CAPÍTULO 21
—Marguerite, ¿estás bien?
Anthony se puso de rodillas al lado de su silla, y se apoderó de sus manos.
—¿Por qué hiciste eso? —susurró.
—¿Qué?
—Golpear a Minshom. Ahora no me puede decir dónde encontrar a Sir Harry.
Anthony dejó caer sus manos. Ella miró distantemente cómo su expresión se oscurecía. —¿Después de todo lo que acaba de suceder, ¿por qué diablos estás aún preocupada por Sir Harry?
Marguerite se lamió los labios. —Sólo accedí a quedarme con Minshom porque me prometió decirme dónde estaba Harry.
—Y yo que pensé que te habías quedado por mí.
—No lo entiendes...
Anthony se puso de pie y se alejó, parándose delante de la chimenea dándole la espalda. —Creo que sí. Asumí que llorabas por un hombre muerto, no añorando a otro. Minshom se equivocaba, ¿verdad? Estabas enamorada de Sir Harry, no de Justin.
Marguerite parpadeó, cuando un ardiente color inundó sus mejillas, sacudió lentamente la cabeza, a pesar que sabía que no podía verla. —Eso no es cierto. Lord Minshom intentó deliberadamente confundirte, ¿vas a creerle a él antes que a mí?
Finalmente Anthony se dio la vuelta, con una mano es su ingle, como si estuviese aliviando el dolor del tacto de Minshom. Suspiró sin mirarla. —No importa. No podemos elegir a quién amamos, ¿verdad?
Marguerite se puso en pie, avanzó hacia él y le dio una bofetada tan fuerte como pudo en su mejilla. Él le agarró la muñeca cuando intentó hacerlo de nuevo.
—¿Por qué has hecho eso?
—Por creer a Minshom, por fingir que no te importaba lo que yo había hecho y luego restregármelo a la cara.
—No he hecho eso. ¡Al contrario, sólo te he dicho que lo entiendo!
Ella luchó para hablar a través de las lágrimas que atestaban su garganta. —No entiendes nada. Quizás Minshom tenía razón y sólo entiendes de dolor. —Ella apartó su mano de su ingle y la sustituyó por la suya. —Tal vez esto es todo lo que necesitas de mí.
Su expresión se oscureció. —No hagas eso. Estoy muy cerca de correrme.
—¿Por qué Minshom te hizo ponerte duro? ¿Es eso lo que querías decir al decir que no se puede controlar a quién se ama, porque todavía amas a Minshom?
Dios, odiaba lo que le estaba diciendo, se odiaba a sí misma, pero la necesidad de herirlo, tomar el dolor que aullaba dentro de ella y lanzárselo fuera la consumían. Anthony sabía, sabía lo que ella había hecho, y tarde o temprano se daría cuenta de lo inadecuado que era estar relacionada con él. Mejor terminar ahora, antes de que le doliera demasiado y la destruyese.
—Cristo, aborrezco a Minshom, nunca lo amé. ¿No lo sabes? ¿No entiendes nada de mí en absoluto? —Anthony gritaba, su cara enrojecida, sus ojos azules reducidos por la ira. —Estoy harto de que me digan qué hacer y qué pensar.
—No te estoy diciendo qué hacer. Estoy intentado hacer que me escuches.
—Entonces hazlo sin tocarme, sin... Cristo, ¿de qué sirve? Minshom ya te ha convencido de que soy un patético débil.
—No, no lo ha hecho, sólo estoy intentado....
Anthony sostuvo su mano. —Marguerite, cuando me tocas todo lo que quiero hacer es tirarte sobre la cama y empujar mi polla dentro de ti, hacerlo como desearía, en lugar de cómo Minshom cree que debería. Estoy seguro que no quieres eso, así que por favor, vamos a vestirnos.
Marguerite se retiró a la silla, recogió su vestido y enaguas y trató de ponérselos. Sus dedos temblaban tanto que apenas podía sostener el fino satén sobre su cabeza.
—Ah, por Dios. —Murmuró Anthony. Él apareció a su lado, con su mirada fija absorbiendo la elevación de sus pechos, sus pezones rígidos. Puso las manos sobre sus hombros y el vestido cayó de sus dedos.
—Marguerite... —Su boca descendió sobre ella, el salvajismo de su beso fue un reto que no pudo resistir. Ella envolvió sus brazos a su alrededor y lo besó de nuevo, mordiendo su labio inferior, su lengua. El intercambio de la ira por la lujuria parecía casi demasiado natural, el deseo de marcarlo, de hacerle gemir y rogar no por Minshom, sino por ella.
Él dirigió su espalda hacia la cama, su cuerpo pesado y duro encima de ella, con su rodilla separando sus muslos. No dejó de besarla, con sus bocas fundidas juntas, el calor vinculante cegándolos, la insaciable necesidad. Ella jadeó cuando él liberó su polla de sus pantalones y sus nudillos le rozaron el montículo. Y entonces él estaba dentro de ella, metiendo su polla hasta el fondo, presionado profundo, ella arqueando su trasero para tomarlo todo dentro.
—Marguerite, sí...
