capítulo diecisiete
Este será un asunto difícil para zanjar con otros, pero estaría dispuesto a ofrecer refugio seguro a la flota de la almirante Niathal. En un momento como este, cuando el coronel Solo claramente representa la mayor amenaza para Fondor y el resto de la galaxia, unirse contra él es lo más importante. Podría muy bien regresar para terminar el trabajo que empezó, y si no lo hace, entonces me gustaría poner las fuerzas que nos quedan para terminar con él.
—Shas Vadde, Presidente de Fondor, a Luke Skywalker
DESTRUCTOR ESTELAR IMPERIAL ALETA DE SANGRE
—Mand’alor, tenemos compañía.
Fett se detuvo para ajustar el audio en el comunicador de su casco con un parpadeo. El fuego bláster se esparcía por el compartimiento, hendiendo el aire.
—¿Puedes ocuparte de ella, Orade?
El Tra’kad era la nave correcta en el momento adecuado; incluso sin sistemas manuales, era ideal para hacer el muerto.
—Un corredor médico acoplándose en la escotilla de rescate de arriba.
—Que cuidadoso. —Fett se estaba cansando de esperar a que los moffs y el pelotón de soldados de choque que defendían el compartimiento contiguo renunciaran y murieran—. ¡Fuera! —Lanzó una pequeña granada aturdidora adentro, nada de detonadores, mantengamos el lugar en una sola pieza, si podemos, e instintivamente dio un respingo ante el fogonazo de luz y el ruido, a pesar de que su casco los amortiguaba. Regó el espacio con fuego bláster—. ¿Un médico valiente, o alguna bolsa de escoria abusando de la señal de no combatiente?
—Será mejor que sean médicos, o ellos mismos podrían terminar necesitando cirugía. Déjanoslos a Ram y a mí.
Mirta retrocedió por el mamparo, con el bláster en alto, y pasó junto a Fett para comprobar el compartimiento. El corazón de la nave estaba defendido como un nido de cajas. Era genial… siempre y cuando no estuvieras tratando de salir. En alguna parte a popa de ellos, podían sentir unos golpes esporádicos a través de la nave como soldados tratando de abrirse paso a la sección central.
—¿Freíste las cerraduras de las escotillas de la cubierta hangar? —preguntó Fett.
—Sí. —Mirta escuchó en la siguiente escotilla barricada a la última resistencia de los moffs—. Odio que me interrumpan cuando estoy trabajando. Podemos abrirlas más tarde si todavía quieren pelea.
Carid y Vevut desenrollaron una tira de detonita para hacer una carga marco.
—¿Crees que van a ceder cuando desmoffemos esta caja?
—Tal vez. —Fett calculó por un momento: veinte mandos en el Aleta de Sangre, unos treinta esperando para seguirlos y tomar a los soldados que trataban de abrirse camino a golpes al área de ingeniería. Los imperiales podrían haber tenido muchas más tropas, pero eso contaba poco en un espacio reducido, donde no podían utilizarlas—. Están atascadas.
Carid y Vevut le hicieron señas de que retrocedan, y se cubrió con Mirta. El whump de la explosión de la carga dejó la escotilla colgando abierta; Vevut la arrancó a un lado con el aplastahuesos de una mano y roció de fuego la escotilla. Si Daala no hubiera querido la nave mayormente intacta, esto ya podría haber terminado. Una andanada de saetas golpeó a Carid en la placa pectoral de beskar y lo estrelló contra el mamparo. Hizo un gruñido animal de molestia.
—¡Ah, me encanta cuando se ponen picantes! —bromeó. Fett oyó el shunk de la vibrohoja de su guantelete—. Vengan a saludar a su tío Carid…
Carid se zambulló por la abertura seguido por Vevut y Fett. Era un borrón de adrenalina, como siempre, y Fett fue consciente de Vevut siendo golpeado por armaduras blancas; los soldados debieron haber empujado a los moffs restantes al siguiente compartimiento para protegerlos. Ahora los espacios eran tan apretados que estaban luchando cuerpo a cuerpo, con tan poco espacio que no se podía levantar un rifle. Las pantallas y paneles sensores se estrellaron con las consolas puestas como barreras. Cuando inhaló —tenía que oler su medio ambiente, filtros de casco o no— saboreó el plastoide chamuscado y habría sido cegado por el humo si las pantallas integradas no estuvieran captando otras longitudes de onda. Saltó sobre un panel derrumbado que se partió bajo sus botas, catapultándolo adelante hacia un soldado de choque. El hombre empujó su arma contra el vientre de Fett y disparó.
