Caballo Oscuro intentaba muy seriamente liberarse de aquella obsesión, pero resultaba una tarea monumental aun para él.
Al pensar en recuerdos, Cabe no pudo reprimir un escalofrío cuando rememoró la noche anterior. Caballo Oscuro olvidaba a menudo que, a pesar de lo poderoso que era su amigo, el hechicero seguía guiándose por instintos y prejuicios humanos. Descender en picado hasta el suelo desde tal altura había resultado casi catastrófico para el corazón del mago. Privado casi de sus propios poderes, se había visto obligado a confiar únicamente en el corcel eterno; pero, pese a lo buenos amigos que eran, Cabe no podía ponerse por completo en manos de un ser que jamás podría comprender realmente la muerte como la comprendían los hombres.
Por suerte, en esta ocasión Caballo Oscuro había sabido lo que hacía. Había aterrizado en el suelo sobre los cuatro cascos, pero el hechicero tan sólo había sentido una ligerísima sacudida. Un aterrizaje así habría roto las patas de un caballo auténtico y acabado con la vida tanto del animal como de su jinete de forma instantánea. Sin embargo, Caballo Oscuro había seguido galopando hacia las cercanas colinas en cuanto estuvo seguro de que su pasajero estaba seguro y a salvo.
Ahora aguardaban en las estribaciones de la Esedi meridional, la gran región occidental que en una época había abarcado el reino del Dragón de Bronce. El reino de Gordag-Ai, lugar de nacimiento de la reina Erini, era en realidad una parte de la zona más septentrional de Esedi. Aunque no era éste el motivo por el que Cabe había elegido este refugio. Más bien había elegido el lugar porque desde donde se encontraban podían contemplar la zona fronteriza situada al nordeste de Legar.
–¡Es tarde, Cabe! ¿Cuánto más necesitamos esperar?
–¿Cómo te encuentras ahora? – inquirió el hechicero.
En aquellos instantes estaba sentado en una de las numerosas elevaciones rocosas que dominaban la colina. Esta zona de Esedi se asemejaba a las colinas de Legar aunque carecía de la gruesa capa cristalina que sólo era propia de la península. El hechicero de negros cabellos tenía motivos para poner en duda el estado de su compañero. En su caso, hacía ya más de una hora que el resto de los efectos había desaparecido; en cambio el corcel eterno había continuado padeciéndolos en cierto grado, lo que hacía que Cabe se resistiera aún a partir. Por ser, en esencia, un ser mágico, Caballo Oscuro había sido afectado con mucha más violencia.
Por toda respuesta, el negro semental se alzó de improviso sobre los cuartos traseros y golpeó con los cascos una de las formaciones de roca más próximas.
Fragmentos de roca llovieron sobre ellos cuando el solitario golpe hizo pedazos la piedra y los lanzó por los aires.
–Estoy listo -decidió el imponente corcel.
–En ese caso pongámonos en marcha.
El hechicero se incorporó y montó de un salto. Lo cierto era que Cabe también estaba ansioso por iniciar el último tramo del viaje. No había querido mencionar nada a Caballo Oscuro, pero durante su descanso había recibido la visita de otra visión más, aunque ésta no había sido tan poderosa como las anteriores. Tal vez sólo se trataba de una especie de recordatorio. De todos modos, había sido lo bastante vívida como para hacer que temiera que sus retrasos, tanto el accidental como el intencionado, pudieran haberles costado un tiempo precioso.
Al contrario que las otras, esta visión había constado de una única escena y corta además. Cabe estaba de pie en medio del rocoso paisaje de Legar, pero no con Caballo Oscuro. En lugar de ello, se había encontrado frente a una figura de armadura, un hombre barbudo cubierto con las mismas escamas de dragón de sus visiones anteriores. El hombre era un adversario, pero a la vez un aliado, porque en el mismo instante en que el hechicero se asentaba en la visión, una sombra negra se había extendido sobre el terreno. Ambos habían comprendido al mismo tiempo que aquella sombra iba tras ellos. Su compañero había desenvainado una espada -aunque no era un arma corriente, pues la hoja era de cristal en llamas- y la había blandido una y otra vez contra la sombra, cortándola en pedazos, pero los trozos sencillamente se habían vuelto a fusionar e ido de nuevo en su busca.
El hechicero había intentado ayudar, pero ni uno solo de sus conjuros había obedecido sus órdenes.
Delante de él, la figura de la armadura había arrojado la espada al suelo y alzado las manos en lo que era sin duda el inicio de un conjuro propio. En sus ojos había brillado una expresión, una expresión fatalista, que Cabe había descubierto que le resultaba más atemorizante que cualquier amenaza procedente de la sombra negra. Le recordaba demasiado a los ojos del Dragón de Hielo y, en cierto modo, se había sentido seguro de que el hechizo los destruiría a ellos tanto como a la sombra. También había quedado muy claro que a su compañero no le importaba en absoluto.
Había corrido hacia el otro, gritando: «¡No!». Pero había llegado demasiado tarde.
Fue en este momento cuando salió de su ensoñación. La visión había permanecido aún un segundo más, pero todo lo que el medio dormido hechicero recordaba era una estremecedora sensación de encontrarse en una nada peor incluso que la que se sentía en la vacua dimensión conocida como el Vacío. Cabe Bedlam comprendió que lo que había experimentado era una muestra de la muerte absoluta.
No tenía intención de relatar la experiencia a Caballo Oscuro. El negro corcel podría pensar en marcharse sin él, algo que Cabe no podía permitir. A pesar de lo mucho que esta última visión lo acobardaba, eso no hacía más que estimular su determinación… y su curiosidad.
Cabe acababa de acomodarse sobre el lomo de Caballo Oscuro cuando notó que la enorme criatura se ponía muy tiesa. El negro semental contemplaba el horizonte occidental, los fríos ojos azules clavados en algo que su jinete humano evidentemente no podía ver. El corcel olfateó el aire.
–¿Qué es, Caballo Oscuro? ¿Sucede algo?
–Puede que no sea nada, pero… hay una niebla o una bruma que se va extendiendo por esta región de Legar. ¿No la ves?
Entrecerrando los ojos, Cabe intentó distinguir lo que Caballo Oscuro afirmaba haber visto. Las colinas situadas cerca de la línea del horizonte mostraban unas características vagas y algo confusas, pero nada que normalmente lo hubiera hecho inquietarse. Luego, mientras continuaba estudiándolo, el paisaje situado un poco más cerca también adquirió un tinte lóbrego; al cabo de otro minuto, ya no podía ver las colinas en el horizonte. Allí había en efecto algo, tuvo que admitir por fin, y, a la velocidad con que se extendía hacia el este, no podía existir la menor duda de que no se trataba de un fenómeno natural.
–Ya debe de haber engullido gran parte de Legar, Cabe.
–Tendremos que viajar por tierra, sin teletransportarnos. ¿Causará problemas la niebla?
–Sólo lo sabré cuando estemos en medio de ella -resopló Caballo Oscuro-. ¿Qué dices?
–Yo no tengo elección, pero tú…
–¡Eso es todo lo que necesito saber! – El negro semental empezó a descender por la empinada colina a una velocidad que hizo que su jinete se sintiera acobardado, a pesar de que sus poderes eran ahora lo bastante fuertes para protegerlo de cualquier caída que pudiera sufrir.
La intención original de Cabe había sido teletransportarse a una región de Legar que recordaba vagamente de un viaje forzado realizado mucho tiempo atrás. No obstante, al darse cuenta de lo vagos que eran aquellos recuerdos, había decidido que un plan mejor sería utilizar saltos cortos a puntos dentro del campo de visión. Después de todo, era raro el día en que la península bañada por el sol no mostrara una visión nítida del terreno hasta allí donde llegaba la vista. Pero, al parecer, ese raro día se había dado hoy.
