capítulo dos

Gracias por su pago reciente. El guardamuebles pendiente del difunto Hidu Rezodar ahora ha sido liberado por el Registro de Testamentos y Herencias, y puede recoger los elementos en cualquier momento durante los próximos diez días. Ahora que se ha activado el proceso de reclamación, cualquier elemento que no sea recogido en ese plazo será subastado por el Estado de Phaeda y usted perderá toda propiedad. Cualquier impuesto o tasas a pagar por los artículos debe ser resuelta antes de abandonar el planeta.

—Mensaje de la Tesorería del Estado de Phaeda a Boba Fett, Mand’alor, Al’Ori’Ramikade (Líder de los Clanes Mandalorianos, Comandante de Supercomandos)

BRALSIN, CERCA DE KELDABE, MANDALORE

El gastado casco de Fenn Shysa todavía estaba sobre una columna de granito en el claro, firmemente sujeto por una clavija de duracero.

Sólo los animales o las tormentas podrían haberlo desalojado, nadie habría pensado en robar la reliquia de un Mandalore muy querido. Incluso había sobrevivido a un intento de los yuuzhan vong por devastar el planeta. Shysa era venerado.

—Ha pasado mucho tiempo, Shysa. —Boba Fett no tenía el hábito de hablar con los muertos, excepto con su padre. Era la primera vez que visitaba el lugar—. Obtuviste lo que querías.

El casco una vez había sido de un vívido verde con la sección en T de rojo, pero la pintura se había decolorado a unos tonos más amarronados, y los rasguños y abolladuras de batalla eran más visibles. El monumento era un sustituto de una tumba adecuada para un mandalore; el cuerpo de Shysa todavía se encontraba en el sector Quence donde Fett lo había dejado. El casco fue todo lo que había traído. Era un monumento apropiado para un líder populista, ser conmemorado de la misma forma que cualquier mandaloriano ordinario. Sólo el Mand’alor, el jefe de estado de un pueblo sin estado, era enterrado. Su cultura guerrera nómada no tenía la tradición de cementerios ordenados.

¿Dónde me van a enterrar a mí? Si yo puedo participar en la decisión, cuando realmente llegue el final, sólo voy a poner al Esclavo I en piloto automático hacia el Borde Exterior, y seguiré adelante.

Fett había sido un Mand’alor ausente, ignorante de las tradiciones de su propio pueblo. Sus lecciones, las quisiera o no, venían de su recién encontrada nieta Mirta, quien insistía en llamarlo Ba’buir —abuelo— y lo animaba a abrazar su herencia. Las relaciones entre los dos eran… poco entusiastas. Eso era una gran mejoría. Habían empezado como homicidas.

Se quedó mirando el casco de Shysa, recordando. El barve loco. ¿Valió la pena?

—Tú sólo dirías te lo dije, así que te ahorraré el aliento…

—No puedo esperarte más.

La repentina voz en el enlace de audio de su casco lo hizo sobresaltarse, pero sólo era Mirta. Estaba ansiosa por ponerse en marcha hacia Phaeda.

—Vas a esperar —dijo—. Has esperado tres meses. Puedes esperar diez minutos más.

Fett se llevó dos dedos al casco en un saludo de despedida para Shysa y giró de nuevo hacia la moto deslizadora.

Si sólo cuidas de tu propio pellejo, entonces no eres un hombre.

Eso fue lo último que Shysa le dijo antes de morir.

Fett se dirigió a la granja de Goran Beviin, flotando por encima de la cinta plateada de un afluente que desembocaba en el río Kelita. El paisaje estaba cambiando. Desde la primera vez que había regresado a un planeta que seguía luchando para regresar a la vida después de que los yuuzhan vong habían hecho todo lo posible para acabar con él, los mandalorianos dispersos alrededor de la galaxia habían comenzado a volver a casa, miles de ellos, y luego cientos de miles, y más. La tierra se estaba recuperando. La agricultura estaba empezando de nuevo en las extensiones saladas y envenenadas por los vongese. Eso le daba una buena sensación. Los mando’ade mostraban su lado desafiante al conseguir que las viejas granjas volvieran a ser prósperas en lugar de encontrar nuevas tierras, más fáciles de cultivar.

No, los chicos-cangrejo, como Beviin seguía llamando a los yuuzhan vong, no habían ganado.

Mirta era una chica persistente.

—¿Ba’buir, quieres que encienda los motores?

—No.

—¿Estás bien?