El impacto del aire sobrecalentado que se expandía rápidamente fue como un golpe en las tripas, pero el beskar realmente valía el peso extra. Fett golpeó fuerte con su vibrohoja en el hueco entre la placa pectoral y las axilas, sintiéndola atascarse y luego penetrar. Una saeta bláster que no era suya partió el casco del hombre en un destello de luz cegadora. El soldado dejó de debatirse.
—Ba’buir —dijo Mirta, tratando de levantarlo—. ¿Dónde está la Jedi?
Jaina Solo era lo bastante dura para cuidar de sí misma. Pero si se las había ingeniado para que la mataran, estaría furioso. Eso no estaba en el plan. Se puso de pie rápidamente, y entonces oyó un ruido sordo y giró. Jaina saltó desde lo que parecía ser un conducto de ventilación.
—Tahiri —dijo ella—. Se ha ido por los conductos. Los planos dicen que es una ruta de salida de emergencia, un último recurso.
—¿Estás ocupado, Mand’alor? —gritó Carid. Parecía olvidar que no tenía necesidad de alzar la voz en un casco. Generalmente prefería luchar sin uno—. O simplemente vamos a acabar con este grupo sin ayuda, ¿quieres?
—Voy en camino —dijo Fett—. Solo, ¿puedes atraparla?
—Necesito bloquearla en algún lugar a lo largo de la ruta.
—Yo lo haré. —Mirta se había ajustado el casco—. Soy lo suficientemente pequeña para pasar con la armadura.
—Hay un corredor médico acoplado en la parte de arriba —dijo Fett—. Es sólo una corazonada, pero ¿se unen los conductos?
Mirta comprobó su cuaderno de datos.
—Sí… hay un espacio de poco menos de dos metros de altura que corre por la parte inferior de la escotilla. Yo creo que Tahiri pidió un viaje de vuelta a casa. Tal vez deberías usar el lanzallamas.
—Mejor no —dijo Jaina, mirando al techo. Cerró los ojos como si escuchara, y tosió. Fierfek, la próxima vez voy a hacer que use un traje ambiental—. No puedo sentirla, pero no puedo sentir a nadie en el exterior en el casco.
—¿Puedes sentir eso?
—Cuando realmente me concentro. —Respiró profundamente y volvió a toser—. Podría ser un droide médico, o podría ser alguien que puede desaparecer en la Fuerza y puedo adivinar quién será.
—No necesitaba de la Fuerza para saber que tu hermano iba a venir a recoger su villip —dijo Mirta, y arrastró una silla por la cubierta para subir a otra rejilla de ventilación—. Y si yo lo atrapo primero, tu entrenamiento va a haber sido en vano.
—Dije que le dejamos la bolsa de escoria a ella. —Fett se abalanzó para agarrar a Mirta por el tobillo cuando ella se metía en el troncal. Él no podía pensar en nada que pudiera expresar su repentino temor por ella. Lo intentó—. No te hagas matar ahora que te he comprado un regalo de bodas.
Ella sacudió la pierna para soltarse.
—Pide un reembolso.
Jaina le dio un encogimiento de hombros simpático y dobló las rodillas, rebotando un poco como si fuera a saltar. Lo hizo. Se desvaneció por el conducto y no hubo ningún sonido de que chocara con nada. Sí, inteligente. El ruido de la lucha en poco espacio ya había dado paso al más distante sonido transmitido a través de las cubiertas de la nave, la débil vibración de algunos golpes fuertes. Los mamparos y escotillas a prueba de bláster en las secciones de ingeniería parecían también a prueba de soldados.
Fett se volteó para ver la cabeza de Carid asomando por la escotilla.
