capítulo uno

Cuando la nación corra su riesgo más oscuro, el gran guerrero-marinero Darakaer será convocado de su sueño eterno por un ritmo marcado en su antiguo tambor. Porque su promesa final fue que iba a venir en nuestra ayuda cuando sonara el tambor, y que deberíamos llamarlo cuando navegáramos para enfrentar al enemigo.

—Leyenda folclórica Irmenu

PUESTO AVANZADO JEDI, ENDOR: DOCE SEMANAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE MARA JADE SKYWALKER

Ben Skywalker había pensado que sería una simple cuestión de encender su sable de luz, gritando venganza o ahogado en un dolor silencioso, no importaba que, y cortar la cabeza de Jacen Solo de su cuerpo.

Estaba sentado encendiendo y apagando la hoja mirando la columna de energía azul y viéndola desaparecer sólo para volver a cobrar vida una y otra vez. Vio a su madre, quien no podía ser convocada de vuelta con el simple accionamiento de un interruptor, aunque hubiera dado el resto de su vida por una oportunidad más para decirle lo mucho que la amaba.

Pero la imagen que quería borrar y sin embargo no podía era el rostro de Jacen Solo. Tanta gente decía que ahora Jacen era un extraño, pero un extraño era alguien al que nunca amaste o admiraste, por lo que su brutalidad o crueldad era sólo un detalle repelente, las cosas distantes de los boletines de holonoticias. La familia, sin embargo… la familia podía lastimarte como nadie más, y ni siquiera tenían que torturarte como lo hizo Jacen para dejar cicatrices.

El rostro de Jacen que Ben recordaría hasta el día de su muerte sería el que vio en Kavan mientras estaba sentado con el cuerpo de su madre, el rostro que le prometió a Ben que se encargaría de quien había hecho eso. Y era por eso por lo que simplemente no se iría; había algo mal en ese rostro, algo que faltaba, o había algo allí que no debería. Ben analizaba el recuerdo, comprobando su crono cada pocos minutos, convencido de que había estado esperando a la tía Leia durante horas.

Tuve la oportunidad de matarlo. Papá me detuvo. Tal vez… tal vez podría haber matado a Jacen sin volverme oscuro. ¿Alguna vez voy a tener otra oportunidad?

Muchos Jedi habían matado a Sith antes. Decían que Kenobi mató a un Sith en Naboo, pero nadie pensaba que fue un pasaporte instantáneo al lado oscuro, y algunos trabajos sucios tenían que hacerse. Ben había pensado que su necesidad absoluta, que lo consumía por completo, de destruir a Jacen había pasado; pero no lo había hecho, y tampoco su dolor. Sólo había cambiado de posición. Iba y venía, algunos días eran peores que otros. No la superaría. Aprendería a vivir con la pérdida —de alguna manera— pero la galaxia había cambiado y nunca volvería a la normalidad; era un universo alternativo, casi lo suficientemente familiar para que pudiera navegar en él, pero donde los hitos más importantes se habían ido para siempre.

Ahora estaba dispuesto a abrirle su corazón a Leia. Había algunas cosas que no estaba dispuesto a decirle a su padre. Luke Skywalker podía haber parecido como si se estuviera ocupando de su dolor, pero Ben sabía que no, y si él le contaba lo que realmente pensaba… Papá mataría a Jacen, estaba seguro de ello. Se rompería. Ahora Ben tenía que ser el responsable.

Pero si me equivoco… Sólo lastimaré más a papá.

Nada cuadraba.

No creo que Alema haya matado a Mamá, con esfera Sith o no. Simplemente no lo creo.

¿Cómo sabía Jacen dónde encontrarme en Kavan?

¿Cómo sabía que yo estaba allí con el cuerpo de mi madre?

En ese momento Ben había pensado que era extraño, incluso cuando el shock de encontrar su cuerpo casi lo había paralizado. Pero hasta en estado de shock, había tenido la capacidad para registrar evidencias en la escena, cada elemento que pudo captar, justo como el capitán Shevu le había enseñado. Jacen le había borrado la mente una vez: no iba a dejar que él volviera a reescribir la historia.

