auténticos progresos, sí.
V
De haber sido cualquier otro, el hechicero se habría sentido bastante temeroso ante el espectáculo que ofrecía ahora su esposa. Era, por el momento, la diosa del bosque, la Dama del Ámbar, como muchos la consideraban aún. Toda ella emanaba poder. Las brillantes trenzas escarlata ondeaban con vida propia y parecía dos veces más alta que Cabe. Sus ojos de color esmeralda brillaban como verdes llamas gemelas que, en otras ocasiones, habían provocado en Cabe un placentero aturdimiento. Sólo una o dos veces en el pasado había visto en su rostro una expresión como la que ahora lucía, y las dos veces porque sus hijos habían corrido peligro.
Le dolía verla así, pues sabía que era únicamente su amor y temor por él lo que había provocado tal furia.
–Ya sabes lo que acordamos, Gwen. No es por nosotros; es por los niños. No es justo arriesgarnos los dos. Alguien tiene que quedarse con ellos… sólo por si es necesario. Fuiste tú quien pensó en eso, recuerda.
–Lo sé. – Mostró una expresión de amargura-. Pero sería más sencillo si fuera yo quien corriera el riesgo. Entonces sabría que tú estás a salvo y cuidando de los niños. Sea lo que sea a lo que me enfrentase, podría arrostrarlo mejor sabiendo eso.
–¿Y yo no? Gwen, sabes que eres mi compañera a la vez que mi pareja, pero esta vez tengo que ir yo, y solo. Las visiones vinieron a mí…
–Y a Aurim.
Tuvo que darle la razón en esto.
–Pero creo que puede haber sido porque él y yo somos muy parecidos en muchas cosas. La segunda vez, sólo yo vi las imágenes. Además, no puedo llevarlo conmigo. No está preparado… a menos que su control se haya beneficiado enormemente de lo sucedido el otro día.
Gwen esbozó una sonrisa.
–Esta mañana encontré a uno de los hombres palo vagando por el jardín. Al parecer, cuando Aurim intentó invertir el conjuro, no pudo vigilarlos a todos y éste escapó. No, aun cuando estuviera dispuesta a arriesgar a nuestro hijo, que no lo estoy, debo aceptar que no está preparado.
–Bien.
–Pero tampoco te dejaré ir solo. Al menos espera a que el Dragón Verde se recupere.
–Sería demasiado tarde. El ataque no le causó gran daño físico, pero lo ha dejado sin poderes mágicos. Estará demasiado débil durante algún tiempo.
El hechicero cruzó el dormitorio hasta una de las ventanas que daban al jardín. Abajo, las gentes cuyas vidas él guiaba se ocupaban de sus labores diarias, tan sólo vagamente conscientes de que algún acontecimiento de gran importancia captaba ahora el interés de su señor y señora. Los dos hechiceros llevaban discutiendo aquello desde que habían despertado… en realidad, desde la noche anterior, cuando él había sacado a colación el tema. Cabe había aguardado hasta estar seguro del estado del Dragón Verde, porque había esperado lo mismo que ella. El señor del Bosque de Dagora había estado de acuerdo en que la situación era demasiado preocupante para hacer caso omiso de ella y había querido unirse a él, pero por el momento era menos capaz de ayudar a Cabe que Valea, la joven hija del hechicero.
–Entonces yo debo ir contigo. – Se reunió con él junto a la ventana y, apoyándose en su espalda, lo rodeó con sus brazos-. Tendremos que pedir a Toos que cuide de los chicos.
–Ya puedo imaginarlo. Tengo otra idea.
–¿Cuál? – El tono de ella indicaba que cualquier idea sería bien recibida siempre y cuando significara que él estaría a salvo. Por desgracia, los dos sabían que no podía existir tal idea mientras él planeara viajar al corazón de Legar, en especial si allí había piratas-lobos.
–Voy a intentar localizar a Caballo Oscuro. Creo saber dónde puede estar y pienso que estará dispuesto a ayudar.
Había habido una época, tiempo atrás, en que la simple mención de la diabólica criatura habría provocado un pétreo silencio en la hechicera. Caballo Oscuro era un ser del Vacío, un lugar en el que no había nada, situado fuera del plano humano. Aunque hacía mucho tiempo que se presentaba bajo la forma de un oscuro corcel gigantesco, la criatura era más bien un agujero viviente, y su forma de actuar no siempre era como la de otras criaturas vivas, si es que «vivir» era una palabra que podía aplicarse a lo que él era.
Lo cierto es que no era tan sólo su naturaleza lo que lo hacía en cierto modo repulsivo para la hechicera, sino también las compañías que frecuentaba. Caballo Oscuro había sido compañero de Sombra, el hechicero cuya búsqueda de la inmortalidad y el poder lo había convertido en una fuerza que se balanceaba entre la luz y la oscuridad a cada nueva reencarnación. Únicamente Caballo Oscuro -y puede que Cabe y la reina Erini, que, hacia el final, habían llegado a conocer al hechicero sin rostro mucho mejor- lloraban a Sombra.
De todos modos, Gwen había acabado reconciliándose con Caballo Oscuro, en gran parte debido a la amistad de éste con Cabe.
–Si pudieras encontrarlo, me sentiría mucho mejor con respecto a todo esto, pero eso crea un interrogante: ¿cómo esperas encontrarlo tan deprisa? Podría estar en cualquier parte y tú mismo dices que sólo tenías este día, un día del que ya hemos agotado una parte. Podría estar en cualquier sitio, incluso más allá del Reino de los Dragones, tú lo sabes.
El moreno hechicero suspiró.
–Aparte de nosotros, sólo existe otra persona a la que realmente visite de vez en cuando.
–Erini.
–Erini. La iré a ver y le preguntaré si lo ha visto o ha tenido noticias suyas. Ojalá se me hubiera ocurrido cuando estuvimos allí la última vez.
La hechicera lo soltó y se colocó a su lado. Juntos contemplaron cómo algunos de los trabajadores humanos y draconianos transportaban un par de largos bancos al interior del jardín. Los Bedlam habían animado a su gente a utilizar el esculpido terreno, siempre y cuando tuvieran cuidado de conservarlo en condiciones. La población de su diminuto territorio había ido creciendo, no obstante, y así pues había sido necesario realizar algunas adiciones y cambios a los jardines.
