IX

Llevaban veinte minutos sentados en la intimidad de la terraza del jardín y durante veinte minutos Gwen no había sido capaz de averiguar nada más sobre lo que había detrás de las terribles palabras que el Grifo había pronunciado con respecto a su hijo. A decir verdad, sólo ella y Troia estaban sentadas; el pájaro-león permanecía de pie con la melena muy tiesa y la vista fija en el jardín principal, sacando y escondiendo las uñas de sus garras. Ni él ni su esposa habían dicho más que unas pocas palabras desde su llegada. Troia contemplaba a su esposo como si no existiera nada más a su alrededor. «Así podría muy bien ser -se dijo la hechicera-. Con Demion… muerto… sólo se tienen el uno al otro.»

De todos modos, había límites para el respeto que sentía por sus turbulentas emociones. Estaba claro que habían estado dando vueltas a su desgracia desde antes de su viaje, sin duda durante mucho tiempo. Gwen no consideraba que simplemente tuvieran que olvidar la muerte de su único hijo, pero era de las que creían que la vida debe continuar, aunque sólo sea en nombre de aquel que nos han arrebatado.

–Grifo…, Troia…, comparto vuestro dolor. Seguro que os dais cuenta, pero necesito saber qué sucedió; necesito saberlo y creo que vosotros necesitáis contármelo.

–Tienes razón, desde luego, mi Dama del Ámbar. He sido remiso.

Se volvió hacia las dos mujeres. Había una mesa entre ellos, una mesa con comida y bebida que nadie había tocado, ni siquiera la hechicera; pero ahora el Grifo tomó la garrafa y vertió un poco del brillante vino de color ciruela en una de las copas de oro y plata. De improviso, las rapaces facciones se transformaron en las de un hombre apuesto de cabellos plateados y facciones nobles. Pero la imagen duró apenas el tiempo necesario para que el pájaro-león se bebiera el vino de un veloz trago.

El Grifo devolvió la copa a la mesa y dirigió una rápida mirada a su esposa.

–Lo haré corto… por el bien de todos.

Ella asintió, pero no añadió nada. En sus ojos había aparecido una mirada que no iba dirigida ni a su compañero ni a la hechicera. Era una expresión que sólo podía estar destinada a los desconocidos piratas-lobos que le habían robado una vida preciosa para ella.

–¿Cómo sucedió? – lo animó Gwen-. Es que la guerra…

Él pareció descartar la guerra como algo que no tenía mucho que ver con el asunto.

–La guerra va bien. Morgis y los Supremos Vigilantes de la oculta Sirvak Dragoth han ayudado a conducir a la libertad a muchos de los antiguos estados esclavos del imperio. Nosotros también hemos tenido nuestra pequeña parte.

«¡Pequeña parte, dice!», pensó la hechicera de llameantes trenzas. Por las misivas remitidas por el dragón Morgis, sabía las muchas cosas realizadas por el Grifo. El, más que cualquier otro, había sido la fuerza impulsora de la rebelión de todo el continente contra los hijos del lobo. Resultaba curioso que ella y Cabe hubieran averiguado casi todo lo que sabían por uno de los hijos del Dragón Azul. Resultaba aún más curioso si cabe que un dragón pudiera convertirse en amigo y compañero leal del Grifo; que hubieran pasado de respetuosos adversarios a compañeros de armas.

–La guerra va bien -repitió él-, pero, a causa de ella, los aramitas se volvieron…, se han vuelto más desesperados y traicioneros en sus acciones. Cuando derrotamos Luperion, empezaron a reunir a sus fuerzas en su país de origen, en especial en Canisargos, la sede de su poder. – El Grifo hizo una pausa y contempló con tristeza a su anfitriona-. Lady Bedlam, Gwendolyn, has de comprender que nosotros no somos como los de vuestra raza. A mí me crearon para cazar, y lo mismo puede decirse de la gente de Troia.

–Yo maté a mi primer pirata cuando tenía ocho veranos -musitó la mujer-gato. Sus ojos eran estrechas rendijas ahora-. Tres de mis hermanos lo hicieron cuando tenían siete. Es así como somos.

El pájaro-león meneó la cabeza en señal de asentimiento.

–Lo que trato de decir es que la guerra no era una desconocida para Demion. Había combatido y matado sólo unos meses antes… y eso mucho, mucho más tarde de lo que podría haberlo hecho. Apenas si habíamos podido controlarlo durante los últimos cuatro años y, puedes creerme, lo intentamos.

Gwen asintió, comprensiva. Sabía muy bien lo que significaba crecer en época de guerra.