—¿Está Goran allí? —Ella no necesitaba saber cómo se sentía él en ese momento. Ni siquiera él mismo estaba seguro, más allá de un terrible temor culpable—. ¿Tiene la habitación lista?

—Por supuesto que sí. Goran nunca te ha decepcionado.

Eso era cierto.

—¿Está resuelto el alojamiento de Beluine?

—Sí, pero…

—Entonces será mejor que alguien le diga que el Oyu’baat es lo más cercano a cinco estrellas que tenemos en Keldabe.

—Eres psíquico, Ba’buir.

Fett no lo era, pero conocía a su médico personal lo bastante bien como para predecir que no iba a pensar que una habitación en el rústico café Oyu’baat era lo suficientemente buena para un sofisticado médico de Coruscant. Así eran las cosas. Yo soy el cliente. Si el gobernante de Mandalore podía aguantar un excusado de granja destartalado con una fontanería brutalmente básica, el Oyu’baat era apropiado para Beluine. Era limpio y cálido. Mientras que no intentara jugar una ronda de cu’bikad con los parroquianos, estaría bien.

—Dile que siempre se lo puede sustituir por un droide médico —dijo.

Cuando Fett ladeó al deslizador alrededor del último grupo de árboles, pudo ver a Mirta apoyada en las placas de popa del casco del Esclavo I, con los brazos cruzados sobre el pecho, y Goran Beviin esperando a su lado con su mono de granja gris pizarra.

—No sirve de nada actuar como si no te importara —dijo Beviin mientras Fett abría la escotilla de carga desde el control remoto en la placa de su antebrazo y dirigía al deslizador a la rampa—. Es posible que la hayas dejado, pero ella sigue siendo tu esposa.

Fett aseguró el deslizador.

—Ex-esposa.

—De cualquier modo, las habitaciones y los droides médicos están listos.

Fett no quiso sonar desagradecido. Beviin era un buen hombre, el sucesor elegido de Fett si algo salía mal —como la muerte, como la enfermedad, como simplemente la edad avanzada— y había aceptado un montón de demandas desde que habían encontrado el cuerpo de Sintas Vel.

La esposa de Fett no estaba muerta.

Muerta hubiera sido difícil después de que había estado desaparecida por más de treinta años. Muerta hubiera sido más fácil que encontrarla encerrada en carbonita, almacenada como basura entre las pertenencias olvidadas de algún mafioso muerto, y entonces pensar en lo que le iba a decir.

¿Cómo le digo que nuestra hija Ailyn está muerta?

¿Cómo le digo todo lo que ha pasado desde que desapareció? ¿Que tiene una nieta?

Al menos Mirta podría contarle sus propias cosas. Fett abrió la escotilla y se metió en la cabina, con una bolsa maltrecha sobre un hombro. Ella tenía veintitantos años, a pesar de que tenía una mirada inocente que la hacía parecer una niña, y eso significaba que no sería mucho más joven que su abuela cuando fuera revivida.

Pero eso no lo sé. Sintas podría haber estado cautiva por años, y sólo encerrada en carbonita recientemente. Podría estar más cerca de mi edad. Ella era unos años mayor que yo…

De cualquier modo, iba a ser un reencuentro muy difícil. La última vez que la vio, la había dejado herida en un callejón. Fue una salida ignominiosa para agregar el abandonarla junto a su hija bebé. Y ahora todo el dolor iba a hacer erupción a la superficie de nuevo, todos los recuerdos que había encerrado en su pasado tan seguramente como congelarlos en carbonita para no tener que mirarlos nunca.

—El droide med también está lleno de programación psiquiátrica, Bob’ika —dijo Beviin en voz baja.

La gente solía salir de la carbonita en mal estado, cualquier cosa desde de ciegos y desorientados hasta total y permanentemente locos. Ella realmente se lo agradecería. Si sólo supiera cuáles eran sus probabilidades.

—Gracias, Goran —dijo Fett—. Dile a Medrit que estoy agradecido.

—Ah, siempre hemos tenido lugar para los huéspedes. Kih’parjai. No es nada.

—Está bien, atiende el negocio mientras yo no esté.

La guerra entre la Alianza Galáctica y la Confederación estaba olvidada por el momento. Fett se acomodó en el asiento del piloto y esperó hasta que vio a Beviin alejarse de la corriente descendente antes de activar los controles, y el Esclavo I cobró vida. El campo del norte mandaloriano retrocedió convirtiéndose en un mosaico, y el cielo a través del ventanal se oscureció al violeta y entonces al negro al salir de la atmósfera. Ya no había vuelta atrás.

