De improviso su cerebro se vio invadido por un sinfín de imágenes superpuestas. Cabe lanzó una ahogada exclamación, se llevó las manos a la cabeza, e intentó dejar fuera aquellas sensaciones. Se vio a sí mismo, a los piratas-lobos, al Quel, una vaga imagen que debía de ser el Dragón de Cristal, una playa… ¡Eran demasiadas cosas!
–¡Alto! ¡No puedo abarcarlo todo!
Misericordiosamente, la presencia del Quel desapareció de su cerebro. Mientras recuperaba el control de sus sentidos, el fatigado hechicero se incorporó y examinó su entorno. Se encontraban en una pequeña caverna con una única salida, una salida custodiada por otro de los habitantes de los subterráneos. Cabe contó tres Quel en total, pero entonces se dio cuenta de que el tercero, situado en el extremo más alejado de la estancia, estaba caído sobre sí mismo. Una única imagen penetró en su mente: la confirmación, por parte del que tenía más cerca, de que su compañero estaba muerto y lo estaba desde hacía algún tiempo.
Se preguntó cuánto tiempo había estado inconsciente. Tenía un vago recuerdo de haber sido arrastrado bajo tierra y de haber contemplado cómo la tierra volvía a cerrarse sobre su cabeza, pero aparte de eso no recordaba mucho más, pues algo le había hecho perder el sentido.
El inquisidor Quel extendió un brazo y señaló junto a la mano derecha del hechicero. Cabe bajó la mirada y vio una gema. Recordaba vagamente haberla tenido en la mano cuando las imágenes lo habían golpeado por primera vez. Asintió para demostrar al acorazado monstruo que comprendía y la cogió.
Herida… Ayuda urgente… ¿Pregunta?
La combinación de imágenes, sensaciones y emociones era lo más parecido a hablar el idioma humano que podía conseguir el Quel. Cabe conocía el funcionamiento del cristal de comunicación y lo consideraba una herramienta fascinante, pero a veces era necesario pensar con cuidado para descifrar lo que se quería decir. El Quel podía comunicarse con él sin utilizarlo, pero en ese caso las imágenes habrían resultado menos detalladas y muchas de las sensaciones proyectadas no habrían conseguido penetrar en su mente.
«Quieren saber si he sufrido algún tipo de herida.» Negó con la cabeza. Si tenía en cuenta que cualquier herida habría sido ocasionada por los mismos Quel, Cabe no se sintió demasiado impresionado por la preocupación de los subterráneos habitantes. De todos modos, resultaba inusual que dieran tanta importancia a su bienestar, a menos que quisieran algo de él.
¿Algo relacionado con los piratas-lobos?
Las imágenes proyectadas por aquel Quel, una hembra, si el hechicero no se equivocaba, cambiaron nada más ocurrírsele la pregunta. Aunque tal pregunta había sido dirigida a sí mismo, el Quel respondió lo mejor que pudo.
Caparazones negros… Defensores… La magia hambrienta… Derrota… Perdida la ciudad… Afirmación.
Afirmación. La forma en que las criaturas se comunicaban hacía que las respuestas parecieran casi triviales hasta que se contemplaban los oscuros ojos inhumanos del Quel y se veía en ellos el sentimiento de pérdida. Su ciudad, la ciudad Quel, estaba en manos de los aramitas, que habían utilizado una especie de hechizo mágico para anular las defensas. Imaginó que ella y algunos otros habían conseguido evitar caer prisioneros. Sólo había unos pocos Quel activos en un momento dado y por lo tanto habían carecido de recursos para combatir completamente a un enemigo tan decidido como los piratas-lobos. De haberlos tenido, sospechó que los piratas se habrían encontrado en medio de una de las peores luchas cuerpo a cuerpo con las que habían tenido que enfrentarse jamás. Un Quel valía más que unos cuantos soldados humanos en cualquier situación, sin importar lo bien entrenados que estos últimos estuvieran.
Caparazones negros… Caza… Demasiado pocos… Afirmación.
Los vio acabando con algún soldado solitario de vez en cuando, pero tales ataques no eran suficientes. Uno a uno, los secretos de su ciudad caían en manos de los invasores.
Cabe se quedó rígido.
–¿Qué sucede con…?
La respuesta no se hizo esperar.
Sacrificio… oculto… Sospechan pero no encuentran… A salvo… por ahora… Peligro si se piensa… Afirmación.
Su mayor secreto estaba a salvo, pero los aramitas eran concienzudos y podían descubrirlo en cualquier momento. Los Quel ni siquiera querían pensar en ello, por temor a que al hacerlo provocaran el descubrimiento. Cabe recibió una rápida y lacónica mirada por parte de la hembra informándole que no habría más preguntas sobre el asunto.
Se daba perfecta cuenta de que los habitantes del mundo subterráneo lo veían como un medio para obtener un fin. Lo que los preocupaba era la supervivencia de los suyos, y él era alguien que compartía un evidente interés en ver que los capazarones negros, como llamaban a los piratas, desaparecían del Reino de los Dragones.
–No hacéis que la cooperación resulte muy atractiva -comunicó categórico a su capturador-. ¿De qué me servirá ayudaros?
Una única imagen de una alta esfera opaca centelleó en su cerebro. Por primera vez, Cabe se acordó de Plool. Los Quel aún tenían al vraad oculto e intentaban utilizarlo como pieza de negociación. La idea estuvo a punto de arrancar una carcajada al hechicero. Por un lado, tenía la tentación de dejar al vraad donde estaba, pues sería la mejor forma de asegurarse de que no provocaba más caos con su magia surgida de Nimth.
Sin embargo, Cabe sabía que no podía hacer tal cosa. Incluso Plool merecía una oportunidad. Además, los aramitas eran una amenaza aún mayor para el continente, al menos ahora. El Reino de los Dragones había sobrevivido a siglos de existencia de los Quel, limitados como estaban éstos a ser sólo unos pocos vagando por encima y por debajo de la superficie de Legar. Los piratas jamás aceptarían aquello. Intentarían reconstruir su base de poder. Estaba seguro de que otras naves cruzaban los mares, otras naves que buscaban un nuevo puerto. Cuanto más tiempo tuvieran los piratas-lobos, mejor se atrincherarían.
