XIV

Levántate, Cabe Bedlam.

La voz resultaba familiar, pero a la vez no lo era. Cabe intentó ponerse de pie, pero su cuerpo respondió como si hiciera tiempo que hubiera cedido el paso al rigor mortis, y apenas consiguió incorporarse hasta una posición de sentado. Se encontró contemplando las imágenes borrosas de un semblante, un semblante que se repetía en cada faceta de cada cristal reflector. Era el rostro de un hombre muy parecido al que el hechicero había visto en sus visiones, pero, a pesar de sus vagos contornos, podía apreciar que ésta era una copia diferente, algo más joven. Un hijo, quizás. Hasta que pudiera apreciar más los detalles, no podía hacer más conjeturas.

–Eres resistente, hechicero.

Se volvió hacia el origen de la voz y fue entonces cuando descubrió que no eran las imágenes las que aparecían borrosas, sino más bien su propia visión. No fue exactamente una sorpresa, si tenía en cuenta lo sucedido.

«Los Reyes Dragón acabarán siendo mi muerte… aun cuando no sea ése el resultado que busquen obtener.»

–¿Ma… majestad? – Parpadeó varias veces, pero sin un efecto perceptible.

–Aguarda un momento. Tu visión debería aclararse. Por suerte para ti, no recibiste heridas en los ojos. Por otra parte, hice todo lo que pude por ti.

¿Qué significaba eso? Cabe empezó a levantar la mano izquierda y se vio sacudido por terribles cuchilladas de dolor. Bajó el brazo rápidamente y lo sujetó con la otra mano, la cual, por fortuna, no le dolió.

–¿Qué…, qué sucedió?

–Desviaste la mayoría de los fragmentos, pero algunos de los más fuertes atravesaron tus escudos. Únicamente unos pocos te atravesaron; fue la fuerza de la explosión, que yo intenté contener, la que te dejó inconsciente.

–Los fragmentos. La esfera. ¿Uno de los pedazos me hirió en el brazo?

Sabía que era el Dragón de Cristal quien le hablaba, pero la voz sonaba completamente distinta de cualquier otra que hubiera escuchado antes. ¿Qué nuevo cambio había provocado la explosión en la personalidad del Rey Dragón?

–No te hirió en el brazo. Lo atravesó, hechicero. La herida traspasa por completo tu antebrazo. Hice lo que pude, pero no logré que cicatrizara totalmente. Puede que nunca cicatrice, ¿comprendes?, no del todo.

«Que nunca cicatrice…» Así como el rostro y el brazo del rey Melicard nunca curaron después de la explosión mágica que lo mutiló. Cabe se daba cuenta de que su propia herida ni siquiera se aproximaba a la gravedad de las de Melicard, pero no pudo evitar sentirse trastornado por ella.

–También hay cicatrices en tu cuello. Tuviste mucha suerte, hechicero. Tus facultades son impresionantes.

«¿Facultades? ¡Más bien pura suerte!», pensó Cabe mientras apartaba a un lado la túnica para poder examinar la herida. Una cicatriz verdosa y zigzagueante rodeada de piel roja e inflamada indicaba el punto por el que había pasado el fragmento. Algo tembloroso, la tocó con la otra mano. El leve roce fue suficiente para hacerle lanzar un gruñido de dolor. Armándose de valor, el herido mago tocó la parte posterior del mismo brazo; el dolor volvió a sacudirlo.

«¿Que nunca cicatrice?»

Seguía contemplando la herida cuando el Dragón de Cristal volvió a hablar.

–Los dos hemos tenido suerte, Cabe Bedlam. Cuando la esfera se hizo pedazos, el portal que conducía a Nimth se cerró, en lugar de quedar abierto. Así es como se diseñó el mecanismo, pero no había ningún modo de ponerlo a prueba excepto mediante un suceso parecido a esta explosión.

Cabe levantó la cabeza. Su visión se había aclarado bastante y ahora podía ver con claridad al Dragón de Cristal. El señor dragón parecía ileso, pero eso no quería decir que no hubiera resultado herido. Más importante ahora era su estado mental. Parecía bastante cuerdo.

–¿Qué sucedió?

–Subestimé al jefe de los piratas-lobos. Lo subestimé demasiado. Me ha arrebatado el control de la bruma. Dentro de poco habrá aprendido algo de cómo utilizarla. Las cosas van de mal en peor. – El reluciente dragón cerró los ojos.

La mirada del hechicero empezó a pasear rápidamente del enorme dragón al rostro que lo contemplaba desde todas direcciones, pero su atención permaneció en el tema que los ocupaba.

–¿Qué haréis ahora?

–Nada.

–¿Nada?

–¡No debo hacer nada! – Los largos y entrecerrados ojos del Rey Dragón volvieron a abrirse… y ¿fue ésta la primera vez que Cabe observó lo cristalinos que parecían? Eran casi como las enloquecidas órbitas de Plool-. ¡No me atrevo! ¡No pienso perderme!

La mirada de Cabe volvió a desviarse hacia el rostro mil veces repetido que cubría las paredes, pero esta vez lo estudió con más atención. «No pienso perderme», acababa de decir la gigantesca criatura. ¿Significaba eso lo que Cabe pensaba?

–¿Quién sois?

El Dragón de Cristal se recostó. Casi pareció agradecer la extraña pregunta. La enorme cabeza se volvió y señaló los rostros.

–En una ocasión… yo fui él.