No se atrevieron a materializarse en el interior de una niebla tan espesa, no cuando podía haber piratas en las cercanías. Era imposible saber con exactitud lo grande que podría ser la plaga y ya había sido bastante arriesgado el pensar en el teletransporte cuando los dos eran capaces de ver lo que los rodeaba. Todo Legar podía estar bajo la vigilancia de los aramitas, que en ese aspecto no podían ser más eficientes.
Por desgracia, no se habían adentrado más que un poco en el agreste territorio cuando los primeros zarcillos de la bruma los envolvieron. Antes incluso de que pudieran reaccionar, la niebla ya había cubierto el cielo sobre sus cabezas. Legar ya no brillaba; ahora era simplemente un lugar apagado y pedregoso donde la vida luchaba por sobrevivir. Caballo Oscuro se vio casi inmediatamente obligado a aflojar el paso hasta una marcha lenta cuando la bruma continuó espesándose a una velocidad alarmante. Cabe Bedlam se estremeció cuando penetraron en el tapado reino; por algún motivo, los peculiares tonos verdes y rojos de la bruma no le parecieron demasiado saludables.
–Casi juraría que la niebla se lanzó directamente hacia nosotros -susurró Cabe. No quería susurrar, pero algo en aquella niebla malsana y húmeda lo impulsó a hacerlo.
–Podría ser. Desde luego se desvió en dirección a nosotros con una extraordinaria precisión… y, por lo que puedo distinguir, el viento no sopla con la fuerza suficiente para haberlo hecho.
–¿Percibes algo fuera de lo corriente?
El enorme corcel soltó una breve carcajada burlona.
–Lo que percibo principalmente es que tendremos que viajar a través de esta porquería durante bastante tiempo aún. La niebla parece fluir tanto a mi alrededor como dentro de mí, y no puedo decir que esperara otra cosa. – Olfateó el aire-. Hay algo obscenamente familiar en esta basura.
Cabe Bedlam no comprendió esta última observación, pero estaba en completo acuerdo con el resto de lo dicho por el negro semental. Con un gran esfuerzo, era posible percibir lo que tenía más cerca, pero intentar ir más allá y estudiar el camino que tenían delante resultaba casi imposible. En el mejor de los casos, obtenía vagas impresiones del paisaje y la posible confirmación de que había unas pocas formas de vida, ninguna de un tamaño significativo, acechando en medio de la extraña niebla.
Lo que era peor, también él la sentía en su interior, como si buscara hacerse con él, convertirlo en parte de ella.
–¡He llegado a la conclusión -se mofó Caballo Oscuro- de que al Reino de los Dragones nada le gusta tanto como ver a las criaturas que lo habitan subsistir en medio de una frustración y desesperación constantes! – Golpeó el suelo con los cascos, y esparció rocas milenarias a su espalda como si se hubiera tratado de arena suelta-. Me temo que la marcha será lenta. Yo podría estar más dispuesto a arriesgarme y viajar a más velocidad, pero tu especie no es tan duradera. Si te sucediera algo, no me lo perdonaría nunca.
El hechicero se sujetó con más fuerza y ajustó su asiento.
–Yo también quiero ponerme en marcha. Haz lo que puedas; soy más duradero de lo que crees, Caballo Oscuro.
Esto provocó una corta pero sincera risita por parte de su temible compañero.
–¡Puede que tengas razón! ¡Muy bien, sujétate con fuerza a las riendas; esta vez las necesitarás!
Caballo Oscuro empezó a trotar, pero se trataba de un trote que ningún otro caballo habría podido igualar. El enorme animal devoraba terreno a gran velocidad, pero, a pesar de su velocidad, ambos tenían buen cuidado de mantenerse bien alerta. A estas alturas, Cabe se sentía casi seguro de que el campamento de los piratas-lobos existía en realidad. Era probable que se encontraran aún lo bastante lejos para que no se advirtiera su presencia, pero seguía existiendo el peligro de exploradores. Tampoco eran los piratas la única amenaza. Qué estarían tramando los Quel mientras sucedía todo aquello, no lo sabía, pero el hechicero no dudaba que debían de estar involucrados de algún modo. Era imposible que los invasores no hubieran descubierto algún rastro de ellos. Del mismo modo, resultaba improbable que los Quel compartieran la aparente indiferencia del Dragón de Cristal sobre la invasión de su territorio. Simplemente los Quel no se comportaban así. Cabe conocía demasiado bien a los seres subterráneos para saber cómo actuaban.
La niebla continuó espesándose hasta que casi dio la impresión de que avanzaban a través de un muro de algodón putrefacto en lugar de bruma. Incluso después de haberse dado por vencido ante lo inevitable y haber aumentado su poder de visión, el frustrado hechicero no conseguía ver más allá de dos metros, o tal vez tres, en cualquier dirección.
–¡Es como si fuera de noche! – refunfuñó Caballo Oscuro.
–Si fuera de noche, al menos podríamos ver -replicó Cabe. Se preguntó qué sucedería cuando el sol se pusiera. ¿Podría ser peor que aquello?-. ¿Vamos al menos en la dirección correcta? No puedo decirlo.
–«Más o menos sí» es la mejor respuesta que puedo ofrecerte, Cabe. Ésta es una niebla malévola; me parece que intenta hacer que me mueva en círculos. – Una vez más, volvió a olfatear el aire-. Hay una fetidez aquí que me recuerda algo del pasado. Me cuesta creer que pueda ser lo que pienso que es, pero ¿qué otra cosa puede ser? ¡Nos habría ido mejor si hubiéramos aparecido aquí medio aturdidos y en plena noche!
–¿Qué podemos hacer ahora?
Caballo Oscuro no tenía respuesta a su pregunta, y un silencio deprimente flotó sobre ambos durante algún tiempo después de aquello. Cabe se sintió seguro de que éste era inducido por la siniestra neblina. Resultaba una sensación demasiado empalagosa que, por mucho que intentara sacudírsela de encima, seguía pegada a él.
Viajaron durante al menos tres horas según los cálculos de Cabe, poco fiables en estos momentos; pero, forzados a aminorar el paso a causa de la falta de visibilidad y de su incapacidad para percibir las cosas mucho más allá de lo que podían ver, la pareja no consiguió realizar grandes progresos en ese tiempo. El hechicero confiaba en que cualquier otro ser con el que pudieran tropezarse se encontrara al menos en la misma desventaja. Lo que más le asustaba es que esto fuera un truco de los piratas, aun cuando habría resultado extremadamente complicado crear un hechizo que cegara a los adversarios pero permitiera ver al propio ejército. Un conjuro así precisaría de algo más que un simple pensamiento; requeriría tal manipulación mental de las fuerzas naturales del mundo que se necesitarían días sólo para prepararlo.
Los piratas padecían también una escasez de magos competentes, si no recordaba mal uno de los primeros mensajes del Grifo en que describía los días iniciales de la guerra en ultramar. Cierto es que habían pasado años desde la llegada de aquel mensaje y era posible que hubieran aparecido nuevos hechiceros desde entonces, pero el pájaro-león no había mencionado nada parecido en despachos posteriores. El Grifo no habría excluido tales noticias.
«Pero no hemos sabido nada de él últimamente…» Aunque el pensamiento seguía atormentándolo, Cabe continuaba estando bastante seguro de que la niebla no era creación de los aramitas. No era la clase de arma que utilizarían.
No habían transcurrido demasiados minutos cuando escucharon un estrépito de rocas al caer.
Caballo Oscuro se detuvo en seco y giró la cabeza en dirección al punto del que había provenido el ruido. No dijo nada, pero se giró lo suficiente para poder mirar a su compañero a los ojos. Cabe asintió. Una mano se dirigió hacia la espada corta que llevaba al cinto. La magia era su mejor arma, pero había aprendido a no descartar otras opciones.
Permanecieron inmóviles. Durante un tiempo, el único sonido que les llegó fue la ahogada respiración del hechicero, pero luego escucharon cómo otra roca rodaba por el suelo, más cerca y más a su derecha.
El negro semental levantó bruscamente la cabeza.