–Fue en Chaenylon. – El monarca de Penacles volvió a sacar las uñas de ambas garras-. Chaenylon significará siempre la desesperación para nosotros.

Sólo hacía tres semanas que habían tomado la ciudad portuaria aramita, pero en aquel corto espacio de tiempo se había convertido rápidamente en una parte valiosa de su campaña occidental. Chaenylon les proporcionó una nueva localización desde la que enviar suministros a las fuerzas que cada vez se acercaban más al corazón del imperio, Canisargos. Después de todos aquellos años, la gran ciudadela del imperio se encontraba a tiro. Los aramitas se habían mostrado siempre más dispuestos a ceder sus estados esclavos que a dejar que Canisargos redujera sus exageradas defensas. Ahora, ni siquiera eso los salvaría. La confederación de reinos libres, con la ayuda del Grifo y del duque Morgis, había creado una combinación de ejércitos que no tardaría en lanzar un ataque contra la ciudad aramita. Era posible que el imperio de los piratas-lobos dejara de existir en el plazo de tres años.

Eso no significaba que los piratas serían derrotados. Existirían focos de resistencia durante años y más de un barco había conseguido escapar a mar abierto.

Gwen se estremeció al escuchar esto último. Aún no había contado a sus invitados los rumores sobre los piratas-lobos, en parte porque temía que fueran a marcharse en cuanto se enteraran, pero también porque ella necesitaba saber lo que había sucedido al otro lado del mar.

–O bien sabían lo del inminente ataque o fue pura mala suerte, pero, fuera lo que fuese, una mañana atacaron Chaenylon. Seis naves de guerra simplemente entraron en el puerto. El muelle se convirtió en algo caótico. Utilizaron catapultas especiales para bombardear la ciudad. Había grif…, jinetes sobre grifos por todas partes. Peor aún, de cada barco surgió una fuerza armada. Repelimos la primera oleada, pero no hubo forma de impedir que la segunda consiguiera desembarcar. – Los ojos del pájaro-león miraron al vacío. Se encontraba de nuevo en el corazón de la batalla-. La parte occidental de Chaenylon estaba en llamas. Los aramitas se hicieron con el control de los muelles, y luego se desplegaron por la ciudad.

Lady Bedlam recordó el asedio de Penacles sucedido muchos años atrás. Ella y Cabe, huyendo de los Reyes Dragón que buscaban al nieto de Nathan Bedlam, habían sido acogidos por el Grifo. A los dragones aquello no les había hecho la menor gracia, y, durante días, habían intentado tomar Penacles. La batalla, aunque jamás había alcanzado el nivel de virulencia que los defensores de Chaenylon debían de haber tenido que soportar, había sido terrible. La hechicera podía imaginar perfectamente por lo que debían de haber pasado sus dos invitados.

–Nunca podremos estar seguros de lo que sucedió.

–¡Sabemos suficiente!-siseó Troia-. ¡Sabemos que fue D'Farany otra vez o al menos alguna de sus marionetas!

–Sssí, sabemos eso. Sabemos que fueron los perros sarnosos de D'Farany, Troia; si no ¿por qué estaríamos aquí ahora? – Gwen habría hablado entonces, pero el Grifo, sin advertir su reacción a esta última noticia, continuó con su horripilante relato-. Sucedió durante el combate. Has de comprender, lady Bedlam, que nosotros estimábamos a Demion por encima de todo lo demás. Era nuestro orgullo. A pesar de sus deseos, lo mantuvimos alejado todo lo que pudimos, pero nadie podía contar con la tenacidad de los piratas-lobos.

Habían trasladado a Demion y a varios otros a lo que se consideraba la zona más segura de la ciudad, bien lejos de la peligrosa línea de combate. No sólo existía una línea de defensa para protegerlo, sino que además había muy poco en aquella zona que pudiera interesar a los piratas. Chaenylon había sido uno de los centros de estudio cartográfico del imperio y por lo tanto se habían construido aquí enormes archivos para guardar gran parte de la suma de sus conocimientos marítimos. En sus archivos se almacenaban mapas que tenían siglos de antigüedad junto con otros más actuales. Tanto si los habían trazado los mismos aramitas o los habían robado de algún navío capturado, los mapas estaban todos cuidadosamente guardados para ser utilizados más adelante. Gran parte de la zona adonde habían llevado a Demion era simplemente una prolongación de aquellos archivos; aparte de eso no había más que pequeños almacenes de armas y comida. Cualquier cosa que hubiera tenido auténtico valor para el ejército invasor debería haberse encontrado cerca de la zona de lucha.

