capítulo diecinueve

Ben, lo siento tanto. Me odiarás si no te envío esto, y me odiarás cuando lo oigas, así que es mejor que tengas la evidencia a que no. Va a ser difícil de escuchar, amigo, como suelen ser las entrevistas grabadas con los sospechosos. Sus razones para hacer lo que hacen… bueno, tienen sentido para ellos, eso es todo lo que puedo decir. Puedo decirte que tuve que poner todo lo que tenía para mantener mis reacciones bajo algún tipo de control. Aquí está la mala noticia antes de que escuches la grabación: su recuento de los hechos ocurridos en Kavan coincide con la evidencia física.

Llámame si necesitas algo más. Siempre estoy aquí para ti.

—Capitán Lon Shevu, GAG, en una comunicación cifrada a Ben Skywalker, después de una entrevista con el sospechoso

ANTIGUO PUESTO DE AVANZADA IMPERIAL, ENDOR

Ben había pasado una hora motivándose para reproducir la holograbación que Lon Shevu había conseguido arriesgando su vida.

Han y Leia habían encontrado una nueva ubicación, más segura para la base Jedi. Ahora Ben estaba en el centro de la sala austera que había sido su habitación, con todos los muebles y equipos embalados para la retirada de Endor. La desvencijada silla plegable ya no estaba. Estaba durmiendo en un saco de dormir reglamentario de la GAG, con sólo su plato de campaña para comer y un juego de higiene básico, pero sentarse en un asiento cómodo no hubiera cambiado nada.

Tarde o temprano, tendría que moverse de ese lugar. Tendría que caminar por el pasillo polvoriento, limpiado de cualquier cosa que pudiera ser una clave de a dónde se había ido la resistencia Jedi, y decirle a su padre, a su tío y a su tía que tenía cosas que necesitaba mostrarles.

Aquí está Jacen, papá. Aquí está Jacen contándole a mi amigo cómo mató a mamá, y por qué tuvo que hacerlo, y por qué no es un mal tipo.

Ben se obligó a moverse. No era que no pudiera, no como si sufriera de algún raro tipo de parálisis psiquiátrica, pero sabía que el momento en que cambiara de posición y empezara a caminar, el corto viaje terminaría al mostrarle a su familia —a su pobre padre— esa horrible, horrible conversación entre Jacen y Shevu. La imagen no era buena, porque Shevu había tenido que utilizar una holocámara con una abertura como la cabeza de un alfiler, para que quedara desapercibida en su túnica. Sin embargo, el sonido era perfecto. Shevu se había arriesgado a llevar el cable, como él lo llamaba, porque Jacen estaba tan acostumbrado a que los oficiales de la GAG llevaran kits de vigilancia que nada de eso le parecía inusual.

Irónico: los sentidos del peligro Jedi que tenía Jacen, la habilidad para detectar armas y amenazas, al final había demostrado serle bastante inútil, porque estaba constantemente rodeado por la guerra y el engaño, saturado de ella. Se había acostumbrado tanto como a un ruido de fondo que filtraba automáticamente.

¿Ahora desearía haberlo matado?

No habría sido capaz de escupirle esta basura acerca de su deber, y de lo mucho que se preocupaba por la galaxia a Lon. Así que menos mal que no lo hice.

Ben se detuvo. Cuando tenía pensamientos como ese, y la bilis, literalmente se le subía a la garganta, se concentraba en su padre y se preguntaba si él tenía pensamientos feos. Solía funcionar. Ben se obligó a pasar más allá del dolor impotente y furioso.

Muévete. Ahora.

Ben caminó. Primero iba a buscar a su padre.

La tribu ewok local había traído un mobiliario temporal a los pisos inferiores para que los Jedi y su personal de apoyo pudieran tener algunas comodidades mientras esperaban que se completaran los preparativos finales. Ben encontró a Jag y Zekk en la antigua sala de reuniones, con las botas sobre una rústica mesa alta hasta sus rodillas, charlando en tonos desalentados.

—Hola, Ben. —Jag hizo un gesto hacia el asiento a su lado—. ¿Vienes o qué? ¿Estás bien?

—No, no está bien —dijo Zekk—. Pude sentirlo en plena ebullición dos pisos más arriba.

Ben tenía que hacer el intento si finalmente iba a hacerlo.

—Sin ánimo de ofender, muchachos, pero ¿podrían irse? ¿Por favor?

—Sí, pero ¿estás seguro de que no podemos ayudarte? —Zekk se enderezó y se arrastró al borde del asiento—. ¿Sea lo que sea?

—De hecho, ustedes podrían ir a buscar a papá, el tío Han, y la tía Leia por mí. Díganles que tengo cosas que mostrarles, y que necesito verlos a todos juntos. —Pensó en Jaina, un poco más tarde de lo que debería haberlo hecho—. Y Jag… ¿puedes intentar ponerte en contacto con Jaina? Necesito instalar un comunicador para que ella pueda escuchar y ver lo que les muestro a todos los demás.

Ambos hombres se callaron en seguida. No hubo más de las amables burlas que le habían hecho a Ben estos últimos días, ningún intento de hacer de hermanos mayores cuando él se veía tan molido por los acontecimientos. Respondieron a su voz de oficial, como la había llamado Jori Lekauf, y sabían que hablaba en serio.

Jori tampoco tuvo que morir. No tuvo que hacerlo, Jacen. Me hiciste llevar a cabo el asesinato de Gejjen para hacerme como tú, y Jori fue sólo un detalle, una de las personas pequeñas.

Ben no quería que nadie más muriera por él. Todo esto, ¿por mí?

Preparó una mesa donde poder poner la evidencia y ubicar el comunicador donde mejor pudiera transmitirle la sesión a Jaina. Simplemente no podía hacer frente a tener que repetírselo a ella. Todo el mundo pensaría que estaba haciendo las cosas según el libro, y presentando el mismo caso a todos como un profesional; pero la verdadera razón era que él sólo podía soportar el tiempo suficiente para hacer esto una sola vez.

Podía escuchar la voz de Leia acercándose afuera, diciendo que sería práctico para ver más a Allana, y supuso que hablaba de la nueva ubicación para la base. Cuando ella entró por la puerta, se detuvo en seco por un segundo. Han casi choca contra su espalda.

—Hola, cariño —dijo ella—. Sea lo que sea, todos estamos aquí. Y vamos a escucharte atentamente, ¿de acuerdo?

—No soy yo quien va a hablar —dijo Ben—. La evidencia puede hacer eso.

Han, con los brazos en jarras, resopló, luego se acercó y abrazó a Ben con un brazo en esa forma masculina medio avergonzada. Luke llegó un par de minutos más tarde, con el cabello revuelto, como si hubiera estado corriendo.

Ben dejó los cuadernos de datos alrededor de la mesa.

—Hay tiempo suficiente, papá —dijo en voz baja—. Estamos esperando a que Jag se comunique con Jaina y obtenga una conexión estable, entonces vamos a empezar. —Ben comprendió que acababa de apuntar a Jag al tema de Jaina, y nunca pensó en lo que Zekk pudiera sentir al respecto—. Tomen asiento.

