capítulo siete
Ningún soldado mandaloriano debería tener que luchar la guerra de un aruetii por el precio de la comida de un día. Ningún Mando’ad debería tener que luchar en absoluto, excepto para defender Manda’yaim, su hogar o su familia, o porque quiere hacerlo. Tenemos que dejar de ser la herramienta de los gobiernos a los que no les importa si vivimos o morimos, siempre y cuando hagamos su voluntad.
—Kad’ika, también conocido como Venku, dirigiéndose a una reunión informal de los líderes de los clanes
GRANJA BEVIIN-VASUR, CERCA DE KELDABE
Fett esperó afuera de la puerta por unos momentos. Podía oír el zumbido del droide mientras se movía por la habitación, y la voz del Dr. Beluine murmurando. Tan pronto como saliera el doctor, él entraría y se sentaría con Sintas por un rato. Después de eso, empezaría sus sesiones con Jaina Solo. Su día estaba planeado.
—La abuela sigue preguntando dónde está. —Mirta se le acercó por detrás y le dio un empujón en la parte baja de la espalda. Todavía no llegaba hasta tomar su mano o abrazarlo, y él no habría sabido cómo responder a ese tipo de intimidad o incluso a la compasión—. Nosotros se lo seguimos diciendo, pero su memoria a corto plazo está hecha un haran.
—Son los primeros días —dijo Fett, preguntándose quiénes eran nosotros.
—No quiere soltar el corazón-de-fuego.
—¿La has llamado abuela?
—Pensé que eso sería buscar problemas, Ba’buir…
Fett oyó unas botas en el pasaje detrás de él, lentas y cuidadosas, como alguien caminando a hurtadillas y tratando de no llamar la atención. Incluso sin la visión de 360 grados de su casco, sabía quién era.
—Buen día, Orade.
—Su’cuy, Mand’alor. —Ghes Orade, el nuevo amor de Mirta, se detuvo en seco, agarrando algunos pimpollos de vormur silvestres—. He traído algunas flores para Sintas.
—Está ciega.
Orade le lanzó una mirada que decía barve sin corazón.
—Ella puede oler el aroma.
Era un buen toque, algo que Fett no había pensado. Será mejor que también trate a mi nieta como a una princesa. Fett se volvió lentamente para darle al muchacho todos los beneficios de su advertencia tácita.
—¿Entonces vas a casarte con Mirta?
—Sí, Mand’alor.
—Tú eres el único Mando’ad en este planeta que se acobarda ante mí. No lo hagas. —Orade era un típico chico duro Mando, pero los parientes políticos eran mucho más aterradores que los yuuzhan vong—. Un minuto soy huérfano. El próximo tengo parientes apareciendo de la nada como squalls.
—Está bien —dijo Orade, poniéndose rígido—. Me voy a casar con Mirta, y si alguien tiene que cuidar de su abuela a largo plazo, vamos a ser nosotros.
Mi nieto político. Fierfek. Fett lo evaluó, y pensó que iba a servir.
Una boda mandaloriana consistía en cuatro votos cortos y normalmente era una ceremonia privada para la pareja, no sus familias. Fett, que todavía pensaba en términos aruetii, se preguntó si debía sentirse ofendido de que no había sido invitado, y entonces se dio cuenta de que tampoco nadie más podría asistir, aunque habría una bebida comunitaria y sentimentalismo después. Ni un crédito sería desperdiciado en fruslerías. Los Mando’ade operaban con promesas y contratos honestos, en el amor como en los negocios.
—Entonces no quieres volver a la cultura kiffar —le preguntó a Mirta.
—He hecho mi elección —dijo ella.
La puerta se abrió y Beluine salió, con aspecto ansioso. Fett se lo llevó a un lado mientras Mirta y Orade se metían en la habitación.
—¿Va a ponerse mejor? —exigió Fett.
—El hecho de que esté alerta y moviéndose ya es bastante notable. —Beluine bajó la voz para que Fett tuviera que esforzarse para oírlo, pero parecía indignado de que su tratamiento no había sido apreciado—. En la mayoría de los casos estuvieron en algún grado de coma durante meses. Su química cerebral kiffar pudo haberle ofrecido cierta protección frente a lo peor del trauma por carbonita.
Los kiffar eran diferentes, Fett lo sabía. La habilidad de detectar eventos pasados a partir de objetos inanimados era prueba de eso, igual que había hecho Gotab cuando le había contado a Fett demasiado sobre su historia con Sintas simplemente con sostener esa piedra de corazón de fuego. También tenía que ser un kiffar.
—Así que podría mejorar.
—Podría. La carbonita afecta las conexiones neurales en el cerebro. Es por eso que su esposa no puede ver, y por eso su memoria se ve afectada. Con el tiempo, las neuronas se regeneran. La estimulación ayuda: pequeños ejercicios mentales para estimular su memoria, objetos que pudiera recordar, como el collar, holoimágenes, ese tipo de cosas.
Ex-esposa, doctor. Ex-esposa.
Pero el peso de la responsabilidad se sentía igual. Fett nunca había sido muy bueno pensando para dos, a menos que el otro fuera su padre.
—¿Me estás diciendo que su cerebro está dañado?
—Técnicamente, sí. Pero la terapia…
—Dijiste que me quedaba un año de vida. Y ahora estoy bien.
Beluine se retorció visiblemente.
—Entonces encontraste a tu científica kaminoana.
—Encontré lo que necesitaba. —Fett no había tenido un chequeo desde que el laboratorio veterinario había avalado sus muestras de sangre. Físicamente, se sentía bien. Sospechaba que el destino lo había salvado de una muerte prematura para que pudiera quedarse hasta permitir que su pasado lo alcanzara. No estoy orgulloso de nada de lo que he hecho. Tampoco me avergüenzo de nada. Hice lo que tuve que hacer—. Le encontraré a Sintas lo que ella necesita. Si te necesito, te llamaré.
Beluine siempre era bueno para saber cuándo querían que se fuera. Mirta asomó la cabeza por la puerta, con el ceño fruncido.
—A pesar de lo que diga Medrit, Beluine hizo un buen trabajo —dijo ella—. Eres tan ingrato. La abuela podría fácilmente haber muerto.
Fett recordó sus primeras lecciones en el combate, aprendidas al lado de su padre. Comprométete totalmente al ataque. No aflojes. No te pares a pensar. También era un buen consejo para afrontar su pasado. Entró y se sentó junto a la cama. Sintas estaba sentada con las piernas cruzadas en el colchón, dando vueltas al corazón-de-fuego en sus manos, como si estuviera buscando algo.