Y esa fue mi reacción instintiva. Incluso cuando encontré a mamá muerta… algo dentro de mí me dijo que eso era importante. Voy a confiar en eso.

Los Jedi habrían dicho que era la certeza de la Fuerza; los policías como el capitán Shevu habrían dicho que el entrenamiento investigativo de Ben había actuado. De cualquier modo, Ben tenía más preguntas que respuestas. Pero cada día que pasaba estaba más seguro de que Jacen, su propio primo, su propia carne y sangre, realmente había matado a su madre.

Esperó.

Eventualmente oyó dos conjuntos de pasos que se acercaban por el pasillo, y tuvo la mala sensación de que Luke podría haberse encontrado con Leia por el camino y decidió acompañarla. Pero cuando las puertas se abrieron, eran Leia y Jaina.

—¿Ben? —Leia siempre tenía ese tono calmante que decía que todo estaba bajo control, incluso cuando no lo estaba—. ¿Qué pasa?

—Tengo algunas cosas difíciles que decir —dijo—. Puede que no me den las gracias, pero no puedo guardármelas por más tiempo.

La acusación estaba destinada exclusivamente a Leia, y por un momento estuvo renuente a soltarla también enfrente de Jaina. Pero ella necesitaba oírla.

—Sabes que puedes contarme lo que sea —dijo Leia—. ¿Quieres que Jaina nos deje solos?

—No, no. Siempre y cuando no salgas corriendo a contarle a papá, porque él cree que yo ya he superado lo de Jacen, y no quiero que se empiece a preocupar de nuevo.

Jaina se sentó al lado de él, inclinándose hacia adelante, como si estuviese dispuesta a darle un abrazo si él se echaba a llorar.

—Está bien. No voy a decir una palabra, y mamá es la diplomática. ¿Qué es tan malo que no puedes contárselo al tío Luke?

Ve al grano. Cuanto más tiempo pasara preparándolo, peor sería. Ben se concentró en un lenguaje calmado y racional.

—Creo que Alema Rar no mató a mi madre —dijo. Las palabras quedaron flotando en el aire como si pudiera verlas—. Sigo creyendo que lo hizo Jacen.

Leia se quedó quieta, con los brazos cruzados, pero no reaccionó. Jaina se movió una fracción en el asiento. En todo caso, parecía… avergonzada. Él esperó en un silencio angustioso.

—¿Qué te hace pensar eso? —Leia preguntó al fin.

—No voy a confiar en lo que siento —dijo Ben—. Aunque lo siento. Me baso en las cosas que no cuadran. ¿Ya sabes, lo que busca la policía? El capitán Shevu me enseñó. Motivo, medios, oportunidad. Y la familia no parece significar mucho para Jacen. Mira las cosas que les ha hecho a ti y al tío Han. —Ben recordó la salida repentina de Jaina del ejército de la Alianza Galáctica—. Y a ti, Jaina. Mira lo que trató de hacerte a ti.

—Sé que Jacen está haciendo algunas cosas terribles, pero vamos de a un paso a la vez —dijo Leia—. Ya lo has acusado antes, pero todos estamos bastante alterados últimamente. ¿Por qué esto todavía te preocupa?

—Por la forma en que me encontró en Kavan.

—Es bueno para buscar personas en la Fuerza, Ben.

—Yo me estaba escondiendo. Haciendo mi acto de apagado. Él no es el único Jedi que puede hacer eso, me enseñó a hacerlo, y yo le enseñé a mamá. Incluso le he mostrado a papá cómo hacerlo, y él les va a contar a ustedes… una vez que te apagas, ni siquiera el maestro increíble súper-inteligente Jacen debería haber sido capaz de encontrarme. Y así y todo se dirigió directamente a mí en un túnel en un planeta desierto que está en la parte de atrás del más allá. Eso no es suerte, y no es encontrarme en la Fuerza. Él sabía. Y entonces estaba la esfera de meditación Sith que tenía Lumiya.

Se lo había guardado todo este tiempo. Cuanto más tiempo guardas un secreto, más difícil se vuelve. Si sólo hubiera desobedecido a Jacen y le hubiera contado a papá acerca de la cosa. Si sólo… tal vez mamá todavía estaría viva.