–Huelo…
Una figura de un tono marrón grisáceo y del tamaño de un perro grande saltó sobre Cabe.
Le cayó encima casi sin darle tiempo a contraatacar con un conjuro de fuerza tosco pero práctico. Cabe percibió un aliento tan rancio que le dieron ganas de vomitar. La criatura lanzó un alarido al verse rechazada por su presa. El hechicero no había utilizado fuerza suficiente para matar, pero el ser estaba aturdido; de ello no cabía duda.
Caballo Oscuro no esperó a ver qué era lo que los había atacado. Se alzó sobre las patas traseras y cayó sobre la cabeza de la criatura con ambos cascos. Fue como si el cráneo hubiera estado hecho del más delicado cristal, de tan completamente como se hizo añicos bajo el tremendo impacto de las patas del negro corcel.
El hechicero volvió la cabeza lleno de repugnancia. El enorme semental bajó la mirada hacia la terrible carnicería que acababa de provocar.
–¡Tan sólo un dragón menor! – murmuró-. ¡Y pequeño además!
–Era lo bastante grande para mí, gracias. Es extraño; ni siquiera lo detecté con mi magia.
–¡Tampoco yo! ¡Fue mi sentido del olfato el que lo hizo y eso únicamente cuando estuvo lo bastante cerca para saltar sobre nosotros!
Cabe se obligó finalmente a bajar la mirada hacia el mutilado cuerpo de la criatura. No era muy grande según los patrones de los de su raza, pero, tal y como acababa de comentar, sí lo bastante. De todos modos, su presencia lo desconcertó.
–No debería habernos atacado.
–¡Sí, ésa fue su perdición, sin duda!
–No es eso lo que quería decir. – Cabe señaló la inerte figura-. Un dragón menor tan pequeño como éste raramente ataca algo de nuestro tamaño. A lo mejor si formara parte de un grupo, pero éste parece estar solo.
–Eso es cierto -admitió Caballo Oscuro-. Tal vez esta niebla infernal lo desconcertó.
–Desconcertó y asustó. Puede que más cosas incluso.
–¿Qué quieres decir?
El humano lanzó un suspiro.
–Que será mejor que tengamos mucho más cuidado. Me parece que esta niebla es tan peligrosa para nuestras mentes y cuerpos como lo es para nuestros ojos.
Caballo Oscuro sacudió las crines y rió.
–¡Somos superiores a esta desventurada bestia! ¡Sabemos lo que puede hacer esta bruma, de modo que estamos preparados!
–Eso espero.
Abandonaron el cadáver y siguieron adelante. Transcurrió más tiempo; pero, cuánto más en realidad, Cabe ya no podía calcularlo. Cuando el destello de luz le dio en los ojos, el hechicero no pudo decir si se trataba de una antorcha o una estrella. Por lo que sabía, se había hecho de noche. Cuanto más tiempo se permanecía atrapado en la sofocante bruma, más parecían embotarse los sentidos. A pesar de todo, Cabe estaba seguro de que lo que había visto era real, no imaginario. Tiró de las riendas.
–Un simple «so» será suficiente, ¿sabes? No estoy entrenado para las riendas.
–Lo siento. – La voz del hechicero sonó muy baja, casi un susurro-. He visto algo al… -Se suponía que viajaban hacia el oeste, pero ¿era así?-… al sur. Una luz. La vi parpadear.
–Quizás están retirando este maldito manto, ¿no crees? – El corcel eterno miró en la dirección indicada por su jinete-. No veo nada ni percibo nada fuera de lo corriente… aunque no es que quede gran cosa que resulte corriente.
–Yo estaba seguro… -Volvió a ver el destello-. ¡Ahí!
El otro vaciló, y por fin admitió:
–Lo veo. ¿Qué quieres que haga, Cabe? ¿Lo investigamos?
–No parece existir otra elección. ¿Has observado alguna otra cosa que haya tenido la capacidad de atravesar esta espesa sopa? Me gustaría saber qué es.
–Entonces está decidido. ¡Estupendo!
Caballo Oscuro se encaminó con sumo cuidado hacia el centelleo. Cabe se dio cuenta entonces de que los cascos del siniestro corcel no producían el menor sonido mientras cruzaba el desigual y pedregoso suelo. Probablemente no habían hecho ruido desde el momento en que el ser había penetrado en Legar. A Cabe le costaba a veces recordar que la apariencia externa de su acompañante no representaba en absoluto la auténtica naturaleza de Caballo Oscuro. Éste sencillamente admiraba aquella forma, aunque eso no significaba que obedeciera cada una de las leyes físicas que tal forma exigía. Caballo Oscuro hacía lo que Caballo Oscuro deseaba hacer.
Debajo de él, el oscuro corcel lanzó un resoplido que denotaba claramente ansiedad. Eso preocupó a Cabe, pues su amigo no solía ponerse nervioso.
–Conozco esta fetidez… -murmuró-. Conozco este hedor; ¡ya lo creo!
La luz volvió a apagarse. El corcel se detuvo, y los dos estudiaron la zona que tenían delante; pero, miraran a donde miraran, no descubrieron otra cosa que la misma oscuridad.
–¿Adónde ha ido? ¿La ves, Cabe?
–No… ¡Ahí! -Sus palabras eran apenas audibles. Incluso el sonido parecía amortiguado por la oscura niebla.
Caballo Oscuro siguió con la mirada el brazo extendido del otro hasta dar con la nueva posición de la luz. Se encontraba ahora a su derecha, que era al oeste, la dirección hacia la que se dirigían en un principio. El negro semental lanzó un resoplido.
–¿Cómo es que está ahí ahora?
–Magia.
–¡No pienso vagar por este deprimente país persiguiendo luces fantasmales!
–No te culp… -El moreno hechicero se interrumpió al observar que la parpadeante luz empezaba a moverse-. ¡No tendrás que hacerlo! ¡Viene hacia nosotros!
Ni siquiera Caballo Oscuro habría podido moverse con la suficiente rapidez para esquivarla. Cabe se cubrió el rostro con los brazos e invocó un hechizo de protección que esperaba conseguiría al menos detener una buena parte del poder de la enorme fuerza que venía hacia ellos.
La luz chocó contra ellos… y se desperdigó en un millar de chispas más diminutas que se desvanecieron al momento, sin dejar ni rastro de su efímera existencia.
–¿Alguien quiere jugar con nosotros? – resopló Caballo Oscuro y miró a su alrededor en busca de alguien o algo sobre lo que descargar su cólera-. ¡Me sentiré muy feliz de enseñarles un nuevo juego! – Golpeó el suelo con un casco, con lo que desparramó pedazos de roca por todas partes.
–¡Silencio! – Cabe giró rápidamente sobre la silla.
–¿Qué sucede?
–Me pareció oír… -Algo tintineó. Era el conocido y siniestro sonido del metal sobre el metal, un sonido que la enorme experiencia de Cabe asociaba con hombres vestidos con armaduras. Hombres de armadura que debían de estar muy cerca.
Volvió a oírlo, pero esta vez frente a ellos. Debajo de él, el negro corcel irguió las orejas, una costumbre equina aprendida durante aquellos primeros días de un pasado lejano en que el ser eterno había empezado a experimentar con la forma.
Una alta figura negra apareció ante ellos.
De los tres, el pirata-lobo fue el más sorprendido por el encuentro, pero eso no significó en absoluto que fuera el más lento en reaccionar. Con la espada desenvainada ya, se lanzó contra Cabe. No hubo la menor pregunta, ninguna exigencia de rendición; sencillamente un extraño grito agudo y luego un ataque.
Caballo Oscuro se interpuso entre el aramita y el hechicero. El pirata blandió la espada contra él y Caballo Oscuro, con una risita diabólica, permitió que la hoja lo golpeara en el cuello. Fue como si el atacante hubiera intentado atravesar roca sólida. La hoja se partió, y el arma escapó de la mano del sorprendido pirata.