Golpeó dentro de ella, con empujes rápidos y duros, implacable. Ella no se quejó, su cuerpo estaba demasiado ocupado en mantenerlo cerca, envolviendo sus piernas alrededor de sus caderas para mantenerlo dentro de la cuna de sus muslos. Su beso reflejaba sus movimientos, poseyendo su boca como poseía su cuerpo, completamente dominante, tomando el control totalmente.
Sus dedos se deslizaron entre sus cuerpos, encontrando su clítoris y acariciando hasta que ella se corrió, gritando su nombre en su boca. Su beso se disolvió en un jadeo en el aire, y él se retorció contra ella, cuando el calor de su semen brotó en su interior. Cuando salió, cayó rodando sobre su estómago, con su rostro enterrado entre las almohadas.
Marguerite se movió lentamente de la cama inclinándose para recuperar su ropa. ¿Seguro que ahora lo habían hecho? Ella nunca se imaginó permitir a un hombre tomarla así, tan completamente, tan absolutamente. ¿Había oído hablar sobre su matrimonio, la consideraba Anthony ahora una presa fácil? Ella miró su falda, con dedos torpes cuando intentó atarla alrededor de su cintura.
—Déjame. —Anthony estaba junto a ella de nuevo, poniéndola derecha, apretando sus lazos, cerrando sus botones, enderezando su corpiño. Casi desapercibidamente, sus lágrimas cayeron sobre el raso azul oscuro, manchándolo de negro. Esto era el final, la última vez que él querría tocarla. Ella tragó saliva.
—¿Lo has hecho ahora?
Sus dedos se pararon. —¿Qué?
—¿Si te has probado a ti mismo que puedes joder a una mujer?
En el silencio que siguió se podía oír claramente el golpeteo irregular de su corazón junto con su respiración superficial. Anthony se apartó de ella y se arregló sus pantalones, recogió su arma y la metió en su bolsillo. Ella levantó su barbilla y trató de que la mirara, pero él la evitó.
—Milady, si deseas marcharte, tengo que comprobar a Minshom.
Parecía formal, toda la ira despojada de su voz. Incapaz de contestar, Marguerite simplemente se limitó a asentir y esperó junto a la chimenea mientras él abría la puerta.
—Se ha ido. —Anthony sonaba tan aturdido como parecía. —Obviamente no golpeé al hijo de puta lo suficiente. Me aseguraré de que no está merodeando por la cocina, luego podrás bajar.
Su voz se desvaneció mientras resonaba por las escaleras. Marguerite apagó las velas y salió de la habitación, bañada por el cálido resplandor del fuego, se preguntó distraídamente quién había vivido aquí, quién había sido arrancado a la fuerza para acomodar a los deseos egoístas de Lord Minshom.
—Puedes bajar, milady.
Marguerite recogió sus faldas y se dirigió escaleras abajo, encontrándose con Anthony en la cocina. El señaló la mesa. —Creo que Minshom se ha dejado algo.
Ella recogió el paquete de pergamino atado con una cinta azul. Por lo menos ella tenía esto, la historia de Sir Harry del duelo, incluso si ella no lo tenía en persona. Agarró el pergamino contra su pecho cuando Anthony la envolvió en su capa.
—¿Estás lista para marcharte?
Ella asintió de nuevo, todavía incapaz de hablar, pasó junto a él hacia el pasillo, y salió a la intemperie de la fría noche. El reloj sonó una vez. ¿Sólo había pasado una hora desde que había entrado en la trampa de Minshom? ¿Sólo una hora desde que él deliberadamente reveló su propia versión sobre su breve matrimonio a Anthony, el hombre al que ella había venido a cuidar?
Ella se detuvo, y se dio la vuelta hacia su forma oscura.
—No fue así.
—¿Debo mendigar tu perdón?
—Mi matrimonio. No se pareció a esto en absoluto.
—Marguerite, realmente no importa, ¿verdad? Fue en el pasado.
—No, si Lord Minshom decide chismorrear sobre ello.
Se hizo un largo silencio, mientras él lo consideraba. —No voy a dejar que eso suceda. Te lo prometo.
—¿Por qué?
—Porque como te dije, no me importa lo que sucedió entre tú, Justin y Harry.
—¿Por qué no?
Él se encogió de hombros. —¿Por qué eres mi amiga?
Ah, ella se olvidaba de eso. Había olvidado el hecho que había llegado a quererlo como algo más que a un amigo, algo que no significaba lo mismo para él. En verdad, después de lo que él acababa de oír sobre ella, su retirada diplomática era muy comprensible.
—Voy a cuidarme por mí misma de Lord Minshom.
El se movió en la oscuridad y puso su mano sobre su brazo. —Marguerite, no tienes por qué hacer eso. Soy bastante capaz de llevarlo adelante.
Las lágrimas le inundaros sus ojos, cayendo por sus fría mejilla en ondas de calor enojado. —¿Qué vas a hacer? ¿Retarlo a un duelo?
—Si fuera necesario.
—¿Y piensas que yo querría eso? ¿Otro hombre muerto sobre mi conciencia? ¿Más rumores?
—Marguerite.