—¿Y si termina loca? —preguntó Mirta.

—Han Solo estuvo en carbonita y sigue pavoneándose por ahí sin problemas.

—Yo la cuidaré —dijo ella.

—Yo puedo cuidarla.

—Quieres decir pagarle a alguien más para que lo haga.

Así que hoy Mirta estaba en uno de sus estados de ánimo combativos. Eso quería decir que estaba asustada. Él entendía por qué, pero tenía sus propios problemas de los que ocuparse a la hora de volver a enfrentarse a Sintas.

¿Cuántos años tenía yo cuando me fui? ¿Diecinueve? Y entonces Mirta querrá desenterrar las razones por las que me fui. Va a ser difícil.

—Lo que sea —dijo—. Ella va a ser atendida.

Fett quería borrar de su mente el pasado. Ingresó manualmente el curso a Phaeda sólo para mantener las manos ocupadas, dejar de pensar, y evitar una conversación con Mirta; incluso se dejó el casco puesto en la cabina, en estos días su señal para ella de que no quería hablar. Pero nunca era tan fácil esquivar su escrutinio. Parecía odiar las lagunas en una historia, y para ella, Fett tenía muchas más lagunas que historia en su vida.

—¿A dónde fuiste esta mañana? —preguntó.

No decirle sólo avivaría el fuego. Y tal vez él ahora quería ceder ante el interrogatorio, tal vez ya era hora de que ella lo supiera, aunque nadie más lo hiciera, tal vez… ¿quería que ella tuviese una mejor opinión de él?

Fett hizo una pausa.

—Al monumento de Shysa.

—¿Por qué?

Aquí vamos.

—No había estado allí desde que murió.

—Tu hermano dijo que lo depusiste…

¿Hermano? Hermano. Jaing, Jaing Skirata, ese stang clon sabelotodo que seguía por ahí todos estos años después.

—Él no es mi hermano. Sólo compartimos un genoma, más o menos. Y le dije que él no sabía lo que había pasado entre Shysa y yo.

—Pero tú volviste, y Shysa no.

—Es una larga historia.

—Tenemos tiempo de sobra. ¿Qué pasó?

Fett tuvo una punzada de pesar ocasional. No lo atormentaba, porque había hecho lo que tenía que hacer, y la alternativa le hubiera roído incluso en su conciencia de duracero. Se debatió si contárselo, preocupado por sus razones para resucitar otro episodio triste de su vida en un momento como este.

—Yo lo maté —dijo finalmente Fett—. Maté a Fenn Shysa.

CUARTELES DE LA FLOTA, CIUDAD GALÁCTICA

La almirante Cha Niathal podía sentir el estado de ánimo de una nave, o de un establecimiento costero, al momento en que llegaba a bordo. Y el estado de ánimo de ésta era de un miedo sorprendido.

Era imposible mantener algunas cosas en secreto, y matar a un oficial subalterno en el puente del Anakin Solo era casi lo más difícil de ocultar que había.

No puede ser cierto.

Pero el capitán del Anakin, Kral Nevil, un quarren con una sólida reputación tanto como piloto como comandante, lo había atestiguado. Él no era el único que había visto el incidente: no eran sólo «rumores», era un caudaloso río de chismes que circulaba cruzando tanto las salas de oficiales como las cubiertas inferiores por toda la flota. El coronel Jacen Solo, Jefe de Estado conjunto de la Alianza Galáctica, le había roto el cuello a la teniente Tebut sin siquiera tocarla, en el puente de su nave insignia, a la vista de toda la tripulación. La razón no importaba. La enormidad del acto volvía irrelevante a cualquier razón.

La noticia se había filtrado. Se extendería por la flota como una señal luminosa. Incluso la lealtad absoluta de la tripulación rigurosamente investigada del Destructor Estelar no le impedía hablar de algo tan serio. Tebut también había sido leal, se decían el uno al otro, y mira lo que le sucedió.

Era muy bueno que Niathal tuviese testigos confiables, ya que sin ellos lo habría descartado como un rumor infundado. Jacen había hecho un montón de cosas sucias en su ascenso al poder, pero esto no era solamente sucio. Era trastornado.

La ha perdido. Se está convirtiendo en un megalómano. ¿Qué hago ahora?