Su vacilación fue todo lo que el mortífero equino necesitaba. Alzándose sólo un poco, Caballo Oscuro pateó al aramita en el pecho. La fuerza del golpe fue suficiente para enviar al acorazado soldado de vuelta al interior de la bruma. Cabe hizo una mueca de dolor cuando un golpe sordo puso la nota final al fortuito vuelo del pirata.
De todos modos, donde hay un pirata-lobo, tiene que haber otros. El Grifo a menudo había escrito comentarios como éste en sus misivas. Los aramitas eran, en general, criaturas que vivían en jaurías con el animal del que tomaban su nombre. Cabe, que ya se encontraba alerta, percibió su presencia incluso antes de oírlos; salían de todos lados en número suficiente para sobresaltarlo.
–¡Hemos ido a tropezar con una patrulla! – musitó a su compañero.
–¡Excelente! ¡Prefiero luchar contra algo real que vagar durante más tiempo en medio de esta espesa marisma!
–Eso no es… -No tuvo tiempo de finalizar, ya que distinguió las primeras figuras.
Se acercaron con bastante precisión, aunque estaba claro que se sentían intimidados por la maloliente niebla; pero habían sido entrenados para soportar casi cualquier situación en el cumplimiento de sus tareas y por lo tanto intentaban adaptarse lo mejor posible. Al escuchar con atención, Cabe comprendió el propósito del grito inicial del primer pirata. Los aramitas lo utilizaban para mantenerse en contacto entre ellos, habiendo decidido sin duda que el sigilo no era tan importante como la posibilidad de perder a todos los hombres en medio de la bruma.
–¿Bien? – Caballo Oscuro empezó a gritar de improviso a las sombras que se acercaban-. ¡Venid, venid! ¡No tengo todo el día! ¡Todavía quedan otras tareas que debo realizar después de acabar con todos vosotros!
-Caballo Oscuro…
Esto no era lo que el hechicero había deseado. Había esperado evitar el peligro todo lo posible, motivo por el que había buscado al siniestro corcel. Caballo Oscuro, aunque siempre dispuesto a enfrentarse a un enemigo, por lo general también respetaba la seguridad de sus compañeros. Ahora, sin embargo, corría riesgos que Cabe consideraba demasiado peligrosos. El ser eterno buscaba una pelea y eso sólo podía deberse otra vez a la obsesión por Sombra. Vagabundeando por entre la niebla, sin ver nada, los pensamientos del corcel debían de haber regresado al tema que se había convertido en una parte muy importante de su vida más reciente.
Era demasiado tarde para hacer nada al respecto ahora. Los aramitas venían hacia ellos desde todas direcciones, y habría sido una total estupidez intentar teletransportarse lejos de allí. Algo en su interior advirtió a Cabe Bedlam que un teletransporte ponía más en peligro su vida que este ataque.
Dos espadachines intentaron herir las patas delanteras de Caballo Oscuro, pero obtuvieron el mismo resultado que su predecesor. El diabólico corcel pateó a uno de ellos de vuelta al interior de la bruma, pero el otro consiguió esquivar el golpe. El hombre sacó una daga de hoja ondulada del cinto y la arrojó, pero contra Cabe, el jinete, no contra Caballo Oscuro. Los piratas aún no se habían dado cuenta de que era el caballo el que representaba la mayor amenaza contra ellos. Daban por seguro que con el jinete bajo control o muerto, la batalla estaría ganada.
El hechicero vio venir la daga y, aunque se había protegido contra armas corrientes, la desvió, decidiendo que no era demasiado sensato correr riesgos por un exceso de confianza. Luego se volvió cuando tanto sus sentidos mágicos como sus oídos le advirtieron de la presencia de varios piratas que se acercaban por detrás. Una lanza apareció a un metro de él, pero con un conjuro alzó tanto la lanza como al hombre y los utilizó para deshacerse de otros cuatro soldados que se encontraban cerca. El conjuro falló de improviso, no obstante, y el lancero cayó al suelo como una piedra. El pirata se puso en pie precipitadamente y se perdió en la bruma.
–Descuidado -dijo una voz.
Cabe miró a Caballo Oscuro, pero el semental estaba muy ocupado encargándose del pirata que había escapado a su primer ataque y de otros dos que se habían unido al superviviente. Uno intentaba sujetar con un lazo al ser eterno, una maniobra de lo más estúpida. Caballo Oscuro agarró la cuerda con los dientes y, mientras el aramita seguía sujetándola, tiró con tanta fuerza que el soldado salió despedido por los aires y se precipitó sobre su compañero. Ambos chocaron con un fuerte estrépito y cayeron al suelo hechos un ovillo. El soldado que había sobrevivido al ataque anterior retrocedió, para desaparecer casi inmediatamente entre la niebla. El siniestro corcel se echó a reír.
Olvidando la voz, Cabe regresó a su propia difícil situación. Mientras que el negro semental no sentía el menor escrúpulo en destruir a sus adversarios, Cabe todavía sentía dolor cada vez que se veía obligado a matar, a pesar de que en la mayoría de los casos lo hacía en defensa propia. Se contenía todo lo que le era posible, e intentaba en su lugar disuadir o dejar sin sentido a los atacantes; pero ahora, con sus poderes repentinamente puestos en duda una vez más, el hechicero se sintió justificado al recurrir a rocas voladoras y pequeños vendavales para rechazar a sus oponentes.
Eso no significó que no se viera obligado a matar. A algunos aramitas no se los detenía de otra forma, y ellos mismos provocaron su muerte al arremeter ciegamente contra la tormenta de piedras. Uno estiró el brazo lo suficientemente cerca para casi derribar a Cabe de la silla. Al intentar librarse de él, el hechicero descubrió que algunas de las armas aramitas podían hacerle daño pese a sus conjuros de protección. La daga que se le acababa de clavar ligeramente en la pierna estaba cubierta de piedras preciosas y también posiblemente hechizada para un combate de aquel tipo. Durante su larga historia de guerras, parecía razonable que hubieran aprendido a enfrentarse con los hechiceros. Finalmente, Cabe contraatacó por puro instinto… y lanzó un rayo de energía tan potente que literalmente convirtió al hombre en cenizas en menos de un segundo.
Pero seguían viniendo. Era casi como si todo el ejército pirata los hubiera localizado.
–¡Ahhh!
El golpe contra su cabeza sacudió a Cabe con tanta fuerza que tuvo que hacer un soberano esfuerzo para mantenerse en la silla. Lo primero que pensó fue que alguien con una honda lo había cogido desprevenido, pero su hechizo debería haberlo protegido de todos modos. No obstante, cuando escuchó gruñir de dolor al propio Caballo Oscuro, el hechicero comprendió que no era un arma corriente la que lo había herido.
¿Dónde estaba? Ninguno de los piratas que había detectado llevaba un arma parecida. Lo cierto era que probablemente el mayor peligro al que él y Caballo Oscuro se enfrentaban no eran los aramitas, que no poseían más ventaja que la numérica, sino la malévola niebla, que continuaba minando su voluntad y haciendo estragos con sus poderes mágicos.
Apartó de una patada a un espadachín que había conseguido de alguna forma eludir a Caballo Oscuro, y dejó al hombre sin sentido antes de que pudiera volver a acercarse. Los aramitas no le dejaban mucho tiempo para pensar. Incluso mientras el soldado caía al suelo hecho un ovillo, el mismo Cabe recibió un impacto. Todos los huesos de su cuerpo parecieron estremecerse. En esta ocasión, el afectado hechicero quedó medio colgado de su compañero, y de no haber sido por un rápido movimiento por parte del corcel, Cabe habría caído al suelo.
–¡Cabe! ¡Debes sujetarte fuerte! ¡No puedo luchar y mantener tu equilibrio!
–No…, no puedo. – El simple hecho de erguirse le provocó un dolor insoportable, y estuvo a punto de verse derribado otra vez cuando Caballo Oscuro giró en redondo para defender su costado derecho.