—No te pongas envidioso. Tú puedes hacer eso con una mochila jet. Ahora, Mand‘alor, estamos a punto de abrir tu sorpresa, así que si no te importa meter tus shebs aquí…
—No debería haberla traído. Ni a Orade.
—No te me ablandes, Fett.
—Necesito a alguien que baile sobre mi tumba. —Carid era un buen hombre, pero Fett echaba de menos a Beviin en operaciones como esta—. ¿A cuántos tenemos ahí?
Fett se abrió paso entre los escombros hasta otra escotilla, una con puertas dobles. Los planos decían que este era el santuario interior. Su radar de penetración de terahercios mostraba cuerpos moviéndose, ahora sólo una docena o algo así. Hasta donde él sabía este era un diseño estúpido para una nave de guerra, pero claro que él no luchaba de la forma que lo hacían las armadas imperiales.
—Calculo que tendrían unos buenos veinte o treinta moffs y sus lacayos en una nave insignia —dijo Vevut—. Hasta ahora cuento catorce muertos.
—Bueno, no parece que estén liderando sus tropas desde el frente. Vamos a arrancar al resto de los gusanos.
Vevut y Fett se parapetaron detrás de una consola arrancada de la cubierta, en cuclillas listos para saltar hacia adelante tan pronto como Carid volara los pernos de la escotilla. Fett no sentía ningún dolor: sabía que se sentiría molido por la mañana, pero en ese momento era inmune, impulsado por la urgencia, la adrenalina, y una larga práctica. Su cuerpo sabía lo que había que hacer, incluso si su cerebro seguía tratando de decirle que era demasiado viejo para estas tonterías, y que tenía que preocuparse por su nieta.
Su madre no te importó un trasero de mott hace décadas, y ahora te preocupas por la niña.
No había lógica en las cosas que pasaban por tu cabeza cuando pensabas que podrías morir. Y cada vez que sacaba un bláster, una vocecita le decía que esta podría ser la última vez que lo hiciera, aunque él nunca le creía.
—¡A cubierto! —gritó Carid.
—Volumen… —suspiró Fett, con los oídos resonando.
Whump.
Las puertas de la escotilla fueron arrancadas. La corriente de fuego bláster de Fett lo precedió cuando saltó sobre Carid y entró por la escotilla. Adentro se acababan de quedar sin soldados, y no le importaba si estaba tratando con moffs armados o no, porque su mano no tenía tiempo para considerar ese factor antes de empezar a disparar.
Esperó a que el ruido se detuviera; bláster, luminarias de transpariplast explotando, gritos, gritos de dolor. Había oído decir a la gente que los Mandos eran totalmente silenciosos cuando atacaban, pero claro que ellos nunca oían lo que pasaba en el interior de los cascos. Carid tenía su vívido torrente de invectivas corriendo todo el tiempo, y nunca parecía usar el mismo lenguaje profano dos veces. Vevut murmuraba para sí mismo. Cuando eran golpeados, gritaban. Fett no podía recordar emitir ningún sonido, aparte de los forzados cuando perdía el aliento por un golpe o una caída.
—Bueno, fin del ejercicio para ellos —dijo Carid. Apuntó su arma mientras que comprobaba si quedaba alguno vivo. Cinco hombres: tal vez había otros oficiales, pero no aquí. Habían llegado al núcleo de la ciudadela. Fett miró hacia arriba.
—No, no pensé que serían tan tontos. Había una escotilla de tamaño decente por encima de su cabeza, nada tan pequeño como para que fueran necesarias maniobras indignas para pasar. Un panel de controles estaba insertado en el techo a su lado. Fett levantó el brazo para tocar el panel con el cañón de su bláster, y se abrió trinqueteando, liberando una escalera que se extendió hasta la cubierta y llegó a apoyarse sobre dos patas.
—Entonces no se hunden con su nave. —Dirigió el radar de penetración inclinando la cabeza, y su pantalla integrada le mostró que el conducto vertical subía, entonces se ramificaba a cuarenta y cinco grados. Si los planos estaban bien, el conducto inclinado saldría en un pasaje más grande justo debajo de la escotilla de emergencia. Los sonidos de metal crepitando decían que o bien el conducto se estaba pandeando con el calor de un incendio, o alguien estaba golpeándolo, probablemente botas sobre peldaños.