Caminó a lo largo de los pasillos del edificio del cuartel hacia la sala de oficiales. Cualquier otro día, incluso en medio de una guerra, la atmósfera del edificio era ocupada y con un propósito; el zumbido acumulado de las voces tenía un tono determinado. Si se había perdido una nave en acción, el zumbido se reducía en volumen, bajaba el tono y el dolor era tangible, pero el pulso, el latido del mismo corazón de la armada, todavía estaba allí.

Hoy, ese latido se había detenido. Todo el edificio parecía estar conteniendo la respiración, asustado de exhalar. Cuando Niathal pasaba junto al personal, la saludaban en forma automática como era normal, pero la miraban con expresiones que ella podía leer demasiado bien: ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede él hacer esto? ¿Seguramente usted va a hacer algo al respecto?

Esas miradas, ruegos silenciosos, eran agonizantes. Pero no eran tan malas como las que decían: Usted es Jefe de Estado conjunto. Usted está dejando que él haga esto.

Niathal entró en el bajo murmullo de conversación moderada del comedor de oficiales y chocó contra un muro de silencio repentino. Entonces todo el mundo se puso firme y saludó. Ella podía saborear el miedo.

—Descansen —dijo, y trató de actuar como si estuviese haciendo las rondas normales de un Almirante para comprobar los asuntos de rutina como el orden y la moral—. ¿Alguna queja?

—No, señora. —Fue un coro de voces. Si alguno hubiera planteado la más evidente preocupación de que la AG tenía a un maníaco al timón, ella no habría tenido ninguna respuesta. Todavía no podía enfrentarse a Jacen. Y si desestimaba sus preocupaciones, ella perdería respeto y confianza—. No hay nada mal con la comida, señora.

Niathal asintió y continuó hasta su oficina. El capitán Nevil la estaba esperando. Cerró las puertas y recorrió la habitación en busca de micrófonos con su escáner de mano, pero incluso aunque parecía limpia, habló en susurros.

—Todo lo que puedo esperar —dijo ella, sin esperar a que él hablara—, es que cuando la noticias se difunda, las tripulaciones la crean tanto como yo, o crean que por alguna razón la pobre mujer se lo merecía. Porque si llegan a la conclusión de que es un monstruo, la moral se derrumbará, y habremos perdido.

Nevil no respondió. El quarren generalmente se guardaba sus opiniones, pero hoy parecía tener los labios más apretados que de costumbre.

—¿Qué pasa, capitán? He escaneado en busca de dispositivos de vigilancia. Puede hablar libremente.

Sus tentáculos bucales ondularon como si estuviera midiendo cuidadosamente sus palabras.

—¿Qué va a hacer respecto a Solo?

El instinto y entrenamiento de Niathal le pedían que llamara inmediatamente a la policía militar, invocara poderes de emergencia e hiciera arrestar a Jacen. Pero su sentido común le decía que la Guardia de la Alianza Galáctica leal a Jacen triunfaría sobre la PM, que el resto de la flota era leal a él, y que ella iba a terminar como la único Jefe de Estado, que, sin importar lo que hubiera pensado hace un par de años, ahora era un cáliz de veneno.

Y ella era efectivamente la espía de Luke Skywalker. Tenía que permanecer en el interior para armarlo con inteligencia. Jacen era demasiado fuerte para que ella lo enfrentara y depusiera sola.

—Por el momento, hay muy poco que yo pueda hacer —dijo.

—Señora, puede presentar cargos contra mí por decir esto si quiere, pero él tiene que ser relevado de sus deberes.

—¿Confía usted en mí, capitán?

Los tentáculos de Nevil se quedaron quietos. Ahora estaba cauteloso.

—Creo que todavía lo hago.

—Entonces, si le digo que estoy tan consternada por este acto monstruoso como usted, pero que tengo que asegurarme de que realmente estoy en posición de hacer algo concluyente, ¿aceptará eso sin más explicaciones?

Niathal esperaba que él lo entendiera. Si le contaba más, él también estaría en peligro. Era la charla sesgada de los golpes y conspiraciones; no que ella fuera ninguna extraña a ese tipo de conversaciones codificadas, después de haber ayudado a derrocar a Cal Omas. Tal vez ahora estaba recibiendo su merecido.

—Creo que comprendo el sentido general, Almirante —dijo Nevil.

Niathal no estaba segura de que lo hubiera hecho.