–Muy bien… -El negro semental casi pareció desilusionado con el cariz que tomaban los acontecimientos-. ¡Sujétate tan bien como puedas, Cabe! ¡Voy a llevarnos a los dos a un lugar seguro!
El hechicero se agarró a la silla con todas sus fuerzas y se obligó a mirar a lo alto. Caballo Oscuro había abandonado la batalla y se abría paso ahora por entre los atacantes; varios cayeron, pero siempre parecía haber más. Las flechas se estrellaban contra el mago y el ser eterno, pero el hechizo de Cabe aún se mantenía y Caballo Oscuro era Caballo Oscuro.
Entonces, en medio de la niebla y el caos, el debilitado hechicero descubrió una figura realmente peculiar acuclillada sobre una formación rocosa. Los aramitas, que pasaban justo junto al lugar en que se encontraba, no parecían darse cuenta de su presencia. Aunque la bruma ocultaba en parte la figura, Cabe consiguió vislumbrar unos brazos y piernas largos y delgados y un torso repugnantemente redondeado. La cabeza estaba cubierta en su mayor parte por un sombrero largo y de ala ancha que le caía sobre el rostro… si es que aquella extravagante caricatura poseía uno. Una araña, ésa fue su primera impresión. Una araña humana.
Toda la escena osciló entonces, pero no por culpa del estado en que se hallaba Cabe. Fue más bien como si una ola cubriera la zona, sacudiendo a jinete y montura y arrojando a los piratas que los perseguían a un nuevo torbellino.
Cabe reconoció la sensación aunque raras veces la había experimentado antes y desde luego jamás con la magnitud de esta oleada: magia descontrolada. El término no era del todo correcto, pero era el único que podía describir de algún modo lo que estaba sucediendo.
Una de las formaciones rocosas más próximas a ellos se fundió, y el llano terreno empezó a alzarse. El hechicero escuchó un grito y localizó el origen justo a tiempo de ver cómo uno de los piratas se doblaba sobre sí mismo y desaparecía. Varios aramitas forcejeaban para liberarse de un suelo que se había licuado; una armadura vacía, medio corroída, indicaba que algo más había sucedido, pero Cabe tenía demasiada prisa para pararse a descubrir exactamente qué había pasado.
–Qué…, qué…, qué… -Caballo Oscuro se estremecía.
El diabólico corcel parecía víctima de una especie de ataque. También él cambiaba, su cuerpo se estiraba como una auténtica sombra. Cabe sintió cómo la silla de montar se movía. Bajó los ojos y descubrió que empezaba a hundirse en el interior de su compañero.
El hechicero saltó del animal, y la silla desapareció dentro de Caballo Oscuro como si jamás hubiera existido. Magia descontrolada. Una vez que aparecía, podía crear terremotos, incendios, cualquier cosa. La textura misma de la realidad quedaría trastornada mientras esta magia siguiera en acción. Podía suceder todo lo que la magia era capaz de hacer, dependiendo de la intensidad de la ola. También podía concentrarse en una zona, convertirse en una especie de pozo donde todos los que entraran se vieran sometidos a su demencia.
A veces la provocaba una irregularidad en las fuerzas naturales del mundo, pero en la mayoría de los casos se debía a que algún mago había sido demasiado descuidado; una utilización imprudente de conjuros podía tensar y torcer esas fuerzas más allá de los límites de seguridad. En ocasiones, el mundo se recomponía solo, pero en otras intentaba reajustarse al nuevo esquema de fuerzas y entonces se producían las ondulaciones o las oleadas de energía pura, energía pura y sin un propósito.
No había nada que pudiera hacerse, y Cabe se limitó a desear que la oleada se extinguiera por sí misma y no los afectara.
–¡Tú! ¡Guardián!
Se dio cuenta de que la voz se dirigía a él, y volvió la cabeza. Un aramita ceñudo y con barba que llevaba la capa de un oficial se acercaba a él, sujetando entre las enormes manos un hacha de armas. Cabe sintió un zumbido en la cabeza; entonces vio un pequeño cristal que colgaba del cuello del soldado: un talismán Quel, sin duda destinado a rechazar la magia.
–¡Detén lo que estás haciendo con mis hombres, guardián, o ahorraré a los inquisidores las molestias de interrogarte!
El título que el pirata le había dado desconcertó a Cabe Bedlam hasta que recordó que para los aramitas los únicos magos eran los que pertenecían a la casta de los guardianes.
–¡Esto no lo he hecho yo!
–¡Mientes! – Balanceó el hacha, acercándose a menos de un metro del pecho del nervioso mago-. ¡Es tu última oportunidad! ¡Hazlo! ¡Además, ni te atrevas a pensar que podrás conmigo! ¡Tus conjuros ni me tocarán siquiera! ¡Estoy protegido!
–¿Lo estás ahora? – dijo una voz, con un sonsonete. Cabe reconoció en ella a la voz que había escuchado momentos antes-. ¿O no lo estás?
Para Cabe, la voz se dejaba oír por encima de todo lo demás, exigiendo toda su atención. No así en el caso del aramita, que aún esperaba a que el hechicero obedeciera. Entonces, los dos se quedaron mirando el cristal que, de improviso, había empezado a brillar con un fuego interior.
–¿Qué has hecho? – rugió el oficial. Levantó una mano para ir a coger el colgante-. No puedes haber…
El talismán Quel se fundió y penetró a través del peto del aramita antes de que éste pudiera finalizar la frase. El hombre dejó caer el hacha e intentó aferrar el cristal, pero estaba ya demasiado hundido para que pudiera cogerlo. Los ojos del pirata se abrieron de par en par; intentó arrancar la cadena de su cuello, pero sus torpes manos enguantadas fueron demasiado lentas.
Cabe intentó ayudarlo incluso antes de que se iniciaran los alaridos, pero el hombre no se estaba quieto y los conjuros del hechicero seguían sin afectarlo. Hasta él llegó el olor a carne quemada.
Todo terminó con cierta rapidez. El cristal atravesó el pecho, veloz y sin que nada se interpusiera en su camino, y, cuando llegó el final, el aramita sólo tuvo tiempo de ponerse rígido y emitir un ahogado jadeo antes de desplomarse hecho un ovillo sobre el inhóspito suelo.
–No era muy fuerte. Desde luego no era muy fuerte.
–¿Quién eres? – Cabe buscó con la mirada al propietario del sonsonete, convencido de que se trataba de la extraña criatura de cuerpo redondo y miembros largos y delgados.
–Cabe…
En un principio pensó que la voz se burlaba de él, pero no era la misma de antes. Trastornado por la repentina serie de acontecimientos, tardó algunos segundos en reconocer al diabólico corcel.
Caballo Oscuro seguía en el mismo lugar en que había estado, pero ahora podía mover un poco la cabeza. Cabe corrió hacia él dispuesto a agarrar a su compañero, pero éste sacudió la cabeza con energía.
–¡No, no me toques! Aún no soy estable. ¡Podrías ser arrastrado a mi interior, y jamás me lo perdonaría!
–¿Estás bien?
–¡En absoluto, Cabe! ¡Ahora reconozco esta locura! Pensé que no era posible; creía que los últimos rastros habían desaparecido con Sombra, pero esto es demasiado real. Esto huele a vraad…, huele al reino maldito de Nimth.
Ambos conocían Nimth, el lugar del que, innumerables milenios atrás, una raza de hechiceros llamados los vraad había huido en dirección al Reino de los Dragones. Los humanos actuales eran los descendientes de los vraad, aunque, por lo que había descubierto de ellos, a Cabe no le gustaba tener que llamar a la siniestra raza su antepasada. Habían florecido brevemente en este nuevo mundo, pero su cultura -si es que podía considerarse como tal la arrogancia y la indiferencia- había desaparecido antes de que la primera generación se hubiera extinguido.