No obstante, alguien entre los piratas tenía sin duda necesidad de aquellos mapas. Una necesidad lo bastante grande como para enviar a un pequeño pero eficiente destacamento en busca de los archivos. Sin que se supiera cómo, habían conseguido deslizarse tras las líneas, dejando un reguero de centinelas muertos a su paso, y alcanzaron su objetivo sin encontrar más que una resistencia mínima, pues la atención de todos estaba puesta en la batalla principal. Una vez en el interior de los edificios, procedieron a saquear los archivos.

Fue allí donde si duda tropezaron con Demion, que había abandonado la seguridad del edificio donde lo habían dejado sus padres.

Llegado a este punto el Grifo se irguió en toda su estatura. Su melena se erizó y su voz sonó a la vez orgullosa y entristecida al añadir:

–Sabemos que él y unos cuantos soldados que lo acompañaban dieron lo mejor de sí mismos. Nueve piratas encontraron la muerte allí, tres de ellos definitivamente a manos de nuestro hijo. – Hizo entrechocar los dos puños-. Pero había más de nueve.

–¡Y el cobarde que acabó con él lo hizo por la espalda! – rugió la furiosa y contrariada mujer-gato, poniéndose en pie. Sus zarpas se abrían y cerraban a gran velocidad mientras indudablemente revivía la escena en su mente.

Aunque apenas era capaz de mantener la propia compostura, Gwen respondió con tono consolador:

–¡Pero no permitió que lo mataran sin pagar por ello, Troia, Grifo! Hizo que pagaran cara su muerte. Combatió con honor hasta el final. Me apena vuestra pérdida, pero son los buenos recuerdos de él los que debéis conservar a partir de ahora. Los recuerdos de lo que significaba para vosotros y cómo estará siempre con vosotros sin importar dónde estéis. – Se daba cuenta de lo diferente que era el proceso mental de ambos comparado con el de ella o el de Cabe. Tanto el Grifo como su compañera eran civilizados, pero también eran depredadores, más incluso que los humanos. Sólo podía esperar que sus precipitadas palabras tuvieran algún sentido para ellos-. Demion querría que mirarais al futuro, no que hurgarais en un remolino de dolor y cólera.

–Miramos al futuro, Dama del Ámbar. Contemplamos la cacería definitiva, la forma de atrapar y acabar con los perros sarnosos responsables de su muerte. – Los ojos medio rapaces, medio humanos del Grifo se clavaron en el despejado cielo. Tanto él como su esposa se calmaron un poco, al menos en apariencia-. Perros que tienen que haber huido al Reino de los Dragones, si lo que descubrimos es cierto.

–¡El Reino de los Dragones! – Era la verificación de todo lo que había temido, pero Gwen no reveló ese temor a la pareja.

Poco dispuesta a volverse a sentar, Troia empezó a pasear a un lado y a otro con gráciles movimientos.

–Al final, conseguimos rechazar el ataque de los malditos perros. Perdieron dos naves allí, pero Chaenylon quedó en ruinas. Tardamos casi todo el día en descubrir… su cuerpo. Si el pirata que lo mató regresó a las naves con los otros supervivientes o pereció en la ciudad antes de poder huir, probablemente jamás lo sabremos, señora. Ojalá pudiéramos… Lo seguiría personalmente al fin del mundo. Lo que sí sabemos es que parecían estar especialmente interesados en los mapas concernientes al Reino de los Dragones.

–Y descubrimos entonces que tres de los barcos jamás regresaron al imperio -interpuso el Grifo-. Tres barcos, incluido el que transportaba a lord D'Farany.

–Ya lo has mencionado dos veces… ¿quién es?

–Es un guardián, lady Bedlam. Un hechicero aramita.

Sus palabras la sacudieron con la fuerza de una flecha certera. Puesto que se había mantenido al corriente de la lejana guerra desde su inicio, la hechicera estaba enterada de gran parte de los acontecimientos de mayor relevancia. Existía uno en particular que recordaba con respecto a los guardianes.

–¡Pero todos murieron! ¡Hace casi veinte años!

–Murieron o enloquecieron, quieres decir. Lord Ivon D'Farany no murió; en cuanto a si se volvió loco, eso es otra cosa.

