejas vivir, y estás equivocada?
Jaina cerró los ojos. Podía sentir a Venku todavía dando un lento paseo por el perímetro, un poco irritable, impaciente. Los dos hombres no vivían por aquí. Viajaban hasta Keldabe desde el remoto norte, según decían los asiduos del Oyu’baat. Ni siquiera los mandalorianos iban a visitarlos para tomar una taza de café y conversar.
—Me llaman la Espada de los Jedi —dijo Jaina—. Se supone que ese es mi destino. Es curioso cómo estas profecías empiezan a tener sentido cuando ya es demasiado tarde.
—O tal vez tú le estás importando un significado que no está allí.
—¿Qué piensas tú?
—Una espada simboliza la justicia en muchas culturas, Jaina. La verdadera justicia es ciega y los sentimientos personales no importan.
Pero no se trataba de justicia: de repente pudo verlo. No era tanto acerca de lo que Jacen había hecho como lo que podía hacer en el futuro, causar la muerte de muchos seres más. No había ninguna posibilidad de que se detuviera por su propia voluntad. No había ningún argumento ético ni intelectual en esto. Se trataba simplemente de una constante amenaza a la vida.
Se dio cuenta de que Gotab la estaba mirando a la cara. Si no activaban una barra luminosa pronto, quedarían sentados en la oscuridad. Pero no tenían que verse las caras para saber lo que estaba pasando por su cabeza.
—No es por justicia, y no es por castigo —dijo ella al fin—. Se trata de decir: esto llega hasta aquí. Tengo que detenerlo ahora.
—Es doloroso decirlo.
—No tanto como pensaba, pero por el momento, sólo son palabras.
Bardan finalmente recurrió a una barra luminosa. La sacó de su cinturón y la encajó en una grieta en la roca para que proyectara una suave luz amarilla. Luego se quitó el guante y levantó una mano desgarrada por viejas cicatrices, y miró a la piel arrugada como si recordara un tiempo más feliz perdido hace mucho.
—Tenemos strills —dijo—. Animales de caza, los que tienen pliegues en la piel y seis patas que puedes haber visto por ahí. Un amigo mío amaba al suyo, pero empezó a volverse loco y a atacar a todo el mundo, incluyéndome a mí. Tuvo que pegarle un tiro. Pobre… tenía un tumor cerebral. No era el mismo. Matarlo le rompió el corazón, pero no podía dejar que continuara, no sólo por la seguridad de todos, sino también por el animal, porque era completamente miserable. A veces tienes que matar a lo que amas, poner fin a su dolor y tomarlo sobre ti mismo… porque a veces eso es lo que es el amor.
Eso tocó una fibra sensible en Jaina. No el pensamiento de que Jacen pudiera estar loco —si eso hacía alguna diferencia hacia lo que él hacía—, sino de que él era infeliz en algún lugar de su alma. Pensó en el Abrazo de Dolor, y en el Jacen que lo había sobrevivido, y se preguntó si su torturadora Vergere había sido aún más venenosa y sutil de lo que nadie había imaginado. Ahora el dolor era central en la vida de Jacen. Pensaba que no podía evitarlo ni olvidarlo. Así que lo utilizaba.
Y al final, había llegado a necesitarlo, y pensaba que los demás también, y que había una virtud en la necesidad, porque no había nada que pudiera hacer para detener ese dolor mientras viviera.
Entonces mejor que sea yo, Jacen. Mejor alguien que te ama y te conoce, que un verdugo que sólo te ve como una alimaña.
¿Hacía eso alguna diferencia?
—Pensar que culpaba a la debilidad de Jacen por la muerte de mi otro hermano —dijo ella—. Entonces fui yo la que iba hacia el lado oscuro.
—Olvídate de ti misma —dijo Gotab bruscamente—. Tienes un trabajo que hacer, eso es todo. Personalmente, nunca me creí ese cuento piadoso de que la violencia Jedi está bien siempre y cuando se haga con un corazón puro. Es sofistería, querida. Vas a matar a tu hermano porque es un dictador hambriento de poder y un asesino, nadie más en tu círculo Jedi tiene el valor moral para hacerlo, y tú eres la mejor posibilidad de detenerlo. Termina el trabajo como Fett y Beviin te mostraron. Entonces puedes preocuparte por tus motivos cuando la galaxia esté a salvo de nuevo, y tengas tiempo para el lujo de contemplar el estado de tu alma.