Ben nunca lo sabría.

—¿Qué hay de la esfera? —dijo Jaina.

—Yo la encontré en Ziost. Se la entregué a Jacen cuando atraqué en el Anakin Solo. La siguiente vez que la vi, la estaba conduciendo Lumiya.

Leia aspiró rápidamente.

—Lumiya siempre fue buena para apoderarse de lo que quería.

—El Anakin Solo podría tener defectos cuando se trata de detener infiltraciones, tía Leia, pero no puedo imaginarme que Lumiya simplemente entró y robó la esfera sin que nadie se diera cuenta.

—Está bien, archiva todo eso como inexplicable. ¿Qué tal el motivo?

Jaina parecía estar conteniendo la respiración. Leia apartó la mirada por un momento como si estuviera sopesando la evidencia. No es gran cosa… todavía.

—¿Qué te parece el hecho de que Mara se entrometía en su camino, como cualquier buen Jedi? —dijo Jaina con amargura.

—No, vamos a escuchar la opinión de Ben.

Ahora Ben estaba teorizando.

—Pasé mucho tiempo contándole a mamá acerca de todas las cosas que Jacen me estaba pidiendo que hiciera en la Guardia, y pude ver que la hizo enojar. Estoy seguro de que ella lo confrontó.

—Bueno, entonces eso es un motivo, tal vez. Ahora echemos un vistazo a los medios.

—Sólo un Jedi muy habilidoso podría acabar con mamá. Mira todas las cosas que Jacen puede hacer.

—¿Pero veneno? Esa es la marca de Alema.

—Entonces su uso es obvio para desviar la sospecha a otra parte, ¿verdad?

—Cariño, Alema tenía la esfera. Ella estaba aliada con Lumiya. Eso lo sabemos. Y estoy seguro de que el capitán Shevu confirmaría que la gente mantiene el método para matar con el que se sienten confiados. Alema pasó el año pasado tratando de matar a tantos de nosotros como pudo.

Ben estaba en marcha por el camino de los comportamientos.

—Está bien, Alema estaba loca, pero no tenía un motivo para matar a mamá. Siempre eran tú y el tío Han. —Dijo él negando con la cabeza—. No lo creo, porque ella se habría jactado de ello a Jag si lo hubiera hecho. Habría querido que supiéramos que había dado en el blanco, para herirnos a todos, para herirte a ti. Y entonces está la oportunidad. Ella estaba en la zona, sí, pero también sabemos a ciencia cierta que Jacen estaba en el sistema hapano alrededor del momento en que ocurrió.

Leia realmente parecía que se lo estaba tomando en serio. No había rodado los ojos ni le dijo que estaba siendo estúpido, o ni siquiera se apresuró a defender a Jacen. Eso no era una sorpresa dado lo que Jacen le había hecho a ella, a su propia madre.

—Bueno, no lo deja fuera —dijo finalmente—. Pero no llega a ser suficiente para llevar a un juez, ¿verdad? Podría haber estado en el sistema hapano planeando secuestrar a Allana.

Era una buena coartada. Jacen no pudo haber cometido un asesinato porque estaba demasiado ocupado planeando un secuestro, Su Señoría. Ben se esforzó en poner un tono racional.

—Tía Leia, ¿por qué crees que mamá se aferró a su forma corporal durante tanto tiempo? ¿Por qué crees que su cuerpo desapareció justo cuando Jacen se presentó en su funeral? ¿No crees que la Fuerza podría estar diciéndonos algo? No puedo dejar de pensar en eso. Le he dado vueltas una y otra vez en mi cabeza durante semanas. No me atrevo a discutirlo con papá. Pero me está volviendo loco.

Leia dio unos pasos adelante y se acuclilló delante de él poniéndose las manos sobre las rodillas.

—Ben, dijiste que grabaste todo lo que pudiste en la escena.

—Sí, porque nadie puede borrar ese recuerdo o decirme que me lo imaginé…

—¿Has encontrado algo en las grabaciones?

Ben se mantuvo firme. Estaba seguro, cada día estaba más seguro.