–¡Incluso así, debería carecer de poderes! – ¿Se estaría encaminando Cabe hacia un enfrentamiento con un hechicero de las artes más siniestras?– Dijiste que…

–Habían perdido el vínculo que los unía a su dios, el nada llorado Devastador, sí. Lo recuerdas correctamente. Esa pérdida, esa retirada de poder, fue suficiente para matar a la mayoría y dejar desequilibrados al resto. – Lanzó un graznido-. De algún modo, un guardián joven llamado D'Farany sobrevivió y, aunque no se puede afirmar que no tuviera poder propio, ha sacado a la luz una y otra vez talismanes y artefactos que se consideraban perdidos y los ha utilizado en provecho de los piratas. – El pájaro-león alzó la mano mutilada-. Esto es obra de lord D'Farany; ni siquiera mis poderes son suficientes para curarlo como es debido. También Troia luce las señales de uno de los descubrimientos del guardián. – La mujer se volvió para que Gwen pudiera observar mejor las cicatrices que le cruzaban el rostro. Fue entonces cuando la hechicera se dio cuenta de que brillaban tenuemente. Relucían con un tono rojo sangre-. El, más que nada, ha conseguido retrasar el final de la guerra en al menos tres o quizá cuatro años.

–¡Y hace todo esto a pesar de que los propios perros murmuran sobre su cordura! – bufó Troia, sin dejar de dar vueltas.

Sus veloces y constantes movimientos desbarataban los esfuerzos de Gwen por permanecer tranquila.

–Pensáis que está aquí.

-Tiene que estar -replicó el pájaro-león, suplicante casi de nuevo-. No existe otro lugar en el que pueda ocultar un ejército tan grande. No puede permanecer cerca del imperio o de las tierras libres. D'Farany, al abandonar la guerra, se ha convertido en cierto modo en enemigo de ambos. Por eso debe estar aquí.

–¿Qué hay de la guerra? ¿Qué sucederá ahora que os habéis ido?

El Grifo la miró fijamente.

–La guerra ahora va bien incluso sin nosotros y en especial sin D'Farany para ayudarlos. Nosotros hemos dado más de una década de nuestras vidas además de la vida de nuestro único hijo. No hubo nadie que no pensara que teníamos derecho a marcharnos. No los abandoné. En realidad, Sirvak Dragoth se sentirá muy feliz si se acaba de una vez con los perros. D'Farany y sus hombres, mientras sigan vivos para volver a luchar, constituirían una amenaza constante que planearía sobre las tierras libres y las aguas que las rodean.

–Lo encontraremos, señora -siseó la mujer-gato-. Es tan culpable de la muerte de Demion como si hubiera sido él quien asestó el golpe. Sólo su muerte puede pagar la de nuestro hijo.

–¿Realmente lo creéis? – no pudo menos que soltar la preocupada hechicera.

Ninguno de los dos fue capaz de mirarla a la cara, pero Troia respondió muy despacio:

–Ninguna otra cosa equilibrará la balanza; ni siquiera… -Se mordió la lengua en el último minuto, al parecer reacia a compartir más información con su anfitriona-. Nada.

–El viaje hasta aquí no ha hecho más que reavivar los rescoldos -añadió el Grifo. Parecía como si, cada vez que uno titubeaba, el otro ocupaba su puesto para continuar el relato. Para Gwen, aquello demostraba lo unida que estaba la pareja y a la vez lo unidos que habían estado a su hijo-. Cuando llegamos a las playas de Irillian, casi no pude contener mi deseo de utilizar la magia para que nuestro viaje hasta aquí fuera más corto; pero, por respeto al Dragón Azul, me contuve hasta que llegamos a la frontera entre su territorio y el del Dragón de las Tormentas. Allí descubrí que ya no podía esperar más y, arriesgándome a provocar las iras del señor de Wenslis, nos teletransportamos desde sus tierras hasta las ruinas de Mito Pica, justo más allá de vuestro bosque. Nos podríamos haber materializado incluso en los mismos límites de vuestro territorio, pero el Dragón Verde siempre ha sido un buen vecino de Penacles y no deseaba provocar mala voluntad contra mi antiguo hogar.

–Hemos contado nuestra historia, lady Bedlam. – Troia avanzó hasta la hechicera, y casi se inclinó sobre una rodilla ante ella-. Grif dijo que, si alguien podía ayudarnos, si alguien sabía algo, serían los Bedlam.

El Grifo se colocó junto a su compañera y posó la mano mutilada sobre el hombro de ésta.

–Aun cuando no tengáis noticias de los piratas, os pido que nos concedáis el favor de dejarnos pasar al menos una noche para que podamos recuperarnos para la caza que nos espera. Tenéis mi palabra de que os compensaré por las molestias.