Sin embargo, se decía que su mundo seguía vivo a pesar del daño que le habían ocasionado con su irresponsable y soberbia actitud hacia la magia. Sombra lo había insinuado y, según se averiguó después, había sido uno de ellos. Caballo Oscuro incluso los había conocido, aunque se negaba a hablar de aquella época y no podía o no quería recordar gran cosa de ella. Algunos vraad, al parecer, habían sentido una cierta inclinación hacia la tortura.
El suelo se alzó bajo sus pies, pero no demasiado. Se escuchaban menos gritos ahora; la mayoría de los piratas-lobos habían echado a correr y habían desaparecido entre la niebla o estaban muertos. Únicamente unos pocos, bien por tozudos o porque se encontraban atrapados en la cambiante realidad, seguían allí. En aquellos momentos a ninguno le importaban demasiado el caballo y su jinete, sino que más bien intentaban ayudar a sus camaradas caídos o sencillamente sobrevivir.
–¡No puede ser Nimth, Caballo Oscuro! ¡Nimth se perdió, está aislado de todo!
–No tan aislado. Sombra siempre mantuvo un vínculo con él. Te digo que es Nimth… o una pizca de él al menos.
–Pero ¿cómo?
–Eso, no puedo…
Una criatura como una mezcolanza de pesadilla de planta, animal y mineral apareció de improviso de la nada. Sin preámbulos, cargó contra el hechicero aun antes de ser totalmente sólida. Poseía cientos de zarcillos sarmentosos a modo de piernas, antebrazos reptilianos que terminaban en pinzas muy parecidas a las de un cangrejo, y un cuerpo oval que parecía un simple pedazo de granito. Tallado en el centro de aquello se veía lo que a primera vista parecía una tosca imagen de un rostro humano, pero los ojos de jade que contemplaban al hechicero con avidez y la enorme boca que se abría y cerraba, mostrando una hilera tras otra de afilados dientes, resultaban muy reales. Se movía con increíble rapidez, si se tenía en cuenta que cada zarcillo tenía que empujarla hacia adelante para darle impulso, y al moverse lo salpicaba todo de un limo verdoso. Cabe observó consternado que el rastro que éste dejaba iba quemando el duro suelo allí por donde pasaba el monstruo. No había duda de que se trataba de una creación mágica; ninguna criatura habría podido nacer así.
–¡Apártate, Cabe! – ordenó Caballo Oscuro, colocándose entre el monstruo y su amigo-. ¡Yo me ocuparé de esta abominación!
El hechicero se hizo a un lado, pero no para protegerse. No había modo de que pudiera impedir que Caballo Oscuro intentara protegerlo, pero tampoco era la clase de hombre que dejaba que otros lucharan mientras él miraba.
La mágica abominación aminoró la velocidad al acercarse a Caballo Oscuro. Se desvió a un lado, como si intentara rodear el flanco del ser eterno, pero éste se giró para enfrentarse al monstruo, de modo que Cabe terminó detrás del negro semental. El hechicero empezó a moverse hacia la izquierda, pero entonces la abominación volvió a moverse y Cabe volvió a encontrarse detrás de su compañero.
Los dos gigantescos seres siguieron sin ceder terreno. Cabe sabía que Caballo Oscuro intentaba evaluar los poderes del otro. En todo lo que tuviera relación con Nimth, el diabólico caballo se mostraba excepcionalmente cuidadoso. Tenía un largo y amargo recuerdo de las criaturas a que había dado origen aquel desdichado reino.
El hechicero intentó una vez más unirse a Caballo Oscuro y una vez más la demencial abominación volvió a moverse, con lo que Cabe se quedó donde había empezado. Las cosas iban de mal en peor, ya que, además de la bestia, la niebla se espesaba aún más. En aquellos momentos, tanto Caballo Oscuro como su adversario quedaban medio ocultos a su vista, pese a que el hechicero se hallaba a sólo unos dos o tres metros de la parte posterior del animal. Si tenían que enfrentarse a aquella cosa a ciegas, era imposible saber cuál sería el resultado. Caballo Oscuro no era invulnerable, y Cabe sabía que sus propias posibilidades eran aún menores.
A pesar de sus deseos, la hedionda bruma siguió espesándose… No, en este punto, «solidificándose» casi parecía una palabra más apropiada. La criatura creada por la magia ya no era más que una figura vaga. Como no deseaba encontrarse de repente solo contra una amenaza que quizá podía ver cuando él no podía, Cabe decidió correr el riesgo y acercarse a Caballo Oscuro por detrás. Si no podía estar junto al negro corcel, por lo menos permanecería lo más cerca posible para no perderlo de vista.
En cuanto dio un paso al frente, no obstante, la abominación retrocedió una distancia equivalente. Caballo Oscuro, ni que decir tiene, siguió a su monstruoso adversario. Al igual que Cabe, no tenía intención de perderlo de vista. Por desgracia, cada paso que daba parecía hacer que el otro se difuminara un poco más.
–¡Caballo Oscuro…, Caballo Oscuro! ¡No lo sigas! ¡Espérame!
O bien su compañero prefirió hacer oídos sordos a su llamada, lo cual no era muy probable, o no podía oír al hechicero, ya que el corcel no sólo no contestó, sino que trotó un poco más allá. Ahora, ya no era únicamente la vaga forma de la monstruosidad lo que Cabe no podía ver, sino que tampoco podía distinguir apenas la silueta del enorme semental.
Dejando a un lado la dignidad, el nervioso hechicero gritó aún más frenéticamente:
–¡Caballo Oscuro! ¡Es una trampa! ¡Nos están separando, regresa!
Intentó alcanzarlo corriendo, pero por cada paso que él daba, su compañero daba cuatro. Poco a poco, Caballo Oscuro se convirtió en una débil sombra en medio de la maloliente bruma. Los gritos de Cabe no obtuvieron respuesta, y, cuando intentó lanzar una ráfaga de energía mágica en dirección al siniestro corcel, la mágica bola de fuego no consiguió recorrer más que la mitad de la distancia antes de desvanecerse en mitad del vuelo.
Algo se enredó en sus piernas y lo hizo caer. El hechicero rodó por el suelo durante unos segundos mientras intentaba desembarazarse de lo que lo había atrapado. Fuera lo que fuese, desapareció tan rápido como había aparecido. Jurando por lord Drazeree, el hechicero volvió a ponerse en pie y dirigió inmediatamente la mirada hacia el punto en el que había visto por última vez a Caballo Oscuro.
Ni el diabólico corcel ni su adversario se veían por ninguna parte. De hecho, Cabe no podía ver nada en absoluto, ni siquiera el suelo justo delante de sus pies.
–¡Caballo Oscuro!
No pensaba que el otro pudiera oírlo y, cuando no recibió respuesta, eso no lo sorprendió en absoluto. A todos los efectos, estaba sepultado con tanta efectividad como si lo hubieran enterrado varios kilómetros bajo la superficie de Legar.
Por peligroso que fuera teletransportarse en medio de tal ciénaga mágica, Cabe tenía que arriesgarse. Regresaría a las colinas de Esedi, y confiaba en que Caballo Oscuro hiciera lo propio en cuanto descubriera que el humano no estaba con él. Entonces decidirían qué hacer con respecto a Legar.
Fue muy cuidadoso y prudente al teletransportarse para estar seguro de que no cometía ningún error. Un conjuro que en condiciones normales no le habría costado más que un veloz pensamiento se convirtió ahora en una complicada serie de ejercicios mentales, cada uno concebido para asegurar el éxito. Aunque todo lo completó en menos de un segundo, para el mago resultó una eternidad.
Lo que empeoró aún más las cosas fue encontrarse perdido aún en la mortífera bruma verde rojiza cuando todo estuvo dicho y hecho.
–Bah… -A su espalda sonó la voz que hablaba en sonsonete-. No uno de mis mejores. Uno de mis mejores desde luego no.
El hechicero giró en redondo en busca del origen de la voz.
–¿Quién eres? ¿Dónde estás?
–Lo bastante bueno, de todos modos. Lo bastante para ser bueno.