Él. Los rostros en las visiones. Los ojos de Plool. La obsesión con la fetidez de Nimth. Todo empezó a tener sentido para el hechicero.

–Sois un vraad.

Advirtió que en realidad no se sentía tan asombrado por la revelación. Tantas cosas habían señalado en esa dirección… Sin embargo, si el saber que el Dragón de Cristal había tenido en una ocasión forma humana no era sorprendente, el hecho de que siguiera vivo sí lo era. ¿Cuánto tiempo hacía de la aparición de los Reyes Dragón?

–¿Cómo sucedió? ¿Cuándo?

La risa del dragón fue áspera y sin humor.

–¡Por el estandarte familiar, que ya no lo sé, hechicero! Siglos, sí. Milenios, sí. ¡Cuántos fueron, lo he olvidado! ¡He contemplado cómo generaciones aparecían y desaparecían, vivían y morían! ¡He contemplado la ascensión de los Reyes Dragón y he sido testigo de su lastimosa decadencia! ¡Los otros han pasado a mejor vida, pero yo seguí viviendo! ¡Ja! ¿Vivir? ¡Tengo suerte de no haberme vuelto loco!

La última palabra resonó por la estancia. Cabe se puso en pie, teniendo buen cuidado de no apoyar el peso en el brazo herido. Tenía que enterarse.

–Contadme.

–¿Contarte? – El Dragón de Cristal meditó la idea. Su expresión era desconfiada-. ¿Hablarte de Logan de los Tezerenee? El hijo obediente, uno de los muchos hijos de lord Barakas Tezerenee, era él. No se parecía a Gerrod, Rendel o Lochivan. Logan obedecía ciegamente, como debía ser. Cuando Barakas reclamó esta tierra en nombre del estandarte del dragón, Logan estaba allí para hacer respetar esa reclamación.

Cabe Bedlam escuchaba extasiado cómo la historia de los primeros Reyes Dragón iba revelándose a sus oídos. La herida quedó totalmente olvidada mientras el deteriorado gigante revelaba el fatal error que lo había conducido a su existencia actual.

–¡Fueron los cuerpos, los cuerpos que su padre y maese Zeree y sus hermanos Gerrod y Rendel habían creado, creado a partir de dragones! Tenían forma humana, pero eran dragones en esencia. Los espíritus, el ka, de los Tezerenee cruzaron la senda de los mundos hasta llegar a éste e hicieron suyos aquellos cuerpos. Hicieron suya su propia destrucción final.

Los cuerpos modelados mágicamente habían funcionado bien para los Tezerenee. La mayoría de los otros vraad habían cruzado físicamente, pero aquella puerta no había estado abierta cuando los Tezerenee habían cruzado. Así pues, el pueblo del estandarte del dragón se convirtió realmente en hombres-dragón, lo que sirvió para aumentar su poder y presencia entre los otros refugiados.

No fue hasta algunos años más tarde que la gente, no tan sólo los Tezerenee, empezaron a observar algunos cambios. Sus habilidades mágicas disminuyeron, pero ni siquiera eso fue un obstáculo tan insalvable para los Tezerenee, que siempre habían abrazado lo físico incluso mientras utilizaban la magia. Durante un tiempo, sirvió para hacer que los vraad fueran más dependientes del clan; aunque no lo suficiente para aceptar el mando de lord Barakas.

Cuando éste intentó ocupar el puesto que le correspondía, encontró resistencia. Fuerte resistencia. Fue esto lo que finalmente forzó a lord Barakas a buscar un nuevo reino al otro lado del mar.

–Reclamaron esta tierra.

El Rey Dragón no pareció considerar importante una explicación de cómo los Tezerenee habían efectuado la larga travesía de un continente a otro sin barcos y sin poderes mágicos. Recordando lo poco que había averiguado de Caballo Oscuro durante todos aquellos años, el hechicero se preguntó si no habría sido entonces cuando el eternal había sido víctima de los vraad. Eso explicaría la amargura del siniestro corcel, así como el temor a todo lo que se relacionaba con Nimth y los vraad.

Lord Barakas había esperado tener que enfrentarse a los Rastreadores, pero la civilización de aquellos seres-pájaros se había desmoronado en alguna guerra anterior y sólo quedaban unas pocas bandas lo bastante fuertes como para causarles problemas. Rebosantes de orgullo por su éxito, conquistaron la fortaleza montañosa de aquellas criaturas e hicieron suyos sus antiguos secretos.

Kivan Grath. Cabe reconoció el lugar por la descripción del Rey Dragón. Kivan Grath, la montaña cuyas cavernas se convertirían en la ciudadela del Emperador Dragón. «Es curioso cómo recuerda tantas cosas pero no el tiempo que ha transcurrido desde entonces. Aunque también puede que desee recordar que fue humano, pero no el tiempo que hace que perdió su humanidad», se dijo el mago.

Mientras hablaba, el Dragón de Cristal pareció encogerse un poco. Cada vez se convertía más en un hombre que contemplaba algo horrible que les esperaba y no en un gigantesco monstruo que gobernaba y era temido. Con gran inquietud, el hechicero observó también cómo la multitud de rostros copiaba las emociones del señor dragón. Era como verse rodeado por un millón de fantasmas atormentados.