—¿Por qué la gente siempre huye de nosotros? —dijo Carid.
—Vamos a preguntarles —dijo Fett.
DESTRUCTOR IMPERIAL ALETA DE SANGRE: RUTA DE EMERGENCIA BETA-UNO
El Destructor Estelar estaba atravesado de conductos que le recordaban a Jaina de los senos en un cráneo.
Emergió en el nivel superior, sudando. Tenía que ser el de más arriba: corrió agachada a lo largo del pasaje, mirando a ambos lados y no pudo ver más aberturas. Tampoco tenía la sensación de ninguna escotilla oculta.
Pero si Jacen estaba ahí… él sabría que ella también lo estaba, aunque él no pudiera precisar su ubicación exacta.
Mirta… ¿dónde está Mirta?
Ben le dijo una vez que utilizaba los comunicadores de casco de la GAG, porque la Fuerza estaba muy bien, pero necesitaba enviar y recibir información compleja en aparente silencio, y la fuerza era bastante pobre para eso. Jaina deseó un casco —sólo por un momento— para comunicarse con Mirta. Al final, no lo necesitó. La encontró en cuclillas con el bláster nivelado hacia adelante. Jaina también se agachó.
Las señales con la mano de Mirta fueron realmente muy claras: Tres o cuatro contactos adelante. Entonces dibujó un símbolo T con el dedo en el aire —Tahiri— y se encogió de hombros.
—Ella está ahí —susurró Jaina. Tan silenciosamente como pudo—. Puedo sentirla.
Aparentemente los planos no lo mostraban todo. Mirta levantó el antebrazo izquierdo, sosteniendo el bláster con la mano derecha como su abuelo, para que Jaina pudiera leer el cuaderno de datos integrado en él. Jaina podía ver una escotilla en la cubierta del pasadizo que no estaba indicada. Pasaron corriendo agachadas por delante, pegando las suelas de sus botas a la superficie para evitar el ruido, y entonces, llegaron a una esquina.
Había un sonido raspante lento, y rítmico, como alguien desatornillando un recipiente de metal. Lo que sucedió a continuación se sintió completamente natural: Mirta señaló al frente y a un lado, luego a Jaina, y luego a sí misma e indicó adelante. Le daría fuego de cobertura a Jaina mientras ella doblaba la esquina.
Oye, me estoy acostumbrando a esta gente.
Mirta hizo señas: Uno, dos… ahora.
Jaina salió disparada girando la esquina y aunque estaba en el arco de fuego de Mirta, se sintió completamente confiada. Pero por delante de ellos, Tahiri —luchando por liberar algo en el techo, aferrada a una escalera y vestida con un traje ambiental amarillo brillante— claramente no. Soltó una andanada de saetas bláster que Jaina desvió con su sable de luz. El fuego golpeó las placas de Mirta.
Jaina nunca había estado lo suficientemente cerca de alguien en esas circunstancias como para preocuparse de lo que sucedía con las saetas desviadas, pero ahora ella lo sabía. Mirta juró en voz alta y devolvió el fuego. Tahiri desvió los disparos con su propio sable de luz, y luego Mirta se volvió loca en opinión de Jaina: corrió a toda velocidad hacia Tahiri, gritando alguna maldición al límite de su voz, algo así como «¡Gar shab’ika!»
Mirta no debería haber sido capaz de superar el tiempo de reacción de una Jedi. Pero lo hizo.
Chocó contra Tahiri y el impacto levantó a la Jedi. Tenía que ser la pura impresión de ver a esta bola de furia maldiciendo en armadura, viniendo a ella, sin preocuparse por si el enemigo tenía un bláster, sable de luz o cañón de iones, que congeló a Tahiri el tiempo suficiente para que la golpeara fuerte. Arremetió con el sable de luz. Jaina pudo ver a Tahiri a través de la placa facial y sabía que nunca olvidaría su mirada de horror cuando la hoja de energía simplemente no pudo cortar el cuerpo de Mirta: Mi sable de luz no funciona. Para cualquier Jedi, era un momento impactante y vulnerable.