—¿Quién eres tú? —preguntó, volviéndose hacia él.
No te pares a pensar.
—Te conocí cuando éramos más jóvenes.
—¿Cómo te llamas?
No te pares a pensar. No…
—Boba. Boba Fett.
Esperaba que el mundo se derrumbara en ese momento, pero Sintas sólo parecía estar en blanco, como si estuviera tratando de recordar algo menor, no el hombre que había hecho un hueco enorme en su vida.
—Yo soy Sintas Vel, y tú eres Boba Fett, y ella es… ella es…
Mirta tomó posición al lado opuesto de la cama.
—Yo soy Mirta Gev —repitió pacientemente.
—Sí, Mirta… ¿eres mi pequeña? Tengo una hija.
Fett se desconectó. No había planeado hacerlo, pero sucedió de forma automática. Era como el interruptor de un termostato que se accionaba cuando las cosas estaban en peligro de sobrecalentamiento.
—Ailyn —dijo. ¿Cómo podía saber cuánto podía ella manejar a la vez? De cualquier modo, lo olvidaría al momento siguiente—. El nombre de tu hija era Ailyn. Tenía unos dieciséis años la última vez que la viste.
—Tengo que encontrarla. Debe estar preguntándose dónde estoy.
Mirta miró a Fett con una mirada que decía: Ni se te ocurra.
—Muchas cosas han pasado mientras tú estabas en carbonita. —Mirta respiró profundo—. Soy tu nieta.
Sintas no reaccionó durante un rato. Siguió haciendo girar el corazón-de-fuego entre sus dedos, moviendo los labios en silencio. Fett se preguntó si estaba leyéndolo y tratando de correlacionar su información con lo que estaba oyendo. Sin siempre había sido aguda, analítica, buscando el ángulo. Él no sabía lo que significaba siempre, por supuesto; desde que la conoció hasta que la dejó sólo habían pasado tres o cuatro años, como mucho.
Se colgó el corazón-de-fuego alrededor de su cuello, con una mano todavía aferrando la piedra. Orade se inclinó y sostuvo las flores delante de ella.
—Estos son pimpollos de vormur —dijo—. Soy yo, Orade. ¿Recuerdas? ¿De ayer?
Sintas inhaló el aroma y sólo sonrió. Al menos ahora no estaba angustiada; eso era algo. Mirta se levantó y sacó algo del armario, algo que Fett no había visto en mucho tiempo. Era un recipiente rojo rectangular con una manija en la parte superior. En algún lugar —no aquí, no ahora—, su corazón se hundió, pero él no dejó que lo tocara.
—Encontramos esto en los efectos de Rezodar —dijo Mirta, abriendo la tapa.
Un holograma saltó a la vida con un leve zumbido, provocado por el mecanismo. Mirta levantó la vista lentamente, mirando fijo a Fett con una expresión que podría haber sido de recriminación o una señal para decirle a Sintas lo que él podía ver y ella no. Fett no podía distinguirlo. El holograma mostraba a Sintas sosteniendo a un bebé, muy sonriente, y a Fett con un brazo alrededor de su hombro.
Podría haber dicho que era Spar ocupando mi lugar, haciendo lo que ordenaba Shysa como de costumbre, el idiota. Pero ese que está parado allí soy yo. Recuerdo ese día.
Fett también recordaba haber matado a un montón de escoria para recuperar ese holograma para ella, mucho después de que se separaron. Él no podía —no quería—, recordar cómo se había sentido cuando se grabó la imagen.
—¿Qué pasa? —Preguntó Sintas, extendiendo la mano hacia la fuente del zumbido.
—Es un viejo holograma —dijo suavemente Mirta—. Son tú y tu hija, creo. Mi madre. Y… tu marido. —Sus ojos estaban fijos en Fett, de nuevo con la fría mirada negra que le había dado cuando se conocieron por primera vez. Era como si las lecciones de odiarlo que le había dado Ailyn estuvieran volviendo a la superficie en ella—. Todo va a tener sentido cuando puedas ver de nuevo.
Sintas sonrió a medias, con aspecto avergonzado.
—¿Tengo un marido? ¿Qué pasó con él? ¿Cuánto tiempo he estado congelada? Vamos, cuéntenme.
Podría haber perdido la memoria, pero ésta sí que era la vieja Sintas, una cazarrecompensas a la que no le gustaban las tonterías y no tenía tiempo para excusas y clichés. Ella siempre quería saber lo que pasaba.
Fett tomó un largo y lento suspiro de la misma manera que lo hacía cuando se preparaba para asaltar una habitación.
No lo recordará mañana, leyó en los labios de Orade.
Fett derribó de una patada la puerta en su mente.
—Treinta y ocho años. —Acaba de una vez. Incluso miró a Sintas directamente a los ojos, aunque ella no podía verlo—. Y yo era tu marido. Soy Boba Fett.
Contó hasta tres, como midiendo el tiempo de un detonador y preparándose para lanzarse al suelo justo antes de que la onda expansiva llegase hasta él. Pero nunca llegó. Los ojos de Sintas se movían de un lado a otro, como si ella estuviera buscando. Su expresión era casi beatífica como si cayera en la cuenta de algo.
—¿Quién me congeló en carbonita?
—No lo sé. Todavía.
—Pero me encontraste.
—Sí.
—Tú me encontraste.
—Te encontramos. —No tenía sentido darle la idea equivocada a Sintas. Le debía más que eso—. Mirta hizo todo el trabajo.
—No me acuerdo —dijo Sintas—. No me acuerdo de nada. Pero si han venido por mí… después de todo ese tiempo, todavía estaban buscando…
Fett abrió la boca para explicar que no era exactamente así, pero Mirta levantó un dedo de advertencia. Ella no necesitaba saber eso ahora. Se detuvo en seco.
—Vas a estar bien —dijo—. Volveré más tarde.
Era una retirada táctica. Cuando Fett se volvió, Beviin estaba de pie en la puerta con los brazos cruzados. Dio un paso atrás para dejar pasar a Fett, y entonces lo siguió por el pasillo hasta la parte delantera de la casa de la granja, donde Dinua y Jintar estaban desayunando con sus hijos en la cocina, en su propio mundo y claramente encantados de estar juntos otra vez. Fett captó un fragmento de su conversación; Jintar estaba discutiendo sus planes para un nuevo taller, así que, obviamente, no estaba planeando aceptar más contratos mercenarios por un tiempo. Algunas personas mantenían una vida familiar sin esfuerzo incluso en las condiciones más difíciles.
—Yo podría sacarte a la Jedi de las manos hoy —sugirió Beviin—. A menos que quieras estar en otra parte.