–Tal vez a Melicard no le guste verte de vuelta tan pronto. A menudo me he preguntado si no nos culpará aún en parte por lo de su padre.
–Me culpará a mí, querrás decir. Era a mí a quien perseguían Kyrg y Toma cuando Kyrg llevó su ejército ante las puertas de Talak. – Cabe frunció el entrecejo, al recordar al joven príncipe que había conocido al principio. En aquella época, él y Melicard habían tenido muchas cosas en común. Los dos eran inmaduros e ingenuos, cuando se habían visto arrojados en mitad de los acontecimientos. A Melicard le había costado la vida de su padre, pero mucho más le había costado a Cabe. Él había perdido no sólo al elfo que lo había criado y había sido más un padre para él de lo que Azran jamás podría haber sido, sino también, aunque sólo en espíritu, a su abuelo-. Supongo que en realidad no importa cuál es la verdad en este caso. Melicard es Melicard. Tenemos que vivir con eso y tendré que soportarlo cuando llegue allí.
–Entonces lo mejor será que te marches ahora.
Cabe comprendió que había estado vacilando, que podría haberse ido minutos antes pero había seguido hablando. Se inclinó al frente y besó a su esposa. Fue un beso que decía mucho del hecho de que, si bien sin duda volverían a verse antes de que él partiera para Legar, sólo sería por un tiempo muy, muy corto. – Adiós -susurró… y desapareció.
En circunstancias normales, Cabe se habría materializado en una de las salas de recepción donde dignatarios de otros reinos aguardaban una audiencia con Melicard. La situación no era normal, sin embargo, y así pues el hechicero eligió en su lugar aparecer en el aposento donde era más probable que encontrara a la reina. Esperaba localizarla y descubrir toda la información posible; luego se iría antes de que Melicard descubriera su presencia. De este modo sería más fácil.
Erini estudiaba y ponía a prueba sus habilidades mágicas en lo que antes había sido una sala auxiliar de entrenamiento de la guardia de palacio. Pero, para desgracia de Cabe, ella no estaba allí este día. Cabe había esperado encontrarla practicando. Era la hora correcta, pero sabía que Erini a veces alteraba sus horarios. Rascándose la barbilla, meditó sobre su siguiente movimiento. Había quizá dos o tres sitios más donde podría hallar a la reina a solas, no más. Aparte de esos lugares, tenía muchas probabilidades de toparse con el rey.
Ella no estaba en el campo de equitación ni en el siguiente lugar que visitó, las habitaciones privadas de la princesa Lynnette, hija única de los monarcas. De pie entre las elegantes pero fantasiosas pinturas de criaturas de los bosques que decoraban los aposentos de la princesa, Cabe maldijo en silencio; no tenía tiempo de corretear por ahí en busca de la reina Erini. Quedaba muy poco tiempo. Todavía faltaba la monumental tarea de localizar a Caballo Oscuro.
Se le ocurrió entonces otro lugar. Existía la posibilidad de que el rey también estuviera allí, pero era menos probable que en los otros lugares que le quedaban. Se teletransportó.
Estaba sentada en un sillón, con un diminuto globo de luz brillando sobre su cabeza, cuando Cabe se materializó a menos de un metro de distancia, frente a ella. La reina Erini dejó caer el libro que había estado leyendo y lanzó una exclamación ahogada, pero fue lo bastante rápida para reconocer al hechicero y por lo tanto sofocar el grito que sin duda habría seguido.
–¡Cabe! ¡Por Rheena! ¡Ya sabes que siempre eres bienvenido a mi presencia, pero desde luego esto es un poco exagerado!
La reina Erini de Talak no tenía mucho que ver con la imagen de una hechicera o una bruja tal y como la imaginaban la mayoría de los habitantes del Reino de los Dragones. En realidad parecía el perfecto ejemplo de una princesa de cuento de hadas. Delgada y de aspecto delicado, con largas trenzas del color del verano acentuando su rostro oval, Erini parecía acabar de dejar la adolescencia a pesar de que ya había transcurrido mucho tiempo desde entonces. Sus pálidas facciones eran perfectas. A diferencia del día de su última lección, iba vestida ahora con un vestido rojo y plata más práctico y menos ceremonioso. Todavía mostraba una buena cantidad de joyas cosidas a él y las típicas mangas abullonadas de los ropajes reales, pero aparte de eso era bastante sencillo. Se dijo que probablemente era su traje favorito por ese mismo motivo. La última vez que la había visto, la soberana vestía un complicado traje bordado en oro, una afectación de su país de origen, Gordag-Ai, apropiada para la imagen de una joven reina que sin duda debería haberse encontrado más a gusto bordando junto a sus damas de compañía que intentando realizar un conjuro mágico de cierta complejidad. Sin embargo, aun cuando era cierto que a Erini le gustaba bordar, también era una mujer que hacía tiempo había hecho saber que pensaba ser algo más que un objeto de exhibición para su esposo, el rey Melicard I. Era una persona que seguía sus propias ideas en todas las cosas, aunque respetaba las opiniones e ideas de otros, en especial de su esposo.
El rey, ante la sorpresa de muchos durante aquellos primeros años, no había discutido demasiado. Amaba a su esposa por lo que era, no por lo que representaba.
Cabe Bedlam se arrodilló rápidamente ante ella. En realidad no era necesario, pues Erini consideraba a los dos hechiceros como sus iguales, pero ello hizo sentir mejor a Cabe en compensación por el sobresalto que había causado a la reina.
–¡Perdonadme, reina Erini! Os he buscado en los lugares más obvios y luego he recordado vuestra afición por la biblioteca real.
El hechicero paseó la mirada por la impresionante colección de volúmenes que habían sido reunidos en la estancia revestida de paneles de roble. Aparte de Penacles, la Ciudad del Conocimiento, Talak podía presumir de poseer una de las mejores colecciones de obras escritas de todo el Reino de los Dragones. Los libros eran, en su mayoría, copias. Melicard había enviado escribas por todo el continente con la orden de intentar acceder a todo material escrito que pudieran encontrar. A requerimientos de Erini, ahora también había empezado a hacer que se copiaran algunas de las copias para poder compartir con otros lo que su gente había descubierto.