Jaina sólo estaba una fracción de segundo detrás de Mirta, pero se sintieron como minutos. Se encontró en piloto automático, de alguna manera accediendo a esa violencia ciega que Beviin le había mostrado, ese enfoque absoluto, y por un momento —por bastante tiempo— aplacó todas las advertencias sobre el lado oscuro.
No había ninguna furia, sólo su cuerpo tomando el control y una voz diciendo: No puedes matar a Mirta, se va a casar, su madre murió, ha encontrado a su abuela. Entonces le pareció perfectamente lógico. Jaina se lanzó hacia Tahiri como una loca. Mirta se apartó rodando y se oyó el shunk de una vibrohoja. Se agachó bajo los destellantes sables de luz, recibiendo algunos pocos golpes accidentales, y Jaina lo vio suceder en esa extraña cámara lenta del combate desesperado, la hoja de Mirta golpeó la pierna de Tahiri y se hundió en su muslo. La sangre brotó: le había dado a una arteria. Su bláster se fue girando por la cubierta.
Y entonces hubo disparos desde detrás; y botas corriendo. Tahiri cayó hacia atrás, agarrándose la pierna. Jaina se giró para ver lo que iba a venir en su dirección y allí estaban: tres o cuatro hombres en uniformes y gorras gris parduzco corriendo hacia ellos. Uno se volvió para disparar detrás de él y obtuvo una saeta en el pecho por la molestia. El resto abrieron fuego contra Jaina y Mirta, y estaba claro que querían llegar a donde Tahiri estaba yendo. Tahiri misma era la segunda prioridad en ese momento. Jaina acuchilló las saetas voladoras. Fett, Carid, y Vevut vinieron atacando por detrás de los Moffs y el tiroteo envió a Jaina girando instintivamente, tras su sable de luz.
Sintió el soplo de aire frío detrás de ella. Metal raspando. Tahiri había desalojado lo que fuera que había atascado la escotilla, y cuando Jaina se volvió, vio a Tahiri subiendo apresuradamente a través del techo. Había sangre por todas partes en la cubierta; Mirta estaba de rodillas, agarrándose la garganta con una sola mano.
—Tu shabla hermano —jadeó—. Está ahí arriba.
Los moffs yacían muertos. Entonces Jaina sintió a Jacen; estaba estrangulando a Mirta para dejar escapar a Tahiri por el tubo de acoplamiento por encima de la escotilla. Jaina puso cada retazo de vigor que le quedaba en romper el agarre invisible de la Fuerza que Jacen tenía sobre Mirta. Lo veía como una cadena negra y visualizó los eslabones separándose cuando Carid pasó disparado junto a ella y subió apresuradamente por la escalera, seguido por Vevut. Fett se detuvo y agarró a Mirta por el hombro, como si pensara que la sangre en la cubierta pudiera ser de ella.
—Estoy bien —dijo ella.
—Si te ha herido, voy a romper mi propia regla y me tomaré un largo tiempo para matarlo —dijo Fett.
—No te preocupes. —Dijo Mirta frotándose el cuello—. Tengo mi propia Jedi…
Entonces la escotilla por encima de ellos se cerró de golpe. Fett subió un par de pasos por la escalera de mano y la golpeó.
—Déjenme subir. —Golpeó de nuevo. Debía de haber sido la esclusa de aire: no podían oír nada—. ¿Carid? Abre la escotilla. Ahora. Deja a la escoria. Tú también, Vevut.
Pero había silencio; y, a continuación, Jaina pudo sentir una vibración rasposa a través del casco.
CORREDOR MÉDICO: TUBO DE ACOPLAMIENTO DE LA ESCOTILLA VENTRAL
—¡Tahiri! —Caedus podía verla en el oscuro túnel del tubo, a través de la ventanilla de transpariacero de la escotilla exterior. El tubo tenía cinco o seis metros de profundidad, el largo suficiente para extenderse a través de las múltiples capas del casco y llegar hasta la esclusa de aire por debajo. Él abrió la escotilla; era una simple apertura manual, del tipo que se levantaba sobre sí misma—. Tahiri, vamos…
—Estoy atascada —dijo ella débilmente.