Cabe entrecerró los ojos. ¿Había mejorado un poco la visibilidad? Descubrió que sí, porque ahora al menos podía distinguir unos cuantos trozos de suelo a un metro de distancia. Mientras la observaba, la niebla se fue aclarando. Empezaba a resultar claro que quien fuera que hubiera hablado era sin duda el causante de su separación de Caballo Oscuro. El hechicero cerró las manos con fuerza y giró en redondo con sumo cuidado, mientras buscaba con sus ojos, oídos y sentidos mágicos alguna evidencia del punto donde se encontraba el culpable. Esto no podía ser cosa del Dragón de Cristal -al menos él no lo creía- y tampoco parecía la clase de arma que gustaba a los piratas-lobos. Eso sólo dejaba…
Entonces fue cuando vio la roca, una vaga colina en miniatura justo a su izquierda. Encima de la roca, con los larguísimos brazos y piernas doblados, permanecía acuclillada la misma figura extravagante que ya había observado antes, la figura que estaba seguro había sido responsable de la horrible muerte del oficial pirata.
La niebla se fue abriendo muy despacio pero sin lugar a dudas desde la roca y su solitario ocupante. Cabe observó que la figura era más o menos humana, pero con la forma más curiosa que había visto nunca. La estrafalaria figura iba ataviada con un traje de cortesano púrpura y negro de curioso estampado que habría resultado cómico en cualquier otra persona pero que de algún modo resultaba perfecto para su actual portador y no únicamente por su forma. El ala del sombrero seguía cubriendo casi todo el rostro, y todo lo que podía ver era una barbilla que terminaba casi en punta.
La cabeza se alzó un poco, lo que le permitió distinguir la línea curva que era todo lo que tenía por boca.
–Soy Plool el Grande -dijo bruscamente la figura de aspecto de araña. Aparte de levantar la cabeza, no se movió, ni siquiera para quitarse el sombrero-. El Gran Plool soy yo.
Cabe Bedlam se estremeció al darse cuenta de a qué se enfrentaba aquí. Plool estaba en su elemento en la maloliente bruma; la manipulaba según sus deseos tal y como lo haría alguien acostumbrado a ello. Sin embargo, Caballo Oscuro había llamado a la niebla una creación del retorcido y corrompido Nimth, el diabólico lugar del que habían huido los antepasados del propio mago.
Nunca se le había ocurrido pensar si por casualidad algunos no se habrían quedado en Nimth. Jamás se había preguntado en qué podrían haberse convertido éstos o sus descendientes, al vivir como lo hacían en un mundo donde todas las leyes naturales habían sido hechas pedazos y la magia salvaje fluía en eterno descontrol.
Plool sólo podía ser un vraad… y ahora andaba suelto por el Reino de los Dragones.
La misiva de Cabe no tranquilizó en absoluto a Gwen. La hechicera paseaba por el dormitorio, echando pestes por no poder estar con él. Había sido idea de ella que uno de los progenitores se quedara. Sus propios padres, desaparecidos hacía ya tantísimo tiempo, le habían inculcado la necesidad de que alguien estuviera al cuidado de los niños. Cabe pensaba lo mismo, aunque la mujer no dudaba ni por un momento que éste habría protestado de haber sido ella quien hubiera debido encargarse de la cuestión y no él.
Nada de todo ello, por supuesto, aliviaba la espera. El mensaje recibido le había proporcionado un breve informe detallado de la estancia de Cabe en Zuu, pero, como conocía muy bien a su esposo, lady Gwen sabía que había más de lo que aparecía en el escrito. Su relato del más bien autoritario modo en que el rey Lanith reclutaba magos le recordaba demasiado a los tiempos en que Melicard había buscado hechiceros, talismanes e incluso demonios en su intento de erradicar a la raza draconiana. Habría que estudiar con atención las ambiciones de Lanith y no sólo ella tendría que hacerlo. Probablemente Toos y Melicard ya estaban enterados, lo que en cierto modo la enfurecía, puesto que no habían considerado apropiado transmitirles esa información. Nunca se estaba muy seguro de cuánta información se ocultaba en los «consejos» con los dos monarcas a los que ella y Cabe asistían.
No era la recolección de magos lo que la preocupaba, no obstante. Era el pensamiento de que habían sucedido más cosas en Zuu. No podía evitar pensar en que a lo mejor Cabe y Caballo Oscuro no se habían limitado a entrar en Zuu, permanecer allí algún tiempo y marcharse; y, debido a esa sensación, se preguntaba qué otras cosas su esposo no había mencionado y a qué peligros podría aún tener que enfrentarse.
«Mi preocupación no le sirve de nada», se recordó furiosa, pero eso no la hizo sentirse mejor. Gwen suspiró. Había otras cosas que merecían su atención. Tal vez lograrían evitar que pensara demasiado en lo que podía estar sucediéndole al hombre que amaba.
Al salir del dormitorio, casi chocó con una figura que se encontraba detrás de la puerta. El otro la tomó en sus brazos y la sostuvo así más tiempo de lo que a ella le habría gustado. Se soltó y retrocedió un paso antes de darse cuenta de que al hacerlo no conseguía otra cosa que divertir aún más al recién llegado.
Era alto y delgado, con unas facciones arrogantes pero llamativas que provocaban que muchas hembras, tanto humanas como draconianas, lo miraran con una deliberación que él animaba a menudo. Sus ojos eran estrechas órbitas ardientes que podían atrapar a una persona y casi hacerla arrodillar.
Vestía un muy ajustado traje verde esmeralda y oro que recordaba a los utilizados en la corte de Gordag-Ai. Gwen comprendió que había escogido este traje en concreto porque sabía que a ella le gustaba. Kyl y los dragones más jóvenes llevaban auténticas ropas humanas, no creaciones mágicas formadas a partir de la propia piel, que era lo que los dragones mayores solían hacer. No era exactamente la misma combinación de colores que su piel, que era una mezcla más elegante de verde y oro, pero de todos modos resultaba llamativa. Con todo, Kyl sin duda habría podido crear un duplicado perfecto de haberlo deseado; sus habilidades estaban mucho más avanzadas que las de sus congéneres de más edad. A veces, la Dama del Ámbar pensaba que estaban demasiado avanzadas.
–¿Qué haces aquí arriba, Kyl?
Él le dedicó una sonrisa maliciosa que una larga práctica había convertido en irresistible para cualquier doncella, pero Gwen no tuvo más que mirar los dientes ligeramente puntiagudos para recordar que se encontraba ante un dragón, no un hombre.
–Osss pido disculpas, lady Gwendolyn. No debería andar con tanta precipitación. Essspero no haberosss incomodado en ninguna forma.
Ella contuvo la sonrisa que tanto deseaba mostrarle. Kyl, a pesar de toda su perfección, todavía recaía en la sibilancia draconiana con más frecuencia que su hermano o su hermana. Tenía dificultades especialmente cuando se encontraba ante ella.
–¿Y qué es lo que te trae aquí con tanta precipitación?
–He venido a decirosss, amable señora, que la Mansión tiene visitantes.
–Un criado podría haberme comunicado eso.
Por mucho que lo intentaba, la hechicera no podía sentir simpatía por Kyl, quien siempre intentaba estar cerca de ella o, para su mayor consternación, cerca de Valea. El joven heredero al trono del Emperador Dragón se portaba siempre bien con su hija, pero sus constantes «accidentes», que siempre de algún modo incluían tocar a Gwen, hacían que la hechicera se sintiera inquieta ante el futuro. Valea no tardaría mucho en ser lo bastante mayor para atraer realmente la atención de los varones. En ese aspecto, actualmente ya era demasiado bonita.
–No tendrías que haberte molestado -continuó Gwen.
–Son visitantes especiales, señora. Visitantes essspeciales exigen un tratamiento especial.
–¿Quiénes son? – No recordaba esperar a nadie.
–Están vestidos de modo que nadie pueda reconocerlos, ¡pero uno ha mossstrado una insignia que le fue entregada por el Dragón Azul en persona!