–He venido por un motivo muy urgente, de modo que mi llegada ha sido un poco más brusca de lo que hubiera deseado. Espero que pasaréis por alto mi transgresión.
–Únicamente si te sientas y dejas de mostrarte tan formal, maese Bedlam. – Indicó una de la media docena de elegantes y acolchadas sillas de la alfombrada habitación. Una leve sonrisa apareció en sus labios-. Y no debes temer la presencia de mi esposo. Estará ocupado durante algún tiempo con su hija, alguien a quien no ve demasiado teniendo en cuenta lo mucho que la quiere.
–Mi agradecimiento, rei… Erini. – Aunque el cuerpo de Cabe estaba rígido por el nerviosismo, se obligó a sentarse frente a la reina. El hechicero aguardó hasta que ella hubo recogido su libro y lo hubo colocado sobre la diminuta mesa que tenía al lado.
La esfera de luz, que se había balanceado a un lado y a otro durante el susto inicial, permanecía situada sobre su cabeza. Cabe señaló con la cabeza la mágica lámpara.
–Veo que has estado practicando. Está muy quieta.
–Ojalá hubiera practicado hace años. ¡Cuando pienso en el tiempo que he perdido!
–Desearía que dejaras de pensar eso. – Meneó la cabeza-. Erini, si hay algo que sé, es que no has perdido el tiempo. Posees un esposo y una hermosa hija. Has convertido a Melicard en un rey más accesible a las necesidades de su gente. – Cabe señaló con una mano las hileras de bien ordenados libros-. Has estimulado el aprender a leer. El único acceso que yo tuve a la lectura fueron los libros que Hadeen el elfo poseía. De hecho, el único motivo por el que aprendí a leer fue él. Ahora, tú amenazas con convertir a Talak en una ciudad comparable a Penacles en la educación de sus súbditos. – Cruzó los brazos-. Podría dar más ejemplos, pero eso debería ser suficiente.
–La verdad es que sí amenazo con hacer que Talak no quede por detrás de ninguna otra ciudad -respondió la delgada soberana. La sonrisa no sólo había regresado, sino que se había ampliado-. Tienes razón, Cabe, pero todavía me es imposible no enojarme conmigo misma por todos esos años durante los que permití que mi poder languideciera.
–Has visto demasiada muerte y destrucción. No fue para eso para lo que te criaron.
–Tampoco a ti.
Cabe sacudió la cabeza.
–Soy el nieto de Nathan Bedlam e hijo natural de Azran. Si no fue a mí a quien criaron para encontrarse en el centro de todos los problemas, no sé a quién. De un modo u otro, los problemas generalmente dan conmigo… lo que me devuelve al motivo de mi presencia aquí. – El hechicero se inclinó al frente y continuó en voz muy baja-: Esperaba encontrar a Caballo Oscuro aquí. Puedo detectar rastros de su presencia, pero nada lo bastante fuerte para decirme si está cerca o adonde puede haber ido. Necesito su ayuda, si es que quiere dármela, en un viaje al corazón de la península Legar.
–¡Hablas del territorio del Dragón de Cristal!
–Así es. Tampoco se trata de un viaje corriente. Si lo fuera, quizás estaría dispuesto a viajar solo. En circunstancias normales, el Dragón de Cristal no me prestaría atención a menos que yo intentara invadir sus cavernas.
–¿Y ahora? – Los ojos de Erini estaban fijos en él.
–Y ahora, puede que haya un ejército acampado en pleno corazón de su territorio. Un ejército bajo la insignia del lobo.
–¿Los aramitas? ¿Los rumores son ciertos? – Palideció ligeramente-. Creo que quizá Melicard debería estar aquí. También el comandante Iston. – Iston, oriundo del país de Erini, había sido, durante los últimos años, el jefe de los servicios de información de Talak.
–¡Por favor! – Cabe casi saltó de su asiento-. No hasta que me haya ido. Entonces se lo puedes contar todo. Lo importante es que tengo que descubrir exactamente lo que está sucediendo. Es por eso que esperaba encontrar a Caballo Oscuro.
–¿Y si no lo encuentras?
–Entonces iré allí solo.
La mano izquierda de la reina se cerró con fuerza y su voz sonó sepulcralmente fría.
–Gwendolyn jamás aceptará eso.
–No lo sabrá hasta que sea demasiado tarde. Me aseguraré de eso si es necesario, Erini. No pienso permitir que me siga.
Resultaba claro que ella no estaba de acuerdo con él, pero finalmente asintió.
–Como desees, Cabe. Esto significa que debo ayudarte a encontrar a Caballo Oscuro sea como sea. Jamás me atrevería a presentarme ante Gwen si algo te sucediera porque yo no había conseguido encontrarlo para ti.
–Ella nunca te haría responsable.
–No, pero yo sí. – La reina se levantó, alisó su vestido con las manos, y clavó su mirada en el vacío, las perfectas facciones contraídas en una expresión de intensa concentración-. Hace tiempo que no ha estado aquí y yo no lo espero. Ahí yace nuestro mayor problema. De todos modos, hay dos lugares que generalmente utilizamos para nuestros encuentros. Uno está dentro de palacio y el otro más allá de las murallas de Talak.
–¿Fuera? – La idea de que Melicard permitiera a Erini pasear fuera de la seguridad de la ciudad lo sorprendió.
–Si piensas que tus relaciones con mi esposo tienen sus momentos difíciles, deberías preguntar a Caballo Oscuro sobre sus propias experiencias. Lo único que realmente los une soy yo, Cabe. Melicard está agradecido por lo que el negro corcel hizo por mí cuando Mal Quorin, el traidor consejero de mi esposo, intentó apoderarse de Talak para entregarlo a su amo, el Dragón de Plata. Caballo Oscuro sabe que amo a Melicard. Los dos, no obstante, recuerdan las circunstancias en que se conocieron, cuando mi entonces futuro esposo obligó al pobre Drayfitt a atrapar y encerrar a Caballo Oscuro y a torturarlo incluso en su intento de convertirlo en su servidor.