—Cuando una dispara contra un objetivo como Jacen Solo, no se atreve a errar o solamente herirlo. Debe asegurarse de que no pueda devolver el fuego. Nunca.

Nevil se congeló, entonces asintió. Era un gesto humano, recogido al servir junto a los humanos, al igual que ellos adoptaban expresiones de otras especies.

—Había esperado un motín instantáneo —dijo—. Pero nuestra tendencia, la de todos nosotros, es la de mantener la disciplina e intentar seguir adelante como si nada estuviera pasando, como si eso fuera a hacerlo desaparecer.

—Hay una guerra en progreso, Nevil. Nuestra gente está demasiado ocupada manteniéndose con vida. —Niathal se acercó a la ventana y miró hacia afuera sobre la ciudad, de alguna manera esperando ver la vista cambiando radicalmente al igual que lo había hecho su mundo. Pero la vida continuaba. Coruscant estaba muy lejos del frente, y Jacen seguía siendo el coronel heroico, triturador de terroristas y el hijo de dos héroes de la antigua rebelión. Bien alimentado y defendido, con programas que lo distraían en la HoloRed, el ciudadano promedio de Coruscant no estaba dispuesto a correr a las barricadas y asaltar el Senado, aunque el destino de Tebut estuviese empapelando todos los boletines de la NEH. No lo estaría, por supuesto—. Y no ha impactado en las vidas de los civiles de aquí… todavía.

Nevil parecía algo más tranquilo porque seguía hablando con la oficial y no con la política.

—No voy a preguntar qué le va a decir cuando se reúna con él. Pero él sabe que usted sabe, y usted tendrá que tomar alguna posición al respecto.

—Voy a cuestionar abiertamente sus métodos, como suelo hacerlo —dijo ella, preguntándose si ya le había confiado demasiado a Nevil—. Y él va a pensar que nada ha cambiado.

—Así que ustedes no comparten una filosofía.

—Estoy decepcionada de que usted haya pensado que lo hice alguna vez.

Nevil esperó un par de latidos como si fuera a expresar su punto, que no estaba tan seguro de que una ambiciosa almirante no estuviera dispuesta a hacer lo que fuera necesario para llegar a los altos cargos, incluyendo vender su honor.

—Mi hijo no murió para poner a un déspota sádico en el poder —dijo al fin—. Espero que usted se asegure de que su vida no fue en vano.

Era un golpe bajo. Niathal lo soportó.

—Lamento lo de Turl. Realmente lo hago.

Nevil sólo inclinó cortésmente la cabeza y se fue. Niathal acababa de confirmar algunos de sus peores temores. Aunque sabía que no siempre podía caerle bien a todo el mundo, y que convertirse en Jefe de Estado siempre significaba pisar unos cuantos pies, la hería que no confiaran en ella… o le creyeran.

Irónicamente, el hombre que estaba tan convencido de que podría terminar con el caos y el conflicto con sus tácticas de choque estaba sembrando más caos y conflictos propios. Jacen estaba volviendo cauteloso y desconfiado a todo el mundo, incluso a viejos amigos y aliados.

Tenía que negociar un encuentro discreto con Luke Skywalker. Pero primero, tenía que ser fiel a su estilo y confrontar a Jacen Solo con indignación por su último error de juicio. Llamó a su chofer. En el viaje a través de las despreocupadas y ordenadas carreteras aéreas de Coruscant hasta el Senado, se concentró en estar enojada e indignada en lugar de pensar en sus próximos movimientos encubiertos. Los Jedi podían sentir estas cosas. Pensó en el hijo muerto de Nevil, y la indignación llegó de forma natural.

Coruscant realmente estaba muy pacífico. Era difícil de cuadrar lo que veía desde la ventana del deslizador con lo que sucedía fuera del planeta en el campo de batalla, casi como si hubiera un portal que había cruzado y vuelto a otra dimensión. Pero no había pasado tanto tiempo desde la invasión yuuzhan vong, que había vuelto a la capital galáctica mucho más nerviosa que planetas que habían sufrido mucho peor y mucho más frecuentemente durante siglos, y por lo que estaba dispuesta a aceptar los extremos de Jacen. Coruscant estaba asustado y quería que lo protegieran. Niathal se preguntaba cómo le habría ido a Jacen tratando de hacer su acto de salvador de línea dura en mundos más aguerridos, menos inocentes.