Ella los miró, contempló sus ojos a la vez suplicantes y esperanzados, y quiso contestar que no había oído nada. Al igual que Caballo Oscuro con Sombra, estaban obsesionados. Aun así, Gwen no tuvo valor para mentirles, posiblemente porque sabía que en esas circunstancias ella habría actuado igual.

–Creemos que los piratas-lobos están en Legar.

Permanecieron inmóviles ante ella, sin comprender de momento su categórica declaración.

–Cabe está allí… y Caballo Oscuro también.

El Grifo no discutió sus motivos para no ofrecer la información antes. Puede que comprendiera que ella había querido escuchar primero su historia. Así pues, se limitó a preguntar:

–¿Hace cuánto tiempo? ¿Dónde exactamente?

Troia se alzó y se aferró a su brazo. Las uñas se hundieron en él con fuerza, pero el Grifo no pareció advertirlo.

–No lo sabemos. Cabe y Aurim tuvieron una visión. Luego Cabe tuvo otra. Eran muy extrañas, pero ambas señalaban en dirección a Legar. Las dos señalaban al Dragón de Cristal… y a los piratas-lobos.

Como únicamente estaba familiarizada con el Reino de los Dragones a través de los relatos de su esposo, Troia no comprendió la importancia de lo que se acababa de decir.

–¿Podemos hablar con este Rey Dragón? ¿Nos ayudará?

La melena del pájaro-león volvió a erizarse.

–El Dragón de Cristal no es como Azul o Verde, a los que se puede apelar en ciertas ocasiones. No se parece a ninguno de sus congéneres, Troia. Tanto él como sus predecesores siempre han permanecido aislados. Tolera a aquellos que por un motivo u otro se ven obligados a atravesar la península, pero pobre del que intente alterar su tranquilidad. Fue él quien ayudó a cambiar el curso de los acontecimientos contra uno de los suyos, el Dragón de Hielo. Sin su ayuda, el Reino de los Dragones podría ser ahora un mundo muerto bajo un manto eterno de hielo y nieve. – El Grifo se quedó pensativo-. Háblame de Cabe y de su viaje. Cuéntamelo todo.

Gwen lo hizo, describiendo las visiones, las decisiones tomadas por los Bedlam, y el ataque contra la persona del Rey Dragón Verde. El Grifo ladeó la cabeza a un lado durante el relato de ese incidente y también ante la mención del barco negro en la visión. La nota de Cabe desde Zuu atrajo particularmente su atención. Una nueva vida había aparecido en sus ojos, pero seguía siendo una vida dedicada a una causa: encontrar a los responsables de la muerte de su hijo.

–Zuu. Recuerdo a Blane. A sus jinetes.

–¿Y a Lanith? – inquirió la hechicera.

–Me es desconocido y no creo que tenga mucho que decir en todo esto.

Ella no pensaba lo mismo, pero no resultaba tan fácil decírselo al Grifo.

–Planeas ir allí.

–Sí.

–Deberíamos marcharnos antes de que se ponga el sol -instó Troia a su compañero.

Él le dedicó una mirada extraña, aun para su rostro rapaz. Luego, con una cierta vacilación, contestó:

–Tú no vienes conmigo. No a Legar. A cualquier otro lugar, incluso a los Territorios del Norte, te llevaría, pero no a Legar.

–¿Qué quieres decir? – La fina capa de pelo que recorría la espalda de Troia se erizó-. ¡No permitiré que me dejes atrás! ¡No ahora!

–Legar es el único lugar donde el riesgo es excesivo para vosotros dos.

Gwen paseó la mirada del uno al otro. «¿Vosotros dos?»

–En cualquier otro momento, en cualquier otro lugar, te querría a mi lado, Troia, pero no te conduciré al interior de Legar.

–¡No soy una criatura desvalida ni mucho menos, Grif! ¡Mi vientre aún no ha empezado a redondearse!

Estaba embarazada. La hechicera maldijo sus palabras. De haberlo sabido, habría hablado al Grifo en privado. Al igual que la reina Erini, Gwen no era de las que se sientan recatadamente a un lado mientras los otros pelean, pero la creación de una nueva vida era para ella algo muy precioso. Perseguir piratas-lobos ya resultaba bastante terrible, pero hacerlo ahora y en el territorio de un imprevisible y posiblemente malévolo Dragón de Cristal era una total estupidez en el caso de una futura madre, en especial después de haber perdido a su otro hijo.