Cabe se estremeció. Lo recordaba. Caballo Oscuro no era de los que perdonaban, aunque nadie podía culparlo por eso.
–A veces, cuando yo estoy cerca, se muestran muy cordiales, casi amistosos, pero su mutuo pasado siempre regresa. Por eso hay ocasiones en que es mejor visitar a Caballo Oscuro en un lugar apartado de los ojos de mi esposo. Quiero a mi esposo, pero no pienso abandonar a mis amigos… como ya sabes.
–Lo sé. – Levantándose, el hechicero vestido de azul se preparó para lo que iba a suceder-. ¿Dónde está ese primer lugar? El que está situado en el palacio.
–Mis aposentos privados -dijo, tomándolo de la mano-. Por favor; permíteme.
Mientras la reina hablaba, la escena a su alrededor cambió, y se encontraron ahora en el centro de un inmenso y elegante apartamento que hizo que Cabe abriera los ojos lleno de asombro. Enormes columnas se alzaban en cada esquina de la habitación, de un mármol blanco decorado con flores doradas tan naturales que al principio creyó que eran reales. El suelo también era de mármol, pero de diferentes colores dispuestos en un hermoso dibujo abstracto. Largas y gruesas alfombras de piel se extendían desde la imponente cama de madera hasta cada una de las cuatro puertas. Allí donde no había puertas, alegres tapices decoraban las paredes. Una hilera de armarios roperos indicaba la gran cantidad de ropa que utilizaba la realeza, al igual que el amplio espejo situado a un lado de los armarios.
La cama y el resto del mobiliario de madera del apartamento estaban todos hechos de la ahora rara madera del roble del norte. Esta madera no había resultado tan rara en la época en que se habían hecho los muebles, pero el invierno del Dragón de Hielo había hecho tanto daño que los robles aún no se habían recuperado. A pesar de la magia utilizada para invertir los efectos del invierno mágico, las zonas situadas más al norte habían padecido demasiado sus efectos.
Por impresionante que resultara lo que lo rodeaba, todo palidecía en comparación con lo que la reina acababa de hacer.
–¡Hiciste eso sin el menor error, Erini! Esperé, pensando que probablemente tendría que ayudarte, pero nos has traído a los dos aquí como si llevaras años practicando.
–No, por algún motivo este conjuro me resulta fácil de realizar. Sólo necesité tres o cuatro intentonas para dominar el grado justo de concentración para lograrlo. ¿Por qué crees que es así?
–Gwen es quien suele tener siempre las respuestas -dijo Cabe, encogiéndose de hombros-. En mi caso, la magia apareció casi totalmente desarrollada. Eso me salvó la vida al principio, pero también significa que nunca tuve el incentivo de aprender por qué los conjuros funcionan como funcionan. Gwen me ha enseñado muchas cosas desde entonces, pero eso no significa que lo entienda por completo. – Le dedicó una sonrisa apesadumbrada-. Motivo por el que, en lo referente a los puntos más delicados, ha sido ella quien te ha estado instruyendo.
–Los dos habéis sido excelentes profesores.
–Yo me las arreglo. – El hechicero volvió a pasear la mirada por el suntuoso apartamento-. Una habitación definitivamente digna de una reina, Erini.
–Está exactamente como estaba cuando llegué a Talak por primera vez. Es un desperdicio de habitación -observó la reina con frialdad-. Puesto que no duermo aquí, el único uso que recibe por lo general es cuando tengo que vestirme para otro de esos interminables bailes en honor de un embajador y el vestido que necesito no se encuentra entre lo que guardo en los armarios de nuestros aposentos reales. De todos modos, hay momentos en los que resulta agradable estar sola… y nos proporciona a Caballo Oscuro y a mí un lugar para conversar. La biblioteca resulta demasiado pequeña, además.
–Entonces ¿por qué necesitáis otro lugar? Éste parece muy íntimo.
–Caballo Oscuro pocas veces habla en un tono inferior al rugido, Cabe. Ya deberías saberlo.
Erini paseó por la habitación, sin duda reviviendo sus recuerdos. Cabe sabía que era allí donde se había alojado tras su llegada a Talak. Este aposento había sido su refugio durante los días en que había luchado para ser aceptada por el desfigurado monarca, cuya atormentada mente había sido dirigida aún más hacia la oscuridad por su malicioso consejero. No dudó que la reina lo mantenía tal y como estaba en lugar de alterarlo para darle otra utilidad simplemente a causa de aquellos preciosos recuerdos.
Por mucho que le disgustara interrumpir su ensoñación, sabía que debía hacerlo. El día avanzaba rápidamente.
–Majestad…, Erini…
–Sí, no está aquí, desde luego. – Apartados momentáneamente los recuerdos, la delgada soberana meditó sobre la cuestión-. Eso no deja más que las colinas. Ojalá pudiera serte de más ayuda. ¿No puedes seguir su rastro?
–Demasiado antiguo y débil. Además vuelve sobre sí mismo tantas veces, que no podría decir qué camino tomó la última vez. Si se teletransportó, eso lo vuelve casi en imposible.
–Y yo que pensaba que la magia lo volvía todo fácil.
–A veces convierte las cosas en más retorcidas y frustrantes, por no mencionar peligrosas. Hay momentos en los que desearía volver a estar de regreso en la taberna, sirviendo mesas todavía y recibiendo amenazas de ogros medio borrachos. Reyes Dragón, Rastreadores, Quel… Podría perfectamente vivir sin ellos.
–Pero no sin lady Gwendolyn, imagino. – La reina se colocó en el centro de la habitación y le tendió una mano.
–Hace que todo lo demás valga la pena. – Cabe tomó su mano y se preparó, más tranquilo ahora que sabía que Erini era una experta en estos conjuros.
–Espero que se lo digas de cuando en cuando -respondió Erini al tiempo que lo que los rodeaba cambiaba de la planeada elegancia de la civilización a la cruda belleza de la naturaleza.