Todavía no podía volverse y enfrentarlos a todos, por lo que debió haber reacomodado sin sentido esos cuadernos y mapas una docena de veces antes de que Jag volviera blandiendo un comunicador encendido. Lo dejó donde Ben le indicó.

—¿Puedes ver todo esto, Jaina? —dijo Ben.

Parecía como si estuviera parada en un depósito. Detrás de ella, las paredes estaban cubiertas de estantes repletos de latas y cajas, y las puertas estaban ligeramente entreabiertas. Se oía el murmullo de unas conversaciones ruidosas y el tintineo de metal y transpariacero; un restaurante, tal vez.

—Puedo verlos a todos ustedes, y a la mesa —dijo ella.

—Está bien… —Ben tenía que advertirles—. Esto no es fácil de escuchar. En primer lugar, voy a mostrarles la evidencia física, y luego una conversación grabada. Voy a mostrarles cosas que vinculan a Jacen con la muerte de mamá, y luego lo que él le contó al capitán Shevu al respecto. Recuerden que la gente a veces confiesa cosas que no han hecho para parecer duros o llamar la atención, así que comparen la evidencia física, con lo que dice Jacen para estar seguros de cuál es la verdad. No voy a decirles lo que pienso. Sólo voy a mostrarles lo que tengo.

Ben respiró hondo. Extrañamente, a partir de este punto fue más fácil de lo que había esperado. Usando los cuadernos de datos y proyectando las imágenes en la pantalla que se utilizaba para los holomapas pequeños, les mostró una copia del registro del InvisibleX de la GAG que demostraba cuando Jacen había dejado Coruscant, y cuando había devuelto la nave al hangar. Les mostró los registros de vuelo de mamá. Les mostró los mapas, con los movimientos conocidos de mamá en el espacio hapano, proporcionados por el CTA hapano, y la nota de Tenel Ka que confirmaba cuándo Jacen había llegado y dejado el palacio. Les mostró el droide forense, abierto, y explicó cómo él y Shevu lo habían utilizado para recoger trazas de evidencia del InvisibleX de Jacen.

Cuando Ben llegó a los datos acerca del cabello de su madre contaminado de sangre, devolvió la mirada de su padre después de habérselas ingeniado para evitarla hasta el momento, y entonces casi se desmaya. El guardapelo. Todavía lo tengo yo. Papá necesita que se lo devuelva. Pero Ben siguió adelante, por las grabaciones que había hecho en Kavan mostrando el cuerpo de mamá y los alrededores de la escena del crimen, a su propia breve y desapegada declaración de que Jacen Solo había encontrado su ubicación exacta aunque él no tenía ninguna baliza, ni comunicadores, y estaba cerrado a la Fuerza.

Entonces… reprodujo la conversación entre Shevu y Jacen, y se quedó sentado en silencio.

Esta vez no pudo verla, y se quedó mirando sus manos entrelazadas sobre su regazo, oyendo al tío Han inhalando de vez en cuando, como si estuviera a punto de toser. Cuando se arriesgó a echar una mirada rápida a papá y la tía Leia, ambos habían adoptado la misma postura, el brazo derecho cruzando la cintura, la mano derecha tomándose el codo izquierdo, y la mano izquierda sostenida suelta sobre los labios.

La grabación terminó. Nadie dijo nada durante un rato. Fue Jaina la que los hizo reaccionar.

—Ben —dijo ella en voz baja—. Ben, ¿ahora puedes transmitirme esa grabación, por favor? Necesito un poco de tiempo para estudiarla.

—Sí, claro. Claro.

Era una excusa para levantarse y ocupar sus manos mientras pensaba en algo que decir. Tía Leia, la que siempre decía la cosa perfecta en el momento perfecto y hacía que todos se organizaran en una crisis, se acercó a él, lo tomó por los hombros y le dio la vuelta lentamente, sólo lo sostuvo en silencio. Cuando ella se alejó, había lágrimas en sus ojos. Ben nunca antes la había visto llorar.

—Gracias, Ben —dijo ella—. Hiciste un buen trabajo, y lo hiciste bien.

Ben se quedó el tiempo suficiente para enviarle la grabación a Jaina, y luego simplemente tuvo que salir afuera. Trepó por uno de los árboles más cercanos a una plataforma que había sido parte de una pasarela ewok que se adentraba en el bosque y se sentó con las piernas colgando, mirando la bruma sobre el valle.

Si fue un par de minutos después, o mucho tiempo más tarde, Ben no podía recordarlo, pero escuchó a alguien subiendo la chirriante escalera de enredaderas retorcidas. Entonces su papá se sentó a su lado, también dejando que sus piernas colgaran sobre el borde de la plataforma, pero con un poco menos de facilidad, como si sus rodillas estuviesen rígidas. Ben se inclinó contra su hombro. Terminaron apoyados el uno contra el otro, mirando a la ladera boscosa y viendo como el día se quedaba sin cosas que decirse a sí mismo.

Tampoco hablaron. No había nada que añadir, y de todos modos ellos dos ya no necesitaban palabras.

Fue un atardecer de llama y granate, espectacular incluso para los estándares de Endor.

BRALSIN, CERCA DE KELDABE: MONUMENTO A FENN SHYSA

Jaina sabía que debería haber llamado a Fett y avisarle que iba a llegar tarde a su sesión de entrenamiento.

Estaría molesto; nunca se enojaba, pero su molestia ya era bastante mala. Y ella era lo suficientemente profesional para controlarse, sin importar lo malas que fueran las noticias, y simplemente decirle que podría estar un poco distraída hoy.

En su lugar, ella terminó aquí bajo el escrutinio imaginario de Fenn Shysa, con las piernas cruzadas en el césped con un cuaderno de datos reproduciendo una pesadilla en su regazo.

Ella volvió a reproducir la explicación dulcemente racional y educada de Jacen de por qué la gente tenía que morir una docena de veces antes de descubrir que no sentía una punzada de reconocimiento cuando veía el rostro de él, y sus palabras sonaban como un idioma alienígena, en la forma en que suenan todas las palabras cuando se las repite sin cesar.

Él lo hizo.

Realmente lo hizo.

—Shysa siempre fue un imán para las mujeres —dijo la voz que ella temía—. Tiene mejor suerte muerto que yo con vida.

Jaina no levantó la vista. Por lo menos era una especie de broma, no una reprimenda en un momento en que ella realmente no podría soportar una. Romper en lágrimas delante de Fett no era admisible.

—Lo siento, Fett. Debería haberte llamado.

—Agrego la pérdida de tiempo a mi factura.

Se puso en cuclillas sobre sus talones con los brazos ligeramente doblados sobre sus rodillas. Parecía ser una forma cómoda de sentarse en la armadura. Jaina quería explicar lo que la había hecho salir corriendo hasta aquí en busca de soledad, pero mostrarle la grabación a Fett probablemente era la manera más rápida y fácil de hacerle llegar el mensaje. ¿Era traicionar a su familia, mostrarle la caída más baja de los Solo? ¿Se regodearía? Ella no estaba segura de cómo iba a reaccionar si él lo hacía. En este momento, estaba tan en carne viva y devastada emocionalmente como si Jacen hubiera muerto. Su Jacen lo había hecho, por supuesto.