–Quizá fue que este mundo los temía y, al no poder destruir a los Tezerenee, los hizo suyos. O a lo mejor los mismos cuerpos, formados de algo que era draconiano, buscaron regresar finalmente a lo que debían haber sido. Al final, todo lo que importa fue el cambio. Primero uno, luego otro. Nadie lo comprendía entonces. Nadie se dio cuenta de que les sucedía a todos, no sólo a unos pocos.

Se estremeció, parpadeó y miró directamente a Cabe con algo que se aproximaba a una desesperada envidia.

–Recuerdo el dolor que sentí aquel día. Recuerdo haber chillado cuando mis brazos y piernas se estiraron y torcieron en ángulos para los que no estaba diseñada ninguna extremidad humana. ¿Sabes qué se siente al notar que unas alas empiezan a removerse y crecer bajo la carne de tu espalda y luego sentir cómo se abren paso totalmente formadas a través de tu piel? ¿Sentir y ver cómo tu cabeza cambia de forma y entonces advertir que también tus ojos se alteran, cambian? Chillar y chillar sin parar mientras la transformación se abre paso a través de la armadura y te derriba al suelo a cuatro patas…

»… y luego conocer el olvido.

Cabe, pensando en su propio temor a incluso los más nimios cambios de forma, tragó saliva.

El reptiliano monarca bajó la mirada al suelo.

–Recuerdo imágenes vagas, los pensamientos de una bestia que intenta razonar. Cuánto tiempo duró, no lo sé. Sólo recuerdo que un día empecé a pensar como un hombre, pero no era yo mismo. Yo era una criatura. Yo era… un dragón. Este territorio se suponía que era mi reino. Tardé años en recordar que lo había escogido para mí mi padre, que todos nosotros, a pesar de convertirnos en bestias, reclamamos nuestros reinos particulares. – Su risa sonó llena de amargura-. Jamás he sabido si me dio esta península porque conocía las maravillas que existían aquí o simplemente porque, de entre sus muchos hijos, yo era uno de los menos importantes.

Fue un juego de niños para él apoderarse de las cavernas. La civilización Quel estaba en peores condiciones que la de los Rastreadores, desorganizada y muy ocupada intentando encontrar una forma de salvar a la raza como para advertir el peligro hasta que fue demasiado tarde. El autoproclamado Rey Dragón exploró sus nuevos dominios y al hacerlo encontró un lugar que los Quel habían evitado. No había señales de actividad reciente. Nada excepto un oscuro pasadizo delante de él, un oscuro pasadizo que conducía a la entrada de una cueva aún más oscura. Su arrogancia y curiosidad pudieron más que él. El pasadizo era lo bastante ancho para permitirle el paso y, como no tenía ningún motivo para retroceder, el dragón entró.

–No se produjo una ráfaga de recuerdos, ni una avalancha de evocaciones. Entré en la sala y avancé hasta el centro, fascinado por el brillo. Yo todavía no era lo que ves ante ti, aunque mi forma ya se había adaptado a mi reino. Girando en redondo, estudié este lugar desde el suelo al techo y de pared a pared; cuando terminé, se me ocurrió que esto podría ser una ciudadela muy adecuada para un ser gigantesco tan magnífico como yo. Esta estancia, decidí, sería mi refugio.

»Y entonces fue cuando la verdad cayó sobre mí. Entonces recordé quién había sido.

Cabe aguardó, pero el Dragón de Cristal apoyó la cabeza en el pecho, como si aquel lejano momento fuera aún demasiado terrible para hablar de él incluso ahora. El hechicero creyó saber lo que había ocurrido. Las imágenes empezaron a rodear al sobresaltado dragón, imágenes de lo que había sido. Recuerdos que surgían de la parte enterrada de su cerebro. Debió de ser como despertar de un largo y profundo sueño, pero un sueño cuya paz se había visto desintegrada al fin por una pesadilla de un horror indecible. Sólo que éste era un horror que resultaría ser muy real.

–Únicamente puedo decir, hechicero -empezó de nuevo el Rey Dragón, alzando la cabeza justo para contemplar a su invitado-, que fue tan aterrador como la transformación, que era lo último que recordaba. Ahora veía en lo que me había convertido. Rugí enfurecido y enloquecido y no exagero si te digo que ese día conseguí que todo lo que habitaba en Legar sintiera terror del Dragón de Cristal. – Arañó el suelo con las zarpas-. Aunque no es que eso me importara. Mi propio miedo era todo lo que importaba. Intenté destruir este lugar, pero ya puedes ver lo bien que resultó. Aunque se parece a otras cavernas de este mundo subterráneo, creo que está viva, en cierta forma; vive y trama cosas y hace todo lo que puede para darse a sí misma una razón de ser. Si el Reino de los Dragones no es algo vivo, entonces puede que sea esta sala lo que guía el curso de nuestro mundo. A lo mejor inclussso compite con el Reino de losss Dragonesss para obtener el poderrr.

Cabe se puso en tensión al percibir el cambio en la voz del Dragón de Cristal. Su timbre humano había dado paso al tono sibilante más reptiliano al que lo tenían acostumbrado los otros Reyes Dragón.

Cada vez con un aspecto más agotado, el señor dragón se dejó caer pesadamente hacia atrás. El siseo se volvió más pronunciado a cada minuto.

–Yo era un hombre que era una bessstia, pero ahora sssabía quién era y por lo tanto creía que exissstía esssperanza para la humanidad. Losss otrosss debían de haberssse transssformado en lo misssmo que yo. Decidí llamar a los otros dragones, a losss que estaba seguro que pertenecían a los Tezerenee, y traerlos a esta sala de uno en uno. Sin duda, una vez que todosss supiéramos quiénes éramos, podríamos trabajar para volver a transssformarnosss en lo que habíamos sido.