La soberana le soltó la mano y se apartó de él para examinar mejor la zona. Las colinas eran en realidad el inicio de las montañas Tyber, pero en algún punto de su planificación se les había escatimado la enorme altura de sus hermanas. Mientras que muy pocas personas se molestaban en realizar el viaje por la traicionera cadena montañosa, las colinas sí que acumulaban un cierto tráfico. Se encontraban buenos pastos aquí, por no mencionar el único bosque decente a un día a caballo de la ciudad. Talak, a pesar de todo lo que poseía, se veía obligada a recurrir a sus territorios más lejanos para suplir sus necesidades de madera.
Existían peligros aquí, desde luego, pero en general se limitaban a los más corrientes como lobos y algún dragón-serpiente o dragón menor. Desde la muerte del Emperador Dragón, los inmensos ejércitos de Melicard habían trabajado arduamente para limpiar todos los rincones del reino de los monstruos y bestias de mayor tamaño que antes atacaban a los viajeros. En general, habían tenido bastante éxito.
–Me lo temía, Cabe. Dudaba que estuviera aquí, pero era el único otro lugar al que podía llevarte.
Él asintió con una sonrisa de resignación más que de alegría.
–No creí que resultara fácil. Tengo algunas otras ideas, pero esperaba poder encontrarlo contigo o cerca de ti.
Erini estaba abatida, pero de improviso su rostro se iluminó.
–¡Puedo ayudarte a buscarlo! El conjuro de teletransporte es el que mejor me sale. Tendría que haberlo pensado antes. ¡Reducirá tu búsqueda casi a la mitad!
–No.
-¿No? -Su tono de voz se volvió gélido-. ¿Piensas que vas a darme órdenes, Cabe?
–En este caso, sí, majestad. Eres demasiado importante para Melicard, para Talak, y, a causa de ambos, para el resto del Reino de los Dragones. Si algo te sucediera, ¿qué haría el rey? Piensa en ello antes de contestarme.
Lo hizo, y él contempló cómo ponía cara larga. Los dos conocían demasiado bien los cambios de humor de Melicard. Era Erini quien había conseguido mejorarlo, pero los cambios efectuados en él podían desaparecer si ella resultaba herida o incluso…
Los ojos de la reina se abrieron de par en par repentinamente.
–Hay… Creo que puede haber otro lugar donde buscar, Cabe. Es una posibilidad muy débil, pero podría ser…
–¿Dónde?
–Tendré que llevarte allí; es…, es la única forma de asegurarnos de que llegamos al lugar exacto.
El hechicero percibió la vacilación en su voz.
–¿Dónde está, Erini?
–En los Territorios del Norte.
–¡Te prohibo que vengas! Dime aproximadamente dónde y yo iré allí por mi cuenta.
Erini avanzó majestuosa hasta Cabe y le dedicó su mirada más regia. Éste vaciló el tiempo suficiente para que ella interpusiera:
–¡No puedes prohibirme nada esta vez, Cabe Bedlam! ¡Por frustrante que resulte para mí personalmente, estoy de acuerdo en que sería mejor para nosotros si yo no me arriesgara! ¡Amo a Melicard, pero estoy de acuerdo en que si resultara herida o estuviera a punto de sufrir daño, él podría, en su irracional cólera, hacer algo que todos lamentaríamos! Pero tengo una muy buena razón para ser yo quien te conduzca a este último lugar. Los Territorios del Norte son casi la mitad de grandes que el resto del continente y mucho más complicados de registrar. Podrías pasar a pocos metros de la zona y no ver a Caballo Oscuro ante ti. Yo puedo conducirte al lugar exacto; como él, jamás lo olvidaré.
Su piel estaba blanca y su cuerpo temblaba. La reina Erini contempló a Cabe con tal expresión que éste supo que ella realmente habría preferido no realizar este último viaje. Tan sólo la importancia de la misión del hechicero la obligaba a hacerlo.
–¿Qué lugar es ése, Erini? – preguntó él con suavidad-. ¿Y por qué habría de poseer tal influencia sobre ti y sobre Caballo Oscuro?
–Porque es el lugar donde el hechicero Sombra murió.
Nunca había sido capaz de convencerse de que el hechicero de rostro borroso estaba muerto, pero, al mismo tiempo, nunca había sido capaz de convencerse de que Sombra seguía vivo.
Así pues, Caballo Oscuro había registrado el mundo y lo que se encontraba más allá de él durante casi una década, siempre preguntándose si el humano que había sido a la vez su amigo y su enemigo no se encontraría simplemente un paso por delante de él, observando y aguardando el momento adecuado para salir a la superficie. Una parte del oscuro corcel rezaba para que el cansado hechicero estuviera por fin en paz. La otra añoraba las encarnaciones positivas del mago, pues tan sólo Sombra había estado cerca de comprender el propio vacío de Caballo Oscuro.
Motivo por el cual, explicó Erini a Cabe antes de partir hacia los Territorios del Norte, el ser a menudo pasaba días enteros en el lugar donde el hechicero se había simplemente desvanecido después de agotar todo su poder en un último esfuerzo por reparar aquello en lo que se había convertido.
Cuando se teletransportaron al corazón de la glacial y ventosa tundra de los Territorios del Norte, pareció como si el corcel los hubiera estado esperando. La reina y él se materializaron en un punto situado apenas a tres metros de donde se encontraba la enorme bestia negra.
Caballo Oscuro volvió lentamente la cabeza hacia ellos, y sus fríos ojos azules parecieron abrasar el espíritu mismo del hechicero. La voz del corcel eterno era un atronador rugido a pesar de su tono casi apagado.
–Erini, Cabe… Me alegro de veros a los dos. Aunque éste no es un lugar para los de vuestra raza.
–Vi… vinimos en… en tu busca, Caballo Oscuro -balbuceó la reina.
Cabe Bedlam la contempló con atención, preocupado. Erini era una hechicera capaz, pero era posible que se hubiera extralimitado. Él se había provisto de una gruesa capa para protegerse del frío, pero ella no había hecho lo propio aun cuando la necesidad de tal medida debiera haber sido evidente. El hechicero remedió inmediatamente la situación.
–Gracias. – Erini le dedicó una débil sonrisa.