—Todavía no.

—Está bien.

—Voy a averiguar exactamente lo que ocurrió, tía Leia. Tengo que hacerlo, y voy a hacerlo según el libro, porque tengo que estar seguro o no voy a ser capaz de vivir con ello.

—¿Qué pasa si encuentras evidencia de que no es Jacen? —preguntó Jaina—. ¿Vas a aceptar lo que te dicen los hechos demostrables?

Ben se había comprometido a tomar el camino racional y legal antes que el de la intuición y los sentidos de la Fuerza.

—No quiero tener a la persona equivocada. No importa lo que siento por Jacen por las otras cosas que me hizo, no quiero culparlo a él si eso significa que el verdadero asesino de mi madre todavía sigue suelto. Y si realmente fue Alema… bueno, está bien. El resultado es el mismo.

Jaina lo miró a la cara durante unos largos momentos y entonces sonrió con tristeza. Con Leia todavía acuclillada delante de él, con la misma expresión triste, Ben se sintió inmovilizado por su duda tolerante. Tal vez lo estaban complaciendo. Bueno, no importaba. Había expresado su caso, e iba a probarlo, porque no podía continuar con su vida hasta que consiguiera respuestas.

E iba a seguir adelante con su vida. Cuando Jori Lekauf había muerto para salvarlo, y él se había estado ahogando en la culpa, Mara le había dicho que la mejor manera de honrar ese sacrificio era vivir bien, al máximo, y no desperdiciar el regalo que le habían comprado a tan alto precio.

Haría eso por su madre. Viviría por ella.

BASTIÓN, REMANENTE IMPERIAL: RESIDENCIA DEL ALMIRANTE PELLAEON

Gilad Pellaeon, todavía saludable en sus noventas y sin ninguna intención de desaparecer en la senilidad, estaba jugando al tejo de Theed en el césped cuando su ayudante entró al jardín amurallado caminando a paso ligero.

El almirante no quitó los ojos de la meta, un corto poste con la forma de espiga floral de un lirio de agua cezith, uno de la docena instalados en el estanque ornamental poco profundo, pero podía ver todos los signos de urgencia en su visión periférica.

—¿Sí, Vitor? —Pellaeon sostenía el tejo entre el pulgar y el índice, apoyando su peso sobre su palma—. Espero que estés corriendo para contarme que el chef ha adquirido las entrañas de Jacen Solo y las está cocinando para la cena.

—No realmente, Almirante.

—La vida está llena de decepciones.

—Un agregado militar de la Alianza Galáctica ha venido a verlo. —Vitor Reige había salvado la vida de Pellaeon durante la Guerra Yuuzhan Vong, y ahora lo defendía de todos los demás visitantes igualmente molestos. Estos días cualquiera de la AG encajaba en la descripción—. ¿Debo echarlo?

—Recuérdele que si quiere una audiencia debe concertar una cita, no venir y preguntar por mí como un vendedor de puerta a puerta.

—Creo que podría haber estado esperando eso. Me entregó esta nota.

Reige se movió. Pellaeon volvió la cabeza para mirar a un cuadrado de flimsi azul pálido perfectamente sellado con escritura a mano. Sería una pequeña concesión del pequeño demagogo de Solo o uno de sus secuaces pavoneándose, alguna invitación o algún otro ejercicio de relaciones públicas para hacer que su junta pareciera más respetable. Pellaeon se volvió a enfocar en el lirio, y lanzó el tejo con una mano experta. Cayó limpiamente sobre la espiga y quedó inmóvil sobre su base.

—Ábramela —dijo, tomando otro tejo en la mano—. Si usted cree que podría elevarme la presión sanguínea, tírela a la basura. Si no… puede esperar hasta que termine mi juego.

Los tejos Theed era un entretenimiento que cultivaba la paciencia y la concentración, mientras proporcionaba un ejercicio suave. Siempre se jugaba en el agua; los lanzamientos descuidados obligaban a meter la mano en el estanque para recuperar el tejo. Algunos decían que alguna vez se jugó con peces carnívoros en el agua, y que comenzó su vida como una técnica de caza en Naboo, pero Pellaeon ya tenía bastantes depredadores en su vida, sin añadir ese refinamiento. Se conformaba con nada más peligroso que una manga húmeda cuando erraba el blanco.