No resultó. Aquel que en una ocasión había sido el vraad llamado Logan hizo entrar a un dragón tras otro en la estancia, para descubrir que ni uno solo guardaba el más ligero recuerdo del pasado. Una decepción tras otra. Tras marcharse el último, volvió a intentar hacer pedazos el lugar y otra vez fue derrotado por el poder que mantenía en una pieza a la sala. Él y sólo él era al parecer el único destinatario de la poderosa magia de la cristalina sala. Había sido elegido; era la única respuesta que podía encontrar. Resultaría inútil convocar a sus hermanos, en el supuesto de que pudiera encontrarlos. No serían diferentes de los pobres locos que formaban ahora su clan.

La humanidad volvió a instalarse brevemente en la voz del Rey Dragón. Era como si existiera una lucha constante entre las dos partes de su mente.

–Y así pues he permanecido solo durante milenios, con mi cerebro de hombre y mi forma de monstruo. La estancia ofrece mucho: la capacidad de contemplar todo el reino, poder que llega más allá de las fronteras de mis dominios, y, más diabólico que todo lo demás, vida eterna. – Dejó que Cabe meditara sobre las ramificaciones de aquel don, y luego siguió-: Pero no me concede el poder de convertirme en el hombre que fui. Nada lo puede lograr. Si intento transformarme, me arriesgo a perder el control de mis pensamientos. Todo lo que me queda es mi cerebro. Después de tanto tiempo, eso no es un gran consuelo, pero no quiero renunciar a ello. He contemplado cómo los otros daban paso a una generación tras otra de herederos, cada uno más monstruoso aún que el último. He contemplado la ascensión de la humanidad, que piensa que ella, por su parte, ha heredado de las bestias y no de sus propios antepasados. He observado… y observado… y observado.

Siguió un prolongado silencio. Fue un silencio que el hechicero comprendió que indicaba el fin del relato, o al menos de todo aquello que el dragón pensaba contarle. Existían muchas preguntas que Cabe deseaba hacer, incluidas si Sombra era uno de los Tezerenee y cómo había conseguido el Dragón de Cristal mantener en secreto su inmortalidad ante sus congéneres, e incluso mantener hasta aquel punto su existencia de ermitaño. Puede que algún día averiguara las respuestas a sus preguntas, pero no hoy. Lo que sabía ya era bastante sorprendente. El Reino de los Dragones no cesaba de ser una ilimitada fuente de sorpresas.

El silencio continuó sin un final previsible. Por fin, incapaz de soportarlo por más tiempo, Cabe se atrevió a hablar.

–Majestad…

No hubo respuesta por parte de la inmensa mole.

–Majestad… -El hechicero hizo una pausa y luego gritó-: ¡Logan Tezerenee!

La cabeza del Dragón de Cristal salió disparada hacia arriba. Unos llameantes ojos reptilianos se clavaron en la menuda figura de pie delante de él. El monarca de Legar siseó:

–Tienes mi atención. Haz que valga la pena el riesgo.

Pero Cabe Bedlam ya estaba harto. Dio un paso al frente y replicó:

–No me asusta el riesgo. Si fuerais realmente una amenaza, actuaríais contra el auténtico problema, los piratas-lobos. En lugar de ello, os quedáis aquí, dando vueltas a un pasado que ya no existe. Si tan poco os importa vuestra existencia, entonces debierais haberle puesto fin hace tiempo.

–¡Ten cuidado de cómo hablasss, humano!

–¡Escúchate a ti mismo! ¿Hablaría así un hombre?

El reluciente monstruo se alzó en toda su estatura, pero aun así el hechicero se negó a retroceder. No se atrevía.

–¡Intentas molestarme a propósito! ¿Por qué?

–Habéis visto lo que hay ahí fuera -respondió Cabe, señalando las paredes-. Vos soltasteis la niebla. Ahora, en lugar de acabar con los aramitas, puede convertirse en un arma que ellos puedan utilizar. Tenéis que hacer algo.

–¡La niebla acabará disipándose! ¡Debe hacerlo! No puede continuar su existencia, aunque él se lo ordene. Los piratas se destruirán a sí mismos intentando conquistar esta tierra y eso resolverá la situación. – Vaciló-. Ahora, déjame… -El Rey Dragón empezó a darse la vuelta-. Debo descansar.

Cabe no recordaba haberse sentido jamás tan furioso con un Rey Dragón. La idea misma lo sorprendió, pero sabía que de todos modos se acercaba rápidamente al punto en que perdería los estribos… y probablemente la vida. Sin embargo, demasiadas personas dependían de él para que el encolerizado hechicero se diera por vencido.

–¡Habéis permanecido oculto aquí durante demasiado tiempo, dándoos por satisfecho con observar el mundo a través de este artilugio en lugar de hacerlo con vuestros propios ojos! ¡Tenéis miedo del exterior, miedo de convertiros en parte del Reino de los Dragones!