Caballo Oscuro se acercó a ellos levantando nubes de hielo y nieve con sus cascos. En estos momentos, su tamaño era dos veces mayor que un caballo normal, aunque el tamaño era algo irrelevante para una criatura que podía manipular su forma para obtener apariencias que ningún otro ser con capacidad para alterar su aspecto era capaz de conseguir. De haberlo querido, el negro ser podría haberse vuelto tan pequeño como un conejo, incluso más pequeño. Tampoco tenía por qué parecerse a un caballo. En algún momento de su lejano y olvidado pasado, Caballo Oscuro había dado con aquella forma y decidido que le gustaba. El negro semental casi nunca cambiaba de aspecto ahora, aunque de vez en cuando su cuerpo recordaba más a la sombra de un caballo que al auténtico animal. Cabe había decidido que esto último era casi un acto inconsciente. Existían cosas que era normal que las realizara un humano; sin duda podía decirse lo mismo incluso de una entidad como el negro monstruo que tenían delante.
–¡No deberías estar aquí fuera en medio del frío, reina Erini! – rugió Caballo Oscuro. Resultaba casi necesario rugir, pues el viento había arreciado. Se preparaba una tormenta. Al hechicero le resultaba difícil creer que pudiera subsistir alguna cosa en los Territorios del Norte, pero muchas criaturas lo hacían-. ¡Deberíamos regresar a Talak! ¡Resultaría mucho más confortable allí… al menos para vosotros dos! – El diabólico corcel lanzó una risita.
–Yo… -Erini no pudo decir más. De improviso empezó a desplomarse en dirección a Cabe, quien la recogió en el último momento y se tambaleó hacia atrás a causa del repentino peso. Los ojos de Caballo Oscuro relucieron, y el animal trotó unos cuantos pasos más hacia ellos.
–¿Qué le sucede?
Cabe la sujetó mejor.
–¡Ha ido demasiado lejos! ¡Insistió en ser ella quien nos trajera aquí y como un estúpido yo acepté!
–¡Dudo que tuvieras elección con ella! – resopló Caballo Oscuro-. ¡Lo mejor será llevarla de regreso a sus aposentos con toda rapidez!
–¿A los apartamentos privados donde a veces os encontráis?
–¿Los conoces? ¡Estupendo! Llévala allí; yo te sigo. ¡A lo mejor, si tenemos suerte, el bueno de Melicard estará por ahí persiguiendo dragones u ocupado en alguna otra estupidez! ¡Date prisa!
Sujetando a la reina con más fuerza, el hechicero se teletransportó… y se encontró cara a cara con el rey Melicard, que se hallaba en el interior del aposento, con una mano sobre el picaporte. Un segundo más y probablemente no se habría topado con él, pues estaba de espaldas como a punto de marcharse.
Todavía existían personas para quienes el señor de Talak resultaba una desvergüenza o incluso algo que causaba horror, pero a Melicard ya no le importaba lo que aquellas gentes pensaban. Erini y la princesa Lynnette eran las únicas cuyas opiniones importaban para él, y ellas, desde luego, lo querían profundamente.
Pese al yugo de la jefatura que llevaba desde hacía casi dos décadas, a primera vista Melicard tenía aún en gran medida el aspecto de apuesto joven príncipe que Cabe, con sus facciones más bien vulgares, siempre había envidiado secretamente. Alto y atlético con una melena castaña que ahora empezaba a encanecer, en una época había sido objeto de deseo de muchas mujeres, tanto de la realeza como del pueblo llano. Si Erini era la princesa de cuento de hadas, entonces Melicard, con sus facciones enérgicas y angulosas e imponente presencia, era el héroe del relato.
Todavía resultaba apuesto… pero ahora más de la mitad de su rostro era una recreación mágica. El lado izquierdo desde encima del ojo hasta la mandíbula inferior era de color totalmente plateado, ya que éste era el color natural de la madera de elfo. Gran parte de la nariz también lo era y existían incluso venas plateadas que se extendían hacia el lado derecho del rostro, casi como un conjunto de raíces que se asieran a la poca carne auténtica que quedaba del rostro del rey.
La magia le había robado la mayor parte de la cara y, a causa de ello, el daño había resultado imposible de reparar. Únicamente la madera de elfo, tallada de forma que reprodujera sus facciones, podía dar al rey Melicard la ilusión de la normalidad. La maravillosa madera -bendecida, según la leyenda, por el espíritu de un elfo moribundo del bosque- era capaz de imitar los movimientos de la auténtica carne, y, cuanto más creía en ella el que la llevaba, mejor resultaba la imitación. Jamás podría reemplazar lo que se había perdido, pero para Melicard la elección había estado entre la máscara o el monstruo que se ocultaba tras ella. Por el bien de su propia salud mental y de la princesa con la que se iba a casar, Melicard había escogido lo primero.
Iba vestido con ropas de montar negras que lo cubrían desde el cuello hasta los pies, incluidas las manos. El monarca solía llevar ropas con mangas largas y siempre utilizaba guantes, pero no por seguir la moda. Las fuerzas devastadoras que le habían arrebatado gran parte del rostro también se habían llevado su brazo izquierdo. De haberse quitado los guantes, Cabe sabía que la mano del rey también habría sido plateada. El soberano no podía disfrazar sus facciones, pero al menos podía ocultar su brazo.
–¡Hechicero! ¿Qué haces…? – Sus ojos, tanto el auténtico como el que no lo era, se posaron sobre su adorada reina-. ¡Erini!
–Se pondrá bien, majestad -interpuso Cabe con rapidez-. Ayudadme a llevarla hasta la cama, por favor.
Melicard ya estaba en ello, y los dos ayudaron a Erini a dirigirse hasta el lecho; la novata hechicera no estaba totalmente inconsciente, aunque no parecía darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.
Cuando la tuvieron bien cómoda en la cama, Melicard corrió a la puerta y la abrió de golpe. Cabe, levantando los ojos, vio cómo dos guardas muy nerviosos se cuadraban.
–¡Traed a Madga! – rugió el desfigurado monarca-. ¡Traed a Galea! ¡Traed a alguien a atender a la reina! ¡Está herida! ¡Vamos! – No esperó su respuesta, sino que giró inmediatamente hacia el lecho, cerrando la pesada puerta de un portazo mientras lo hacía.