Colaboraría con los Quel tanto tiempo como le pareciera seguro, pero sabía muy bien que no podía confiar en ellos.
–¿Qué hay del que estaba conmigo? ¿Qué hay de vuestro prisionero?
La respuesta fue breve, sucinta, y demostración patente de que esto no iba a ser una colaboración sino más bien una situación que exigiría su completa obediencia a su causa. Tras esto, Cabe perdió toda simpatía que hubiera podido sentir jamás por sus capturadores. Recuerdos de pasadas experiencias con los Quel regresaron a su mente; eran recuerdos muy vívidos y en ocasiones dolorosos.
El hechicero deseó que le fuera posible olvidar a Plool, pero no era esa clase de persona… y los habitantes de los subterráneos sin duda estaban enterados.
Su inquisidor se levantó y le indicó que hiciera lo mismo. Alzándose con cierta dificultad, el cauteloso hechicero siguió al Quel hasta la boca del túnel. La otra criatura, más alta y definitivamente un macho, esperó a que los dos hubieran pasado antes de reunirse con ellos. El macho se movía con cierta rigidez, como si sus músculos llevaran mucho tiempo inactivos. Observó que los Quel tenían buen cuidado de mantenerlo entre ambos. Un breve roce con su mente también le indicó que éstos hacían todo lo posible para sofocar sus habilidades mágicas, pero sus poderes no eran lo bastante fuertes para incapacitarlo por completo. Protegida su mente de modo que la piedra preciosa que aún llevaba no lo traicionara, Cabe meditó sobre posibles opciones. Aquí abajo, su magia parecía funcionar, pero ¿qué sucedería si intentaba teletransportarse a la superficie? ¿Podría hacerlo sin peligro? Más importante aún, ¿poseía la concentración y energía suficientes para llevar a cabo el conjuro? Lo dudaba. Pero sí estaba bastante seguro de poder defenderse cuando llegara el momento en que los Quel se volvieran contra él.
El hechicero se preguntó qué haría con respecto a Plool cuando eso sucediera.
Mientras avanzaban, Cabe, cada vez más curioso, estudiaba cuidadosamente el túnel. Era terriblemente estrecho, en absoluto parecido a los pasadizos más amplios que recordaba de anteriores encuentros. Apenas sí había espacio para que pasara uno de los cavadores. Además, después de los primeros pasos, las únicas fuentes de iluminación fueron los cristales que aparecían de vez en cuando incrustados en las paredes. Eran del mismo tipo que los de los túneles más grandes, pero tan desperdigados y escasos que parecía como si los hubieran añadido recientemente y con gran precipitación.
«Esto es un túnel nuevo, muy nuevo», pensó, y en voz alta preguntó:
–¿Adónde vamos?
No recibió respuesta de sus acompañantes. Cuanto más lo pensaba, más ansiosos parecían mostrarse, lo que no reconfortó en absoluto al hechicero. Cualquier cosa que preocupara a un Quel sin duda debía de ser aterradora.
Sólo se le ocurría pensar en una cosa que pudiera crear tal inquietud en las mentes de sus capturadores. Sólo una criatura.
Únicamente el Dragón de Cristal.
«¡No pueden hacerlo! ¡Sería un suicidio!»
Por desgracia, no se le ocurría ninguna otra explicación. Cabe había tenido la intención de buscar al señor de Legar, pero, ahora que posiblemente se encontraba de camino a verlo, la idea no le gustaba en absoluto. ¿Quién podía decir que el Dragón de Cristal no fuera a encontrar su intrusión tan irritante como la de los piratas-lobos? ¿En qué había estado pensando? ¡Uno no podía simplemente presentarse allí y pedir que lo recibiera el Rey Dragón!
Pero eso era lo que los Quel querían que él hiciera. Lo supo en cuanto llegaron al final del túnel. Ante él se abría una caverna que relucía con tanta fuerza que tuvo que protegerse los ojos unos segundos hasta que se acostumbraron al resplandor. Estalactitas y estalagmitas que brillaban como joyas y recordaban los afilados colmillos de alguna enorme bestia, salpicaban la cueva. Las paredes de múltiples facetas se reflejaban mutuamente una y otra vez sin descanso, como un incansable espejo de fría y refulgente belleza. Cabe empezó a sudar profusamente, pero no a causa del miedo. El calor en la caverna era espantoso y cuando miró al suelo, que también era de cristal, supo por qué. Una fuente de calor subterránea enterrada profundamente allí debajo era la responsable de haber transformado la cámara en un horno. Incluso proporcionaba al suelo un tinte rojizo. No era lo bastante fuerte para que el paso resultara imposible, pero el hechicero no pensaba permanecer mucho tiempo en un mismo sitio sin moverse.
Lo que vio al fondo de la estancia le hizo olvidar el calor. Tallado en la pared opuesta había un templo que, en muchos aspectos, se parecía a la Mansión, un lugar que Cabe deseaba no haber abandonado nunca. Las columnas eran muy altas, al menos con dos pisos de altura, y había tres puertas. Símbolos que el hechicero no reconoció formaban un arco sobre cada una de estas puertas Cabe se dio cuenta de que la construcción era antiquísima, pero seguía en unas condiciones perfectas. Una sensación de poder arcano emanaba del templo.
Se encontraba en el umbral del sanctasanctórum del Rey Dragón.
El Quel que tenía delante se hizo a un lado y transmitió: Viaje… El señor de cristal… (miedo)… Pedir una audiencia… ¡Afirmación!
De modo que éste iba a ser su papel. Querían que él hiciera lo que ellos no podían, es decir, presentarse ante el Rey Dragón y pedir su ayuda. El hechicero se sintió divertido. Se esperaba de él que penetrara allí donde ellos se negaban a entrar y que buscara ayuda en su nombre. Estuvo a punto de echarse a reír en voz alta. Su captura debía de haber sido para ellos una empresa afortunada pero desesperada. Decía algo en favor de su habilidad para tramar planes en circunstancias desesperadas pero muy poco sobre su valentía.