Fue tan duro como una bofetada en la cara. Pero Jaina sintió una fría certeza caer sobre ella como si hubiera sido rociada con agua helada, poniéndola alerta instantáneamente.
No era el tipo de revelación que te hacía sentir iluminado y elevado, comprendiendo mejor la galaxia.
Era el tipo de cosas que decía que sólo había una forma de salir del edificio en llamas si querías vivir, y tenías que pasar a través del fuego.
Se puso de pie y estiró las piernas.
—Gracias, Bard’ika —dijo—. No vine aquí para sentirme mejor acerca de esta situación. Vine aquí por claridad. Me has dado eso.
—Tiene que ser tu elección, Jaina. No mis órdenes.
—Yo elijo, entonces —dijo ella—. Apuesto a que tienes nietos, ¿verdad?
—Tataranietos, en realidad… una veintena de ellos.
—Entonces, Bard’ika, lo voy a hacer por ellos, para que tengan una galaxia donde crecer. —Su corazón se rompió, y no era la primera vez. Pensó en el strill, desesperado y triste, mordiendo a los que amaba, y sintió la carga de ser la Espada de los Jedi. Ahora su mayor temor no era que ella tuviera que vivir el resto de su vida con la muerte de Jacen en su conciencia. Había encontrado la manera de reemplazarla con lo que importaba, no sus problemas personales, pero la amenaza al futuro de los niños como los tataranietos de Gotab, y sí, incluso los de Fett.
Sacó su sable de luz y le entregó la empuñadura a Gotab para que él lo admirara a la tenue luz amarilla.
—¿Todavía utilizas el tuyo? —preguntó ella.
—Me entreno en ocasiones —dijo él—. Pero lentamente. Tanto como puede un hombre de mi edad. Mantiene más flexibles las articulaciones.
—Si pudieras elegir, ¿renunciarías a tus poderes de la Fuerza?
—Sí, a todos excepto la curación. He justificado mi existencia con eso muchas veces. —Activó la hoja y cobró vida con un zumbido, proyectando una luz violeta. Hizo un par de pases de práctica—. Bien hecho, Jaina.
—¿Puede Venku usar uno?
—En realidad, él tiene dos.
—¿Tú le enseñaste a usarlos?
—Sí. Pero no por la razón que crees.
Gotab apagó el sable de luz y se lo devolvió. Ella pudo sentir que Venku se acercaba. Apareció sobre la cresta, las placas de color más claro de su armadura brillaban a la luz de la barra luminosa.
—Buir, es hora de que volvamos a casa, —dijo.
—Estoy disfrutando de hablar con Jaina —dijo él—. Ven, Kad’ika. Únete a nosotros. —El anciano sonrió para sus adentros—. Es curioso, el apodo de Venku es Kad’ika, Pequeño Sable. Él también es una espada, Jaina, pero la espada de los mandalorianos. El que nos convenció de cuidar de nosotros mismos y no aventurarnos a luchar en las guerras de otros mundos.
En ese mismo momento en que eso sonaba como una buena idea para cualquiera. Activó su sable de luz. Era un arma hermosa, pero Fett tuvo razón cuando la reconoció por lo que era. Venku caminó hacia ella y se detuvo.
—¿Quieres practicar? —preguntó ella.
—No soy un Jedi.
—No tienes que serlo.
—Está bien.
Venku sacó dos sables de luz, ambos azules, y los miró por un momento con un terrible anhelo amoroso que apagó por completo todo lo que lo rodeaba. Quienquiera que hubiera sido el dueño anterior de aquellos… Jaina nunca lo sabría, pero ella entendía la tristeza cuando la sentía.
Adoptó su postura, sosteniendo el sable con las dos manos. La técnica beskad de Beviin era para otro día.
—Empiecen —dijo Gotab.
Adentrándose en la noche, la oscuridad se iluminó con el brillante y zumbante borrón de las hojas. Y Jaina también se iluminó, y vio que la única manera de salir de su dilema era un pasaje agonizante pero necesario a través de las llamas.