–¡Tú no comprendes nada! – rugió el Dragón de Cristal-, ¡No comprendes nada! ¡No puedo abandonar esta sala! ¡Si lo hago, lo pierdo todo! ¡Me convertiré en lo que se convirtieron los otros, en lo que fui en una ocasión! ¡Seré una criatura, un monstruo, en forma y en mente! ¡Me perderé! ¡Y esta vez será para siempre, lo percibo! – El colérico dragón intentó tranquilizarse-. ¡Esss lo misssmo que sssi ejerzo mi poder demasiado a menudo, como casssi hice cuando Hielo intentó acabar con todo con sssu repugnante hechizo! ¡He descansado mucho desde entonces, pero aún no es suficiente!

»Casi sucedió una vez, cuando decidí buscar a los otros y comprobar si, también ellos, podían recordar el pasado con la ayuda de esta sala. Pero, cuando ya salía, la cabeza empezó a darme vueltas y mis pensamientos se transformaron en los de un animal. Apenas conseguí regresar aquí. Pasaron tres días antes de que mi cerebro estuviera lo bastante calmado para poder meditar sobre lo sucedido; fue entonces cuando me di cuenta de que sólo aquí era yo mismo. Sólo aquí podría sobrevivir intacto.

¿Intacto? Cabe encontró aquello discutible. Dejó caer los hombros con resignación. No habría una alianza con el señor de Legar. Ahora, Cabe se encontraba realmente solo a menos que de algún modo pudiera encontrar a Caballo Oscuro.

–En ese caso, no hay necesidad de que me quede aquí -declaró el hechicero. Se preparó para enfrentarse a lo peor-. ¿Soy libre para marcharme o me habéis contado esta fantástica historia con la intención de mantenerme aquí?

El Dragón de Cristal ya no parecía interesado en él. Se enroscó en lo que evidentemente parecía el preludio a una siesta. Cabe se sintió consternado al ver en lo que se había convertido el Rey Dragón.

–Eras libres de marcharte cuando despertaste. Eres libre de marcharte ahora.

«¿A qué esperas?», se preguntó el hechicero. Ante su propia sorpresa, intentó una vez más convencer al Rey Dragón de que viera las cosas a su modo.

–Si quisierais tan sólo considerar…

Unos relucientes ojos inhumanos que habían estado ya casi cerrados se abrieron de par en par.

–¡He dicho que te fueras!

Con estas palabras, el hechicero empezó a girar sobre sí mismo. Cabe lanzó un gemido e intentó parar, pero no podía hacer nada. Giraba cada vez más deprisa como una enloquecida peonza viviente. La caverna se convirtió primero en una brillante mancha y luego en una oscura nada. Intentó concentrarse, pero las constantes vueltas amenazaban con hacerle perder el sentido. Tuvo que realizar un gran esfuerzo para permanecer consciente.

De improviso, sencillamente dejó de girar.

Con un gruñido, el aturdido mago cayó al suelo, pero a un suelo que era duro y, curiosamente, muy desigual. Cabe sacudió la cabeza y enseguida lo lamentó porque volvió a acometerle la sensación de vértigo. Decidió entonces sujetar la cabeza entre las manos y aguardar a que el mundo se detuviera por sí solo; únicamente cuando eso sucedió se mostró dispuesto a levantar la mirada.

En un principio no vio nada. Donde fuera que hubiera ido a aterrizar, estaba negro como boca de lobo. Cabe hizo aparecer una esfera de tenue luz azul, y esbozó una mueca de desagrado ante lo que la iluminación le mostraba. Se encontraba en otro túnel, pero, a diferencia de los que conducían a la guarida del dragón, la maligna niebla dominaba aquí, lo que indicaba que Cabe debía de encontrarse más cerca de la superficie. Más cerca de la superficie y, sospechó, casi debajo del campamento aramita.

Sin la esperanza de la ayuda del Dragón de Cristal, el hechicero estaba solo. Ahora debía llegar a la superficie, pero ¿qué era mejor?, se preguntó. Viajar en la dirección en que ya se hallaba o dar la vuelta y averiguar adonde conducía el otro extremo del túnel? ¿Deseaba realmente continuar hasta la superficie o le resultaría más beneficioso descender más al interior de la tierra? En este punto, era imposible saber qué sendero conducía a la superficie y cual no, aunque una cosa era segura: tomara la dirección que tomara, el mago tendría que andar. Mientras los tentáculos de Nimth siguieran dominando Legar tanto arriba como abajo, el hechicero no se atrevía a intentar un teletransporte excepto en un caso de extrema necesidad. Existían demasiadas probabilidades de que algo fallara en el conjuro. Refunfuñando, Cabe eligió por fin la dirección en que miraba y empezó a andar. No podía decir qué esperaba conseguir sin la ayuda del Dragón de Cristal, pero, aun sin el respaldo del poder del Rey Dragón, el hechicero sabía que debía intentar algo.

Cuando llegara a la superficie, Cabe esperaba saber ya exactamente qué se suponía que era ese algo.

«Una hora para amanecer», pensó el hombre azul. Era difícil estar seguro en este maldito lugar, pero parecía un buen cálculo. Kanaan D'Rance se dijo que tenía dos horas como máximo para terminar su tarea antes de que lord D'Farany despertara. Si todo iba tal y como su grotesco visitante decía, puede que le sobrara aún una hora.

D'Rance no confiaba completamente en la macabra criatura que lo había visitado en su tienda, pero Plool sabía cosas sobre hechicería de las que el norteño no había oído hablar jamás. Lo que más le interesaba, no obstante, eran los conocimientos del extraño sobre la magia que componía la niebla. Con eso para añadir a sus propios poderes cada vez mayores, el hombre azul no necesitaría a nadie. Podría dejar a los perros que se las apañaran solos.