Él estaba en su oficina, mirando una holovideo de inteligencia, una grabación de un enfrentamiento de la flota. Había tantos pequeños incendios encendiéndose por toda la galaxia que ahora ella no podía decir dónde estaba teniendo lugar sin estudiar cuidadosamente las imágenes para identificar a las naves y el terreno.

Sólo otro teatro de guerra. La única cosa positiva que veo es que nos hemos salvado del colapso por sobre-extensión gracias a los sistemas que tuvieron la amabilidad de organizar sus propias guerras locales y excusar nuestra asistencia.

—¿Qué he hecho esta vez? —dijo Jacen, sin apartar la mirada de la pantalla—. Pude sentir la pequeña nube negra de amonestación que viene…

Sigue enojada. No lo dejes que sienta nada más allá de eso.

Niathal respiró hondo mostrando un exasperado suspiro humano.

—Jacen, ya sé que eres muy nuevo en el ejército, pero he aquí un consejo para ayudarte a encajar en la cultura de las salas de oficiales. No matamos a los oficiales subalternos en el puente delante de todos. Eso no se hace. Por lo menos intenta hacerlo en algún lugar menos público en el futuro.

Entonces él levantó la mirada. Ella se preguntó si él estaba sintiendo la tensión, porque se veía más diferente cada día, un poco más viejo y menos luminosamente juvenil. Era especialmente notable en los ojos.

—Ah. Se corre la voz.

Ella no se sentó. No podía mantenerse enojada sentada.

—La voz se corre por la flota, y rápido. Has quedado como un tonto.

—¿En serio? Pensé que lo estaba haciendo bastante bien.

—La moral, Jacen. Es un recurso tan importante como un Destructor Estelar. Les pedimos a aquellos bajo nuestro mando que estén listos para morir para nosotros, no debido a nosotros, y el momento en que perdamos su confianza, comenzaremos a perder la guerra. Los necesitamos.

—Oh, y ellos me necesitan a . —Él dejó escapar un bufido de desprecio—. El pacto funciona en ambos sentidos. Tebut fue descuidada. Esto no es un ejercicio, almirante, es una guerra de verdad, y los errores hacen que te maten. Podríamos haber perdido la guerra gracias a Tebut. Creo que lo que le pasó le dejó en claro a todo el mundo lo que eso significa.

—¿Tenías la intención de hacer un ejemplo de ella, o sólo perdiste el control y todo se te fue de las manos?

Eso sí que obtuvo una reacción. Vio parpadear sus ojos, pero ni un músculo de su rostro se movió por uno o dos segundos.

—Creo que después de esto vamos a ver una mejora en los procedimientos de seguridad.

—Bien —dijo ella. Ah, o está preocupado de que se va a agotar, o ya se ha quebrado y no quiere que yo sepa que se está cayendo a pedazos—. Entonces voy a pasar una parte de mi muy limitado tiempo reparando el daño que has hecho a la moral, ya que si la compañía de una nave está aterrorizada de hacer algo mal, muy pronto dejarán de usar su iniciativa y no harán nada en absoluto. ¿Tengo que explicarlo?

—Te preocupas demasiado por ser popular.

Niathal tuvo que reprimir una réplica. Sabía que su reputación en las cubiertas comedor era como un iceberg sin sentido del humor.

—Sí, debo controlar mi imagen de fiestera.

—De todos modos, Fondor. Es momento de recuperarlos.

—Yo preferiría primero atacar su capacidad industrial. Sacar de servicio sus astilleros.

—Necesitamos esos recursos de una sola pieza.

—Si los queremos funcionando como un objetivo, entonces probablemente tendremos que ocupar el planeta para mantenerlos, porque el gobierno no está dispuesto a capitular. Y no tenemos los recursos para lograrlo.

—Podríamos.

—Oh, por favor compártelo.

—El Remanente Imperial. Estoy abriendo negociaciones.

—Qué bueno que me incluyeras en esto…

—No nos hemos comprometido a nada.

Así que es nosotros otra vez.

—Si crees que Pellaeon va a conformarse con un beso después de que le quitaras el trabajo, realmente no estás prestando atención.

—Bueno, sólo para darle a los moffs un incentivo que ayude a persuadirlo a perdonar y olvidar, estaba pensando en ofrecerles algún territorio adicional a cambio de unirse a nosotros: Borleias y Bilbringi.

Sin duda era un incentivo, y habría sido excesivamente generoso si cualquiera de esos mundos hubiera sido de la AG para dar de regalo. Ninguno era un miembro pleno de la Alianza.