—Cuanto antes le quite la idea de que soy un marido devoto, mejor —dijo Fett—. Sólo lo hará más difícil para ella cuando finalmente tenga la imagen completa.
Llegó a la puerta de entrada, pero Medrit la estaba bloqueando. Era lo suficientemente grande como para hacer eso. Medrit era sólido y alto de nacimiento, pero los años de golpear el metal como herrero de armaduras habían añadido unos prodigiosos músculos a su contextura.
—Espera —dijo Medrit imperiosamente—. Nada de combates con la jetiise hasta que estés correctamente vestido. —Moviendo un dedo manchado de hollín llevó a Fett a su taller—. Hoy no rodarán cabezas. ¿De acuerdo?
Descansando en el banco había un conjunto de placas de armadura, la pintura verde intermedio todavía sin marcar. Era un color común para los mandalorianos; y casualmente también era el color de Fett.
—Bien podríamos aprovechar al máximo los nuevos depósitos de beskar. —Medrit recogió el peto y lo hizo girar entre sus manos—. Te dije que deberías deshacerte de esa armadura de duracero, ¿no? Aquí está tu apropiado beskar’gam. Úsalo en caso de que la Jedi tenga suerte. Tendría que cortar con su jetii’kad por una semana para hacer mella en esto.
—Complácelo —dijo Beviin—. Te hizo un collarín especialmente…
Fett no estaba ansioso por probar el beskar’gam, pero el collarín le intrigaba. Era una banda casi circular con una articulación para abrirla y protegía el cuello entre el casco y el gorjal. Si su padre hubiera usado uno, probablemente habría sobrevivido al golpe de sable decapitador de Mace Windu. Fett se lo puso y giró la cabeza para probar el rango de movimiento con él.
—Crees que voy a pasar mi tiempo luchando contra Jaina Solo, ¿verdad? —Fett permitió que le cambiaran algunas placas de la armadura—. Hay muchas más maneras de entrenarla para cazar a su hermano que agotarme yo mismo.
—Si fuera por mí, también estarías usando grebas. Estás buscando problemas, Mand’alor.
—No se ve como la mía. Demasiado nueva.
—Está bien, ¿quieres ponerle tus abolladuras? Le pintaré abolladuras si quieres verte gastado y duro. Es beskar. No se abolla.
El recordatorio de Mirta que era un shabuir desagradecido se metió en su cabeza.
—Está bien, Medrit. Gracias.
Beviin lo ayudó a ponerse el resto de las placas. El nuevo casco… se encargaría de eso más tarde, él mismo. El de duracero serviría por hoy. Balanceó los brazos un par de veces y se acostumbró al peso extra antes de volver a ponerse su mochila jet y trenzas wookiee, y luego partió hacia el hangar que había reservado para usar como zona de entrenamiento.
Beviin lo siguió.
—¿Quieres ver el espectáculo? —dijo Fett—. Sólo voy a ver las habilidades que tiene ella en primer lugar.
—No confío en los Jedi, Bob’ika. No es que no crea que puedas manejarla.
—Todos confiamos en Kubariet durante la guerra.
—Él era un tipo diferente de Jedi, que encuentre descanso en el manda. —Beviin era un tradicionalista; podría no haber creído literalmente en la superalma colectiva, pero deseaba fervientemente su existencia. Acarició la empuñadura de su beskad—. Pero voy a darle a la mujer el beneficio de la duda.
Jaina estaba esperando en el granero, parecía muy pequeña y abatida sentada en un cubo vuelto del revés. Se estremeció cuando Fett se acercó, él estaba tan acostumbrado a causar esa reacción que no le prestó atención hasta que se dio cuenta de que la expresión de la cara de ella no era de alarma, sino de preocupación.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
Fett se sentía desnudo. Ella podía sentir la ansiedad aferrándose a él. Estaba seguro de que no estaba dejando que Sintas lo afectara, pero Jaina parecía oler problemas de todos modos.
—Problemas familiares —dijo.
—Sí, dímelo a mí… —Se puso de pie—. ¿Tu nieta?
No había ninguna razón para no contárselo. De todos modos, todo el mundo en Keldabe lo sabía. La impresión podría darle una lección acerca de no dejar que nada la distraiga de la tarea en cuestión.
—Mi ex-esposa —dijo—. Acaba de aparecer después de estar congelada en carbonita durante treinta y ocho años. Y ella no sabe que tu hermano mató a su hija… todavía.
—Si prefieres estar con ella ahora…
—Tenemos trabajo que hacer.
Sus ojos se encontraron con los de Jaina, y vio un dolor compartido que no esperaba. Los dos tenían familias desgarradas por la tragedia; los dos tenían deberes difíciles por delante. Por un instante, se miraron el uno al otro, y podría haber jurado que había un poco de simpatía, un poco de verdadera compasión en ella. Eso no le gustó en absoluto.
Jaina desenvainó su sable de luz con lento cuidado como si ella no quisiera poner a nadie demasiado nervioso.
—¿Quieres ver lo que puedo hacer?
La mente de Fett se vació al instante de todo pensamiento superfluo. El combate era purificador; había hecho esto tan a menudo que era casi una forma de meditación. Estaba de nuevo en su elemento, liberado del extraño mundo de las relaciones que nunca había aprendido a manejar.
Pero había aprendido a dominar todas las armas que la galaxia podía ofrecer, excepto una.
—Yo, también —dijo Fett, sacando un sable de luz—. Podemos enseñarnos mutuamente algunos trucos nuevos.
GRANJA BEVIIN-VASUR, SALIENDO DE KELDABE
Jaina había pensado que iba a empezar su extraño aprendizaje con una discusión acerca del prodigioso catálogo de Jacen de poderes de la Fuerza, pero no fue así.
—No soy un espadachín —dijo Fett, sosteniendo el sable de luz como un martillo mientras la rodeaba. Su hoja era verde. Ella se preguntó de la mano de quién lo había tomado, y cómo—. Y nunca he entrenado a nadie. Va a ser educativo para los dos.
Tenía que ser un truco. Jaina igualó sus movimientos, manteniendo una distancia constante. Era consciente de Beviin como un borrón azul profundo a su derecha, mirando, y no se sentía cómoda. Una sospecha emanaba de él, pero había un núcleo de… algo que ella sólo podía llamar buen humor. Quizás sentía que esto era una broma; pero no había malevolencia palpable. Ella se encontró marcándolo de todos modos en su percepción de la Fuerza, un transpondedor en un holomapa, una nave enemiga fuera de rango, pero que era prudente monitorear.