—Antes de que te muestre esto —dijo, ofreciéndole el cuaderno a Fett—, va a hacerte enojar porque es mi hermano. Y a pesar de que parezcas insensible, tienes que estar devastado por el asesinato de Ailyn.

Fett tomó el cuaderno de datos y pulsó los controles.

—Primera vez que alguien lo llama así.

—Está claro. Prisionera desarmada.

—Interrogador desarmado…

—No te hagas el razonable conmigo. Jacen mató a tu hija.

—Nunca me hago el razonable. ¿Segura que quieres que vea esto?

Jaina no había esperado esa consideración. Pero tal vez él era aún más insensible de lo que ella pensaba; regodearse requería de cierto apego emocional. Incluso su cacería Jedi de toda la vida parecía carecer de la pasión y el triunfo de la pura venganza de sangre.

—Sí —dijo ella—. Dime lo que veas. Y recuerda que lo que dice está corroborado por pruebas forenses.

—¿Jacen diciendo la verdad? Bueno, bueno.

La inclinación de cabeza de Fett sugería que estaba reflexionando sobre ello. Luego oprimió la tecla y se puso en cuclillas absolutamente inmóvil mientras se reproducía la conversación. Cuando terminó, no se movió. Jaina esperó una reacción.

—¿Y bien?

—¿Qué quieres saber? —dijo Fett—. ¿Si está loco? ¿Si sería mejor que esté muerto o encerrado?

—Lo que sea. —De repente Jaina casi se tapó la boca con la mano, horrorizada por su propia falta de juicio: Shevu era fácil de identificar como el hombre que le había tendido una trampa a Jacen. Stang, ella realmente no estaba en su mejor forma hoy—. Sabes que el oficial arriesgó su vida para conseguir esto…

—Sé cómo mantener la boca cerrada. Ya deberías haberlo notado. —Fett parecía seguir mirando la imagen estática en la pequeña pantalla holográfica, aunque era difícil de saber en un hombre con casco; por lo que ella sabía podría haber estado hablando por su comunicador interno, porque podían cambiar entre los canales de audio internos y externos en los buy’cese sellados literalmente en un abrir y cerrar de ojos. Pero supuso que él estaba masticando algo que lo molestaba.

—Esto es lo que yo veo —dijo él—. Un hombre cuerdo. Porque todos se deslizan por ese camino cuando consiguen el poder, y luego tienen que mentirse a sí mismos para explicarse cómo llegaron allí y por qué no fue su culpa. Entonces es cuando la realidad se vuelve una extraña para ellos. Y ahí estás tú, avergonzada de ti misma porque estás pensando que tal vez Mara Skywalker comenzó el alboroto, pero quieres verla como a una víctima totalmente inocente sin complicaciones.

Jaina sabía que era cierto, porque le dolía mucho.

—¿Y?

—Ese es un barve al que la esposa de Skywalker casi consigue patearle el trasero. Todavía se lo ve asustado cuando lo recuerda. Porque ella fue por él como una loca. Como Beviin te mostró.

Fue lo más que nunca lo había escuchado decir en una conversación; necesitaría callar por un par de años para equilibrar su cuenta de palabras promedio. Sin embargo, Jaina era lo suficientemente inteligente como para reconocer la verdad incómoda y comenzó a desmenuzar todas las implicaciones de lo que él había dicho. Para ser un hombre que no parecía tener ni corazón ni ninguna emoción normal, él sabía mucho acerca de las de los demás. Podría haber sido sólo el ojo agudo de un cazador, o él podría haber sentido las cosas más profundamente que lo que dejaba ver. Jaina apostaba por lo último.

—Sí, no quería pensar que Jacen mató a Mara, pero si lo hizo, quería que fuera totalmente responsable —dijo ella.

—Mara no lo pidió. —Fett puso el brazo hacia atrás y cambió a una posición completamente sentada, con las piernas estiradas—. Ella fue a hacer un necesario control de plagas. Casi lo logró.

—Estás diciendo que hay que… que yo tengo que matarlo.

—No es tan sencillo.

—¿Por qué nunca fuiste personalmente tras él? ¿Por qué le dijiste a tus hombres que lo dejaran para mí?

—Porque si yo lo mato como la alimaña se lo merece, tu familia puede volver a culpar a ese podrido Boba Fett cuando la verdad se desgaste, cuando necesiten una excusa para dejar de sentirse mal por lo que tuvieron que hacer. No, ustedes limpien su propio lío. Me pregunté: ¿estoy quedándome atrás para dejar que los Solo y Skywalker luchen entre sí porque quiero que sufran? No. Jacen es el único que se lo merece, y para equilibrar las cosas preferiría verlo vivir mucho tiempo con mucho dolor. Como ya he dicho antes… muerto no me sirve.

Jaina trató de deducir si ella estaba recibiendo un sutil sermón de regodeo de Fett, o si él había pensado sobre esto lo suficiente para tener un montón de palabras buscando una salida. Incluso sus sentidos de la Fuerza se esforzaban para captar pistas. Realmente parecía estar pensando en voz alta, tratando de encontrar algunas respuestas.

Jaina de repente se sintió irrelevante.

—Puedes usar oraciones muy largas, ¿verdad?

—Todo es tiempo facturable, Solo.

—Tú odias a los Jedi, lo comprendo. Ver a tu padre asesinado, tener que sobrevivir por tu cuenta…

—No. No lo entiendes. Pero si alguno de los tuyos puede, serías tú.

Fett puso su peso en un brazo y se puso de pie de un salto, pareciendo en muy buena forma para su edad. Se marchó caminando pendiente abajo hacia Keldabe y no miró atrás. Con el sensor de 360 grados en sus pantallas integradas, no necesitaba hacerlo. Jaina no estaba segura de si había tenido una respuesta en absoluto, pero sí tenía un montón de preguntas adicionales. Rompió su propia regla y corrió tras él.

—Eh, no me des el tratamiento críptico, Fett. —Jaina se extendió por detrás de su hombro derecho, y un ligero tirón de la Fuerza lo hizo girar. Eso probablemente no era de ayuda, dado el tema—. Los Jedi mataron a tu padre. Tú cazaste a los míos. Yo te odiaba y tuve una sensación poco amistosa de los mandalorianos durante mucho tiempo. Todos lo hacemos.

—Estoy intentando mantener esto simple.

—¿Qué cosa?