El macho lo sujetó por los hombros y lo sacudió. Nuevas imágenes danzaron por la cabeza de Cabe Bedlam. Audiencia… El señor de cristal en su santuario… dispersando la muerte flotante… arrojando a los caparazones de vuelta al mar… ¡Afirmación! ¿Pregunta?
Tardó algún tiempo en descifrar lo último. El mensaje era sin duda una lista de peticiones que los Quel tenían para el Dragón de Cristal, peticiones que deseaban que Cabe transmitiera. Por la forma en que el macho lo agarraba, comprendió que sólo la idea de pedir al señor dragón tal ayuda acobardaba a los habitantes de los subterráneos. Temían enormemente el poder del Dragón de Cristal… y Cabe no podía culparlos por eso.
Lo empujaron desde atrás. Los Quel no lo acompañarían en esta última parte del trayecto. Confiaban en que su cautivo obligara al hechicero a hacer lo que querían. Sin duda nunca se les había ocurrido que Cabe pudiera haber ido incluso sin aquella amenaza.
Muy despacio, penetró en la refulgente sala. ¡Cuántas maravillas contenían los escondites subterráneos de Legar! Era un milagro que la superficie de la zona no se hundiera, si se tenía en cuenta lo extenso que era el mundo que se ocultaba debajo. Desde luego, gran parte de él lo habían tallado manos inteligentes, no las fuerzas de la naturaleza, y esas manos se habían asegurado de que sus esfuerzos no terminarían enterrados entre escombros.
Aun así, Cabe seguía encontrándolo sorprendente.
La temperatura se mantenía, lo que era una suerte; pero de todos modos se vio obligado a desabrochar la parte superior de su túnica. Era horrible, por no decir peor que encontrarse en la superficie durante el mediodía.
La caminata hasta el otro lado transcurrió sin incidentes, aunque en un momento dado los Quel ulularon algo. Se dio la vuelta, pero, aun con la piedra preciosa en la mano, no pudo comprender lo que querían; como no parecían desear que regresase, Cabe acabó por girarse otra vez hacia el brillante templo y seguir adelante.
No fue hasta encontrarse frente a la tallada estructura que advirtió que había un problema. Aun cuando existían hendiduras que representaban ventanas y puertas, ninguna de ellas era una auténtica entrada. Por lo que podía ver, el templo no era otra cosa que un inmenso relieve.
«¡Tiene que haber algo!» Contempló su reflejo, distorsionado por las múltiples facetas de la pared, y reflexionó. Los Quel no lo habrían enviado a este lugar si no hubieran pensado que era una forma de llegar al Dragón de Cristal. Sin embargo, si tenían demasiado miedo para acercarse hasta aquí, entonces puede que ninguno de los de su especie se hubiera aproximado lo bastante cerca para darse cuenta de que esto no era más que la obra maestra de un escultor desconocido. No parecía muy probable, pero…
–¿Quién desea entrar?
La voz, penetrante, resonó a su alrededor. Cabe se apartó del templo y al hacerlo algo sorprendente ocurrió, ya que su distorsionado reflejo, en lugar de copiar sus movimientos, dio un paso al frente. No sólo dio un paso al frente, sino que abandonó los confines de la pared y siguió avanzando hacia él.
–¿Quién desea entrar? – Esta vez, fue sin duda alguna su macabro reflejo el que habló.
–Yo -respondió Cabe, recuperada por fin la voz.
Aunque el gólem de cristal -el hechicero no halló mejor forma de definir lo que se encontraba ante él- miraba hacia él, los ojos no estaban exactamente fijos en su rostro. Más bien parecían estar clavados detrás de él, puede que en los Quel.
–¿Tú solo deseas entrar?
–Yo solo deseo entrar, sí. Quisiera hablar con el Dragón de Cristal.
El guardián permaneció en silencio. Resultaba horripilante contemplarse a sí mismo, en especial cuando lo que se veía era algo retorcido y de afiladas aristas. Cabe levantó la mano para acariciarse la barbilla pensativo, una vieja costumbre suya, y observó perplejo cómo el reflejo lo imitaba. Cabe se preguntó qué haría la criatura si él empezaba a bailar.
Transcurrió una eternidad antes de que el gólem anunciara por fin:
–Puedes pasar.
Cabe miró a la espalda del gólem, y no vio ninguna puerta.
–¿Adónde voy?
El guardián lo miró con ojos inexpresivos.
–Sígueme -ordenó, y empezó a andar hacia atrás.
Tras una breve vacilación, el hechicero obedeció. La criatura de cristal no tuvo ningún problema en avanzar de espaldas, pero el espectáculo hizo tropezar a Cabe en dos ocasiones. No hacía más que esperar que un pasadizo se abriera en la pared del templo, pero todo seguía igual. Cuando el guardián llegó, Cabe se preparó para la inminente colisión.
El gólem se fundió en el cristal.
El hechicero se quedó paralizado, no muy seguro de qué hacer ahora. Contempló su reflejo con atención. Casi parecía como si lo estuviese esperando.
La boca de la figura se abrió.
–Sígueme.
–¿Seguirte?
–Síguete a ti mismo si quieres entrar -fue la única explicación que recibió.
Creyó comprender, pero ello no lo hizo más fácil. Asintiendo, Cabe clavó la mirada en su reflejo, se irguió y avanzó al frente.
Cerró los ojos justo antes del momento en que suponía que iba a chocar contra la pared y por ese motivo no pudo saber nunca con exactitud qué fue lo que sucedió. En lugar de topar con una dura y muy sólida pared, el nervioso mago penetró en una sustancia que le recordó a un almíbar. Apretando los dientes con fuerza, continuó avanzando. La voz del guardián lo iba animando a seguir de vez en cuando. A pesar de encontrarse rodeado por aquella curiosa sustancia, el hechicero no experimentaba ninguna dificultad para respirar; aunque eso no significaba que la travesía le resultara fácil. Le recordaba a Gwen, a quien su padre, Azran, había encerrado en una prisión de ámbar, y dejado allí durante casi doscientos años. La idea de verse encerrado así le produjo un escalofrío.