—Quiero aprender lo que Jacen no ha aprendido —dijo ella.
Fett se detuvo y se quedó con la cabeza ligeramente inclinada. Se veía como si pudiera estar sonriendo bajo el casco, y estaba lista para eso; pensaba que iba a incitarla, burlarse de ella, provocarla para ver lo rápido que perdía los estribos y el número de errores que podía provocarla a cometer.
—Dime lo que él puede hacer —dijo Fett—. Además de matar a mujeres desarmadas sin tocarlas.
Jaina sintió que Beviin se movía lentamente por su visión periférica. Así que Fett no quería poner a prueba sus técnicas de lucha. La estaba distrayendo.
—¿Aparte de los básicos de la academia?
—Aparte de saltar, influir mentes, tirar piedras con la mente…
—Telequinesis. —Jaina dio un paso atrás para mantener a Beviin en su vista física. Él tenía tanto un bláster como ese sable corto y plano colgando de su cinturón—. Sé que ha movido naves, desviado cañones de iones… incluso turboláseres. Puede oír a grandes distancias con alguna técnica de escucha de la Fuerza therana. Puede crear elaboradas ilusiones de la Fuerza que parecen reales, puede caminar hacia el pasado o el futuro, puede controlar objetos como escáneres, y puede borrar la mente… incluso le borró la mente a Ben.
—Lo hizo olvidar.
—Sí.
—Podría hacerse rico con eso. —Fett no sonaba como si se estuviera burlando. De hecho, lo sentía totalmente neutral; una pizarra en blanco en la Fuerza, nada que leer—. ¿Por qué necesita espías y policía secreta si puede espiar a donde quiera?
—No… no lo sé.
—Si puede detener turboláseres él solo, ¿para qué necesita una flota?
Jaina buscó el ángulo.
—Una vez más, ni idea.
—¿Por qué necesita escudos en las naves cuando puede crear los suyos propios?
Ahora ella hacía equilibrio sobre las puntas de sus pies, lista para saltar. Era algo tan instintivo, tan arraigado en el entrenamiento, que no podía anularlo. Se sentía amenazada. Por el rabillo del ojo, la delgada franja de luz que marcaba las puertas del galpón se ensanchó en una cinta más ancha y alguien, varias personas, entraron. Tenía una audiencia.
Yo soy la atracción principal. De acuerdo, Fett. De todos modos nunca pensé que esto fuera a ser un paseo.
Fett bajó el sable de luz y lo sostuvo con la punta justo por encima del suelo polvoriento, levantando pequeñas nubes de partículas, mientras caminaba lentamente hacia ella.
—¿Nada más?
—No… no podemos sentirlo en la Fuerza…
—Bienvenida al mundo mundano.
—… y a veces puede hacerse invisible.
Beviin se rió a carcajadas.
—¡Wayii, gar ori’shukla!
Jaina casi se volvió, provocada por el simple instinto de hacer frente a la fuente de un sonido repentino, pero ella lo combatió. Ahora Fett estaba totalmente relajado, a un par de metros de ella, sosteniendo flojamente el sable de luz en una mano enguantada. Su armadura se veía diferente, más limpia, más brillante. Tal vez se había puesto su armadura de fiesta.
—¿Qué significa eso, Mirta? —dijo Fett.
Una de los mandalorianos que había entrado era una mujer joven. Jaina recordó. Ajá, su nieta, la que mamá y papá conocieron… la que trató de matarlo. He venido al lugar correcto. Fett entiende las desavenencias familiares. Podía sentir ansiedad en la chica, pero no tenía nada que ver con ella. Era más como un mal recuerdo que estaba tratando de olvidar.
—Beviin dice, «Oh, cielos, estás totalmente jodida», Jedi. —Mirta entró en su campo de visión detrás de Fett, una figura con placas color amarillo yema de huevo y el casco bajo un brazo. Ahora se sentía dura y amarga—. Jacen es muy inteligente, ¿verdad?
Él mató a su madre. Rayos.
Jaina sintió que todos se detenían. Ella estaba siguiendo a varios objetivos en su sentido de la Fuerza, ahora consciente de Beviin, Fett, Mirta y otras tres figuras acorazadas que estaban esperando. Tal vez había cometido un terrible error; tal vez sólo iban a hacerla pagar por la muerte de Ailyn Vel, ojo por ojo, una hija por una hija. Fett estaba ahora a distancia de ataque. Pero su peso estaba sobre una pierna, no equilibrado para prepararse para un golpe, y emanaba tranquilidad. Sólo la estaba atormentando. Apagó la hoja del sable de luz y estudió la empuñadura tallada. Jaina bajó su sable de luz y entonces lo apagó.
—Tienes problemas, Solo —dijo Fett, enganchando el pulgar en su cinturón, el peso aún sobre la pierna derecha. Jaina no necesitaba que se lo dijeran—. Entonces ¿cómo vas a atraparlo?
Todavía no tenía ninguna respuesta. Fett se encogió de hombros y entonces…
Lo siguiente que ella supo fue que un golpe la dejó sin aliento cuando él le dio un puñetazo en las tripas. Su sable de luz volvía a estar encendido y cortando hacia el pecho de Fett en una fracción de segundo, sin haberlo planeado; reaccionó directa e instantáneamente por instinto puro. Fett retrocedió un par de pasos. Jaina se inclinó casi doblada en dos, jadeando por aire, mientras su plexo solar gritaba una protesta agónica por el golpe, pero siguió sosteniendo el sable de luz hacia adelante para rechazarlo.
—Tú… —nadie la había atacado así de rápido antes. No lo había sentido venir. Luchó por respirar. Pero nadie se estaba burlando de ella y había esperado una risa desdeñosa—. ¿Qué fue eso?
—Lección terminada —dijo Fett, inspeccionando su peto. Los ojos de Jaina le lloraban, pero pudo ver una marca de quemadura en todo Fett desde el vientre hasta la barbilla, la pintura verde quemada en una línea que se extendía por distintos sectores de la armadura, como una pincelada negra descuidada que exponía una franja de metal gris desnudo por debajo—. Duele, ¿no es así?
Jaina estabilizó su respiración con un poco de ayuda de la Fuerza para calmar los impulsos nerviosos alterados. Sí, duele, cretino. Luchó para mantener su dignidad frente a la audiencia. La noticia de su credulidad estaría por todo Keldabe en horas.
—Y hay… una razón para… todo eso… —dijo, decidida a no mostrar lo doloroso que había sido el golpe. Fett aún sostenía la empuñadura del sable de luz en la mano derecha. La había utilizado como una manopla, y setenta y tantos o no, todavía podía golpear fuerte—. Espero.