Estaba claro que habían discutido el asunto varias veces en el pasado y que Troia había vencido siempre. Que existiera alguien capaz de igualar al Grifo en tozuda determinación habría resultado divertido en circunstancias más agradables. Ahora, en cambio, únicamente amenazaba con embrollar aún más la situación.

–Troia, ¿estás embarazada?

La mujer-gato giró en redondo hacia ella, pero se controló en el último momento y recuperó la compostura. Parecía haber envejecido tras su arrebato de cólera contra su esposo.

–Desde hace ocho semanas. En un principio creí que se trataba de náuseas provocadas por el viaje; a ninguno de los dos nos gusta mucho el mar. Pero no pasó, y no tardé en reconocer los síntomas de… de cuando estuve embarazada de Demion.

–También te has cansado más deprisa estos últimos días -le recordó el pájaro-león-. Lo cierto es que empecé a preocuparme aun antes de que desembarcáramos. – Su voz sonaba más comprensiva, más preocupada. Tanto él como su compañera eran criaturas de carácter muy vivo.

«Los años te han cambiado, Grifo, o puede que simplemente te hayan vuelto más abierto.» La hechicera estudió a Troia. A pesar de la flexibilidad de su cuerpo, se veían indicios aquí y allá de envejecimiento que nada tenían que ver con los años de guerra. ¿Cuánto tiempo vivían los seres-gatos? Troia poseía poco o ningún poder mágico, lo que significaba que ella, como el rey Melicard, envejecería más deprisa que aquel al que amaba. Respecto a eso, nunca había estado claro cuánto tiempo podría vivir el Grifo si se le permitía morir de viejo. No era como Cabe o Gwen; su vida podía ser tan larga como la de un Rey Dragón o puede que incluso más. Sin duda que él había pensado en ello, lo que significaba que el tiempo que viviera con su esposa resultaba aún más valioso para él; saber que la vida de ella era limitada en comparación con la suya… no hacía más que añadir importancia al hecho de que a esta nueva criatura se le permitiera llegar al mundo feliz y en perfectas condiciones.

«Y ella sólo ha tenido una criatura en todo este tiempo -reflexionó Gwen, sin dejar de estudiar a la preocupada mujer-gato-. Ésta puede muy bien ser su última oportunidad.» Tampoco existía la menor duda de que Troia deseaba enormemente a esta criatura. De lo poco que Gwen sabía sobre los de su raza, sí sabía que éstos acostumbraban tener muchos hijos. Troia, sin embargo, sólo había tenido uno y entre los suyos los niños eran algo precioso y que se cuidaba con esmero. No podía permitirse perder éste.

–¡Hicimos un pacto de que llegaríamos juntos hasta el final, Grif!

El Grifo cerró de nuevo las garras, pero la acción no iba dirigida contra su compañera.

–Estarás conmigo, Troia, te lo prometo. También te prometo que regresaré con la cabeza de D'Farany si es necesario para demostrarte que Demion ha sido vengado, pero ahora me doy cuenta de que debo hacerlo solo.

–No estarás solo, Grifo -interpuso rápidamente Gwen-. Mi esposo y Caballo Oscuro están allí ya. Encuéntralos. Su misión está ligada a la tuya. – Y en silencio añadió: «¡Y cuida de que Cabe regrese a mi lado!».

–Entonces ya está -dijo el Grifo, y abrazó a su esposa. Esta permaneció rígida al principio, pero luego le devolvió el abrazo con una fuerza que competía con la de él en intensidad pura-. Conozco el Reino de los Dragones, Troia. Créeme cuando digo que éste es un lugar en el que no arriesgaría tu salud y la de nuestra descendencia. Ya sabes por qué lady Bedlam se ha quedado aquí; ¿la consideras menos capaz que su esposo por eso?

La mujer-gato clavó la mirada en la de Gwen.

–No. Jamás. La conozco desde hace demasiado tiempo a través de sus cartas para creer una tontería así. ¡Si tan sólo pudiera ir, no obstante! ¡Dejé a Demion en ese lugar!

Dejamos a Demion en ese lugar. No había modo de que ninguno de los dos pudiera prever lo que sucedió. – Lanzó un graznido, el equivalente a un suspiro. El Grifo tenía la costumbre de pasar de sus características humanas a las animales de forma instintiva-. Vinimos de cacería y cazaremos, pero esta vez debo cazar solo. Y obtendré mi presa.

La esbelta hechicera se estremeció. Una vez más, comprendía que no se podía juzgar completamente a sus invitados según los baremos humanos, pero eso no era todo. La guerra y la muerte de Demion habían cambiado al Grifo de una forma que la Guerra del Cambio nunca había conseguido. «Se ha convertido en algo demasiado personal. Ojalá pudiera impedir que fuera.» De todos modos agradecía que fuera, ya que significaba renovadas esperanzas para Cabe.