Cuando su mano palpó el vacío, Cabe lanzó un suspiro de alivio. Sólo cuando se encontró libre se atrevió a abrir los ojos. No miró a su alrededor sino que más bien giró en redondo y se quedó de cara a la pared por la que había pasado. El hechicero se quedó mirándola fijamente. A primera vista, era lo que se suponía que era: una barrera de roca con incrustaciones de cristal. No existía ningún pasadizo y, cuando la tocó, sintió lo que se suponía que debía sentir: piedra.
–Si has terminado, huuuumano…
El guerrero dragón lo esperaba en la nueva sala, un guerrero dragón que no se parecía a ninguno que hubiera visto antes. Delgado, reluciente, su coraza de piel era una colección de joyas profusamente talladas, no todas ellas del mismo color. Había verdes oscuros, dorados cegadores, azules océano, y muchos más. Cuando el dragón se movía, lo hacía con movimientos elegantes, casi como si la criatura fuera un danzarín, no un luchador.
–¿Majestad?
El inexpresivo y apenas entrevisto rostro reptiliano se quebró en una fina sonrisa.
–Te llevaré ante él.
Cabe enrojeció ligeramente. No tendría que haberse precipitado en sus suposiciones, ya que esto podía ir en su contra ahora. El Rey Dragón podría mostrarse resentido de que lo hubiera confundido con uno de sus súbditos.
Su nuevo guía lo condujo por un sendero muy desgastado que, como todo lo demás aquí, daba muestras de una increíble antigüedad. Casi todo lo que había aquí abajo había sido construido mucho antes de la aparición de los Reyes Dragón; Cabe estaba seguro de ello. Se preguntó si lo habrían construido los Quel. Era probable. Pero también podía ser que hubieran tropezado con ello y decidido simplemente instalarse allí. Algunos añadidos parecían más recientes que otros, pues aquí y allá se apreciaban diferencias en estilo. Todo brillaba, pero por suerte sin una excesiva intensidad.
Se cruzaron sólo con otros dos dragones -los dos, guerreros como el primero- y se preguntó qué tamaño tendría el clan. Algunos clanes draconianos eran más grandes que otros. El Dragón de Hielo había sacrificado a los últimos miembros de su clan para conseguir su hechizo supremo, y varios otros clanes habían sido más o menos diezmados durante las últimas dos décadas a causa de los enfrentamientos entre ellos y contra los humanos, pero algunos, como el Dragón Verde y el Dragón Azul, estaban por el contrario aumentando su número por primera vez en generaciones. Cabe dudó que este clan en particular fuera muy grande. Legar no podía alimentar a demasiados. Su principal fuente de alimento tenía que provenir del mar, ya que la vida animal no era lo bastante abundante aquí. Cierto que había cosas que crecían bien bajo la superficie, pero hablaba de dragones, lo que significaba que necesitaban carne de alguna clase.
Su viaje finalizó ante la entrada de otro túnel. Dos guerreros flanqueaban cada lado de la abertura. En su interior, Cabe no pudo ver más que oscuridad.
–Él espera dentro, Cabe Bedlam -anunció el guía volviéndose hacia él.
–Sabes quién soy.
–Él lo sabía. Simplemente obedezco. – Tras esto, el dragón se dio la vuelta bruscamente y se alejó.
Uno de los guardianes utilizó una lanza para indicarle que entrara. Adoptando una expresión resuelta, el hechicero pasó por entre los centinelas y penetró en la oscuridad antes de que la vacilación se apoderara de él. Se sintió agradecido al comprobar que no era como cruzar la pared. En lugar de ello, en cuanto hubo atravesado la entrada, la oscuridad desapareció bajo una brillante iluminación. Cabe parpadeó, incapaz de ver nada.
–Hay un objeto frente a ti, Cabe Bedlam. Cógelo. Ssssu propósssito te resssultará muy claro.
El cegado hechicero extendió una mano; entonces recordó que todavía sostenía el dispositivo de los Quel. Hizo intención de guardarlo en un bolsillo, pero un siseo admonitorio lo detuvo.
–Ya no lo necesssitasss. Tíralo.
Cabe lo hizo… y al cabo de un segundo escuchó un chisporroteo, como si algo se fundiera. No se atrevió a mirar, y en su lugar buscó a tientas la vaga forma del objeto que la voz había mencionado. Sus manos se posaron sobre un objeto curvo que, tras una más detallada inspección, resultó ser una especie de visor. Estaba diseñado para ser llevado sobre las orejas como las gafas que eran ahora un objeto bastante corriente entre los humanos. Se lo colocó con sumo cuidado, parpadeó unas cuantas veces, y dejó que sus ojos completaran la tarea de ajustarse.
Incluso con el visor puesto, la estancia seguía brillando, pero ahora, al menos, podía verla… y también a su solitario habitante.
–Bienvenido a mi territorio, maessse Bedlam.
Conocía la existencia del Dragón de Cristal, sabía qué aspecto tenía por las visiones, pero aun así Cabe no estaba completamente preparado para ver al gigantesco ser.
El señor de Legar era posiblemente el más grande de los Reyes Dragón que había visto, pero, como su congénere el Dragón Azul, el Dragón de Cristal resultaba más elegante que algunos de los otros. Sin embargo, no era el tamaño lo que abrumaba tanto al hechicero, ni tampoco la imagen de un dragón que parecía tallado del mismo cristal del que tomaba su nombre. Los guerreros draconianos habían deslumbrado los ojos de Cabe, pero su monarca los cegaba rotundamente. De hecho, era el Dragón de Cristal quien provocaba que la sala resultase cegadora.
Lo que lo abrumó fue la edad. No existía nada concreto que la indicara, pero, al contemplar a su anfitrión, Cabe comprendió que se trataba del más antiguo de los actuales Reyes Dragón. Más viejo incluso que el Dragón de Hielo, que había reivindicado a menudo el manto de la edad. Se decía que los señores dragones acostumbraban vivir mil años en el mejor de los casos, en general debido al violento mundo de los de su raza, pero el hechicero dudaba que ninguno de los otros Reyes Dragón tuviera más de setecientos años. Puede que poseyeran el potencial para vivir mucho tiempo, pero los dragones siempre acababan por hallar la muerte en algún conflicto… de forma muy parecida a lo que hacían los humanos. Por desgracia para los dragones, su raza no se multiplicaba con tanta rapidez como la de Cabe.