—La hay —dijo él. Todavía estaba mirando la cicatriz que el sable de luz había dejado cruzando sus placas—. Estoy esperando a que la descubras.
Jaina se enderezó y, finalmente, decidió que era seguro desactivar su sable de luz. Si alguien iba a probar suerte con ella, ya lo habría hecho.
—Así que esta es la armadura de beskar, ¿verdad?
—Beskar’gam —dijo Beviin detrás de ella—. Significa «piel de hierro». Vivimos en nuestra armadura. Y si el Mand’alor no la hubiera estado usando, no lo habría dejado llegar tan cerca de ti.
—Si no la hubiera estado usando —dijo Fett—. No lo habría intentado.
Beviin, con el casco bajo el brazo y una agradable sonrisa en el rostro, sacó su sable con una sola mano y lo sostuvo verticalmente para que Jaina pudiera verlo.
—Si estás dispuesta a entrenar conmigo, voy a evaluar tu técnica.
—Modesto, ¿no? —dijo Jaina.
—¿Sabe tu hermano cómo manejar un sable de luz?
—Sí…
—Entonces tal vez pueda mostrarte cómo él podría utilizar esa técnica contra ti.
Humildad, chica. Recuerda humildad.
—Por supuesto. Gracias.
El galpón estaba construido toscamente de madera y láminas de duraplast, atravesado por docenas de rayos del sol desde brechas en las tablas. Ahora Jaina sólo podía ver a esas brechas como vulnerabilidades, y nunca se había sentido tan expuesta antes. Tenía poderes de la Fuerza lo suficientemente fuertes para salir de problemas, ¿verdad? Podía rechazar saetas de bláster. Podía escapar de un salto. Podía lanzar con la Fuerza.
Fett la había trastornado.
Eso era. Tenía que serlo. Era todo el bagaje de la familia, todas las historias con las que había crecido sobre lo que le había hecho a su padre, y como él nunca paraba, nunca se daba por vencido, cómo seguía acercándose y ni siquiera el Sarlacc pudo matarlo. Pero eso no iba a ayudarla a derrotar a Jacen. Ahora que ella podía hacer una pausa para mirar a su pequeño público, se encontró que eran un gran hombre con armadura gris oscuro, el rostro oculto por un casco, un hombre joven, rubio y de barba que parecía estar con Mirta, y otro hombre mayor con un magnífico entramado de trenzas negras sujetas con hebillas de oro, su piel de ébano marcada con cicatrices sobresalientes. Él le dio un guiño de complicidad. Si lo hubiera conocido en otro contexto, le habría gustado de inmediato.
—¿No lo entiendes, Solo? —preguntó Fett.
—Sacaste provecho de tu propaganda, creo.
—No, saqué provecho de tus errores. Leíste mal mi lenguaje corporal. Asumiste que estabas a salvo.
—Es difícil sentir el peligro de ti. —Oh, eso es inteligente. Sólo estás confirmándole cómo puede matar a más Jedi. Hizo un gesto con el pulgar hacia Beviin—. Captaba más de tu amigo de aquí.
—Y te seguías conteniendo.
Ella señaló a la quemadura que cruzaba su armadura.
—Hey, te di un buen golpe.
—Asumiste demasiado. Sólo estás entrenando, nadie quiere hacerte daño, el buen Mando me está ayudando, está muy mal parado para atacar… ¿quieres ganar? Comienza para ganar. Golpea primero.
—Me estás diciendo que pelee sucio. Lo entiendo.
—No, te estoy diciendo que esto no es acerca de la técnica del sable de luz. Yo tengo más del doble de tu edad, ningún poder de la Fuerza, y todavía pude hacer que dejaras caer tu guardia. Ganar no se trata de ser el mejor. Se trata de encontrar la debilidad de tu oponente y explotarla.
—¿Entonces cuál es la de Jacen?
—¿Cuál es la tuya?
Jaina se mordió el labio mientras pensaba, consciente de la mirada de Mirta. Ella parecía un problema más serio que su abuelo. ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera entrado y arremetido contra Fett, no hola, cómo estás, nada? ¿Si sólo hubiera ido por él? ¿Podría alguno de ellos haberme detenido? Yo…
Entonces cayó en la cuenta.
—Yo uso la fuerza adecuada. Con f minúscula. Sigo las reglas del combate.
—Bien. —Fett hizo rodar la empuñadura del sable en su mano y luego se la metió en la bolsa en el muslo de su pantalón—. Estás aprendiendo. Siguiente lección: Goran te mostrará cómo hacer cosas locas con una espada.
—Pero ¿qué pasa con las debilidades de Jacen?
—Son las tuyas.
—Él es mi hermano gemelo. Yo lo conozco.
—Y él te conoce a ti. Sé alguien más.
Jaina se colgó el sable de luz del cinturón y comprendió tanto la sencillez como la enormidad de su tarea. La solución era obvia. Sólo era algo muy difícil de lograr. Ella no tenía que estar en mejor forma, o ser más fuerte, o más habilidosa; tenía que actuar tan fuera de personaje que Jacen no fuera capaz de contrarrestar o anticiparse a ella.
—Si pudiera ser tan diferente, Fett, entonces no sería una Jedi.
—Eso es —dijo Fett, y se alejó.
Mirta y los dos hombres sin casco lo siguieron. Beviin se quedó. El tipo grande de gris oscuro se quitó el casco y le dio a Jaina la clase de mirada que decía que pensaba que ella era algo que se había limpiado de las botas.
—¿Es esta la idea de Fett de la iluminación mística? —preguntó ella.
Beviin se encogió de hombros.
—No es ingeniería de hiperespacio.
—Es una pena. —Jaina consideró quitarle esa mueca de la cara al chico grande y silencioso, pero decidió que sería impolítico—. Eso podría manejarlo.
Beviin caminó hacia la puerta y le hizo señas con la cabeza para que lo siguiera. El hombre de gris caminó a su lado.
—Vamos a intentar darte un alter ego —dijo Beviin—. Una Jaina mala. Una Jaina engañosa y astuta. Una Jaina cazarrecompensas. Te parece bien, ¿Med’ika?
—Estoy a favor de darle a la gente una segunda opción de carrera —dijo. Sonaba elocuente, sorprendentemente elocuente, como si fuera un hombre muy educado. Jaina había esperado que fuera un bruto inarticulado—. Pero primero puede ocuparse de los droides arado. ¿No podemos devolverla y obtener un Jedi de AgriCorps en su lugar?
Beviin rió.
—Ingrato.