—¿Y bien? —Pellaeon alineó un objetivo más difícil, la espiga de la derecha en la parte posterior que requería una técnica de elevación para superar la fila del medio—. ¿Va a darme un aneurisma o simplemente provocar una rabia farfullante?

—Realmente creo que usted debería leer el mensaje, señor —dijo Reige—. Aunque sólo sea para su asombro. —Le tendió el flimsi desplegado con una sonrisa perpleja, y Pellaeon lo tomó—. Lo encontrará molesto, creo.

Estaba escrito a mano, o al menos fabricado para parecerlo. Y era una invitación, después de todo, pero no era exactamente la que él estaba esperando.

Los jefes de estado conjuntos de la Alianza Galáctica respetuosamente solicitan una reunión para discutir un tratado de ayuda mutua con el Remanente Imperial y la adición de sus recursos a la flota de la AG a cambio de sustanciales beneficios.

Un sello verde translúcido estaba estampado sobre la firma de Jacen. Entonces, no hay señales de que la almirante Niathal haya visto esto; una mon cal debería haber sabido que no debía respaldar a un pequeño déspota como Solo, así que tal vez ella no estaba involucrada. Pero claro que Niathal tenía su propia agenda, y casi seguro que no incluía a Jacen como un valioso colaborador de por vida.

Ese mocoso. Pellaeon había renunciado antes de verse forzado a trabajar con él. Cuando empezó no había sido personal; Pellaeon simplemente había objetado la creación de una sospechosa fuerza de policía secreta que no estaba debidamente supervisada y ligeramente fuera de la cadena de mando, que entonces se puso bajo el mando de alguien que nunca había usado un uniforme en su vida. El disgusto, que ahora había fermentado en un odio en toda regla, había llegado más tarde, alimentado simplemente con observar las holonoticias y escuchar los informes de inteligencia militar.

Jubilado. No, fui forzado a irme. Y no lo he olvidado.

—No, Jacen, no puedes jugar con mis naves —resopló—. Ni tampoco puedes comprarlas. —Arrugó el flimsi en su mano, sintiendo como se quebraba el frágil sello, y se lo arrojó de nuevo a Reige—. No veo ningún mérito en alinear al Imperio con un régimen que no tiene relación con nuestros intereses actuales.

—Entonces le devuelvo esto como está al agregado, ¿correcto, señor? —dijo Reige, inclinando ligeramente la cabeza para examinarlo—. Creo que es bastante elocuente.

—Un gesto vale más que mil palabras, pero a veces dos son suficientes.

Reige retrocedió sin hacer ruido por el sendero bordeado de setos para entregar el rechazo al agregado. Un buen hombre; fiel como un hijo. Pellaeon había sospechado durante mucho tiempo que lo era, era muy posible, pero se mostró reacio a buscar una confirmación y ser decepcionado, porque extrañaba terriblemente a Mynar. Fue algo terrible ser incapaz de reconocer que Mynar había sido su hijo; Pellaeon sintió que le había fallado incluso en la muerte. No quería más esperanzas frustradas, y había hecho una generosa provisión para el futuro de Reige.

Pero si alguien no desviaba las ambiciones del Maestro Solo, el futuro de Reige y de todos los demás sería sombrío. No era realmente cierto que la AG no tuviese efecto sobre el Imperio. Algunas cosas no se podían evitar o ignorar, sin importar lo lejos que estuviesen.

Tal vez fui un tonto por no jubilarme antes, pero todavía no estoy muerto. Todavía me queda un poco de pelea para dar, y me van a tener que colgar antes de que ceda a los caprichos de unos civiles jugando a los soldados. Es una lástima que hayan matado a su tía… ella eventualmente habría perdido su paciencia con él, y entonces habría recibido una buena paliza… oh, sí.

Pellaeon tiró el resto de los tejos, disfrutando de una fantasía privada acerca de jugar el juego al modo de Naboo, con un banco de blembies enojados rondando el agua, y hacer que Jacen Solo recuperara las pérdidas.