Las afiladas alas diamantinas se desplegaron, y la inmensa cabeza descendió para observar mejor al diminuto humano.
–Tú me hasss bussscado, Cabe Bedlam, y yo te he concedido audiencia. ¿Esss que piensssasss limitarte a mirarme boquiabierto todo el tiempo?
No ayudaba a Cabe el que, mirara a donde mirara, todo lo que veía era o bien la imagen reflejada del incomparable semblante del Rey Dragón o su propio rostro inseguro. Ambos rostros aparecían distorsionados, y le pareció como si todos lo miraran a él, a la espera de su respuesta.
–Os pido perdón, majestad. Esto es, espero que lo comprenderéis, difícil de aceptar.
–¿Lo esss? – Una expresión inescrutable apareció en las draconianas facciones.
Por mucho que lo intentaba, Cabe no conseguía tranquilizarse por completo. Esta sala era con mucho lo más intimidante. Servía para algún propósito concreto, un propósito que no podía evitar pensar que el Rey Dragón intentaba ocultarle. Todo este deslumbrante brillo, producido por el mismo señor dragón, estaba pensado para distraer. El hechicero no sabía cómo había llegado a esta conclusión, sólo que tenía sentido si contemplaba la estancia y a su señor como un todo.
–Lo es -respondió por fin. Aclarándose la garganta que repentinamente sentía muy seca, Cabe continuó-: Debéis saber, mi señor, que, aunque han sido los Quel quienes me han conducido aquí, yo habría venido igualmente por mi cuenta para pediros audiencia.
–Entoncesss estásss aquí debido a la negra plaga que pulula por mi reino.
El Rey Dragón se removió. Aunque fingía tener el control, su huésped humano encontró sus movimientos forzados, como si el cristalino monarca realizara un gran esfuerzo para aparecer seguro de sí mismo. Todo el cuerpo del dragón delataba a una criatura en lucha consigo misma. Incluso su tonillo desinteresado era demasiado perfecto.
«¿Qué está pasando aquí?» Esto no era lo que Cabe había esperado.
–Lo estoy, sí. Ya deberíais saberlo. Es vuestra llamada la que me ha traído aquí en primer lugar.
–¿Mi qué? – Los ojos del reptil se abrieron de par en par. Casi parecía como si el miedo fuera la emoción dominante, pero Cabe no podía creer que eso fuera posible. ¿Qué podía atemorizar al Dragón de Cristal?
–Vuestra… llamada. La visión y el sueño.
–¿Visiones…, sueños?
Irguiendo a gran altura la cabeza, el reluciente monstruo volvió la mirada hacia las paredes. El Rey Dragón sentía una aparente fascinación por sus reflejos, pero no por vanidad. El mago lo contempló con atención; aunque no llevaba ante el Rey Dragón más de un minuto o dos, Cabe empezaba ya a preocuparse por la cordura del monarca.
–¿No los enviasteis vos? – inquirió Cabe después de un largo intervalo de silencio.
–Habíame de las visiones -ordenó el Dragón de Cristal en voz baja, en lugar de responder a sus preguntas.
Como no tenía demasiadas opciones, el preocupado hechicero lo hizo. Describió su primera experiencia y cómo no le había prestado importancia, aunque también había afectado a Aurim; luego describió el sueño. Al llegar a este punto, el reptiliano monarca desvió la mirada hacia él, pero las imágenes no tardaron en volver a fascinarlo. Cabe finalizó con la visión que había tenido mientras se recuperaba en las colinas de Esedi. Una vez finalizado su relato, el hechicero aguardó sus comentarios.
Siguió otro largo silencio, pero por fin el Dragón de Cristal bajó la mirada hacia él. La mirada de aquellas enormes órbitas inhumanas fue suficiente para ponerle los pelos de punta a Cabe. Había cordura en ellas, pero no demasiada.
–Yo no te llamé, hechicero… o a lo mejor sssí lo hice.
–No comprendo. – ¿Por qué le parecía como si se pasara la vida diciendo eso? El contrariado hechicero se preguntó si habría alguien que comprendiera lo que sucedía en el Reino de los Dragones. A veces parecía como si la vida fuera un juego. Un juego macabro.
El enorme dragón desplegó y plegó las alas varias veces. Las garras de sus patas delanteras se hundieron profundamente en el suelo. Cabe miró a su alrededor y se dio cuenta de que la estancia se había oscurecido.
–No…, no podrías. Nadie podría, hechicero. Ésssa esss mi aflicción, la essspada que pende sobre mi cabeza. Nadie comprende con lo que tengo que vivir. – La frialdad de su voz no hacía más que aumentar la imagen de una criatura que enloquecía poco a poco-. Pensssé en llamarte, maessse Bedlam, lo pensssé pero no lo hice. – Desvió la mirada del diminuto humano y estudió la sala desde la pared al techo-. A essste lugar, no obssstante, tal idea le gussstó. – El Dragón de Cristal lanzó un agudo siseo-. ¡Fuera de aquí!
La primera reacción de Cabe fue pensar que su audiencia había llegado a un brusco final, pero no era a él a quien el señor dragón había rugido la orden. Fascinado, el hechicero contempló cómo las imágenes que lo rodeaban se desvanecían. Las paredes de cristal se tornaron opacas, y dejaron de reflejar el contenido de la estancia. La iluminación también desapareció, aunque no por completo.
–A vecesss pienssso que posssee inteligencia propia -murmuró el dragón. Continuó con la mirada fija en las paredes ahora en blanco-. A vecesss pienssso que la sala me controla a mí y no yo a ella. – El Dragón de Cristal se rió de sí mismo-. Qué irónico sssi fuera cierto, ¿no crees?
El hechicero permaneció en silencio. Al observar la falta de respuesta, el gigante ladeó la cabeza de modo que pudiera contemplar a su huésped humano con el rabillo del ojo.