Cabe se incorporó al momento y se encaró a él. No podía permitir a la cólera de Melicard la menor ventaja. Tenía que enfrentarse al monarca hombre a hombre y obligarlo a escuchar. Fue entonces cuando Caballo Oscuro tuvo la mala ocurrencia de materializarse. Melicard retrocedió ante el recién llegado, pero Caballo Oscuro no observó su presencia en un principio.
–¿Se encuentra mejor? ¿Cómo…? – Los ojos sin pupilas se inmovilizaron al posarse sobre el enfurecido rey, que se mantenía apartado a un lado como si el oscuro corcel ocupara toda la habitación-. Melicard…
–¡Debiera haber sabido que tú estabas involucrado, demonio! ¡Puede que tú seas casi indestructible, pero mi reina no lo es! ¡Mi Erini…!
–Es totalmente culpable de lo que le sucede, cariño.
Los tres se volvieron hacia la cama, donde una todavía pálida Erini se esforzaba por incorporarse hasta una posición sentada. Todo lo que consiguió fue apoyarse sobre un codo. Las arrugas provocadas por el esfuerzo afearon su belleza.
–¡Erini! – Melicard, olvidando cualquier apariencia de dignidad, corrió junto a la cama y abrazó a la reina.
–Con cuidado, querido Melicard -jadeó ella-. Aún no estoy recuperada por completo.
–¡Demos gracias! – tronó Caballo Oscuro-. ¡Nos has asustado a todos, querida Erini! ¡Debes tener más cuidado en el futuro!
–Más cuidado… -El monarca se volvió hacia el hechicero y el caballo-. ¿Qué le habéis hecho hacer?
–Ellos…, ellos no hicieron nada, Melicard. Yo me extralimité. Cabe habría realizado el conjuro, pero yo no creí que pudiera localizar a Caballo Oscuro. Yo sabía exactamente dónde podría estar si es que estaba en alguna parte de… aquella región.
–¿Dónde estuviste? – Le tocó la piel-. Estás helada, Erini; debiera haberme dado cuenta antes… Has estado en los Territorios del Norte, ¿no es así?
Era evidente que le suponía un gran esfuerzo seguir hablando, pero la reina no era de las que permitían que otros corrieran con la culpa cuando se consideraba a sí misma culpable. Cabe no estaba muy contento consigo mismo por permitir que siguiera hablando, pero, si alguien podía hacer entrar en razón al soberano de Talak, esa persona era Erini.
–Escúchame, cariño. Tengo que contártelo todo de una sola vez. No tengo fuerzas para repetirlo. ¿Lo comprendes?
Gran parte de la cólera de Melicard se esfumó al darse cuenta del efecto que su furia tenía en ella. Sin soltarla, se sentó sobre el lecho.
–Muy bien, te escucho, mi reina.
Los interrumpió un golpe en la puerta. Una mujer regordeta algo entrada en años, una de las dos mujeres que habían venido con Erini años atrás desde su país de origen, atisbó al interior con expresión nerviosa.
–Majestades…
–Por favor, espera fuera hasta que te llame, Galea -dijo Erini, más dueña de sí misma ahora-. Será sólo un momento.
A la mujer no le hizo mucha gracia, pero asintió con la cabeza y se retiró. Las damas de compañía de la reina se sentían muy responsables de su pupila, y en especial Galea y Madga.
–Bien -empezó la soberana-. Deja que te explique lo sucedido, querido mío.
Se lo contó todo, no sin dirigir una rápida mirada al hechicero en busca de su comprensión. Cabe asintió; estaba de acuerdo en que ya no existía ningún motivo para mantener en secreto el propósito de su misión. Melicard merecía la explicación aun cuando, en opinión del hechicero, ello pudiera complicar algo que ya resultaba excesivamente complicado. El rostro del rey era una máscara ahora en más de un sentido; ni la parte auténtica ni la de madera de elfo demostraban la menor emoción. Melicard se limitaba a absorber los hechos. Después, cuando hubiera tenido la ocasión de meditar sobre lo que ella le contaba, puede que volviera a convertirse en la fiera furibunda que había sido momentos antes. El hechicero esperaba que no fuera así, pero no había forma de predecir las reacciones de Melicard. Tendría que esperar y ver.
Erini se vio obligada a interrumpirse en varias ocasiones para recuperar aliento, pero por fin terminó su relato. Más agotada que antes, la exhausta reina se dejó caer sobre el lecho. Melicard se levantó para hacer entrar a sus damas, pero ella extendió el brazo, posó su mano sobre la de él, y dijo:
–Aún no, mi señor. Acabemos esto primero. Estoy sólo cansada; nada más. Te lo prometo.
–¿Estás segura, Erini?
–Lo estoy.
–Jamás permitiría que le sucediera nada, majestad -añadió Cabe-. Mi poder está listo para ayudarla si es necesario. Se ha exigido demasiado, tal y como dijo. Puede suceder… lo sé muy bien… cuando un mago no muy experimentado consigue con demasiada rapidez que un conjuro tenga éxito. Pido disculpas, no obstante, por haberla dejado ir tan lejos. Fue mi error.
–¡Erini posee una obstinación digna de mí! – observó Caballo Oscuro. La criatura volvía a ser casi la de siempre, cosa que Cabe agradeció; si su viejo amigo accedía a unirse a él, necesitaría a Caballo Oscuro en su mejor forma. Aturdido, podría resultar más bien un peligro, pues entonces Cabe tampoco podría concentrarse en lo que debía hacer-. ¡Cuando decide hacer algo, lo hace! ¡Resultaría más fácil pedir a las Tyber que se hagan a un lado que convencer a la reina para que cambie de idea en ciertos temas!
–Soy… -empezó el rey- totalmente consciente de las cualidades de mi esposa. La principal de ellas es una tendencia a ser franca y directa con la verdad. Eso y su belleza fueron lo que me atrajo la primera vez que nos encontramos como adultos. – Se volvió hacia los dos. Su expresión era tranquila, pero su tono tenía un leve matiz de frialdad-. Considero lo que me cuenta ahora como la auténtica y completa historia… tal y como ella la conoce. Os ofrezco mis disculpas, maese Bedlam, por mi acusación de ser el culpable de su estado.