—Entonces, ¿en qué consiste el regalo? ¿Hacer la vista gorda ante una invasión de los moffs? ¿Ayudarlos a hacerlo? Ayudarlos cuesta recursos, y de todos modos nunca habríamos ido en su ayuda si esos planetas hubiesen sido atacados. Entonces, ¿qué les damos?

—Cuando derrotemos a la Confederación, vamos a dar forma a la galaxia como nos plazca para nuestro mayor beneficio. Ellos contribuyen a hacerlo, y obtienen dos mundos ricos por sus problemas.

—O siguen teniendo dos mundos que no quieren estar bajo su yugo y luchan contra ellos por cada metro de terreno.

—De cualquier modo, no es nuestro problema.

Pero tarde o temprano, esto iba a volver para morderlo, estaba segura.

—Esto me recuerda a una de esas estafas de tiempo compartido de Naboo —dijo ella. Era el momento de dejar que lo mordieran, y Pellaeon nunca lo permitiría de todos modos—. Pero te dejaré a ti la política de alto nivel.

—¿Fondor, entonces?

—Primero sacar de servicio sus astilleros, porque eso inhabilita su esfuerzo de guerra. Entonces neutralizamos sus fuerzas armadas.

—Muy bien.

—¿Y vas a hablar directamente con Pellaeon?

—Estaba pensando enviar a una figura más neutral. Tahiri.

—Jacen, ella no es exactamente una diplomática, ni siquiera una negociadora.

—Todo lo que tiene que hacer es conseguir que lo acepte en principio. Yo puedo hacer el resto.

Niathal tuvo la sensación de que Tahiri estaba siendo preparada para ocupar el lugar de Ben. Se alegraba de que el muchacho hubiera logrado salir de las garras de Jacen; tenía los ingredientes de un buen oficial y se estaba convirtiendo en un hombre independiente.

—Entonces hazme saber cuándo lo hagas. —Se dio la vuelta hacia su propia oficina, la que había tenido como Comandante Suprema. Se sentía como un refugio en momentos como éste—. Preferiblemente antes de que actúes…

—Haz pasar a Shevu, ¿quieres? —le dijo Jacen mientras se iba—. Ya debería estar afuera.

Niathal pasó junto al joven capitán de la GAG ​​en el pasillo, justo a tiempo, y le hizo un gesto hacia la puerta de Jacen. Él no parecía feliz, pero tampoco parecía asustado. Si Jacen toleraba a alguien tan poco visiblemente intimidado en su séquito, entonces Shevu tenía que ser uno de sus lacayos más confiables. Ella mantendría las distancias.

—Es todo tuyo —dijo Niathal.

EL HALCÓN MILENARIO, PUESTO AVANZADO JEDI, ENDOR

—Entonces, papá, ¿cómo puedo contactar a Boba Fett? —preguntó Jaina. Todo lo que podía ver de Han Solo en su posición bajo las líneas de refrigerante del Halcón Milenario eran sus botas de piloto—. ¿Cómo haces para ubicarlo?

—De la manera habitual, nena. Me quedo por ahí como un idiota, y él me tiende una emboscada.

—Lo digo en serio, papá.

Han salió arrastrándose de debajo del Halcón y se puso de pie.

—Esto es idea de Jag, ¿no es así? Nunca debí dejarlo tener esos aplastahuesos.

—Eh, yo puedo tomar mis propias decisiones locas. Y la mejor persona para enseñarme a cazar Jedi es Fett. ¿Estoy en lo cierto?

Han limpió la llave hidráulica en un trapo, y Jaina pudo ver que él había perdido una luz. Más allá del claro, el bosque era una cacofonía de ruido salvaje que de alguna manera se las arreglaba para fundirse en algo tranquilo. Allí estaba ella, hablando de este modo tan indiferente y oblicuo acerca de cazar Jedi… a su hermano gemelo, el único hijo varón que le quedaba a su padre. Había días cuando papá repudiaba a Jacen y no quería volver a verlo nunca, y al día siguiente… al próximo, Jacen era de nuevo su chico, y él quería cuidarlo y arreglar las cosas. Pero cada día, el volumen de las cosas que había que arreglar se hacía más grande, más difícil, y más imposible. Papá sufría. Jaina sabía que mamá también estaba sufriendo, pero ella parecía estar manejándolo mejor que él.

—Así que Ben piensa que Jacen mató a Mara.

Jaina se estiró y le quitó el trapo y la herramienta de las manos.