–Toma misss pensssamientosss, Cabe Bedlam, y losss hace realidad. Puedo ver cualquier cosssa, cualquier lugar, cualquier persssona del Reino de los Dragonesss con la ayuda de esssta sssala. Me muessstra el mundo de modo que no tenga que arriesssgarme y aventurarme al exterior.
»Pero tiene otro assspecto, también. Otro assspecto. No ssse sssiente sssatisssfecha con mis órdenesss directasss, ¡no! ¡Tiene que controlar misss pensssamientosss másss íntimosss, ¡lo que pienssso mientrasss duermo!
El enorme dragón se removió en su puesto. Cabe hubiera querido retroceder, pero algo en su interior le dijo que era mejor que permaneciera donde estaba. Tenía que mantener una apariencia de fuerza.
–De modo que pensasteis en llamarme pero no lo hicisteis.
El Rey Dragón se sosegó al sonido de su voz. La calma de Cabe le proporcionaba un asidero para su cordura.
–Pensssé en ti en másss de una ocasssión, recordando la parte que tuviste en la contienda contra el señor dragón llamado Hielo.
«Lo que explicaría por qué existió más de una visión», pensó Cabe. A lo mejor se le había enviado una visión cada vez que el dragón había pensado en él. De modo que había viajado guiado por una idea falsa. El dragón no lo había llamado, sino que más bien se había limitado a pensar en hacerlo. Si comprendía bien a su anfitrión, entonces la sala había tomado su deseo de pedir ayuda a Cabe y actuado, según éste, incluso después de que el Rey Dragón hubiera decidido otra cosa.
–Comprendí parte de lo que vi, pero algunas de las imágenes no tenían sentido. Los hombres vestidos con armadura de escamas de dragón, ¿qué tienen que ver con los piratas-lobos?
–¡Nada! – le espetó el Rey Dragón. Entonces, advirtiendo la forma en que había reaccionado, volvió a ensimismarse-. Nada. Una deformación de pensssamientosss y sueñosss inconexosss. Nada que te incumba.
«Puede que sí o puede que no», pensó Cabe. Tanto si le concernía como si no, daba la impresión de que no iba a recibir ninguna clarificación por parte de su anfitrión y el hechicero no tenía intención de hacer hincapié en el tema. No tenía modo de predecir cuál sería la reacción del Rey Dragón si lo hacía.
–¿Entonces no necesitas mi ayuda?
Se produjo una pausa.
–Soy el Dragón de Cristal.
Sabía lo que se suponía que quería decir la respuesta del señor dragón, pero la forma vacilante en que se dijo desmentía tal implicación. El Dragón de Cristal intentaba ocultar algo y fracasaba miserablemente. No obstante, Cabe no se atrevía a mencionarlo. No resultaría nada difícil para su anfitrión desatar sobre el hechicero las frustraciones y los temores que lo aquejaban.
–Majestad…
–¡Tengo la sssituación controlada, mago! ¡Ésssa esss tu ressspuesssta! ¡Date por sssatisssfecho con ella!
–Sólo tenía una pregunta, majestad. – Al ver que el Rey Dragón no decía nada, Cabe se atrevió a seguir-. ¿Fuisteis vos quien lanzó esta niebla devastadora sobre vuestro propio reino?
Lo primero que pensó era que se había pasado de la raya, pues el Rey Dragón se irguió en toda su estatura y empezó a sisear con fuerza. La estancia se tornó sofocante. El gigantesco ser extendió totalmente las alas, y sus zarpas hendieron el aire ante él. Lanzó la cabeza hacia el humano y la detuvo a menos de un metro de Cabe. El hechicero hizo un denodado esfuerzo por mantener la compostura a pesar de que cada fibra de su cuerpo le gritaba que huyera. Cabe no se consideraba un ser valiente en el sentido heroico de la palabra. Se quedó allí donde estaba básicamente porque sabía que huir habría sido inútil. Era mejor enfrentarse a una amenaza que darle la espalda.
–¡Yo la lancé, Cabe Bedlam! ¡Yo lancé la fetidez sssobre mi propio reino y esss mi resssponsssabilidad!
–Pero invocar también a una sombra de la putrefacción de Nimth…
–¿Nimth? – El Dragón de Cristal se echó hacia atrás como si Cabe acabara de informarle que tenía le peste o alguna otra terrible enfermedad.
«¿Es posible que no lo supiera?» No era tarea fácil interpretar aquellas facciones draconianas. Existía temor allí, pero sólo el Dragón de Cristal sabía de qué.
–Sí, Nimth, majestad. Un mundo perdido en el tiempo, eternamente moribundo. Existía allí una raza de hechiceros, una raza llamada los vraad. Ellos…
–¡Sé quiénes eran! ¡Lo sé mejor que tú! – El reluciente gigante se acercó aún más-. ¡Conozco todo lo que hay que saber sobre sus asquerosas costumbres! ¿Crees acaso que yo quería hacer esto? – Una vez más, el Rey Dragón desvió la mirada. Su estentórea voz se dulcificó-. Sssabía qué era lo que iba a lanzar. Sssiempre he vivido con ello. Pero esss únicamente una sssombra, como hasss dicho. ¡Una sssombra! ¡Sssin sssustancia! – Volvió a tranquilizarse un poco más-. Pero me temo que no losss detendrá. Irán másss dessspacio, pero essso no acabará con ellosss. Tienesss razón al tenerle miedo. No me atreví a dejarlo ir máss lejosss de lo que hice, por temor a que algo cruzara desssde el otro lado. Lasss criaturasss de Nimth no hacen másss que provocar mortíferosss essstragosss en essste mundo.
Cabe aspiró con fuerza. Tenía que decírselo al Dragón de Cristal. Posiblemente, tan sólo el señor de Legar podría enviar a Plool de vuelta. No resolvería el problema de los piratas-lobos, pero impediría que el vraad provocara un caos aún mayor. Eso, desde luego, era lo que menos necesitaban. Si se hubiera podido confiar en Plool, Cabe podría haber mantenido la boca cerrada, pero no se podía confiar en él y Cabe lo sabía.
–De… dejasteis pasar algo, majestad. A alguien, debería decir.