Ella pasó junto a él, recogió sus faldas y corrió hacia la casa, las lágrimas ahora corrían por su rostro. ¿Eran tontos todos los hombres? ¿Estaba Anthony a punto de cometer el mismo error que Sir Harry, arriesgándolo todo para salvar su reputación? No permitiría que sucediese de nuevo. No lo permitiría; mataría ella misma a Lord Minshom antes de dejar a Anthony acercarse a menos de una milla de él.
Se dio cuenta que estaba de pie en el centro de su dormitorio, con su respiración tan fuerte que ni siquiera podía oír el reloj. Se apresuró en cerrar la puerta de las que unía la suites de ella y Anthony y comprobó la puerta principal. No sería capaz de llegar hasta ahí por ella, no querría...
Con un sollozo cayó de rodillas, presionó sus manos en su cara y dejó caer las lágrimas. Anthony la había protegido de Lord Minshom, ofreciéndose a sí mismo en su lugar, se negó a permitir que Minshom destruyese a ninguno de ellos. También había demostrado su valor cuando sus peores secretos fueron revelados, negándose a permitir a Minshom dominarlo o avergonzarlo. Se dio cuenta que estaba orgullosa de él. Podía tener gustos sexuales poco convencionales, pero ya no estaría más esclavizado por Minshom.
E incluso si se había sorprendido por las revelaciones de Lord Minshom acerca de ella, no había permitido que su ira y sus dudas salieran a la superficie hasta después de haber hallado a su Némesis. Marguerite alzó su cabeza para mirar al fuego. Debería estar agradecida a él por esto, aun cuando él parecía creer que realmente había estado enamorada de Harry.
¿Cómo había llegado a esa conclusión? No era más exacto que la versión de Minshom de la verdad. Miró a la puerta de la habitación de Anthony. ¿Merecía la pena intentar decirle cómo había sido en realidad? Ella negó con la cabeza. No, porque probablemente diría que no importaba, que podría haber jodido a un regimiento entero de Sir Harry y él aún fingiría que estaba bien.
Todo lo que podía hacer era arreglarlo todo para volver a Londres sin tener que ver a Lord Minshom o a Anthony de nuevo. Sumida en la vida tranquila sin incidentes, que había previsto antes de que Anthony llegara para desestabilizarla. A pesar de su promesa, una vez que lo hubiese pensado, dudaba que alguna vez volviera a querer verla.
Ahogó un sollozo y continuó llorando en silencio, una habilidad necesaria que había aprendido en la soledad de la escuela del convento de monjas cuando cualquier sonido de la noche daría lugar a una paliza. No quería que Anthony la escuchara, no quería que nadie supiera lo sombrío que se presentaba su futuro.
Anthony entró en su habitación y se quitó la ropa, la dejó caer al suelo en una pila. Se dirigió hacia el jarro de porcelana y vertió agua en el cuenco que hacía juego. La frialdad del agua satisfizo su humor, sacudiendo sus sentidos tanto como lo habían hecho los acontecimientos de la noche.
Dios, ¿qué había hecho? Tomando así a Marguerite, utilizándola para demostrarse algo a sí mismo. No era de extrañar que estuviese disgustada con él. Suspiró y se dejó caer en un lado de la cama. Qué lío. Minshom había contado a Marguerite lo peor de sus secretos sexuales y luego le sorprendió revelando que Marguerite también tenía los suyos propios.
Y a pesar de lo que había tratado de decir a Marguerite, se había sorprendido. Peor aún, Marguerite lo había visto a través de él y lo había comprendido.
Apartó su pelo mojado de la cara, estremeciéndose cuando las congeladas gotas cayeron sobre sus hombros desnudos. ¿Qué demonios había ocurrido en aquel matrimonio para hacer a Marguerite una cornuda de su esposo con su propio amante?
Se enfocó en la alfombra de sus pies y se obligó a pensar con lógica. Mucho mejor pensar que hacer hincapié en el hecho de que Marguerite sabía lo peor de él... Obligó a sus pensamientos alejarse de su humillación.
Ninguna de las explicaciones que había oído sobre el matrimonio de Marguerite tenían sentido, no si tenía en cuenta lo que sabía de ella, o creía saber. Era como si Marguerite hubiera decidido que era culpable e intentado hacerse daño, alejándolo de ella. Y estaba condenadamente cerca de lograrlo. Por un momento, había estado tan confuso que tuvo que poner distancia entre ellos.
Con un estremecimiento, se puso bajo las sábanas y se acostó. Independientemente del pasado, no lo habían hecho. Insistiría volver a verla en Londres, aún si la gustaba o no. Sonrió salvajemente hacia el techo. Finalmente había golpeado a Minshom y Marguerite le había ayudado a hacer eso. Ella podía pensar que era indigna de él, pero él la conocía mejor, sabía que le había ayudado a convertirse en el hombre que debería haber sido desde el principio.
Ahora conocía lo peor de él, pero él no tenía todo claro acerca de su pasado, y quería saber. Tenía que averiguar exactamente lo que había hecho. Cerró sus ojos. Una cosa estaba clara, no habría forma en el infierno que volviera a perderla otra vez.