–No hay necesidad de disculparse, majestad. Dadas las circunstancias, reaccionasteis como lo habría hecho cualquiera.
–Desde luego. – El rey Melicard se puso en pie-. Y ahora que habéis encontrado lo que buscabais, maese Bedlam, estoy seguro de que deberéis poneros en camino. Esta información sobre Legar y los piratas-lobos la transmitiré a Iston. Respetaré vuestra misión. No haremos nada por ahora más que observar. Cuando hayáis descubierto todo lo posible, agradeceré se me informe.
Se les pedía que se fueran y que se fueran ya. Las palabras de Melicard vacilaban en la frontera de la brusquedad, pero al mismo tiempo se mostraba educado. Era todo lo que podía esperarse de él en un momento como éste. Cabe estaba más que dispuesto a marcharse. Tal y como el monarca casi había dicho, había encontrado «lo que» buscaba. ¡Había que dar gracias a las estrellas porque Caballo Oscuro no le hubiera llamado la atención por aquella ofensa!
–Me alegro… de haber podido ser de ayuda, Cabe -musitó Erini desde la cama. Consiguió incorporarse un poco-. Buena suerte.
–¿Y adonde vamos desde aquí, Cabe? – inquirió Caballo Oscuro.
No parecía existir la menor duda en su mente de que seguiría al hechicero a la inhóspita península. Caballo Oscuro era muy leal con aquellos a los que consideraba sus amigos.
–Gracias, Erini, y también a ti, Caballo Oscuro. Primero a la Mansión, supongo, para que Gwen sepa que te he encontrado. Luego, creo que iremos a Zuu.
–¿Zuu?
Con gran sorpresa para Cabe, fue Melicard quien respondió al diabólico corcel por él.
–Zuu resultaría apropiada. No existe ninguna otra ciudad humana más cercana a los dominios del Dragón de Cristal. Puede que sepan algo que aún no ha llegado hasta nosotros. – Vaciló y luego añadió-: Buena suerte, maese Bedlam.
El hechicero realizó una reverencia.
–Muchas gracias, majestad. A lo mejor esto será sencillo y rápido. El peligro puede ser limitado. Pero algo está sucediendo allí y, por motivos que no comprendo, al parecer se me ha involucrado en ello.
–¡No temas ahora, Cabe! – rugió Caballo Oscuro-. ¡Conmigo a tu lado, son nuestros enemigos los que deben preocuparse!
La insolente confianza del diabólico equino, aunque no suficiente para alterar la propia opinión de Cabe sobre el asunto, al menos consiguió hacer aflorar una sonrisa a su rostro. Resultaba difícil no sentirse al menos un poco más esperanzado cuando se estaba en compañía de Caballo Oscuro.
–Da a Gwen todo mi cariño -añadió Erini.
–Lo haré. – Contempló a su sobrenatural compañero-. ¿Estás listo?
–¡Estoy listo desde hace rato, Cabe! ¡Espero esta aventura con gran ansiedad!
El hechicero se concentró.
–Me alegro de que alguien lo haga.
Caballo Oscuro seguía riendo cuando ambos se desvanecieron en el aire.
En la frontera sudeste del país de Irillian, una chalupa procedente del solitario navío negro se acercaba lentamente a la orilla. El negro buque había aguardado hasta el momento preciso para acercarse lo suficiente y depositar su cargamento, pues había quien de buena gana habría hundido la nave sin preguntas ni advertencia previa. Su simple presencia, incluso a lo lejos, habría sellado su destino sin importar quién se hubiera encontrado a bordo.
Tres personas ocupaban la chalupa, todas ellas cubiertas con gruesas capas diseñadas no sólo para protegerlas de la espuma y de la lluvia, sino también, si era necesario, para proteger sus identidades. Sólo una remaba; las otras dos permanecían sentadas y vigilaban con gran atención.
No vararon la chalupa en la playa. En lugar de ello, cuando estuvieron lo bastante cerca, los dos pasajeros saltaron del bote y, hundidos hasta la cintura en el agua, vadearon hasta la orilla. La tercera figura hizo girar lentamente el bote para regresar al barco.
Ambos pasajeros avanzaban con rapidez por el agua. Sus reacciones eran las de aquellas personas a las que no gusta demasiado el líquido elemento y lo soportan sólo porque es necesario. Cuando por fin llegaron a la playa, la pareja se sacudió con energía; el salvaje viento y las capas les daban un aspecto parecido al de marinos difuntos que surgieran de las profundidades. Luego se dieron la vuelta y contemplaron cómo su compañero remaba de regreso a la negra nave corsaria. Convencidos de que el barco zarparía sin que lo descubrieran, ambos conferenciaron en voz baja e iniciaron el viaje tierra adentro. La figura más alta guiaba a la otra.
El viaje que les aguardaba resultaría largo y cansado, pero eso no los detuvo. Todo lo que les importaba era el motivo que los había llevado a esta playa en primer lugar. Ambos eran cazadores, y habían venido al Reino de los Dragones porque aquí era donde se encontraba su presa. Tanto si tardaban diez días o diez años, finalizarían su misión, porque para ellos se había convertido también en una obsesión. O tenían éxito o sucumbían. Vivir con el fracaso ni se les había ocurrido; ellos no eran así. O bien vencían a su presa o morían en el intento. Ésas eran las únicas elecciones.
En lo alto de una elevación que daba al ondulante paisaje cubierto de nubes de la zona meridional de Irillian, la figura que iba delante se detuvo. Indicó a la otra que se acercara, y luego señaló al lejano sudoeste en una dirección que los conduciría por una ruta que discurría al norte de la lejana ciudad de Penacles. Su acompañante asintió, pero no dijo nada. Habían discutido la ruta con antelación. Conocían su destino y lo que probablemente tardarían en alcanzarlo. Todo lo que importaba ahora era llegar allí sin que los descubrieran; una tarea difícil, pero no imposible para dos personas con sus habilidades.
Seguros de sí mismos y decididos, empezaron a descender por la otra ladera de la elevación… y a recorrer el último tramo de su viaje al Bosque de Dagora.