—Mace Windu mató a papá. El barve termina saliendo a dar un paseo por la ventana de Palpatine, así que no consigo volarle los sesos. Añade unos cuantos años de arremeter contra cualquier Jedi, y entonces parar y preguntarme por qué seguir adelante. Porque todos los usuarios de la Fuerza son un problema. Sith, Jedi, no hay ninguna diferencia, aunque los Sith siempre pagaron bien. Cada gran guerra desde la Antigua República exceptuando a los vong ha sido entre ustedes dos teniendo sus conflictos sectarios y arrastrando a todos los demás. Lo digo yo, lo dicen los tipos como Venku, y entonces la gente empieza a pensar que tal vez la paz galáctica no los incluye.

—Ustedes se morirían de hambre si no tuvieran una guerra a la que ir.

—Hacemos una virtud de la necesidad.

—Y somos guardianes de la paz. No siempre se puede hacer eso apelando a la mejor naturaleza de la gente.

—Sí, se me olvidaba. Los compasivos Jedi. —Extendió la palma de su mano—. Dame tu sable de luz. Dejé el mío en casa.

—¿Por qué?

Dámelo.

Jaina tomó la empuñadura de su cinturón, y pensó que sólo una Jedi que ponía una excesiva fe en su certeza de la Fuerza le daría un sable de luz a un Fett irritado. Él encendió casualmente la hoja, había manejado más de estas armas de lo que admitía, eso era claro, y corto la rama de un árbol pequeño con el rayo zumbante de energía. Entonces lo apagó, le volvió a lanzar la empuñadura, y se inclinó para tomar la madera cortada.

—Un arma para una época civilizada, ¿te parece? —Fett le acercó a la cara el extremo de la rama, para que pudiera ver que era un corte limpio, sin mucha savia—. Cuando le cortas la cabeza a alguien, atrapas suficiente sangre oxigenada en el cerebro para unos dos minutos de conciencia. Luego ve y recupera las partes del cuerpo de tu padre y dime lo bien que puedes dormir algunas noches.

Fett se alejó nuevamente, y esta vez Jaina lo dejó ir. Pasó un poco de tiempo antes de que ella se recuperara lo suficiente como para pensar en gritarle para preguntarle cuántos de sus asesinatos habían sido instantáneos, pero eso probablemente era lo mejor. En un momento ella estaba cerca de pensar que se entendían bien; al siguiente, era otra vez la guerra.

¿Era este su plan desde el principio, engañarla para hacerle daño a su propio hermano para que las familias Jedi más poderosas se destrocen entre sí?

Te puedes volver loca pensando así. Él es sólo un hombre. Es tu propio hermano el que está conspirando y planificando.

Fett no había planeado ver a su hija asesinada, y no había sabido que Jaina aparecería pidiéndole que la convirtiera en una cazadora de Jedi. Él era un transeúnte herido pero peligroso, que lanzaba un golpe de cualquier manera que podía.

Bueno, Jacen, ¿lo pensarías dos veces antes de matarme si me meto en tu camino como Mara?

Jaina pensaba que sabía la respuesta, pero al minuto siguiente dudaba de sí misma. El entrenamiento de combate estaba definitivamente descartado por el resto del día. Decidió usar el tiempo de inactividad para intentar tender puentes con otro mandaloriano que probablemente tampoco quería hablar con ella: Gotab, o cualquiera que hubiera sido su nombre cuando todavía utilizaba un sable de luz.

La vida debería haber sido muy dura para él. Debía haber estado loco para elegirla.

O desesperado.

O tal vez el último lugar en el que alguien buscaría a un Jedi sería en medio de un país hostil como éste.

GRANJA BEVIIN-VASUR, CERCA DE KELDABE

—Mirta, ¿dónde has estado? —preguntó Sintas.

—En un trabajo, Ba’buir.

Fett observó a Sintas moviéndose competentemente alrededor de la habitación, navegando por el tacto. Ahora verla cuando ella no podía verlo lo hacía sentir incómodo; él era un depredador, un intruso. Quería más que nada hacer lo correcto por ella, pero estaba dando vueltas en círculos.

Encontró a Mirta y las dos mujeres se abrazaron.

—¿Qué trabajo, cariño?

—Nos apoderamos de un Destructor Estelar Imperial.

Sintas separó ligeramente los labios, luego rió.

—Oh, sólo un trabajo pequeño. ¿Nadie salió herido?

—Mucha gente. Pero nosotros no.

—Yo puedo recordar cómo desarmar un bláster.

—Eras una cazadora de recompensas, Ba’buir.

—Recuerdo perseguir a un hombre que tenía algo que yo quería recuperar… una caja de metal. Será mejor que recuerde como lo hacía, si quiero volver a ganarme la vida.

Ver a Sintas agarrando desesperadamente los retazos de su vida y tratando de reconstruirse a sí misma como una mujer completa hacía que Fett se sintiera asustado y sucio; le recordaba que él había fracasado en todos los aspectos de la vida, excepto en su trabajo… excepto matando gente. No era que matar lo molestara. Era el fracaso, y no ser como su padre. Jango Fett le había enseñado a ser un soldado perfecto, pero también le había mostrado por su ejemplo cómo ser el padre ideal. Él sólo había logrado una de las dos cosas.

—Sin —dijo él—. Nunca tendrás que volver a preocuparte de conseguir con qué vivir. Yo te debo créditos. Muchos. Y te los voy a pagar.

Sintas tanteó el camino hacia él. Iba a tocarlo. Él lo veía venir, y lo temía, porque iba a traer todo de vuelta, no sólo los recuerdos que estaban mejor olvidados, sino cómo se sentía tocarla, porque esa parte de su vida estaba muerta y enterrada.

Tú la dejaste.

Ella encontró su mano y la tomó.

—Sé que debí haberme casado contigo por una buena razón. Y a pesar de lo que fuera que salió mal, todavía pareces ser un buen hombre.

—Sin, hay más malas noticias que necesitas saber.

Ella seguía agarrándole la mano. Él la había visto en su mejor y peor momento, aunque ella nunca lo había visto a él en su mejor momento, y él nunca superó lo muy hermosa que siempre era ella, independientemente de las circunstancias. Necesitaba que ella le soltara la mano; pero no quería que lo hiciera. No quedaba nada que rescatar de la relación y no quería oírse pensando si tan sólo.

Pero imagínate si ambos hubieran sido felices cuando ella desapareció. Imagina languidecer todos esos años, recuperarla después de tantos años y entonces tener que enfrentarte a la separación de la edad: que ella no te quisiera de vuelta, aunque lo intentara.

Sí, así era mejor, si tenía que suceder en absoluto.

—Puedo sentir algunas de las cosas en el corazón de fuego —dijo ella—. Pero no les encuentro sentido.

—Está bien. Siéntate. —La dirigió hasta una silla. Mirta lo miraba como si estuviera esperando para lanzarse sobre cualquier error—. Nuestra hija murió.

Sintas tomó la noticia con algunos parpadeos. Pasó un rato antes de que ella volviera a hablar.

—Me siento mal por no poder recordar lo suficiente sobre ella. ¿Qué le pasó? Debía haber sido una adulta, porque Mirta está aquí.

Era un juego de adivinanzas, y Fett los odiaba en los mejores momentos.