Los ojos del dragón se entrecerraron suspicaces. En su voz apareció un leve temblor, un temblor que sobresaltó al mago pese a todo lo que ya había advertido sobre su terrible anfitrión.
–¿Qué… hasss… dicho?
–Una criatura…, un hombre… de Nimth cruzó cuando abristeis la puerta. Un… -¿Tendría el Rey Dragón conocimientos suficientes sobre la historia de Nimth? Hasta ahora, parecía como si supiera incluso más que el mismo mago-. Un hechicero vraad.
-¡Mientes! ¡Los vraad están muertos y olvidados! ¡Lo sé! Yo…
La negativa del centelleante titán finalizó en un rugido que resonó una y otra vez por toda la estancia, y Cabe se vio obligado a cubrirse los oídos. Esta vez, se sintió seguro de que el Rey Dragón había perdido el control de forma permanente. Esta vez no habría forma de escapar a la evidente locura del señor dragón.
Sin embargo… el Dragón de Cristal se tranquilizó. Fue como si una criatura diferente se materializara de improviso ante Cabe, una criatura más fría, más fatalista.
«¿Como el Dragón de Hielo?», se preguntó y esperó que no fuera así. Una de las pocas razones por las que el Reino de los Dragones no era un territorio muerto y congelado era el gigantesco ser que tenía delante. Si el Dragón de Cristal estaba ahora loco en la misma forma en que lo había estado su congénere del lejano norte, entonces los piratas-lobos podrían convertirse en la menos importante de las preocupaciones del continente.
–¿Dóooonde? ¿Dónde essstá? – Una lengua bífida de color escarlata sobresalió de sus fauces-. ¿Dónde essstá el vraad?
Cabe empezaba a lamentar su idea. No deseaba entregar ni siquiera a alguien como Plool al dragón; pero se había comprometido.
–Los Quel lo tienen. Si pudierais enviarlo de vuelta…
–¿Enviarlo de vuelta? ¿Enviar a la monssstruosssidad de vuelta? – Las fauces del Rey Dragón se cerraron violentamente. El titán cerró los ojos por un momento; cuando por fin los abrió, asintió y dijo-: Tienesss razón, desssde luego, Cabe Bedlam. Essso sería lo mejor. Requeriría poco esssfuerzo, sssí.
–¿Podéis arrebatárselo a los Quel? – El hechicero se sorprendió de hacer tal pregunta. Había crecido con el convencimiento de que, si alguno de los actuales Reyes Dragón era omnipotente, éste era el Dragón de Cristal. Unos pocos Quel habrían requerido una mínima parte de su poder.
Aquí el titán recuperó algo de su aplomo.
–No tengo que arrebatárselo. Estoy seguro de que ellos me lo entregarán.
La estancia empezó a brillar. Las cristalinas paredes volvían a estar llenas no sólo del reflejo del Rey Dragón sino también del mago. El señor dragón contempló fijamente una de las paredes, y de improviso el reflejo desapareció para dar paso a otras imágenes. Eran imágenes de otra caverna, un lugar donde un solitario Quel jugueteaba con un objeto. La visión del Quel se repetía desde un millar de ángulos diferentes, pero mezclada con aquellas imágenes había una más importante en la que Cabe se concentró: la esfera que encerraba a Plool.
Frunció el entrecejo. Mostraba un tono rojizo, la misma clase de tono rojizo que él asociaba con el calor. ¿Acaso intentaban quemar vivo al vraad?
El brillante dragón se inclinó hacia aquella visión concreta.
–El esss mío.
Una horda de Quel idénticos dio un respingo como si los acabaran de morder. Una legión de idénticos rostros sobresaltados miró a su alrededor con terror. Cabe experimentó una ligera satisfacción. No le inspiraba ninguna simpatía la situación del Quel.
El Dragón de Cristal volvió a hablar.
–Me lo vaisss a entregar.
Las imágenes se desvanecieron. Cabe parpadeó mientras contemplaba cómo su propio rostro se multiplicaba una y otra vez por las paredes de la estancia. Mirara a donde mirara, no veía otra cosa que su desconcertado semblante.
–Extiende lasss manosss, mago.
Cabe obedeció.
–Sostienesss la puerta a la condenación.
En las manos del hechicero se encontraba la misma esfera hasta la que Plool lo había conducido en lo alto de la colina. Los Quel no se habían apoderado de ella, y el Dragón de Cristal la había llamado de vuelta a él. Cabe se quedó muy rígido, temeroso de que aquel objeto de aspecto frágil se le escapara de las manos y fuera a estrellarse contra el duro suelo. Si la puerta se rompía, todo Nimth fluiría al interior del Reino de los Dragones.
El dragón se dio cuenta de su espanto.
–La sssimple torpeza no provocará el fin del mundo, Cabe Bedlam. Ssse necesssitaría un poder tremendo para arañar sssiquiera la sssuperficie de essste juguete. Ssse necesssitaría másss poder inclussso que el de un vraad… o un centenar de vraadsss, sssi esss que tal cooperación fuera posssible.
Resultaba turbador saber lo que sostenía entre las manos, turbador saber que lo que veía en su interior era todo un mundo distinto. Un mundo que sus antepasados habían deformado hasta convertirlo en algo irrecuperable y luego abandonado… la mayoría de ellos. Sin embargo, Nimth había luchado y había sobrevivido, si aquello en lo que Plool se había convertido podía considerarse un ejemplo de supervivencia. Deseó arrojar la horrenda esfera lejos de sí, pero al mismo tiempo deseaba sujetarla con fuerza para que nada, por remoto que fuera, pudiera amenazarla.
–Esss la hora.
Con estas palabras, la mortífera prisión del vraad tomó forma ante ellos. El tono rojizo que Cabe había observado seguía allí, pero parecía más antiguo, como una señal dejada por algo que ya había sucedido. ¿Habían llegado demasiado tarde? ¿Habían actuado los Quel de la misma forma en que el Dragón de Cristal se había sentido tentado a actuar?
Cabe ya no estaba tan seguro de querer ver el contenido de la gran esfera.
–Sssossstén el objeto ante ti. Prepárate.