Fett se había desvanecido. Jaina se preguntó qué hacía en sus horas privadas, y cuando Beviin señaló hacia la casucha donde Fett estaba alojado, ella realmente se sorprendió. Podría haber tenido un palacio. La granja de Beviin, con sus chozas de dependencias y límites como fosas, le recordaba más a un bastión que a un remanso de paz rural. Los túneles y pasadizos parecían correr por todas partes. Nada era lo que parecía.
Ella estaba en el sucio taller con los brazos en las entrañas aceitosas de un droide arado, escuchando el gemido y el rugido de las naves por encima: cazas, definitivamente, la forma en que caía la nota indicaba que algo se alejaba a gran velocidad. Mientras ajustaba juntas de dilatación y comprobaba filtros, una niña pequeña —cinco años, ni un día más, estaba segura—, apareció en la puerta para mirarla. Llevaba una pequeña versión del traje de vuelo que tenía cada mandaloriano, con placas de armadura a escala reducida pero holgadas que parecían de un par de tallas de más, y un pequeño bláster en el cinturón que parecía de tamaño completo en ella.
El bláster era real.
—Hola, pequeña. —Jaina sonrió, lista para desviar un rayo.
—Su’cuy, jetii.
—¿Ese es tu bláster?
—Me lo dio mamá. —La niña desenfundó como un profesional, comprobó el seguro, y la sostuvo con el cañón apuntando con seguridad lejos de Jaina—. Tengo cinco y medio. Me estoy entrenando.
—Tú y yo, cariño. —Jaina tragó saliva, más conmovida que preocupada—. Tú y yo.
No, los mandalorianos no eran para nada lo que había esperado. Y ella aprendería a ser una sorpresa igual de grande para su hermano como ellos lo habían sido para ella.
Gracias, Fett.
PALACIO IMPERIAL, CIUDAD DE RAVELIN, BASTIÓN: DOS DÍAS DESPUÉS
—Haz pasar a la joven, Vitor.
Recibir visitantes en el salón de Palacio siempre les recordaba con lo que estaban tratando, pensó Pellaeon. Era una cámara imponente que susurraba una riqueza casual; daba a entender que el Imperio no tenía que esforzarse demasiado. Aunque nunca se permitió pensar en tener un rol de emperador, por ese camino venía el delirio y la corrupción moral, estaba seguro de que él estaba al mando, y le gustaba que los visitantes lo supieran.
—¿Y quiere caf o tisana murrih, señor?
—Ambos, por favor. —Pellaeon podía ver un trozo del vívido cielo turquesa por las ventanas de piso a techo, una pequeña promesa de escape en un día por otra parte tormentoso. Echaba de menos estar fuera con la flota—. Y supervisa la reunión, ¿quieres?
—Por supuesto.
Pellaeon no veía ninguna razón para no escuchar lo que la enviada de Jacen Solo tenía que decir. Escucharla no lo comprometía a nada, sino que simplemente llenaba los vacíos, si sus informantes realmente habían dejado alguno. En una carrera que abarcaba más de setenta años, se había construido una red personal que podía rivalizar con el cuerpo de inteligencia de cualquier estado. Ni siquiera el aparentemente omnipotente Jacen podía hacer mucho sin dejar huellas. Tenía que trabajar con la materia prima de la sociedad, soldados, funcionarios, empleados… incluso droides. La nave del estado podía dejar una estela terriblemente grande si sabías dónde buscar.
Tahiri Veila se deslizó a la habitación justo a tiempo. Su brillante cabello rubio y su comportamiento en general ingenuo la hacían parecer demasiado joven para ser enviada en una tarea como esta, aunque las marcas yuuzhan vong aún visibles en su frente evocaban recuerdos desagradables.
Jacen, si envías a una niña guapa para engatusarme, no rompas el hechizo recordándome a los vong…
Pellaeon se puso de pie y la condujo a su silla. El hechizo definitivamente se había roto antes de que ella hubiera tenido la oportunidad de lanzarlo.
—¿Es esta tu primera visita a Bastión? —preguntó, sirviéndole una tisana murrih que extendió una piscina amatista de luz sobre la mesa de mármol blanco—. Si es así, no te vayas sin ver los Jardines Imperiales.
—Tomaré nota de eso, Almirante.
—Entonces… —Volvió a su asiento, con cuidado de verse lento y viejo, de parecer como una presa fácil—. Vivimos en tiempos difíciles. Pero aquí, en nuestro pequeño remanso remoto, nos las hemos arreglado para evitar la guerra, y me pregunto qué podría hacer que valga la pena que nos metamos en esa pelea.
—Ustedes tienen un imperio muy pequeño.
—Pero está perfectamente formado.
—Este es nuestro punto de vista en la AG. —Tahiri se inclinó un poco hacia delante como una estudiante aplicada—. Cuanto más tiempo continúe la guerra, peores son las perspectivas para todos nosotros, no sólo para aquellos que participan directamente en los combates. Queremos estabilidad. Lo que tenemos no es sólo una división entre la AG y la Confederación, sino también entre los sistemas no alineados con ninguna de ellas, que luchan en sus propias disputas locales. Si nos encargamos de los sistemas más poderosos que trabajan en contra de la AG, las cosas van a terminar más rápido.
—¿Te das cuenta —dijo Pellaeon—, que ya he estado aquí antes, y más de una vez? ¿Y no se supone que el ataque corto y preciso iba a poner a Corellia en línea?
Tahiri, evidentemente, no había sido preparada para argumentar un caso más amplio que poner la oferta sobre la mesa. Parpadeó un par de veces.
—Funcionaría si ustedes añaden su flota y tropas a las nuestras.
—Ahora dame un beneficio más inmediato para gastar las vidas de los ciudadanos Imperiales en esta apuesta…y se trata de una apuesta. —Pellaeon no podía verse demasiado dispuesto; cada palabra sería informada, grabada según sospechaba, y Jacen buscaría un motivo más profundo si él no planteaba objeciones. Después de todo, las había planteado al atacar Corellia—. Tengo que exponer un argumento sólido a los moffs además de darles promesas vagas de paz y armonía galáctica. Permacreto, no vapor.
—La AG está preparada para ofrecerle Borleias y Bilbringi.
—¿Cuáles son las condiciones?
—Que el… Imperio primero envíe naves y tropas para atacar a Fondor con la AG.
—Ah, pago en función del éxito obtenido. Muy sabio. ¿Cuál es el objetivo?
Los movimientos de ojos de Tahiri, el bamboleo ocasional mientras trataba de procesar las palabras, mostraban que aún no estaba acostumbrada a la jerga militar.
—Traerlo de vuelta a la AG.