—Ya está limpia, papá. Sí, lo hace.

—¿Qué piensas ?

—No lo sé. Simplemente no lo sé.

—¿Crees que es capaz de eso?

—Todavía no quiero ni pensar en eso.

—Jaina, ¿crees que él es capaz de eso?

Jacen había torturado a Ben: ¿quién sabía bajo qué clase de extraña lógica estaba operando? Si le hizo algo terrible a Mara, ¿habría tenido algún concepto de que estaba haciendo algo malo? Él no había planeado matar a la hija de Fett, pero ella no había sobrevivido a su interrogatorio. Jaina se odiaba a sí misma por incluso haberlo pensado. Jacen era el hijo de Han Solo. Pero cada asesino, cada criminal, era el hijo de alguien.

—No, no creo que él mataría a Mara —dijo Jaina—. Pero Ben parecía bastante racional. Hay algo que no cuadra. Sólo espero que no se acerque demasiado a Jacen mientras hace esta investigación.

—Entonces crees que Jacen le haría daño a su propia familia.

—Papá, él ya ha hecho mucho daño.

—¿Qué vas a hacer con él? Quiero decir, tienes que haber planeado algo o no estarías yendo a inscribirte en la clase de maestría de Fett.

—Voy a traerlo —dijo ella.

Traerlo. ¿Entonces qué? ¿Desprogramarlo? ¿Encerrarlo en el ático como se supone que haces con los parientes locos? ¿Rehabilitarlo y llevarlo de vuelta a la Orden Jedi? ¿Qué sucede con los ex-Lores Sith?

—La alternativa es dejarlo seguir adelante, papá. —Han Solo nunca había asustado a sus hijos, pero ahora estaba asustando a Jaina. Ella dejó caer ligeramente la barbilla—. Podemos preocuparnos por todo eso después de que esté fuera de peligro.

—Está bien —dijo Han—. Si yo estuviera buscando a Fett, iría a él, empezando por Mandalore. Él te la va a poner difícil, ¿lo sabes?

—Lo que sea necesario.

—Puede indicarte la puerta.

—No lo sabré hasta que se lo pida.

—¿Crees que tu temperamento aguantará?

—Puedo hacer cualquier cosa cuando realmente lo quiero —dijo Jaina—. Y quiero traer a Jacen antes que nadie más llegue a él. Tal vez también antes de que Ben se acerque demasiado. Por el bien de todos.

—Fett no tiene todos los movimientos, o ya habría matado a Jacen y estaría usando alguna parte de su anatomía como trofeo.

—Jacen no es invencible, papá. Nadie lo es. Pero cuando vaya tras él, tendrá que ser con habilidades que él no tiene. Como las de Fett.

—Si encuentras problemas, tu mamá y yo vamos a estar buscando sitios alternativos para una base Jedi no muy lejos de esa parte de la galaxia…

—No —dijo Jaina—. No voy a necesitar un rescate. Sólo quería saber si pensabas que había otra forma de hacerlo.

Han no tenía ninguna idea mejor o habría discutido. En su lugar le dio un largo abrazo, silencioso y desamparado, y ella supo entonces que el enfoque que mantendría en su mente cuando las cosas se pusieran feas era que tenía que hacer esto para detener el sufrimiento de su padre. El bien general, los miles de millones de seres cuyas vidas podrían estar en juego, era imposible de usar como un motivador poderoso. Necesitaba algo que pudiera impulsarla desde sus entrañas, desde el alma. Y ese algo era el rostro de su padre, drenado del espíritu que lo volvía un héroe para ella.

—Cuida de mamá —dijo, y se alejó entre los árboles—. Te quiero, papá.

—Oye, no lleves el InvisibleX a Mandalore —llamó él—. Sólo los hará enojar. Y yo también te quiero, cariño.

Jaina se dio la vuelta un par de veces para comprobar si Han la seguía mirando o había vuelto al refugio del Halcón, pero él esperó con los brazos cruzados, luego agitó la mano. Debía haber agravado su dolor saber que cuando las cosas habían llegado a su punto más bajo, su propia hija pensaba que el único hombre que podía ayudarla era Fett.

Fett sabía lo que era perder a un hijo y ver a su familia destrozada. Esperaba, sin razón lógica alguna, que el hombre estuviese de acuerdo con entrenarla no porque quería tener su venganza contra Jacen, sino porque entendía su dolor.

Aunque, al final, no importaba en absoluto.