Definitivamente todavía no estaba muerto.

HABITACIONES DEL JEFE DE ESTADO, EDIFICIO DEL SENADO, CORUSCANT: DOS DÍAS DESPUÉS DEL REGRESO DEL ANAKIN SOLO

Darth Caedus se quedó mirando la nota arrugada en la bandeja y se preguntó lo que Pellaeon pensaba de él. No importaba, pero tenía curiosidad.

—Tal vez no me expliqué con suficiente claridad —dijo—. ¿Qué te parece, Tahiri?

Ella examinó la nota y se encogió de hombros. Él se preguntó si ella estaba tratando de sentir algo en el flimsi, alguna pista sobre el estado mental de Pellaeon.

—Creo que estás hablando con la persona equivocada —dijo Tahiri—. Necesitas el respaldo de los Moffs, no de Pellaeon. Él sería la última persona en ayudarte.

Caedus pensaba que era más un seguro que una ayuda, porque no tenía ninguna sensación real de estar bajo amenaza; la Confederación podría haber parecido numéricamente igualada, pero los números a menudo no equivalían a la fuerza. Pero él planeaba llevar la guerra a un final rápido, no andar de puntillas sobre alguna línea de statu quo, y para eso necesitaba una inyección de números. El Remanente Imperial no sólo tenía las naves y el equipo, sino, más importante, también tenía la doctrina y el personal de alto calibre para hacer valer sus activos. Era grande el legado de su abuelo. Se decía que las tropas de choque del Remanente eran tan excelentes como la 501 de Vader, y esa clase de eficiencia era lo que necesitaba en su orden de batalla.

La única barrera era Pellaeon, ya demasiado viejo para doblarse con los vientos de cambio. Alguna vez había sido un gran almirante, pero a pesar de que se había retirado, voluntariamente o no, todavía estaba bloqueando la carretera aérea. Los almirantes no se jubilaban, por supuesto. Siempre estaban sujetos a volver a ser llamados. Pellaeon todavía podía estar esperando su momento.

—Tahiri, para hacer que los Moffs me apoyen, tengo que ser aprobado por Pellaeon —dijo Caedus—. Es más que su posición como jefe de Estado de Bastión. Puedo pasar por alto los testaferros cuando lo necesito, pero el viejo todavía manipula muchas cosas, y tiene una enorme influencia sobre los Moffs. Ellos comprometerían sus fuerzas con la AG por la recompensa adecuada, pero no mientras que Pellaeon se oponga.

—¿Y él se opone? Puedo ver por qué no quería exactamente confiar en ti.

—No, yo no soy su persona favorita, y sospecho que considera a Niathal como una traidora en esa forma arrogante suya. Pero creo que esto no es una negativa… sólo un gesto. Creo que quiere ser cortejado.

La mente de Tahiri estaba calculando visiblemente.

—¿Y cuál es el incentivo adecuado para el Moff que lo tiene todo?

—Más todavía, Tahiri. Más. Todo el mundo quiere más.

—¿Pero más de qué, exactamente?

—Territorio.

—Debe ser un trabajo duro encontrar lugar donde estacionar todos esos Destructores Estelares, ¿verdad, Jacen?

Caedus tenía que admitir que ella a veces era más entretenida que Ben, aunque no le gustaba ser llamado Jacen.

—En realidad estaba pensando en Bilbringi o Borleias. Tal vez ambos, si tengo que hacerlo. Astilleros y bancos. Creo que a los Moffs les gustará eso… si puedo conseguir que Pellaeon vea la razón.

Tahiri nunca le preguntó si los mundos en cuestión habían sido consultados acerca de convertirse en fichas de cambio, y Caedus no estaba seguro de si ella no pensaba políticamente o asumió que él haría que sucediera con o sin su consentimiento.

—Es pragmático —dijo—. Y quiere lo mejor para su pequeño Imperio.

—A él le gusta su honor. —Caedus sonrió y cogió el montón de cuadernos de datos. Todavía había a la vista un par de artículos que lo perturbaran—. Pero creo que necesita tiempo para considerarlo, y tal vez una visita de alguien persuasivo. Preferiblemente con un traje y zapatos elegantes, Tahiri.