—Pero los detalles importan, querida. ¿Está Jacen planeando tomar los astilleros orbitales, o destruirlos? ¿Qué pasa con el planeta mismo? ¿Simplemente quiere forzar una rendición? ¿Se está preparando para someterlo por ocupación? Cada objetivo requiere recursos muy diferentes.
Tahiri se recuperó bien.
—Creo que la estrategia es algo que tendrá que discutir con los Jefes de Estado conjuntos. Yo sólo estoy aquí para hacer la oferta inicial.
—Un buen punto —dijo Pellaeon. No se podía decir que Jacen no fuera consistente. Realmente estaba avanzando por su lista de compras de planetas a forzar a la sumisión—. Se lo voy a plantear a los moffs.
—Pero es usted quien realmente manda aquí, ¿no es verdad?
—Por más poder que tenga un hombre, es imposible que lo mantenga en el tiempo, a menos que tenga el apoyo de la mayoría de sus subordinados. Yo consulto.
Mastica esto, Jacen Solo. Si era inteligente, Jacen podría tomarlo como un consejo de un anciano que había visto a otros autócratas derribados por sus subordinados a lo largo de las décadas. De cualquier manera, Jacen necesitaba al Imperio. Si Pellaeon lo había leído bien —no, si Jacen pensaba como Pellaeon—, entonces sabía que ahora no tenía los números para aplastar rápidamente los objetivos clave de la Confederación, pero que una inyección repentina de tropas y naves bien podría inclinar la balanza. Una batalla podía cambiar el curso de una guerra. El único problema era que nunca se sabía cuál hasta años después del cese al fuego.
Y si tú ganas, Jacen… la guerra seguirá sin haber terminado para el Imperio. ¿Qué tipo de régimen galáctico es el que realmente tienes en mente?
—Gracias por la tisana —dijo Tahiri—. Estaremos en contacto, espero.
Cuando ella se fue, Pellaeon llamó a Reige.
—Vitor, convoca a los moffs. Vamos a ver quién salta a esto y qué tan rápido.
Reige consultó su cuaderno de datos y comenzó a mandar los mensajes por el sistema comunicador de la oficina.
—Bueno, la mayoría de ellos está en Bastión en este momento, por lo que casi tendrá un lleno total para debatir esto. ¿Va a aceptar la oferta, señor?
Pellaeon asintió.
—Si o cuando Jacen haga que le pateen el trasero, entonces la AG podría desmoronarse, y nosotros estaremos allí para recoger los pedazos. Si nos quedamos esperando, corremos un riesgo, pero si lo apoyamos, entonces por lo menos tendremos un mayor control sobre los acontecimientos tenga éxito o no a largo plazo.
—¿Cree usted que fracasará?
—Ahora enfrenta a ocupar o someter a la mitad de la galaxia para volver a unir a la AG, y no puede seguir así para siempre, por mucho éxito que tenga como comandante. A menos que se le ocurra un acuerdo de paz convincente que de algún modo sobrepase el principio de una fuerza de defensa unida de la AG, entonces no veo este final. Recuerde que por eso fue que comenzó la guerra.
Pellaeon esperó a que los moffs llegaran a la sala de reuniones, y trató de pensar como Jacen. El hombre no era un tonto, pero ¿podía ver la galaxia a través de los ojos fondorianos? ¿Sabía qué batalla estaba tratando de ganar? Parecía ver a los mundos como si estuvieran controlados por unos pocos líderes testarudos, cuya eliminación liberaría a la población para que viera las cosas a su manera. No veía que la población en general tampoco quería hacer las cosas al modo de la AG.
Si quieres construir un imperio… bueno, el truco está en dejar que la población siga adelante con sus vidas. Pellaeon se levantó y caminó hasta el armario que albergaba cientos de cuadernos, viejos volúmenes de flimsi encuadernado, e incluso antiguos pergaminos de cuero de animales, historias militares de mil mundos que abarcaban milenios. Sabía que si tomaba una al azar, cualquier historia en absoluto, iba a encontrar más o menos la misma historia que estaba viviendo hoy: la toma del poder, el deseo de expansión, y la incapacidad inevitable de mantener todo lo que había sido tomado. La única variable era el tiempo que tardaba en desmoronarse. Los imperios más longevos eran aquellos que tenían la mano más ligera en las riendas.
—Un Imperio puede ser diferente —murmuró en voz alta—. Con tal de que le disparemos a todos los locos que disfrutan de la idea.
Y eso dónde lo dejaba a él… no, ya estaba purgado de ambición a los noventa y dos. Él simplemente quería dejar la galaxia ordenada y limpia cuando la dejara por última vez. De eso era de lo que se trataba el gobierno, y los militares eran el instrumento para lograrlo.
Los moffs, como era previsible, estaban divididos principalmente entre el entusiasmo por el plan de Jacen Solo, mal definido como era, y los que como Rosset querían saber más antes de firmar.
—Estoy con usted en esto, Almirante —dijo Rosset, sentado enfrente de él al otro lado de la mesa pulida como un espejo—. Sacar de operación a los astilleros orbitales es una propuesta muy diferente a someter el planeta mismo. ¿Vamos a terminar cuidando Fondor para Jacen Solo hasta que Mustafar se congele?
A Pellaeon le fascinó observar cómo la almirante Niathal había sido borrada de la escena. Era vista como la guerra de Jacen. A la mon cal probablemente le gustaría eso, pensó. Ella podía intervenir cuando Jacen chocara contra los topes, con las manos relativamente limpias.
—¿Qué tanto queremos Bilbringi? ¿Borleias?
—No van a ser costosos de tomar —dijo Quille—. Hay una población muy pequeña en Borleias después de los yuuzhan vong, probablemente más felices de tener a alguien como nosotros cuidando de ellos que nadie. Aunque Bilbringi puede requerir un poco de esfuerzo militar.
—Como he mencionado antes —dijo Rosset—, si quisiéramos podríamos tomar ambos sistemas sin comprometernos con la AG, ya que no creo que Jacen esté en posición de detenernos.
Quille tenía una expresión casi de epifanía religiosa en su rostro.
—Pero la AG no va a ser capaz de mantener Fondor sin nosotros, porque eso va a requerir un ejército de ocupación después de que se rinda. La pobre AG, corta de personal… y nosotros le ofrecemos cuidar el lugar mientras está ocupada martillando más sistemas rebeldes de regreso al redil de la Alianza. Terminamos quedándonos. Y… después de todo, la posesión es nueve décimas de la ley.
Rosset dejó escapar un largo suspiro.
—Creo que se darán cuenta de que intentamos robarles Fondor delante de sus narices.