—Voy a acabar con todo ahora, o sólo voy a estar dándote un pedazo fresco de miseria cada día —dijo él. O tal vez es porque necesito soltarlo abruptamente y salir corriendo—. Fue asesinada, Sin. Era una cazadora de recompensas. Me culpaba a mí porque tú hubieras desaparecido en un trabajo, porque yo debería haber estado allí para cuidarlas a las dos. Ella me persiguió durante años y trató de matarme. Pero la atrapó la policía secreta en Coruscant, y murió en un interrogatorio. Tenía cincuenta y tres o cincuenta y cuatro, creo. Y eso es todo. Excepto que crió a Mirta para que ella también me odiara, y Mirta intentó matarme, pero ya superamos eso.

Mirta era tan dura como podía serlo. Se quedó ahí parada, y la expresión de su rostro era de aceptación. El forúnculo había sido punzado. Sintas hizo un trabajo razonable para controlar la impresión, pero sus labios se movieron silenciosamente como si intentara plantear una pregunta y fracasara varias veces. La expresión angustiada de sus ojos era peor debido al hecho de que Fett sabía que ella ni siquiera podía ver sus expresiones.

Arrepentimiento, culpa, dolor, furia. Eso es lo que te faltaba, Sin. Pero apuesto a que te imaginas lo suficiente.

—El barve que mató a mi niña… ¿dónde está? ¿Todavía está vivo? Yo arreglare eso… —Sintas estalló de ira. Tal vez todo era tan terrible y alienígena que estaba demasiado sorprendida para llorar, y Fett sabía que era mejor actuar que sentir—. ¿Y cómo podías querer matar a tu propio abuelo, Mirta? Ni siquiera lo conocías.

La vida volvía a destejerse. Fett había tratado de hacer las cosas bien y aceptar la culpa, como se merecía, y ahora estaba girando sin control como un rotor roto y golpeando a Mirta, que se había quedado con su madre en las buenas y en las malas. Fett sintió que toda su vida había sido acerca de que los demás recibieran la metralla de las explosiones que él causaba.

—No la culpes, Sin —dijo—. Ya sea que Ailyn lo supiera o no, tenía razón en detestarme. La única buena noticia es que ahora soy un viejo rico, y tú todavía eres joven, así que te puedo pagar y puedes disfrutar un poco de la vida.

Ese era su límite emocional. Hoy había llegado hasta el final. Si hubiera sido como Beviin, todo corazón y coraje puro, sin miedo al amor o al riesgo de ser herido por él, habría abrazado a Sintas, y le habría contado todos los pequeños detalles que habrían suavizado el golpe y hecho que tuviera más sentido una vez que pasara la conmoción. Pero él no era Beviin, ni estaba cerca. Casi se desahogó del todo y le dijo por qué se habían separado, pero perdió el valor. Había un límite a la cantidad de osik que podía golpear el ventilador después de todo.

—Nos vemos más tarde —dijo él—. Creo que podemos encontrar un médico especial para que recuperes la memoria, y tal vez la vista.

Sintas ahora se había llevado la mano a la boca en una especie de terror que ardía lentamente.

—Bueno… al menos voy a estar preparada…

—Lo siento.

Ella se frotó los ojos.

—Yo también lo siento, Bo.

Ella ni siquiera pareció darse cuenta de que lo había dicho. Bo. Era como siempre lo había llamado.

—Adelante —dijo Mirta—, tienes cosas que hacer. Yo me quedaré aquí un rato.

Fett trató de calcular cuántas horas había pasado con Sintas desde que había sido revivida, y probablemente no sumaban un día completo. No, esta vez no iba a ser diferente, incluso si los años que habían perdido se hubieran borrado por arte de magia; él no podía soportar pasar el tiempo con la gente. Cuando salió deslizándose de la casa, Beviin estaba aserrando unas tablas en el patio delantero.

—¿Cómo va todo? —preguntó, con apariencia de saberlo de todos modos.

—Mal. Podría ser peor. —Esta era la casa de Beviin, y de alguna manera Fett la llenaba con los residuos de su propia vida desastrosa, y Beviin nunca se quejaba. El hombre encontró espacio para la dañada ex-esposa de Fett y una Jedi de paso cuya familia ahora tenía problemas tan grandes como la de Fett. Tenía que preguntarlo, o de lo contrario parecería como si él fuera la única persona que no se daba cuenta de que Beviin lo había salvado una y otra vez—. ¿Por qué siempre me sacas de apuros, Goran? Y no me digas que porque es tu deber hacia el Mand’alor.

—Porque nadie puede vivir como tú sin darse cuenta de lo mucho que duele. —Beviin continuó aserrando—. Supongo que es mi forma de agradecer no ser así.

Beviin nunca contenía sus golpes.

—No entiendo por qué ninguno de ustedes lo hace —dijo Fett—. Shysa, Spar: ¿por qué no dijeron, «Fett no se preocupa, por qué debería hacer algo por él»? Ni siquiera conocía a Spar.

—Oí que Spar en realidad lo hizo por Shysa, porque él le dijo que Mandalore tenía que parecer fuerte y estable para el mundo exterior, como si los Fett estuvieran de vuelta.

Fett nunca se engañaba a si mismo pensando que era por su adorable personalidad. Tenía sus usos. Pero claro que esa era la forma como trataba a todo el mundo, por lo que no tenía nada de qué quejarse.

Y los problemas desaparecían si les lanzabas suficientes créditos: comprar un asesino, un cazador de recompensas, o alguien que cuidara de tu desatendida esposa. El único que no desaparecía con una buena dosis de créditos era el tiempo.

Pero Mirta estaba en lo cierto. Tenía cosas que hacer, y si no las hacía, encontraría a alguien. Se dirigió de nuevo al Esclavo I, abrió el comunicador, y llamó a su agente.

Decían que ese hombre podía adquirir cualquier cosa. Entonces, podía probarlo, encontrando la mayor joya corazón de fuego azul en el mercado, la más rara y más costosa de las gemas.

CAFÉ OYU’BAAT, KELDABE

—Me dijeron que querías verme, Jedi.

Jaina alzó la mirada. Lo había sentido acercarse de todas formas; Gotab dejaba una impresión muy particular en la Fuerza. Venku, siempre rondaba cerca para apoyar al viejo si vacilaba, era una luz tenue a su lado. Los dos estaban nerviosos y un poco hostiles.

—Así es, Gotab —dijo ella, y se puso de pie para apartar una silla para él. Cham el tabernero alineó unas cervezas—. Y a ti, Venku. Por favor, tomen asiento.

Ambos hombres se quitaron los cascos. Podía ver a Fett reflejado claramente en Venku ahora que estaba tan familiarizada con esa cara. La boca era diferente, pero esto era sin duda el material genético de Fett. Había aprendido rápido a no llamarlo familia.

—Quieres algo de mí —dijo Gotab—. Escúpelo.

—Eres un sanador. ¿Estoy en lo cierto?

Se quitó los dos guanteletes, revelando sus manos venosas y manchadas por la edad, y las levantó.

—Sí. Hice muchas curaciones. Me veo aún más viejo de lo que ya estoy, ¿verdad? La curación, te agota.