—Sólo te quedan unos pocos metros para llegar. —Jaina… podía sentir a Jaina muy cerca—. Vamos.
—Estoy… estoy sangrando. Estoy tratando de aguantar.
—¿Dónde?
—En el muslo… la sangre sale a chorros… mi traje está atrapado…
Arteria femoral. Estaría muerta en un par de minutos. Podría levantarla con la Fuerza.
—Aquí hay un truco que podemos hacerte aprender, hijo —gruñó una voz desde abajo—. A respirar vacío. Nosotros podemos. Somos bien duros. Se hace así…
Había mandalorianos debajo de Tahiri, en el tubo.
Una herramienta a motor empezó a zumbar, y Caedus olió el metal siendo cortado. El aire pasó corriendo junto a él, azotando pequeños trozos de flimsi por el tubo.
Están cortando el tubo de acoplamiento.
—Se me ha enganchado el traje… —Ahora Caedus podía ver a Tahiri, la pierna empapada de sangre de su traje ambiental abollada en un puño tal vez para sellar el corte, tal vez en algún vano intento de detener la hemorragia—. Mi traje está atrapado en algo afilado…
Tahiri no gritó, pero Caedus sintió su terror y la escuchó tragando saliva mientras luchaba por liberar su traje de lo que fuera que lo había atrapado. Ella lo estaba desgarrando mientras tiraba.
Podría parar la hemorragia.
Podría cerrar la brecha.
Podría tirar de ella para apartarla.
Él podría empujar con la Fuerza a sus atacantes o agarrarla para liberarla o arrebatar los cortadores, pero eso también desgarraría el tubo de acoplamiento. No podía hacerlo todo. Todavía estaba exhausto por el esfuerzo del enlace de batalla y hacer caer las defensas de Fondor.
No, no soy omnipotente.
Y podría volver al cuerpo del corredor médico para salvarse a sí mismo y dejarla morir.
Pero necesitaba a Tahiri.
—No te atrevas a morirte. —Caedus se deslizó al tubo, agarrándose a los asideros—. Agárrame cuando esté a tu alcance y sostente.
Daría un salto de la Fuerza cuando ella estuviera agarrada y soltaría el anillo de acoplamiento. Estaba bien. Podría hacerlo.
Y entonces algo por encima hizo que el corredor médico se estremeciera. El tubo se sacudió y tensó desde el extremo donde él estaba. La escotilla de arriba se cerró de golpe.
Estaba encerrado en un tubo de acoplamiento que estaba perdiendo atmósfera, con una mujer moribunda por debajo y unos mandalorianos psicóticos dispuestos al suicidio.
—Tienen… tienen trajes a prueba de vacío… —dijo Tahiri.
A Caedus nunca se le había cruzado por la mente preguntarse cómo funcionaban las armaduras y trajes interiores mandalorianos. Era obvio: eran como los trajes de los soldados. El aspecto arcaico y maltratado enmascaraba la mejor tecnología que podría ser integrada en las armaduras.
Si presiono fuerte, puedo volver a abrir la escotilla.
El aire no se estaba escapando tan rápido como había temido; los hombres de abajo estaban usando algún tipo de sierra a motor en el material duro, y la abertura que habían conseguido crear era pequeña en comparación con el volumen de aire que corría para escapar. Caedus se dejó caer al túnel, y algo se agarró a su pierna. Pensó que era Tahiri, pero era una mano con un guantelete, y lo lastimaba.
Le estaba aplastando el tobillo. Alguien también lo agarró por la cintura.
Pero esa era Tahiri, esperaba. Su tobillo se retorció. Esa no era Tahiri.
—Hola, Jacen. Siento como si ya te conociera, hut’uun.
Había una cantidad de elementos en competencia que incluso un Lord Sith podría manejar a la vez. Caedus tenía que elegir, y rápido.