—No creo que lo vean de esa manera.
Pellaeon interrumpió. Era cauteloso acerca de estar de acuerdo con Quille incluso acerca de la hora del día, pero el Moff tenía un punto. Y si Jacen de todos modos iba a caer tarde o temprano, cuando se extendiera un poquito demasiado lejos…
—Si tenemos tanto a Borleias como a Bilbringi, entonces eso nos da una plataforma para mantener una presencia en Fondor, y entonces también nos habremos vuelto a extender más allá del Núcleo.
Pellaeon no tuvo que explicar ningún detalle más. Cada moff entendía el potencial.
—¿Entonces, estamos todos de acuerdo, caballeros? ¿Aceptamos la invitación de la AG, con tal de que ellos compartan su plan para Fondor con nosotros, y de que seamos capaces de financiar nuestro papel?
La práctica normal era dar la vuelta a la mesa y registrar los votos a favor y en contra, pero los moffs se detuvieron en silencio por un momento y entonces todos estallaron en un aplauso espontáneo. Pellaeon no estaba seguro de si lo aplaudían a él, o simplemente estaban abrumados por la emoción marcial ante la perspectiva de estar de nuevo en la lucha.
—Usted no está del todo feliz con esto, ¿verdad, almirante? —dijo Reige mientras servía la copa de Pellaeon, una mezcla de dos partes de brandy corelliano y una parte de agua—. Usted nunca había apaciguado a los moffs antes, y Jacen Solo es…
—¿Anatema para mí? Sí. Y ahora no estoy apaciguando a los moffs. —Pellaeon se paró en el balcón de sus habitaciones, mirando al parque de debajo. La tropa ceremonial de la caballería imperial ejercitaba a sus aletas de sangre, galopando en una línea ordenada a lo largo de la pendiente y se siluetearon por un momento contra el ocaso que pasaba por noche en esta época del año en Bastión. Durante algunas semanas, el sol no se ponía totalmente y la noche nunca avanzaba más allá de un crepúsculo brillante. Era un buen momento para tomarse un brandy y saborear el fresco aroma en la brisa de la hierba cortada—. Estoy tratando de hacer lo mejor posible con la situación que Jacen Solo impondrá a la galaxia nos unamos a él o no. Si no lo hacemos, todo el esfuerzo de recuperación después de la última guerra será en vano. Preveo que va a ir por el camino de la mayoría de los déspotas, y caerá, o incluso colgará. Si eso sucede, cuando eso suceda, estaremos allí para recoger los pedazos. No tengo fe en que la AG pueda administrar nada más allá de su jardín delantero de Coruscant, y mucho menos una galaxia.
Pellaeon hizo rodar lentamente el vaso de brandy entre sus manos y miró a Reige. A veces realmente se parecía a su hijo muerto, Mynar; y hubiera sido tan fácil de comprobar, de verificar, de saber a ciencia cierta si Reige era de su sangre o no.
No, eso no habría hecho ninguna diferencia en el afecto que Pellaeon sentía hacia él. Prefería no saberlo nunca. Algunas cosas era mejor que quedaran desconocidas.
—¿Algo más, señor?
—Gracias, Vitor, no. —Pellaeon hizo un gesto con su vaso—. ¿Quieres acompañarme?
—Tal vez más tarde, señor. Tengo trabajo que terminar.
—Te estaré esperando.
Pellaeon se quedó en la ventana hasta vaciar su copa, pero ni la decisión ni el brandy podían hacer desaparecer un pensamiento: que Jacen Solo era un megalómano egoísta, y que no había nada que le garantizara a Pellaeon que el hombre honraría cualquier acuerdo a menos que fuera obligado. A pesar de todas las victorias que había conseguido, era errático, y la AG seguía perdiendo aliados, incluso Hapes.
Y Kashyyyk… eso era una desgracia para cualquiera de uniforme.
Había llegado el momento de sacar algún tipo de seguro. Fuera lo que fuese que Jacen estaba planeando para Fondor y el Imperio —y Pellaeon estaba seguro de que habría todo un lado de la estrategia que no le contarían al Imperio— Pellaeon necesitaría su propia carta de triunfo.
Y todavía tampoco lo vio ninguno de los moffs. Aquí también tenemos nuestros propios Jacens.
—Entonces, bueno, vieja amiga —dijo en voz alta. Se acercó al espejo de cuerpo entero y se alisó el cabello blanco, controlando el corte de su chaqueta—. Es hora de cobrar un favor.
De pronto se sintió tonto; ella ni siquiera iba a verlo. Él sólo iba a enviar un mensaje, y uno sin una sola palabra en él. Pero ella lo recibiría, y sabría lo que significaba, y que era crítico.
Y respondería.
Pellaeon sacó unas cuantas cajitas de flimsicartón del cajón de su escritorio y les dio unos golpecitos con los dedos sobre la tapa de cada una de ellas, buscando la mejor aproximación de un pequeño tambor.
Rap…rap…rap.
Rap, rap… brr-rrr-rapp.
Era esa. Pellaeon se sentó al escritorio y colocó el comunicador al lado de la caja, listo para tamborilear su mensaje. Tuvo que ensayarlo un par de veces; sus dedos estaban un poco rígidos, pero se negó a someterse a la artritis, incluso ahora, y Jacen Solo no tenía nada que ver con eso.
—No haría esto a menos que fuera necesario, querida —dijo, y abrió el comunicador.
Rap… rap… rap… rap, rap… brr-rrr-rapp.
Era hora de que el guerrero-marinero Darakaer fuera convocado como en la leyenda Irmenu; Pellaeon sintió que la galaxia se deslizaba hacia su peligro más oscuro, y Jacen… Jacen podría haber parecido un aliado, pero Pellaeon sabía que era verdaderamente un enemigo en todos los sentidos.
Rap… rap… rap… rap, rap… brr-rrr-rapp.
Darakaer, muerto hace mucho tiempo, probablemente no tenía el tipo de poder de fuego que Pellaeon quería aun cuando se levantara de la tumba y respondiera a la llamada. Pero el almirante conocía a alguien que sí, y que se había conmovido mucho con la saga del héroe Irmenu.
Rap… rap… rap… rap, rap… brr-rrr-rapp.
El toque de tambor partió a través del espacio. Era sólo un ritmo repetitivo que no significaría nada para nadie, excepto para un historiador Irmenu, si alguno podía escuchar este enlace seguro, y una guerrero-marinero que todavía estaba —esperaba— muy viva.
Rap… rap… rap… rap, rap… brr-rrr-rapp.
Pellaeon apagó el comunicador y se preparó para una larga espera.