El hombre azul penetró en la boca del túnel y descendió apresuradamente por la inclinada pendiente. Los centinelas de los pasadizos no darían importancia a su regreso ya que su otro trabajo se encontraba aquí abajo, pero los que vigilaban la cámara y los alrededores sospecharían si entraba sin lord D'Farany. Ningún aramita confiaba en él hasta ese extremo. De no haber sido porque sus poderes no eran aún suficientes para ocuparse de tanta gente, habría podido realizar esto sin la ayuda de Plool.

Una de las cosas que le daban que pensar era por qué su estrafalario aliado no podía accionar él mismo el dispositivo de los Quel. Plool se negaba a entrar en la estancia, no porque no quisiera, sino porque no podía hacerlo sin ponerse en peligro. Ésa, al menos, era la humilde opinión de Kanaan D'Rance. La criatura necesitaba a D'Rance sólo por esa razón y era esa sola razón la que indicaba al hombre azul que la ventaja era suya. Estaba lo bastante familiarizado con el dispositivo mágico para saber algunas de las cosas que podía hacer con él, las necesarias para estar preparado cuando su aliado se volviera en su contra.

Plool seguía siendo un enigma para él en la mayoría de los demás aspectos, y D'Rance estaba dispuesto a admitir que quizá se había precipitado un poco al unirse al horrible mago deforme. Sin embargo, cuando Plool había hablado del poder que podrían obtener trabajando juntos, aquello había resultado demasiado tentador. El poder que el horroroso Plool había dejado entrever era más que suficiente para que los peligros resultaran insignificantes.

El ser era parte de la bruma; el hombre azul había llegado al menos a esa conclusión a pesar de la confusa manera de expresarse de su aliado. Plool había venido de algún sitio, atraído hasta este lugar al mismo tiempo que la niebla. En un principio, Plool había querido regresar a su hogar, pero no pudo. Para abrir aquel portal se requería un esfuerzo mayor del que él y D'Rance juntos podían realizar. La búsqueda de tal poder era lo que había llevado al hechicero al campamento y a las cavernas, donde, por todo lo visto, sabía que en algún lugar bajo la superficie había un objeto de gran potencial. No obstante, se trataba de una creación de una magia extraña. Plool no comprendía aquella magia, y por ello había buscado a alguien que lo hiciera. Alguien que además tuviera interés en ayudarlo. A cambio, él podría mostrar a aquella persona cómo manipular la magia de su mundo. Luego, cumplida esa parte del trato, regresaría al otro lugar -¿Nimth se llamaba?– y dejaría el botín a su temporal aliado.

La técnica y los conocimientos para controlar dos clases diferentes de magia. El hombre azul había picado el anzuelo… pero tenía buen cuidado de limitarse a sostenerlo, y no morderlo. Por su estudio de los esfuerzos de lord D'Farany y la concepción de algunas teorías privadas propias, estaba seguro de tener los conocimientos necesarios para asegurar que la asociación terminaría a su favor. No sólo conocía todo lo que era preciso sobre la magia de Plool, sino que, en su propia y magnífica opinión, sabía sin lugar a dudas lo suficiente sobre la creación Quel para garantizar que, sucediera lo que sucediera, Plool no podría traicionarlo.

Ninguno de los dispersos centinelas puso trabas a su presencia en los pasadizos. De igual forma, cruzó la ciudad abandonada de los cavadores sin el menor problema, excepto que la condenada bruma, que de algún modo seguía siendo espesa aquí abajo, convertía el andar en un constante traspié cada pocos metros. Por suerte no era tan densa como para no permitirle distinguir a los hombres situados más adelante. No habría resultado muy agradable chocar contra uno de los guardas; alguno podría haberse visto tentado a atacar primero y preguntar después.

En cada ocasión, los centinelas se ponían firmes a su paso, estrictamente debido a su posición como ayudante de su jefe, como D'Rance sabía muy bien, y ninguno hizo nada por interceptarlo. Saludó a cada uno con un gesto de cabeza. Con un poco de suerte, ésta sería la última vez que vería sus feos rostros rosáceos.

Entonces, casi sin darse cuenta, el hombre azul se encontró ante su objetivo. La entrada de la sala se abría frente a él. Vio a dos guardas allí de pie, aparentemente indiferentes a su presencia. D'Rance sabía que eso cambiaría en cuanto diera unos pasos más, pero, para su desconcierto, no fue así. «¿Dónde estás, mi deforme amigo? Algo debiera haberme sucedido ya, ¿no?»

–Entrar puedes, cuando gustes -susurró a su derecha una voz conocida-. Puedes entrar cuando gustes.

Aunque le costó un gran esfuerzo de autocontrol, D'Rance ni dio un salto ante el repentino sonido ni se volvió en la dirección de la que éste había surgido. El hombre del norte ya sabía que no vería a nadie. Si Plool hubiera sido visible, los centinelas lo habrían visto desde lejos, al menos como una curiosa sombra que requería investigación.

–Te has ocupado de los centinelas, ¿no es así?

–Molestarte a ti no harán; no te molestarán.

El hombre azul hizo una mueca burlona. Si los aramitas pensaban que su forma de hablar era extraña, deberían escuchar a aquel payaso.