—¿Cuánta gente de aquí sabe que eres un Jedi?

Solía ser un Jedi —dijo en voz baja—. Dejé la Orden hace sesenta años y me convertí en Mando’ad. Pero supongo que soy bastante fácil de detectar para alguien poderoso en la Fuerza como tú.

—¿Y entonces, qué hay de ti, Venku? —Todavía no le habían dicho si alguien sabía lo que eran—. Tú eres más difícil de individualizar, pero puedes usar la Fuerza, ¿no?

Puedo —dijo Venku—. Pero lo evito.

—Entonces, ¿quién lo sabe? Apuesto a que nadie. ¿Tienen miedo, incluso ahora? Vamos. Yo sé lo que se siente ser un Jedi y entrar en una cantina llena de Mandos.

—¿Por qué siquiera te importa a ti? —dijo Gotab.

—En caso de que tenga graves consecuencias para ustedes, por supuesto.

Venku y Gotab se miraron el uno al otro como si estuvieran en algún debate no hablado. Venku suspiró y sacudió la cabeza.

Buir —dijo—, si quieres sincerarte después de todos estos años y algún Mando’ad incluso te mira mal, sabes que lo mataría. Después de todo lo que has hecho por Mandalore, nadie puede llamarte un jetu.

—¿Y qué hay de ti, Kad’ika?

—Ya no soy muy útil para los kaminoanos.

Gotab resopló.

—Fett te vendería de todos modos.

Jaina se dio cuenta de que había tocado un nervio, y ahora que se había mencionado el nombre de Fett, sabía que tocaría unos cuantos más.

—Así que no les gusta Fett —dijo ella.

Gotab se encogió de hombros.

—Es completamente amoral. No se preocupó nada por Mandalore cuando fuimos ocupados por el Imperio.

—Aquí hay algo que no entiendo, Gotab, así que déjenme contarles lo que estoy pidiendo. —Jaina se sorprendió al sentir un impulso de defender a Fett. Él no carecía completamente de moral; tenía principios, aunque, unos muy rígidos, que no encajaban mucho en la idea de ética de la gente—. La ex-esposa de Fett, Sintas: estuvo almacenada en carbonita por más de treinta años, y ahora está ciega y sufre de amnesia. Tenía la esperanza de que tú pudieras ser capaz de curarla. Le ha ido bien para recuperarse tanto como lo ha hecho, pero hay un límite a lo que los médicos pueden hacer.

—¿Estás segura de que quiere recordar haber estado casada con Fett? —preguntó él.

Probablemente era un insulto al azar, pero tal vez Gotab sabía que su pasado había sido complicado.

—Él piensa que es más justo que ella lo sepa todo para que pueda tomar mejores decisiones acerca de su futuro.

Gotab se reclinó en su asiento y miró a Venku como si hubieran hecho una apuesta sobre algo.

—Bueno, he vivido para ver muchas cosas inesperadas, pero que a Fett le creciera una consciencia… wayii.

Venku tomó uno de los vasos de ne’tra gal, la pegajosa y dulce cerveza negra, y la miró fijo.

—Probablemente hayas adivinado que tenemos dudas acerca de Fett, aunque últimamente ha estado a la altura de más de sus responsabilidades como Mand’alor.

—Así que no ayudarías a su ex-esposa.

—¿Va eso a ayudarla?

—Bueno, quedarse ciega y no recordar mucho de su pasado, ni siquiera a su propia hija, no suena como un mejor trato que averiguar la basura que pudo haber sido tu marido. —Jaina se estaba impacientando; necesitaba saber si exponer a estos dos hombres como Jedi acabaría en problemas—. ¿Y ustedes van a tener que pasar a la clandestinidad, si sus vecinos averiguan lo que son?

Las puertas se abrieron y Carid entró con un par de otros hombres, riendo a carcajadas. Saludó a Jaina como si fuera sólo otra parroquiana regular. Ella no podía imaginárselo viniendo tras este frágil anciano y haciéndole daño, por haber sido una vez un Jedi. Si Gotab había estado aquí por sesenta años, entonces debía haber sabido que los mandalorianos a pesar de ser violentos y rígidos, tendían a no culpar a la gente por lo que fueron sus padres, o hermanos. En Mandalore, podías borrar tu pasado.

—Para empezar, va a ser una sorpresa para Fett —dijo Venku—. Pero tal vez ya es hora, porque aunque alguien lo sepa y quiera explotarlo, primero tendría que matarme a mí, y yo no vengo de una familia de pusilánimes.

—Mira, sólo dímelo.

Sesenta años era mucho tiempo para guardar un secreto tan grande. Creció hasta convertirse en hábito, y entonces probablemente se volvió impensable imaginar nombrarlo. Jaina sabía el tamaño de los secretos de su propia familia, acerca de su abuelo. Cuanto más tiempo pasaba con Fett y los mandalorianos, más veía como de muchas maneras sus vidas eran paralelas, y se preguntaba cuánto de eso había alimentado la animosidad.

—Yo fui un general Jedi en las Guerras Clon —dijo al fin Gotab—. Dejé la Orden porque no aguantaba cómo hablamos acerca de la compasión y, entonces, hacíamos la vista gorda a usar clones humanos para nuestro ejército de esclavos. Los clones con los que serví eran mis hermanos. Los ayudé a escapar, los curé. Hice todo lo que pude para expiar el mal que los Jedi le hicieron a esos hombres. Y Venku, Kad’ika, su madre era una Jedi y su padre era un soldado clon. Nos escondimos del Imperio durante años, porque ellos podrían haber creado un nuevo ejército clon a partir de él. Nos escondimos tan bien que ni siquiera el que arregla las cosas de Fett, ese Beviin, sabía quiénes éramos, o ni siquiera cuál era el verdadero nombre de nuestro clan.

Eso no respondía a la pregunta sobre Fett, pero Jaina sintió que ya había empujado lo más que podía. Vivir con miedo y en secreto creaba una cierta paranoia.

—Entonces, ¿lo harían por Sintas Vel?

—La curación es un trabajo duro —dijo Venku—. Mira lo que le ha hecho a él.

—Fett va a pagar, y si no, yo lo haré.

Gotab inclinó la cabeza como si ella hubiera confirmado algo.

—Bueno, tu hermano mató a su hija. Es lo menos que puedes hacer. —¿Había alguien aquí que no conociera cada sórdido detalle de los problemas de su familia?— Pero no quiero tus créditos ni los de Fett. Lo haré porque puedo hacerlo. Está mal negarse sólo porque la pobre mujer solía estar casada con Fett.

Era un gran avance.

—Ella está en la granja de Beviin.

—Ya no van a pensar que somos kiffar, ¿verdad? —dijo Gotab.

—No. Pero nadie está persiguiendo a los Jedi en estos días. No es como la Purga.

Venku no había bebido mucho de su cerveza, y Gotab ni siquiera había tocado la suya. Venku se puso de pie, dejando en claro que la reunión había terminado.