Lady Gwen hizo caso omiso de la forma en que los ojos de Kyl se iluminaban siempre que mencionaba a otro Rey Dragón. «¿Emisarios de Irillian? Pero ¿por qué disfrazados, entonces?», pensó y luego, en voz alta, ordenó:
–Condúceme hasta ellos.
Kyl la condujo a través de la Mansión y la hizo salir por la puerta principal. En cualquier otro momento, la hechicera habría disfrutado con un paseo por los jardines, pero la proximidad de Kyl y el misterio de los dos visitantes, sin mencionar la situación de Cabe, impedían tal cosa.
Ciertamente, los dos visitantes parecían más monjes que emisarios. No se distinguía nada que no fuera ropa, pero se dijo que el más alto de los dos tenía que ser el hombre que el dragón había mencionado. Aguardaban de pie justo al otro lado de la barrera invisible que protegía los terrenos de la Mansión de invitados no deseados y de animales merodeadores, que en muchas ocasiones resultaba ser lo mismo.
–Soy lady Gwendolyn Bedlam. Antes de que digáis nada, dejadme ver el anillo que habéis mostrado a ese muchacho. – Oyó cómo Kyl siseaba por lo bajo. A lo mejor dejaría de jugar con ella ahora que lo había degradado unos cuantos puestos. Era bueno recordarle de vez en cuando que, aun cuando era el heredero a un trono, también estaba bajo la tutela de los dos.
Pareció como si la figura a la que había dirigido la petición fuera a decir algo, pero entonces se encogió de hombros y alzó una mano hacia ella. La manga cayó hacia atrás. La hechicera bajó los ojos para estudiar el anillo.
No obstante, en cuanto vio la mano que lucía el anillo, todo interés en el Dragón Azul se desvaneció.
La mano estaba cubierta de pelo, lo que en sí mismo ya resultaba bastante insólito, pero entonces Gwen observó un rastro de plumas hacia la zona de la muñeca. Atónita, levantó la mirada. Con la mano libre, el visitante procedía a echar atrás la capucha. Un rostro solemne pero cansado de facciones rapaces había estado oculto bajo aquella capucha; en la parte posterior y en los costados, las plumas daban paso a un pelaje espeso. Era como si alguien hubiera cruzado un león, un ave de presa y un hombre.
–Me alegro de verte, mi señora -susurró educadamente el Grifo.
Ella no podía hacer otra cosa que contemplarlo boquiabierta. Después de tanto tiempo…
–No has cambiado, lady Gwen -añadió el Grifo al ver que la hechicera seguía sin decir nada-. Sigues tan bella como siempre.
–Tú… ¡Estás aquí!
–Desde luego que estamos. – Había un dejo de tristeza en la forma en que el monarca de Penacles lo dijo, pero Gwen se sentía demasiado conmocionada para advertirlo.
La cabeza de la mujer se volvió bruscamente hacia el otro viajero.
–Entonces, ésta debe de ser…
La figura más menuda echó atrás la capucha. De nuevo, la hechicera se quedó muy sorprendida. Jamás había visto a la compañera del Grifo, tan sólo le había escrito, y ver a Troia ahora demostró a Gwen que la imaginación no la había preparado para enfrentarse a la realidad. Era, tal y como el Grifo había dicho al principio, una mujer-gato.
«Más mujer que gato», no pudo menos que decirse Gwen. Ni siquiera la capa podía ocultar por completo el ágil cuerpo que había debajo. Cada movimiento, por leve que fuera, resultaba grácil. Las facciones de la mujer eran exóticas: poseía una nariz pequeña y bien formada que se crispaba de vez en cuando, y grandes y gruesos labios que se volvían muy seductores cuando sonreía. Los cabellos de su cabeza eran muy cortos y pasaban del negro carbón al castaño oscuro; una mirada más atenta mostraba que el leonado tono a rayas no era su piel, sino más bien una corta capa de pelo que, si la hechicera no recordaba mal, le cubría todo el cuerpo.
Al verla por primera vez, Gwen no pudo evitar sentirse un poco aliviada de que Troia hubiera venido aquí como compañera del Grifo y no como hembra soltera. Aurim resultaba ya muy susceptible a los encantos femeninos.
Sólo una cosa afeaba el aspecto de Troia y era una hilera de cicatrices en el lado derecho de su rostro. No conseguían deslucir demasiado su belleza, pero excitaban la curiosidad. El Grifo debiera haber podido eliminarlas con facilidad, ya que sus poderes mágicos igualaban casi a los de los Bedlam.
Gwen se dio cuenta de que no había acabado de saludar a la mujer-gato.
–¡He esperado tanto para conocerte en persona, Troia!
–Y yo a ti, lady Gwen. – De nuevo apareció aquel dejo de tristeza que la hechicera había observado antes en el Grifo. ¿Qué sucedía?
–¿Podemos pasar? – preguntó el pájaro-león-. No estaba seguro de si la barrera seguiría admitiéndome y sabía que no dejaría pasar a Troia. Además, la buena educación dictaba que pidiéramos permiso para entrar. – Dirigió una rápida mirada a su mujer como si éste hubiera sido un tema menor de discusión entre ellos. Por sus cartas, Gwen había colegido que había ocasiones en las que Troia podía hacerla parecer una tímida violeta en comparación.
–¿Dónde están mis modales? ¡Desde luego, podéis pasar!
La pareja se adelantó con cautela. La barrera tenía varias formas de ocuparse de los desconocidos, muchas de ellas al parecer diseñadas por ella misma. Pero, al haber obtenido el permiso de la señora del lugar, ni al Grifo ni a su compañera se les puso el menor impedimento.
Gwen se volvió a Kyl.
–Kyl, si fueras tan amable de avisar a alguien que tenemos invitados especiales, me gustaría que hubiera comida y bebida preparadas cuando lleguemos a la terraza del jardín. ¿Harías eso por mí, por favor?
El draconiano hidalgo dedicó una graciosa reverencia a su tutora y a los dos recién llegados.
–Lo haré con mucho gusto, señora. Sssí me disculpáisss, majestadesss…
El Grifo intentó reprimir una mueca divertida que había osado aparecer en contraposición a su tristeza.
–Por supuesto.
Con una subrepticia mirada a Gwen y a Troia, el joven heredero se marchó. Los tres lo siguieron con la mirada hasta que hubo desaparecido de su vista, y luego reanudaron la conversación.
El Grifo meneó la cabeza, pero Gwen no pudo decir si era porque lo divertían o porque lo molestaban los modales de Kyl.
–No había pensado en lo cerca de la edad adulta que estaban ya las crías. Aurim debe de ser ya casi un hombre, también.
–Desde luego, aunque aún tiene sus fallos. Es lo que se espera, claro, a esta edad. – Algo había estado aguijoneando la memoria de la pelirroja hechicera y ahora supo lo que era-. ¿Y dónde…?
Los ojos de Troia se abrieron desmesuradamente, y el Grifo alzó la otra mano en petición de silencio. Gwen observó con horror que le faltaban dos dedos, los dos últimos.
-¡Grifo!
–Ya veo que no hay motivo para ocultarlo -suspiró él.
–Díselo, Grif -siseó la mujer-gato-. Dile por qué hemos desafiado a piratas y las violentas tormentas marinas para venir a verla.
El pájaro-león abrazó a su esposa, que temblaba como si cada fibra de su ser quisiera gritar al mundo. El rostro de Gwen se ensombreció; sospechaba saber ya la respuesta a la pregunta que el Grifo le había impedido finalizar. «¡Por favor, Rheena, que no sea cierto! ¡Haz que me equivoque!»
–Ibas a preguntar por nuestro hijo, Demion, ¿no es así?
–Sí, pero…
El Grifo, la mirada dura y fría, no la dejó continuar.
–Demion está en Sirvak Dragoth, lady Bedlam, su hogar para siempre ahora. – Su voz carecía de expresión-. Murió a manos de los piratas-lobos.