–Necesitarás descanso y comida, Grifo. No permitiré que te marches hasta que hayas tenido un poco de ambas cosas.

Él le dio las gracias con un gesto de asentimiento, y luego bajó los ojos hacia su esposa.

–Si lady Bedlam lo permite, preferiría que te quedaras aquí. No existe mejor lugar para ti que junto a ella.

–Hay un lugar -lo corrigió Troia-, y es contigo.

–Después de Legar.

–Puede quedarse todo el tiempo que desee, Grifo. Ya lo sabes.

–Entonces esta noche partiré hacia Zuu, a ver si puedo encontrar la pista de Cabe.

–¿Te teletransportarás? – Troia parecía repentinamente alterada otra vez.

El Grifo no pareció advertirlo.

–Conozco la región y me ahorrará días de viaje. Desde allí, me teletransportaré con todo el cuidado posible al centro de Legar.

–¿No es eso peligroso? – preguntó Gwen-. Puedes materializarte ante una patrulla de piratas-lobos.

Él le dedicó una mirada casi desprovista de emoción.

–Nadie los conoce tan bien como yo. Confía en mí, mi señora.

–Aun así, sigue sin gustarme. Debería estar contigo, Grif -dijo Troia.

–Y lo estarás. – El Grifo se llevó una mano al corazón-. Siempre estarás aquí.

Gwen los dejó que zanjaran solos la cuestión mientras pensaba en Cabe. Al igual que Troia, se sentía todavía disgustada por haber sido dejada atrás, pese a que ambas sabían que no era porque sus esposos las consideraran inferiores a ellos. Incluso si el Grifo hubiera ofrecido ocupar su lugar y cuidar de los niños, ella sabía muy bien que habría declinado la oferta. Alguien tenía que quedarse con los niños, en especial con las cambiantes condiciones del Reino de los Dragones, y ésta había sido la misión de Cabe desde el principio. Era a él a quien se lo habían solicitado. No era una elección que hubieran hecho muchos padres, pero ella lo había escogido y tendría que vivir con ello.

Se consoló con la idea de que la presencia del Grifo haría más posible la seguridad de Cabe. Con el pájaro-león, su esposo y el incontrolable Caballo Oscuro juntos, ni los piratas-lobos ni el Dragón de Cristal eran obstáculos insuperables. Era posible, ademas, que la situación no fuera tan terrible como ellos daban por supuesto. Existía incluso la posibilidad de que Cabe regresara mucho antes de que su viejo amigo pudiera marcharse. Eso si se daba por supuesto que no le hubiera ocurrido nada aún.

El hombre azul avanzaba tambaleante por entre aquella niebla dejada de la mano de dios, maldiciendo la mágica habilidad de ésta para deslizarse aun al interior de los pasadizos subterráneos más oscuros. Si ya resultaba difícil ver con las antorchas encendidas, mucho más lo era con aquella espesa bruma que envolvía todo lo que lo rodeaba.

Sin embargo, en la niebla había algo más, algo seductor. Percibía poder, fuerzas salvajes que circulaban por ella. D'Rance había visto incluso la prueba de ello; había contemplado cómo los suelos se retorcían y giraban, cómo las paredes absorbían a un hombre como si jamás hubiera estado allí, y cómo figuras fantásticas realizaban cabriolas por entre la bruma. Simples puntas del proverbial iceberg, comprendió el norteño. Arriba, los que se encontraban en la superficie se estarían enfrentando a mucho más. La ciudad Quel parecía amortiguar los efectos del poder descontrolado, aunque no sabía si eso era intencional o simple casualidad. El tema podía esperar hasta más tarde, hasta que hubiera llegado a la superficie y explorado un poco más. A pesar de lo mucho que le disgustaba la niebla, ésta le ofrecía posibilidades que ni siquiera lord D'Farany podía igualar. Tenía que averiguar de dónde procedía.

Se hallaba cerca de la boca del túnel cuando una figura del tamaño de un perro pasó rozándole los pies, lo que lo hizo caer contra una pared del pasadizo. Desde un punto situado a su izquierda, la oyó gruñir. Un verlok. Conocía bien el sonido de la época pasada en Canisargos, y sólo había un verlok en esta parte del mundo.

–Kanaan… ¡Qué amable eres al encontrarte allí donde yo te quería!