—Eso explicaría por qué el Consejo Jedi ha huido de Coruscant —dijo él—. Porque ahora está totalmente bien ser un Jedi.

No se perdían de mucho, incluso si vivían en las tierras salvajes… y las tierras salvajes de aquí debían de haber estado seriamente aisladas.

—Aunque tú no eres un Jedi —dijo Jaina—. Nunca fuiste entrenado.

—No, y estoy a favor de mantener a los Jedi lejos del gobierno… y a los Sith, por supuesto. Pero siempre voy a ser sensible a la Fuerza… por mucho que intente no serlo, y eso no siempre le cae bien a la gente que lo sabe. Creen que les manipulas sus mentes.

Jaina quería poner un chip de créditos en la mano de Gotab, porque él necesitaba comer tanto como cualquiera, pero ella no sabía cómo iba a reaccionar. Volvió a la granja y se pasó el resto de las horas del día revisando la cosechadora droide de Beviin y componiendo mensajes interminables para Jag, en su cabeza, pero cuando llegaba al punto de escribirlos en el cuaderno de datos, contárselo todo parecía demasiado. Al final, evitó llamarlo, o a sus padres, y sólo les envió un mensaje a todos diciendo que todo iba bien, y que pronto iba a ponerse en contacto, y que volar un Bes’uliik había sido muy divertido. Todos habían visto la confesión de Jacen. Bien y divertido no encajaban con eso. Se sintió culpable por expresar sentimientos tan triviales. Sin embargo, algunas veces, la vida necesitaba la ilusión de que los placeres ordinarios todavía existían y podían volver a encontrarse incluso después de las profundidades de la miseria.

Esa noche, mientras cenaba con la familia de Beviin y hacía que Shalk y Briila rieran moviendo sus platos con empujones de la Fuerza, sintió a Gotab y Venku acercándose a la casa.

—Beviin —dijo ella, tratando de no decirlo delante de los niños—, es Gotab. Él es quien va a hacer la curación. Es un Jedi. Al menos, solía serlo. No lo castigues, por favor. Ha sido uno de ustedes por casi sesenta años.

Beviin y Medrit se miraron, y era obvio que el que arregla las cosas de Fett, como Gotab había llamado a Beviin, estaba claramente sacudido porque un secreto de esa magnitud lo había eludido. Masticó pensativo, con la mirada fija en la jarra de caf sobre la mesa.

—Ni siquiera le diremos a Fett que es él, si está tan asustado —dijo al fin—. Bueno, imagínate. Un jetii uniéndose a nosotros. Aunque eso deja a Venku en un contexto interesante.

A pesar de lo bien que Beviin le caía a Jaina, ella no pensaba que él necesitaba saber que Venku era el hijo de una Jedi. Si Venku quería que alguien lo supiera… podría decírselo él mismo. Ella ya había ido suficientemente lejos.

Sonrió lo mejor que pudo.

—Gotab es un sanador, recuerda. Tal vez Venku le deba una vieja deuda de honor.

Probablemente era cierto. Era lo bastante cierto como para que ella no se sintiera culpable por decirlo. Beviin se levantó para abrirle a Gotab, y Medrit le dio una mirada cómplice a Jaina. Dinua y Jintar distrajeron a los niños.

—Siempre habíamos oído rumores —dijo Medrit—. Aunque nunca creí que fuera Gotab.

Jaina deseó haber sido más previsora y trasladado a Sintas al Oyu’baat para hacer la sesión de curación.

—Estoy seguro de que ha pagado su deuda con la sociedad…

—Él no tuvo la elección de ser un Jedi, ¿verdad?

—No, pero eligió ser uno de ustedes.

—Entonces el asunto está cerrado —dijo Medrit. Shalk lo miraba de la forma en que sólo podía un niño vorazmente curioso cuando pensaba que los adultos estaban hablando de algo secreto—. Y eso hace que Jaing Skirata sea uno de su clan. Lo que es aún más interesante.

Gotab entró lentamente a la habitación con Venku siguiéndolo como un guardaespaldas, y los dos niños lo miraron.

No dijeron ni una palabra. Gotab asintió amablemente y siguió a Jaina a la habitación de Sintas.

—Así que, ¿haces milagros? —preguntó Sintas, girando la cabeza hacia él—. Me vendría bien uno.

—Todavía puedes decir que no —dijo Gotab—. Sabes que tienes tragedias en tu pasado.

Sintas, amnésica o no, mostraba una veta de firme resolución que debía haberla dejado bien parada como cazadora de recompensas.

—Entonces las enfrentaré —dijo—. Porque son parte de quien soy.

Jaina de repente sintió lástima por todo el clan Fett, imaginando cómo sería perder a Jag y luego encontrarlo otra vez cuando fuera muy vieja y su vínculo también estuviera demasiado dañado. Nada podría arreglar a la familia Fett: los hijos de Mirta serían los primeros en crecer con una oportunidad de felicidad ordinaria. También fue un llamado de atención para Jaina.

—Quédate —le dijo Gotab—. Por si acaso necesitamos una ayuda extra en la Fuerza.

La curación de la Fuerza era casi imperceptible y tediosa para un espectador. Gotab se sentó en el borde de la cama de Sintas y suavemente colocó ambas manos sobre su cabeza. Incluso para Jaina, habituada a la meditación, estar dos horas sentada con unos relativos extraños y sin decir nada fue una prueba.

—Oh —dijo Sintas en un momento dado—. Oh, eso es… eso es extraño…

Gotab sonrió. Eso lo transformó.

—He curado lesiones cerebrales antes, y mis pacientes me dicen que perciben recuerdos inconexos. No tengas miedo.

—No son recuerdos —dijo Sintas—. Puedo ver destellos de luz.

Jaina sentía una auténtica euforia. Parecía como si los impulsos del nervio óptico volvieran a llegar.

—¿Cuántas sesiones tomará esto?

—No lo sé —dijo Gotab. Sacó una mano de la frente de Sintas y movió la lámpara más cerca de ella—. Nunca antes había curado a una kiffar.

Sintas se estremeció.

—Puedo ver el contraste. —Se frotó los ojos, esforzándose y se giró hacia la lámpara—. Veo la luz y la oscuridad…

Jaina atemperó su propia emoción con el recordatorio de que si volvía la memoria de Sintas, no sería tan bienvenida.

Gotab parecía estar flaqueando. Venku tomó el codo del anciano y volvió a poner la mano a su lado.

—Ya es suficiente por esta noche, Buir —dijo. Jaina sabía que él no era realmente el padre de Venku, pero no estaba segura de si el término era simplemente una muestra de respeto o la indicación de adopción—. Vamos a descansar un poco. Tenemos un largo camino por delante.

Medrit le dio un paquete a Venku cuando salía, un envoltorio de varios paquetes que parecían un surtido de carnes y conservas. Mandalore seguía siendo un lugar donde se vivía con mucha hambre.

—Estoy seguro de que Fett estará agradecido —dijo.