Irguiéndose más, Kanaan D'Rance avanzó hacia los dos silenciosos guardas. Incluso con la bruma, su identidad tendría que haberles resultado evidente; sin embargo, no se movieron para impedirle el paso. Como mínimo su obligación era darle el alto e inquirir qué lo llevaba allí a él solo.

No fue hasta encontrarse cara a cara con uno de ellos que advirtió que el hombre parecía diferente. Sus ojos tenían una mirada vidriosa y vacante y la piel era lisa y de un brillante tono rosa, casi como si estuviera tallada en madera y la hubieran pintado encima.

La boca… realmente estaba tallada como…

El centinela se inclinó de improviso al frente en una cómica reverencia, a la vez que un brazo caía inerte a un lado, y dijo en un familiar sonsonete:

–¡Pasad, oh buscador de conocimientos!

D'Rance casi se atragantó. Se apartó bruscamente de la horrorosa monstruosidad, y el guarda volvió a enderezarse. D'Rance casi pudo imaginar las cuerdas que sostenían en pie a la inerte figura y la hacían moverse.

La mandíbula inferior de la macabra marioneta se deslizó hacia abajo, y la risita ahogada de Plool inundó el túnel.

«¡No puede entrar en la sala! ¡Recuérdalo!», se dijo el aspirante a hechicero y, algo más transtornado de lo que le habría gustado admitir, se encaminó a la entrada. Al otro lado de la puerta, el segundo guarda volvió lentamente la cabeza para mirar al recién llegado. D'Rance se estremeció cuando la cabeza del hombre siguió girando más allá de las limitaciones normales. El semblante del centinela era una monstruosa copia del primer hombre.

¿Qué pasaría con los guardas del interior? ¿No habían escuchado nada? ¿Se habría encargado también Plool de ellos? ¿Cómo?

No existía más que un modo de averiguarlo, claro. Penetró en la estancia.

¡Por los dioses! ¿Con qué clase de criatura se había aliado? El hombre azul inspeccionó la carnicería con creciente horror. Se había preparado para lo peor después de haber visto a los guardas del exterior, pero era la naturaleza juguetona de Plool lo que lo intimidaba. Los dos centinelas habían sido convertidos en marionetas, pero aquí, donde el alocado monstruo no podía penetrar físicamente, Plool había escogido una forma de eliminación diferente pero igual de efectiva.

Al igual que con los centinelas del exterior, cada soldado parecía encontrarse en posición de firmes, y lo estarían para siempre, o hasta que alguien tuviera la sangre fría para sacarlos de allí, ya que habían sido atravesados de los pies a la cabeza por proyectiles de metal largos y delgados como agujas. Tal había sido la velocidad de las mortíferas agujas que los guardas apenas si debían de haber tenido tiempo de percatarse de lo que sucedía, ya que varios todavía sostenían sus armas. Ojos vidriosos miraban al frente, ojos que sin duda ni habían visto a la voladora muerte antes de que golpeara. Curiosamente, apenas si había sangre, lo que sólo contribuía a hacer la escena más aterradora ya que daba al espectáculo un aspecto irreal. Recordando el poco daño que el cetro de Orril D'Marr había conseguido hacer en el lugar, D'Rance estuvo a punto de maldecir en voz baja. Las lanzas de Plool habían atravesado la armadura y la roca sin el menor esfuerzo.

Plool en persona quizá no podía entrar, pero su poder llegaba fácilmente hasta allí. D'Rance hizo un esfuerzo para controlarse. Tendría que estar alerta.

–La admiración más tarde -musitó la peculiar voz a su espalda, y el hombre azul notó los terribles ojos torcidos clavados en su nuca.

–No deberías haber hecho esto. ¡Al haber dañado las paredes puedes haberlo estropeado todo!

–Funcionará; a funcionar va. A tu tarea.

Evitando los acusadores ojos que lo rodeaban, el hombre azul se acercó al enorme juguete de los Quel. Aquí era donde el deforme hechicero estaba en una posición de desventaja, se recordó otra vez el hombre azul. Plool quizá fuera capaz de matar a una docena o más de hombres de un solo golpe, pero no se atrevía a utilizar sus poderes en el mágico instrumento, pues, al carecer de información sobre su funcionamiento, probablemente lo habría destruido. Este era un mecanismo que precisaba de una cuidadosa manipulación física de los diagramas y los cristales.

Al pensar en los cristales, D'Rance paseó rápidamente los ojos por la disposición. El talismán aramita seguía allí, listo para ser utilizado como su llave para descubrir los secretos de la hechicería. Había sentido el ligero temor de que el jefe de la manada hubiera decidido llevárselo con él al retirarse, pero, al parecer, D'Farany había decidido que estaba seguro aquí. Kanaan D'Rance sonrió ante tan egoísta ingenuidad. Mientras se inclinaba sobre la plataforma, el hombre azul varió de posición para ocultar una parte de la disposición a los ojos de su compañero. Había algunos ajustes que no quería que Plool conociera. Resultarían valiosos cuando llegara el momento de la traición.

Tardó varios minutos en organizar los cristales según el diagrama deseado. Hasta ahora, no había necesitado utilizar demasiado poder para fijar la nueva disposición, tan sólo el necesario para mantenerla estable. No obstante, incluso el poco que tuvo que absorber hizo que la sala adquiriera un brillo rojizo. El hombre azul sentía cómo las fuerzas se removían sobre su cabeza y también a su alrededor, volviéndose más poderosas con cada segundo que pasaba. Pronto tendría que pasar a la siguiente fase… lo que significaba incluir a Plool en el conjuro.