«¿Para qué? ¿Cómo? ¿Por qué los que dicen eso nunca se explican realmente?»
El Rey Dragón contempló con atención la esférica prisión. Empezó a extender una garra hacia ella; luego vaciló y arrugó la reptiliana nariz. Una vez más, el Rey Dragón extendió una garra hacia la esfera y de nuevo volvió a detenerse. Su expresión pasó de cauteloso interés a desconcierto y de ahí a creciente furia.
–¡Esste cassscarón no contiene nada! ¡Essstá yermo!
El hechicero bajó el objeto que sostenía entre las manos.
–¿Yermo?
–Vacío. – Unos largos y estrechos ojos se clavaron llameantes en los del hechicero-. ¡El vraad ha essscapado!
Cabe contempló la prisión con fijeza. Había malinterpretado las señales de quemaduras. Las marcas no eran obra de los Quel, sino más bien de Plool, que había actuado desde el interior de la trampa. Tanto el hechicero como sus acorazados capturadores habían subestimado los poderes y la tenacidad del excéntrico vraad.
–Un vraad sssuelto… -El Rey Dragón hablaba consigo mismo-. Pero no me atrevo… ¿Me atrevo? Debo… a menosss… -Parpadeó y pareció estudiar a Cabe de nuevo-. Sssí…
Una garra se extendió hacia él, y la malévola esfera se liberó de las manos del hechicero para volar hasta su amo. Fue a detenerse a unos cuarenta o cincuenta centímetros del hocico del dragón y se quedó flotando allí, esperando.
Cabe se tranquilizó ligeramente, comprendiendo ahora que era el objeto y no él, lo que había interesado al Rey Dragón.
–¿Qué harás?
–Lo que debe hacerssse. Debo retirar lo que he liberado. ¡No detendrá… a los piratas-lobos, pero se ocupará de esa cosa de Nimth! – Ahora que había decidido una línea de acción, el Dragón de Cristal hablaba casi como un humano. No parecía que existiera forma de predecir cómo actuaría de un momento a otro, aunque Cabe deseó que esta nueva actitud permaneciera durante un tiempo-. Debo correr el riesgo. No permitiré que esa maldición vuelva a entrar en el mundo. Cuando todo lo que es Nimth se vea arrojado de vuelta a través del portal, el vraad quedará debilitado. ¡Se volverá tan débil que su amenaza resultará insignificante!
«Debilitado… con todo rastro de Nimth desaparecido…» ¿Qué era lo que preocupaba a Cabe en relación con esto? Algo sobre Plool y el teletransporte. Algo… ¡Claro!
–Majestad, si pudierais escucharme antes… En lugar de lo que hacéis, dejad que intente encontrar a Plool primero. Se lo puede hacer razonar. Si lleváis a cabo vuestro plan…
–Se hará.
La irrevocabilidad en la voz del señor dragón no dejaba lugar al compromiso. A sus ojos, un único vraad resultaba más peligroso que una legión de aramitas. Casi parecía ser una venganza personal, como si el Rey Dragón se hubiera enfrentado a los congéneres de Plool con anterioridad. ¿Podía ser así?
¿Qué era lo que se ocultaba tras la máscara que era el Dragón de Cristal?
El reluciente titán cerró los ojos. Ante él, el negro contenido de la esfera se agitó y removió. Era un efecto óptico, desde luego. El objeto no era más que un portal. A lo mejor lo que el Dragón de Cristal hacía alteraba una pequeña zona de Nimth, pero desde luego no podía controlar todo aquel mundo. Eso resultaba evidente por su temor a cualquier cosa procedente de Nimth, aunque sólo fuera un solitario vraad.
Cabe se sentía dividido. Por una parte, deseaba que la demencial entidad llamada Plool desapareciera de su mundo a causa del caos que el vraad podía ocasionar incluso limitado a esta única región. Por otra parte, el hechicero despreciaba lo que él denominaba asesinato. Plool era peligroso, pero Cabe habría preferido primero intentar convencer al extravagante mago. Plool era lo que era sólo a causa del lugar donde había nacido.
Tenía que volver a intentarlo. Si sus palabras no conseguían convencer al Dragón de Cristal, ¿se sentiría tentado a actuar? ¿Valía la pena arriesgar todo lo demás por una criatura a la que apenas conocía?
–Majestad…
El Dragón de Cristal no lo oyó, y Cabe insistió:
–Ma…
Cabe Bedlam cerró la boca con fuerza. De improviso las paredes que los rodeaban se habían llenado de rostros, pero no todos iguales. Había copias del suyo propio, en algunas de ellas más anciano, en otras más joven. Vio el rostro del Grifo y eso lo intrigó. Pero había otros, y, con un sobresalto, Cabe contempló el rostro de lo que no podía ser más que uno de los cabecillas de los piratas. Un hombre alto con una barba corta, muy parecido al pirata-lobo D'Shay, a quien el Grifo había matado años atrás. Su rostro era una horrenda máscara enjuta y llena de cicatrices, pero lo que más lo preocupó al verlo fue la expresión, pues en muchos aspectos parecía una variación humana de la expresión que aparecía en aquellos momentos en el reptiliano semblante del Rey Dragón.
Entonces, entre todas las otras caras, vio una que le hizo olvidar la del jefe de los piratas-lobos. Era un rostro que únicamente había visto en visiones, pero que había permanecido junto a él. Un hombre enorme, un cabecilla, vestido con una armadura de escamas de dragón. Era el semblante de un conquistador, de alguien que no toleraba la derrota. Había algo extraordinariamente irresistible en la figura, algo que le recordó a Sombra. Era el hombre que había considerado su padre cuando la visión se apoderó de él. Era… ¿el padre de quién?
Cabe contempló al extasiado señor dragón. La idea era ridicula. Lo era.
«Los Reyes Dragón no viven tanto tiempo… y él es un Rey Dragón.»
El Dragón de Cristal siseó y sus ojos se abrieron de golpe. Su mirada pasó de la esfera a la pared… y a la imagen de la figura enjuta y desfigurada que Cabe había tomado por el capitán de los aramitas. Los ojos de ambos parecieron cruzarse.
La esfera estalló.