Ella le lanzó una mirada fulminante.

—¿Quieres que yo vaya a verlo?

—Espero que lo hagas mejor que en tu tarea anterior.

—He hecho mi mejor esfuerzo, Jacen.

—Y sin embargo no puedes encontrar la base Jedi.

—Y, obviamente, tú tampoco…

—Muéstrame que puedes completar una misión. Habla con Pellaeon.

—No quiso ver al agregado militar. ¿Qué te hace pensar que aceptará verme a mí?

—Pellaeon es un caballero, Tahiri. Te verá. No sólo porque eres bonita y encantadora, sino porque alguien va a hacer saber a los Moffs la naturaleza de la operación que le va a ser ofrecida, y por lo tanto le harán preguntas que lo persuadirán a contestar. —Caedus ya había preparado sus redes; hacer flotar la idea a través de canales informales era rápido y fácil, pero Pellaeon tenía que sentir que era su idea. No se podía empujar al hombre. Esa sangre corelliana lo hacía muy recalcitrante—. Los imperiales necesitan un imperio, ves. Es lo que hacen. ¿Cómo puede rechazar eso?

—¿Por qué no lo has llamado para planteárselo directamente? Aunque te odie, respetaría la franqueza.

—Sólo estaba probando las aguas con la carta. Ahora que sé cuánto se resiste, voy a pasar al plan B y entusiasmar a los Moffs con dos nuevas adquisiciones brillantes, y por un suave proceso de ósmosis, acelerado por tu encanto, él dirá que sí, sin haberse sentido cooptado después de poner fin a su larga y gloriosa carrera antes de lo que deseaba.

Tahiri se sentó al borde de la mesa y miró hacia las carreteras aéreas marcadas por las luces parpadeantes de los deslizadores.

—Planeas cada movimiento posible, ¿no?

—No juego a las adivinanzas —dijo Caedus—. Ya se han repartido demasiados comodines. Algunos de los cuales están empezando a aparecer. —Tomó el primer cuaderno de datos de la pila. De hecho comodines: los informes de inteligencia confirmaban que Corellia había realizado un pedido de cazas mandalorianos Bes’uliik. Eran más rápidos que los Alas-X, blindados con el prácticamente inexpugnable hierro mandaloriano, beskar, y estaban a la venta para cualquiera que tuviera los créditos. Era una de esas cosas desestabilizadoras que cambiaban el curso de las guerras. Fett era un hombre sutil; Caedus había estado esperando a ver qué forma tomaría su venganza por matar a su hija, pensando en términos de violencia terminal de pura revancha personal, pero el viejo mercenario estaba mostrando signos de jugar a un juego mucho, mucho más largo y más destructivo—. Adelante, Tahiri. Regresa a mí con tu calendario y estrategia para conseguir una audiencia con el Almirante Pellaeon y hazlo firmar con la causa.

Caedus tendría que hacer algo sobre los Bes’uliik. La opción más simple era comprar un escuadrón para la AG, incluso si eso lo irritaba. Pero si Fett podía jugar a un juego más largo, él también; el caza era un proyecto conjunto con los verpine de Roche, parte de un acogedor tratado de ayuda mutua entre Keldabe y las colmenas verpine. Caedus agregó a los Verpine a su lista de seres a los que educar más tarde. También se mantendría alejado de Mandalore por el momento. Tenía asuntos más urgentes frente a él.

Fondor era todavía un importante factor de irritación, produciendo naves de guerra para la Confederación en sus astilleros orbitales. Era una amenaza constante, y estaba cerca de los ricos recursos minerales en un cinturón de asteroides; construía Destructores Estelares. No se podía dejar que recursos como ese permanecieran en manos del enemigo.

Así que se ocuparía de Fondor como su siguiente prioridad. Recogió su comunicador y tecleó el código de su colega más cercana e irritante, la almirante Cha Niathal, Jefe de Estado conjunto de la AG.

Últimamente no se veía cara a cara con los almirantes.

—Almirante —dijo alegremente—. Realmente tenemos que hacer algo respecto a Fondor…