¿Hasta qué punto había sido un loco al seguir adelante con aquel plan insensato? Realmente un loco de marca mayor, pero sabía que eran a menudo los locos los que se convertían en amos.

–Estoy listo -anunció D'Rance, irguiéndose.

–Hazlo, entonces -dijo la voz desde el pasillo-. Todo te fue explicado.

La niebla misma sería la llave. Lord D'Farany había ligado la mortífera niebla a la creación Quel. No sabía exactamente cómo había conseguido tan fantástica hazaña el comandante aramita, pero eso no importaba; todo lo que necesitaba era hacerse con el control de la nube mágica, extender su poder hasta esta sala, que hasta ahora la niebla había pasado por alto, y utilizarla para abrir paso. Él tendría su poder, y el monstruo el camino de vuelta a casa.

El aspirante a mago acarició el brillante talismán del guardián. Mientras combinaba ambas magias, se aseguraría también de que Plool no le arrebatara todo aquel poder. El hombre azul había visto a D'Farany utilizar el talismán lo suficiente para saber que resultaría muy fácil dirigir todos aquellos poderes lejos del punto al que su contrahecho compañero esperaba que fueran. D'Rance sonrió, y su inseguridad dio paso a una gran confianza al comprobar que todo estaba bajo su control.

Sus dedos se movieron con suavidad sobre la disposición de cristales. Cada movimiento que lord D'Farany había realizado estaba grabado en su cabeza. Ahora, toda aquella cuidadosa observación iba a serle de utilidad.

«¡Voy a ser el mayor mago que haya vivido jamás, sí!» ¿Qué otro mago había tenido en sus manos, figurativamente hablando, dos diferentes y mortíferas variaciones de hechicería? ¿Qué otro hechicero podía afirmar poseer tal poder? Trazó el último dibujo.

Un resplandor azulado rodeó el ingenio Quel, consumiendo la luz rojiza y bañando toda la habitación en su magnífico color. «¡Sí, muy apropiado!»

–¡Ten cuidado! – gritó Plool-. ¡Debes tener cuidado!

D'Rance hizo caso omiso de la advertencia. ¡Sabía bien lo que hacía! Mientras el resplandor iba aumentando, levantó los ojos para contemplar la macabra legión que lo rodeaba. Los ojos de los centinelas muertos lo observaban. «¡El momento más importante y todo lo que hay aquí para ver mi triunfo es una veintena de fantasmas azulados!»

D'Rance volvió a bajar la mano para tocar el talismán aramita. Sería el receptáculo de todas aquellas fuerzas unidas, y que sólo él manejaría. Al cabo de un segundo lanzó un gruñido y apartó los ennegrecidos dedos. Había sangre allí donde la piel había quedado más agrietada.

–Esto no debería estar caliente -masculló el norteño mientras intentaba eliminar el dolor.

Lord D'Farany había tocado el talismán innumerables veces durante sus experimentos y nunca había existido el menor signo visible de tan terrible calor. El guardián no era ningún dios; sus dedos debían quemarse con la misma facilidad con que se habían quemado los de D'Rance. ¿Qué era lo que no iba bien?

Escupió sobre los dedos heridos y limpió la sangre con cuidado. Curaría la herida cuando el poder fuera suyo. El dolor no era tan extremo que no pudiera utilizar aquellos dedos. Un ligero ajuste en el artilugio era todo lo que se necesitaba. No era más que un simple error.

Kanaan D'Rance volvió a extender la mano hacia el talismán. Esta vez, el hombre azul aulló de dolor.

La mano que apartó violentamente estaba quemada, desgarrada y retorcida. Sin dejar de gritar, Kanaan D'Rance cayó hacia adelante, y su brazo fue como una ola que derribó un cristal tras otro de la delicada combinación. Haces de luz azul surgieron del mecanismo en dirección a las paredes y regresaron luego a él. El norteño se apartó tambaleante del estropicio, sólo consciente en parte de lo que había hecho.

–¡Plool! – consiguió gruñir.

Con los ojos nublados, el hombre azul buscó la inhumana figura de su aliado en esta empresa. Oleadas de dolor le recorrían todo el cuerpo; la parte inferior del brazo no sólo estaba quemada, sino totalmente desgarrada. El hombre no se molestó en preguntarse cómo había ocurrido; la magia era así. Todo lo que sabía era que necesitaba ayuda de inmediato y que sólo Plool podía dársela. No obtuvo respuesta. Se escuchó un sonido como un trueno, un tronar que resonaba dentro de la misma estancia. Incluso mutilado y malherido como estaba, D'Rance se dio la vuelta lleno de curiosidad.

Se había formado un agujero encima de la destrozada disposición de cristales. Dentro de aquel agujero podía ver otro mundo, un mundo oscuro, violento y nebuloso que olía a descomposición.

–¡Lo he con… conseguido, sí! – siseó mientras el dolor desaparecía por un momento-. ¡Sssí!

Era hermoso a su manera. Hermoso y seductor. Kanaan D'Rance se acercó tambaleante a los derribados cristales, dejando un reguero de sangre tras de sí, y levantó la cabeza. Una sonrisa apareció en el rostro empapado de sudor.

–¡Ss… sssí!

La sonrisa permaneció en su rostro incluso mientras caía de espaldas al suelo.