–¿Lord D'Farany? – No podía ver nada salvo la vaga imagen del verlok… aunque se suponía que la luz del día estaba intentando atravesar la lóbrega niebla.

–Ya descendíamos. No era necesario que vinieras a nuestro encuentro.

–Sí, mi señor. – El hombre azul apretó las manos con fuerza-. Debo disculparme por no haber observado vuestra presencia antes. Esta maldita niebla causa estragos en la vista.

Una figura tomó forma ante él: el jefe de la manada.

–Supongo que eso podría resultar molesto, pero no resulta una gran preocupación comparado con otras cosas. ¿Fascinante, no lo dirías así? Como si se entrara en otro mundo.

«¡Un mundo que se ha vuelto loco, sí!» Kanaan D'Rance quería estudiar las fuerzas mágicas involucradas, pero no le importaba en absoluto ningún otro aspecto de él. Todo lo que deseaba era encontrar una forma de manipularlo.

–Es único, sí -respondió a su señor.

–Pero es evidente que habrá que hacer algo al respecto; perturba a los hombres, ¿sabes? Perturba mi trabajo.

«¿Y es eso todo lo que está haciendo?» El hombre azul se sentía a menudo fascinado por la peculiar forma de pensar del jefe de la manada.

–Es mágica, como sin duda ya habrás adivinado. No se parece a nada. No se parece en absoluto a su poder. Una vergüenza, la verdad. – D'Farany se inclinó y recogió del suelo su repugnante mascota-. Repele más que atrae. Creo que debo sacarla de este lugar y enviarla al lugar de donde él la haya sacado.

–¿Él?

–El Dragón de Cristal, desde luego.

Lord D'Farany pasó junto a él, lo que dio al verlok la oportunidad de gruñir al hombre azul. D'Rance lo siguió apresuradamente, sabiendo lo fácil que podía ser perder a alguien en medio de aquella espesa masa.

El suelo del túnel se agitaba bajo sus pies; pero, mientras que el hombre azul tenía que realizar un gran esfuerzo para mantener el equilibrio, el jefe de la manada sencillamente pisaba aquí y allá, avanzando como si no sucediera nada. Un contrahecho tentáculo de roca salió disparado de una de las paredes, pero por algún motivo no acertó a D'Farany. El norteño, en cambio, se vio obligado a agacharse, una acción no muy fácil de realizar si se tiene en cuenta que el suelo bajo sus pies seguía moviéndose.

«¡Se comporta como si el mundo normal fuera así! ¿Acaso es esto lo que él ve siempre?», pensó D'Rance. De ser así, ello explicaba muchas cosas sobre Ivon D'Farany.

Aunque nada importante estorbó su caminata en la oscuridad, el hombre azul penetró en la cámara minutos más tarde con una gran sensación de alivio. Alivio y curiosidad, ya que inmediatamente advirtió que la sala cristalina no estaba afectada como las otras. No había niebla a pesar de que el túnel situado justo fuera de ella resultaba imposible de recorrer guiándose tan sólo por la vista.

El jefe de la manada, sin prestar atención a nada más, se inclinó sobre el artefacto Quel y suspiró visiblemente. Tras quitarse los guantes, tocó con ternura los diferentes cristales de la disposición, para terminar con la pieza añadida por él mismo.

–¿Dónde está Orril?

–Lamento, mi señor, tener que decir que no sé dónde está -contestó, e interiormente se dijo: «Espero que perdido irremediablemente».

Pero D'Rance sabía que no tendría tanta suerte. D'Marr sin duda mostraría su pequeño rostro inexpresivo en el momento más inconveniente posible.

–No importa -contestó el antiguo guardián, a la vez que empezaba a activar el objeto mágico.

El interés iba ganando terreno a la incertidumbre. Había observado con atención a lord D'Farany mientras éste aprendía a manejar la herramienta de los cavadores, y observar al jefe pirata se había convertido en un aprendizaje, aunque pronto ya no necesitaría observar. Aun así, si lord D'Farany tenía un plan para dispersar la maloliente y descompuesta bruma, entonces aún había cosas que el hombre azul podía aprender de él.

–Si se me permite, señor, tenéis un plan, ¿no es así? ¿Qué vais a hacer, por favor?

No captó la fascinada sonrisa que apareció en el rostro del jefe de la manada, iluminado por los cristales, pero el tono de sus palabras fue suficiente.

–No tengo plan, Kanaan. Simplemente voy a jugar.

D'Rance se encontró de improviso envidiando a los hombres de la superficie. Ellos sólo tenían que temer a la niebla.