—No hace falta. —Gotab se dirigió a la puerta, apoyándose en el brazo de Venku—. Es por Sintas Vel, no por él. Y no te sientas tan mal por nunca encontrarnos cuando Fett te envió tras el clon de guantes grises… Jaing es un experto en cubrir sus huellas, el mejor que hay, igual que nosotros.

Beviin escuchó el motor del deslizador desvanecerse en la noche.

—Creo que los he espantado —dijo—. No sé si van a volver.

Jaina estaba acostada despierta esa noche, preguntándose qué iba a suceder cuando se supiera —como las cosas parecían pasar aquí— sobre Gotab y Venku. ¿Habría alguno de ellos tenido hijos? ¿Habría mandalorianos sensibles a la Fuerza por todas partes? Todo se estaba volviendo complicado, y haciendo correr su mente cuando ella necesitaba dormir, y concentrarse en aprovechar al máximo el tiempo de entrenamiento que tenía con Fett.

El sonido llegaba muy lejos en la noche tranquila, y ella pudo escuchar alguna celebración en progreso en la granja de Levet alejándose un poco por la calle de tierra. Los juerguistas estaban riendo estridentemente, y ella estaba a punto de ir corriendo por el campo hasta allá y decirles gruñendo que se callaran para que pudiera dormir un poco, como haría una buena mujer Mando. Entonces hubo un repentino y completo silencio antes de que una voz solitaria masculina, un tenor, sorprendentemente dulce, comenzó a cantar una balada lenta con el tipo de notas perfectas que la cogió con la guardia baja, y le hizo doler la garganta y que los ojos se le llenaran de lágrimas sin ninguna razón. Una por una se le unieron otras voces hasta que fue un coro.

Jaina no podía entender ni una palabra de la misma, a excepción de Mando’ade y Manda’yaim. Pero se conmovió de todos modos. Contuvo el aliento. El coro se repitió dos veces, y luego las voces se fueron apagando una por una para dejar que el tenor solista se desvaneciera en el silencio.

La canción le hablaba del anhelo del hogar, y de los seres queridos que quedaban esperando el regreso de los guerreros. Le costaba contener las lágrimas incipientes. Bajó las escaleras y se encontró a Beviin trabajando en la cocina haciendo tareas en silencio total.

—Eres muy sigiloso —susurró ella—. No sabía que estabas despierto.

—El canto —dijo él—. No tengo el sueño pesado. Es mi naturaleza sospechosa.

—Sí, yo también la he oído. Era realmente hermosa. ¿Es una canción de amor? Suena tan solitaria y anhelante.

Beviin ahogó una carcajada.

—La traducción aproximada es: «No le caemos bien a nadie, pero no nos importa, porque somos Mandos, y somos los mejores». Lamento estropearte la ilusión. Pero también tenemos nuestras baladas tristes. —Giró una oreja en dirección a la habitación de Sintas—. Creo que ella está teniendo pesadillas. Lo que sea que hizo Gotab, los viejos caminos neuronales se están conectando de nuevo…

Sintas definitivamente estaba teniendo pesadillas; Jaina escuchó desde afuera por un rato y luego fue a sentarse con ella en caso de que se despertara gritando. Ella se sacudía, murmurando incoherentemente, y las únicas palabras que Jaina pudo entender fueron «podrías haberles dicho…»

Jaina se sintió incapaz de mantener los ojos abiertos, y dormitó en la silla. Se despertó con un sobresalto; Sintas estaba sentada, y estaba empezando a haber luz en el exterior.

—Stang —dijo Sintas—. Luz de día.

—¿Puedes ver?

—Sí.

—Esa es una excelente noticia. —Jaina le tomó la mano—. Tuviste una pesadilla.

—Tuve un sueño, pero no creo que haya sido una. Me acordé de algo. Había una recompensa que estaba cazando, pero terminé siendo atrapada, y había un barve que decía que yo valdría algo a cambio de un rescate, y me inyectó algún sedante o algo…

—¿Alguien que sabía que eras la ex-esposa de Fett?

—Bo… oh, stang, está volviendo… a Bo nunca le gustó que nadie se metiera conmigo, incluso después de que nos separamos. Luego estaba… oh, Ailyn, no…

Jaina se preparó para que emergiera algún trauma. Sólo terminar en carbonita habría sido suficiente, pero ella tenía todo el bagaje de cazadora de recompensas, además de Fett, y luego una hija muerta.

—Eh, tómalo con calma.

—Ella estaba tan emocionada. Le dije que volvería del trabajo a tiempo para llevarla a Coruscant, a ver la gran ciudad, y comprarle algunas cosas bonitas.

Ailyn había tenido unos dieciséis años. La carbonita y el destino habían borrado la mayor parte de cuarenta años, y toda la vida familiar que podría haber tenido. Sintas parecía tan dura como unas botas viejas, pero ahora las lágrimas corrían por su rostro.

—Bo —dijo ella—. Le disparó a alguien.

Eso no era muy específico. Jaina le alcanzó un paño para limpiarse la cara.

—Tal vez necesitas algunos medicamentos para tomar todo esto más despacio…

—No, no, tengo que recordar esto, lo necesito. —Sintas se llevó la mano a la boca—. Ailyn, y luego Mirta… ¿qué le dije para hacerla ir y hacer todo eso? Nunca se lo dije. Nunca hablamos. Nunca le conté por qué Bo y yo nos divorciamos.

—Mirta pensaba que él te abandonó. —Esto definitivamente no era asunto de Jaina, y no debería haberlo dicho. Ahora era demasiado tarde—. Ailyn lo culpaba por no estar ahí para tu… bueno, muerte.

—Lo sé, pero… mira, Bo fue exiliado por asesinato. No fue así. Fue mucho más complicado.

Jaina prefería los análisis más sucintos de Fett: él la había dejado y obviamente se sentía mal por el efecto que tuvo sobre ella. Sonaba lastimosamente pequeño y doméstico, el tipo de cosas que hacía prosperar a los abogados de divorcio, no el catalizador de una venganza a la escala de Ailyn que terminó con que Jacen la matara. Pero Sintas se sentía cada vez más angustiada por los recuerdos que estaban empezando a conectarse. Ella parecía tener un recuerdo mucho más complicado de la ruptura de su matrimonio. Así que la ley había alcanzado a Fett al menos una vez en su vida. Todo lo que sorprendía a Jaina fue que lo hubieran atrapado en absoluto.

Pero él siempre tenía sus razones, ya lo sabía a estas alturas.

—Creo que será mejor que vaya a buscar a Mirta —dijo Jaina.

—No, por favor, todavía no. Tú pareces una persona comprensiva que entiende cómo las familias se pueden partir en dos.

Decían que la gente kiffar era psíquica. En eso no se equivocaban. Sintas había entendido perfectamente a los Solo y Skywalker.

—Está bien —dijo Jaina—. Pero sigo pensando que debería ir a buscar a tu nieta.

—Todavía no —dijo Sintas—. Tengo que pensar en cómo voy a explicárselo… que su abuelo fue exiliado por matar al hombre que me violó… su oficial superior.